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UNA TARDE DESDE EL BALCÓN
LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (XXXIII)
Cuando estuvo aquí en Murcia hace un par de noches, León Molina tuvo a bien regalarme un ejemplar de ‘Llegar’, un libro que publicó con ‘La siesta del lobo’ y hoy voy a dejar aquí algunos poemas del libro.
ROUND ABOUT MIDNIGHT
Oigo de pronto en el arroyo
la música de Monk.
Round about midnight está dentro
del sonido del agua.
Es una variación hermosa
que estoy seguro hubiera sido
del gusto del maestro.
Con los ojos cerrados
disfruto de la emoción inesperada
mientras pienso que la naturaleza
en la infinita variación
de sus sonidos guarda
toda la música posible
y que Thelonious Monk
como cualquiera de los grandes
no es más que su afinado instrumento.
Con la última nota
comienza el canto del crepúsculo,
un nuevo tema que con suerte
alguien compuso o compondrá algún día.
LUGAR
Me cuenta mi amigo Cristóbal
que hace poco regresaba a la aldea
y se desvió por Prado Redondo
deteniéndose junto a las retamas.
Cuenta que la luz del atardecer
y el silencio en aquel paisaje
le emocionaron y vivió
algo que define como sentirse
profundamente en paz.
A mí no me sorprende;
ese sitio lo inventé yo.
Y es para eso.
GAMONEDA Y LOS PÁJAROS
xxxxxxxxxxxx…la fatiga de los pájaros perseguidos por la luz.
La he visto tantas veces.
Pero fue Gamoneda
quien lo escribió.
Ahora, cuando declina la tarde,
veo sus versos recorriendo el cielo.
CORAZÓN DE TIZA
Una puerta muy vieja
manteniéndose digna a duras penas
en medio de la ruina y el olvido.
La madera pulida por el tiempo
era de un gris que rozaba lo blanco.
En el cerrojo había una llave
y colgada de ésta otra
que se dibujaba con precisión
sobre el fondo uniforme.
Eso fue lo que me gustó,
por eso hice la foto.
Pero ahora, ampliada en la pantalla,
descubro algo que el ojo no vio:
Un corazón de tiza
y dentro de él dos letras
reventadas por cuatro plomos
de carabina.
EL VIENTO
El viento me envejece
y sin embargo
me siento como un niño
cuando llega a este monte
y me revuelve la melena.
Clava sus dardos en mi piel
mientras en el valle se aquieta
el tiempo que me ignora.
Por eso vengo aquí;
En el gélido abrazo soy de nuevo
vigorosamente mortal
y entrego mi pasión
al viento que me va desmoronando.
En estos montes solitarios
comprendo que acabarse
es también una forma de estar vivo.
DESPUÉS DEL RECITAL DE LEÓN MOLINA EN MURCIA
Definitivamente, esta ciudad es una pena. Aunque casi me alegro de ser uno de los relativamente pocos que disfrutamos ayer de la impresionante presentación que del poeta hizo el también poeta -y periodista- José Antonio Martínez Muñoz, y de la igualmente impresionante lectura que nos regaló León Molina.
Qué lujo disfrutar de los poemas de ‘Llegar’ y ‘El taller del arquero’, así como de los inéditos que leyó León.
Pero no sólo el recital, la conversación de después y lo que nos regaló la madrugada, convirtió el día de ayer en uno de esos días por los que merece la pena seguir en pie.
Aquí tienen alguna foto de la lectura de anoche.
MAÑANA, LEÓN MOLINA EN MURCIA
Ya he dejado textos suyos en el blog en alguna que otra ocasión, así que tecleen su nombre en el buscador y déjense sorprender si no lo conocen; y espero que les sirva para vernos mañana noche disfrutando de su poesía en el café-bar Zalacaín de la ciudad de Murcia.
‘MAL’ EN CARTAGENA
Pequeño recordatorio de lo que sucedió ayer en Cartagena.
Y aquí dejo dos de los poemas que leyó ayer José Daniel Espejo.
1 DE MAYO
El uno de mayo era sábado,
brillaba el sol. Me encontré
con un poco de atasco en la autovía
en marcha hacia la playa. Fumé.
