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TRES POEMAS DE ‘ESA OSCURA PALABRA’, DE ANGELINA GATELL

PATRIA

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA mis hijos

Esta es la tierra, digo. Este es el llanto
que pisaréis un día.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxEsta es la lluvia,
la vertical dulzura que os codicia,
que os llueve, poseyéndoos.

La lluvia, digo, hijos, Llanto, tierra.
Esta es la patria, el vientre que os asume
sin esperanza, sin ternura,
devastado, ofendido…

Alzad esta tristeza en vuestras manos
como me alzáis el nombre algunas veces,
para evitar el tacto con la pena
que nos cubre de cieno.

Esta es la patria, hijos.
Este rumor caliente que os cabalga la lengua
como un lento jinete de amargura.

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RAMBLA

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Sofía Nöel

No lo intentéis siquiera. No hay vasija posible,
capaz para mis ansias. Os digo que es inútil.
Yo soy la rambla inmensa, troquelada de espuma
huyendo eternamente…

Podéis hundir las manos en mis sendas heladas;
podéis beber sin tasa hasta quedar ahítos;
podéis sentir la tersa caricia que derramo,
sentirme, viva y ágil, por vuestra piel, cayendo.

Podéis, en esas tardes ardientes del estío,
acercar presurosos vuestra sed a mi orilla.
Podéis, gozosamente, llamarme en vuestra fiebre,
pronunciarme despacio, con goloso deleite.

Podéis, os lo repito. Aquí estoy a la espera.
Acudiré cantando, saltando entre los riscos.
Dejaré mis cabellos, como hierba amorosa,
prendidos en las piedras que custodian mi paso.

Pero dejadme libre, indócil en mi huida.
Yo no puedo quedarme dormida en un paisaje.
Me llama el mar, el viento, las dulces amapolas,
lo caminos lejanos que nadie ha transitado.

No intentéis aquietarme. Yo tengo mi destino.
Criatura en movimiento, plural, multiplicada.
En cada gota mía un mundo nuevo brilla
sustancial y bellísimo…

Bien sabéis que es inútil. Contened vuestro empeño.
Además ¿qué os importa? Una mujer no es nada.
En cambio esta brazada espumosa de sueños
bien pudiera serviros alguna vez, hermanos.

Dejadme. Necesito precipitar mis aguas,
tumultuosas y firmes, camino del misterio.
No extendáis vuestras manos, me deslizo entre ellas
imposible y lejana.

Y me voy. Escuchadme. Acaso alguna noche
me pese haber huido. Es posible que grite
mi pesadumbre humana, que golpee con ansia
en las cerradas puertas que celan vuestro sueño.

Pero esto no os importe. Antaño ya lo hice
y contestó el silencio a todas mis llamadas.
Ahora todo es bueno. Mis aguas luminosas
agitan sus espejos con un saludo largo.

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TREGUA

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA María de Gracia Ifach

No. No quiero saberlo.
Perdonadme. Tal vez sea pecado
desertar un momento… Mas no quiero
renunciar a estas aguas que me acogen,
—unas extrañas aguas de bondad
casi olvidadas—.

No quiero preguntar por el culpable
y encontrarme de pronto entre los dientes
algo que maldecir junto al silencio
que hermosea la tarde.

Sólo quisiera ahora
tener entre los labios el nombre generoso
de la luz y del viento,
de la tierra mojada,
del florido naranjo…

(Si vosotros supierais
cómo huele aquí el aire…
Limoneros redondos,
apretados azahares,
y estos árboles
que vigilan atentos mi ventana…
Si vosotros supierais
cómo huele aquí el aire,
cómo se extiende, tierno y verde
—prolongación de mi criatura—
el campo…).

Sólo por eso os digo
que no quiero saberlo.

Dejadme…

Quiero olvidar que hay hombres
que gimen por las calles de la ciudad en sombra,
y esos niños que miran tristemente, en la esquina,
el vuelo silencioso de los pájaros.
Y esas palabras duras que golpean las bocas
de las agrias mujeres sin lágrimas.
Y ese oscuro presagio prendido en el viento
que ronda la tierra, callando…

(Sostengo entre las manos
un terso aroma de naranjas.
Si vosotros supierais
cómo huele aquí el aire…).

Dejadme.

Quiero olvidar el humo
que enluta ciegamente los espacios.
Quiero olvidar las voces
que cruzan los caminos
a pedradas…

Quiero olvidar ahora tantas cosas:
mi niñez repitiéndose
eternamente por las calles;
la humillación de todos y la mía
en mí y en cada uno.

Quiero olvidar que el hombre
está solo y cansado.
Quiero olvidar el miedo
profundo y animal que nos abate.

Dejadme.

Es tan sólo un momento.
Un espacio pequeño
donde el gozo se logre plenamente,
donde sentir la vida
como una llaga dulce, inesperada…

Porque vosotros no sabéis ahora
cómo huele aquí el aire.
(Limoneros redondos, apretados azahares,
y esos árboles
que vigilan atentos mi ventana…).

Sí, lo sé.
Y junto a todo esto,
la injusticia acechando…

Pero ahora dejadme.

No quiero preguntar por el culpable.

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Gatell, Angelina. Sobre mis propios pasos (Poesía completa. Vol. I). Madrid; Bartleby editores, 2023.

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