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LOS OJOS FRÍOS DEL VALS
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NOSTALGIA PRIMERA O AMANECER
Esta tristeza de violín
desenroscada por los ojos,
estas rosas marchitas,
la claridad de un nuevo día
manchando mis refugios,
deslumbrando,
buscándome.
xxxxxxxPor dentro de la muerte
xxxxxxxsolo se escucha
xxxxxxxnuestro propio silencio.
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NO ES POSIBLE QUE NO QUEDE NADIE
He aprendido muy pronto
el mecanismo de la ausencia.
Estar triste consiste
en inventar un bosque
al que poder marcharnos
cuando no quede nadie,
cubrirlo de leones y de besos
y de todos los cuentos
que un día nos contaron
para poder dormir.
He empujado la puerta muy despacio
con la esperanza de encontrarme
a alguien que me esperara.
Entre la lluvia y yo solo estaba tu cuerpo.
xxxxxy esta melancolía que me abrasa
xxxxxy los racimos de leones
xxxxxque olvidaste plantar a orillas de mi llanto.
Alguien canta a lo lejos y me recuerda que la muerte
es una casa dócil con paredes azules
donde pronto olvidamos
xxxxxxxxxxlas razones del miedo.
Nada de esto es posible, ¿lo comprendes?
Aún no he aprendido
el mecanismo de la ausencia.
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SOROLLA, EL VERANO
Regresa igual que un cosquilleo
la flor azul de mis veinte años,
playa de la Caleta, el corazón aún en pleamar.
Aquel antiguo balneario nos hacía soñarnos
personajes de un cuadro de Sorolla.
El cielo desmembraba
islas de sol en mi cabello.
Nos sentamos allí, junto a la orilla,
burlándonos del tiempo
y buscando en las nubes
mundos desconocidos poblados de libélulas.
El poema, dijiste, no cabe en una lágrima.
Estoy pensando en ti mientras escribo,
en aquel balneario
y en el vestido blanco de un cuadro de Sorolla.
Estoy pensando en ti
desde el mundo desconocido de tu ausencia,
burlándome del tiempo como hubieras querido,
guardándome las nubes y las islas de sol
—también tu corazón—
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen el poema.
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HE HEREDADO EL COLOR DE SU MIRADA
Alguien cruza el espejo cuando lloro
y se detiene aquí a mi lado
para hablarme de sueños envejecidos
y de ciudades rotas cerca del mar.
Reconozco sus ojos, la tristeza que habita
sus hondas galerías,
como súbita luz en los cristales
cuando ya no esperamos
nada más que la sombra.
Después alza la voz,
se ríe gravemente de la muerte,
me canta una canción
que nos pertenecía
y queremos marcharnos,
pero nunca sé dónde.
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EVERYBODY’S TALKING AT ME
Carretera, verano del 97,
urgencia delicada de atardeceres.
Desde el asiento trasero del Peugeot,
el universo no entendía aún
la dirección precisa del futuro.
Cómo hablar de aquel tiempo.
Hoy,
caravanas de autómatas
emigran a la noche
y la presencia absurda
de algún polígono industrial
del horizonte
me despierta una sed feroz
de llover a lágrima viva.
Carretera,
xxxxxxxxxverano.
En la mecánica del viento
pienso en tus manos multicolores,
en la verdad indómita de tu mirada.
Como en aquella canción de Nilsson,
todo el mundo está hablando,
pero no escucho una palabra.
xxxxxxxxLlegará el día en que también
xxxxxxxxañoraremos este tiempo.
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1936
Devolvedles la voz a aquellos muertos.
A los hombres que aúllan debajo de la tierra,
a los huesos sin nombre, a los naufragios.
A una flor blanca malherida por un fusil:
ese rostro que salvajemente se asoma a la noche
y nos increpa igual que si lo conociéramos.
Lo separamos en dos mitades: la nuestra
y la del mundo de los desaparecidos.
Escucho las sirenas, los disparos que tiemblan
frente a las barricadas: vuelven con el atardecer
a taparnos la boca, a convocarnos
junto a los muros de cal del cementerio
y yo no puedo
darme la vuelta como un verdugo
y yo no quiero
invocar al olvido
y están tan solos esos hombres
en sus tumbas anónimas.
Devolvedles la voz
para que no se mueran.
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LO QUE SUCEDE
El paisaje me sueña como un lobo dormido.
A veces
me cuestiono la realidad de mi existencia.
Mientras,
el amor se acurruca en las fotografías,
es una criatura mitológica
que me recuerda un tiempo
en el que no me conformaba
con sobrevivir.
Ahora,
despeino con un gesto de cansancio
los cabellos del miedo,
abandono la máscara sobre la mesa
y comprendo que esto que sucede
es todavía
xxxxxxxxxxxxla vida.
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Casado, Marina. Los ojos fríos del vals. Gijón; BajAmar editores, 2022.
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PEQUEÑA APARICIÓN EN PRENSA
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Acaban de mandarme varios mensajes diciéndome que el escritor y periodista Manuel Madrid me ha dedicado hoy la columna que publica en La Verdad. A estas horas ya no me puedo hacer con un ejemplar físico del periódico, pero no saben lo que me ha alegrado leer lo que ha escrito Manuel sobre mí. Es, probablemente, el que más se ha acercado en años, escribiendo sobre mí, a lo que soy. Gracias, gracias, gracias, Manuel.
Aquí dejo una foto de la columna en cuestión.
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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (170)
El lunes, tras la participación en el IV Congreso Internacional de Artes y Diversidad, promovido por la Fundación CEPAIM, Manuel Madrid, con quien estuve compartiendo mesa, tuvo a bien regalarme un ejemplar de ‘Fondo de armario’, publicado en la colección Sudeste de la editorial Balduque.
Desde aquí quiero darle las gracias públicamente por tener el detalle de darme un ejemplar del que es ya, si no me equivoco, su quinto libro.
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FOTOS DE LA PARTICIPACIÓN EN EL CONGRESO ‘ARTES Y DIVERSIDAD’
A veces, solo a veces, uno se deja llevar y va sin ideas preconcebidas a un evento al que le han invitado, y cuando acaba sabe que es uno de esos momentos que se van a quedar en la memoria.
Sí, en las imágenes se puede comprobar lo bien que me lo pasé compartiendo mesa con Juan García Sandoval, Ilu Rosa, Manuel Madrid y Raúl Real, en este congreso coordinado por Joaquín Medina.
Y lo que no se ve en las fotos, que es lo que ocurre después de los eventos y que muchas veces es incluso mejor, cuando surgen descubrimientos que en otro contexto sería complicadísimo que sucedieran.
Gracias por la invitación y los compañeros de mesa por el rato de después.
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DOS POEMAS DE ‘LAS ALAS DE LAS POLILLAS’
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ANTROPOFAGIA V
Y así, para el alivio sintomático
de no haber vivido bastante
y curarme el miedo al bostezo
y la dulce niña bonita,
quise mezclarme con ellos. Con esos hombres
de ingenio y verbo ágil
y cabezas envidiables, más o menos,
y volubles de moral
que te dicen lo que ya sabes
xxxxxxxaunque no lo sabes todavía
y tú ríes, turbada por sus ocurrencias.
