DOS POEMAS DE ‘LO QUE LA LUZ DEJE DE TI’, DE ISABEL DAZA
.
LA SOLEDAD ES POLÍTICA
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Jesús Arias
No nos preguntamos
quién conduce
a ese que lleva en el rostro
la más profunda soledad.
¿Quién ha roto sus pasos?
La soledad es política.
¿Quién invade su ausencia?
La soledad es política.
¿Quién ha hurgado, hasta la risa,
en su dolor?
La lógica del beneficio
pide víctimas.
Mas, aunque el goce se inclina,
el deseo no siempre cede a su discurso
y, aun un mundo frívolo,
crea seres cálidos
que caen, que saben
que su soledad también es política.
Y solos se liberan,
ardiendo.
.
.
.
.
.
RESISTENCIA
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxTodo el que quiera nacer tiene que romper un mundo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxHerman Hesse
La materia
entraña sus misterios
y, a veces, su llamada inapelable
puede encender tu nombre en las estrellas.
—El que quiere nacer
tiene que romper un mundo—.
A lo lejos,
tu rostro brilla
como un lucero que alumbrara la sierra.
Lloro por un sueño, una visión.
Un amor más allá de los obstáculos.
Un amor donde ellos, aún, no hayan terminado de vencernos.
.
.
.
.
Daza, Isabel. Lo que la luz deje de ti. Logroño; Ediciones del 4 de agosto, 2022.
.
‘OFRENDAS’, DE ANA MARTÍNEZ CASTILLO
.
OFRENDAS
I
ESTÁ claro lo que pasa aquí. Aquí lo que pasa es que son todos unos paletos y unos hijos de puta. Es imposible que se les meta en la mollera que ahora existe un nuevo orden mundial siendo tan catetos y tan cabrones. Míralos, qué asco dan. Jugando la partida y soltando regüeldos, ajenos a los cambios que le esperan a la humanidad. Ajenos al acabose de los tiempos. Si pudiera, los mataba a todos. Pero nada, paciencia, que arrieros somos. Pronto aprenderán a ver tu grandeza, me cago en Dios.
.
II
QUE sí, que está ahí, en el corral. Os lo juro. Un bicharraco enorme. Un animalaco que más que conejo parece un gorrino de san Antón. De verdad. Y atiende lo esponjoso y blanco que es el bicho, que no parece hecho sino de algodón, como de peluche.
xxxSe conoce que vino anoche porque ayer no estaba. Me pasé toda la tarde en casa arreglándole el mueble de la cocina a la Merche y asomé varias veces por el corral a buscar alambre, y os digo que el conejo no estaba. Así que tuvo que ser de madrugada cuando vino. Tuvo que ser cuando escuché ruidos afuera, como de gente trajinando. Lo que pasa es que me volví a dormir y me pensé que los ruidos habían sido en sueños. Pero no, tuvo que ser entonces. Luego, cuando amaneció y me fui donde las gallinas, resulta que las gallinas habían desaparecido. Lo que sí había aparecido era el conejo, tan esponjoso y pelusón, hecho un ovillo en el gallinero. De primeras me quedé como petrificado, que pensé «¡¿pero qué puta mierda es esta?!», porque, claro, resulta que el gallinero estaba todo lleno de plumas y de sangre y de cabezas a medio masticar. Creí que se había colado un perro rabioso o algo y que había matado a todas mis gallinas, después supe que había sido el conejo. No había otra. Había sido el conejo porque tenía la boca llena de plumas y los goterones de sangre se le veían resecos en el pelo. Si queréis que os sea sincero, la verdad es que me acojoné. Que me cagué vivo, vaya. Coño, a ver qué hubierais sentido vosotros así de primeras.
xxxEl remate fue cuando el bicharraco movió la cabeza y me miró. Tenía los ojos rojos como todos los conejos, pero en el fondo me pareció que brillaba algún tipo de lucecilla hipnótica o como se diga. Que te atrapaba, el muy cabrón. Quiero decir que el bicho te miraba y era como si te agarrase de los huevos. Desde luego os digo que a mí se me pusieron de corbata, no me he visto en la vida en otra igual y no me oriné encima de milagro. El bicho aquel me miraba y parecía que ya no tuviera que existir nada más en el mundo. Movió las orejas y su naricilla rosada tembló. «Mi nombre es Zghoehsssgha», dijo el conejo, y entonces fue cuando sí me oriné. Lo dijo como en mi mente. Una cosa muy rara. Escuché con claridad su voz ahí entre las cejas, como si me estuviera tocando la frente con un dedo. «Zghoehsssgha». Noté cómo la orina se escapaba y chorreaba por las perneras del pantalón, caliente, mojando la pana hasta llegar a las alpargatas. «Zghoehsssgha». Me cago en la hostia. No podía atender a nada más que no fuera es apalabra. Dicha como la decía el conejo, con una voz metálica que parecía tropecientas voces. «Soy Zghoehsssgha. Y tengo hambre».
.
III
MARIANO nos contó que tenía un conejo enorme en el gallinero, en el corral de su casa, y yo no me lo creí. Vamos, vamos, vamos. Habrase visto qué gilipollez más grande. Pero claro, si es que donde no hay mata, no hay patata. Que Mariano es muy cortico, el pobre. Muy simplón. Ve cosas en la tele y luego, claro, se le cruza el cable. Se las cree. Es que Mariano no ha estudiado, no como yo, que estuve dos años en el seminario y algo sé de las cosas. Pero Mariano, nada. Duro de sesera. Como un pedernal. Un conejo enorme, decía. En el corral. Que vino de madrugada, decía. Que parecía que había caído del cielo. Tócate. Si hubiera sido un ovni, pues tira que te va porque esas cosas existen. A mí es que me interesa mucho la ciencia y todo eso. Con lo grande que es el Universo cómo no va a haber más gente. Que no estamos solos, no. Y mira, si lo dicen en el programa este de la tele casi todas las semanas, ese que me gusta a mí tanto. No estamos solos y eso es una realidad. Pero, ¿un conejo? No, hijo, no. Cómo va a tener el mariano un conejo gigante en el gallinero. Y que encima le habla. Qué barbaridad. Si es que, cuando el tonto agarra la linde…
xxxEso le iba diciendo yo al Benito mientras acudíamos casa el Mariano y el Benito me daba la razón. «Que sí, Rómulo, que sí. Que cómo va a tener el Mariano un conejo gigante en el corral». Me daba a mí que el Benito algo se creía. A lo mejor por eso fue al primero al que avisó, porque es un poco crédulo también. Dios los cría y ellos se juntan. Es lo que hay. Pero vamos, que en tal que llegamos a casa del Mariano la cosa cambió. Vaya si cambió. Coño, ¿pues no tenía un conejo gigante de verdad?
