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Archive for febrero 2023

LOS OJOS FRÍOS DEL VALS

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NOSTALGIA PRIMERA O AMANECER

Esta tristeza de violín
desenroscada por los ojos,
estas rosas marchitas,
la claridad de un nuevo día
manchando mis refugios,
deslumbrando,
buscándome.

xxxxxxxPor dentro de la muerte
xxxxxxxsolo se escucha
xxxxxxxnuestro propio silencio.

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NO ES POSIBLE QUE NO QUEDE NADIE

He aprendido muy pronto
el mecanismo de la ausencia.
Estar triste consiste
en inventar un bosque
al que poder marcharnos
cuando no quede nadie,
cubrirlo de leones y de besos
y de todos los cuentos
que un día nos contaron
para poder dormir.
He empujado la puerta muy despacio
con la esperanza de encontrarme
a alguien que me esperara.
Entre la lluvia y yo solo estaba tu cuerpo.
xxxxxy esta melancolía que me abrasa
xxxxxy los racimos de leones
xxxxxque olvidaste plantar a orillas de mi llanto.
Alguien canta a lo lejos y me recuerda que la muerte
es una casa dócil con paredes azules
donde pronto olvidamos
xxxxxxxxxxlas razones del miedo.

Nada de esto es posible, ¿lo comprendes?
Aún no he aprendido
el mecanismo de la ausencia.

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SOROLLA, EL VERANO

Regresa igual que un cosquilleo
la flor azul de mis veinte años,
playa de la Caleta, el corazón aún en pleamar.
Aquel antiguo balneario nos hacía soñarnos
personajes de un cuadro de Sorolla.
El cielo desmembraba
islas de sol en mi cabello.
Nos sentamos allí, junto a la orilla,
burlándonos del tiempo
y buscando en las nubes
mundos desconocidos poblados de libélulas.
El poema, dijiste, no cabe en una lágrima.
Estoy pensando en ti mientras escribo,
en aquel balneario
y en el vestido blanco de un cuadro de Sorolla.
Estoy pensando en ti
desde el mundo desconocido de tu ausencia,
burlándome del tiempo como hubieras querido,
guardándome las nubes y las islas de sol
—también tu corazón—
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen el poema.

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HE HEREDADO EL COLOR DE SU MIRADA

Alguien cruza el espejo cuando lloro
y se detiene aquí a mi lado
para hablarme de sueños envejecidos
y de ciudades rotas cerca del mar.
Reconozco sus ojos, la tristeza que habita
sus hondas galerías,
como súbita luz en los cristales
cuando ya no esperamos
nada más que la sombra.
Después alza la voz,
se ríe gravemente de la muerte,
me canta una canción
que nos pertenecía
y queremos marcharnos,

pero nunca sé dónde.

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EVERYBODY’S TALKING AT ME

Carretera, verano del 97,
urgencia delicada de atardeceres.
Desde el asiento trasero del Peugeot,
el universo no entendía aún
la dirección precisa del futuro.
Cómo hablar de aquel tiempo.

Hoy,
caravanas de autómatas
emigran a la noche
y la presencia absurda
de algún polígono industrial
del horizonte
me despierta una sed feroz
de llover a lágrima viva.

Carretera,
xxxxxxxxxverano.
En la mecánica del viento
pienso en tus manos multicolores,
en la verdad indómita de tu mirada.
Como en aquella canción de Nilsson,
todo el mundo está hablando,
pero no escucho una palabra.
xxxxxxxxLlegará el día en que también
xxxxxxxxañoraremos este tiempo.

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1936

Devolvedles la voz a aquellos muertos.
A los hombres que aúllan debajo de la tierra,
a los huesos sin nombre, a los naufragios.
A una flor blanca malherida por un fusil:
ese rostro que salvajemente se asoma a la noche
y nos increpa igual que si lo conociéramos.
Lo separamos en dos mitades: la nuestra
y la del mundo de los desaparecidos.
Escucho las sirenas, los disparos que tiemblan
frente a las barricadas: vuelven con el atardecer
a taparnos la boca, a convocarnos
junto a los muros de cal del cementerio
y yo no puedo
darme la vuelta como un verdugo
y yo no quiero
invocar al olvido
y están tan solos esos hombres
en sus tumbas anónimas.
Devolvedles la voz
para que no se mueran.

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LO QUE SUCEDE

El paisaje me sueña como un lobo dormido.
A veces
me cuestiono la realidad de mi existencia.
Mientras,
el amor se acurruca en las fotografías,
es una criatura mitológica
que me recuerda un tiempo
en el que no me conformaba
con sobrevivir.
Ahora, 
despeino con un gesto de cansancio
los cabellos del miedo,
abandono la máscara sobre la mesa
y comprendo que esto que sucede
es todavía
xxxxxxxxxxxxla vida.

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Casado, Marina. Los ojos fríos del vals. Gijón; BajAmar editores, 2022.

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PEQUEÑA APARICIÓN EN PRENSA

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Acaban de mandarme varios mensajes diciéndome que el escritor y periodista Manuel Madrid me ha dedicado hoy la columna que publica en La Verdad. A estas horas ya no me puedo hacer con un ejemplar físico del periódico, pero no saben lo que me ha alegrado leer lo que ha escrito Manuel sobre mí. Es, probablemente, el que más se ha acercado en años, escribiendo sobre mí, a lo que soy. Gracias, gracias, gracias, Manuel.

Aquí dejo una foto de la columna en cuestión.

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VOLVIENDO A VER

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ORO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara el Rey de España

Te conocí en el momento equivocado.
Tu cara era un reloj de bolsillo,
pesado, de oro,
y yo, una mujer con un vestido muy fino,
sin bolsillos.

Me enamoré de la estación del tren,
cuyo gran reloj colgaba
sobre el gentío,
igual que el sol cuelga en el cielo de invierno
o la manzana amarilla se aferra a la rama
al final del
otoño;
xxxxxxla muchedumbre que éramos,
extraños,
xxxxxxxxla miramos,
como carretes de hilo multicolores en una cesta;
y llegan unas grandes tijeras —el tren—
que nos cortan de un sitio
y nos cosen, por la vía, al otro.
Miro ese reloj
y sé que no te veré en la estación,
pero te imagino subiéndome
la cremallera del vestido
cuando me voy por la mañana,
y tocándome los brazos desnudos,
y que nos tomamos un café y miramos por la ventana
de madrugada,
sabiendo con dolor la hora que es
por el sol,
que se ha convertido en un enorme reloj de bolsillo,
tan caliente que no se puede coger.

Ayer te pedí direcciones.
Tu cara era
una brújula
con una aguja, parecida a una rama, temperamental y caprichosa,
que se movía del este al norte,
erráticamente,
pero yo buscaba el sur,
porque necesito sol y calor,
y me asustaba tu aspecto norteño,
otoñal, invernal,
un árbol deshojado,
una montaña nevada,
una gruta de hielo,
una avalancha,
pero me vi
las manos,
como indicadores de oro, delgadas:
se movían imperceptiblemente
en torno al mismo pequeño conjunto de números, también de oro, cada año.
Y mi cara ocultaba
el viejo tallo que las movía,
aún más enjuto.

Te conocí en el momento equivocado.
Demasiado tarde para amar.
Tu cara era un reloj de bolsillo de oro que me recordaba el pasado,
una brújula que señalaba que yo no tenía norte magnético,
sino solo las direcciones correctas reveladas por las estrellas:
el mapa y el tiempo de soledad que registran
los astrónomos.

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UN CASTILLO CONSTANTEMENTE ASEDIADO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxNota: los versos «La próxima vez que nos veamos,/ no nos desnudemos» pertenecen
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxa un poema que me presentó una alumna neoyorquina de uno de mis talleres lite-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxrarios, llamada Binnie Klein. Me fascinaron de tal modo que encargué a los alum-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxnos del taller que compusieran un poema a partir de ellos. Me parecieron un buen
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxejemplo de versos aprovechables enterrados en un mal poema. Por desgracia, yo fui
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxla única que hizo algo con ellos, pero le estoy agradecida al taller por haberme da-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxdo la oportunidad de escribir este poema.

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La próxima vez que nos veamos,
no nos desnudemos.
No nos toquemos.
Que nuestros cuerpos sean como conchas
vacías de la carne blanda del molusco
y hasta un indicio que sea una posibilidad.
No pasemos siquiera la noche
en la misma ciudad,
porque seguramente, y pese a mis buenas intenciones,
me acercaría de puntillas a tu puerta,
igual que se filtra el agua por el umbral:
una inundación silenciosa que rompería contra tu vasto
cuerpo de marinero, como la
estela fosforescente de una barca esbelta.

No nos quedemos solos en el cuarto.
Podríamos enmudecer, como un arrecife desierto,
y convertirnos en buscadores de coral.
Nos arañaríamos las manos y las piernas para arrancarnos
lascas del cuerpo.
Rodeémonos de otras personas
para hablar apasionadamente
del amor
mientras rociamos la habitación de gotas brillantísimas
sin mojarnos el uno al otro,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcomo los meros
y las grandes corvinas cruzan los mares,
acompañados por muchos otros peces más pequeños,
que los siguen para alimentarse.

La próxima vez que nos veamos,
estemos casados con otros
y sin peligro de andar a la deriva, solos, en una balsa
por el Atlántico.
Porque tu cuerpo desnudo
me excita como si
hubiera visto un galeón español
venir hacia mí,
a toda vela, cuando me baño por la mañana.
Tocarte es encontrar un mapa arrugado, fatigado,
que promete el cofre de los rubíes de Fernando.
Sentir tu presencia
es cambiar de conversación,
como cambian las palabras debajo del agua.
La próxima vez que nos veamos,
no nos desnudemos,
porque la desnudez simboliza una muerte de terrible inocencia,
y lo que siento por ti carece de toda inocencia.
es primitivo, grave, sexual, histórico,
como una carpa centenaria
que nadase en el foso
de un castillo constantemente asediado.

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EL MIEDO A TIRAR EL VIOLÍN

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«El miedo a tirar el violín es tan universal entre los violinistas
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxque se menciona en los lugares más insospechados. Por ejemplo,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen las notas del programa de un concierto de Daniel Barenboim
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxse cuenta que su carrera empezó a los tres años, pero que, cuando
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxa los cuatro descubrió que el piano se aguantaba sobre tres patas,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxinmediatamente cambió y nunca miró atrás».
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxKato Havas, de El miedo escénico. Causas y
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcuras, con especial referencia al violín.

