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ESTA NOCHE: ALBERTO LEAL & ÁLVARO RUIZ EN EL CAFÉ DE ALBA
ESTA NOCHE: PATRICIA LÁZARO EN EL CAFÉ DE ALBA
Esta noche, en el Café de Alba, a las 22:00 h., la granadina -aunque afincada en Madrid- Patricia Lázaro estará presentando su disco ‘Todo irá bien mamá’.
Patricia Lázaro, que ha obtenido premios en algunos de los mejores certámenes de canción de autor de este país (como cuando se convirtió en la primera persona en ganar el primer premio y el premio del público en el certamen de Elche), ha grabado un disco que ella misma define como un ‘Grandes Éxitos’ de todos sus años de trabajo. De esta mujer con letras lúcidas y viscerales, que se declara enamorada de Patti Smith y Fito Páez, dijo el propio Quique González tras la presentación de su disco en Madrid que pertenece a esa generación killer de chicas con canciones enormes.
Allí nos vemos.
DOS POEMAS DE AURORA SAURA
Repasando la colección de revistas de literatura que tengo, me tropiezo con el número 66 de la revista Monteagudo, publicada por la Universidad de Murcia y dirigida por Francisco Javier Díez de Revenga. El número en cuestión se publicó en 1979 y en él hay dos poemas de Aurora Saura que dejo hoy aquí. Por cierto, bajo el primero de ellos se puede leer en la revista: «2º premio de Literatura (poesía) de 1978. Ministerio de Educación y Ciencia.»
Aquí los tienen:
MUERTE DE LAS COSAS
xxxCuando yo muera,
las cosas que yo amaba
vendrán a lamentarse por sí mismas,
vendrán como a morir.
xxxHabrá un silencio de seres que no existen,
ecos que nadie oye,
algún color que nadie verá más:
serán muebles que no serán los mismos,
y jarros, libros, flores,
y llaves y vestidos…
xxxTodo lo que yo amaba,
perdido para siempre.
xxxPerdida ya del todo la vida que les dí.
xxxSabrán ellas, las cosas,
que llega ya la hora de su muerte,
pues su vida era yo.
xxxPues eran nadie, nada:
tenían peso y color. Tenían polvo y brillo.
xxxY alguien las llamó hermosas.
xxxPero eran solo nada.
xxxVivían, aquí estaban: pero sólo por mí.
OTRA HISTORIA DE CRETA
xxxY resolvió Teseo, cercado por los muros del turbio laberinto,
no ser héroe esperado:
olvidar la promesa que hizo a los de Atenas
y la fidelidad de los brazos de Ariadna,
romper el hilo frágil de vida que le diera.
xxxEntró en el laberinto con los ojos cerrados,
adivinando el sitio exacto de su muerte,
resuelto a no mirar las murallas de Creta
y a olvidar para siempre la casa de su padre.
xxxAriadna, en las entradas, sostendría esperanzas
en forma de hilos blancos.
xxxLoco y suicida, pero libre al fin,
libre de la promesa y el sueño de la patria,
y libre, finalmente,del poder de los héroes,
asimilado a todas las víctimas sin nombre,
dejó inmóvil su brazo cuando vio al enemigo,
y se enfrentó Teseo a su gloriosa historia.
xxxEn las manos de Ariadna esperando, los caminos
se volvían de sangre.
ANIMALES ENTRE ANIMALES
GUADALUPE GRANDE
GATAS PARIENDO
Así escuchas las cosas de tu vida como el maullido de un gato al fondo del jardín
Te despiertas de madrugada y oyes al fondo muy al fondo ese remoto maullido de gato recién nacido
Y un verano y luego otro y otro más hasta llegar a esta noche
xxal fondo del jardín al fondo
Así escuchas las cosas de tu vida así escuchas las cosas del mundo a oscuras de noche palpando el susto de no entender o el de no querer hacerlo
y ese gato no para de maullar y es una pequeña herida no sabes de qué no sabes de quién pero ahí está insistiendo clamando de hambre y noche al borde del peligro al borde del abismo al borde del jardín Un coche un faro
luego nada
Y continuarán los maullidos más obcecados que tú y si no al tiempo al próximo verano hasta la próxima canícula sonido desvalido como una onomatopeya tan poco lírica que no la puedes escribir
Qué pensaría nadie y quién es nadie al leer esa onomatopeya tan líricamente escrita tan ridículamente sonora tan de viñeta de posguerra
pero suena cada noche
y tú para bordear la herida dices que así empezó todo cono una onomatopeya con un sonido tan innombrable como ahora el insistente maullido del gato recién nacido convocándote a dónde pidiéndote qué
O quizá algo peor tal vez nada te convoque y tan solo te despiertas en medio de la noche para ser el precario testigo que no puede traducir una onomatopeya Eso te dices para bordear la herida
Escuchas el maullido del gato Has visto un hombre sin brazos al borde de la limosna has rozado la pierna perdida del animal en el pantalón doblado sobre el muslo has comprendido que la muerte es un ramo de rosas de plástico atado a un farol
y te has preguntado qué palabra no es una onomatopeya indescifrable, una persecución en la sombra
Un verano y otro al fondo de la vida al fondo del jardín al fondo del sonido
Y las gatas siguen pariendo sin parar y paren onomatopeyas que al fondo del jardín resuenan como las tablas de la ley
DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR
PERRO, CADENA Y ESTACA (πr2)
El perro del almacén de palés
ladra cuando pasas frente a la valla.
Es un mastín que ladra desde el suelo,
tumbado bajo el sol,
muy cerca de su estaca.
No hay fiereza
en esa voz que lanza para nadie.
No hay alarma
en la profunda trinchera de sus ojos.
Hay campos en barbecho, y ráfagas de tierra.
Hay un calor de trigo y espejismo.
Hay noches, que no has visto ni verás,
donde a cada ladrido
responderá el inservible brillo de una estrella.
Que esto quede claro:
las estrellas no parecen ojos,
ni de divinos jueces son testigos.
Y también es inútil tu mirada.
Tú tienes una voz prestada, y él, un aullido sin respuesta.
