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Archive for febrero 2018

BREVIARIO DE LA MAR

 

¿Qué me ha traído aquí,
donde el mar sabe?

Cuanto se alcanza a ver
se está hundiendo en la luz,
va a tocar fondo.

Ya fregué mi cuchara,
que arda el día.

La única palmera
está plantada allí,
muy ojo adentro
de alguna ensoñación.

Eso que ahora crepita,
lo sonámbulo,
eso sé que hablará.

 

 

 

 

Caminos, qué secretos,
cómo sabéis guardaros
del llegar y el partir,
cuánta quietud traéis
a quien os sigue.

Las acequias, los huertos,
huyendo de la mar,
se han quedado dormidos
entre cañas.

También yo he sido niño,
os velaré,
aguas dulces y frutos.

 

 

 

 

Camino de la playa
se empeñan en oler
estos naranjos.

La uña de león
hace lo suyo
por fijarme a la tierra,
y allí vivo,
plantado a pie de página
del cielo.

Están desordenando
los vuelos de los pájaros el aire,
no sé qué hacen del sol,
lo multiplican.

He pisado unas cañas,
y cantaron.

 

 

 

 

Este gesto
de hindir
las manos
en la arena
caliente de la playa,
cuántos antes,
cuántos después
supieron
lo que aquí
se hace tacto,
cómo sopla
el viento en las falanges
que tanto codiciaban,
y entra ardiendo
en la fiesta del polvo
todo el brazo hasta el hombro
y no dolía.

 

 

 

 

Después del gran derroche,
con esa calderilla
que guardaba,
el sol compra el océano,
lo cubre de monedas.

Este abandono, ahora,
es justo lo que el mar
está teniendo a bien.

Corre el viento, esos granos
de arena que dejó
crujiendo entre los dientes
son también
a su manera pan.

Tibieza de las plantas,
mis pasos a la orilla,
¿quién los ve dibujarse?

¿O es que está floreciendo
la soledad aquí?

 

 

 

Gallego, Vicente. Breviario de la mar. Valencia; Ed. Banda legendaria, 2016.

 

DESPUÉS DE LA VISITA DE CANDAYA Y BANDA LEGENDARIA A MURCIA

Qué auténtico gustazo la tarde/noche de ayer.

Siempre es un auténtico placer recibir la visita de los responsables de la editorial Candaya en Murcia. Su saber hacer, el trabajo que dedican a cada uno de los libros que editan y el amor hacia la palabra, consigue que quererlos sea sencillísimo. Aunque la excesiva exposición de teoría filosófica, literaria y de la imaginería que utiliza el autor hizo que la presentación se me hiciera algo pesada, no es menos cierto que tanto el planteamiento como algunas de las pinceladas que contó Álex Chico sobre cómo la había llevado a cabo, consiguió que me picara la curiosidad, así que en cuanto pueda intentaré hacerme con la novela.

 

 

 

 

 

La presentación de la revista 21veintiúnversos, así como de las ediciones que lleva a cabo la editorial Banda Legendaria, fueron de las que hacen uno vuelva a casa con las baterías cargadas para varios días.
La revista 21veintiúnversos es, sencillamente, genial; la mezcla de nombres y diseño es absolutamente maravillosa. Pero es que las otras dos colecciones que tienen, además de la revista, es para hacerse con ellas sin pensárselo.
Ojalá se les pudiera ver por Murcia con más asiduidad.

 

 

Y luego, ya saben: unas cervezas, que estas cosas dan mucha sed, y hablar de amigos comunes. Y, lo repito: ojalá se repitieran estas noches con algo más de frecuencia.

 

 

CANDAYA Y BANDA LEGENDARIA EN MURCIA

Esta tarde, como ocurre pocas veces en Murcia, hay dos oportunidades de lujo de sentir cómo la literatura con mayúsculas pasa por esta ciudad orgullosa de ser tan paleta la mayoría de los días.

 

A las 7 y media de la tarde se presenta la nueva novela publicada por la catalana editorial Candaya, ‘Un final para Benjamin Walter’, de Álex Chico. La presentación correrá a cargo del autor, que estará acompañado de Miguel Ángel Hernández Navarro.

 

 

 

Y a las 9 y media se presentará la revista 21veintiúnversos, presentada por Juan Pablo Zapater y Víctor Segrelles.

 

 

CUANDO VOLAMOS POR ENCIMA DE LAS NUBES

 

CUANDO VOLAMOS POR ENCIMA DE LAS NUBES,
pienso: lo mejor sería volar para siempre. Aquí hace sol. Todo
tan tranquilo aunque el avión pueda estrellarse y adiós vida.
Tanteo una voluminosa antología de la poesía gay americana
contemporánea. No me decido a abrirla. No podría figurar en
ella, claro. En la otra mano sujeto un ensayo sobre las nuevas
tendencias de la poesía eslovena actual. Me parece
que aquí tampoco me encuentro. Finjo la normalidad aunque
nada sea normal. Los poetas americanos me envidian el hecho
de que no soy uno de muchos. Los eslovenos sienten pudor,
se traban, prefieren callar. Sospecho que tienen miedo.
A veces tiene que ver con la envidia. De ninguna forma
logran reunir centenares de personas en la calle. Ni siquiera por
ideas que acabarían muriendo. Así que no participan, y eso ya
lo dice todo. Y sin embargo esos dilemas resultan tan inútiles.
Es absurda su lucha por la mención en la historia. No tengo
ganas de leer, como si fuera una lengua extranjera. Observo
las nubes que se acumulan, amasan y rozan, las blancas
forman un suelo suave e invitan a salir fuera
y acostarse en ellas. Así se inventaron los ángeles.

 

 

 

Mozetič, Brane. Banalidades (Trad. Marjeta Drobnič)Madrid; Ed. Visor, 2013.

 

TRILCE

 

xxxxxIII

Las personas mayores
¿a qué hora volverán?
Da las seis y el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.

Madre dijo que no demoraría.

Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estamos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.

Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es el más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.

Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
xxxxxxxxxxxxxxxxxxno pudiésemos partir.

Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a ver dejado solo,
y el único recluso sea yo.

 

 

 

 

xxxxxV

Grupo dicotiledón. Oberturan
desde él petreles, propensiones de trinidad
finales que comienzan, ohs de ayes
creyérase avaloriados de heterogeneidad.
¡Grupo de los dos cotiledones!

A ver. Aquello sea sin ser más.
A ver. No trascienda hacia afuera
y piense en son de no ser escuchado
y crome y no sea visto.
Y no glise en el gran colapso.

xxLa creada voz rebélase y no quiere
ser malla, ni amor.
Los novios sean novios en eternidad.
Pues no deis 1, que resonará al infinito.
Y no deis 0, que callará tanto,
hasta despertar y poner de pie al 1.

Ah grupo bicardiaco.

 

 

 

 

xxxxxVI

El traje que vestí mañana
no lo ha lavado mi lavandera;
lo lavaba en sus venas otilinas,
en el chorro de su corazón, y hoy no he
de preguntarme si yo dejaba
el traje turbio de injusticia.

A hora que no hay quien vaya a las aguas,
en mis falsillas encañona
el lienzo para emplumar, y todas las cosas
del velador de tanto qué será de mí,
todas no están mías
a mi lado.

xxxxxxxxxxxxxQuedaron de su propiedad,
fratesadas, selladas con su trigueña bondad

Y si supiera si ha de volver;
y si supiera qué mañana entrará
a entregarme las ropas lavadas, mi aquella
lavandera del alma. Qué mañana entrará
satisfecha, capulí de obrería, dichosa
de probar que sí sabe, que sí puede
xxxxxxxxxxxxxxxxxx¡cómo no va a poder!
azular y planchar todos los caos.

 

 

 

 

xxxxxIX

Vusco volvvver de golpe el golpe.
Sus dos hojas anchas, su válvula
que se abre en suculenta recepción
de multiplicando a multiplicador,
su condición excelente para el placer,
todo avía verdad.

Busco volvver de golpe el golpe.
A su halago, enveto bolivarianas fragosidades
a treintidós cables y sus múltiples
se arrequintan pelo por pelo
soberanos belfos, los dos tomos de la Obra,
y no vivo entonces ausencia,
xxxxixxxxni al tacto.

Fallo bolver de golpe el golpe.
No ensillaremos jamás el toroso Vaveo
de egoísmo y de aquel ludir mortal
de sábana,
desque la mujer esta
xxxxixxx¡cuánto pesa de general!

Y hembra es el alma de la ausente.
Y hembra es el alma mía.

 

 

 

 

xxxxxXI

He encontrado a una niña
en la calle, y me ha abrazado.
Equis, disertada, quien la halló y la hallé,
no la va a recordar.

Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle
el talle, mis manos han entrado en su edad
como en par de mal rebocados sepulcros.
Y por la misma desolación marchóse,
xxxxxdelta al sol tenebroso,
xxxxxtrina entre los dos.

xxxxxxxx«Me he casado»,
me dice. Cuando lo que hicimos de niños
en casa de la tía difunta.
xxxxxxxxSe ha casado.
xxxxxxxxSe ha casado.

Tardes años latitudinales,
qué verdaderas ganas nos ha dado
de jugar a los toros, a las yuntas,
pero todo de engaños, de candor, como fue.

 

 

 

 

xxxxxXIII

Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón d dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.

Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la Sombra,
aunque la Muerte concive y pare
de Dios mismo.

Oh Conciencia,
pienso, sí, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.

Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.

¡Odumodneurtse!

 

 

 

 

xxxxxXIV

Cual mi explicación.
Esto me lacera de tempranía.

Esa manera de caminar por los trapecios.

Esos corajosos brutos como postizos.

Esa goma que pega el azogue al adentro.

Esas posaderas sentadas para arriba.

Ese no puede ser, sido.

Absurdo.

Demencia.

Pero he venido de Trujillo a Lima.
Pero gano un sueldo de cinco soles.