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Sí, M.,
subo la escalerilla del Greyhound, miro a mi espalda,
y veo a mis amigos llorosos,
pero no te veo a ti,
con tu bigote de Pancho Villa y el gran anillo turquesa;
yo lloro por muchas más cosas que por dejar
a los amigos.
Quizá ellos lo hagan
porque no has venido.
Que me vaya es tan normal
que nadie derramaría lágrimas por ello.

Es curioso:
llevo toda la vida hablando de traidores.
Esos tipos que te regalan anillos, anillos de oro, en lugar de a sí mismos,
o esos otros que nunca te regalan anillos
ni llaves.
Sin embargo, tu llavero pesa
como el de un carcelero y reluce con los secretos de las naranjas
y los pájaros tropicales.
Y esta noche, montada en el Greyhound, a toda velocidad, pero no por una carrera,
sino por la vida,
me he dado cuenta de que yo he sido la traidora
en la vida de muchos amigos, de muchos amantes incluso,
de muchos
que me necesitaban,
pero yo me subía a un autobús, o a un avión,
hasta, a veces, a un tren
(en esta América sin trenes) o a un coche.
Y me marchaba
sin desaparecer. Solo me iba a otra parte. Y no porque
quisiera dejar Laguna Beach, donde el Rey de España paseaba
todas las mañanas con las lavanderas y las gaviotas,
y George Washington, en Nueva York, urdía planes para cultivar
laurel europeo en Mount Vernon cuando hubo regresado de los pies helados y harapientos de Valley Forge,
y David, que me dejó cuando se hizo al mar desde un precipicio,
y Daniel, que persiguió leones soñados hasta el teatro de su mente,
y el conductor de autobús, el mecánico de motos, el leñador,
el astrónomo o el decano.

Como un barco de guerra,
mi vida avanza. A vista de pájaro,
lenta, voluminosa y patente. Se mueve.
Desde el suelo, yo soy lo que se ve, moviéndome a la par,
sin el brillo fugaz de las escamas de los peces que la gaviota distingue desde el aire,
sino sólida y negra, como el piano de cuatro años de Barenboim,
y subida a los aviones, autobuses, trenes,
camiones
y barcos de guerra de la vida.

Como el fuego.
Como el agua.
El movimiento.
El movimiento constante. Pero no porque haya un
lugar
especial
a donde ir. El movimiento de la vida.
Las teclas del piano esperan a las manos voluntariosas que despierten los acordes,
que sonsaquen por igual a Beethoven y a Chopin,
esas teclas que se mueven en un mundo lleno de brillantes pianistas
y yo,
los macillos, las cuerdas, las teclas, el reluciente marfil de la madera pesada.
Tócame,
tócame, digo, y no te traicionaré.
No tengas miedo de tirarme; no soy pequeña.
Delicada, y necesitada de cariño y afinación, y de las manos diestras de pianistas amantes,
sí,
pero no frágil,
no fácil de tirar,
ni siquiera por un intérprete de tres años que sea fácil presa del miedo
escénico.

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EL PIMENTERO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Bonnie

Una palabra se puede
referir
a tantas
cosas
diferentes.
xxxxxxxxxMabel, Mabel, pon la mesa
xxxxxxxxxy no te olvides del pimiento.
xxxxxxxxxxxxxxx—Canciones para saltar a la comba

Salió el sol:
tenía el color de un pimiento morrón maduro.
Salió el sol:
tenía el color y la forma de las bayas de pimienta de Sumarra.
Una vez vi salir la luna,
naranja como una linterna,
en el cielo de invierno.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxTenía la forma
y el color de una baya de pimienta.

La planta crece en el patio, en otoño,
y brilla en la niebla
como si esto fuera un bosque de Nueva Inglaterra
en lugar de una playa del sur de California.
Es un pimentero.
De pimientos morrones.
También llamados, a veces, de jardín.
Mucha gente no sabe que los pimientos morrones rojos son solo pimientos morrones verdes
maduros.
Pero es así,
y eso explica que los rojos sean
más dulces
y que cuesten el doble
en el supermercado.

La que está
en nuestro patio
es una planta triste,
porque no tiene ramas ni enredadera,
solo el palo del tronco
y el único fruto que ha dado jamás,
un pimiento de cinco centímetros, carmesí, salvo por una mancha verde que
ahora
se ha vuelto negra.
El pimiento lleva ahí
casi tres meses.
Se ha puesto duro
y se ha satinado,
como una calabaza;
de tan duro, no se puede comer
(y, de todos modos, probablemente sepa a madera).
Es como esa hoja escarlata que aún cuelga
del arce,
en otoño,
cuando todas las demás ya se han caído.

¿Imagen
de la dureza
o de la temeridad?,
considerando que un pimiento no tiene ningún significado especial,
excepto, quizá, para un poeta
(sustitúyase la palabra por «soñador»
u «holgazán»)
que quiera ver alguna belleza,
y por lo tanto algún significado,
en un objeto que cuelga.

Cuando digo la palabra «pimiento»,
no pienso en realidad en un pimiento morrón;
pienso
en un miembro del género piper,
la especie negra y picante que le echo a todo
lo que como,
una planta que crece en los trópicos,
«de flores diminutas, agrupadas en espigas como amentos»,
y pienso en tu vida, que nunca está
lo bastante especiada para ti.

Mi marido, tu mejor amigo, ha estado
a punto de abandonarme esta semana.
Aunque supongo que debería decir
que me ha abandonado. Pero ha vuelto.
Un gesto de compasión que no sé a quién agradecer.
Quizá me haya abandonado porque no le daba
lo que necesitaba,
o quizá
porque soy un fracaso de persona.
El porqué es irrelevante.

Mi mayor preocupación ha sido averiguar por qué.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué tengo tanto miedo.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué soy tan sensible.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué no paro de fracasar.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué lo sigo intentando.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué necesito saber tantas cosas.

Sin embargo, lo que más me aterra de la vida
es que, la mayoría de las veces, no hay
una razón,
por lo menos en el sentido de que tú o cualquiera
pudierais hacer algo al respecto.
Es frustrante para nosotros, los soñadores-hacedores.
Que no podamos hacer nada
respecto a la lluvia,
aunque soñemos con ella y sepamos que va a llegar.
Aguantar un día de lluvia significa ponerse un impermeable.
Conocí una vez a una chica que siempre se ponía un impermeable; la
consideraban excéntrica, pero lo que pasaba en realidad
es que estaba gorda y se avergonzaba de su cuerpo. Cuando llovía,
se mojaba como todos los demás.
Nadie puede evitar que llueva.
Ni siquiera Reich, con energía orgónica, podía evitar que lloviera;
si acaso, aprendió a provocarla
y a llevársela, de vez en cuando, a otra parte.

En esta biblioteca en la que me encuentro,
un viejo refunfuña delante de un atlas.
Una chica, bien dotada de atributos femeninos
—pelazo rubio, 
pechos grandes
y cintura de avispa—,
se ha sentado en la mesa de al lado,
pero a mí me parece un hombre, y no dejo de mirarla para
averiguar por qué.
Manos y pies femeninos.
Tipo de mujer.
Sin patillas.
¿Podría ser que tuviera cara de hombre?
Luce una nariz recta y fina,
unos labios asimismo finos
y una mirada inteligente.
Así podría describirse también mi cara.
¿Por qué la veo como a un hombre?

Dejo vagar los pensamientos.
He pasado estos dos últimos días
aterrorizada,
temblando. Me han castañeteado los dientes.
No he visto ni hablado con nadie.
He leído y dormido.
Dos actividades normales que son importantes para mí.
Y he intentado no enfadarme
conmigo misma por
encontrarme atrapada a los 37
en el viejo dilema:
yo,
feliz;
mi marido,
desgraciado.
Y que él me abandonara (lo único que ahora
podría hacer mi vida verdaderamente desgraciada).

Una acción precipitada suele ser
la reacción habitual a
la desgracia.
Y los desgraciados son los que llevan sufriendo demasiado tiempo.

Bonnie, te has pasado un año odiando a tus hijos
y has decidido mudarte a 3.000 millas de distancia
para que tu vida cambie.
Pero, claro, tenías que llevarte
a tus hijos.
No obstante, en una cosa tienes razón:
quieres a tus hijos más
de lo que los odias,
y lo que de verdad deseas
es no tener que pasar todo el día
con ellos.
Una aspiración sencilla, se diría. Pero supongo
que no es fácil para ninguna madre.

Creo que querías hijos por la misma razón .por .la .que dices que quieres escribir
poesía. Una .buena .razón. Para .transformar .tu vida. Pero es la acción, no el ob-
jeto, lo que transforma la vida. Aunque .tuviese .un .cuadro .de .Rembrandt en el
salón, no me transformaría; y lo mismo .pasa .con la vida. Pero si pintase un cua-
dro porque me entusiasma el proceso de creación de ese objeto, ¿lograría así que
mi .vida .fuera .diferente? El proceso, en sí mismo, procura buena parte de la ale-
gría. De modo .que tus hijos, en .tanto .que .objetos, no .te .proporcionan, por sí
solos, ninguna xalegría xespecial, o xsolo .cuando .presumes .de .ellos (¿tu .Rem-
brandt?), pero ¿con quién puedes .presumir .de .unos .críos .que nunca dejan de
llorar? ¿Y .tu .poesía? Te da .poca alegría, porque nadie la lee ni la publica. Como
objeto, es como un niño que llora. Nada de lo que presumir.

Es irónico, desde luego, que los objetos más hermosos .sean los que produzca un
artesano enamorado .de .su .trabajo, de su oficio, más preocupado por el proceso
de creación que por lo que pase con .el objeto .terminado. Solo a algunas madres
se les concede .el .privilegio .de que sus hijos sean un premio. La alegría consiste
en el acto humano de crearlos y de vivir con ellos.

Es el proceso diario .de vivir con mi marido, de estar con él, lo que me da alegría.
Y lo único que puede herirme es .que .me .arrebaten ese proceso, que me priven
de su presencia. Cualquier problema que surja .parece .fácil de resolver si él está
aquí, puesto que el proceso de la vida .consiste .en .resolver .problemas. Y el ob-
jeto de nuestra vida, supongo, en sentirnos .satisfechos .con .el .proceso de vivir
esa vida.

He pensado hace poco que nunca .ha .habido «objetos» de amor en mi vida, por-
que es el proceso de la relación lo que la fortalece. Creo que .esa .es la razón por
la que he mantenido tantas .relaciones .profundas .con .hombres. Quizá sea tam-
bién por eso .por .lo .que .no .las he conservado. Y no creo que contradiga lo que
acabo de decir que también afirme .que .me .he .sentido .morir .cada vez que un
hombre .al que .amaba me .ha .dejado, y que literalmente he tenido que recrear-
me, que renacer, por la magia del artista, para volver a empezar .y .volver, así, a
vivir.