Y estáis, los dos, muy dentro del silencio,
clavados en el centro de mil hectáreas de silencio y vallas.
Y sin embargo, calculas, como humano y racional,
la distancia entre el perro y la estaca.
Necesitas ese número que alguien dijo una vez
en el mostrador de una ferretería:
déme cuatro metros de cadena.
Recuerdas, porque eres descendiente de los griegos,
la fórmula del área de la circunferencia.
Pi por el radio al cuadrado.
Luego el perro, dada la longitud de la cadena, que es el radio,
tiene una superficie vital de 16pi metros cuadrados.
El perro del almacén de palés
ladra mientras calculas delante de esta valla.
Sigue ladrando sin rabia, sin voz,
desde una circunferencia real e imaginaria,
y tú quieres seguir inundando de números el desierto.
Calcular ahora los años, cuánto tiempo
lleva el perro ladrando desde 16pi metros cuadrados;
para multiplicar por 365 y por 24 y por 60,
y hallar la inabarcable cifra del dolor que va sumando ese ladrido,
y luego seguir multiplicando hasta dejar de ser humano,
hasta que los números se ovillen de cansancio.
Te gustaría saber, porque perteneces a la gran cadena humana,
que parcela, calcula y progresa,
si preferirá el mastín girar en el sentido de las agujas del reloj o en el contrario.
Pero también sabes que no importa:
El sentido de las agujas es siempre clavarse en el tiempo y la conciencia.
Lo que sabes, tras los números, es esto:
el ladrido del perro es una bóveda cansada
bajo la que se resuelven, con indiferencia,
viejas controversias de geometría, de alquimia,
del alma de los indios, las mujeres,
los perros, los ángeles y demonios,
así como la historia del hombre en estos campos.
Donde tú eres el eslabón,
e innecesario.
Te gustaría pensarte bajo el sol como una estaca.
Y que sean tus ojos la cadena,
y el perro el dios donde termina el mundo.
El alcance de tu mirada pi metros cuadrados
es el círculo de lo humano, antes de que empiecen
a tensarse en tu lengua los ladridos.
Y también hay cosas que no quieres imaginar.
Porque eres humano,
heredero de una larga estirpe de cobardes.
Me refiero
al mostrador de la ferretería,
al sonido de las monedas, de las cadenas,
y al eco de la estaca
mientras era clavada en una tierra
que no era todavía el centro de ninguna circunferencia.
Me refiero,
sobre todo,
a la incondicional alegría del mastín,
una vez cada dos semanas,
cuando se abre la puerta de la valla.
VV. AA. Animales entre animales. Murcia; Ed. Raspabook, 2015.
ESTO ES AGUA
No es para nada una coincidencia el que los adultos que se suicidan con armas de fuego casi siempre se peguen un tiro en… la cabeza.
Foster Wallace, David. Esto es agua. Barcelona; Penguin Random House Grupo Editorial, 2014.
EL DESIERTO
CONCURSO REGIONAL
Lo mejor y lo peor de beber es que de repente puedes convertirte en una persona que no sabe abrir una puerta. Una puerta que abres todos los días. Y es divertido. Lo de poder ser otra persona, digo. Sobre todo cuando tu vida se consume en el culo del mundo. Al menos no me ha dado por la cocaína como al hijo de la panadera o por las relaciones tóxicas como a alguna de mis primas. Tampoco es que a mí me haya dado por el alcohol, es que para la vida de provincias hay que estar preparada y si acudes a un concurso regional de deletreo en el salón de actos de un hotel de tres estrellas, el vodka nunca está de más.
El vodka sabe a colonia del Todo a cien pero a simple vista nadie diría que no es agua, así que todo lo que necesitas es un botellín vacío de 30 cl.
Aparentar estar sobrio cuando has bebido, fumarte el puro de la boda de tu prima en la boda de tu prima, recorrerte un par de supermercados con el rímel corrido para comprar un test de embarazo de marca blanca… Aquí cada uno se divierte como puede. Yo intenté aguantar en el concurso de deletreo pero es que el hombre trajeado, medio calvo y fondón con sus cuatro hijos grabando en vídeo como a su padre le daban una paliza unos críos de instituto de pueblo fue demasiado y, desde luego, poder poner la habitación a dar vueltas le dio otra dimensión al asunto. Podríamos haber estado todos dentro de un microondas o de una lavadora o de un platillo volante quenos sacara a todos de allí. Muy lejos de allí.
MARINITA
Hoy me he cruzado con la vecina del edificio de enfrente. Me ha mirado con asco, yo creo que me ve hablando sola. Intento no gesticular ni hacer aspavientos pero la vehemencia me puede. También es posible que me vea las bragas cuando estoy tirada en el sofá viendo la televisión. De niña yo la veía a ella, más niña aún, jugando en pañales con su padre. Y ellos me veían a mí bañándome en una piscina hinchable en la que ya no cabía. Otro día en el que también nos cruzamos por la calle, de repente le habían crecido unas tetas enormes y de la mano le colgaba un novio cuando yo ni siquiera me había besado con un chico aún.
Se llama Marina pero no nos conocemos. Nunca hemos hablado, solo nos hemos visto crecer desde el balcón.
EL HOMBRE DE LA BICI
Ni pide dinero ni pide nunca nada. Es un niño septuagenario con zapatillas playeras, pantalón remangado y camiseta azul cielo que aparece y desaparece del semáforo de la avenida esperando a otros niños que se acerquen a tocar el timbre de su bici oxidada. De piel morena y curtida, cubre su pelo gris con una gorra haraposa de la que cuelga una insignia militar a modo de pin. Y su bici vieja, la que atesora en una antigua caja de fruta su síndrome de Diógenes, la adornan banderines de España raídos por el tiempo y el sol. Parado estratégicamente en el semáforo de la avenida, se camufla en la coreografía de la ciudad pero, cuando pita y parpadea la luz verde, siempre es el único en quedarse al siguiente turno. Los niños de la manzana responden a su llamada silenciosa haciéndole el favor de que les haga cierta falsa ilusión impostada tocar el timbre de su bici rara y él sonríe enseñándoles el hueco de sus dientes, sin vergüenza, porque los está mudando.