xxxLo tenía ahí aovillado en el gallinero y olía fatal. Se conoce que le había estado echando de comer y que el conejo no paraba. Le había echado toda la orza y el animal había devorado los lomos y los chorizos y las morcillas y todo a su alrededor estaba lleno de pringue. Y claro, viéndolo allí delante de nuestros ojos, el Benito y yo nos tuvimos que rendir a la evidencia. «Pero él quiere otra cosa», dijo Mariano. Y entonces nos contó lo de la Merche.
xxxSu mujer es que también es muy borrica y no entiende nada. No entendió lo del conejo. Por lo visto, después de que el bicho ese estuviera hablándole al Mariano telepáticamente, el hombre se metió en su casa y fue a contárselo a su mujer. Y su mujer se pilló un cabreo de mil demonios. Qué conejo ni coneja. A ver qué mierdas hacía un conejo enorme en el gallinero, que qué tontería era esa. Y encima un conejo parlante. Y encima se había comido las gallinas. Y encima parecía que había venido del cielo o vete tú a saber, algo peor, que nunca se sabe de dónde asoman esos bichos. «Saca esa cosa de ahí», le dijo torciendo el morro como lo tuerce la Merche. Porque ya lo decía su madre, que era un desgraciado y un vago, todo el día en el bar y que esto se veía venir. Así que el mariano se había ido al corral a recibir los mensajes arcanos (así los llamaba él, «arcanos». «Mensajes arcanos, Rómulo, arcanos», decía en un susurro) del conejo. Allí es donde lo encontramos y allí es donde nos lo contó. Lo de su mujer. Que iba a matarla y a dársela al conejo. «Zghoehsssgha quiere sangre. Quiere una ofrenda humana y le voy a dar a la Merche».
xxxNunca lo habíamos oído hablar así antes, tan serio. «No sé yo», dijo Benito. «Mira que eso que dices es una empresa muy seria». Pero Mariano seguía erre que erre.
xxxIntentamos quitárselo de la cabeza un rato largo hasta que el conejo algo se debió oler y nos habló. Levantó las orejas y se puso a mirarnos y esa mirada era como una hostia en toda la boca. «Ñgmhtohmd gmuyh Zghoehsssgha gha», dijo el conejo, pero en nuestras cabezas el mensaje sonó en castellano y dejó la cosa clara: no quedaba otra, había que matar a la Merche.
.
IV
YA les dije a estos que la tonta de mi mujer no iba a verlo venir. Estaba muy entretenida con la novela y cuando veía la novela ya podían caer chuzos de punta que le daba igual. A mí se me figuró que lo mejor era pillar el motosierro y atacarla por detrás mientras estaba en el sillón. Un golpe de motosierro así en toda la bocha y se acabó la Merche. Pero a Rómulo, que es un poco tocapelotas y se cree muy listo, no le pareció bien. «Atízale con el martillo, hombre, no seas bruto», dijo el Rómulo y en el fondo llevaba razón. El martillo era lo mejor porque el motosierro al final era muy aparatoso y lo iba a dejar todo pringado. Ya lo usaríamos luego para cortarla en el corral antes de que se la mascara el conejo. Tiempo había para todo.
xxxAsí que nada, me acerqué por detrás con el martillo en ristre, sigiloso, mientras en la tele los recién casados de la novela se decían tonterías de esas de llorar. Me acerqué conteniendo la respiración y le arrimé un martillazo en toda la boche. Pum. Fue como abrir un melón. Pum. Como darle a una nuez. La Merche se desplomó con el cráneo abierto, que se le veía hasta el seso, cosa más desagradable.
xxxUna vez que nos aseguramos de que estaba del todo muerta, entre los tres la llevamos hasta el corral. Zghoehsssgha se debió de dar cuenta de que le llevábamos pitanza y había empezado a lamerse una pata. Benito ya le estaba dando al motosierro. Qué mano tiene, el muy cabrón. En un santiamén la había hecho trocitos. En tal que el conejo lo vio, notamos que se puso muy contento. Y cuando empezó a masticar daba gozo verlo. Olisqueaba con su morrito rosado el cacho de carne sanguinolenta y comenzaba a roerla. Se veía que le gustaba y que estaba disfrutando. Nosotros nos quedamos ahí plantados viéndolo comer. La tarde se estaba poniendo fea. Se había levantado ventolera y olía a lluvia. La guinda del pastel.
.
V
SI el Mariano se ha cargado a su mujer, yo quiero cargarme al cabrón del Aurelio y dárselo al conejo. Qué coño. Yo no tengo mujer y el Aurelio de los huevos no para de tocarme las narices con las lindes, mira que es cansino. Que no, joer, que no. Que el bancal es mío y punto. Si el conejo quiere sangre humana la tendrá y la del Aurelio vale como ofrenda igual que cualquier otro. Conque sean humanas ya le vale al animal. Pues eso. Así de claro se lo dije a estos y lo vieron bien. El bicho se había zampado ya a la parienta del Mariano y quería más sangre. Nos lo dijo y de fondo resonaban los truenos. A lo tonto se había formado una tormenta de tres pares y la tarde estaba oscura.
xxxNos metimos en la casa a cambiarnos de ropa, lavarnos un poco y a pensar cómo íbamos a hacer para cargarnos al Aurelio. Rómulo, que tiene muchas luces, determinó que lo mejor era hacer que viniera a la casa. A hablar del bancal. Invitarlo a un chatico vino y pillarlo desprevenido. El procedimiento después era el mismo: martillazo y motosierro. Si una cosa funciona bien, ¿a qué cambiarla? Así que me acerqué a su casa. Me abrió y puso esa cara que pone él, de expresión cejijunta y desconfiada. A veces daba la impresión de que el Aurelio se creía más que nadie y que nos odiaba a todos, que se cagaba en nuestros muertos. Vaya un tío cenizo. Solía ir al bar y mirar a los parroquianos fijamente, como si le tuviera ojeriza a todo el mundo. Teníamos claro que nos ponía a caer de un burro.
xxxEl caso es que me abrió la puerta, me miró y se sacó el palillo de la boca. Traté de ser amable. Le dije que ya estaba bien de la tontería esa del bancal, que éramos personas civilizadas y que las cosas se hablaban. Que Mariano y Rómulo me habían aconsejado zanjar ya ese tema tan desagradable. Que le esperábamos allí, casa el Mariano, para invitarle a un chato vino y tratar el tema. Por cómo me miró, pensaba yo que me iba a echar de allí a patadas, pero no. Ojeó primero el cielo oscuro de tormenta y después el reloj. «Venga. Estaré allí a las ocho», dijo y casi que me cerró la puerta en las narices.
xxxAsí que nada, ahora a esperar a que venga ese cabrón. Que verás qué sorpresa se va a llevar, verás qué sorpresa. Pero oye, mira, que se joda.