No obstante, no quiero pasarme .la .vida .como .el .ave .fénix. Ya he demostrado
que soy capaz de recrearme. Me han obligado demasiadas veces .a repetir el mis-
mo proceso. Estoy preparada para superarlo.

Todo .esto .ha .empezado .como .una .reflexión sobre el pimentero que nos rega-
laste este verano, y sobre la idea de que una palabra puede significar muchas co-
sas distintas.

No creo que el dolor
deba ser tan importante
como es,
como ha sido a lo largo de la historia.
Pero he convivido tanto con él
que puede apoderarse de mí con facilidad.
El dolor que he sentido estos dos últimos días
se parecía tanto al dolor que he sentido en el pasado
que lo único que podía hacer era sentarme y
estar quieta;
no era capaz de hablar,
porque ya he dicho muchas veces
cuanto hay
que decir
sobre el dolor.

Es una trampa, ¿sabes?,
haber tenido una experiencia tal
que no pueda haber
nunca nada nuevo
que decir
al respecto.
Y el caso es
que las palabras no alivian el dolor:
solo pueden 
expresarlo.

Pero ahora quiero que algo alivie
el dolor.
Y no sé de nada.
Aunque me acuerdo de que he empezado esta reflexión
por un motivo:
hacerme a la idea del fibroso pimiento
rojo y verde
que no se desprende
del tallo,
y trae el otoño de Nueva Inglaterra,
la más extraordinaria estación de América,
al invariable paisaje del sur de California,
y recuerda que la causa del pimiento carece
de propósito,
pero que se aferra a la vida
como la hoja solitaria y fatigada del arce
en lo más oscuro del invierno,

que, sin duda —fatigada como yo—,
no podría tener menos fuerza.

Porque me encanta el pimiento picante,
pero me parezco más al pimiento morrón, de jardín,
dulce.

Y Vivir es
el proceso de resistir a la muerte.
Nadie va salvarnos de la muerte
más que nosotros.
No se trata
de la prosaica pregunta del «poder»;
es la poética pregunta del estar dispuesto.

Nadie va a salvarnos de la muerte
más que nosotros.
En este clima del sur de California,
nuestro pimiento puede durar,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxincomestible,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsin multiplicarse,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxno muy airoso.

Un emblema.
Para mí.
Ojalá pueda mirarlo
como a una de mis lunas, caída del cielo,
roja como la sangre,
con esa magulladura verde, casi negra,
la huella del dedo de quienquiera
que la haya arrancado
de otro cielo.

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Wakoski, Diane. Esperando al Rey de España (Trad. Eduardo Moga). Madrid; Bartleby editores, 2022.

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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (170)

El lunes, tras la participación en el IV Congreso Internacional de Artes y Diversidad, promovido por la Fundación CEPAIM, Manuel Madrid, con quien estuve compartiendo mesa, tuvo a bien regalarme un ejemplar de ‘Fondo de armario’, publicado en la colección Sudeste de la editorial Balduque.
Desde aquí quiero darle las gracias públicamente por tener el detalle de darme un ejemplar del que es ya, si no me equivoco, su quinto libro.

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FOTOS DE LA PARTICIPACIÓN EN EL CONGRESO ‘ARTES Y DIVERSIDAD’

A veces, solo a veces, uno se deja llevar y va sin ideas preconcebidas a un evento al que le han invitado, y cuando acaba sabe que es uno de esos momentos que se van a quedar en la memoria.
Sí, en las imágenes se puede comprobar lo bien que me lo pasé compartiendo mesa con Juan García Sandoval, Ilu Rosa, Manuel Madrid y Raúl Real, en este congreso coordinado por Joaquín Medina.
Y lo que no se ve en las fotos, que es lo que ocurre después de los eventos y que muchas veces es incluso mejor, cuando surgen descubrimientos que en otro contexto sería complicadísimo que sucedieran.
Gracias por la invitación y los compañeros de mesa por el rato de después.

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DOS POEMAS DE ‘LAS ALAS DE LAS POLILLAS’

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ANTROPOFAGIA V

Y así, para el alivio sintomático
de no haber vivido bastante
y curarme el miedo al bostezo
y la dulce niña bonita,
quise mezclarme con ellos. Con esos hombres
de ingenio y verbo ágil
y cabezas envidiables, más o menos,
y volubles de moral
que te dicen lo que ya sabes
xxxxxxxaunque no lo sabes todavía
y tú ríes, turbada por sus ocurrencias.
Sin humos ni farmacia,
sin tanto que lamentar al término de la obra.
Como la chica-poema de Simic
en su misteriosa fiesta: llegar y besarlos a todos.

Ahora que renazco y ellos envejecen
saludo despacio como las princesas
y prometo, desde mi torre de mármol,
que muy pronto tendré hambre
y me verán de vuelta a sus pies, postrada,

mordiéndoles con fuerza las rodillas.

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CULTURA GENERAL

Todos hablamos de Freud como decimos «sublime»
y «platónico» y «dantesco», «pantagruélico»
y nos creemos lo que cuentan sobre Dios
y el movimiento obrero.
Y pensamos que aquello lo dijo Marx
y es de Voltaire esa frase tan bonita sobre la libertad,
y no sabemos dónde acaba el camino de Kerouac
y empieza el de Gardel,
pero igual lo citamos, lo destrozamos,
apartamos a la masa de un empujón orteguiano.
Sonreímos.
Así se compone la cultura general,
de residuos: lo que no dijeron otros
o dijeron sin querer.
Por eso en verdad da lo mismo
si construimos sobre imprecisiones,
como castillos en el aire contaminado.
Y menos importa a quién se atribuyan
los méritos y las culpas;
si son verdad o mentira las mil interpretaciones
y vivencias de la misma historia.
La distancia entre quererse y la enorme carcajada
creo que se llama traducción libre.

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Sorokin, Amanda. Las alas de las polillas. Gijón; BajAmar editores, 2022.

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ALGUNOS POEMAS DE ‘LA CACERÍA’, DE JULIO ÁNGEL OLIVARES MERINO

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Desamparo

Queda un responso de catecismo tan puro
como un espectro de cejas albinas,
rondando los sumideros y el frío;
una gran fosa de ecos y una herida,
una llave atascada bajo los párpados
y el color del ahogo que se descose.

Hay un gemido que el intestino desordena,
como un credo teñido de niebla y sal,
una gota soñada a través del hierro,
cayendo desde el cadalso del garfio hediondo,
desde el grifo de las yemas gélidas y el ayer,
desde el miedo en carne viva que la ausencia dicta.

¡Qué frío el de los niños sin faz ni pájaros en seno!
El de aquellos sin huellas ni costuras del día a día,
el de quienes fingen estar y duermen la muerte,
descalzos.

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Hilos

Se duele la oscuridad, de tan opaca y muda;
se viene encima, con sus branquias añosas,
sus paredes de eco esclavo, de polvorienta lana.
Vano cubil de la memoria, deserción y herida.
Pliegues en su piel muerta, pliegues como ríos de sed,
raíces hueras y sereno sin llaves al alivio.
Así luce, así sueña y se duele la oscuridad.

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Desheredad

Existe un umbral y existe porque silba la ventisca,
silba y talla ponzoña sobre la piel del bufón,
ese cuya mueca es de antaño, pero contagiosa,
porque es de molde cínico y cenefa en desgarro,
y no es burla sino verdugo, tal vez o quizás.

De cerdas está hecho su sayo, de entrañas su júbilo.
Existe la quilla del viento y arrecia cuando lame el portón,
ese espectro del sostenido, que también respira,
ese que repite nombres y la aldaba no toca sin helar.

Existen las enredaderas de infancia, los soles marchitos,
las ubres termita del tiempo, lechosas de horror;
existen los ecos maniacos entre el terciopelo,
los celos del cariño que se presiente, pero caduca.
Y entre los visillos de la intuición, enloquece esa perla,
un resplandor romo, sin esquinas, turbio y malquerido,
cruz sobre el boceta de una caja serena y su manantial.

Sobre una arista de polvo, sobre una sonrisa fantasma,
sobre sus pliegues de lino y su pompa de expirar,
se duele una cerradura sin edad ni gozne preso.
Es un tesoro de ecos, de lágrimas, aurora y lunas,
un costurero de momias sin botones, cosidas a su reposo.

Los labios del abismo besan allí dentro y hay hadas de color;
susurran lo allegado, con cruel letanía, desnudez y hambre.

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El huésped

Desperté, me vi y temblé; lo sé;
fue el relámpago del fantasma,
la histérica arruga de su hábito.
Tan áspero y cenizoso, tan nadie.
Sé que me vi, amanecido y yerto,
aunque él no llegó a sentir que lo intuía.
Soñó en mis brazos, eso, yo o ambos,
una vez más, henchido y lóbrego,
fiel bajo las vetas del lago.
Lo fueron izando las luces y el gris,
el gris que sueña con ser senda.

Fue un ritual de herrumbre y breve.
Había larvas de lágrima en la huella,
la terrible huella del agua y los días.
Entonces, mecí, mecí y mecí el estanque,
buscando la vida, su son de pétalos,
y una momia de nieve y esparto,
desde el alud, hiló sus dedos,
desde las catacumbas del soslayo,
desde el talco del nacer y aquel color primo
desde el origen hasta el ayuno de mí…
…hasta aquí…

Nos palpamos y tres ondas burlaron
las cuentas de otoño, las nanas de antaño.
Llovieron aquellos crespones ariscos,
más allá del tímpano del viento.
Mis manos eran esclavas sin ser,
tendidas al remanso del recuerdo.
Cubrí su faz con la nostalgia y el ámbar.
Y, así, con tenue precisión de gaviota,
posó su muerte en los lacios ecos,
en los sones del sol y su helado badajo,
allá en la laguna, yacente y solícito.

Extendí los brazos y deshice el cristal.
A tientas, destejí la mortaja, sus ojos forcé;
abrirlos, sinceros, al tacto del limbo.
Y mientras caían y caían el péndulo
y la tarde, caían y caían, desangrados,
desnudando fui, sin contención ni entonces,
al niño que solía ser, al fugaz príncipe,
a la fe intacta, al comulgar de mayo,
tan lejos de mí… el niño sin garganta
que no gritó al morir ni de viejo fue llanto.

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La nana del muerto

Te sangran las nubes del recuerdo y los labios,
madre, se te descose el alma a la deriva,
se te hielan las palabras en los párpados;
se duermen y encallan las luciérnagas,
esa luz con dientes primerizos, tan efímeros.
Se te escurre entre los soslayos, madre,
el tierno solaz y el oro de tu vientre,
se te queman los mechones de un hijo,
sus hoyuelos, donde anidan las arañas.