EN LA PUERTA DEL SUPERMERCADO
Está gordo y cano. Apenas puede con su alma, o con la resaca. Solo cuando alguien entra o sale del supermercado da señales de seguir vivo. Es Papá Noel despedido de un anuncio de Coca-Cola por haberse pasado al whisky. Entonces, sin mover un ápice el resto de su cuerpo, agita el brazo con el que sujeta el vaso de las monedas y emite un sonido gutural. Una mezcla entre quejido, lamento y principio de vómito. Es su forma de pedirte ayuda.
EL MESÍAS
Vive en un hogar de cristal y cartón con armarios de carrito de la compra. Hasta se le ha visto teniendo noches de mantita y peli con una tablet. Dicen que su pastor alemán dormía a sus pies y que la luz de la confitería de enfrente les alumbraba con una calidez como si del fulgor de la lumbre en una segunda residencia en la sierra se tratara. La verdad es que por parecido podría ser el hermano secreto de Jesucristo. El hijo bastardo de Dios. Y tal vez lo sea porque le gusta meterse en las conversaciones ajenas y amenazarte con que su padre lo ve todo. Porque si eres Dios te enteras de todo. Y cuando vives en la calle, también.
SOL Y CEMENTO
He soñado que amputaba la pierna de un maniquí en una tienda y me la llevaba a casa. Y ahora quiero hacerlo en la vida real porque en mi cabeza suena todo lo excitante que seguro que no será.
Qué importante es vivir en un sueño o estar colocado o estar cachondo.
En verano, más que nunca, este lugar es un desierto y nos hemos ido las tres a comer a los italianos. Lo hemos hecho por salir, por fingir que tenemos algo que hacer pero las tres sabemos cómo acabará esto.
De momento vamos aguantando.
Llevamos viniendo a este sitio desde que yo ni siquiera había nacido y nada ha cambiado desde entonces. Nada de nada. Es por eso que siempre volvemos, claro.
Al menos la cerveza que sirven es de alta graduación. A mi madre se le ha subido enseguida a la cabeza porque dice que no está acostumbrada a beber pero siempre dice lo mismo. Sin embargo, a mi hermana no se le sube ni la segunda. Y yo, yo finjo que a mí tampoco pero la verdad es que ya estoy en lo más alto.
Yo sé que solo el alcohol puede salvarnos de esta pero de momento no está funcionando y ni nos estamos divirtiendo ni podemos disimular que nos gustaría estar en otro lugar. Aunque ¿dónde?
A nuestra izquierda una pareja de mediana edad se mira como si aún no hubieran follado o como si hubieran empezado a hacerlo hace poco. A nuestra derecha otra pareja de enamorados cuchichea algo detrás de la carta de las pizzas. Estos parecen llevar más tiempo aunque todavía se ven felices. Los voy a elevar a la categoría de prometidos. Ella tiene el pelo muy lacio y rubio de mechas y ambos podrían ser licenciados en ADE que ahora trabajan en la banca. Por último, delante de nosotras come una familia entera. Abuelos que antes fueron padres de hijos que ahora son los padres de un bebé. Se muestran bien avenidos y eso me deprime porque en nuestra mesa la pelea planea en el aire.
Pego un trago largo a mi cerveza y me fijo en un nuevo comensal que ha entrado y se ha sentado solo en un rincón. Sobre su cabeza penden unas viejas redes de pescador y unas uvas falsas llenas de polvo que constituyen el elemento discordante con respecto al resto del atrezzo pesquero del restaurante. De repente, las ganas de llorar me sorprenden como un vómito de mala borrachera. Pero aguanto. Estoy ebria y me siento a la vez invencible y vulnerable. Sin embargo, miro a mi derecha y veo que la rubia de las mechas ya está llorando y que se seca las lágrimas con un kleenex doblado escondido bajo su manga.
xxDios mío, esto es una epidemia.
CUMPLEAÑOS
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPero el cielo aún tan negro
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxes nuestro cielo,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxxxxxxxxxes nuestro.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxNacho Vegas
La portada del álbum en el que guardo mis fotos de infancia y adolescencia la adorna un dibujo que simula ser una foto. En él una bandada de pájaros amarillos descansa sobre los contenedores de un vertedero. O de un callejón sucio y oscuro. Aun así los pájaros se ven felices. Lo sabes por la veintena de corazones rojos que adornan la escena flotando en el aire como los mosquitos que habrían de hacerlo en la vida real.
Tal vez el pasado sea eso, un montón de basura en la que la gente parece extrañamente feliz.
Aunque yo no sé si me veo tan feliz. Es mi cumpleaños y miramos mis fotos. Me veo llorando en mi bautizo como una auténtica poseída. Luego lloro desconsolada ante la tarta de mi primer cumpleaños con la cara roja, la boca abierta y mis pequeños puños apretados a punto de convertirme en Hulk. Crezco y empiezo el colegio. Voy de disfraz de carnaval mirando a la cámara con cara de mala leche. Después sonrío con la sonrisa más falsa del mundo tras una bronca de mi padre. Luego estamos en la playa. Hay carne quemada por el sol que ya se ha podrido. Mi álbum, como cualquier otro, está plagado de gente que ya solo existe dentro de sus páginas. Tengo nueve años y odio las clases de educación física porque ¡Dios, qué mal me caía el profesor! ‒el favorito de todos los demás‒ Aquello sí que era soledad. En mi primera comunión un grupo de niñas y yo posamos con nuestros vestidos pomposos y ásperos subidas sobre las raíces de un árbol centenario. Todas miran a un punto en el horizonte que una de las niñas señala muy segura con su brazo estirado. Sin embargo, yo miro al fotógrafo esperando paciente una respuesta a la pregunta que acabo de hacer.
Pocas semanas después tuve mi primera regla. Pasando las fotos intento echarle la culpa a mi madre a través del pollo hormonado del supermercado. Ella se defiende con que le han dicho que es el clima local lo que hace que las niñas nos desarrollemos demasiado pronto aquí. Y yo no sé quién dirá eso pero por algo somos la huerta de Europa. Yo soy solo un limonero y mis ovarios limones demasiado pronto madurados al sol. Porque el sol es lo único que hay en esta tierra.