.
VI
DATE cuenta, maestro, qué hijos de puta. Son unos brutos incapaces de ver tu grandeza. Pero tú vas a arrasarlos a todos cuando llegue la fin del mundo y a hacerlos tus siervos. No veo el momento, de verdad que no lo veo. Porque entonces dará igual de quién eran las viñas y si las lindes están más p’acá o más p’allá. Dará igual todo porque empezará tu reinado. Si mientras tanto quieres ofrendas, yo te daré ofrendas. Sé que soy el elegido porque me hablas y me has contado tu historia, me cago en Dios. Zghoehsssgha de las praderas de Hiperbórea, de antiguo linaje. Hijo de Ktzhedheenporgthuchulu, nieto de Jhatzethu, sobrino de Zhithekkojothavio. El dios verdadero y no la mierda esa a la que le cantan las beatas en la iglesia. Yo es que no soy de misas, ya lo sabes. Una vez le dije al cura que era un hijo de puta y un cabrón y me quedé tan pancho. Y se lo volvería a decir, me cago en Dios.
xxxVoy a llevarte ofrendas buenas, las mejores. Y después te voy a trasladar a mi casa para que estés más cómodo, que mira que materializarte allí, en ese sitio de mierda, cuando podías haber aterrizado en otro lugar más propio de tu grandeza. Pero no importa, tus caminos son inescrutables manque me joda.
xxxA lo que iba. Que ya lo he organizado todo. He quedado con los tres en la casa del Mariano. No se huelen nada. Son tan cortos que ni se lo ven venir, me cago en Dios. Les voy a dar de hostias hasta en el cielo de la boca y después te los llevaré para que te los comas. Como a ti te gusta.
xxxPorque eres grande, coño, Zghoehsssgha, eres grande.
xxxY yo tu servidor.
.
.
.
.
Martínez Castillo, Ana. Ofrendas. León; Ed. Eolas, 2021.
.
VUELTA E IDA (A PARTIR DE SUSAN HOWE, DZIGA VÉRTOV Y CHRIS MARKER) -extracto-
.
Hoy mi amigo Ángel Cerviño me aconseja las nubes que pasan y todo eso, y todo eso y además briznas de distracción. Intercalar la historia que ilumine la línea, reduzca horizontal. ¿Sabré hacerlo? ¿Sabré hacerlo hoy?
¿Cómo uno puede recordar la sed?, se pregunta la narradora de Sans Soleil, la célebre película de Chris Marker.
Un día comprendí el azúcar, escribe Mariano de Hossorno un 28 de mayo.
Una ficción sencilla, una apariencia desnuda.
No lo dulce, que ya lo conocía con suficiencia y cierto hastío.
El azúcar.
La escena inicial de los niños a Susan Howe le fascina. Una secuencia aislada de tres niños sin banda sonora. Simplemente paz, no evidencia. Son espíritus. Las imágenes se suceden. Cortes rápidos y cuadros en negro. Howe cree que, llegado este momento, los niños de la introducción caminan en dirección contraria. Escritura epistolar, voz en off e imagen. Una mujer lee y comenta las cartas que recibe de un amigo, un cameraman freelance que recorre Islandia, Guinea Bissau, San Francisco, Japón, L’Ille.
En una de esas cartas escribe: «Mis constantes idas y venidas no son una búsqueda del contraste; son un viaje a los polos de la supervivencia».
El curso episódico sin origen ni centro. El nuevo demiurgo que sostiene los hilos del relato no recuerda en qué lugar de La Mancha.
Seguramente el hilo con que se teje el envés de los alfabetos.
Después llegaron los indefensos y nos obligaron a leer en voz alta los informes definitivos.
El director del documental nos gritaba: «Miren a la cámara, miren a la cámara».
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
Es el último número que se escribe con una sola cifra.
Diez es el número traidor que impide la soledad,
y no puede ni sabe saltar. Sí sabían los nueve anteriores.
Afirma que el camino hacia arriba y hacia abajo son uno y la misma cosa.
Estamos en 1934. Eliot visita Burnt Norton.
Aún y así lo particular es una especulación y al tiempo mismo un recorrido.
Deshilvanar no conduce, queda en la mano el ocultamiento.
Hay una mujer que llaman miracielos y esa mujer huye de la superficie plana,
la planta carnívora devora sus vocales, y continúa después, sin correspondencia.
Tan solo el centelleo, el relámpago del que me hablaba mi querido amigo Ángel.
El género humano no puede soportar tanta realidad, le dijo el pájaro.
Luego paseó, paseó, paseó y decidió escribirlo alejándose de la vida, como si muriera en el pasado y decidiera volver a vivir al cabo de los años.
Esta es la superficie, aquí no hay ni ida ni vuelta, ni ascenso ni descenso.
La casa fue quemada por su anterior propietario y yo ahora
entiendo por qué el tres es el número más solitario y más tolerante.
(continúo)
(continúo)
(continúo)
Susan Howe está escribiendo un poema: Geppeto y el Hada Azul discuten sobre la evolución espiritual. Pinocho no necesita hilos.
(continúo)
(continúo)
(continúo)
Mi madre vino al cielo a visitarme es la mejor continuación.
Pinocho y su padre salieron de un tiburón. Un tiburón se pudre a veinte metros. En esa profundidad el futuro huye de su lugar, y se hace hierro, llanto y único número. Miracielos se ahoga en algún lugar que es mentira, mentira porque es otra continuación, otra más. Son tantísimas las continuaciones posibles, parecen miles de yemas arrojadas desde un avión.
Uno escribía allá arriba que a ambos lados de la frontera, la palabra «fin». Es una incorrección porque, excepto en el azúcar de Mariano de Hossorno, todo lo que existe tiene partes, lugar y cantidad.
(continué)
(continué)
(continué)
(continué)
(continué)
20 de noviembre de 2021:
¡qué difícil sentir lo que se siente cuando se oye!