A contraluz, madre, abro en ti una zanja,
me tiendo en ella a existir, a morir cierto,
a desasirme infiel y pacientemente de ti.
Encanecen los callejones de tu mirada,
se te desprenden, frágiles, las mandíbulas.
Sí, madre, madre, sí, sí, sí, madre, así.
Yo también me mustio y me encorvo.

Lo sabes, querías olvidarlo, pero lo sabes.
Tal vez, me creíste madera sin veta,
hierro firme sin lenguarada de óxido,
agua sin neblina, sequedad o veneno.
Tal vez, me enmarcaste eterno, madre,
pero ahora que has presumido de tacto,
ahora que el costurero has tocado y sangras,
ahora comprendes que no hay remiendo
para el desgarro que en un grito cava el nacer
y, ya para siempre, hereda y arrastra su hedor.

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La condición del rompeolas

Si llovió a destiempo, mientras dormía,
si aquel se deshizo entre mis huellas,
si el corredor fue eco, tazón y sed,
si arranqué las raíces del descalzo a solas,
si su baraja lamió la nodriza de cera,
si en mi osario se abrieron las ventanas del silencio,
sobre el blanco sal, entre dinteles de infancia,
a trazo y suspiro, a vuelo disperso de tragaluz;
si el tiempo sorbió los ojos que consentían,
si existió aquel antes y nació este después,
si con ojos de muda se fue la claridad,
si desnudo, sentí alas y ruego,
si la costilla y su eco varó mi inocencia,
si así he de tensar cometas en la nada,
entre suspiros de tiza y remiendos de lágrima,
como el ave de paso que arde al persistir;
si se abrasa sin retiro donde serenar ceniza
sin arcón para astillar su calambre de lana;
si he de llorar en el descobijo de las brujas,
si todo acontece en mueca sin muda,
será cierto lo que Madre decía de soslayo:
hay un cuervo en cada estampa devota,
una boca con flemas y puntas retorcidas,
una centinela que devora migajas de ilusión,
que te hará estar solo en la cáscara del infiel;
hay un labio amargo y un suspiro,
una larga lengua envenenada
que madruga para masticar el sol y desteñirlo,
para ser la noche, bordarla a ti con desapego,
morirse tiritando a tu lado y pedirte luto,
engrasar el invierno en tus pupilas y, aun así, quererte,
para cegar tu respiración y dejar tus ojos en blanco ternilla.

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Paladas

El viento, la luz y el rumor.
Ninguno queda, pero fueron,
peinándote, cegándote.
Y con el susurro a pulso…
Quietud, oscuridad… silencio.

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Baba

Tienes un río en las manos, un fantasma de cauce,
un milagro de tendones que se retuercen y hablan;
un telar de lava y un corazón de dunas tienes,
la saliva del expósito, el grito del envés.
Sientes que esa llama no germina entre tus témpanos,
que una tumba encanece y se oxida
con colonia de nube en sobremesa,
mientras desesperan sus patas de pollo
y sobresalen como estigmas de muerto.
Un sepulcro bien curtido, agria y frágil cuerna.

Es de alguien que a sal sabe y respira sin resuello
como la piedra que el hambre no desmiga
ni el hálito anega, pues no hay baza ni propuesta,
no hay acequia ni raíz, ni lengua de cielo que hurte
frutos, savia o paladar a los muertos del espejo.

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(Sótanos)

Cuando lo que queda y espera es el surco,
cuando ya pasaste por el lugar y aconteció,
cuando el anzuelo y el temporal salivan,
es la inmundicia en cada labio de tus uñas
la que te ignora y serena mientras escarba,
ajuar en tierra mordiente y tímidos tallos,
allá donde la brisa es recuerdo y veneno,
donde los cerrojos del silencio te amamantan;
allá es un alma que enfiló el escalón del tiempo
y hay estrías y bocetos de un chirrido a solas,
de las puertas que ya no son ni se dejan mirar.

La casa de infancia duerme o muere,
se abandona y aúlla, salta al vacío.
Y somos, allá, el vaho sobre los espejos del sueño,
los zapatos huérfanos, los pies de cicatriz y espasmo,
los pájaros resecos, con ojeras y salitre,
el calambre del vagar, el arpegio sin sus días,
la telaraña, allá, sobre las huellas y el vello materno;
los ecos, allá, sobre el triste destello del padre,
que no resuella, que no te mira, que no regaña.
Allá donde fuimos, allá, aquí donde no somos.

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Olivares Merino, Julio Ángel. La cacería. Albacete; InLimbo ediciones, 2022.

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ESTA TARDE, EN EL IV CONGRESO INTERNACIONAL DE ARTES Y DIVERSIDAD

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Esta tarde participaré en el IV Congreso Internacional de artes y diversidad, compartiendo mesa con Ilu Ros, Manuel Madrid y Raúl Real.
Si les apetece, nos vemos en el MUBAM a las 19:00h.

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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (169)

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Después de que la última vez que estuvo en Murcia apenas pudiéramos vernos, ayer nos desquitamos compartiendo recuerdos, presentes y proyectos. Las horas que ayer me regaló Carlos fueron de esas que uno comparte con los amigos de verdad.
Aviso desde aquí, vayan a verlo en esta gira de despedida si tienen la opotunidad.

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LOS HOGARES SALVAJES

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LOS HOGARES SALVAJES

xxxxx1

Después de la turbulencia de la noche llegará .el .silencio.
Grande .y .blanco .como .una .sábana .tendida. Y .llegará
despacio como .una .dulce .destrucción. Como el perfume
del jazmín .en verano. Como aquellas .palabras .de .amor
que nunca me dijiste.

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xxxxx2

Ahora y aquí este es mi canto porque .ya .no .rezo, no veo
los .árboles .de .la .Rambla .ni .las playas, ni los marineros
vestidos de blanco. Espero un ángel de cuerpo adolescente
con un pañuelo nervioso .volando de su cuello. Hoy tendré
suerte. Recuerdo el índice en el límite del gatillo.

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xxxxx5

Yo xtambién .fui .valiente xun .día: escondía xun xcuchillo
áspero como un .pequeño .exilio clavado en las encías. En
los ojos tenía dibujados los golpes del aire, y adheridas en
los lóbulos las proezas. Entre los dientes, la arena, y en la
lengua, toda mi vida. Pero .al .otro .lado del río flotaba un
cuerpo sobre el agua.

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xxxxx8

Celebro los árboles negros sobre la nieve, las hojas muertas
en .la .cima .de .la .colina, los puños alzados .y los soldados
que no lloran.
Bebo .por .las .ciudades perdidas, los profetas, las coronas y
las cenizas. Bebo .solo .camino .del infierno y aún espero un
milagro. Bebo subido .en .el .tren .por .aquel .futuro .que no
existe.

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xxxxx9

El gesto perenne de los ojos es tu forma de escuchar.
Te .gustaba .caminar .por .los .campos .segados .y contar los
días .que xfaltaban xpara xla xcosecha. Apenas xte xquejaste
cuando xdescubrimos xun xtesoro xde xpalmitos xescondidos
lejos .de .casa. A .tientas .hicimos .camino, libres .de .pecado
y con todo el orgullo abandonado en África.
Hoy .maldecimos .la .desdicha .que .hace .un .año te llevó, y
como .si .nada .preguntas .de .qué .tierra .venimos. .Mañana
volveré xal xhospital .xy .xharé .xde xla xhabitación xnuestro
territorio.

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xxxxx10

No xera .así .el .Paraíso. He .llegado .tarde .a .casa, anfitrión
desnudo, .desdentado, .con xla xsaliva xescapando xpor xlas
comisuras y el .recuerdo .de .la .presión de una pistola en la
cabeza.
Como .en .un .juego .infantil .he .escupido .la .suerte .en .la
autopista. Solo .me .queda .descubrir .qué .seremos .cuando
acabe la noche.

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Casas Agustí, Raquel. La mujer bilingüe (Trad. Alberto Tesán y Raquel Casas). Madrid; Bartleby editores, 2021.

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ESPERANDO A MÍSTER O.

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HÁBITAT (O BIOGRAFÍA BREVE DE UN ESCRITORIO)

Ensuciar .el .orden .de .lo .que .nos .ha .sido dado. El músculo promisorio
de .las .cosas .blancas. Levantar .el .lenguaje .donde .sólo existe el himen
del silencio.
Al xprincipio xla xmesa xlimpia, sola xcomo xun xpiano xo xuna xlápida xy
sobre .ella, después, el .torrente .de .la .jornada; aquí .un .pie .de .luz, allí
los .bisturís .azules .y .negros, la .oblea .simple xdel xfolio, donde .hiberna
la .esperanza .de .lo .que .puede .ser, hasta .que .todo xse .derrumbe .con
la .primera .palabra .y .los .límites .me .acompañen. Más .allá .el .agua .de
la .radio, la .mayúscula .recia .de .la .silla, el .brazo .de .libros sobre el que
a solas lloro de envidia:
Miro entonces mis pies y mis rodillas, mi sexo y mis cartílagos, miro de arri-
ba abajo esta fraterna máquina de morir (Félix Grande).

Ensuciar el orden de lo que nos ha sido dado.
Creer que vivimos cuando sólo estamos habitando.

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LORCA ACABA DE MORIR HACE OCHENTA AÑOS

Ochenta años es sólo un titular de .acero .para .este viernes de persia-
nas y sandías .con .el .fin de que parezca mucho el tiempo y pasemos
rápido a otra cosa.
Importa .el .vértigo, al periódico .y .al .televisor les importa. Al turista
que moja sus pies y coge el móvil para escribir en la gloria, también le
importa .el .vértigo. Importa que todos los días parezcan iguales en su
danza, que las fechas se confundan .y .así .nunca .limpiemos la sangre
de .los .almanaques, que llegue .la .noche y los coches derrapen en las
curvas .de .la .operación .retorno, que vengan .el .estrés y el .trigo, los
puentes, que Holanda se vea .en .los .ojos queriendo fuerte de un niño
insomne, que .la .primera .moneda .del .año suene en .la .hucha como
un .deseo .cayendo .en .un .pozo .de .metal. Que .nada .se detenga en
esta imagen congelada.
Importa, sobre todo, el vértigo;
otro hombre acaba de morir a manos de la hiedra,
el .traumatropo .planta .su .dedo .en .los .ligamentos .cruzados .del ju-
gador del momento,
los .supermercados .de .allí .no .tienen .más .que .sus .encías .para los
pobres y los lejanos,
benditos xsean xlos xcorresponsales .especiales, sus .bufandas xrusas,
su .menú .para .uno .o .pensar .que .cuando .apagan la cámara, lloran
arrugando una fotografía que sacan del abrigo.
El mundo confabula para que pasemos .rápido .a .los .postres, pero los
hombres .lentos .amamos .la .perspectiva, nos .chifla .imaginar mucho,
sentados en una silla grande donde .nos .cuelgan .las .piernas. El truco
está .en .pensar .cosas como que hace ochenta años existían personas
que pudieron estrecharle la mano a Whitman alguna vez o que volvían
la cabeza extrañados si alguien pronunciaba .las .palabras avión o cine.
Mucha gente .murió .creyendo que unos ángeles de agua se llevaron el
Titanic al hondo lugar de las cosas .que .ocurren o soñó esa noche que
su hermano vendría a matarlo con un fusil .cargado de razones porque
padre ya no vivía para gritar «¡se callen, coño!» si hablaban de política
con el pan sobre la mesa.