Guardamos el álbum y salimos a por tarta. En la calle, un bakala con el pelo cenicero espera a alguien embutido en unos vaqueros estampados con un interrogante hecho de pequeños brillantes. Avanzamos por el barrio y nos damos cuenta de que han abierto una nueva tienda de ropa barata. Nos pegamos al escaparate contentas por la novedad. Pero la tienda aún no ha abierto y unas cadenas casualmente en forma de corazón sellan la puerta.
En su «casa», el Mesías lee un libro recostado sobre su «cama». Yo creo que un día lo vamos a ver por televisión feliz en la gala de los Oscar. Eso será cuando recoja el premio al mejor actor protagonista por ser del método y pasar años en la calle preparando su papel de vagabundo. Los mejores modistos del mundo se habrán peleado por que vista sus diseños, comerá gambas y caviar del catering y luego se irá a su mansión de Bel Air a dormir en su colchón de viscoelástica.
Paseando llegamos hasta los límites del barrio y damos media vuelta. Entonces mi madre se pone trascendental y nos dice que para ella ya no hay tiempo porque es vieja pero que nosotras aún somos jóvenes y podemos vivir la vida que queramos. Aunque ¿cuál es esa vida? Y ¿dónde podríamos vivirla?
Qué difícil es ser limonero…
Pasamos por delante del edifico medio en ruinas en el que mis padres y mi hermana vivieron su vida antes de mí. Es el edificio en el que fui concebida y en el que viví mientras crecía rodeada de las entrañas de mi madre. Si aún sigue en pie es solo porque una ley obliga al nuevo propietario a restaurar la fachada y conservarla. De que la fachada es vieja no cabe ninguna duda pero es tan solo eso. Una ruina mohosa y sucia que se cae a pedazos en medio del futuro.
Esto es lo que somos.
Un operario del ayuntamiento subido a un andamio se dispone a cubrir la fachada con una lona. Se asegura de que los remaches hayan quedado bien sujetos
y cae el telón.
Yuste, María. Vida de provincias. Barcelona; Honolulu Books, 2014.
VIDA DE PROVINCIAS
ÁLBUM FAMILIAR
LA DOLOROSA
El fotógrafo sacó la cámara y me puse a llorar como si lo que se hubiera sacado hubiera sido la polla. Estábamos en el estudio fotográfico de la que ahora es la calle de las putas y la droga aunque entonces era una calle normal. O yo era muy pequeña y no me enteraba. Iba a empezar el colegio y necesitaba fotos de carné. Mis primeras fotos de carné. Mi madre me había llevado a la peluquería y me habían cortado el pelo bien corto como a mí no me gustaba. Luego me había vestido de domingo con un vestido heredado que había pertenecido a mi hermana diez años antes, zapatitos negros y calcetines blancos.
Sería aquel cuarto oscuro y estrecho, o aquel artefacto tan grande y desconocido o, no sé, que soy una llorica, simplemente. No me acuerdo, solo sé que lloraba como la Virgen María en esas estampitas que las abuelas tienen en las mesitas de noche. La Dolorosa. En una de las fotos me parezco. Desesperé al fotógrafo, desesperé a mi madre, desesperé a los clientes que esperaban su turno y me tuvieron que hacer las fotos así. Me pasé dos años llorando en las fichas del colegio. Plastificada en el tablón de actividades del parvulario junto a las fotos normales del resto de mis compañeros: veintitrés niños y la madre de Jesucristo.
Pero volvamos al estudio:
‒Señora, pero ¿por qué llora?
‒Pues eso me gustaría saber a mí…
‒Niña, ¿qué te pasa?
‒María Eugenia, por favor…
Os he advertido.
LA PROMESA DE UN BULEVAR
Mi madre estaba embarazada de mí cuando mis padres compraron nuestra casa frente a la estación de tren. Y en pleno parto se mudaban de un edificio medio en ruinas en el centro del barrio a esta zona en extensión donde antes se había erigido la industria de la ciudad.. Concretamente, nuestro edificio lo levantaban sobre el terreno de unos antiguos hangares de la Renfe. La vivienda, de protección oficial, la construía un tal Francisco González, que remataba su prestigio inventado con la comodidad de una cocina amueblada (a excepción del frigorífico) y el proyecto de un gran bulevar comercial (aún por diseñar) que revalorizaría la zona convirtiéndola en el nuevo barrio de moda.
Todo era un proyecto; el futuro, el barrio, nuestro apartamento, nuestra familia, el jardín. Yo. Porque rodeada de las entrañas de mi madre, crecía en su interior al mismo tiempo que el esqueleto del que iba a ser nuestro hogar lo hacía entre chimeneas industriales y otros edificios en menor estado de construcción.
Mis padres paseaban y con la excusa lo visitaban. Habían adquirido uno de los pisos exteriores que estaba previsto que con el tiempo dieran a un jardín, entonces no mucho más que un montón de barro con un árbol bajo el que vivía una familia de gitanos. Contemplando los cimientos de su futuro hablaban con ellos, que se lamentaban por tener que marcharse de allí, dejando atrás su hogar. Y con hogar se referían al árbol porque vivían a la intemperie.
En verano estuve lista para nacer y las llaves del piso listas para entregar. Durante los primeros paseos de mi existencia las ruedas de mi carrito se hundieron en el fango y mis primeros sueños los interrumpieron ruidos de escombros y martillazos. Pero éramos propietarios.
Propietarios de un edificio que empezó a resquebrajarse incluso antes de cumplir nuestro primer año. Hipotecados en mala suerte, dijeron. Y el bulevar… El bulevar nunca llegó a construirse aunque veinticinco años después descubra que mi madre aún lo espera por mucho que los bulevares ya ni siquiera estén de moda.
TERROR CRISTIANO
La señorita María Jesús tenía un tío que se había suicidado. Era viejo y vivía solo y se había ahorcado. O se había ahorcado porque era viejo y vivía solo.
La señorita María Jesús nos dijo:
‒Dios está en todas partes.