A pesar de la cautela la humillación se hizo carne.
Lloraron los viejos. Lloraron los enfermos.
Lloraron los que no caminan.
Lo que duele no es el suceso, sino que duele.
Lo que se escribe no es lo escrito, es lo que se impide.
Antes ciegues que tal veas, se maldecía antiguamente.
Tengo que continuar, tengo que cambiar el número.
Ahora veo que el tres no es el número que más tolera,
pena de daño, penas de sentido.
En lo sucesivo el episodio nunca será simultáneo.
Leo en el diccionario que metafóricamente «risa» se toma
por el movimiento suave de algunas cosas.
No me escribas.
No me escribas.
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
(continuaré)
Diez es el número traidor que impide la soledad,
y no puede ni sabe saltar. Sí sabían los nueve anteriores.
Sólo tú has faltado, entre todos los animales, le dijo Zeus.
Era Quelona, la ninfa. Arrojó al río la causa con ella dentro.
Oigo las risas.
Se presentan los amantes, ojos de coral, ojos de coral:
me llamo Martina, soy Armando,
soy Quelona, era y fui Paula.
Dice Gerardo Deniz:
«¿Las piernas se abren de par
o en par
o
ixpor tal serlo
de ambos modos
-puro asunto del desde cuál preposición?
(cf. El camino de Heráclito)».
Susan Howe admite que está cansada.
.
.
.
.
Layna Ranz, Francisco. Vuelta e ida. Madrid; Ed. Cartonera del escorpión azul, 2021.
.
‘NO (TAN) ÁNGELES’, DE ELENA ROMÁN
.
PARA COMENZAR, EL FIN DEL MUNDO
Un lunes más, representan el fin del mundo.
Se arañan la cara. Sus gritos son terroríficos.
Le abren la jaula a un aguacero que,
descontrolado y sembrando el pánico,
salta al patio de butacas desde el escenario.
Los espectadores vienen preparados:
han acudido a la función con paraguas amarillos.
El director de la obra sacude la cabeza de un lado a otro.
La representación no convence a nadie,
la gente abandona el recinto mofándose.
El director se enfada con los ángeles,
dice que son pésimos actores
y les prohíbe pisar la tierra.
No es justo —se quejan, porque primero
les prohibió caminar por el aire,
luego caminar sobre el agua
y ahora pisar la tierra.
Ya sólo les quedan dos verbos:
volar y desobedecer.
.
.
.
.
.
ESE JUSTO INSTANTE
Un ángel le preguntó la hora a otro ángel.
El segundo ángel miró su muñeca; no tenía reloj. Los dos se echaron a reír.
Acto seguido, el segundo ángel dijo la hora exacta que efectivamente era.
El primer ángel, sorprendido, le preguntó cómo lo sabía si no tenía reloj.
El segundo ángel le señaló el cielo:
de las tonalidades que se sucedían en las alturas,
el color de ese justo, justo, justo instante
sólo podía ser el de esa hora concreta.
El cielo era como la identidad, convinieron,
conteniendo las ganas de llorar.
.
.
.
.
.
IMPACIENTES
Una mano fina y traslúcida —sin duda de ángel—
abre un Libro de familia
por la página donde la expresión de una mujer,
en blanco y negro (como su precipicio),
parece no sospechar que morirá (y murió)
con cuarenta y tantos años.
Sale de un portal un niño llorando enrabietado,
casi arrastrado por sus impacientes padres;
grita el nombre de su abuela como si fuera
la última vez que fuera a verla, pues los niños
no distinguen un adiós de un hasta luego
y temen no volver a ver a quienes les importan.
Tienen más razón ellos que sus ángeles,
que les prometen, mirando hacia otro lado,
que mañana todo seguirá igual.
.
.
.
.
Román, Elena. No (tan) ángeles. Madrid; Ed. Cartonera del escorpión azul, 2021.
.
‘CIERVA COMO MI MUERTE’, DE EVA YÁRNOZ
.
PASOS HACIA EL SOL
.
paso tercero
.
déjame esta piedra loca que me abruma sin contenidos. deja que esté y rompa la vertiente contenida del llanto. deja que no contenga la compuerta abierta, la caída sin fin del agua en la laguna negra. hoy no sé si compartir con la letra la luz que decía entreabierta. no sé la letra que sangra, ni la luz sostenida por la lengua que me abrasa.
.
hoy sólo quiero vibrar con Tu silencio.
.
aúna ahora las perlas del suelo. muerto el animal quedó su cuerpo negro. quedó negro su cuerpo, con la concha abierta en el suelo abierto. no contengo más la palabra que conduce a la duna que baja. no bajo más por las vertientes del llanto que dice la sal amarga y el conato. no aviso más con los nombres puestos gritando. ciega me muevo en el silencio que no hallo. no hallar la vacua calidad del aire invisible que respiro. no yacer incontenible en el silencio con que me bato. no negar más la voz sola que conduce a los parajes bellos. no contener sin avisar la luz última que decías, antes de consumir Tus alimentos.
.
no sabe el agua que ondula, su baile incontenible ni su moldura. no sabe con la luz apretando los confines del hábito solemne.
.
no sabes la luz abierta con el nombre. no sabes la contención ridícula que te conduele. no conviertas más los amarillos del sopor en las tardes ciegas del moribundo. no conviertas más la hez bella que contienen los campos de raíces.
.
sí, dije aún con la niebla, dije aún con la voz que se quiebra. dije
.
ahora con los dedos ahora
.
la luz generosa la luz tibia
.
no sé dos ojos vibran amarillos, ciegan la incertidumbreúltima.
.
dos ojos ciegan amarillos, vibran y sacuden los confines que me contienen. quiero expandir el territorio del hambre. que la abruma sacuda la hiel inerme y produzca Nombres Simientes.
.
solloza la simbología de los términos. no conmutan ni convencen. enrarecen con su fiebre la sed que recorres, y no dicen.
.
padeces la soledad del término.
.
.
.
paso cuarto
.
para consolidar los amarres de los nombres, díctame blanda la ruptura. díctame ahora la rendición segura en los patios vacíos que no se visualizan. en los lugares vacíos del llanto contenido, abraso con la fiebre la última comida.
.
dejo que digas Tú que resbalas como pendiente vacía. dejo que los lugares solos se definan. resbalo por los confines del nombre y me derrumbo sola en la colina. no consolido más sin decir la pértiga pertinaz que me alza, ni la verdad a medias que se sabe escondida. no contengo más, con la fiebre ahora, la pertinaz lluvia que decían, para sofocar los fuegos de la frente.