El .truco .está, por ejemplo, en .no .olvidar .que .Federico pudo cruzar-
se .con .tu .abuelo, quién sabe, en .una .plaza .con .demasiada .gente,
acariciarle la .cabeza .a .ese .niño .de .provincias y escribir a los pocos
días:

xxxxxQuiero dormir el sueño de las manzanas,
xxxxxalejarme del tumulto de los cementerios.
xxxxxQuiero dormir el sueño de aquel niño
xxxxxque quería cortarse el corazón en alta mar.

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¡URRACA!, ¡URRACA!

Al montón de .huesos .y .fluidos, de .tendones .y .músculos, esa cas-
quería grave que nos une y .no .nos .permite .disgregarnos fatalmen-
te, deberíamos añadir .los .azares .y .las geografías que también nos
forman.
Perdí .una pluma, la .primera .que .compré .y .siempre .llevaba .enci-
ma. Me gustaba palparla, meter .la .mano .en .el .bolsillo y creer que
era .un .revólver con .el .que .algún .día mataría a alguien de un poe-
ma en la frente. La dejé junto a .la .taza .de .café .vacía una mañana,
al día siguiente pregunté .a la camarera, pero me dijo .que .no .había
visto nada. Aún hoy .me .gusta .imaginar que la guardó en el delantal
y después .la .llevó a su casa, intentó escribir algo: medio kilo de plá-
tanos llamar al dentista preguntar .por .la .tía .Sofi y luego la encerró
en .un .cajón .donde a veces la ve cuando busca pilas y se arrepiente
de no habérmela devuelto, se llama a sí misma ¡urraca!, ¡urraca! y se
muerde el labio .hasta .que .sangra .un poco de culpa y luego pone la
radio para ducharse.
Hace unas semanas, a .unos .metros .del .lugar .donde .olvidé mi plu-
ma, encontré en el suelo .una navaja. Cuando la abrí pude ver que el
desgaste de años de afilarla le había abierto en la hoja una boca, una
suerte .de .luna .menguando .en el acero. Recordé a mi tío que usaba
una igual con la .que .cortaba .primero .tocino .salado .y después una
manzana.

Pensé .que .el .mundo .me .estaba .pidiendo .que .pasara a la acción:
«deja de escribir y mata a alguien de verdad«. A .cambio .de .eso va
siempre conmigo. A .veces .la .abro .unos .segundos .y hago cuervos
y .brazos .debajo .de .la .bombilla .del .escritorio. Otras .sólo .la toco
bajo la ropa, me gusta pensar .que .es .una .pluma con la que un día
afilaré el poema .que .envenene .a los ladrones de la Tierra. La llamo
azar o coordenada. Sonrío .un .poco .al .creer que llevo toda la histo-
ria de la humanidad doblada en el bolsillo.

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Onia Valero, Iván. Paseando a Míster O.. Sevilla; Asoc. Pelagia Noctiluca, 2017.

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ESPERANDO AL REY DE ESPAÑA

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MÁS ALLÁ DE LOS TRONCOS DE LAS PALMERAS

Libras una batalla que te deja en las palmas las cicatrices de un antiguo destino;
un mapa de la luna
que vi ahí una vez. Y ahora las líneas han formado
ejércitos en marcha
que se agolpan en nuestras vidas
como una invasión del Pacífico Sur.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPero yo no he
entendido el cambio en absoluto.
Mis ojos siguen absortos en el mapa de las llanuras y los mares,
como una bruja del agua cuyas manos fueran
la varilla del zahorí.
Intento acercarme
al punto que vi una vez marcado como «Llanura de Diana», «Mar de las Estrellas Fugaces».
Pero ahora ese espacio está vacío.
Hasta las filas de cuerpos caquis que vi ahí, sudando en formación,
hace tres semanas
han desaparecido.
Ya no hay mano.
Solo una huella.

Nos enseñan que la historia avanza despacio. Los fósiles de tiranosaurio
tienen millones de años de antigüedad.
Pese a eso, tú pareces haberte desvanecido por completo
en tres semanas,
y a mí solo me quedan
unas manos que tiemblan cuando me las llevo a la cara,
porque sienten el agua.
O que se inclinan ante cierta idea de ella.

Más allá de los delgados troncos de las palmeras, en mi casa,
está el océano pacífico.
¿Qué significa
que alguien
haya
existido? ¿Ya no está ahí?

Las líneas de mis manos
no han cambiado nunca.

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BUSCANDO AL REY DE ESPAÑA

Suenan voces de mujer,
como etiquetas de botellas conocidas,
en el corredor.
Y yo, sola, con el kimono amarillo,
pienso en el sueño de anoche.
Sigo siendo aquella niña
que dormía desnuda en el viejo baúl con una colcha bordada
con rosas y signos del zodíaco.
Todavía prende una espada
sobre mi cabeza.
Y debajo de mí, en el arcón,
están los huesos de los muertos.
Despertarme significa enfrentarme a la vida
sin ti,
a quien con tanta imprecisión llamaba El Hombre de la Hebilla de Plata
y hasta le compré esa hebilla
para tener la integridad de la leyenda
en las manos.

Pero, por supuesto, no eras el Hombre de Plata ni el Rey
de España.
Solo un hombre llamado
M.,
como todos.

Las voces de mujer
podrían haberme alertado,
o incluso aquella misteriosa voz de tu padre,
si hubiera escuchado.
Pero esas voces
sonaban como
meros murmullos de corredor,
y yo llevaba entonces también el kimono amarillo,
y escribía,
y escuchaba los sonidos de seda.

Y, estúpidamente,
no oí lo que decían,
porque estaba escuchando música o quizá
otra voz,
una que creía tuya.
El Rey de España, que a menudo pronunciaba palabras de amor.
Aquello debería haber bastado para ponerme sobre aviso:
la voz no era tuya.

Mi amante está tocado por la oscuridad.
Tú, en cambio, M.,
te plantas ahí para que todos te vean.

Ahora ya no se oyen las voces del pasillo.
Pero oigo pisadas.
¿Son las tuyas, visibles, M.,
o pertenecerán esta vez a mi amante de verdad,
el hombre al que he hablado
tantos años en la oscuridad?

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EL REY DE ESPAÑA EVITA EL CONGELADOR

No,
xxxxdices tú,
xxxxxxxxxxxxhabla claro
xxxxxxxxxxxxo cállate.
Y a mí me cuelgan diamantes de los labios,
como la baba a una niña retrasada.
Feamente.
La espantosa realidad. Sin control. De la que ni siquiera podrías
compadecerte.
xxxxxxxxxxxxxPero así llegan
los diamantes.
Y los escorpiones venenosos.
Con serpientes de casi dos metros.

Si te dijera
que me has roto el corazón,
te limitarías a contestar (amablemente):
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«Cuídate».
Como si
de verdad fuera a aplastarte,
en el caso de que fueses un escorpión;
como si fuera a volarte la maldita cabeza,
en el caso de que fueses esa serpiente de cascabel de casi dos metros;
como si pudieras comprender los diamantes que se me caen de la boca,
igual que la leche que le resbala a un bebé despreocupado por la barbilla.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxComo si
el amor fuese algo
que se pudiese
dejar de lado.

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xxxxxxxxxCONTANDO TUS BENDICIONES
CON LOS SEIS DEDOS DE LA MANO: UNA VIGILIA

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxeste libro de horas para todos los hombres
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy mujeres que esperan

Otra vez
las cuatro de la mañana
y yo cansada, aunque sin dormir,
esperando oírte llegar
en esta madrugada lluviosa;
pero me has dicho
que no volverás nunca.

Abajo, en las rocas de nuestra playa,
debe de haber playeros de Alaska.
Yo estoy, por supuesto, en un lugar extraño,
pero sé que en casa
debe de haber palomas torcaces
en los cipreses.

¿Por qué me has dejado?
Me habías dicho que nunca lo harías,
tú, que me rescataste del tintineo de mis solitarias pulseras
hace dos años.
Siento la boca y las mandíbulas
como si fueran de hierro: pesadas y tensas
en una cara de luna.
Dices que yo te he alejado,
pero
¿qué he hecho
sino amarte?

El amor es que alguien fofo haga una hora
de ejercicio en Vic Tanny;
que un alambre de acero te aguante
la mandíbula;
un vino carísimo
estropeado;
un cuerpo dolorido por la gripe.
Yo seguiría sola
y te esperaría,
por fútil que parezca.
Porque te amo
y he aprendido a aceptar el amor
como a las cicatrices
del cuerpo:
representan las partes defectuosas de mí,
pero también
mi identidad.

Eres el hombre al que amo.
Te necesito en casa,
como necesito el fuego,
como necesito agua para beber,
como necesito algo de aire para respirar,
como necesito
(oh, qué banal)
tus ojos, que vieron aquel azulejo índigo
mientras yo buscaba setas
en la tierra mojada.
Una vez me quisiste
por la luna de mis dedos,
pero parece haberse soltado
de su collar, como una hermosa
bola de cristal de Tiffany,
y hecho añicos.
Recojo los pedazos
y los envuelvo cuidadosamente
con la esperanza de que mis dedos
sean algún día lo bastante diestros
como para repararla.

¿Podrías amarme
si vieras pasar esas pequeñas lunas nuevas
como pedos de lobo,
perlas de borrosa geografía,
de la tierra
a mi piel,
si las vieras crecer en mí, como si fuera
un tocón que se pudriese?
Si pudieras, entonces mira,
aquí están,
creciendo en la bruma fría
de mi vida.
Te ofrezco estas lunas
nuevas.
Vuelve.
Esto es un grito de dolor.
Y yo no me llamo lobo.

El Rey de España llama
a la puerta,
pero no le abro.
Sigo esperando.
Te espero
a ti.

.