Y yo me lo imaginé expandido por toda la habitación como el aire.
De repente algo flotaba en el techo y se escondía bajo mi pupitre. Rodeaba mis piernas y se metía en mis fosas nasales. Salía expulsado y se escondía en mi oído. Me había acompañado a la hora del baño. Me había observado dormir. Me había visto cambiarme sentada al borde de la cama por las mañanas. ¿Estaba Dios en los ojos de los pósteres de mi habitación? ¿Estaba Dios en los ojos de los Backstreet Boys?
Ya en casa corrí a abrazarme a mi padre completamente espantada, y aunque no le conté nada acerca de mi congoja, nos quedamos así, abrazados en el silencio de la oscuridad de nuestra casa defectuosa porque siempre se olvidaba de encender las luces. Aunque así Dios tampoco nos vería.
TODO EL MUNDO SONRÍE TODO EL TIEMPO EN PADRES FORZOSOS
Mi madre dependía de las drogas prescritas. Mi padre de los dogmas de una organización de personas decepcionadas que buscaban el sentido de la vida en el control de la eyaculación. Mi hermana recortaba fotos de Cindy Crawford y las pegaba por las paredes de su habitación para no comer. Yo lloraba a escondidas porque quería ser otra persona. Quería llamarme Stephanie, ser rubia y vivir en San Francisco. Tener un golden retriever, más hermanas rubias y que en mi colegio hubiera taquillas.
Mi mejor ventana al mundo era la televisión y la tierra prometida, California.
Mi madre madrugaba, limpiaba la casa y trabajaba. A mi padre le hacían bullying en la oficina y a veces no salía de la cama. Jugaba al ajedrez con un tablero electrónico que le daba la réplica a través de un piloto rojo. Mi hermana se escapaba de casa para ir a la discoteca. Mi padre salía de la cama para buscarla. Mi madre llamaba a casa de todas sus amigas. Llamaba a los hospitales. Yo comía delante del televisor y lanzaba las servilletas usadas detrás del mueble del salón para no levantarme a tirarlas a la basura. Para seguir viendo la tele. Mis padres las descubrieron un día hechas una bola, manchadas de tomate. No se enfadaron porque pensaron que se trataba de algún tipo de filia grave. Yo lloré porque no estaba loca. Yo lloré por una timidez enfermiza. Yo lloré porque no me gustaba la gente. Yo lloré porque quería vivir en otra parte.
Mi hermana salía y dejaba notas en las que escribía que se iba y no sabía si volvería. Mi padre me escribió un cuento sobre una cama que estaba triste porque ya nadie la usaba. Mi hermana siempre volvía. Mi madre se peleaba con la adolescencia de mi hermana. Mi madre se peleaba con la depresión de mi padre. Mi madre perdía los nervios. Mi madre lanzaba objetos contra las paredes. Yo tiré mis zapatos contra el armario de las sartenes porque no quería cortarme el pelo. Mi madre tiró la casa de Pin y Pon contra la pared de mi habitación por algún motivo. Mi hermana se fue a vivir con mi abuela. Volvió a la semana.
Mi padre escribía poesías a mujeres que estaban en su cabeza. Yo me hice un garabato en la frente con el pintalabios favorito de mi hermana y dije que era un polvorón. Mi madre limpiaba el hospital. Mi madre quería ser cirujana. Pero mi madre nació en el campo. Mi padre componía canciones dedicadas a un hombre colombiano al que admiraba porque el espíritu de Marte se había reencarnado en él. Yo gané un premio por inventarme un cementerio de cacas de perro. El premio era un reloj suizo rosa. Mi padre quería que yo fuera niño para ponerme su nombre. Me puso su nombre igualmente. En el salón de actos del ayuntamiento me entrevistaron para la radio. El locutor me preguntó en directo que cómo me llamaba. Yo dije que Nicole. Mi padre nació en el franquismo. Los médicos dijeron que no llegaría a la democracia. Mi padre se moría y él no lo sabía. Mi padre vivió engañado. Mi hermana ganó un pez naranja en la feria. Como pasaba el tiempo y no se moría, lo tiramos al río.
CUCARACHAS EN LAS BRAGAS
Su familia creía en Dios pero no en el condón, así que tenía un montón de hermanos. Más de diez. Ella era la mayor y, cumpliendo con una tradición, le había tocado heredar el nombre de la abuela paterna, que era también el de una santa y mártir a la que los romanos le habían cortado las tetas. Fue mi mejor amiga en una época en la que muchos niños esperaron en vano recibir una carta de Hogwarts. Sin embargo, lo que ella esperaba era la visitación de la paloma. Yo ya conocía la historia de la Inmaculada Concepción de la Virgen pero lo que no sabía era que si te negabas a tener un hijo con Dios, este te mataba de un infarto al corazón. Al menos eso era lo que ella contaba y, además, le parecía bien.
Su familia era algo más que ultracatólica. Pertenecían a una especie de Opus Dei para gente humilde y los fines de semana se los pasaban enteros rezando sábado y domingo, entre otras rarezas. Pero a pesar de tanta represión y oscurantismo, mi amiga era genial. O fue tanta represión y oscurantismo lo que la volvió gore y divertida. Siempre, cuando nos quedábamos a dormir juntas, la veía hacerse la muerta. Pero no es que fingiera haberse muerto de repente para darme un susto sino que adoptaba la postura de un cadáver dentro de un ataúd e intentaba quedarse dormida. El cuerpo rígido, el rictus serio y solemne y los brazos cruzados bajo el pecho incipiente. «Si no fuera la postura más cómoda no pasaríamos en ella el resto de la eternidad». Pero lo más extraño llegaba por las mañanas cuando, de camino al colegio, anunciaba que tenía cucarachas en las bragas. En las que llevaba puestas. Y que le corrían libres por «el chichi». Lo decía bien alto y claro y, en especial, cuando eran sus padres los que estaban delante. Tal vez fuera que su cuerpo ya había empezado a descomponerse pero me gusta pensar que aquella era su forma de vengarse.
Yuste, María. Vida de provincias. Barcelona; Honolulu Books, 2014.