Me fui de aperitivo, de paella,
me tomé dos gintonics mirando el mar,
después hice la siesta hasta las siete;
y entonces paseo, cena, los pubs
de los ingleses, una rubia borracha
me aceptó una invitación para después franquearme
las muy doradas puertas de su coño. Y yo
fumando en calzoncillos a las seis de la mañana,
acodado en el balcón mientras salía
un sol resplandeciente tras la línea del agua,
bebido y triunfador, los dedos húmedos
de sexo aún, y vi a mi lado
a mi jefe. Y bien, Cenicienta,
me dijo. Quedamos que a las doce
y es la hora de los churros. Se te descontará
reglamentariamente de tus vacaciones.
Y ahora vístete y sal de mi casa,
pero a Samantha déjala, no la despiertes.
EMPLEADOS
Personas educadas, bien vestidas,
limpias, atractivas, proactivas y empáticas,
peinadas a la moda y con sonrisas brillantes.
Conocen la teoría. Saben Power Point,
nuevas tecnologías, muchas redes sociales.
Han leído los libros. Han ido a los congresos.
Juegan a tenis, a pádel y a golf,
cocinan teppanyaki y viajan por el mundo,
sus sueldos son de infarto y lo que hacen,
a poco que investigues bajo la superficie
de sus pulidos discursos, es defender el derecho
que creen tener sus jefes a poseer ocho yates,
anclados a tus huesos.
Son muchos. Más guapos. Salen mejor
en las fotos, en la tele y en los carteles electorales.
Pero nosotros somos más,
y conocemos sus nombres.
MAÑANA: JOSÉ DANIEL ESPEJO EN CARTAGENA
Pues eso, que mañana se presenta en Cartagena ‘Mal’, de José Daniel Espejo. Un libro en el que se pueden encontrar tesoros como éste:
ALGUIEN O ALGO
Disfruto de una extensa
comunidad de lectores,
simpáticos, pero fantasmas.
Vienen a verme a todos los recitales,
aplauden con sus manos de plasma.
Pagan mis libros de aire con dinero espectral
que no van a aceptarme en la tienda del chino.
Entonces me sorprendo escribiendo un poema
que está haciendo arrastrar una cadena.
Y otro cubierto con una sábana gastada.
Y otro, muy confuso, grabado en una cinta
con un sonido pésimo, y ruido de fondo.
En todos quiero
mucho a alguien
y hay también una sombra, una angustia,
una búsqueda de algo poco claro.
Esa búsqueda soy yo.
Hasta el final no te enteras.
LAS SEÑORITAS DE AVIGNON
Después de que mi compadre Joseda me prestara ‘Aire nuestro’, me dejó ‘Los inmortales’ y me parece que este capítulo, el de ‘Las señoritas de Avignon’, es una joya.
xxEstábamos en París y Pablo dijo que París era el mejor sitio para comprar dos buenos disfraces de Elvis Presley. Miramos tiendas por Internet. Anotamos las tiendas en el GPS y, como era verano, alquilamos dos bicicletas y recorrimos París buscando esas tiendas, con el GPS en la mano. Fue divertido. Parábamos de vez en cuando a beber cervezas. Estuvimos en cinco tiendas de disfraces, pero Pablo no se decidía. Hasta que llegamos a la sexta tienda y allí vio un “Burning Love” que le gustó mucho. Valía cuatrocientos cincuenta euros. Compramos dos, uno para cada uno. Salimos de la tienda disfrazados de Elvis. Pablo no podía aguantarse.