 

 

 

 

xxxxxXV

En el rincón aquel, donde dormimos juntos
tantas noches, ahora me he sentado
a caminar. La cuja de los novios difuntos
fue sacada, o tal vez qué habrá pasado.

Has venido temprano a otros asuntos
y ya no estás. Es el rincón
donde a tu lado, leí una noche,
entre tus tiernos puntos,
un cuento de Daudet. Es el rincón
amado. No lo equivoques.

Me he puesto a recordar los días
de verano idos, tu entrar y salir,
poca y harta pálida por los cuartos.

En esta noche pluviosa,
ya lejos de ambos dos, salto de pronto…
Son dos puertas, abriéndose cerrándose,
dos puertas que al viento van y vienen
sombraxxxxxxxxxxxaxxxxxxxxxxsombra.

 

 

 

 

xxxxxXVIII

Oh las cuatro paredes de la celda.
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.

Criadero de nervios, mala brecha,
por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias aherrojadas extremidades.

Amorosa llavera de innumerables llaves,
si estuvieras aquí, si vieras hasta
qué hora son cuatro estas paredes.
Contra ellas seríamos contigo, los dos,
mas dos que nunca. Y ni lloraras,
di, libertadora!

Ah las paredes de la celda.
De ellas me duele entretanto más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas
llevan por bromurados declives
a un niño de la mano cada una.

Y sólo yo me voy quedando,
con la diestra, que hace por ambas manos,
en alto, en busca de terciario brazo
que ha de pupilar, entre mi donde y mi cuando,
esta mayoría inválida de hombre.

 

 

 

 

xxxxxXXXIV

Se acabó el extraño, con quien, tarde
la noche, regresabas parla y parla.
Ya no habrá quien me aguarde,
dispuesto mi lugar, bueno lo malo.

Se acabó la calurosa tarde;
tu gran bahía y tu clamor; la charla
con tu madre acabada
que nos brindaba un té lleno de tarde.
Se acabó todo al fin: las vacaciones,
tu obediencia de pechos, tu manera
de pedirme que no me vaya fuera.

Y se acabó el diminutivo, para
mi mayoría en el dolor sin fin
y nuestro haber nacido así sin causa.

 

 

 

 

xxxxxXXXV

El encuentro con la amada
tanto alguna vez, es un simple detalle,
casi un programa hípico en violado,
que de tan largo no se puede doblar bien.

El almuerzo con ella que estaría
poniendo el plato que nos gustara ayer
y se repite ahora,
pero con algo más de mostaza;
el tenedor absorto, su doneo radiante
de pistilo en mayo, y en verecundia
de a centavito, por quítame allá esa paja.
Y la cerveza lírica y nerviosa
a la que celan sus dos pezones sin lúpulo,
y que no se debe tomar mucho!

Y los demás encantos de la mesa
que aquella núbil campaña borda
con sus propias baterías germinales
que han operado toda la mañana,
según me consta, a mí,
amoroso notario de sus intimidades,
y con las diez varillas mágicas
de sus dedos pancreáticos.

Mujer que, sin pensar en nada más allá,
suelta el mirlo y se pone a conversarnos
sus palabras tiernas
como lancinantes lechugas recién cortadas.
Otro vaso y me voy. Y nos marchamos,
ahora, sí, a trabajar.

Entre tanto, ella se interna
entre los cortinajes y ¡oh aguja de mis días
desgarrados! se sienta a la orilla
de una costura, a coserme el costado
a su costado,
a pegar el botón de esa camisa,
que se ha vuelto a caer. Pero hase visto!

 

 

 

 

xxxxxXLIII

Quién sabe se va a ti. No lo ocultes.
Quién sabe madrugada.
Acaríciale. No le digas nada. Está
duro de lo que se ahuyenta.
Acaríciale. Anda! Cómo le tendrías pena.

Narra que no es posible
todos digan que bueno
cuando ves que se vuelve y revuelve,
animal que ha aprendido a irse… No?
Sí! Acaríciale. No le arguyas.

Quién sabe se va a ti madrugada.
¿Has contado qué poros dan salida solamente,
y cuáles dan entrada?
Acaríciale. Anda! Pero no vaya a saber
que lo haces porque yo te lo ruego.
Anda!

 

 

 

 

xxxxxXLVI

La tarde cocinera se detiene
ante la mesa donde tú comiste;
y muerta de hambre tu memoria viene
sin probar ni agua, de lo puro triste.

Mas como siempre, tu humildad se aviene
a que le brinden la bondad más triste.
Y no quieres gustar, que ves quien viene
filialmente a la mesa en que comiste.

La tarde cocinera te suplica
y te llora su delantal que aún sórdido
nos empieza a querer de oírnos tanto.

Yo hago esfuerzos también; porque no hay
valor para servirse de estas aves.
Ah¡ qué nos vamos a servir ya nada.

 

 

 

 

xxxxxXLIX

Murmurando en inquietud, cruzo,
el traje de sentir, los lunes
xxxxixxxxde la verdad.
Nadie me busca ni me reconoce,
y hasta yo he olvidado
xxxxixxxxde quién seré.

Cierta guardarropía, sólo ella, nos sabrá
a todos en las blancas hojas
xxxxixxxxde las partidas.
Esa guardarropía, ella sola,
al volver de cada facción,
xxxxixxxxde cada candelabro
xxxxixxxxciego de nacimiento.

Tampoco yo descubro a nadie, bajo
este mantillo que iridice los lunes
xxxxixxxxde la razón;
y no hago más que sonreír a cada púa
de las verjas, en la loca búsqueda
xxxxixxxxdel conocido.

Buena guardarropía, ábreme
xxxxixxxxtus blancas hojas;
quiero reconocer siquiera al 1,
quiero el punto de apoyo, quiero
xxxxixxxxsaber de estar siquiera.

En los bastidores donde nos vestimos,
no hay, no Hay nadie: hojas tan sólo
xxxxixxxxde par en par.

Y siempre los trajes descolgándose
por sí propios, de perchas
como ductores índices grotescos,
y partiendo sin cuerpos, vacantes,
xxxxixxxxhasta el matiz prudente
de un gran caldo de alas con causas
y lindes fritas.
Y hasta el hueso!

 

 

 

 

xxxxxLVII

Craterizados los puntos más altos, los puntos
del amor de ser mayúsculo, bebo, ayuno,
absorbo heroína para la pena, para el latido
lacio y contra toda corrección.

¿Puedo decir que nos han traicionado? No.
¿Que todos fueron buenos? Tampoco. Pero
allí está una buena voluntad, sin duda,
y sobre todo, el ser así.

Y qué quien se ame mucho! Yo me busco
en mi propio designio que debió ser obra
mía, en vano: nada alcanzó a ser libre.

Y sin embargo, quién me empuja.
A que no me atrevo a cerrar la quinta ventana.
Y el papel de amarse y persistir, junto a las
horas y a lo indebido.

Y el éste y el aquél.

 

 

 

 

xxxxxLXI

Esta noche desciendo del caballo,
ante la puerta de la casa, donde
me despedí con el cantar del gallo.
Está cerrada y nadie responde.

El poyo en que mamá alumbró
al hermano mayor, para que ensille
lomos que había yo montado en pelo,
por rúas y por cercas, niño aldeano;
el poyo en que dejé que se amarille al sol
mi adolorida infancia… ¿Y este duelo
que enmarca la portada?

Dios en la paz foránea,
estornuda, cual llamando también, el bruto:
husmea, golpeando el empedrado. Luego duda,
relincha,
orejea a viva oreja.

Ha de velar papá rezando, y quizás
pensará se me hizo tarde.
Las hermanas, canturreando sus ilusiones
sencillas, bullosas,
en la labor para la fiesta que se acerca,
y ya no falta casi nada.
Espero, espero, el corazón
un huevo en su momento, que se obstruye.

Numerosa familia que dejamos
no ha mucho, hoy nadie en vela, y ni auna cera
puso en el ara para que volviéramos.

Llamo de nuevo, y nada.
Callamos y nos ponemos a sollozar, y el animal
relincha, relincha más todavía.

Todos están durmiendo para siempre,
y tan de lo más bien, que por fin
mi caballo acaba fatigado por cabecear
a su vez, y entre sueños, a cada venia, dice
que está bien, que todo está muy bien.

 

 

 

 

xxxxxLXXVII

Graniza tanto, como para que yo recuerde
y acreciente las perlas
que he recogido del hocico mismo
de cada tempestad.

No se vaya a secar esta lluvia.
A menos que me fuese dado
caer ahora para ella o que me enterrasen
mojado en el agua
que surtiera de todos los fuegos.

¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?
Temo me quede con algún flanco seco;
temo que ella se vaya, sin haberme probado
en las sequías de increíbles cuerdas vocales,
por las que
para dar armonía,
hay siempre que subir ¡nunca bajar!
¿No subimos acaso para abajo?

Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!

 

 

 

Vallejo, César. Poesía completa. México D. F.; Premià editora, 1978.