INDIGESTA
No han cambiado mucho las cosas
desde que no estoy contigo:
me masturbo día sí,
día también.
Bravo Guerrero, Siracusa. Indigesta. Sevilla; Cangrejo pistolero ediciones, 2009.
CUADERNO CANÍBAL Nº0
MARCAS
No tengo palabras lo suficientemente afiladas
como para arañarte la espalda
y dejártela marcada
para siempre.
DES – (…)
.
.
…Desnúdame.
Destápame despiértame desmelénate
desconciértame desenfrénate desvélame descarrila
desespérate DESAFÍAME descongélame destrúyeles
desdibújame despíntate DESHAGÁMONOS
destózame
pero no te descuides
o lo haré yo.
ni ni
Mi forma de expresarme no mueve montañas.
Mis palabras no traerán la paz al mundo ni tampoco darán pie a nuevas guerras.
Mis versos no buscan tu aprobación.
No escribo para ti, ni por ti,
ni soy tú, ni quiero serlo.
Ni, ni … NO, me niego.
Me niego a jugar a tu juego;
no quiero que juegues al mío.
ARG, esfúmate, piérdete,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxd e s a p a r e c e.
¿O es que quizás me necesitas?
NO tengo miedo.
Hace tiempo que lo transformé.
Lo que todavía no sé
si fue en valor o en valentía.
EPÍLOGO
No busques que encuentras
Y es en el último recodo de mi sonrisa,
ahí donde adiestro dragones en el arte de escu(l)pir sobre hielo,
donde escondo mi mala saña
cubierta de pétalos blancos y azules.
Algún día volverás a hacerme reír
y saldrán todas las flores que enterraste bajo mi piel
ya despetaladas, destartaladas, más que mustias, ya sin sed.
Espero que no huyas.
Será entonces
hora de sembrar.
Bravo Guerrero, Siracusa. Indigesta. Sevilla; Cangrejo pistolero ediciones, 2009.
TIEMPO DE SIEGA Y OTRAS YERBAS
COMO la lluvia, no: como el martillo.
La lluvia, al entregarse, se derrama
sin mirar si aprovecha o si se pierde;
si la tierra está seca o bien regada.
Pero el martillo sabe el sitio exacto
donde falla su golpe y donde clava;
el martillo conoce su estatura
y lo que puede ahondar con su descarga.
Llover sin ton ni son no es lo importante:
lo importante es llover donde hace falta.
AÚN QUEDA corazón en nuestra bolsa…
¡Que rebosen los vasos, tabernero,
sírvenos otra ronda. Que se llene
la taberna de música y de versos,
y que salga a la plaza nuestra euforia
para que alcance a quien esté despierto!
Este cerrar la puerta a las palabras,
este lento suicidio del silencio,
nos acerca a la muerte paso a paso.
Porque morir es renunciar al beso
que va de nuestra mano hasta las cosas;
escuchar nuestro propio desconcierto
en vez de la canción y las promesas
que pusieron temblor en nuestro pecho;
desvanecer los amplios horizontes
que pudimos tocar con nuestros dedos,
y sentir que la hiel crece en la boca
y embriagarse del humo del incienso…
Este cerrar la puerta a las palabras
nos está acostumbrando al cementerio.
EL HOMBRE cuando es hombre no se duerme
por mucho que le duela estar despierto.
Que a veces duele mucho: hasta la sangre.
Y a veces duele más: hasta el desprecio…
hasta sentir el asco de uno mismo.
Porque ser hombre obliga, compañero:
a clavarse los puños si es preciso
para tener los ojos bien abiertos,
aunque duelan la calle y nuestro cuarto,
aunque muerdan las voces y el silencio,
aunque se escape el sueño de las manos
y el tic-tac se dibuje en el cerebro.
Pero es preciso que el dolor del otro
se nos asome al borde del espejo
y alumbre la sazón de nuestra cólera,
aunque nos cueste hacerlo cualquier precio:
todo el horror que cabe en unos ojos
clavados en el techo.
PREFERIRÍA a veces no ver claro…
¡es tan triste llegar a las esencias!
Mejor es detenerse en los contornos,
no saber qué se esconde tras la puerta,
pasar siempre de largo entre las cosas
ajenos al dolor, con manos ciegas.
¡Por qué tengo esta llave en el bolsillo!
Nadie sabrá jamás lo que me pesa,
y no puedo tirarla, por si acaso:
porque tal vez detrás alguien me espera.
Por eso voy buscando cerraduras,
liberando palabras… Pero quedan
encerradas las cosas en sí mismas
sin conocer su propia corpulencia.
Tal vez, si se reunieran en la plaza,
si se vieran las caras, si quisieran…
(una canción, a veces, nace pronto:
basta que el pecho rime con la tierra).
Me detengo en el borde del camino,
y me agacho a escuchar entre las piedras
mientras me llega, con el pan que muerdo,
todo el sudor caliente de la siega…
(¿Ningún ruido disuena entre los árboles?
¿Ni un pequeño rumor que sople y crezca?)
ALGUNA VEZ, a todos, a mí mismo,
nos ha crecido un árbol en las manos,
o el mar sobre la frente, o la esperanza
como alfombra extendida a nuestro paso,
al encontrar un verso entre la hierba…
al madurar el fruto del abrazo…
al escuchar palabras que nos tientan
el hambre de palabras que arrastramos…
Pero la madrugada llegó siempre
con su fusil a ciegas, preparado
para segar la vida de los hombres
o la ilusión nacida en nuestros vasos,
y cuando fue creciendo la mañana
nos quedó solamente nuestro asco
y una sed infinita, y la vergüenza
de nuestro propio aspecto de borrachos.
TRADUCIR el mensaje de las cosas:
las palabras del risco, las del llano,
las de esos largos ríos que no buscan
su vocación de mar, cicatrizados;
traducir el mensaje del silencio
parece lo inmediato.
O buscar en la hierba los indicios
de una huella profunda, de algún paso
más fuerte que los otros; las palabras
que acaso no veamos.
Porque el suelo está lleno de palabras;
de palabras furtivas. Mutilados
los libros, y el amor de cada día,
y hasta el mismo murmullo de los campos,
las palabras se arrastran como sombras
ausentes de sus cuerpos; como brazos
separados del tronco; como ramas
desgajadas del árbol.