Sin humos ni farmacia,
sin tanto que lamentar al término de la obra.
Como la chica-poema de Simic
en su misteriosa fiesta: llegar y besarlos a todos.
Ahora que renazco y ellos envejecen
saludo despacio como las princesas
y prometo, desde mi torre de mármol,
que muy pronto tendré hambre
y me verán de vuelta a sus pies, postrada,
mordiéndoles con fuerza las rodillas.
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CULTURA GENERAL
Todos hablamos de Freud como decimos «sublime»
y «platónico» y «dantesco», «pantagruélico»
y nos creemos lo que cuentan sobre Dios
y el movimiento obrero.
Y pensamos que aquello lo dijo Marx
y es de Voltaire esa frase tan bonita sobre la libertad,
y no sabemos dónde acaba el camino de Kerouac
y empieza el de Gardel,
pero igual lo citamos, lo destrozamos,
apartamos a la masa de un empujón orteguiano.
Sonreímos.
Así se compone la cultura general,
de residuos: lo que no dijeron otros
o dijeron sin querer.
Por eso en verdad da lo mismo
si construimos sobre imprecisiones,
como castillos en el aire contaminado.
Y menos importa a quién se atribuyan
los méritos y las culpas;
si son verdad o mentira las mil interpretaciones
y vivencias de la misma historia.
La distancia entre quererse y la enorme carcajada
creo que se llama traducción libre.
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Sorokin, Amanda. Las alas de las polillas. Gijón; BajAmar editores, 2022.
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ALGUNOS POEMAS DE ‘LA CACERÍA’, DE JULIO ÁNGEL OLIVARES MERINO
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Desamparo
Queda un responso de catecismo tan puro
como un espectro de cejas albinas,
rondando los sumideros y el frío;
una gran fosa de ecos y una herida,
una llave atascada bajo los párpados
y el color del ahogo que se descose.
Hay un gemido que el intestino desordena,
como un credo teñido de niebla y sal,
una gota soñada a través del hierro,
cayendo desde el cadalso del garfio hediondo,
desde el grifo de las yemas gélidas y el ayer,
desde el miedo en carne viva que la ausencia dicta.
¡Qué frío el de los niños sin faz ni pájaros en seno!
El de aquellos sin huellas ni costuras del día a día,
el de quienes fingen estar y duermen la muerte,
descalzos.
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Hilos
Se duele la oscuridad, de tan opaca y muda;
se viene encima, con sus branquias añosas,
sus paredes de eco esclavo, de polvorienta lana.
Vano cubil de la memoria, deserción y herida.
Pliegues en su piel muerta, pliegues como ríos de sed,
raíces hueras y sereno sin llaves al alivio.
Así luce, así sueña y se duele la oscuridad.
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Desheredad
Existe un umbral y existe porque silba la ventisca,
silba y talla ponzoña sobre la piel del bufón,
ese cuya mueca es de antaño, pero contagiosa,
porque es de molde cínico y cenefa en desgarro,
y no es burla sino verdugo, tal vez o quizás.
De cerdas está hecho su sayo, de entrañas su júbilo.
Existe la quilla del viento y arrecia cuando lame el portón,
ese espectro del sostenido, que también respira,
ese que repite nombres y la aldaba no toca sin helar.
Existen las enredaderas de infancia, los soles marchitos,
las ubres termita del tiempo, lechosas de horror;
existen los ecos maniacos entre el terciopelo,
los celos del cariño que se presiente, pero caduca.
Y entre los visillos de la intuición, enloquece esa perla,
un resplandor romo, sin esquinas, turbio y malquerido,
cruz sobre el boceta de una caja serena y su manantial.
Sobre una arista de polvo, sobre una sonrisa fantasma,
sobre sus pliegues de lino y su pompa de expirar,
se duele una cerradura sin edad ni gozne preso.
Es un tesoro de ecos, de lágrimas, aurora y lunas,
un costurero de momias sin botones, cosidas a su reposo.
Los labios del abismo besan allí dentro y hay hadas de color;
susurran lo allegado, con cruel letanía, desnudez y hambre.
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El huésped
Desperté, me vi y temblé; lo sé;
fue el relámpago del fantasma,
la histérica arruga de su hábito.
Tan áspero y cenizoso, tan nadie.
Sé que me vi, amanecido y yerto,
aunque él no llegó a sentir que lo intuía.
Soñó en mis brazos, eso, yo o ambos,
una vez más, henchido y lóbrego,
fiel bajo las vetas del lago.
Lo fueron izando las luces y el gris,
el gris que sueña con ser senda.
Fue un ritual de herrumbre y breve.
Había larvas de lágrima en la huella,
la terrible huella del agua y los días.
Entonces, mecí, mecí y mecí el estanque,
buscando la vida, su son de pétalos,
y una momia de nieve y esparto,
desde el alud, hiló sus dedos,
desde las catacumbas del soslayo,
desde el talco del nacer y aquel color primo
desde el origen hasta el ayuno de mí…
…hasta aquí…
Nos palpamos y tres ondas burlaron
las cuentas de otoño, las nanas de antaño.
Llovieron aquellos crespones ariscos,
más allá del tímpano del viento.
Mis manos eran esclavas sin ser,
tendidas al remanso del recuerdo.
Cubrí su faz con la nostalgia y el ámbar.
Y, así, con tenue precisión de gaviota,
posó su muerte en los lacios ecos,
en los sones del sol y su helado badajo,
allá en la laguna, yacente y solícito.
Extendí los brazos y deshice el cristal.
A tientas, destejí la mortaja, sus ojos forcé;
abrirlos, sinceros, al tacto del limbo.
Y mientras caían y caían el péndulo
y la tarde, caían y caían, desangrados,
desnudando fui, sin contención ni entonces,
al niño que solía ser, al fugaz príncipe,
a la fe intacta, al comulgar de mayo,
tan lejos de mí… el niño sin garganta
que no gritó al morir ni de viejo fue llanto.
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La nana del muerto
Te sangran las nubes del recuerdo y los labios,
madre, se te descose el alma a la deriva,
se te hielan las palabras en los párpados;
se duermen y encallan las luciérnagas,
esa luz con dientes primerizos, tan efímeros.
Se te escurre entre los soslayos, madre,
el tierno solaz y el oro de tu vientre,
se te queman los mechones de un hijo,
sus hoyuelos, donde anidan las arañas.
A contraluz, madre, abro en ti una zanja,
me tiendo en ella a existir, a morir cierto,
a desasirme infiel y pacientemente de ti.
Encanecen los callejones de tu mirada,
se te desprenden, frágiles, las mandíbulas.
Sí, madre, madre, sí, sí, sí, madre, así.
Yo también me mustio y me encorvo.
Lo sabes, querías olvidarlo, pero lo sabes.
Tal vez, me creíste madera sin veta,
hierro firme sin lenguarada de óxido,
agua sin neblina, sequedad o veneno.
Tal vez, me enmarcaste eterno, madre,
pero ahora que has presumido de tacto,
ahora que el costurero has tocado y sangras,
ahora comprendes que no hay remiendo
para el desgarro que en un grito cava el nacer
y, ya para siempre, hereda y arrastra su hedor.