.
.
.
.
.
CIERVA
tan no cosa hierve la ira, lame la rama que no se sabe qué color alcanza cuando se eleva hasta un reino de alaridos y rompe con lanzas amarillas. la piedra es arrojadiza. en carne viva mis manos. porque vi a las aves levantar el vuelo hacia algún espacio vacío donde podían respirar. pulmón de fiebre, rápido llanto de volteo metálico. cierva como mi muerte. en el arroyo no alcanzas la colina. si pudieras escuchar tu música y decir de una vez por todas la verdad que no es rosa pulida ni llanto.
.
.
.
.
.
JINETE
prisión cervical donde el llanto ausculta las paredes del útero. coge ahora el cabo y arranca la ligadura. si ves lejos la voz ausente que se ríe y aumenta su poder en ti, huye.
te persigue ahora en amarillos de la tarde. oscura la tentación de permanecer. pero duele ya el placer de esperar los caldos que no templan. los caldos fríos quedaron para verte sola ahora con las riendas en la mano. riendas sueltas sin caballo. no golpees más su hocico porque ni razones ni texturas ni manos en sus manos. no hay más cabos sueltos, ni mundos y cosas, o cosas y espacio. sólo tú ahora arrancas el paso. sin riendas, con camino, rompe con tu espalda las ligaduras.
.
.
.
.
.
RÍO QUIETO
ahora que el río está quieto y no circula, ahora que el agua se estanca y las aves no vuelan, estoy aquí con la pluma del barro, entramada con las hojas.
.
.
.
.
.
ESCRITURA
deshaz lo escrito en la nieve pura.
convierte ahora, si sabes, los sonidos leves en lo solo que no se escribe.
en el suave deletrear, con las letras que distinguen los perfiles de la escritura, hay un blanco socorrer de las letras.
.
.
.
.
Yárnoz, Eva. Cierva como mi muerte. Madrid; Ed. Cartonera del escorpión azul, 2023.
.
VARIACIÓN SOBRE EL RECORDATORIO DE LOS CUATRO ELEMENTOS -extracto-
.
No puede ser más verde ni contener tanta historia rocambolesca este nocturno lugar, cerca del órgano y la vela, el mantel de hilo y la conversación acelerada únicamente por el corazón de la pausa.
Siento paz, casi nadie es mi enemigo en este instante, estoy en el espejo junto a mí, ¡y a nadie le importa lo más mínimo ni mi tristeza de siglos ni mi veladura! Ser sincero es lo más sencillo de este mundo.
¡Absorbamos la genial embestida de los sentimientos difíciles, creados para contrariar a las fuerzas medianas! ¡Demos el salto hasta el cristal sin medida, para sufrir después por alguna consideración ajena! Lo importante:
xxxxxxxxxHay que escribir bien
xxxxxxxxxporque alguien nos escucha.
xxxxxxxxx¿Cómo no vas a querer, entonces,
xxxxxxxxxla perfección? Al menos
xxxxxxxxxtapar lo que puedas tapar —nada—,
xxxxxxxxxy siempre con el bien
xxxxxxxxxporque es fuerte y no por ningún dado.
xxxxxxxxxLo antiguo es antiguo por sabio,
xxxxxxxxxno por uso abyecto
xxxxxxxxxo química imprecisa.
xxxxxxxxxLa voz camina en todos no por ser tan útil
xxxxxxxxxsino porque, después de comenzar,
xxxxxxxxxacabar es imposible.
xxxxxxxxx(Hay más leyes, inventarlas es difícil.)
xxxxxxxxxCuando escribes, alguien lee
xxxxxxxxxtu mente es un paisaje
xxxxxxxxxdonde cada signo cuenta
xxxxxxxxxel avance o el grave error.
xxxxxxxxxTen cuidado entonces, y justo
xxxxxxxxxhaz de todo algo exacto
xxxxxxxxxporque no tienes el lujo de estar solo.
Todo se hace y se convoca para alguien. El más solo es, además del más triste, el más cómico, pues es imposible. Aunque parezca que hay espacios, cuartos, ventanas con patios y demás catálogos pensando para dos pulmones, todo es mínimo para cuatro: ¡de ahí tu madre! No basta con ser silencioso, calmar la ira o hacer que caminas melancólico, ya que todo viene de alguien y hacia alguien se dirige. En este sentido, las palabras son un modo de reunión, y el único silencio que existe es aquel producido después de atravesar todo el conjunto de las palabras. ¡Cualquier otro silencio es falso! Por eso escribir es conquistar la paz, pero no sin antes ser el mayor de los salvajes. No creo en ningún otro tipo de investigación, y me dan miedo los que van hacia el silencio sin plantearse qué es el sonido, qué es callar y qué los distingue. Qué es, en definitiva, la soledad.
* * *
Los raíles cruzan en ambos sentidos unas calles empedradas hacia el gris. No es común la alegría a menos que se abra la charla. Caballos duermen para siempre detrás de los kioskos, a los que les atraviesa un cajero. Todas las botellas de agua tienen memoria, y el algodón es pasajero para los cristales gruesos. Sitios de cambio de dinero, cafeterías con velas y puentes sobre el Vístula sirven de ofrenda al escritor histórico. Giran, con ellos, las cervezas cálidas, antes de bajar por las escaleras de la trompeta. Todo alude a la lógica, al posible cambio de la gramática ceñida. Decir que no, tan tarde, para abandonar el ámbar, cuando haya desaparecido. Sin camino paralelo, lejos el doble irreal. Abandonado, como digo, al viaje, que es tutor:
xxxxxxxxxxxxDetrás de la nieve
xxxxxxxxxxxxla música es lenta
xxxxxxxxxxxxpara el fácil morir,
xxxxxxxxxxxxuntado de sol seco.
xxxxxxxxxxxxHay un golpe d guante
xxxxxxxxxxxxen la bufanda de la plaza,
xxxxxxxxxxxxa la que atento observo
xxxxxxxxxxxxcon alma de lechuza.
xxxxxxxxxxxxVarias veces marginaron
xxxxxxxxxxxxa mi fuerza, por completa,
xxxxxxxxxxxxpero mi orden satisface
xxxxxxxxxxxxhasta al tímido y violento.
xxxxxxxxxxxxSiempre estarás conmigo,
xxxxxxxxxxxxconfianza, en el café
xxxxxxxxxxxxo en el desván último
xxxxxxxxxxxxrodeado de libros ciegos.