Y esas palabras llegan a nosotros:
no enteras, pero llegan. Las pisamos
al recorrer la senda, y se defienden
subiéndose al perfil de los zapatos.
Me inclino con amor y las devuelvo
a la embriaguez de su destino alto:
a su torre en el mar para que alumbren
al pescador perdido. Como un faro,
pretendo que señalen el peligro…
pero también la orilla a los lejanos.
Si tú también has visto entre las piedras
una frase eficaz, un verso claro,
sube con ellos a las altas torres,
interrumpe la paz del campanario,
rechaza al que se oponga y pon tu noble
conciencia en el badajo…
Porque quizá resulte que coinciden
el grito y el momento de lanzarlo.
EN LOS PAISAJES DE TOLSTOI
Son verdes las praderas de Yásnaia Poliana,
suavemente onduladas, bellamente mecidas;
son, en fin, como todas las praderas del mundo,
ni más ni menos lánguidas, perezosas y tibias.
Ya sé. Yo, en realidad,
me río imaginando la extrañeza
de los que hasta aquí sigan
mis versos, no del todo aficionados
(por vital paradoja) a las caricias
del «piu dolce far niente», de la gracia exquisita
del suave frenesí de las praderas
bellamente mecidas por la brisa.
Ya sé que es más frecuente que mis versos se apoyen
en la oscura tragedia de la mina,
donde el sudor ajeno
y el polvo en los pulmones del hermano
se convierten en rica
fontana de calor para nosotros,
o en la triste verdad, no menos lírica,
del hombre encarcelado,
o en el duro esperar de sus familias.
Ved, por tanto, en mis versos, solamente un pretexto
para deciros que también la brisa
de las dulces praderas de Yásnaia Poliana,
suavemente onduladas, bellamente mecidas,
se sintió compañera de mi angustia
por el tiempo fugaz de un claro día.
Álvarez, Carlos. Tiempo de siega y otras yerbas. Madrid; Ed. Helios, 1970.
JOSÉ ANTONIO GABRIEL Y GALÁN
Puede leerse en el prólogo de ‘Un país como éste no es el mío’, prologo escrito por Fernando Savater:
«Es sin duda muy difícil ser cuando lo que uno es ‒mejor, ese proyecto por el que uno quiere llegar a ser lo que es‒ no tiene existencia paladinamente reconocida en el registro oficial de lo posible; es difícil ser cuando ni la soledad nos devuelve certificación de nuestros propios rasgos ni cabe esperar compañía alguna que suscriba suficientemente el debido reconocimiento.
(…) Lo que más nos dificultaba el ser eran las definiciones incesantes que caían a todas horas sobre nosotros, los sellos súbitos que estampillaban nuestro deambular de espectros, lo muy completo de las descripciones administrativas con cuyo acoso era prudente en cada caso contar. Ciertamente se nos dificultaba el ser, pero se nos obligaba a estar y a estar ante todo conscientes del cómo y dónde estábamos.
xxEn lo único que llegamos a ser maestros fue en los malos usos de la paciencia. (…) Fue la nuestra la paciencia devastada de quien ya no tiene ante los días más exigencia que la de que pasen sin dejar rastro, la paciencia mendaz y traidora de quien todo lo remite a un futuro cuyo solo espejismo en el horizonte vacía el presente hasta la médula. Fue la paciencia del sobrino endeudado que acecha la interminable agonía de su avaro tío en espera de una herencia que los ratones ya han roído hace tiempo: ¡y ni siquiera tiene la audacia asesina de enenenarle de una vez el caldo cotidiano! Hicimos de la paciencia un uso tal que nos desautoriza para participar sinceramente en cualquier fiesta durante los próximos mil años…
xxEl poeta recogió las palabras usadas y zurció con impetuoso desánimo el mosaico del miedo. Ha estado atento, asustado como todos, paciente hasta el asco, ni mejor ni peor que los otros, pero infinitamente atento. Desde el corazón de su tierra natal nos grita sin sarcasmo, quizá sin remordimiento, que este país no es ciertamente el suyo. Estaba aquí, como nosotros: pero al enseñarnos el rostro de la supuesta patria como una tierra de nadie, nos desarma de amarras y lastres, nos empuja hacia ese desierto que también puede ser vivido como hogar.»
I
Fortuita la luz y apareció
el depredador sin más signos que sus parcas palabras.
Algo hubo en sus gestos que cerró las bahías.
Hacia el anochecer se colmaba de citas
xxxxxxxxxxx(y el reparto
xxxxxxxxxxxde armas).
Mejor le comprendimos los más jóvenes
con su extremado código de peligros anuales.
Las provincias cedieron a su amenaza de extinción.
Recorrió los confines, quijadas de caballo
entre la arena o mitades de obuses,
conectó con los muertos,
como viejos amigos.
Su calma impenetrable sembró la alarma al fin en las ciudades
donde nuestras hermanas vivían displicentes.
Desenterró sombríos memoriales y despojos,
todos cerramos filas detrás de aquel enigma
que anunciaba costumbres más prudentes.
Jamás se detenía el depredador.
Los rostros desvaídos de las ventanas desconfiaban.
Nos enseñó una nueva forma de marchar,
las manos enguantadas
y la inmensa tormenta de los ojos
comenzó a retumbar en nuestro ánimo.
Mostró el depredador sus lejanías,
nunca se vio su risa,
sediento y contenido,
pocos pudieron aproximarle.
Él saludaba en nombre del año de la victoria.
VII
(II)
Y si alguien se atreve en estos tiempos
a exhibir su alegría
que lo tumben de un tiro entre los ojos
públicamente.
XI
(III)
Mirando atentamente, ¿qué garantías hay
de volver algún día?
XII
(I)
Ha pasado tanto tiempo
y sólo ahora caemos en la cuenta.
XV
(II)
Hubo de establecerse el toque de incomunicación.
Les hemos ordenado
un sistema prudente y vertical,
oleaginoso y místico,
en el sentido en que la vida calla,
la vida,
esa zahína indiferencia.