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La condición del rompeolas
Si llovió a destiempo, mientras dormía,
si aquel se deshizo entre mis huellas,
si el corredor fue eco, tazón y sed,
si arranqué las raíces del descalzo a solas,
si su baraja lamió la nodriza de cera,
si en mi osario se abrieron las ventanas del silencio,
sobre el blanco sal, entre dinteles de infancia,
a trazo y suspiro, a vuelo disperso de tragaluz;
si el tiempo sorbió los ojos que consentían,
si existió aquel antes y nació este después,
si con ojos de muda se fue la claridad,
si desnudo, sentí alas y ruego,
si la costilla y su eco varó mi inocencia,
si así he de tensar cometas en la nada,
entre suspiros de tiza y remiendos de lágrima,
como el ave de paso que arde al persistir;
si se abrasa sin retiro donde serenar ceniza
sin arcón para astillar su calambre de lana;
si he de llorar en el descobijo de las brujas,
si todo acontece en mueca sin muda,
será cierto lo que Madre decía de soslayo:
hay un cuervo en cada estampa devota,
una boca con flemas y puntas retorcidas,
una centinela que devora migajas de ilusión,
que te hará estar solo en la cáscara del infiel;
hay un labio amargo y un suspiro,
una larga lengua envenenada
que madruga para masticar el sol y desteñirlo,
para ser la noche, bordarla a ti con desapego,
morirse tiritando a tu lado y pedirte luto,
engrasar el invierno en tus pupilas y, aun así, quererte,
para cegar tu respiración y dejar tus ojos en blanco ternilla.
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Paladas
El viento, la luz y el rumor.
Ninguno queda, pero fueron,
peinándote, cegándote.
Y con el susurro a pulso…
Quietud, oscuridad… silencio.
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Baba
Tienes un río en las manos, un fantasma de cauce,
un milagro de tendones que se retuercen y hablan;
un telar de lava y un corazón de dunas tienes,
la saliva del expósito, el grito del envés.
Sientes que esa llama no germina entre tus témpanos,
que una tumba encanece y se oxida
con colonia de nube en sobremesa,
mientras desesperan sus patas de pollo
y sobresalen como estigmas de muerto.
Un sepulcro bien curtido, agria y frágil cuerna.
Es de alguien que a sal sabe y respira sin resuello
como la piedra que el hambre no desmiga
ni el hálito anega, pues no hay baza ni propuesta,
no hay acequia ni raíz, ni lengua de cielo que hurte
frutos, savia o paladar a los muertos del espejo.
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(Sótanos)
Cuando lo que queda y espera es el surco,
cuando ya pasaste por el lugar y aconteció,
cuando el anzuelo y el temporal salivan,
es la inmundicia en cada labio de tus uñas
la que te ignora y serena mientras escarba,
ajuar en tierra mordiente y tímidos tallos,
allá donde la brisa es recuerdo y veneno,
donde los cerrojos del silencio te amamantan;
allá es un alma que enfiló el escalón del tiempo
y hay estrías y bocetos de un chirrido a solas,
de las puertas que ya no son ni se dejan mirar.
La casa de infancia duerme o muere,
se abandona y aúlla, salta al vacío.
Y somos, allá, el vaho sobre los espejos del sueño,
los zapatos huérfanos, los pies de cicatriz y espasmo,
los pájaros resecos, con ojeras y salitre,
el calambre del vagar, el arpegio sin sus días,
la telaraña, allá, sobre las huellas y el vello materno;
los ecos, allá, sobre el triste destello del padre,
que no resuella, que no te mira, que no regaña.
Allá donde fuimos, allá, aquí donde no somos.
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Olivares Merino, Julio Ángel. La cacería. Albacete; InLimbo ediciones, 2022.
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ESTA TARDE, EN EL IV CONGRESO INTERNACIONAL DE ARTES Y DIVERSIDAD
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Esta tarde participaré en el IV Congreso Internacional de artes y diversidad, compartiendo mesa con Ilu Ros, Manuel Madrid y Raúl Real.
Si les apetece, nos vemos en el MUBAM a las 19:00h.
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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (169)
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Después de que la última vez que estuvo en Murcia apenas pudiéramos vernos, ayer nos desquitamos compartiendo recuerdos, presentes y proyectos. Las horas que ayer me regaló Carlos fueron de esas que uno comparte con los amigos de verdad.
Aviso desde aquí, vayan a verlo en esta gira de despedida si tienen la opotunidad.
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ESPERANDO A MÍSTER O.
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HÁBITAT (O BIOGRAFÍA BREVE DE UN ESCRITORIO)
Ensuciar .el .orden .de .lo .que .nos .ha .sido dado. El músculo promisorio
de .las .cosas .blancas. Levantar .el .lenguaje .donde .sólo existe el himen
del silencio.
Al xprincipio xla xmesa xlimpia, sola xcomo xun xpiano xo xuna xlápida xy
sobre .ella, después, el .torrente .de .la .jornada; aquí .un .pie .de .luz, allí
los .bisturís .azules .y .negros, la .oblea .simple xdel xfolio, donde .hiberna
la .esperanza .de .lo .que .puede .ser, hasta .que .todo xse .derrumbe .con
la .primera .palabra .y .los .límites .me .acompañen. Más .allá .el .agua .de
la .radio, la .mayúscula .recia .de .la .silla, el .brazo .de .libros sobre el que
a solas lloro de envidia:
Miro entonces mis pies y mis rodillas, mi sexo y mis cartílagos, miro de arri-
ba abajo esta fraterna máquina de morir (Félix Grande).
Ensuciar el orden de lo que nos ha sido dado.
Creer que vivimos cuando sólo estamos habitando.
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LORCA ACABA DE MORIR HACE OCHENTA AÑOS
Ochenta años es sólo un titular de .acero .para .este viernes de persia-
nas y sandías .con .el .fin de que parezca mucho el tiempo y pasemos
rápido a otra cosa.
Importa .el .vértigo, al periódico .y .al .televisor les importa. Al turista
que moja sus pies y coge el móvil para escribir en la gloria, también le
importa .el .vértigo. Importa que todos los días parezcan iguales en su
danza, que las fechas se confundan .y .así .nunca .limpiemos la sangre
de .los .almanaques, que llegue .la .noche y los coches derrapen en las
curvas .de .la .operación .retorno, que vengan .el .estrés y el .trigo, los
puentes, que Holanda se vea .en .los .ojos queriendo fuerte de un niño
insomne, que .la .primera .moneda .del .año suene en .la .hucha como
un .deseo .cayendo .en .un .pozo .de .metal. Que .nada .se detenga en
esta imagen congelada.
Importa, sobre todo, el vértigo;
otro hombre acaba de morir a manos de la hiedra,
el .traumatropo .planta .su .dedo .en .los .ligamentos .cruzados .del ju-
gador del momento,
los .supermercados .de .allí .no .tienen .más .que .sus .encías .para los
pobres y los lejanos,
benditos xsean xlos xcorresponsales .especiales, sus .bufandas xrusas,
su .menú .para .uno .o .pensar .que .cuando .apagan la cámara, lloran
arrugando una fotografía que sacan del abrigo.