 

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LEYENDO A JAMES SCHUYLER

 

ME HA PILLADO LEYENDO A JAMES SCHUYLER.
Aunque el poema no tiene nada de raro, me sobresalto.
Estoy esperando un vuelo a Suecia y ella se sienta a mi lado.
La noto inquieta. No tarda en preguntarme qué leo. No es
remolona, no. Doy la vuelta al libro para que le choque
el crudo título de poesía gay. No me queda otra.
Oooh, canta ella. Interrumpo su exclamación con un par de
preguntas que no tienen que ver. Sí, es americana y viaja
para casarse, este mismo fin de semana. Desvío los ojos
hacia el libro. He estado leyéndolo sin leer. Ella espera
un poco para que no resulte tan obvio, se pone de pie y
se va. Estoy enfadado conmigo mismo. Porque he sentido
esa conocida incomodidad dentro de mí. Llevo décadas sin
poder librarme de ella. Arrancaría las tapas del libro.
¿Y por qué he dicho: pillado? El sonado autor de literatura
gay ha vuelto a ser un niño que, oculto bajo una manta,
iluminaba con una linterna los dibujos de una novela juvenil.
Los chicos jugaban sin camiseta en la playa. Sobre todo
me gustaba el personaje principal, su cuerpo esbelto y terso.
Fue estúpida mi tensión, mi corazón acelerado, pues quién
iba a darse cuenta de que no las miraba a ellas, sino a ellos.
Es difícil deshacerse de ello, del sonrojo y del temblor.
Cierro el libro y entro en los aseos. Al estar de pie delante
del urinario, con la polla en la mano, me estremezco otra vez.
Miro la oscuridad en frente y no me atrevo a mirar
ni a la derecha ni a la izquierda. Siento que hay tíos
a ambos lados, oigo sus chorros, seguro que miran
a los demás, como siempre. Comparan. Y yo todo tieso,
petrificado ante el riesgo de que me pillen. ¡Con qué peso
más grande me cargaron! Los muchachos se las enseñan
y yo estoy excluido de ese juego. ¿Porque voy en serio?
¿Porque leo literatura gay? Ya hace siglos que lo supieron
y no me invitaban a jugar a sus juegos de exhibirse.
Y ahora también sienten una especie de vergüenza. Yo,
vergüenza ajena. Por lo cual casi prescindo de leer en público
y me privo de estar en compañía. Como si me diera
vergüenza existir.

 

 

 

 

SÓLO DOS OJOS QUE BRILLAN EN
la oscuridad y me atraen sin remedio. Como si tuviesen
prisa, mis dedos investigan el cuerpo, la piel y por debajo
de la cintura, mi boca succiona sus labios carnosos que
me llenan por completo. En Christopher Street
o en la calle Metelkova, él desaparece, así que me
voy yendo, me pierdo entre los cuerpos sudados, y allí
lo pillo acariciando la mano de un tipo blandengue.
Que su amigo tiene problemas. Oye, puto negro,
esloveno, francés, bosnio, ¡que te jodan!, ¡vete
a tomar por culo! O cuando pasa por delante con otro
como si no pasara nada o como si yo no fuera nadie,
difícilmente lo tomaría por normal. Los días
pasan, y los años, y demasiadas palabras que carecen
de sentido. Leo que, en el ayuntamiento, un político
le pegó un tiro a otro. Ahora los dos están muertos.
La descabellada historia continúa con foto del guapo
asesino desnudo, de su cuerpo perfecto, de cuando aún
iba de bares y follaba en los aseos, de cuando se perdía,
como tú, durante horas enteras entre la exagerada
multitud de gente bailando. Menos mal
que mantuve la sangre fría y no te maté. Lo que
podrían haber sacado en los periódicos… y tal vez hubiese
aumentado la venta de mis libros. En ellos te mataba
despacio, a pedazos, a ti y a otras innumerables
víctimas del asesino en serie que hay de mí.

 

 

 

 

MIRO A TODOS ESOS CHICOS ESBELTOS POR
las esquinas —chinos, árabes, negros, latinos, bosnios—
cómo sonríen, escupen y se agarran la entrepierna.
Los desnudo con la mirada, la paso por sus pechos,
sus vientres planos, sus músculos morenos, por sus cuerpos
enteros. O persiguen la pelota por las canchas,
quitándose las camisetas por el calor, y brillan las gotas
de sudor, les silban a las chicas y me imagino
cómo se me echarían encima si supieran que los
observo. Sus ojos se disparan curiosos por el mundo,
y está claro que lo peor ya ha pasado para mí, que puedo
contemplarlos así, con tranquilidad, pues
qué harían en mi dormitorio, donde todo está
en orden, donde no hace falta temer a la policía, ni
exaltarse con las peleas, ni huir de los disparos.
¿Qué podrían contar a sus amigos?, ¿de qué podrían
vanagloriarse?, ¿Qué lucirían esos héroes de la calle
de al lado? En la sala de fitness, donde se exhiben músculos,
encuentro la comodidad. O en los bares, en las playas,
donde miles de gays hacen esfuerzos para ganar
la carrera contra el tiempo. ¿Cómo podrían entrenar
en mi dormitorio?, ¿cómo competir?, si allí el tiempo
se ha parado, ¿cómo entender mis besos menudos?,
¿cómo disfrutar del silencio o sólo del susurro?
Todo eso, lo desconocido, les espantaría, como a ti,
que entraste orgulloso y sonriente por la puerta y,
después, empezaste a menguar hasta que,
al amanecer, se te llevó la niebla.

 

 

 

 

NO ENTIENDO POR QUÉ TODO ESTÁ TAN MAL.
Digamos que vuelvo en coche a las siete de la mañana
después de una noche de juerga y me paran dos
policías mocosos de formación incompleta. Se acercan
como vaqueros, me acusan de todo lo posible y
yo me pregunto perplejo que qué hago en este país,
piso el pedal y pongo el coche en marcha. Me llama
mi ex mujer e insiste histérica en que llevo años molestándola,
acosándola, controlándola, que me busque a otra, que
hay muchas por allí, en fin, que deje de hacerlo, que pare
de una vez. Mi chico me ruega que lo odie,
se da la vuelta, me rechaza, me hace escuchar sólo
canciones como Depresión en los ojos y Qué día más bonito
para morir. No entiendo qué quiere decirme. Cuando
me alejo y me meto entre la gente, su mezcla de tranquilizantes,
estimulantes y alcohol me arrastra como un remolino
hacia abajo, donde siempre me pongo nervioso y
no puedo calmarme. Diría que vivo en la ciudad
más estresante del mundo. Trato de concentrarme,
pero mis manos tiemblan. Me asusto y se ponen a
temblar aún más. Intento averiguar adónde huir otra vez, en
qué ciudad esconderme. Aumenta mi certeza de que
mi vida no es más que una sarta de sueños sobre huir.

 

 

 

 

PASÉ POR MI MÉDICA Y LE CONFESÉ CON
pudor que no tenía ganas de vivir. No sé cómo
llegué a esa conclusión, pero era como si nunca
las hubiese tenido o como si no supiese lo que eran.
Observaba a mi familia, a todos ellos, y a mis amigos
o conocidos o compañeros o a todos los que
veía, y en absoluto me parecía que tuviesen la ilusión
de vivir. Me dijo que me buscara alguna afición,
pero le respondí en seguida preguntándole si ella
tenía ganas de vivir. Sonrió con acritud, fijando
los ojos en mi ficha: «No hablamos de mí, sino de
usted, seguro que hay mil cosas que le gustan».
Eso no quiere decir nada y ¿me gustan de verdad?
«Cálmese», concluyó, «no le pasa nada en absoluto,
es algo normal, se le pasará tan pronto como
ha aparecido». Y yo no podía recordar cuándo había aparecido,
pero que al final se me pasaría, de eso no tenía
dudas. Exhausto por el tratamiento volví
a casa. Me fijé en tus ojos. No vi nada, ya no
había nada. Sólo mi perro daba señales inquívocas
de que la ilusión de vivir no se le había pasado aún.

 

 

 

 

OLVIDAR CÓMO UNA CORZA HERIDA SE REFUGIÓ
en nuestro maizal y mi abuelo llamó a los cazadores
para que se la llevaran, tan pequeña, indefensa.
Olvidar a los muchachos que tenía sus secretos
y me los ocultaban. Si les preguntaba algo,
me decían: «Eres muy pequeño todavía». Siempre era
muy pequeño y nunca llegué a saber qué me ocultaban.
Olvidar al niño que, en la guardería, se enamoró
de mí y me besaba todo el tiempo y las maestras
reían: «¡Pero si no es una niña!»
Olvidar el vago temblor, el calor que anegaba
mi cuerpo cuando mis compañeros, uno tras otro,
iban llegando a mi casa. Les daba clase porque sacaban
malas notas, y en la escuela se había decidido que yo
podría ayudarles. Tuve que encargarme de
los chicos y, una compañera, de las chicas.
Olvidar cómo se me iban los ojos a su vello
incipiente, cómo fingía sentirme mal en clase
de gimnasia para poder sentarme en el banquillo
y observarlos mientras perseguían la pelota.
Olvidar mis primeros escritos para esos muchachos.
Olvidar mis borracheras desesperadas porque sólo
así, sólo así me atrevía a tocar a mi primer amor.
Olvidar todo lo que siguió después.
Olvidar a mi primera novia que nunca me dejó hacérselo
aunque no dejaba de presionarla. ¡Increíble lo
necesitado que estaba entonces!
Olvidar al hombre que, confundido por mi pelo largo
y mi figura delgada, gritó detrás de mí y, cuando
me di la vuelta —ocurrió en las escaleras del colegio—
abrió su anticuado abrigo y me enseñó su
polla roja, fea.
Olvidar la náusea que sentí, y la ternura con la que
yo miraba los ojos azules de mi compañero de clase.
Olvidar la época en la que rehusé el mundo de los hombres,
y a mi mujer que tanto me ayudó a ello. Nuestras
hermosas temporadas junto al mar, cuando parecía
que la vida se reducía al vaivén de las olas.
Olvidar el empalago, siempre amenazador, de
mi padrastro, al que esquivaba porque temía que
sus caricias tuvieran una intención distinta.
Olvidar que no puedo destrabar la lengua, que hay
tanto que no puedo decir, y que prefiero esconderme,
callar, olvidar. Ah, Joe Brainard, mejor olvidar,
olvidar todo lo que sigue removiendo heridas dolorosas
y no descansará hasta la muerte. Olvidar, olvidar.
En mi habitación hay a veces un silencio que espanta
y una oscuridad que espanta más aún.

 

 

 

Mozetič, Brane. Banalidades (Trad. Marjeta Drobnič)Madrid; Ed. Visor, 2013.

 

LOS HERALDOS NEGROS

 

LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!

Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombre nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

 

 

 

 

SETIEMBRE

Aquella noche de setiembre, fuiste
tan buena para mí… hasta dolerme!
Yo no sé lo demás; y para eso,
no debiste ser buena, no debiste.