Mirar hacia donde no queda, porque por donde se ha caminado todo es recuerdo, más veloz o más calmo. Como si hacer algo una sola vez bastara para que el mundo se dé por completado, y tengamos que salir del mapa para imaginar. ¡Qué cansancio de otros ecos! ¡Qué de palabras provenientes de un lugar que yo ya sé! Dame, mundo, una ruta nueva, ya que yo cumpliré intuitivamente los senderos, los caminos, tus paisajes.
.
.
.
.
Guijarro, Álvaro. Cuaderno de Cracovia. Madrid; Ed. Cartonera del escorpión azul, 2023.
.
LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (202)
.
Hace unos días me llegaba a casa la colección de libros-catálogos o catálogos-libros publicados por la Galería Luis Burgos que pueden ver en la imagen. Además de los pintores, entre los poetas están Eduardo Moga, Olga Novo, Jenaro Talens, Vicente Valero, María José Flores, Sergio Gaspar o Yaiza Martínez.
Quiero dejar aquí mi agradecimiento público a Jordi Doce por haberme facilitado estas joyas.
Y ya saben, en cuanto pueda iré dejando muestras de ellos.
.
Y EL TIEMPO ARRUGÁNDOSE BAJO NUESTROS PIES
.
UNA enseñanza insospechada. Comienzo a saber disfrutar
de la satisfacción del deber no cumplido.
.
.
.
NO te lleves a engaño. Vamos en la misma dirección,
no por el mismo camino.
.
.
.
CUANDO no sé de dónde vienen ni adónde van, ¿cómo
pretender que estos fragmentos sean de mi propiedad?
.
.
.
TANTO correr para no movernos de aquí, y el tiempo
arrugándose bajo nuestros pies como una alfombra.
.
.
.
LE decepciona que los hechos le respalden. Creía tener más
imaginación.
.
.
.
LAS palabras: trenes que pasan una y otra vez
ante lo que no tiene nombre.
.
.
.
PERDER el tiempo, multiplicarlo.
.
.
.
DA igual si sus razones no son reales. Su odio sí lo es.
.
.
.
NO olvida nada. Nada lo suelta. No se mueve.
Siempre es el mismo.
.
.
.
SI una cosa no te lleva a otra, olvídala.
.
.
.
ESCRIBIR lo que importa, eso, lo que a nadie importa
que escribas.
.
.
.
NO ya la sensación de estar asistiendo desde fuera
a la película de mi vida, sino de haberme equivocado
una y otra vez de plató, de rodaje, de sala.
.
.
.
NO esgrimas tu sinceridad como un arma.
Tendré que mentir para defenderme.
.
.
.
ESCRIBE páginas y más páginas, y el libro verdadero corre
tras él con la lengua fuera, incapaz de alcanzarle.
.
.
.
LA página escrita y su tercera dimensión, el lector.
.
.
.
NO te hagas ilusiones, escribir tampoco te permitirá salirte
con la tuya.
.
.
.
YA son demasiados los que, luego de cruzarte con su lanza,
te reprochan haberla manchado de sangre.
.
.
.
FRASES que portan sus mensajes como filas de hormigas
volviendo al hormiguero. Ese olor a carroña.
.
.
.
EL único lugar donde es imposible saber la hora exacta:
una relojería.
.
.
.
ES preciso conocernos a nosotros mismos como se conoce
a un enemigo. Con una diferencia: aquí se llega al enemigo
desde el conocimiento.
.
.
.
LA extraña metamorfosis que convierte el camino de cabras
de la escritura en una autopista para la lectura.
.
.
.
EL satírico. Ante todo se odia, pero no hasta el punto
de no escribir.
.
.
.
NOTICIAS, noticias, noticias… Lo peor de tanta abundancia:
que hemos dejado de preguntar.
.
.
.
A alguien que le congratulaba por su .regreso .a .la .vida .pú-
blica le respondió:
xxxxx—Yo no he dejado de hablar, tal vez es que usted no es-
cuchaba.
.
.
.
MIENTRAS tuve .contrincantes concretos, localizados, trabajé
con más ahínco. La urgencia y la ira allanaban el camino.
xxxxxxNo tener enemigos es otra forma de soledad, tal vez la
más estéril.
xxxxxxEsto no es fácil de decir.
.
.
.
AQUEL hombre no podía pisar dos veces el mismo camino.
Aprendió a volar.
.
.
.
EL tiempo cura las heridas, tal vez, pero a costa
de anestesiar todo cuanto las rodea.
.
.
.
SIEMPRE es tarde para lo que importa.
.
.
.
CREEMOS conocer a alguien, pero es solo aquello
que responde a nuestra presencia.
.
.
.
HETERONIMIAS por delegación. Si al salir a la calle nos
cruzáramos con las representaciones que los demás hacen
o han hecho de nosotros, no nos reconoceríamos.
.
.
.
EN poesía, la simple corrección es incorrecta.
.
.
.
EN ciertos asuntos, ir al comienzo es ya una forma
de conclusión.
.
.
.
FRASES como pértigas, para saltar por encima de uno mismo.
.
.
.
A decir verdad, en mis travesías del desierto me han sido
muy útiles los espejismos.
.
.
.
PÁGINAS que al ignorarlas te saltan a los ojos.
.
.
.
TODO huye hacia otro lugar. Y ese lugar está en nosotros,
y no lo vemos.
.
.
.
A los sueños hay que ir buscando preguntas.
.
.
.
CUANDO vivir no es más que una insistencia.
.
.
.
¡QUÉ felicidad, ser todo lo que nadie espera de mí!
.
.
.
LO que es invisible de tan grande. Eso, lo que el poema ve.
.
.
.
NO basta con tener razón. Hay que aparentar no tenerla.
.
.
.
SOLO cuando me juzgo duramente soy incapaz de juzgar
a los demás. El desaliento masoquista es, en mi caso,
la primera condición de la tolerancia.
.
.
.
.
Doce, Jordi. Perros en la playa. Madrid; Oficina de Arte y Ediciones S. L., 2011.
.
POEMAS TONTOS DE AMOR
.
MATCH
Le puso un corazón
a mi foto.
Le puso humor
a sus mensajes.
Le puso atención
a mis respuestas.
Concertó una cita.
Llegó tarde
pero puntual.
Pidió un vino.
Me habló de libros
con entusiasmo.
Me contó
sus años fuera.