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QUEMANDO LOS BARCOS

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Terry Stokes

El sol entra en el piso, por la mañana,
como un bailaor de flamenco:
taconea, afilado, en los tulipanes llameantes,
y balas de luz invernal explotan en los cojines amarillos,
y los delicados zarcillos del helecho plumoso, que gotea una humedad verde,
se abarquillan con los chasquidos de las castañuelas
del sol.

Sola,
ahora,
con el sol como único amante;
y él, invisible, como si viviéramos en algún lugar
al este de… y al oeste de la luna.

Mi manera de significarlo
es encendiendo fuegos. Se me quema la tostada
en el horno por fantasear con un cardenal que cruza, volando,
un árbol en invierno. Mis toallitas de papel, rojas o amarillas,
arden al arder yo,
con un kimono amarillo,
sin apenas reparar en nada, salvo en el amor.

El Rey de España, como siempre misterioso, pero recordándome
su conexión con el fuego, imprime a veces una huella candente
en el cristal de mis enormes ventanas
y, por la noche, veo brillar la punta de un cigarrillo
junto al balcón en el que estoy,
rodeada de oscuridad.

Una vez soñé con quien te degollase y sus actos secretos,
pero me di cuenta de que solo lo veía como
a otro hermoso bailaor,
que saltaba por fin desde un tejado para matarse.
Y de que yo quería como compañero a un banquero, a un corredor de yates, al propietario
de una fundición o a un metalúrgico
de los Andes.
Hombres que cogían al mundo
y le prendían fuego. Y el fatuo bailaor
no podría reírse del sol,
porque también él estaba construyendo un país industrial con el taconeo de sus
botas ajustadas, palmeándome sol en la piel, llenándome de oro
el pelo, y mi delito
no era pasional, sino premeditado.
Les pegaba fuego a todos los puentes después de cruzarlos. Me aseguraba
de que los poetas amables, los vaqueros bobos, los lectores cansados de libros hermosos
o los lotófagos ciegos no pudieran cruzarlos para regresar
a mi vida. Porque
nunca dejé
de saber que quería como compañero a un banquero, a un corredor de yates,
al propietario de una fundición o a un metalúrgico
de los Andes.
Alguien que cogiese el fuego con las manos.
Que forjase con un puente en llamas
y una montaña
un nuevo metal
que salvara el vacío
hasta llegar a mi vida.

El Rey de España, que me ama
y es dueño de cofres repletos de oro robado y de una cabeza llena de poesía
del pasado, resplandece cuando anda,
igual que el oro de su ropa despide la preciosa luz del fuego.
Nunca permitiría que alguien débil entrara o saliera por la puerta
más de una vez.

Todas las mañanas me despierto y veo el sol brillar
en los oros, en los amarillos de los crisantemos, las caléndulas y las amapolas.
Los tengo en los dedos, y reparo
en cómo duermo:

en un anillo de fuego.

Mi lengua es el bailaor de flamenco.
Que baila en puentes en llamas.
Que se despierta, resplandeciente, todas las mañanas,
cuando una luz de oro inunda la ardiente habitación.

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Wakoski, Diane. Esperando al Rey de España (Trad. Eduardo Moga). Madrid; Bartleby editores, 2022.

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EL HUNDIMIENTO DEL TITANIC

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‘El hundimiento del Titanic’ fue uno de los libros que más me gustaron de los que me leí el año pasado. La maestría con la que Enzensberger va cambiando de registros según la necesidad de los poemas es deslumbrante. Como se puede leer en la página de Anagrama, «El hundimiento del Titanic es un magistral poema épico –una hazaña desacostumbrada en estos tiempos– en torno a una historia que, aunque conocida, no ha perdido un ápice de su tensión dramática. En efecto, el enorme transatlántico, gigantesca maravilla del mundo que naufragó una gélida mañana del año 1912, no fue sólo un buque, sino también un mito: la encarnación del progreso tal como se entendió en el siglo XIX, un concepto cuya vigencia ha sufrido un serio revés tras los avatares de la historia reciente. A lo largo de treinta y tres cantos, en este poema –explícitamente inspirado en La Divina Comedia de Dante, escritor que retorna a menudo entre los fantasmas evocados por Enzensberger– se efectúa una soberbia recreación de la catástrofe. Los alaridos de los náufragos, las rememoraciones nostálgicas de los muertos, los inarticulados mensajes de los supervivientes; pero también fragmentos de telegramas, las últimas informaciones meteorológicas, las desesperadas peticiones de auxilio. Asimismo, las minuciosas descripciones de los menús de a bordo, la arquitectura del buque, la decoración y las pinturas kitsch de sus salones, las inoportunas alegorías de la Paz y del Progreso. Y todo ello embalsamado en el gran vacío del agua. Pero no sólo se trata de este hundimiento registrado en los documentos de la Historia: como fantasma, el Titanic sigue navegando. Su actualidad está probada por la puntualidad con que su destino sigue reflejándose en películas, fantasías y pesadillas. El poema trata también de este Titanic imaginario, de este «naufragio mental».
La redacción de este libro se inició en Cuba en 1969, se elaboró durante casi diez años y se abandonó y reemprendió varias veces a lo largo de este tiempo. Elogio de la provisionalidad y de la duda, este poema refleja asimismo la crisis del militante marxista que ha perdido las ilusiones; no se adopta una «posición correcta», la justicia de la poesía no es de este orden: en caso de duda, está de parte de quienes sucumbieron en el naufragio.«

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Aquí enlazo una columna que publicó Mario Vargas Llosa sobre Enzensberger y ‘El hundimiento del Titanic’, por si le quieren echar un vistazo.

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Y aquí dejo algunos poemas del libro.

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CANTO PRIMERO

Hay alguien que escucha muy cerca de aquí,
espera, retiene el aliento.
Dice: Es mi voz la que habla.

Nunca más, dice él,
va a estar todo tan tranquilo,
tan seco y cálido como ahora.

Se escucha a sí mismo
en su cabeza burbujeante.
Dice: No hay nadie más

aquí. Ésta tiene que ser mi voz.
Espero, retengo el aliento,
escucho. El rumor distante

en mis oídos, antena
de carnes suaves, no significa nada.
Es tan solo el latido

de la sangre en las venas.
He esperado mucho tiempo
con el aliento retenido.

Rumor blanco en los auriculares
de mi máquina del tiempo.
Sordo zumbido cósmico.

Ni un sonido, ninguna llamada de auxilio.
La radio permanece muda.
O éste es el fin,

me digo, o es que
ni siquiera hemos comenzado.
¡Aquí, sí! ¡Ahora!

Se oye un rasguido, un crujir, algo
que se desgarra. Aquí está. Una uña helada
que araña la puerta y se queda quieta.

Algo cruje.
Un lienzo largo e interminable,
una inmaculada tela blanca

que se desgarra, lentamente al principio
y luego más y más deprisa,
se rasga en dos pedazos con un silbido.

Esto es el principio.
¡Escuchad! ¿No lo oís?
¡Agarraos bien!

Y regresa el silencio.
Solo se oye un sutil tintineo
en los aparadores,

el temblor del cristal,
más y más tenue
hasta desaparecer.

¿Quiere decir que
eso fue todo?
Sí. Todo pasó.

Eso fue solo el principio.
El principio del fin
es siempre discreto.

A bordo son ahora
las once cuarenta. Hay una grieta
de doscientos metros

en el casco de acero,
bajo la línea de flotación,
abierta por un cuchillo gigantesco.

El agua corre
hacia las escotillas.
Emergiendo treinta metros,

el iceberg pasa silencioso,
se desliza junto al barco resplandeciente,
y se pierde en la oscuridad.

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CANTO V

Tomad lo que os han quitado,
tomad a la fuerza lo que siempre ha sido vuestro,
gritó, congelándose en su ajustada chaqueta,
su pelo ondeando bajo el pescante,
soy uno de vosotros, gritó,
¿qué esperáis? Este es el momento,
echad abajo las barandas,
tirad a esos degenerados por la borda
con todos sus baúles, perros, lacayos,
mujeres, y hasta niños,
usad la fuerza bruta, los cuchillos, las manos.
Y les mostró el cuchillo,
y les mostró las manos desnudas.

Pero los pasajeros del entrepuente,
emigrantes, todos a oscuras,
se quitaron las gorras
y lo escucharon en silencio.

¿Cuándo tomaréis la venganza,
si no ahora? ¿O es que no podéis
soportar ver sangre?
¿Y la sangre de vuestros hijos?
¿Y la vuestra? Y se arañó la cara,
y se cortó las manos,
y les mostró la sangre.

Pero los pasajeros de entrepuente
lo escuchaban inmóviles.
No porque él no hablara lituano
(no lo hablaba), ni porque estuvieran ebrios
(hacía tiempo que habían vaciado
sus anticuadas botellas
envueltas en toscos pañuelos),
ni porque estuvieran hambrientos
(aunque estaban hambrientos):

Era otra cosa. Algo
difícil de explicar.
Entendían bien
lo que él decía, pero no lo
entendían a él. Sus frases
no eran las frases de ellos. Golpeados
por otros miedos y otras esperanzas,
aguardaban allí pacientemente
con sus bolsos, sus rosarios,
sus raquíticos hijos, recostados
en las barandas, dejaron
pasar a otros, prestándole atención
respetuosamente,
y esperaron hasta que se ahogaron.

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CANTO VI

Inmóvil, observo este cuarto desnudo, en Alemania,
el alto cielo raso, antaño blanco,
el hollín que cae sobre la mesa en flecos diminutos;
y mientras la ciudad que me rodea oscurece deprisa,
yo me entretengo en recrear un texto que tal vez no existió.
Restauro mis imágenes, yo soy mi propio falsificador.
Y me pregunto la forma que tendría el salón de fumar
a  bordo del Titanic, si las mesas de juego tenían
taraceas o estaban cubiertas de paño verde.
¿Cómo era en realidad?
¿Cómo era en mi poema? ¿Estaba en mi poema?
¿Y aquel hombre delgado, distraído, aquel ser excitado
deambulando por La Habana, presa de discusiones y metáforas
y aventuras de amor interminables? ¿Era realmente yo?
No podría jurarlo. Y dentro de diez años no podré jurar
que estas mismas palabras sean las mías, escritas
en el lugar más oscuro de Europa, en Berlín, diez años atrás
es decir, hoy, para apartar mi mente de las noticias de la noche,
de los innumerables minutos sin fin que nos esperan
y que se extienden hasta el infinito, a medida que avanza no se sabe qué fin.
Dos grados bajo cero, en la ventana todo está negro, hasta la nieve.
Me invade, no sé por qué razón, una gran calma.
Miro hacia afuera como un Dios. No hay iceberg a la vista.