Aquella noche sollozaste al verme
hermético y tirano, enfermo y triste.
Yo no sé lo demás… y para eso
yo no sé por qué fui triste… tan triste…!

Sólo esa noche de setiembre dulce,
tuve a tus ojos de Magdala, toda
la distancia de Dios… y te fui dulce!

Y también una tarde de setiembre
cuando sembré en tus brasas, desde un auto,
los charcos de esta noche de diciembre.

 

 

 

 

HECES

Esta tarde llueve como nunca; y no
tengo ganas de vivir, corazón.

Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser?
Viste gracia y pena; viste de mujer.

Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo
las cavernas crueles de mi ingratitud;
mi bloque de hielo sobre su amapola,
más fuerte que su «No seas así!»

Mis violentas flores negras; y la bárbara
y enorme pedrada; y el trecho glacial.
Y pondrá el silencio de su dignidad
con óleos quemantes el punto final.

Por eso esta tarde, como nunca, voy
con este buho, con este corazón.

Y otras pasan; y viéndome tan triste,
toman un poquito de ti
en la abrupta arruga de mi hondo dolor.

Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no
tengo ganas de vivir, corazón!

 

 

 

 

AGAPE

Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.

No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

En esta tarde todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.

Y no sé qué se olvidan y se queda
mal en mis manos, como cosa ajena.

He salido a la puerta,
y me dan ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, aquí se queda!

Porque en todas las tardes de esta vida,
yo no sé con qué puertas dan a un rostro,
y algo ajeno se toma el alma mía.

Hoy no ha venido nadie;
y hoy he muerto qué poco en esta tarde!

 

 

 

 

DESNUDO EN BARRO

Como horribles batracios a la atmósfera,
suben visajes lúgubres al labio.
Por el Sahara azul de la Substancia
camina un verso gris, un dromedario.

Fosforece un mohín de sueños crueles.
Y el ciego que murió lleno de voces
de nieve. Y madrugar, poeta, nómada,
al crudísimo día de ser hombre.

Las Horas van febriles, y en los ángulos
abortan rubios siglos de ventura.
Quién tira tanto del hilo; quién descuelga
sin piedad nuestros nervios,
cordeles ya gastados, a la tumba?

Amor! Y tú también. Pedradas negras
se engendran en tu máscara y la rompen.
La tumba es todavía
un sexo de mujer que atrae al hombre!

 

 

 

 

LA CENA MISERABLE

Hasta cuándo estaremos esperando lo que
no se nos debe… Y en qué recodo estiraremos
nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo
la cruz que nos alienta no detendrá sus remos!

Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones
por haber padecido!…
xxxxxxxxxxxxYa nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a media noche, llora de hambre, desvelado…

Y cuándo nos veremos con los demás, al borde
de una mañana eterna, desayunados todos!
Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde
yo nunca dije que me trajeran.
xxxxxxxxxxxxDe codos
todo bañado en llanto, repito cabizbajo
y vencido: hasta cuándo la cena durará!

Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla,
y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara
de amarga esencia humana, la tumba…
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxY menos sabe
ese oscuro hasta cuándo la cena durará!

 

 

 

 

EL TALAMO ETERNO

Sólo al dejar de ser, Amor es fuerte!
Y la tumba será una gran pupila
en cuyo fondo supervive y llora
la angustia del amor como en un cáliz
de dulce eternidad y negra aurora.

Y los labios se encrespan para el beso,
como algo lleno que desborda y muere;
y, en conjunción crispante,
cada boca renuncia para la otra
una vida de vida agonizante.

Y cuando pienso así, dulce es la tumba
donde todos al fin se compenetran
en un mismo fragor;
dulce es la sombra, donde todos se unen
en una cita universal de amor.

 

 

 

 

LOS DADOS ETERNOS

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Manuel González Prada, esta emoción
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxbravía y selecta, una de las que, con más en-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxtusiasmo, me ha aplaudido el gran maestro.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
tú no tienes Marías que se van!

Dios míos, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado…
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

 

 

 

 

LOS ANILLOS FATIGADOS

Hay ganas de volver, de amar, de no ausentarse,
y hay ganas de morir, combatido por dos
aguas encontradas que jamás han de istmarse.

Hay ganas de un gran beso que amortaje a la Vida,
que acaba en el áfrica de una agonía ardiente,
suicida!

Hay ganas de… no tener ganas. Señor:
a ti yo te señalo con el dedo deicida:
hay ganas de no haber tenido corazón.

La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios,
curvado en tiempo, se repite, y pasa, pasa
a cuestas con la espina dorsal del Universo.

Cuando las sienes tocan su lúgubre tambor,
cuando me duele el sueño grabado en un puñal,
¡hay ganas de quedarse plantado en este verso!

 

 

 

 

LLUVIA

En Lima… En Lima está lloviendo
el agua sucia de un dolor
qué mortífero! Está lloviendo
de la gotera de tu amor.

No te hagas la que está durmiendo,
recuerda de tu trovador;
que yo ya comprendo… comprendo
la humana ecuación de tu amor.

Truena en la mística dulzaina
la gema tempestuosa y zaina,
la brujería de tu «sí».

Mas, cae, cae el aguacero
al ataúd, de mi sendero,
donde me ahueso para ti…

 

 

 

 

ESPERGESIA

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha…
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
por qué en mi verso chirrían,
que mastico… Y no saben
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.

Todos saben… Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda…
Y no saben que el Misterio sintetiza…
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

 

 

 

Vallejo, César. Poesía completa. México D. F.; Premià editora, 1978.

 

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EL ÁNGEL DE LA PESTE

 

LLUVIA DE HOMBRES

Te lanzan ascuas esas nubes torvas, negras, profusas.
Y no buscas refugio
porque deseas que la lluvia
te asalte rauda en plena cara:
nunca has visto una cascada de pavesas.
Quieres mirar de frente el manto que te acoge,
que te horada lento las entrañas.

En este día la lluvia es de cenizas,
y sabe a hombres.
Se asombra la ciudad con el prodigio.
Se echan a la calle los ancianos y los niños,
y guardan el polvillo en tarros de cristal.
Las nubes, interminables,
expelen con más fuerza las recientes cremaciones.

 

 

 

 

LA CARNE TE DERRUMBA

Oliendo la muerte bajas.
La calle desciendes.
Y se te van cayendo los brazos
y los hombros y la piel entera.
Olor intenso el olor a muerte.
A podrido. La carne te derrumba.
La calle entera con el eco de tus pasos
como toque de ánimas, de muerto, de infecto.
Y aún desciendes y desciendes,
y el hedor no se te va, y ya ni el cuerpo encuentras.
Tres faroles en la calle fúnebre,
en la oscura calle que no para y se abandona.
Tres luces que te arrojan, que te invitan.
Allí la muerte,
viéndote empezar.
También ahora,
aguardando en la penumbra
tu paso distraído.

 

 

 

 

EL ORIGEN

Tú eres la brasa que inflama
todas las entrañas,
la que aguarda con paciencia
a que acabe la función,
la que vigila
y cuyo rostro la gente
mira en tus ojos.
Eres quien se inclina
para comprender;
eres quien se busca
y desentraña los enigmas,
origen y final
de los trayectos.
Tú, que sientes que algo
fue de ti, que ya no está,
ni encuentras.
Tú, que habitas los cipreses
de tu propio cementerio
y aprendes por fin a no temerte,
a no inquietarte,
porque sabes que te tienes,
sin remedio.

 

 

 

 

QUE ALGUIEN SE LO DIGA

Decidle que la fiesta terminó;
que alguien se acerque y se lo diga.
Decidle que ya todo pasó,
que adiós, muy buenas y hasta mañana,
o que en la próxima nos vemos.
Acompañadle hasta la puerta
y dadle un gran abrazo,
habladle de las cosas de la vida…
Sacad de las botellas su tristeza y que se olvide,
decidle que las penas son una carga,
un lastre inútil, qué sé yo.
Mostradle otros paraísos, otras vidas,
que se distraiga con mil historias;
¡que salga a la noche y que llore!,
pero aclaradle que la fiesta ya terminó.
Que alguien se acerque y se lo diga, por favor.

 

 

 

 

RUINA

Reconstruirse o sucumbir.
Ser amado por las hiedras,
huésped de líquenes e insectos
ociosos, asomarse al tiempo,
pedestal de glorias anteriores a la edad.
Ser estatua, esfinge,
y contemplar el mundo
con la locura de los años.
Ser museo, fósil,
curiosa muestra de las hazañas,
lápida, tumba, inscripción.
Ruina,
o comenzar desde el principio.

 

 

 

 

EL DESTINO MÁS AMARGO

El destino más amargo es aquel que no escribí,
el que destruyó con su silencio
la posibilidad de lo vivido.
Su agrio sabor me deja
en la incertidumbre
de que las cosas pudieran ir mejor.
Pero sobra el tiempo aquí,
me digo,
para rehacer y llevar los pasos
que marca el corazón,
porque lo espantoso del destino,
lo terrible que tiene la fortuna,
es que casi siempre puedo
cambiar el color de mis apuestas.

 

 

 

 

MÁSCARAS DE ODIO

Las máscaras del odio
se asoman a todos los canales
para observarte.
Te miran. Te espían.
Están quietas desde la pantalla,
y aunque parezca que se han ido
permanecen,
siguen siendo ellas,
las mismas máscaras del horror
y de la envidia que te miran,
te miran.
Y lo peor es que de tanto vigilarte
acaban conociéndote y amoldándose
sobre tu rostro,
sin que lo notes.

 

 

 

 

HIJOS DEL AZAR

A nosotros, los hijos del azar,
han venido las aves y las aguas de los ríos,
los pantanos y las nieves,
las cordilleras, el insecto, la rosa
y los jardines, los parques naturales de África
y el Amazonas, el gato en el salón,
los tigres de Bengala
y el canguro, el azor, las ballenas
de las mesetas oceánicas,
el grillo, los arrecifes de coral,
a recordarnos, a nosotros,
los hijos predilectos del azar,
ellos desde Siberia
a Nueva Guinea y los Andes,
a recordarnos a voces
de lenguas infinitas,
en un susurro moribundo
que nosotros, los más irresponsables hijos,
llevamos demasiado tiempo
jugando con su azar.