xxEstábamos alojados en el Ritz, aunque no pensábamos pagar la cuenta, en el último momento ya se nos ocurriría algo. Aparecimos vestidos de Elvis. No nos dejaban entrar. Tuve que enseñar la documentación. Pablo se reía. Nos rogaron discreción, muy amablemente. En la habitación Pablo se negaba a quitarse el traje. Llamó y dirección y pidió que le dejaran vestir de Elvis; si no, se marchaba del hotel. Estábamos en una suite carísima. Accedieron, creyeron que éramos dos multimillonarios esnobs. Nos fuimos al bar de Ritz disfrazados de Elvis. Todo el mundo nos miraba y todo el mundo se reía. Pero Pablo estaba feliz. Luego nos fuimos a una discoteca que se llamaba Elvis, en las afueras de París. Allí ya estábamos más contextualizados. Había mucha gente disfrazada de Elvis. Nuestros disfraces eran de los mejores. Pablo estaba muy contento. Las mujeres también iban disfrazadas, algunas se habían disfrazado de Elvis, y otras, las más sensatas, de rockeras tipo la película Grease. En las televisiones de la discoteca se podían ver actuaciones de Elvis. Pablo se puso a bailar con una chica que iba disfrazada de rockera y que estaba muy gorda. Se llamaba Lucinda. Lucinda nos presentó a sus amigas, que estaban incluso más gordas que la propia Lucinda. Se llamaban Brigitte y Nico. La discoteca ardía de pasiones. Elvis sonaba a toda pastilla por los altavoces. Todo era Elvis y todo eran las tres chicas obesas. Lucinda llevaba tatuajes de cruces religiosas en la espalda y en los brazos. Brigitte llevaba tatuada una moto en las tetas. Nos enseñó la moto, allí delante de todo el mundo. Nico llevaba tatuado un rostro de Elvis en el vientre. Era el Elvis de la última época, el que pesaba ciento veinte kilos. Nos enseñó el rostro ensanchado de Elvis, y al hacerlo se bajó un poco la braga para que viéramos más cosas. En ese momento, Pablo me dijo al oído: “Bienvenido al reino de las mujeres gordas”. Las tres mujeres gordas aprovechaban cualquier pretexto para enseñarnos algo. Pablo estaba exultante y de vez en cuando me decía cosas al oído, como “la grasa y la carne son conocimiento, estamos de suerte”, o “tócalas, son el espíritu de la Navidad, de la provisión, de la abundancia, de la celebración, son el calor y la plenitud, la victoria sobre el hambre, son la izquierda política universal, la obesidad es el futuro”. Ellas eran unas artistas en el destape progresivo. Nos enseñaban un pecho, el carnoso nacimiento de la nalga, una ingle, el vientre, abrían la boca. Iban muy pintadas. Nos pusimos a bailar los cinco. A las chicas les encantaban nuestro disfraz de Elvis. Nos besaban en la boca y aplastaban sus gigantescos pechos contra nuestro disfraz. Pablo decía: “Sois las mujeres más hermosas de la Tierra, os quiero pintar a todas, sois como mis señoritas de Avignon pero mejoradas, expandidas, dilatadas, en plena expansión por el espacio, mis señoritas sobrealimentadas, bulímicas y trágicas”.
xxSalimos de la discoteca y las Tres Gracias nos propusieron ir a una fiesta muy especial. Montamos en el coche. No era un coche. Era una furgoneta Mercedes. Conducía Nico. Atravesamos remotas circunvalaciones de las afueras de París. Atravesamos una urbanización de lujo. Nico entró con la furgoneta en los jardines de una gran mansión iluminada. Allí había una fiesta. Salimos de la furgoneta Mercedes y nos encaminamos hacia la fiesta, hacia donde se oía la música. Enseguida salieron a recibirnos. Estábamos en el reino de las gordas. Era un clan de gordas. Lucinda nos lo aclaró: formaban una secta de gordas que se reunían una vez al año.
xx‒Yo conocía la existencia de estos aquelarres de la carne sin límite ‒dijo Pablo‒, son celebraciones excepcionales, se basan en la idea del delirio de lo que crece; crecimiento, estiramiento, ensanchamiento. El principio científico es la explosión inicial del Universo, el célebre Big Bang. Sólo lo que se expande o crece existe. Si verdaderamente existes, tienes que estar en expansión.
xxLa fiesta tenía lugar al lado de la piscina. Bajo una carpa había mesas y bandejas. Había pollo, faisán, salmón, caviar, patatas fritas, hamburguesas, foie gras, croquetas, jamón de bellota, quesos, vinos, champán, y las gordas hundían sus manos en la comida y se la metían en la boca. La música, de manera obsesiva, era el Metal Machine Music de Lou Reed, con algunas canciones de The Velvet Underground, como European Son o Sister Ray y la clásica Heroin. Nuestros disfraces de Elvis empezaban a no tener mucho sentido con semejante música. Pero daba igual. Pablo se puso a comer. Lucinda le dijo que aquí no se comía solo, que se alimentaban los unos a los otros. Y era verdad. Las gordas se tiraban la comida a la boca, y tenían una puntería admirable. Abríamos la boca y las gordas nos tiraban la comida tratando de acertar.