Me mostró
el timbre
de su voz.
Me sostuvo
la mirada.
Hizo que la tarde
pasara volando.
Se levantó.
Se despidió.
Dobló la esquina
agitando la mano.
Dejó que la echase
de menos
un tiempo
pero volvió.
Entonces
me eché a quererla.
Y en ello estoy.
.
.
.
.
.
SÍNTOMAS
No sé cómo va esto
porque no tengo experiencia
pero el caso es que hoy el aire
de la madrugada no duele
ni me molesta la cremallera rota.
Que me siento feliz, vamos.
Como siento la necesidad de contártelo
supongo que tú tendrás algo que ver.
Si observas algo raro dímelo,
que tengo cita el lunes con el especialista.
.
.
.
.
.
INVITACIÓN AL EXTRARRADIO
Vivo en los arrabales de la Vía Láctea
dentro de un sistema solar de mala muerte,
en la superficie de un planeta sin importancia,
ni siquiera en la capital de un país menor,
sino en las afueras de un pueblo
cuya historia es tan irrelevante
que no merece ni lindes,
cerca del lugar donde abandonan perros
y aparecen muertos ancianos con Alzheimer
tras interminables días de búsqueda.
Mi casa no es ni pequeña ni grande.
Desde una de sus ventanas se puede ver
una amplia porción de cielo;
un cielo mal enfocado,
de protección oficial
con mala distribución
que da para sustentar aviones,
unos pájaros precarios,
polen, polución y poco más.
El suelo no es mucho mejor
pero nos dejará bailar sobre él
—se lo he preguntado—,
ponerle encima las sillas y la mesa
donde cenaremos juntos el sábado
—si aceptas esta invitación—
y trataremos de buscarle
—prenda más, prenda menos—
un sentido a todo esto.
.
.
.
.
.
EL BESO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxHoy se ha inventao
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen este bar el beso.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxJosele Santiago
Hubo un beso primigenio,
uno que dio origen a todo:
el que sin duda vertebró la vida.
Es posible que saliera del mar,
que reptase sobre un manzano,
fuese fruto científico de la evolución,
y de incontables combinaciones labiales
a lo largo de millones de años
o uno de chiripa y a la primera.
O que naciese como un dios
durante una noche de tormenta
en una cueva llena de monos.
No importa el origen
si no el prodigio de saber
de la gravedad de unos labios
que atraen a otros a su superficie
a través del espacio y del tiempo,
esa magia que no existe pero que es.
Aunque he dudado de su existencia
por el vértigo ante lo infinito,
sé que vive entre nosotros
porque hoy delante de mí
y de todo el bar
se lo has dado a otro
que acto seguido,
desdeñando su importancia,
su brutal carga afectuosa, poética y sexual
se ha puesto a ver el fútbol
el muy imbécil.
.
.
.
.
.
DECIR «TE QUIERO»
Hay algo revolucionario en decir «te quiero».
Siembra confianza en quien lo escucha
y serenidad en quien lo pronuncia.
Decirlo es comenzar una reacción en cadena:
el paciente cero contagia al uno y al dos,
que a su vez lo transmiten al tres y al cuatro,
a los que no conoces y seguro también lo merecen.
Así, exponencialmente y en poco tiempo,
tu «te quiero» ha alcanzado a media humanidad
y con suerte tenemos una epidemia
de gente confiada y serena compartiendo el planeta.
Decir «te quiero» es lanzar una bomba atómica
en la estructura molecular del mal,
por eso no hay que banalizar el acto
hasta que acabe sonando a «el café está frío».
Hay que decirlo al ritmo que dicte tu corazón,
lentamente, como quien dona sangre.
Decir «te quiero» cambia el curso de la historia
y crea un vínculo eterno
entre los que aún no saben decirlo
y los que ya no pueden escucharlo.
.
.
.
.
.
POEMA DE AMOR UN POCO ASÍ
No me quiero dormir hoy sin contarte
que agradezco, que disfruto y que soy,
que estoy, que ya he llegado y que aún voy
donde quieras, las verdad por delante.
Que cuando vienes tú tiembla el misterio,
aparco la neura, estoy muy distinto;
ni siquiera importa si blanco o tinto
o no queda priva. Lo digo en serio.
Es que se me hace el culo pesicola
cuando estás en mi casa, y si no escucha:
tengo un pasado, camino de dos
pero nunca tuve en esta chabola
nada como tus pelos en la ducha,
que viva la virgen, me cago en dios.
.
.
.
.
Ramos, Pepe. El cielo de las cajeras. Alicante; Ed. Mankell, 2023.
.
LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (201)
.
Hace unos días me llegaba a casa el último libro de Alfredo Rodríguez, ‘Dragón custodiando el misterio’, publicado por Chamán ediciones. Muchísimas gracias, Alfredo, por seguir contando conmigo para poder leerte.
Y, ya saben, en cuanto pueda mostraré algunos poemas.
.
ALGUNOS POEMAS DE LA SEGUNDA SECCIÓN DE ‘JUNTO AL POZO DEL VIVIR Y EL VER’, DE CHARLES REZNIKOFF
.
3
¿Le haría el favor de escribir una carta por él?
Un tipo poco agraciado, los años le pesaban.
Tenía acento al hablar,
pero no pude identificarlo
y supuse que habría llegado a este país
en su juventud
y se habría puesto directamente a trabajar.
«Por supuesto».
«Tengo papel y sobre;
dos, por si uno se estropea».
Sonrió, sacó papel de carta y un sobre de su bolsillo
y fuimos a uno de los mostradores de correos.
Tomé un bolígrafo.
La carta iba dirigida a una muchacha llamada Sadie
en un pueblo en algún lugar
de Connecticut o Pensilvania.
Escribí el nombre completo y la dirección en el sobre
mientras él me observaba.
«Bueno, ¿qué quiere que ponga?».
«Querida Sadie», comenzó, «Te quiero.
¿Lo tiene?». «Sí. Continúe».
«Te quiero».
«Ya lo ha dicho. ¿Qué más?».
«Te quiero. Vuelva a escribirlo».
«Muy bien. ¿Qué más?».
«Te quiero».
Le miré. «¿No tiene más que decir?».
«Sí».
Se quedó un rato pensando y dijo:
«Te quiero mucho. ¿Lo tiene?».
«Ahora ponga…». Estuve tentado de decir
Te quiero,
pero no quería reírme de él.
«Escriba: Por favor perdóname, Sadie».