 

 

 

Plata, Francisco. El ángel de la peste. Valencia; Ed. Germanía, 2002.

 

LOS ANTIGUOS DOMICILIOS

 

xxSentimos el presente por melancolía de un pasado que en su esencia no era tampoco tiempo feliz. Este presente que se colma al proyectarlo de nuevo en el objeto que miro y me devuelve la analogía del ayer. (En la pescadería)

 

 

 

 

xx«Tomen el pensamiento más simple —decía Henri Bergson— supónganlo constante, absorban en él la personalidad entera. La conciencia que acompañará dicho sentimiento no podrá permanecer idéntica a sí misma durante dos momentos consecutivos, puesto que el momento siguiente contiene siempre, además del precedente, el recuerdo que éste le ha dejado.»

 

xxUna conciencia que tuviera dos momentos idénticos sería una conciencia sin memoria. Borges escribió Funes el memorioso bajo los efectos de su insomnio y dolor de muelas nocturno. Cada figuración literaria nace generalmente de un dolor o de un aburrimiento. La poesía no nace siempre del dolor ni de momentos baldíos; no existen esos momentos, son solo figuraciones. La poesía es precisamente ese tiempo que habiéndose ido siempre permanece en constante presencia. No es un recuerdo, ni la memoria evocadora. Tampoco se trata de algo que se aprendió y no se olvida. Como si una cortina se abriese de pronto y mostrase algo de lo real, no de la realidad. Hay escrituras poéticas que se trazan a través de la herida. Escribir desde la herida es lo que han hecho poetas como Ana Cristina César, Silvia Plath, Anne Sexton, Cesare Pavese o Delmira Agustini. (Ante un café)

 

 

 

 

xxPuede que retomemos viejos conceptos que tengan en cuenta, sobre todo, lo colectivo. Un retorno al humanismo y a la solidaridad más allá de las estrechas paredes familiares. Situarse ante la invasión de lo que se llama globalización que entra por todas partes, desde el cierre de bares regentados por gente sencilla y reabierto bajo el dominio de familias chinas en casi todas las ciudades españolas, a comercios que llevaban más de cien años en el mismo lugar y por no poder afrontar el alquiler deben cerrar; hasta la compra compulsiva en telefonía de sofisticados aparatos que en manos de cualquiera pueden llegar a ser nefastos. La división cada vez será mayor. Intensidades de conciencia.
xxA menos cultura, menor capacidad de elección, por lo tanto, todo cuanto sirvan en los medios servirá también para dotar a la gente de menos tiempo para ellos mismos, pues su tiempo está constantemente ocupado en las redes de una sofisticada trama que cada vez inventa las maneras de llegar más fáciles, menos complejas. Intuitivo, le llaman a un sistema de búsqueda en Internet. Un niño de dos años tiene más intuición que alguien de setenta en ese territorio. Mientras la brecha se dibuje así, casi todos estaremos en medio de la fractura. La fractura se extiende en varias direcciones. Ya no estamos encerrados en territorios con fronteras; la tierra entera es el territorio. (En la oficina)

 

 

 

 

xxUna bella imagen: colibríes en los respaldos de las sillas. Estoy echada en el sofá. Veo una uve de pájaros que pasan como una ráfaga. Me acabo de despertar de un sueño donde yo no estaba presente. Dicen que no se puede dar lo que no se tiene a quien no es. Por ende, ¿se puede dar lo que se tiene a quien es? (En el sofá)

 

 

 

 

xxEl peor dolor: que no quede espacio alguno. Todo lleno, rebosante de la mierda del yo.

 

 

 

 

xxEl amor entre mujeres no es un tema que me interese especialmente, porque me parece exactamente igual que el amor entre dos personas de cualquier sexo. Se ha castigado y prohibido durante demasiados años la relación entre dos mujeres que, para protegerse, debía estar a salvo de las miradas de los demás; por lo que, acostumbradas a esconderse, los gestos de ambas se encogían transformándose en nuevos códigos que no podían interpretar quienes no estuvieran dentro del mismo campo de signos. Muchas jóvenes no tienen ni idea de lo que padecieron mujeres que podrían ser sus abuelas. Actúan con mayor libertad y no les importa no contar con imágenes especulares ni en la calle, ni en los medios de comunicación, ni en la moda, ni en las revistas del corazón. El escondite es todavía un lugar donde habitar. Me interesa más el proceso de conocimiento que se acentúa cuando se ama a través de un cuerpo. La identidad que quiere el yo no está relacionada con el cuerpo del otro; el cuerpo es capaz de proporcionar placer. La diferencia consiste en olvidarte del yo estando con otra. La otredad no es lo femenino, es una huella que no se contrapone a lo masculino.

 

 

 

 

xxEn el bar de mujeres suele haber menos ruido producido por las conversaciones que en un bar común. Entras y te miran; es una mirada que dura un instante. Miran con curiosidad, pareciendo preguntarse: ¿quién es?, ¿qué hace aquí?, ¿me gusta? Existe cierto rubor, sobre todo entre las mujeres de más edad, en la mirada. En la mirada se pone el cuerpo también, pero hay algo apenas perceptible, una cruda sensación de intemperie. (En el bar)

 

 

 

 

xxLa pareja tradicional hombre/mujer solo tiene en común una serie de intereses y descendencia, una vez ha pasado el tiempo de la pasión. Dice la educación judeo-cristiana que el varón necesita follar más veces; la mujer quiere una pareja que le otorgue seguridad; el varón casi nunca habla de sí mismo, rodea el asunto envolviéndolo de política, fútbol, negocios, recuerdos infantiles… La mujer quiere saber más del otro, es cotilla y curiosa, le importa ser mirada y gustar. En la cama no se avienen siempre, cada uno quiere una cosa y sin embargo ese es el modelo que hasta ahora ha sostenido lo que llamamos sociedad. Es mucho más enigmático en el Islam. Recuerdo que cuando pregunté, en un festival de poesía en Ashilá, a una poeta marroquí, ésta me sugirió que de ese tema mejor no hablásemos y me quedé con el silencio como respuesta.

 

 

 

 

xxHace sol y nos refugiamos bajo un toldo. Pasan las poetas ante el micrófono. Casi todas dicen algo parecido sobre el amor. El amor como una promesa, como algo que es en sí mismo, como un presagio, como un mazazo de dolor, como un anhelo. Ellos, los poetas, son más narrativos, te cuentan la historia de un poeta de una generación anterior y le dedican el poema, no se preocupan tanto del amor. Me maravillo pensando en la fuerza de nuestra mente para seguir creando complejos estados de ánimo mediante palabras que apenas alcanzan a expresarlo. (En una lectura poética)

 

 

 

 

xxPasaron siglos en veinte años. Jóvenes poetas se preocupan de su atuendo, de su pelo, de su boca, son como actrices que no han encontrado su escenario y la escena no logra seducir. Han asimilado lecturas de filósofos, de mujeres famosas a principios del siglo XX por su apuesta vital. Rescatan del olvido voces de heroínas codificadas en el envoltorio consumista. Pasan de un relato a otro como si ya lo hubiesen visto todo. No hay el menor gesto de inseguridad, un atisbo de duda, un mínimo titubeo. ¿Qué será de ellas dentro de dos décadas; habrá pasado otro siglo también? (En otra lectura poética)

 

 

 

 

xxLa poesía escrita por jóvenes siempre se ha dejado influir por las modas. Tengo la sensación de que el tiempo se quedó más detenido en la poesía que en la música o en la pintura. Siento un gran estupor cuando leo poemas que se escriben con la misma horma barroca o neoclásica, como si el castellano no hubiese evolucionado. He llegado a escuchar a algún poeta joven, al hablar de poesía latinoamericana, decir orgulloso: «Al fin y al cabo nosotros llevamos el castellano a América.» No se puede ser más españocéntrico. Olvidan que la evolución de la lengua dio vida al argentino, uruguayo o colombiano utilizando palabras como placard, friser, nona, azúcar impalpable, de raíces italianas y francesas; o chancho y chacra, que vienen del guaraní y del mapuche incorporándolas al mismo idioma. El castellano de Lezama Lima, con tantas apretaduras y claros, es un ejemplo de respiración en la densidad, así como el de Leónidas Lamborghini, que inventó una lengua para expresar su deseo. ¿Y el aura de las palabras de Juan L. Ortiz? O los breves y certeros aforismos de Antonio Porchia:
xx«El hombre habla de todo y habla de todo como si el conocimiento de todo estuviese todo en él.» (En el bar)

 

 

 

 

xxCuando todo está hecho, las mañanas son tristes, escribió Antonio Porchia. El joven quiere triunfar pronto, y es natural, forma parte de la fuerza de la juventud, pero se equivoca cuando se mira en el espejo, dejándose acompañar solamente por quienes piensa que no le hacen sombra, coetáneos que en el fondo desprecia. Y se sirve de ellos para que expresen epigonalmente la línea poética que dice haber inventado. La experiencia nos dice repetidas veces que la gloria es efímera y en su búsqueda se afilan verdaderos puñales. No es lo mismo ser un ególatra gracioso que un solitario impostado. Los jurados de los premios de poesía se repiten y repiten hasta la saciedad. Hay gente de 30 años que tiene un currículum de catedrático. Siempre fue así, por eso no hay temor a que la poesía desparezca. (En una lectura poética)

 

 

 

 

xxTe atraviesa como un fantasma. Es, de cierta manera, un virus que aparece en el momento más inesperado porque está latente. El virus no tiene efectos letales, pero es molesto. L. me decía, mientras tomábamos un té, que lo importante es conocer la razón por la que a mí me afecta, e indagar en la vulnerabilidad que me provoca esa persona. No hay día en que no me encuentre con rastros de ella. No sé si lo que más me fastidia es que durante mucho tiempo llegué a creer que era «la mejor», pero las creencias no las tienes tú, son ellas las que se apoderan de una. Quizás sea mejor decir que estaba convencida de sus cualidades. ¿O cantidades?