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EL ICEBERG

El iceberg avanza hacia nosotros
inexorablemente.
Vedlo cómo se suelta
del frente del glaciar.
Sí, es blanco,
se mueve,
sí, es más grande
que todo cuanto avanza
en el mar,
en el aire
o la tierra.

Sueños mortales
que una larga caravana
de icebergs atraviesa.
«A doscientos cincuenta pies de altura
sobre el nivel del mar,
destellan sus colores
que son maravillosos
y totalmente diáfanos.»
«Como si fuese un sol
multiplicado
sobre las celosías de cientos de palacios.»

Mejor es no pensar en lo que pesa
un iceberg.
Cuantos lo han visto
no olvidarán jamás tal espectáculo
aunque vivan cien años.

«Ese espectáculo agudiza la imaginación
pero llena el corazón
de un sentimiento de involuntario horror.»

El iceberg carece de futuro.
Flota a la deriva.
No podemos hacer uso de él.
Existe, sin duda.
No tiene valor.
La confortabilidad
no es su fuerte.
Es mayor que nosotros.
Siempre y únicamente
vemos su cima.

Es efímero.
No se preocupa.
Nunca progresa,
pero «cuando, parecido
a una inmensa mesa
de mármol blanco,
veteado de azules,
se mueve de improviso y quiebra lo profundo,
todo el mar se estremece».

En nada nos concierne,
sigue su ruta monocorde,
no necesita nada,
no se reproduce,
y se derrite.
No deja huellas.
Se disipa perfectamente.
Sí, ésa es la palabra:
perfectamente.

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CANTO X

De modo que ésta es la mesa a la que se sentaron.
Desde fuera puedes ver, a través del ojo de buey,
en el salón de fumar, a B., un emigrante de Rusia
que, gesticulando, envuelto en la niebla azul
del humo exquisito de tabacos habanos,
marca Partagás, torcidos a mano,
perfectamente feliz y abstraído,
en la mesa verde, sin prestar atención
a icebergs, diluvios o naufragios,
predica la revolución
atareado en la predicación del evangelio de la revolución
a un pequeño grupo de barberos, jugadores
y telegrafistas. Uno lo ve,
pero no puede oír lo que dice.
El grueso cristal convexo del ojo de buey,
que refleja el bronce de los herrajes,
está hecho a prueba de ruidos. Palabras inaudibles;
uno sabe lo que se proponen,
y que este hombre tiene razón, aunque sea muy tarde
para tener razón en algo.
Sin embargo, en la próxima mesa puedes ver
a otro caballero, encolerizado, molesto.
Es el dueño de una fábrica textil de Manchester que considera
repugnante toda esta tontería, está indignado,
y en tono severo expone
las ventajas de la disciplina más estricta
y las bendiciones de la autoridad, que,
según sostiene con bigote trémulo, a bordo de un barco
ha de ser absoluta y firme.
Tú, desde luego, no puedes estar
al tanto de esta discusión, porque no puedes oírla.
Pero fíjate cómo los jugadores
y los telegrafistas mueven la cabeza,
¡como si asistieran a un partido de tenis!

A todos les gustaría ser rescatados,
a todos, incluyéndote a ti. Pero,
¿no es esto pedirle demasiado a una idea?
El juego terminará con empate.
Nadie ha notado a estos dos caballeros
en uno de los botes salvavidas, nadie a vuelto a oír
hablar de ellos jamás.
Solo su mesa flota por ahí todavía,
una mesa vacía en el Atlántico.

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CANTO XI

Déjennos salir
Nos estamos asfixiando
Nuestro furgón de ganado se estremece
Nuestro armario se tambalea
Nuestro ataúd gorgotea
Luchamos en las escaleras
Golpeamos los paneles
Forzamos las puertas
Déjennos salir
Somos muchos aquí
Cada vez somos más
luchando
por una pulgada de espacio
por un tablón
Estamos demasiado hacinados
para quitarnos los piojos
para cuidarnos o pelearnos
El carterista no puede levantar
su mano delgada
ni el asesino la daga
Nos asfixiamos unos a otros
Nuestra furia encerrada
nos levanta la piel
y expira
De pronto somos
terriblemente muchos
Aplastamos como masa blanda
a los que ya han sido atropellados
Un pudín de pánico
apestando a miedo
agrio y ratonil
Nos hinchamos y hundimos fláccidos y suaves

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CANTO XII

De ahora en adelante todo marchará según lo planeado.
El casco de hierro ya no palpita, las máquinas
permanecen quietas, el fuego se ha apagado hace tiempo.
¿Qué ocurre? ¿Por qué no avanzamos? ¡Escucha!
Alguien murmura en cubierta, rezando sus rosarios.
El mar es un cristal, negro, liso. Noche sin luna.
Por favor, no os preocupéis. Nada se ha roto a bordo,
ni un vaso, ni una copa de champán. Todos esperan
en pequeños grupos, sin hablar, inquietos, obedientes,
con abrigos de piel, batas y monos.
Los cables se enrollan, se les quitan los toldos
a los botes, se bajan los pescantes. Los pasajeros
parecen ligeramente drogados. Este músico, por ejemplo,
arrastra un violoncelo por la interminable cubierta,
arañando y desgarrando los tablones,
y uno comienza a pensar: Deben de ser alucinaciones.
¡Mira, han disparado un cohete de señales!
Pero no es más que un débil silbido, una llama azulada
que surca el cielo y se refleja en rostros vacíos.
Silenciosos, ascensoristas, masajistas y panaderos se alinean en cubierta.
A bordo del California, un barcucho decrépito,
a doce millas de distancia, el telegrafista se vuelve
en su litera y se queda dormido.
¡Atención! ¡Las mujeres y los niños primero1 ¿Por qué será?
Respuesta: We are prepared to go down like gentlemen,
Ya veo. Detrás quedan mil seiscientos. Una calma increíble
reina a bordo. Les habla el capitán. Son ahora las dos en punto,
y ordeno: Sálvese quien pueda. ¡Música, maestro!
El director de la orquesta levanta su batuta
para interpretar la última pieza.

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CANTO XIV

No es como una matanza, ni como una bomba;
no hay sangre, nadie es mutilado;
es simplemente una inundación, un aumento gradual
por doquier. La humedad se filtra.
Se forman diminutas perlas, regueros.
Lo que ocurre es que se te humedecen las suelas,
los puños de las camisas se te empapan, el cuello se torna
pegajoso en la nuca, se te empañan las gafas;
las cajas fuertes exudan, y se han manchado
las rosetas de yeso en el techo. Lo que ocurre es

que todo huele a su olor sin olor,
que gotea, se derrama, chorrea, se vierte;
no alternativamente, sino todo a la vez,
ciegamente, coincidentemente, promiscuamente,
humedeciendo el bizcocho, el sombrero de paño, los calzoncillos,
lamiendo sudorosamente las llantas de las sillas de rueda,
estancando el salobre en los urinarios, filtrándose
hacia los hornos; y ahí está otra vez,
horizontal, húmeda, oscura, callada, inmóvil, simplemente
elevándose lentamente, lentamente levantando pequeños objetos,
objetos de valor, botellas llenas de líquidos nauseabundos,
llevándoselas descuidadamente hasta que se vacían,
cosas de goma, cosas rotas y muertas; y esto continúa

hasta que tú mismo lo sientes en el esternón,
obstruyendo urgentemente, salobremente, pacientemente,
algo frío y pacífico que te sube, llegándote primero
a las rodillas, luego  a las caderas, a los pezones,
a las clavículas; hasta que te toca el cuello, hasta que lo bebes,
hasta que sientes el agua sedienta
buscándote la entraña, la tráquea, el útero,
la boca; y sabes entonces lo que se propone: se propone
llenarlo todo, tragar y que la traguen.

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CANTO XV

A la hora de la sobremesa le dijimos si no le molestaba
la solemnidad negra como la tinta, de sus metáforas,
que tales significados y significantes ya no se llevaban,
que la moda era inexorable, también en el arte,
y que los excesos eran excesos. Tampoco comprendíamos
qué tenía que ver Cuba en todo ello, Cuba era una idea fija.
¿Y qué quieres decir -literalmente- con tus historias
sobre la pintura, sobre Gordon Pym, Bakunin y Dante?

Sois vosotros, gritó y se puso a lanzar trozos de pan y carne,
quienes lo recogéis, lo amalgamáis y lo desmenuzáis todo
con vuestros cuchillos de trinchar;
yo ciertamente no, continuó irritado, yo me embrollo,
balbuceo, hablo a trompicones, mezclo, contamino,
pero os lo juro:
¡Este barco es un barco! -ahora se mostraba más exasperado-
y la lona rajada en dos -esta parte casi la cantó-
simboliza una lona rajada en dos, ni más ni menos,
¿me entendéis? Os digo que yo soy como este lienzo,
que se tensa hasta no poder más. Y arrebató el mantel de la mesa.

Tonterías, respondimos, puro galimatías. ¿Una locura!
Pero se puso de pie de un salto. No discuto, dijo bajito,
enseño. Se puso de pie y se disponía a marcharse.
Tuvimos la idea de apuñalarlo por la espalda con nuestros cuchillos de pan,
tan airados estábamos. Pero al llegar a la puerta se volvió
y empezó otra vez: ¡Olvidáis (dijo en su forma más desdeñosa)
que también yo he comido carne humana, como vosotros y Gordon Pym!
He escuchado los estertores del viejo anarquista
sobre la sucia almohada en la habitación contigua,
mientras yo abrazaba a su esposa, sonriente.
Precisamente vosotros no podéis burlaros de mí. Además
(no acababa de irse), ¿qué podía hacer yo?
¿Creéis que he sido yo el que inventó este cuento
del barco que se hunde, que es un barco y a la vez no lo es?
El loco que se cree Dante es Dante.
Siempre hay un pasajero a bordo con este nombre.
Las metáforas no existen. No sabéis de lo que estáis hablando.
Mera confusión, gritamos confundidos. Esto no es un poema,
es un embrollo. Al fin se marchó. Se fue,
y nos miramos y miramos nuestros cuchillos de fruta,
y nos preguntamos si puede haber metáforas
con tanto filo. Entonces seguimos comiendo peras y albaricoques.

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CANTO XVI

El naufragio del Titanic consta en acta.
Es tema para poetas.
Libre de impuestos al cien por cien.
Es otra prueba de que las enseñanzas de Vladimir Ilich Lenin son correctas.
Lo exhibirán por televisión después de los deportes.
Es valiosísimo.
Es inevitable.
Es mejor que nada.
Hace fiesta el lunes.
Es ecológico.
Muestra la vía hacia un futuro mejor.
Es Arte.
Crea nuevos empleos.
Comienza a alterar los nervios.
Está legalmente registrado.
Tiene sólida base en la clase obrera.
Llega justo a tiempo.
Funciona.
Es uno de esos espectáculos cuya belleza deja sin aliento.
Es algo que debería hacer meditar a los responsables.
Ya no es lo que fue.