«Es que, mire usted», me dijo, volviéndose hacia mí,
«se fue con otro
y yo la llamé ‘puta’, ‘zorra’,
y ahora no quiere verme.
Escriba: Por favor perdóname, Sadie. Te quiero».
Pensé en un pájaro común y corriente con solo dos o tres notas
trinando allá en un árbol en invierno.
.
.
.
.
.
15
Iba en el autobús con dos hombres sentados a mi lado:
bien vestido, de buen comer; entre cuarenta y cincuenta años;
miembros respetados de su comunidad, desde luego;
hablaban con calma,
como hablan los hombres bien educados y de buena posición social,
y el idioma sería griego o italiano.
Lo poco que lograba oír me impedía decidirme.
De pronto, una mujer que estaba sentada justo detrás de ellos
levantó la voz:
«¿Por qué no hablan americano?
Viven aquí, ¿no?
¡Se ganan la vida aquí,
pues hablen americano!».
Uno de los hombres se giró para echarle un vistazo
y luego los dos siguieron hablando en griego o en italiano,
con calma, muy serenamente,
aunque de vez en cuando la mujer prorrumpía,
«¿Por qué no hablan americano?».
Si estos hombres fueran judíos, pensé,
qué incómodos se sentirían;
lo sabríamos por sus semblantes.
Uno de ellos hasta le diría a la mujer,
si su inglés fuera lo bastante bueno,
«Estamos en un país libre, ¿no?».
Y habría una discusión a gritos.
O bien guardarían silencio.
Sin embargo, aquellos dos hombres siguieron charlando
como de costumbre
y ninguno se giró hacia la mujer
ni mostró con gestos o muecas
que la habían oído.
Por fin, ella se incorporó y fue a sentarse a mi lado.
«¿Qué le parecen esos tipos?», me preguntó.
«¿Por qué no hablan americano?
Viven aquí, ¿no?
¡Se ganan la vida aquí!».
«Tenga usted paciencia», le dije.
«El inglés no es un idioma fácil de aprender.
Además, si ellos no lo aprenden, sus hijos lo harán;
tenemos buenos colegios, ¿sabe?».
Me miró con recelo
y, cuando el autobús se detuvo, se apeó a toda prisa,
huyendo de nuestra contaminación.
Entonces uno de los hombres se volvió hacia mí y me dijo con calma,
en un americano impecable sin rastro de acento extranjero:
«Esa mujer está algo chiflada, ¿no cree?».
.
.
.
.
.
17
Era un restaurante agradable
con un fuego chisporroteando en el hogar
—no real, sino de adorno—
y bonitas chicas negras atendiendo las mesas.
En la mesa un anciano bien parecido
con el rostro rubicundo y el pelo cano
charlaba con sus compañeros; les hablaba con voz suave
sobre los refugiados judíos que entonces llegaban a este país
desde la Alemania nazi
y se oponía con buenas maneras
a que se les permitiera entrar;
y su rostro nunca perdía la sonrisa
al considerar la necedad de los políticos.
Personas inocentes —hombres, mujeres y niños—
a las que se les ordenaba salir de sus camas en mitad de la noche
y que eran arrastradas por callejas laterales para no perturbar el sueño de los ciudadanos arios,
y que luego esperaban con sus bultos en andenes de estaciones
a que los trenes de mercancías se los llevaran
¿adónde?
Nosotros que sobrevivimos a ese tiempo finalmente lo supimos.
Y esta gente con rostros inteligentes y tranquilos
en restaurantes y cuartos acogedores
hablando contra ellos sin perder la ecuanimidad
con rostros sonrientes y voces joviales y bien educadas.
.
.
.
.
.
18
Lo vi una noche, caminando lentamente
con una bandeja de chicles y caramelos:
un muchacho judío de quince o dieciséis años
con grandes ojos negros y el semblante dulce.
Se metió furtivamente en una taberna,
pero supongo que no tardaron en echarlo
porque salió poco después
por la puerta batiente.
Me pregunté qué estaría haciendo
tan lejos de un barrio judío
(me conocía las calles secundarias
y a los gamberros que hacían tiempo en las esquinas y las escaleras frontales).
¡Menudo premio, este niño desgarbado con su bandeja!
Me acerqué a avisarle
de que no se apartara de la avenida bien iluminada.
Me escuchó sin desviar la mirada y siguió su camino con calma.
Lo miré con asombro
y pensé: ¿es que nada te da miedo?
¿Ni la captura de Jerusalén a manos de los babilonios, los romanos, los cruzados?
¿Ni los progromos en Rusia?
¿Ni los campos de exterminio nazis en Alemania?
¿Cómo puedes ir por ahí con tanta calma?
.
.
.
.
.
24
De vez en cuando compro un periódico alemán
por el placer que aún me depara el idioma:
en realidad, es una lengua de soldados
o más bien de sargentos:
un trabalenguas de consonantes, acentuadas y crujientes;
el inglés de Hengist y Horsa.
Me gustan los anuncios de periódico:
son un atisbo de cómo la gente vive
y se gana la vida.
Esta vez —en un periódico alemán publicado en este país—
leo bajo SE NECESITA PERSONAL FEMENINO:
«¡He aquí el puesto que estaba buscando!
Buena paga, bonito apartamento, un niño,
poco trabajo doméstico, comidas sencillas:
¡un buen hogar para una persona con suerte!».
«¡Una persona con suerte!».
¡A qué norteamericano se le ocurriría decir a una criada
que tiene la «suerte» de serlo,
por buena que fuera la paga y sencillo el trabajo!
.
.
.
.
.
26
La enfermera que venía de trabajar toda la noche
se subió al autobús. Zapatos blancos y medias de seda blanca;
cuerpo esbelto y manos grandes y fuertes;
una mujer hermosa todavía
con su cabello rubio bien peinado.
Son poco más de las seis esta mañana de mayo
y la luz del sol, que brilla en los coches aparcados junto al bordillo
y en los adornos cromados de los escaparates,
ilumina su rostro.
Pero hay arrugas en su garganta y líneas de expresión en su frente;
de vez en cuando el cansancio le hace cerrar los ojos
y doblar discretamente sus fuertes manos sobre el regazo.
Cuando se baja del autobús tiene los hombros encogidos:
ni rastro, en su cabeza y en su cuerpo, del porte orgulloso
con que se subió al autobús… y a la vida.
.
.
.
.
Reznikoff, Charles. Junto al pozo del vivir y el ver (Trad. Jordi Doce). Barcelona; Ed. Kriller71, 2023.
.