Y las conversaciones acaban convirtiéndose en harapos.
(IV)
El pueblo catatónico:
«No moverse es la fuerza.»
Las antesalas de los despachos abarrotadas,
las antesalas innombrables.
El olvido
juega en la muerte
el papel de rufián.
XVI
(I)
Cogimos a trescientos cincuenta y nos dijeron:
«Ejecutemos a trescientos
y el resto
una vez libre
dará fe.»
Cuantos aquella noche
gozaron de una carne de hembra a bajo precio
susurraban raras casualidades,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxrevelando
una cierta impotencia frente al pánico.
Los relojes daban muestras de incertidumbre
ni una luz se movía en los vagones,
así es que resistamos
este futuro impávido,
jamás penséis pedir ayuda
o aventuraros en la noche,
pues sólo los vencidos con su presencia,
etcétera.
Pero él, inminente, aún aprovecha
las luces amarillas
para obtener los últimos informes,
él piensa por nosotros con años de adelanto,
y sabe, en su pirámide,
en su ciego sarcófago,
que nadie debe escapar.
XV
(III)
Os negamos toda esperanza,
podemos controlar la sangre y el antojo,
plantaros soledad de cipreses y alerces,
desecar vuestros pueblos súbitamente,
nuestro representante en cada aldea o barrio
es un resucitado de la guerra.
XIV
Vuestros gestos caducos,
ásperos eslabones de la esterilidad y el desencanto,
nuestra historia es muy simple,
la que es, la que viene,
perded toda esperanza de retorno,
jamás olvidaréis esta ciudadanía,
los pueblos que se pudren poco a poco
necesitan espejos y promesas,
no empleéis la avidez del enemigo,
la lucha de clases ha acabado,
hay quienes ya nacieron con la guerra perdida.
Así en la anochecida
nos veréis descender hacia vuestros elogios,
perfumados, ahistóricos,
juntos recorreremos la elevación que fluye
lejos del desacato,
aquella arquitectura irreparable,
porque nuestro poder será la paz,
el poder que se exilia cada tarde,
y hay que estar preparados
allí donde los niños persiguen venturosos sus crímenes futuros.
XIII
¿Qué puedo decir yo?
La paz que os pertenece siempre nos fue
provisional.
Imágenes
que cualquiera puede apropiarse con el paso del tiempo,
son antiguos colores los que expresan
ya un cierto ahogo.
Delegaciones
tal vez un poco escépticas
recorren las provincias repitiendo
no sin cierta ternura ante la ausencia:
«Soportad la unidad, ahora
solamente exigida, un día
apreciaréis la justificación.»
¿Qué mensajeros se han enviado a veces,
qué cruce de correos adversarios?
La indecisión malvive
horadada por una tristeza inexplicable,
un consorcio de inválidos que logra
sostener la producción,
los rebaños cuando bajan ardiendo,
los signos de una espera cuya finalidad resulta imaginaria,
polvo de los sombreros como escamas de búfalo,
el ritmo de erección de monolitos ha descendido
sin órdenes expresas.
Esa paz y estas llaves gratuitas
desmontan la paciencia de los que antaño fueron
la más feroz vanguardia,
impune víctor.
Los años ensordecen, las bodegas
cuentan en sus catálogos con cosechas excelsas,
las viñas andan algo descuidadas.
La costumbre hizo bajar la voz.
¿Aceptarán los pueblos
este nuestro descenso a la nostalgia añeja?
Nuestra unión es si acaso
punto de referencia para provocaciones
cada vez más lacónicas:
¡oigan los evadidos,
los sin rostro,
estilitas,
ciegos de Bakunin,
nobles proscritos,
rojos tricéfalos!
Como si muchas eras
hubiesen sido derrotadas epidérmicamente
ya nadie se refiere a momentos históricos,
fracciones de comida,
lenguas secas.
Quizá nos olvidamos de las grandes ciudades,
pero allí, si se quiere,
las leyes pesan más que el horizonte.
¡Reformemos las leyes,
aún es tiempo!
No hay azar en los juicios,
los intestinos suben hasta los hospitales,
largos como infelices solos de trompeta.
Aun con nuestros errores,
¿aceptaréis que amamos esta tierra
como la más sublime y lucrativa?
XII
(II)
No acabábamos nunca
de rematar las cosas,
todo seguía su curso,
siempre y por siempre,
así.
Los muertos ya dejaron
de ser nuestros,
de nadie.
Si alguna vez
alguien sucumbe en algún descampado
o al salir de una fábrica o un pozo
no podréis achacarlo a nuestras armas,
sino a la paz.
XI
(III)
Primero la arbitrariedad,
luego las leyes,
un enjambre de leyes, remolinos
engullendo sospechas,
impuestos y tributos.
VII
(¿Quién habla
con quién
sobre qué?)
Un gran principio de violencia
ha dominado nuestras costumbres,
ciertamente.
Gabriel y Galán, José Antonio. Un país como éste no es el mío. Madrid; Ed. Hiperión, 1978.
[LA POESÍA «COMO UN ARMA»]
[La poesía «como un arma»]
Nuestra bandera nº 40
22 de agosto de 1937
xxNací en Orihuela hace veintiséis años. He tenido una experiencia del campo y sus trabajos, penosa, dura, como la necesita cada hombre, cuidando cabras y cortando a golpes de hacha olmos y chopos, me he defendido del hambre, de los amos, de las lluvias y de estos veranos levantinos, inhumanos, de ardientes. La poesía es en mí una necesidad y escribo porque no encuentro remedio para no escribir. La sentí, como sentí mi condición de hombre, y como hombre la conllevo, procurando a cada paso dignificarme a través de sus martillerazos.
xxMe he metido con toda ella dentro de esta tremenda España popular, de la que no sé si he salido nunca. En la guerra, la esgrimo como un arma, y en la paz será un arma también aunque reposada.
xxVivo para exaltar los valores puros del pueblo, y a su lado estoy tan dispuesto a vivir como a morir.
Hernández, Miguel. Crónicas de la guerra civil. Barcelona; Ed. Sol 90, 2009.