 

xxNo, en realidad no es el cuerpo, es la palabra. Nombrar también se acaba, decía Paul Celan. Te nombro con mi destino. Se suicidó transido de dolor. (En la oficina)

 

 

 

 

xxLa imagen de la naturaleza como un circuito equilibrado no es más que una proyección retroactiva de los seres humanos. Ésa es la lección de las recientes teorías del caos: la naturaleza es ya, en sí misma, turbulenta, desequilibrada; su regla no es una oscilación estable en torno a algún punto de atracción constante, sino una dispersión caótica dentro de los límites de lo que la teoría del caos denomina el «atractor extraño», una regularidad que dirige el caos. Deleuze y Guattari conocían bien la «naturaleza humana» y se adelantaron dejando en sus escritos, con una gran complejidad, muchos acontecimientos políticos que retornan cíclicamente. Del caos nacen los medios y los ritmos, el caos no es lo contrario del ritmo, es el medio de todos los medios, sin caos no hay ritmo. Todo está estrechamente imbricado: el tejido adiposo de la musculatura y la intangible conciencia, el deseo que pusiste en un cuerpo y la manera de cruzar la calle. No habría fisuras sin caos. Es en ellas donde se produce casi todo acontecimiento. Este capitalismo que nos tritura como una máquina hace que todo tienda al caos, a la disolución; por lo tanto más ritmo, más movimiento, ir a la velocidad del caos, sumergirse en su intensidad, darle la vuelta al azar, todo es posible si lo nombras. (Leyendo)

 

 

 

 

xxLos gatos, ¿son el mismo gato? (En el semáforo)

 

 

 

García, Concha. Los antiguos domicilios. Sevilla; Ed. La Isla de Siltolá, 2015.

 

BRANE MOZETIČ O LA INTENSIDAD

Con el título del post de hoy titulaba Martín López-Vega su crítica de ‘Banalidades’, el libro de Brane Mozetič que pueden encontrar en el catálogo de la editorial Visor. Échenle un vistazo.

 

 

Y aquí tienen algunos poemas del libro.

 

 

SÓLO A MILES DE KILÓMETROS DE TI
me atrevo a reconocer que, entonces,
me enamoré de tu esperma, de la muerte que traía.
Lo miraba derramado por tu vientre,
y hundía mi cara en él. Su olor, convertido
en el olor de la muerte, me provocaba
orgasmos interminables. Como si me hubieses
servido para mi propia autodestrucción. La que
conoces tú también, sólo que de otra forma.
De tu esperma arranqué miles de palabras,
las compuse en una música que me mantenía
en el filo. Me figuraba que no me lo merecía
y que también tú me ibas a abandonar.
No pude deshacerme de mi padre, quien
no creía que valiese la pena estar a mi lado.
Así que no me extrañaba que me abandonases
miles de veces. Siempre regresaba
al borde de tu vientre, yacía allí con
las mejillas mojadas, esperando a que
te levantases y volvieses a marcharte.

 

 

 

 

NO ME GUSTA SUBIR A EDIFICIOS ALTOS. MIENTRAS
miro a lo lejos puedo aguantarlo, pero al mirar
hacia abajo, algo me agarra con una fuerza
tremenda. Que no me dejen al borde de un abismo,
me caería, seguro. Es lo que temo, temo
desaparecer. Cuando pienso en la muerte,
un remolino insoportable me devora apretando
mi cuello, ahogándome. Junto a ti esperaba
acostumbrarme a la muerte, a domarla.
Cuando nos acostábamos y me apretabas
el cuello, no sentía miedo. Podía verte aún,
no me desvanecía. Qué extraña fue
mi reacción de pánico al sentir cualquier
otra mano alrededor de mi cuello.
Tensaría la cuerda milímetro a milímetro.
Hasta el punto de no poder hablar. Quizá
deberías atarme y dejarme al borde del abismo.
Quizá debería tomar fuerzas y matarme
de una u otra forma. Estaría en paz.
En realidad, me perdería en la nada.

 

 

 

 

NO HICIMOS UN VIAJE SOLOS A
Londres, Nueva York, Tokio o Sao Paulo, todos
esos lugares nos resultaban poco salvajes. Viajamos
a las tierras de los negros, para poder tener allí
un miedo constante, sentir el suspense, vimos
cucarachas enormes, sangre de búfalos muertos y
fauces de leones despedazando carne. Cortes
de electricidad en Nairobi, apenas podíamos
encontrar nuestra destartalada habitación. Tenía
que ser así, sólo nos teníamos el uno al otro,
aferrados como dos monos asustados.
Ni siquiera recuerdo si cobrábamos fuerzas
para tener sexo. Aunque todo aquello era
sexo. Nacer y morir. Niños atolondrados que
vagaban agresivos por las calles, cuerpos
agotados que yacían en los montones de basura
y no se sabía si estaban vivos, soldados de todas
las clases, autobuses hundidos en el lodo
de una tierra salvaje, el sol que salía desde
el mar, una sala de cine derruida, en la que
las mujeres fumaban, horizontes vertiginosos sin fin.
Sería mejor habernos quedado allí, en una tienda,
en la oscuridad total, cuando me abrazabas,
con los animales alborotando en el tejado.

 

 

 

 

EN UNA SILLA DEL RINCÓN, CABECEA UN POCO
al compás de la música, aunque con fallos. La cabeza
se le cae hacia atrás, la levanta para mirarme,
estira el brazo, pero se le vuelve a caer.
cuerpos en movimiento me lo ocultan, pero
alguien me empuja más cerca y, de pronto,
lo tengo delante, abajo, él mira hacia
arriba y agarra mi mano como si
se estuviese ahogando. Casi me caigo, me
siento en su regazo, él atrapa mi cabeza
y se la acerca para adherirse a mi boca
como una ventosa. Duele. No cede.
Se aferra como loco, y, luego, todo
cesa de golpe, su cabeza resbala hacia atrás,
estoy libre. Unos segundos y se recupera,
trata de levantarse, mueve sus labios como
si quisiera decirme algo, pero no hay
voz, sólo sale su lengua con lametazos
y siseos. Me pongo de pie, lo levanto,
se marea, se tambalea, casi se cae, me lleva
de la mano, afuera, apenas me doy cuenta
del tiempo que pasa, de repente estoy
sentado en su coche y, él, quitándome
la camiseta. Lo veo encima, desnudo, es
todo boca, lengua y dientes que se incrustan
en mi carne. Susurra algo ininteligible, vuelve
los ojos adormecido, quieto, y después,
se anima otra vez, está por todas partes, me inunda.
Y, como si durmiese, yace en mi regazo,
paso mis dedos por su sudado pelo. Joder,
si le metiera otro chute, ¿moriría así?
¡Qué experiencia! ¡En mi mismísimo regazo!
¡O incluso durante mi beso mortal! Se
desvanecería de golpe, y yo acariciría
su piel morena, lisa y cada vez más
fría. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo?

 

 

 

 

JIMMY, TE LO PIERDES TODO, CHAVAL. MIRA,
miles de cuerpos te esperan abajo. Retumba el techno,
músculos tensos, pezones hinchados, pieles tatuadas, cada
partícula te desea con ansia, manos te invitan, ¿a
qué esperas? En el cuarto oscuro hay laberintos, todo
huele a popper, el sudor por las paredes, te metes entre
el gentío, sus pollas cargadas te rozan, miran a ver
si tienes un culo apretado. Cabezas hirviendo
de cerveza y coca, lubrificantes que te hacen
resbalar, quién sabe qué pisas, lenguas se te meten
en la boca, bajo las axilas, en el ombligo, en el culo,
Jimmy, chaval, sólo has de abrirte de piernas y miles
de pollas te llenarán, un éxtasis total, y te parecerá
imbécil el que te pregunte: «¿Tienes novio?», porque aquí
se beben las proteínas, aquí salpican las caras, aquí,
más abajo, en la oscuridad, atan con cuerdas, aquí
jadean, lloran, se arrodillan, lamen las botas, aquí
está todo lo que te perdiste. Y pensabas que podías
vivir sin ello. Jimmy, chaval, ¿adónde vas a hora?,
¿por qué no te entregas al frenesí?, ¿por qué huyes
si todos te invitan a gozarla, a ser feliz?

 

 

 

Mozetič, Brane. Banalidades (Trad. Marjeta Drobnič)Madrid; Ed. Visor, 2013.

 

SEIS AÑOS SIN ENRIQUE SIERRA

 

Pues eso: que se le echa de menos.

 

 

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DESORDEN DEL AMANECER

 

FORTUNA

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Rafael Fombellida

Sí y no. Sí y no de ahora en adelante.
El frío y el sopor a un mismo tiempo.
Sol y luna brillando en un latido.

En la terraza sangra claridad.

La sonrisa de un hombre estrafalario
que rinde su homenaje al mar sin noche.

Estás en los dos bandos, es muy fácil.

Cargado de respuestas y nadie te pregunta.

Caminas en lo alto de un tejado,
allí donde la lluvia se decide
por una u otra de las dos pendientes.

Puedo mirar atrás. La destrucción
de un mundo que perdura me hace fuerte.

Sigues feliz,
porque tarde o temprano saltarás
y en la aduana sin fin de las estrellas
sólo tú escribirás las instrucciones.

Por eso, porque el mar ya no es nocturno,
no importa tanto el frío del invierno.
Desde algún telescopio matinal
un niño desconvoca el oleaje.

La paradoja abierta en las varillas
de mi paraguas roto. Pensaré
que viven lluvias en las gotas rápidas,
tormentas en el puño de mi mano.

He de morir un día y no sé nada.

Por lo tanto, la luz,
su discusión con cada biografía,
el pulso que lo lleva todo al aire.

De regreso al revés de la intemperie,
en las habitaciones tomadas por lo estricto,
yo renuncio a cualquier indiferencia.