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CANTO XVII

Nos hundimos sin hacer ruido. Como en una bañera
el agua está quieta en los alumbrados salones de palmeras,
en las canchas de tenis, en los vestíbulos reflejados en los espejos.
Trascurren minutos oscuros que cuajan como gelatina.
No hay riñas, ni disputas. Diálogos a media voz.
Usted  primero, señor. Saludos a los niños.
Cuídese del catarro. En los botes se oye el crujir de los cables
y se ven sobre el remo fosforescente gotas de agua
que como a cámara lenta del mar emergen y al mar vuelven.
Solo cuando se acerque el fin —la proa oscura levantada
perpendicularmente desde la profundidad cual absurda torre,
apagada la última luz, nadie pregunta la hora—
entonces un sonido jamás oído quebrará la calma de cristal:
“Fue un estruendo,  o más bien un chacoloteo, un fragor o más bien
una sucesión de golpes, como si desde una bóveda enorme
se precipitaran toneladas de cosas pesadas desde lo alto,
agolpándose en los escalones y arrastrándolo todo en su caída.
Fue un ruido jamás escuchado
y que nadie quiere volver a oír en su vida.”
A partir de este momento, ya el barco no existía.
Después solo se oyeron los gritos.

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CANTO XXI

Después, como siempre, todo el mundo lo había visto venir,
excepto nosotros, los muertos. Después abundaron
los presagios, los rumores y las versiones cinematográficas.
Alguien mencionó las carreras de perros
celebradas en la cubierta C, deporte bastante raro
para un barco; habían preparado liebres metálicas
con pintura brillante, movidas por un ingenioso mecanismo,
para incitar a los galgos a realizar esfuerzos ilícitos;
se cuenta que muchos pasajeros menesterosos perdieron
sus últimas guineas en este monótono pasatiempo. Y qué decir
de la grieta en la campana del barco, y del hecho
de que se había tornado agrio el burdeos Château Larose del 88
utilizado en el bautismo del barco; la conducta misteriosa
de las ratas en Queenstown, última escala del viaje;
y el silenciado caso de la furia sanguinaria
en la capilla del barco. Ominosos accidentes,
vicios innombrables; pero ¿por qué hemos de cargar
con la culpa? ¿Cómo sospechar que se daban latigazos
a las duquesas debajo de las mesas de juego? ¿Que las niñas
menores de edad pedían auxilio por los conductos
de ventilación y que en los baños turcos había hermafroditas
mostrando sus orificios? Ahora, retrospectivamente,
todo el mundo alega haber oído el sonido de un órgano,
sin que lo tocaran manos humanas, y que pasó la noche
emitiendo profanas tonadas, como última advertencia
a todos nosotros.
«Divina Némesis» ¡Fácil decirlo una vez ocurrido!
Las penúltimas palabras de un grave caballero
poco antes de hacernos a la mar:
¡Ni Dios mismo podría hundir este barco! Bueno,
no lo oímos. Estamos muertos. Nada sabíamos.

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CANTO XXIII

¡Contradicciones! ¡Discrepancias, dudas!
El número de bajas, por ejemplo: ¿1635?
¿1715? ¿1490? Se había abierto paso hasta el frente,
y había tomado el micrófono para formular su pregunta:
Señoras y señores, distinguido público, ¿dónde colocaremos
nuestra fe? Se trataba de un poeta musculoso,
que, empujando a un lado a los demás, poetas también
más o menos, gritó: ¡Oh, empirismo! ¡Estoy perdiendo
la razón! ¡Eterna discordia de los expertos!
¡Ay de los especialistas! ¡Bibliógrafos, qué lástima me dais,
os hundiréis también, pero pero nadie se dignará en haceros objeto de estudio!
¡Y os hundiréis sin gloria, amén! Tonterías, grito otro
del grupo. Creedme, gritó y tiró del cable hasta
que su colega soltó el micrófono: Todos ellos solo creían
lo que al día siguiente leyeron en los periódicos; después, nadie,
ni siquiera testigos y víctimas, creían
lo que vieron sus ojos, y, de acuerdo con ellos,
decimos: Debe de haber sido como en el cine.
Luego ocupó el estrado un colectivo de poetas,
cogidos de los brazos, gesticulando y coreando a una voz:
Bienvenidos seáis rumores, bienvenidas leyendas
y hasta mentiras, mientras más locas mejor. Silencio
en la sala. Un aplauso para Edward J.Smith,
nuestro capitán de barba blanca, treinta y ocho años de servicio,
quien, desoyendo los radiomensajes,
corrompido por codiciosos armadores y ávido
de implantar récords, se abalanzó a toda velocidad
contra el iceberg. Ahora, antes de colocarse
el cañón del revolver en la boca, grita: «Be British.»
¡Bravo! Después de todo, ¿qué clase de poeta es aquel
que no es capaz de tragarse la sopa salada,
lamer las gotas que se derraman de la sala de calderas,
que no sienta en los mismos huesos el sudor frío del pánico,
la viscosa llovizna de la historia?
En verdad, en verdad, os digo: Silencio en la sala.
¡Tres vivas a la condesa Rothes en camisón de noche,
bruja, sufragista, lesbiana depravada,
que se adueña de un bote salvavidas
y proclama el matriarcado! ¡Vivas a los oficiales
que se tambalean borrachos por la pasarela, disparando
sus armas contra la chusma del entrepuente. Judíos,
camelleros y polacos! ¡Deberíamos darles una lección!
Un tropel de fogoneros con caras tiznadas es obligado
a regresar al fondo de la sala de máquinas
donde el agua negra ya alcanza la rodilla,
mientras a menos de cuatro millas de allí,
recostado en la baranda
de su podrido barcucho, con los motores parados,
el capitán Lord manda retirarse al telegrafista
para poder disfrutar a solas de las señales
de auxilio y de los gritos de los ahogados,
sin que ningún mensaje le moleste.
¡Viva, mis queridos amigos! Siempre hay alguien
que se limita a mirar impasiblemente
para formarse una opinión equilibrada con ese conocido
gesto de la comisura de los labios.
Los poetas bramaban, exigían, concedían:
un grupo totalmente descontrolado.
¡Detenedlo!, gritaron, ¡detened al millonario disfrazado
de mujer, con turbante y velo, que está
entrando en el último bote salvavidas antes de que el barco
se haga pedazos! «Cerca, más cerca, oh Dios, ¿de quién?»,
toca la orquesta; no, «Ragtime», «Un último cigarrillo,
y todo queda dicho y hecho», no, «Señor de misericordia
y compasión», nada de eso toca,
ya la banda no existe,
no había sonido, no se oía una palabra,
ya no quedaba quien gritara tres vivas,
tres vivas, señoras y señores, para ustedes,
para los poetas, para todos nosotros.

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CANTO XXXII

Más tarde, cuando el inmenso cuarto
se oscureció del todo,
nadie quedó
excepto el muerto y una desconocida.

Amiga y enemiga
se confundieron en otra persona.

Y la desconocida, escuchando su aliento apacible,
se inclinó sobre él entre las sombras
y, cerrando su boca con un beso,
se lo llevó muy lejos con su única boca.

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CANTO XXXIII

Calado hasta los huesos, diviso gentes con baúles chorreantes.
Los veo, de pie sobre un plano inclinado, recostados al viento.
Bajo una lluvia oblicua, borrosos, al borde del abismo.
No, no es un sexto sentido. Es el tiempo,
el mal tiempo el que los empalidece. Les advierto,
les grito, por ejemplo,
señoras y señores, andáis por mal camino, estáis al
borde del abismo.
Pero solo me otorgan una débil sonrisa y responden altivos:
Gracias, lo sabemos.

Me pregunto si se trata de unas cuantas docenas de personas,
¿o está allí todo el género humano, sobre un barco
decrépito, digno de la chatarra, dedicado tan solo
a una causa, el naufragio?
Lo ignoro. Yo chorreo y escucho. Es difícil
decir quiénes son estas gentes asidas a un baúl,
a un talismán de color puerro, a un dinosaurio, a una corona de laurel.
Les oigo reír y les grito palabras incomprensibles.
Aquel desconocido con la cabeza envuelta en periódicos mojados
supongo que sea K., un viajante vendedor de galletas;
de aquel barbudo no tengo la más ligera idea; el hombre del
pincel se llama Salomon P., la dama que estornuda sin cesar es de seguro Marylin Monroe;
pero el hombre de blanco, el que sostiene un manuscrito
envuelto en una tela negra, encerada, seguramente es Dante.
Esas gentes rebosan esperanzas, están llenas de una energía criminal.
Bajo la lluvia a cántaros, se ponen a pasear sus dinosaurios,
abren y cierran sus maletas mientras cantan a coro:
«El trece de mayo el mundo se hundirá,
todo acabará, todo acabará.»
Es difícil decir quién se ríe, quién me observa, quién no,
en esta niebla, a no sé que distancia del abismo.

Los veo hundirse poco a poco y les grito:
Veo cómo os hundís poco a poco.
Y no hay respuesta. En lejanos barcos, leves y corajudos,
suenan las orquestas. Todo es tan lamentable; no me gusta mirar
cómo mueren empapados en la lluvia y la niebla. Es tan penoso.
Les podría gritar, les grito: «Pero nadie sabe
en qué año acabará el mundo; ¿no es  maravilloso?»

¿Pero adónde fueron los dinosaurios? ¿Y de dónde provienen
aquellas miles y decenas de miles de maletas empapadas,
flotando a la deriva, sobre las aguas?
Nado y gimo.
Todo, como de costumbre, gimo, todo bajo control,
todo sigue su curso, todos, sin duda, se habrán ahogado
en la lluvia sesgada, es una pena, ¿y qué? ¿por qué gemir?
Lo raro, lo difícil de explicar, es: ¿por qué sollozo
y sigo nadando?

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLa Habana 1969 – Berlín 1977

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Enzensberger, Hans Magnus. El hundimiento del Titanic. Ed. Plaza y Janés, 1998.

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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (168)

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Hace unos días me llegaba a casa este nueva antología de José Hierro publicada por la Fundación Ortega Muñoz y que muy amablemente me ha enviado Jordi Doce. La verdad es que no sé cómo agradecer los detalles que tiene Jordi conmigo que no sea dándole las gracias públicamente.
Y ya saben, en cuanto pueda subiré alguno de los poemas del libro.

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