El mundo confabula para que pasemos .rápido .a .los .postres, pero los
hombres .lentos .amamos .la .perspectiva, nos .chifla .imaginar mucho,
sentados en una silla grande donde .nos .cuelgan .las .piernas. El truco
está .en .pensar .cosas como que hace ochenta años existían personas
que pudieron estrecharle la mano a Whitman alguna vez o que volvían
la cabeza extrañados si alguien pronunciaba .las .palabras avión o cine.
Mucha gente .murió .creyendo que unos ángeles de agua se llevaron el
Titanic al hondo lugar de las cosas .que .ocurren o soñó esa noche que
su hermano vendría a matarlo con un fusil .cargado de razones porque
padre ya no vivía para gritar «¡se callen, coño!» si hablaban de política
con el pan sobre la mesa.
El .truco .está, por ejemplo, en .no .olvidar .que .Federico pudo cruzar-
se .con .tu .abuelo, quién sabe, en .una .plaza .con .demasiada .gente,
acariciarle la .cabeza .a .ese .niño .de .provincias y escribir a los pocos
días:
xxxxxQuiero dormir el sueño de las manzanas,
xxxxxalejarme del tumulto de los cementerios.
xxxxxQuiero dormir el sueño de aquel niño
xxxxxque quería cortarse el corazón en alta mar.
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¡URRACA!, ¡URRACA!
Al montón de .huesos .y .fluidos, de .tendones .y .músculos, esa cas-
quería grave que nos une y .no .nos .permite .disgregarnos fatalmen-
te, deberíamos añadir .los .azares .y .las geografías que también nos
forman.
Perdí .una pluma, la .primera .que .compré .y .siempre .llevaba .enci-
ma. Me gustaba palparla, meter .la .mano .en .el .bolsillo y creer que
era .un .revólver con .el .que .algún .día mataría a alguien de un poe-
ma en la frente. La dejé junto a .la .taza .de .café .vacía una mañana,
al día siguiente pregunté .a la camarera, pero me dijo .que .no .había
visto nada. Aún hoy .me .gusta .imaginar que la guardó en el delantal
y después .la .llevó a su casa, intentó escribir algo: medio kilo de plá-
tanos llamar al dentista preguntar .por .la .tía .Sofi y luego la encerró
en .un .cajón .donde a veces la ve cuando busca pilas y se arrepiente
de no habérmela devuelto, se llama a sí misma ¡urraca!, ¡urraca! y se
muerde el labio .hasta .que .sangra .un poco de culpa y luego pone la
radio para ducharse.
Hace unas semanas, a .unos .metros .del .lugar .donde .olvidé mi plu-
ma, encontré en el suelo .una navaja. Cuando la abrí pude ver que el
desgaste de años de afilarla le había abierto en la hoja una boca, una
suerte .de .luna .menguando .en el acero. Recordé a mi tío que usaba
una igual con la .que .cortaba .primero .tocino .salado .y después una
manzana.
Pensé .que .el .mundo .me .estaba .pidiendo .que .pasara a la acción:
«deja de escribir y mata a alguien de verdad«. A .cambio .de .eso va
siempre conmigo. A .veces .la .abro .unos .segundos .y hago cuervos
y .brazos .debajo .de .la .bombilla .del .escritorio. Otras .sólo .la toco
bajo la ropa, me gusta pensar .que .es .una .pluma con la que un día
afilaré el poema .que .envenene .a los ladrones de la Tierra. La llamo
azar o coordenada. Sonrío .un .poco .al .creer que llevo toda la histo-
ria de la humanidad doblada en el bolsillo.
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Onia Valero, Iván. Paseando a Míster O.. Sevilla; Asoc. Pelagia Noctiluca, 2017.
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EL ORNITÓLOGO
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HOY NOS ESCULPEN EN ARENA Y SAL,
nos cultivan el cuerpo con hierros,
a hachazos la cabeza,
con alfileres la boca.
Las pupilas a golpe de cincel
y mudos los ojos
para caminar con orejeras:
rebeldes pajaritos
de la misma jaula.
Nos destierran a su gusto.
Nos mojan las cerillas
de esta caja que somos:
moldes de hombres
muertos,
hombres-pájaro
sin alas,
y nos lanzan del nido
sin saber volar.
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ENTRE EL FRÍO HELADOR DE LA NOCHE
y el tórrido del desierto,
entre el fango de la lluvia negra
y el yermo mar rojizo,
entre la sonrisa
y la lágrima…
Entre dos opuestos
estamos dejando a miles
como tú,
xxxxxxxxcomo tú,
xxxxxxxxxxxxxxxxo yo
sin el olor de la amapola,
sin el ruiseñor y su canto.
Bajo la alfombra rebosa la miseria.
No nos cabe ya más.
Pero tenemos enferma la memoria.
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PIEDRA, PAPEL
la envuelve, la adorna
con roja dureza.
Hacia allá van
cayendo
piedras como puños
puños como piedras
como estrellas del cielo
todo
con papel de envolver.
Cayendo
con fuego y rabia
con sangre y lágrimas.
Hacia allá,
hacia quienes nos cortan el agua
tan escasa en esta sequía,
hacia allá van
bien
saben dónde van.
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LO QUE MANDA, EL DINERO VERDE, TIENE
del ser humano clara concepción:
usar y tirar.
El infierno se va ya desde aquí
con lento caminar.
Con lentas alas perennes se acerca.
Con el plástico de sus alas.
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NACEMOS EN CAMPOS
de concentración.
Pronto nos recluyen
en cunas eternas.
Crecemos. La llave
de la libertad
se llama uniforme».
Nos viven enjaulados
en jaulas sin jaula.
Morimos. Nos entierran
en cunetas sin flor.
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UN EXILIO VOLUNTARIO,
una migración de invierno
para comprender
de qué forma están hechas
con qué levedad nos elevan
nuestras alas.
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ES DIFÍCIL:
xxxxxxxxxxxno me voy a ganar
el cielo, no querrán nacer las flores
sobre la tierra de mi cadáver roto.
Jamás
xxxxxxxla sensatez
xxxxxxxxxxxxxxxxxgirará
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsobre
mi cabeza.
xxxxxxxxxxLos pájaros se posan
altos, muy lejos, de mis cadenas y mis barrotes.
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MORIRÉ SOLO.
Colgado de un bello roble
sin tocar el suelo. Con mi libro.
Con la garganta desgajada y rota.
Sin cuerdas vocales y muchas consonantes,
malsonantes, por decir.
Pero sin audiencia que escuche
por más que hable de ellos.
Y silbarán los pájaros —cabrones—.
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Gutiérrez Temiño, Andrés. El ornitólogo. Gijón; Bajamar editores, 2021.