 

 

 

 

EN EL INSTANTE

Aquí en mi noche arcaica
sopeso ese poder de las expectativas.
Mi mañana presente y radical.

En el gueto destrozan
la sonrisa de un negro.

Para que el mal perviva.
Para que el frío duela a los que sueñan.

La madrugada entrega las arrugas del tedio.

¿No hay un triunfo al fondo del fracaso?
¿No escaparemos a la trampa un día,
por mucho que busquemos un exacto destino?

El alba se levanta con un límpido gesto.
La muerte acaece en un instante.

No sabemos el núcleo de ese instante.
Pero intuimos sus vértigos,
los mundos sin sentido, los campos exteriores.

No hay muerte en ese núcleo:
el color es el blanco.

La lucidez ofrece nuevos sueños.

 

 

 

 

LA PIEZA  I

Esta tarde en mi cuarto
imagino la última llamada,
igual que si rompiera con todo lo que soy.

Cuando pretendo alzarme frente al miedo
llevo todo mi ser a mis entrañas.

En un lugar minúsculo
—remanso tras el juicio y el orgasmo—
rompo ese hueco mínimo de euforia
y sostengo ante el sol cada palabra.

Dentro —en mi pecho— vibra el nudo intacto.

Toma esa pieza de infinito y nace
a lo que no es materia ni intelecto.

 

 

 

 

EN LO ALTO

«Muy pocos se alegraban de sus éxitos.»

Había secuestrado mi propia libertad,
había comprendido mal mi juego.

Me confiero el placer de mi desastre.
No puedo respetar lo que no se comprende.

Viajo mucho a mí mismo,
pero tampoco allí me esperan los abrazos.

No supe que no existe un lugar en lo alto.
A veces pienso: acaso hay formas de volver
a donde sólo importa compartir una tarde.

No supe que no existe un lugar en lo alto.

 

 

 

 

SOLO UN NIÑO

Ya sé que es sólo un niño.

Pero él ha aprendido a contemplarte.
Te desafía desde su indolencia
y muerde el labio de la certidumbre.

Ahora está sentado sobre el suelo
que dominan sus nervios de verdugo.

A menudo me he dicho que la vida
es un aprendizaje y un destino.

Pero ese niño es el diablo infame.

Mientras te alejas piensas que la infancia
puede volver en todo su esplendor.

 

 

 

 

EMILY BRONTË

La obsesión nos aleja de todos los demás.

Andamos por la calle sin mirar
a la opulencia firme de aquello que es más obvio.

Impronta de una noche de reptiles.

Estamos más allá del bien y el mal.
Casi hemos vuelto a aquella infancia intensa,
al capricho insolente de las ramas de hierro.

Es una dejadez que va a quedar
ensuciada por nadie, ensuciada por ellos.
Porque este incendio es nuestro.

¿Qué buscamos detrás de nuestra piel?
¿Qué buscamos tan cerca de nosotros?

En tu sonrisa el mundo se desguaza.

 

 

 

Plana, Lorenzo, Desorden del amanecer. Valencia; Ed. Pre-textos, 2008.

 

‘ANCLA’, DE LORENZO PLANA

 

TREINTA AÑOS

Cuando yo tenga quince años menos
me pasaré la vida comentando
todo lo que no sé.
Cuando tenga los quince de verdad,
envidiaré al creador;
de vez en cuando jugaremos juntos,
sin este lamentable tiempo rápido
que desdibuja todos los recuerdos.
El alba de creadores y personas
merece la amistad.
Y cuando todo acabe en nacimiento,
esa amistad creativa quedará
tan atrás que exclusivamente todos
nos diremos adiós,
qué lástima,
tan sólo conseguiremos conocernos,
hemos venido aquí para nacer.
Aquella chica que se suicidó
antes de regresar al nacimiento,
aquella chica eléctrica,
la más bonita sin mayor problema,
me habló de la ventaja de escaparse
hacia los clásicos y aventureros,
hacia las religiones y las drogas,
hacia la marejada del final.
Cuando yo tenga quince años menos,
porque es bonita, yo la besaré.
Ella tendrá cuarenta y cinco años.

 

 

 

 

SECRETO

Has aprendido que la vida duele.
Te has escondido, corazón de fuego.
Ya sólo los objetos te hacen daño.

Pero cuando una amiga te pregunta
por qué eres tan feliz,
y respondes que sólo lo pareces
—has aprendido que la vida duele—
te encuentras con un beso y un secreto.

Es un beso sincero
y renuncias con él a la mentira,
del mismo modo que la vida explica
lo distantes que están la dicha y el dolor.

Más tarde sigue siendo madrugada
y el camino que espera une dos puntos.
Geometrías y besos para un pobre
diablo agradecido.
Sobre la vida un río de promesas;
de las promesas todos han bebido.
Como un cajón de imanes,
día a día prosigue tu secreto.

 

 

 

 

EN EL EMBARCADERO

Aplazas el futuro, todas sus arrogancias,
del mismo modo que el pasado vuelve
en alguien que pudiste ser tú mismo.
Sin embargo atesoras las imágenes
en las que todavía crees sentir.
Has llegado a la edad
en la que se repite
—por los rostros y cuerpos— la belleza.
Y cada indecisión es añoranza.
Las determinaciones vagamente
amenazan con riesgos.
Es así lícito sentirse extraño
mientras las cosas no van mal del todo.

El mundo poco a poco se distancia
y lo retienes como a la barcaza
que pudiera lanzarse mar adentro.
Todavía ese cabo tú no vas a soltarlo.
O tal vez sí.

 

 

 

 

MIENTRAS TOMAMOS UN CAFÉ

Sólo los solitarios pueden llegar al odio.
Cuando la tarde crece dulcemente
hacia un azul más limpio
pero también más débil
—la historia de los hombres
es ver atardecer—,
cuando la tarde es fresca
después de una antipática mañana,
aunque estés solo en la terraza calma,
hay tres o cuatro amigos
—y entre ellos una chica—
que no por invisibles están lejos.
Y esos amigos miden tus palabras,
y sabes que perdonas
lo mismo al quieto gato
que a esos que convierten el ambiente
en tu sinceridad.

 

 

 

 

MADRUGADA AZUL

Desde el cansancio miro
una ciudad más cierta que el recuerdo.
Yo no he visto la huella de los años
en esta madrugada, en otras madrugadas.
Las primeras auténticas sonrisas
son aquellas de hace media hora,
y son aquellas que aprendí mostrando
mis heridas a un mundo incomprensible.

Hay luces de ciudad que retraen las miradas
del antro nuevo y viejo, uno de moda.
Hormiguean las brisas y lugares
en la terraza. Nada que explicar.

En el instante siguen las farolas
mientras se apaga el alba
en mis cansados párpados.
Las farolas contemplan brevemente
el azul vespertino que las cubre
hasta la densidad de sus pequeños fuegos.

Ya despegan las nubes.

Cuando voy a acostarme,
por un momento pienso en esas nubes,
en que quisiera entrar en mi descanso
con parecida calma.

 

 

 

Plana, Lorenzo. Ancla. Valencia; Ed. Pre-textos, 1995.

 

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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (LV)

febrero 15, 2018 1 comentario

Hace unos meses me regalaron el número uno de la revista el vuelo del flamenco. Aunque siempre es una alegría el nacimiento de una revista de poesía, quizá el equipo editor debería aspirar a que la revista se defendiera con la calidad de los textos que aparecen en ella.

 

 

Si hay algo destacable por encima de todo lo demás, son los relatos pertenecientes a Francisco Cenamor. Estos.

 

[yonkis]

He tenido un sueño. Me sentaba a contemplar el lugar donde viven los negros, con sus lavadoras, sus televisores, su libertad. Soy un orgulloso negro americano con la sangre agujereada. La saliva comenzó a salir de mi boca empapando la ropa nueva recién sacada del contenedor. El edificio empezó a empequeñecerse, ocupé todo el espacio. Al fondo del pasillo pude ver el espejo. Traté de tocarlo. Bubbles, dijo un cuerpo a mi lado, esta mierda es grande. Soy un negro orgulloso, me llamo Martin Luther King y soy un yonki. Ahora el policía es un negro, el camello es un negro, el que hace las tablas de la Ley es un negro, el que mueve las figuras sobre el tablero es un negro. He tenido un sueño.

 

 

[policías]

Tienes miedo. La primera vez que empuñas un arma en la soledad del barrio, la oscuridad riéndose de ti, tienes miedo. Nunca habías pensado que tu sudor oliese tan fuerte. Retrocedes un paso y algo salta a tu derecha. Te tiemblan las manos pero debes continuar. ¡Hey tú, sal de ahí!, dices. Descubres algo varonil en tu voz y crees tontamente que eso te dará fuerzas, las manos donde pueda verlas. Click, escucha, ¡bang! Es tu respuesta, asombrada observas el humo, el cristal destrozado, el tipo descompuesto que se arrodilla, se tumba en el suelo, pies y manos abiertas, él ya sabe. No dispare agente. Esta vez
has fallado. ACAB,
lees en el muro
de enfrente

 

 

[soldados negros]

Yo también soy un soldado en las calles de Baltimore. Me mueve el verde. Aunque tengo buenas ideas, no salgo de este maldito agujero. Inventé la delación sin palabras, el disparo que retrocede en el tiempo, las huellas dactilares de los ojos del testigo presencial, el miedo a mi propio bando, el tráfico de drogas dulces, la inmortalidad de los peones, las lágrimas de la cucaracha que da la mano al cadáver,
el desayuno de nuggets de pollo,
los colchones vacíos

 

BANALIDADES

febrero 14, 2018 3 comentarios

 

ESTOY SENTADO EN UNA TERRAZA, BAJO
los primeros rayos de sol, envuelto en mi chaqueta aunque
ya es primavera. Una mujer con un niño en brazos pasa
entre las mesas, parándose, extendiendo la mano.
El camarero trata de ahuyentarla, mientras la gente
raja de coches de último modelo, de fulanas, de ropa.
no de política, asunto ya sin interés, y menos
aún de visiones filosóficas del mundo.
Las botellas se acumulan, las colocan en fila y
ríen con ganas. Se acerca un joven y me enseña
sus brazos, llenos de heridas y cicatrices.
Nos conocemos de hace años. Se sienta. Y
me mira. Le paso un cigarrillo. Fuma tranquilo,
sin mediar palabra. Después, me susurra
con complicidad: Esto te va a gustar. Saca
una hoja de afeitar, corta la carne hinchada de
su brazo y, al momento, todo se mancha de sangre.
Alguien grita, el camarero viene corriendo,
el joven se levanta, que no hace falta echarlo,
dice con sonrisa y se va. Me doy cuenta de
las miradas punzantes, me doy cuenta de la vacuidad
de todas esas conversaciones. Y no puedo hacer nada.
Llega la primavera, la sangre en el mantel, mi cabeza
vacía, mi estúpida mirada saltona, y ningunas
ganas de levantarme, pues no sé para qué.