xx‒Pronto esto será una orgía ‒me dijo Pablo en privado‒, y ya verás como faltarán preservativos.
xxBrigitte, Nico y Lucinda comenzaron a desnudarse y otras gordas estaban haciendo lo mismo. Brigitte se me acercó y me dijo:”Vincent, me encanta que seas pelirrojo y medio amarillo, ¿es que padeces del hígado, guapetón?”. Les dije a Brigitte y a las otras que me llamaran Vin a secas.
xxLas gordas se metían en la piscina iluminada. Conocimos a más gordas, eran francesas, alemanas, suecas, japonesas y rusas. Las gordas rusas daban miedo, eran muy altas, muy estética Schwarzenegger. Había una gorda rusa de raza negra, que medía uno noventa y cinco y debía de pesar unos doscientos kilos. Pablo habló con ella. Pablo me dijo que era un Frankenstein moscovita. Pablo hablaba en francés con la rusa. A los diez minutos estaban bailando. Al cuarto de hora se estaban besando. Pablo le tocaba los pechos. “Si tengo que pintarla, tengo que saber de qué está hecha”, dijo Pablo. Vi a Pablo besándole los pezones, descomunales. Eran como pasteles de nata. Una nata amarillenta. Pablo dijo: “Oye, Vin, tú todo lo ves amarillo, y eso es bueno”.
xxYa había bastantes gordas bailando desnudas. Y empezaron a tirarse a la piscina. La gorda nipona era fascinante. Era altísima, yo diría que un centímetro más que la gorda negra rusa. Pero la nipona era asombrosamente blanca. Se desnudó delante de todos. A todas las gordas les encantaba que yo fuera pelirrojo y que Pablo fuese calvo. Yo creo que la japonesa era la más gorda. Nos permitió que le tocáramos los pechos, los michelines, las piernas. Cuando metías tus manos en medio de tanta carne sentías vértigo y dolor y una erección insoportable. Todas las gordas tenían graves problemas de salud. Se cansaban. Jadeaban. Tenían que sentarse. Se confiaron a Pablo. Se acomodaban en sillones muy grandes. Luego tenían problemas para levantarse de los sillones. Se ayudaban en esa tarea las unas a las otras, como si fuesen grúas humanas. De hecho, había grúas mecánicas a su disposición. Pablo estuvo jugando con una de esas grúas ortopédicas, geriátricas. Estaba pensando en pintar a una gorda subida a la grúa. Hizo un boceto en un papel. “Vin, mira, mira, súbete a la grúa, es muy divertido”, me gritaba Pablo, con el mando a distancia que accionaba la grúa en una mano.
xxLa gorda nipona se llamaba Nanami. Pablo y yo, y otras gordas, rodeamos a Nanami mientras se desnudaba del todo: los tobillos completamente hinchados, las uñas de los pies grandes y pintadas de azul, los pechos desparramados sobre el vientre, y Nanami abría la boca y sacaba una lengua que parecía una alfombra bereber, llena de colores, pesada, ardiente, como una golosina blanda y plomiza. Brigitte, Nico y Lucinda jaleaban a Nanami. La besaban, le acariciaban los pechos y el culo. Nanami le acariciaba la calva a Pablo. Era una gran fiesta de gordas desafiantes. Había dos bombonas de oxígeno junto a un sofá. Las gordas se fatigaban en extremo y de vez en cuando se sentaban y se aplicaban la mascarilla. Salían como nuevas, dispuestas a bailar y a hablar y a amar, pero les duraba poco el chute de oxígeno. Nosotros seguíamos con nuestro disfraz de Elvis Presley. Dejó de sonar Metal Machine Music de Lou Reed, cosa que agradecimos todos. Y empezó a sonar Heart of Gold en la voz de Johnny Cash. Entonces, Nanami levantó la carne que le caía sobre el vientre y pudimos ver una cicatriz. Nanami le confesó a Pablo, en francés, que era la cicatriz de una cesárea. Lucinda nos explicó que Nanami había sido madre en Japón. Le robaron a su hijo. “Desde entonces, se mata comiendo, como todas nosotras. En realidad, somos las gordas suicidas”, dijo. Pablo hizo un boceto de la cicatriz. Yo pinté una bola dorada con un rotulador amarillo que me prestó Lucinda.