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EL HUNDIMIENTO DEL TITANIC
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‘El hundimiento del Titanic’ fue uno de los libros que más me gustaron de los que me leí el año pasado. La maestría con la que Enzensberger va cambiando de registros según la necesidad de los poemas es deslumbrante. Como se puede leer en la página de Anagrama, «El hundimiento del Titanic es un magistral poema épico –una hazaña desacostumbrada en estos tiempos– en torno a una historia que, aunque conocida, no ha perdido un ápice de su tensión dramática. En efecto, el enorme transatlántico, gigantesca maravilla del mundo que naufragó una gélida mañana del año 1912, no fue sólo un buque, sino también un mito: la encarnación del progreso tal como se entendió en el siglo XIX, un concepto cuya vigencia ha sufrido un serio revés tras los avatares de la historia reciente. A lo largo de treinta y tres cantos, en este poema –explícitamente inspirado en La Divina Comedia de Dante, escritor que retorna a menudo entre los fantasmas evocados por Enzensberger– se efectúa una soberbia recreación de la catástrofe. Los alaridos de los náufragos, las rememoraciones nostálgicas de los muertos, los inarticulados mensajes de los supervivientes; pero también fragmentos de telegramas, las últimas informaciones meteorológicas, las desesperadas peticiones de auxilio. Asimismo, las minuciosas descripciones de los menús de a bordo, la arquitectura del buque, la decoración y las pinturas kitsch de sus salones, las inoportunas alegorías de la Paz y del Progreso. Y todo ello embalsamado en el gran vacío del agua. Pero no sólo se trata de este hundimiento registrado en los documentos de la Historia: como fantasma, el Titanic sigue navegando. Su actualidad está probada por la puntualidad con que su destino sigue reflejándose en películas, fantasías y pesadillas. El poema trata también de este Titanic imaginario, de este «naufragio mental».
La redacción de este libro se inició en Cuba en 1969, se elaboró durante casi diez años y se abandonó y reemprendió varias veces a lo largo de este tiempo. Elogio de la provisionalidad y de la duda, este poema refleja asimismo la crisis del militante marxista que ha perdido las ilusiones; no se adopta una «posición correcta», la justicia de la poesía no es de este orden: en caso de duda, está de parte de quienes sucumbieron en el naufragio.«
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Aquí enlazo una columna que publicó Mario Vargas Llosa sobre Enzensberger y ‘El hundimiento del Titanic’, por si le quieren echar un vistazo.
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Y aquí dejo algunos poemas del libro.
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CANTO PRIMERO
Hay alguien que escucha muy cerca de aquí,
espera, retiene el aliento.
Dice: Es mi voz la que habla.
Nunca más, dice él,
va a estar todo tan tranquilo,
tan seco y cálido como ahora.
Se escucha a sí mismo
en su cabeza burbujeante.
Dice: No hay nadie más
aquí. Ésta tiene que ser mi voz.
Espero, retengo el aliento,
escucho. El rumor distante
en mis oídos, antena
de carnes suaves, no significa nada.
Es tan solo el latido
de la sangre en las venas.
He esperado mucho tiempo
con el aliento retenido.
Rumor blanco en los auriculares
de mi máquina del tiempo.
Sordo zumbido cósmico.
Ni un sonido, ninguna llamada de auxilio.
La radio permanece muda.
O éste es el fin,
me digo, o es que
ni siquiera hemos comenzado.
¡Aquí, sí! ¡Ahora!
Se oye un rasguido, un crujir, algo
que se desgarra. Aquí está. Una uña helada
que araña la puerta y se queda quieta.
Algo cruje.
Un lienzo largo e interminable,
una inmaculada tela blanca
que se desgarra, lentamente al principio
y luego más y más deprisa,
se rasga en dos pedazos con un silbido.
Esto es el principio.
¡Escuchad! ¿No lo oís?
¡Agarraos bien!
Y regresa el silencio.
Solo se oye un sutil tintineo
en los aparadores,
el temblor del cristal,
más y más tenue
hasta desaparecer.
¿Quiere decir que
eso fue todo?
Sí. Todo pasó.
Eso fue solo el principio.
El principio del fin
es siempre discreto.
A bordo son ahora
las once cuarenta. Hay una grieta
de doscientos metros
en el casco de acero,
bajo la línea de flotación,
abierta por un cuchillo gigantesco.
El agua corre
hacia las escotillas.
Emergiendo treinta metros,
el iceberg pasa silencioso,
se desliza junto al barco resplandeciente,
y se pierde en la oscuridad.
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CANTO V
Tomad lo que os han quitado,
tomad a la fuerza lo que siempre ha sido vuestro,
gritó, congelándose en su ajustada chaqueta,
su pelo ondeando bajo el pescante,
soy uno de vosotros, gritó,
¿qué esperáis? Este es el momento,
echad abajo las barandas,
tirad a esos degenerados por la borda
con todos sus baúles, perros, lacayos,
mujeres, y hasta niños,
usad la fuerza bruta, los cuchillos, las manos.
Y les mostró el cuchillo,
y les mostró las manos desnudas.
Pero los pasajeros del entrepuente,
emigrantes, todos a oscuras,
se quitaron las gorras
y lo escucharon en silencio.
¿Cuándo tomaréis la venganza,
si no ahora? ¿O es que no podéis
soportar ver sangre?
¿Y la sangre de vuestros hijos?
¿Y la vuestra? Y se arañó la cara,
y se cortó las manos,
y les mostró la sangre.
Pero los pasajeros de entrepuente
lo escuchaban inmóviles.
No porque él no hablara lituano
(no lo hablaba), ni porque estuvieran ebrios
(hacía tiempo que habían vaciado
sus anticuadas botellas
envueltas en toscos pañuelos),
ni porque estuvieran hambrientos
(aunque estaban hambrientos):
Era otra cosa. Algo
difícil de explicar.
Entendían bien
lo que él decía, pero no lo
entendían a él. Sus frases
no eran las frases de ellos. Golpeados
por otros miedos y otras esperanzas,
aguardaban allí pacientemente
con sus bolsos, sus rosarios,
sus raquíticos hijos, recostados
en las barandas, dejaron
pasar a otros, prestándole atención
respetuosamente,
y esperaron hasta que se ahogaron.
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CANTO VI
Inmóvil, observo este cuarto desnudo, en Alemania,
el alto cielo raso, antaño blanco,
el hollín que cae sobre la mesa en flecos diminutos;
y mientras la ciudad que me rodea oscurece deprisa,
yo me entretengo en recrear un texto que tal vez no existió.
Restauro mis imágenes, yo soy mi propio falsificador.
Y me pregunto la forma que tendría el salón de fumar
a bordo del Titanic, si las mesas de juego tenían
taraceas o estaban cubiertas de paño verde.
¿Cómo era en realidad?
¿Cómo era en mi poema? ¿Estaba en mi poema?
¿Y aquel hombre delgado, distraído, aquel ser excitado
deambulando por La Habana, presa de discusiones y metáforas
y aventuras de amor interminables? ¿Era realmente yo?
No podría jurarlo. Y dentro de diez años no podré jurar
que estas mismas palabras sean las mías, escritas
en el lugar más oscuro de Europa, en Berlín, diez años atrás
es decir, hoy, para apartar mi mente de las noticias de la noche,
de los innumerables minutos sin fin que nos esperan
y que se extienden hasta el infinito, a medida que avanza no se sabe qué fin.
Dos grados bajo cero, en la ventana todo está negro, hasta la nieve.
Me invade, no sé por qué razón, una gran calma.
Miro hacia afuera como un Dios. No hay iceberg a la vista.