 

 

 

 

POR LA MAÑANA YA HACÍA UN CALOR INFERNAL.
Un día para estancarse. Para boicotear la vida.
Desenchufé la radio, la tele, el teléfono, el móvil,
el ordenador, desenchufaría hasta la nevera para que
no hiciera ruido. De las habitaciones contiguas
voces humanas, fuera los sonidos de coches, trenes,
campanas. Bajo las persianas para amortiguar
un poco esta sarta de ruidos y, sobre todo,
el sol y el calor. Estoy solo,
sudando como ante las preguntas esenciales.
Un día idóneo para que algo me salga bien.
Ordeno y reordeno los libros, no sé qué hacer
con ellos ni conmigo mismo. Mi cabeza
estalla de dolor. Y también
con el deseo de abrirme brechas en las muñecas,
porque un día así cansa. Estoy solo conmigo mismo,
me digo, del principio al fin. Las horas se dilatan
y todo queda inerte. Tengo ganas de cortar
estas sensaciones inútiles conforme a lo que
nos enseñaron. Echo un vistazo a los manuales
de autoayuda, dándome cuenta de que me falta
uno del boicot. Miles de voces de repiten «aguanta,
aguanta», aunque es obvio que
esto no tiene sentido. Todo lo del pasado parece
tan soportable, incluso bello, pero ahora,
con este calor, ya nada está bien. Cierro los ojos
y finjo que no existo.

 

 

 

 

ALGO DEBE FALLAR EN NOSOTROS. A
los cuarenta y cinco años, no tengo a nadie
en quien pensar con amor. Los recuerdos
duelen. Nunca había pensado que la belleza
podía doler tanto. Miro las caras y
me falta el aire. Tal vez sea la hhora
de quitarme la vida con un gesto dramático o
de que me aniquile el sida. Sea el Sena,
sea el Hudson, esto ya no da más de sí.
Frecuento clubes sospechosos, la gente
habla sin tocarse, o calla
y folla en la oscuridad de los cuartos oscuros.
Sólo me dijo: «Cuando salgamos, ya no nos
conocemos». ¿Es mejor así? Miro atento
al andar para no caerme, he confundido
las calles, a veces aparecen grupitos de negros
con ese aire de amenaza, de horror que me atrae,
sea en Nairobi, en Sao Paulo o en el Bronx.
Maldigo a mi mulato porque ha sido
tan imposible, y a mí mismo por seguir
deseando algo, porque algo falla en mí.

 

 

 

 

UN CHINO JOVEN ME EXPLICA A DERRIDA,
se tambalea con un vaso en la mano. En realidad
he estado observándolo antes y preguntándome
sobre su sexo. Le saco una cabeza, es menudo,
con sombrero, como si saliera de una película
de gánsters, en serio, parece que escribe guiones,
podría ser una lesbiana. Se me ha acercado él,
¿cómo se le ha ocurrido sacar un tema así,
tan febril como está? El bar Palačinka, pasando
el barrio chino. Me monto escenas,
el guionista se pierde, otra vez aparecen rostros,
camino de noche por las calles atestadas.
Me parece que todo esto lo he visto ya en la pantalla.
Ahora viene, claro, un desfile de individuos
deformados, trastornados, con llagas en los rostros,
arrastrándose por el suelo. Secuencias que
siempre hay que recortar. Me veo a mí mismo
sentado en un bar y no puedo creérmelo.
Sirenas de policías, bomberos, banderas,
letras pasando rápido, créditos del final
y oscuridad.

 

 

 

 

NO ME HAN DADO NADA QUE ME AYUDE
a subsistir. Ni fe para tener esperanza,
arrepentirme, rogar y salvarme. Ni amor
para prodigarlo a mi alrededor. Para
no chocar todo el tiempo, implorando
atención, ternura, manos que me
reciban con pasión. No me han dado
tradiciones y costumbres antiguas, mis días son
iguales y no los espero con impaciencia,
con ilusión. Me han dado la capacidad de
sentir dolor, de sentirlo ya cuando se mueve
una hoja, y aguantarlo. Apretando los dientes.
Me han dado una meticulosidad arisca, que
estalla cada tanto y me vuelca al abismo.
Me han dado un mundo por el que yerro,
y que no siento. Sólo veo a la muchedumbre
que ha desistido. Que se ha puesto la camiseta
con inscripción: I’m nobody. Who are you?
Nos vemos por la calle, en el trabajo,
en el cine, en los locales, y así charlamos,
nos preguntamos y respondemos. Y nos duele.
Pero no conocemos otro modo de hacerlo.

 

 

 

 

ESTE SAO PAULO REDUCIDO ESTÁ OBSESIONADO
consigo mismo. Aunque el ajetreo, el calor y
un olor insoportable traten de convencerte para que
te quedes entre las cuatro paredes, para que te entregues
a la desesperación. Pero, cuando ya me animo a
salir con los conocidos, en seguida aparece el tema
de adónde ir a comer. Por lo visto, he fallado
otra vez al tratar de huir de mi ciudad donde
la gente siempre se hace preguntas sobre dónde
y qué beberemos. Es más, ni siquiera se las plantean.
Ante su obsesión enfermiza con la comida y bebida
me retiro a una especie de obsesión por el sexo,
o algo así, sería difícil nombrarlo, pues
es cada vez más abstracto. No es tan grave como
para querer quedarme durante horas pegado
a internet y deleitarme, pero es molesto porque,
sin razón, miro embobado a la gente. Quizá
no les moleste, pero a mí sí, porque siento
que esta costumbre mía crea dependencia.
Tengo que aumentar a diario la dosis de cuerpos
observados, caras y pieles bonitas, sus fragmentos
invaden mis sueños, siempre me desvelo sudando,
me persigue mi propia examinación de calles,
no sé ya cómo arreglarlo. Tal vez debería
pararme con firmeza, abandonar esta costumbre
que tengo. Tal vez debería reconocer
que soy dependiente, unirme a algún
grupo de autoayuda o matar mis fantasías
de cama con cuerpos desconocidos,
con sudor, con olores, con palabras estúpidas,
con el vacío.

 

 

 

 

HOMBRES QUE SALTAN ENCIMA DE LA BARRA
y se desnudan. Cuerpos elaborados, pieles bronceadas,
músculos. También los que chillan y mueven
las caderas, te golpean el culo, brincan,
esbozan una sonrisa, muestran su blanca
dentadura. Bailarines que se inyectan
una jeringuilla en la polla antes de subir
al escenario para que las masas se asombren
y rueden hacia la vorágine de luz y
sudor. Mi cama no es un consultorio, me
digo. Quisiera despojarla de abrazos, besos,
sobras que se han acumulado encima de ella. Ayer le
sané la herida a un chico flaco, recién
llegado a la ciudad, que se había lesionado.
Hoy se explaya y me cuenta sin pudor
sus hazañas. ¿Me entendería si le dijera que
lo deje ya? A menudo pasan por aquí quienes
hablarían largo y tendido de sus malestares,
cambios en la piel, de las células, del
virus que se extiende y desaparece.
O los que ansían la droga y se han olvidado
ya del sexo, incapaces de hacerlo.
Sería inútil ponerse a explicar
que, antes, la gente conocía el amor,
que se sentaba tranquila en los porches,
se miraba a los ojos, o veía las puestas de sol,
las nubes tormentosas acercándose,
que a veces abría libros y leía
letras antiguas. Hojeo las recetas médicas
preparadas, firmadas, para tirarlas
a la basura. El día se hace tan triste.
Es domingo. En la habitación contigua
oigo el ruido de los que vuelven de bailar.
Cierro la puerta con llave y bajo las persianas.

 

 

 

 

¿LO OYES, DAVE? HAY RUIDOS FUERA. TAL VEZ
un ladrón. O la explosión de una bomba. Venga,
despierta, Dave, tal vez haya estallado otra guerra
y tengamos que volver al sótano. Tú no sabes de eso.
Las horas, los días que pasaremos en la oscuridad.
O será sólo un incendio. O un vecino que se ha caído
de la cama. Todo es posible. Pero tú sigues durmiendo sin
decir nada. Despierta, Dave, para que no esté solo cuando
se termine el mundo. Tú, Dave, eres una masa de carne
que se ha acostado con todos. Nada te afecta. Ni siquiera
te enterarás cuando te mueras ni cuando tu carne empiece
a oler. Me despertará tu hedor en el sótano, y tendré
que echarte fuera como cebo para los perros salvajes.
Y todos los bares nocturnos se liberarán de ti, Dave,
¿no dices nada? ¿Me oyes? ¿Me escuchas alguna vez?
Vuelven los ruidos. No creo que sea una guerra.
Tal vez así se derrumba nuestro mundo, a pedazos, en
medio de la noche, cuando la gente honrada duerme,
como tú, Dave, mientras yo escucho los ruidos
y tengo miedo.

 

 

 

Mozetič, Brane. Banalidades (Trad. Marjeta Drobnič). Madrid; Ed. Visor, 2013.