xxLa forma de desnudarse de estas mujeres era confusa. Se iban quitando la ropa, poco a poco. Y tardaban. Tal vez porque mientras no las veíamos, volvían a vestirse un poco. Pablo seguía intentando hacer bocetos, tomaba apuntes. “Volveré a pintar Las señoritas de Avignon, estas notas me serán de utilidad, qué bien”, dijo.
xxCompletamente desnudas se quedaron sobre las cinco de la madrugada. Tardamos en ver el espectáculo de su desnudez rigurosa. Siempre quedaba alguna ropa. Por ejemplo, yo creía que Brigitte ya estaba completamente desnuda, y sin embargo todavía llevaba medias. O Nico un tanga casi invisible. O Lucinda unos zapatos. Los pies de las gordas eran especiales. Todas las gordas llevaban las uñas pintadas: unas de rojo, otras de azul, otras de amarillo. La carne en abundancia pegada a los huesos de un pie producía en la mirada vértigo y dulzura, pero creo que eso ya lo he dicho. Vi a dos gordas en un rincón que se estaban besando y acariciando, y empleaban los pies como extremidad dolorosa, como extremidad varonil. Yo me quedaba mirando los pies de las gordas, poseído por una ternura muy morbosa que casi me llevaba al borde de las lágrimas. Los pies de las mujeres gordas, sobre todo las que llevaban las uñas pintadas de amarillo, eran violentos y suntuosos. Había algo allí, pero qué. Pablo dijo que pensase en los pies como fundamento de un cuerpo, como lo que une al cuerpo con la tierra. Dijo: “Son raíces peligrosas, o mejor aún: religiosas”.
xxCuando estuvieron todas desnudas, se pusieron en fila, como en una formación militar. Fue entonces cuando observamos un temperamento marcial en las mujeres gordas. El metro noventa y cinco de Nanami y de la rusa negra destacaban sobre el grupo, aunque la estatura media de las gordas estaría en torno al uno ochenta. Pablo dijo que tal vez tendría que acabar pintando un ejército, una pintura de carácter napoleónico, y que yo pintase a las gordas atravesando un campo de trigo amarillo con cielo azul. Al verlas a todas en formación, percibimos con claridad que eran gordas altísimas. Serían unas quince mujeres. Todas desnudas. Parecían un ejército del fin del mundo, una alegoría inesperada del Juicio Final. “Tal vez esto debiera pintarlo otro hombre”, dijo Pablo, asustado. “Tal vez Miguel Ángel”, dije yo. “Sí, una Capilla Sixtina”, dijo Pablo. Eran como saxofones humanos expuestos a nuestros ojos. “Vin, ni siquiera tu amarillo puede representar tanto misterio roto”, concluyó Pablo.
xx‒Os hemos hecho venir ‒dijo Nanami, poniéndose al frente de la formación‒ porque necesitamos una reparación. Todas nosotras hemos sido humilladas por los hombres, por el capitalismo y sus gobiernos, por la ley de los hombres. Yo sufrí una cesárea absolutamente gratuita, fruto de una negligencia médica. Cada una de nosotras os contará su historia. Me practicaron la cesárea con un importante déficit de anestesia. Sentí el corte, y lo sigo sintiendo.
xx‒Yo fui violada a los trece años ‒dijo Nico‒, desde entonces me dediqué a comer como una bestia. Mi organismo está destrozado. Me violaron tres soldados serbios. Una y otra vez. Me pegaban. Me orinaban encima. Y me follaban con extremidades que no eran suyas. Eran de gente muerta. Me penetraron con un fémur de un niño musulmán. Aún quedaban restos de carne. Olía el fémur a putrefacción, y la putrefacción entró en mí, y ellos empleaban un guante para tocar el fémur. El asqueroso y goteante fémur, que había pertenecido a un niño maravilloso de once años, y mientras hacían todo esto ponían en un aparato de música portátil Hey Jude de los Beatles. Otra vez me penetraron con el dedo índice de un viejo. Vi al viejo, la mano del viejo. Le cortaron el dedo delante de mí, y luego lo utilizaron de la misma manera que el fémur, y ponían Yesterday de los Beatles. Desde entonces, no puedo escuchar esas canciones. A veces las ponen en sitios públicos y tengo que taparme los oídos, porque me entra pánico y ganas de vomitar. ¿Podéis imaginarlo? Que alguien sienta pánico al escuchar Yesterday, que alguien vomite al escuchar Hey Jude.