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EL ICEBERG
El iceberg avanza hacia nosotros
inexorablemente.
Vedlo cómo se suelta
del frente del glaciar.
Sí, es blanco,
se mueve,
sí, es más grande
que todo cuanto avanza
en el mar,
en el aire
o la tierra.
Sueños mortales
que una larga caravana
de icebergs atraviesa.
«A doscientos cincuenta pies de altura
sobre el nivel del mar,
destellan sus colores
que son maravillosos
y totalmente diáfanos.»
«Como si fuese un sol
multiplicado
sobre las celosías de cientos de palacios.»
Mejor es no pensar en lo que pesa
un iceberg.
Cuantos lo han visto
no olvidarán jamás tal espectáculo
aunque vivan cien años.
«Ese espectáculo agudiza la imaginación
pero llena el corazón
de un sentimiento de involuntario horror.»
El iceberg carece de futuro.
Flota a la deriva.
No podemos hacer uso de él.
Existe, sin duda.
No tiene valor.
La confortabilidad
no es su fuerte.
Es mayor que nosotros.
Siempre y únicamente
vemos su cima.
Es efímero.
No se preocupa.
Nunca progresa,
pero «cuando, parecido
a una inmensa mesa
de mármol blanco,
veteado de azules,
se mueve de improviso y quiebra lo profundo,
todo el mar se estremece».
En nada nos concierne,
sigue su ruta monocorde,
no necesita nada,
no se reproduce,
y se derrite.
No deja huellas.
Se disipa perfectamente.
Sí, ésa es la palabra:
perfectamente.
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CANTO X
De modo que ésta es la mesa a la que se sentaron.
Desde fuera puedes ver, a través del ojo de buey,
en el salón de fumar, a B., un emigrante de Rusia
que, gesticulando, envuelto en la niebla azul
del humo exquisito de tabacos habanos,
marca Partagás, torcidos a mano,
perfectamente feliz y abstraído,
en la mesa verde, sin prestar atención
a icebergs, diluvios o naufragios,
predica la revolución
atareado en la predicación del evangelio de la revolución
a un pequeño grupo de barberos, jugadores
y telegrafistas. Uno lo ve,
pero no puede oír lo que dice.
El grueso cristal convexo del ojo de buey,
que refleja el bronce de los herrajes,
está hecho a prueba de ruidos. Palabras inaudibles;
uno sabe lo que se proponen,
y que este hombre tiene razón, aunque sea muy tarde
para tener razón en algo.
Sin embargo, en la próxima mesa puedes ver
a otro caballero, encolerizado, molesto.
Es el dueño de una fábrica textil de Manchester que considera
repugnante toda esta tontería, está indignado,
y en tono severo expone
las ventajas de la disciplina más estricta
y las bendiciones de la autoridad, que,
según sostiene con bigote trémulo, a bordo de un barco
ha de ser absoluta y firme.
Tú, desde luego, no puedes estar
al tanto de esta discusión, porque no puedes oírla.
Pero fíjate cómo los jugadores
y los telegrafistas mueven la cabeza,
¡como si asistieran a un partido de tenis!
A todos les gustaría ser rescatados,
a todos, incluyéndote a ti. Pero,
¿no es esto pedirle demasiado a una idea?
El juego terminará con empate.
Nadie ha notado a estos dos caballeros
en uno de los botes salvavidas, nadie a vuelto a oír
hablar de ellos jamás.
Solo su mesa flota por ahí todavía,
una mesa vacía en el Atlántico.
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CANTO XI
Déjennos salir
Nos estamos asfixiando
Nuestro furgón de ganado se estremece
Nuestro armario se tambalea
Nuestro ataúd gorgotea
Luchamos en las escaleras
Golpeamos los paneles
Forzamos las puertas
Déjennos salir
Somos muchos aquí
Cada vez somos más
luchando
por una pulgada de espacio
por un tablón
Estamos demasiado hacinados
para quitarnos los piojos
para cuidarnos o pelearnos
El carterista no puede levantar
su mano delgada
ni el asesino la daga
Nos asfixiamos unos a otros
Nuestra furia encerrada
nos levanta la piel
y expira
De pronto somos
terriblemente muchos
Aplastamos como masa blanda
a los que ya han sido atropellados
Un pudín de pánico
apestando a miedo
agrio y ratonil
Nos hinchamos y hundimos fláccidos y suaves
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CANTO XII
De ahora en adelante todo marchará según lo planeado.
El casco de hierro ya no palpita, las máquinas
permanecen quietas, el fuego se ha apagado hace tiempo.
¿Qué ocurre? ¿Por qué no avanzamos? ¡Escucha!
Alguien murmura en cubierta, rezando sus rosarios.
El mar es un cristal, negro, liso. Noche sin luna.
Por favor, no os preocupéis. Nada se ha roto a bordo,
ni un vaso, ni una copa de champán. Todos esperan
en pequeños grupos, sin hablar, inquietos, obedientes,
con abrigos de piel, batas y monos.
Los cables se enrollan, se les quitan los toldos
a los botes, se bajan los pescantes. Los pasajeros
parecen ligeramente drogados. Este músico, por ejemplo,
arrastra un violoncelo por la interminable cubierta,
arañando y desgarrando los tablones,
y uno comienza a pensar: Deben de ser alucinaciones.
¡Mira, han disparado un cohete de señales!
Pero no es más que un débil silbido, una llama azulada
que surca el cielo y se refleja en rostros vacíos.
Silenciosos, ascensoristas, masajistas y panaderos se alinean en cubierta.
A bordo del California, un barcucho decrépito,
a doce millas de distancia, el telegrafista se vuelve
en su litera y se queda dormido.
¡Atención! ¡Las mujeres y los niños primero1 ¿Por qué será?
Respuesta: We are prepared to go down like gentlemen,
Ya veo. Detrás quedan mil seiscientos. Una calma increíble
reina a bordo. Les habla el capitán. Son ahora las dos en punto,
y ordeno: Sálvese quien pueda. ¡Música, maestro!
El director de la orquesta levanta su batuta
para interpretar la última pieza.
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CANTO XIV
No es como una matanza, ni como una bomba;
no hay sangre, nadie es mutilado;
es simplemente una inundación, un aumento gradual
por doquier. La humedad se filtra.
Se forman diminutas perlas, regueros.
Lo que ocurre es que se te humedecen las suelas,
los puños de las camisas se te empapan, el cuello se torna
pegajoso en la nuca, se te empañan las gafas;
las cajas fuertes exudan, y se han manchado
las rosetas de yeso en el techo. Lo que ocurre es
que todo huele a su olor sin olor,
que gotea, se derrama, chorrea, se vierte;
no alternativamente, sino todo a la vez,
ciegamente, coincidentemente, promiscuamente,
humedeciendo el bizcocho, el sombrero de paño, los calzoncillos,
lamiendo sudorosamente las llantas de las sillas de rueda,
estancando el salobre en los urinarios, filtrándose
hacia los hornos; y ahí está otra vez,
horizontal, húmeda, oscura, callada, inmóvil, simplemente
elevándose lentamente, lentamente levantando pequeños objetos,
objetos de valor, botellas llenas de líquidos nauseabundos,
llevándoselas descuidadamente hasta que se vacían,
cosas de goma, cosas rotas y muertas; y esto continúa
hasta que tú mismo lo sientes en el esternón,
obstruyendo urgentemente, salobremente, pacientemente,
algo frío y pacífico que te sube, llegándote primero
a las rodillas, luego a las caderas, a los pezones,
a las clavículas; hasta que te toca el cuello, hasta que lo bebes,
hasta que sientes el agua sedienta
buscándote la entraña, la tráquea, el útero,
la boca; y sabes entonces lo que se propone: se propone
llenarlo todo, tragar y que la traguen.
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CANTO XV
A la hora de la sobremesa le dijimos si no le molestaba
la solemnidad negra como la tinta, de sus metáforas,
que tales significados y significantes ya no se llevaban,
que la moda era inexorable, también en el arte,
y que los excesos eran excesos. Tampoco comprendíamos
qué tenía que ver Cuba en todo ello, Cuba era una idea fija.
¿Y qué quieres decir -literalmente- con tus historias
sobre la pintura, sobre Gordon Pym, Bakunin y Dante?
Sois vosotros, gritó y se puso a lanzar trozos de pan y carne,
quienes lo recogéis, lo amalgamáis y lo desmenuzáis todo
con vuestros cuchillos de trinchar;
yo ciertamente no, continuó irritado, yo me embrollo,
balbuceo, hablo a trompicones, mezclo, contamino,
pero os lo juro:
¡Este barco es un barco! -ahora se mostraba más exasperado-
y la lona rajada en dos -esta parte casi la cantó-
simboliza una lona rajada en dos, ni más ni menos,
¿me entendéis? Os digo que yo soy como este lienzo,
que se tensa hasta no poder más. Y arrebató el mantel de la mesa.
Tonterías, respondimos, puro galimatías. ¿Una locura!
Pero se puso de pie de un salto. No discuto, dijo bajito,
enseño. Se puso de pie y se disponía a marcharse.
Tuvimos la idea de apuñalarlo por la espalda con nuestros cuchillos de pan,
tan airados estábamos. Pero al llegar a la puerta se volvió
y empezó otra vez: ¡Olvidáis (dijo en su forma más desdeñosa)
que también yo he comido carne humana, como vosotros y Gordon Pym!
He escuchado los estertores del viejo anarquista
sobre la sucia almohada en la habitación contigua,
mientras yo abrazaba a su esposa, sonriente.
Precisamente vosotros no podéis burlaros de mí. Además
(no acababa de irse), ¿qué podía hacer yo?
¿Creéis que he sido yo el que inventó este cuento
del barco que se hunde, que es un barco y a la vez no lo es?
El loco que se cree Dante es Dante.
Siempre hay un pasajero a bordo con este nombre.
Las metáforas no existen. No sabéis de lo que estáis hablando.
Mera confusión, gritamos confundidos. Esto no es un poema,
es un embrollo. Al fin se marchó. Se fue,
y nos miramos y miramos nuestros cuchillos de fruta,
y nos preguntamos si puede haber metáforas
con tanto filo. Entonces seguimos comiendo peras y albaricoques.
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CANTO XVI
El naufragio del Titanic consta en acta.
Es tema para poetas.
Libre de impuestos al cien por cien.
Es otra prueba de que las enseñanzas de Vladimir Ilich Lenin son correctas.
Lo exhibirán por televisión después de los deportes.
Es valiosísimo.
Es inevitable.
Es mejor que nada.
Hace fiesta el lunes.
Es ecológico.
Muestra la vía hacia un futuro mejor.
Es Arte.
Crea nuevos empleos.
Comienza a alterar los nervios.
Está legalmente registrado.
Tiene sólida base en la clase obrera.
Llega justo a tiempo.
Funciona.
Es uno de esos espectáculos cuya belleza deja sin aliento.
Es algo que debería hacer meditar a los responsables.
Ya no es lo que fue.
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CANTO XVII
Nos hundimos sin hacer ruido. Como en una bañera
el agua está quieta en los alumbrados salones de palmeras,
en las canchas de tenis, en los vestíbulos reflejados en los espejos.
Trascurren minutos oscuros que cuajan como gelatina.
No hay riñas, ni disputas. Diálogos a media voz.
Usted primero, señor. Saludos a los niños.
Cuídese del catarro. En los botes se oye el crujir de los cables
y se ven sobre el remo fosforescente gotas de agua
que como a cámara lenta del mar emergen y al mar vuelven.
Solo cuando se acerque el fin —la proa oscura levantada
perpendicularmente desde la profundidad cual absurda torre,
apagada la última luz, nadie pregunta la hora—
entonces un sonido jamás oído quebrará la calma de cristal:
“Fue un estruendo, o más bien un chacoloteo, un fragor o más bien
una sucesión de golpes, como si desde una bóveda enorme
se precipitaran toneladas de cosas pesadas desde lo alto,
agolpándose en los escalones y arrastrándolo todo en su caída.
Fue un ruido jamás escuchado
y que nadie quiere volver a oír en su vida.”
A partir de este momento, ya el barco no existía.
Después solo se oyeron los gritos.
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CANTO XXI
Después, como siempre, todo el mundo lo había visto venir,
excepto nosotros, los muertos. Después abundaron
los presagios, los rumores y las versiones cinematográficas.
Alguien mencionó las carreras de perros
celebradas en la cubierta C, deporte bastante raro
para un barco; habían preparado liebres metálicas
con pintura brillante, movidas por un ingenioso mecanismo,
para incitar a los galgos a realizar esfuerzos ilícitos;
se cuenta que muchos pasajeros menesterosos perdieron
sus últimas guineas en este monótono pasatiempo. Y qué decir
de la grieta en la campana del barco, y del hecho
de que se había tornado agrio el burdeos Château Larose del 88
utilizado en el bautismo del barco; la conducta misteriosa
de las ratas en Queenstown, última escala del viaje;
y el silenciado caso de la furia sanguinaria
en la capilla del barco. Ominosos accidentes,
vicios innombrables; pero ¿por qué hemos de cargar
con la culpa? ¿Cómo sospechar que se daban latigazos
a las duquesas debajo de las mesas de juego? ¿Que las niñas
menores de edad pedían auxilio por los conductos
de ventilación y que en los baños turcos había hermafroditas
mostrando sus orificios? Ahora, retrospectivamente,
todo el mundo alega haber oído el sonido de un órgano,
sin que lo tocaran manos humanas, y que pasó la noche
emitiendo profanas tonadas, como última advertencia
a todos nosotros.
«Divina Némesis» ¡Fácil decirlo una vez ocurrido!
Las penúltimas palabras de un grave caballero
poco antes de hacernos a la mar:
¡Ni Dios mismo podría hundir este barco! Bueno,
no lo oímos. Estamos muertos. Nada sabíamos.
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CANTO XXIII
¡Contradicciones! ¡Discrepancias, dudas!
El número de bajas, por ejemplo: ¿1635?
¿1715? ¿1490? Se había abierto paso hasta el frente,
y había tomado el micrófono para formular su pregunta:
Señoras y señores, distinguido público, ¿dónde colocaremos
nuestra fe? Se trataba de un poeta musculoso,
que, empujando a un lado a los demás, poetas también
más o menos, gritó: ¡Oh, empirismo! ¡Estoy perdiendo
la razón! ¡Eterna discordia de los expertos!
¡Ay de los especialistas! ¡Bibliógrafos, qué lástima me dais,
os hundiréis también, pero pero nadie se dignará en haceros objeto de estudio!
¡Y os hundiréis sin gloria, amén! Tonterías, grito otro
del grupo. Creedme, gritó y tiró del cable hasta
que su colega soltó el micrófono: Todos ellos solo creían
lo que al día siguiente leyeron en los periódicos; después, nadie,
ni siquiera testigos y víctimas, creían
lo que vieron sus ojos, y, de acuerdo con ellos,
decimos: Debe de haber sido como en el cine.
Luego ocupó el estrado un colectivo de poetas,
cogidos de los brazos, gesticulando y coreando a una voz:
Bienvenidos seáis rumores, bienvenidas leyendas
y hasta mentiras, mientras más locas mejor. Silencio
en la sala. Un aplauso para Edward J.Smith,
nuestro capitán de barba blanca, treinta y ocho años de servicio,
quien, desoyendo los radiomensajes,
corrompido por codiciosos armadores y ávido
de implantar récords, se abalanzó a toda velocidad
contra el iceberg. Ahora, antes de colocarse
el cañón del revolver en la boca, grita: «Be British.»
¡Bravo! Después de todo, ¿qué clase de poeta es aquel
que no es capaz de tragarse la sopa salada,
lamer las gotas que se derraman de la sala de calderas,
que no sienta en los mismos huesos el sudor frío del pánico,
la viscosa llovizna de la historia?
En verdad, en verdad, os digo: Silencio en la sala.
¡Tres vivas a la condesa Rothes en camisón de noche,
bruja, sufragista, lesbiana depravada,
que se adueña de un bote salvavidas
y proclama el matriarcado! ¡Vivas a los oficiales
que se tambalean borrachos por la pasarela, disparando
sus armas contra la chusma del entrepuente. Judíos,
camelleros y polacos! ¡Deberíamos darles una lección!
Un tropel de fogoneros con caras tiznadas es obligado
a regresar al fondo de la sala de máquinas
donde el agua negra ya alcanza la rodilla,
mientras a menos de cuatro millas de allí,
recostado en la baranda
de su podrido barcucho, con los motores parados,
el capitán Lord manda retirarse al telegrafista
para poder disfrutar a solas de las señales
de auxilio y de los gritos de los ahogados,
sin que ningún mensaje le moleste.
¡Viva, mis queridos amigos! Siempre hay alguien
que se limita a mirar impasiblemente
para formarse una opinión equilibrada con ese conocido
gesto de la comisura de los labios.
Los poetas bramaban, exigían, concedían:
un grupo totalmente descontrolado.
¡Detenedlo!, gritaron, ¡detened al millonario disfrazado
de mujer, con turbante y velo, que está
entrando en el último bote salvavidas antes de que el barco
se haga pedazos! «Cerca, más cerca, oh Dios, ¿de quién?»,
toca la orquesta; no, «Ragtime», «Un último cigarrillo,
y todo queda dicho y hecho», no, «Señor de misericordia
y compasión», nada de eso toca,
ya la banda no existe,
no había sonido, no se oía una palabra,
ya no quedaba quien gritara tres vivas,
tres vivas, señoras y señores, para ustedes,
para los poetas, para todos nosotros.
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CANTO XXXII
Más tarde, cuando el inmenso cuarto
se oscureció del todo,
nadie quedó
excepto el muerto y una desconocida.
Amiga y enemiga
se confundieron en otra persona.
Y la desconocida, escuchando su aliento apacible,
se inclinó sobre él entre las sombras
y, cerrando su boca con un beso,
se lo llevó muy lejos con su única boca.
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CANTO XXXIII
Calado hasta los huesos, diviso gentes con baúles chorreantes.
Los veo, de pie sobre un plano inclinado, recostados al viento.
Bajo una lluvia oblicua, borrosos, al borde del abismo.
No, no es un sexto sentido. Es el tiempo,
el mal tiempo el que los empalidece. Les advierto,
les grito, por ejemplo,
señoras y señores, andáis por mal camino, estáis al
borde del abismo.
Pero solo me otorgan una débil sonrisa y responden altivos:
Gracias, lo sabemos.
Me pregunto si se trata de unas cuantas docenas de personas,
¿o está allí todo el género humano, sobre un barco
decrépito, digno de la chatarra, dedicado tan solo
a una causa, el naufragio?
Lo ignoro. Yo chorreo y escucho. Es difícil
decir quiénes son estas gentes asidas a un baúl,
a un talismán de color puerro, a un dinosaurio, a una corona de laurel.
Les oigo reír y les grito palabras incomprensibles.
Aquel desconocido con la cabeza envuelta en periódicos mojados
supongo que sea K., un viajante vendedor de galletas;
de aquel barbudo no tengo la más ligera idea; el hombre del
pincel se llama Salomon P., la dama que estornuda sin cesar es de seguro Marylin Monroe;
pero el hombre de blanco, el que sostiene un manuscrito
envuelto en una tela negra, encerada, seguramente es Dante.
Esas gentes rebosan esperanzas, están llenas de una energía criminal.
Bajo la lluvia a cántaros, se ponen a pasear sus dinosaurios,
abren y cierran sus maletas mientras cantan a coro:
«El trece de mayo el mundo se hundirá,
todo acabará, todo acabará.»
Es difícil decir quién se ríe, quién me observa, quién no,
en esta niebla, a no sé que distancia del abismo.
Los veo hundirse poco a poco y les grito:
Veo cómo os hundís poco a poco.
Y no hay respuesta. En lejanos barcos, leves y corajudos,
suenan las orquestas. Todo es tan lamentable; no me gusta mirar
cómo mueren empapados en la lluvia y la niebla. Es tan penoso.
Les podría gritar, les grito: «Pero nadie sabe
en qué año acabará el mundo; ¿no es maravilloso?»
¿Pero adónde fueron los dinosaurios? ¿Y de dónde provienen
aquellas miles y decenas de miles de maletas empapadas,
flotando a la deriva, sobre las aguas?
Nado y gimo.
Todo, como de costumbre, gimo, todo bajo control,
todo sigue su curso, todos, sin duda, se habrán ahogado
en la lluvia sesgada, es una pena, ¿y qué? ¿por qué gemir?
Lo raro, lo difícil de explicar, es: ¿por qué sollozo
y sigo nadando?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLa Habana 1969 – Berlín 1977
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Enzensberger, Hans Magnus. El hundimiento del Titanic. Ed. Plaza y Janés, 1998.
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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (168)
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Hace unos días me llegaba a casa este nueva antología de José Hierro publicada por la Fundación Ortega Muñoz y que muy amablemente me ha enviado Jordi Doce. La verdad es que no sé cómo agradecer los detalles que tiene Jordi conmigo que no sea dándole las gracias públicamente.
Y ya saben, en cuanto pueda subiré alguno de los poemas del libro.
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