xxTodas aquellas mujeres fueron narrando historias de sufrimiento. Me vinieron a la cabeza los últimos días del Imperio Romano. Estas gordas, en alguna medida que desconozco, eran hijas de Roma. Una Roma amarillenta.
xx‒No comemos por indolencia sentimental, comemos por desesperación. Somos las grandes desesperadas ‒dijo Lucinda‒, el terror nos condujo a la comida, nuestra grasa es sufrimiento material; materializamos el dolor, grasa sórdida que obstruye nuestras arterias, somos el espejo de los hombres.
xx‒Tampoco creemos que exista la vida privada ‒dijo Margarita, así se llamaba la negra rusa‒, nuestra desesperación es una desesperación histórica. No engordamos porque tengamos vida privada y dentro de esa vida privada elijamos comer; nunca elegimos nada; la vida privada es una ficción, un látigo, un bozal, un engaño miserable.
xx‒Es una desesperación de época ‒corrigió fervientemente Brigitte.
xx‒Busqué a mi hijo durante varios años y aún lo sigo buscando ‒dijo Nanami‒, los médicos me lo robaron. Luego supe que a ese niñito le fue extirpado un riñón. Lloré lo indecible. Y comí, comí, comí. Comí hasta cabezas de pollo, hasta tripas de merluza y ojos de jabalí. Y mi estómago se engrandecía como el océano Pacífico.
xx‒Todas hemos comido y todas estamos desnudas aquí para vosotros ‒dijo Mary, la inglesa, muy callada hasta ese momento‒, deseábamos que dos hombres de justicia, dos hombres que aman la verdad ‒y ningún hombre ama la verdad y la justicia tanto como un artista‒, supieran de nuestro sufrimiento. Yo también fui madre como Nanami y mi niña murió con doce años en un atentado terrorista en Londres. Engordamos y nos desnudamos. Todas estas grasas son dolor y desesperación. Cuando me dijeron que mi niña había sido reventada por una bomba, pensé en matar a la reina de Inglaterra. Quise saber quién era el responsable de mi desgracia. Sólo hallé símbolos, como la monarquía o el libre mercado. Símbolos que explotan. Símbolos que mataron a mi hija.
xx‒Somos un Big Bang ‒dijo Nanami‒, nos rompimos y comenzamos a extendernos, como el Universo. Si tocas nuestros cuerpos, podrás sentir la radiación de fondo. Estos homéricos pliegues en la piel son representaciones carnales del sufrimiento. Somos artistas gonzo del dolor. Representamos el dolor en nuestra carne, como si nuestros cuerpos fuesen cuevas plenas de arte rupestre. Queremos hacer el amor con vosotros. Vais disfrazados de Elvis. Elvis fue el rey del dolor. Él se ensanchó, se corrompió, habló con el misterio del dolor. Y además, sois pintores. Tenéis que retratarnos, para dar un testimonio inmortal del sufrimiento de las mujeres en el siglo XXI. Una titánica Capilla Sixtina llena de gordas suicidas. ¿Habéis visto la película Sin perdón de Clint Eastwood? ‒preguntó.
xx‒Claro ‒dijo Pablo‒, es una gran película, me gusta cómo muere Morgan Freeman, y me gusta el rollo de fidelidad a la esposa muerta de Clint Eastwood. En eso Clint se comporta como un poeta mística; renuncia a la fornicación por amor a una mujer muerta, corrompida bajo tierra. Es fidelidad a la nada. ¿Cómo demonios se puede pintar la fidelidad a la nada?
xx‒Os hemos hecho venir para que nos venguéis ‒dijo Lucinda‒. Queremos justicia.
xx‒En la película las mujeres que contratan los servicios de Clint Eastwood son prostitutas, y tienen dinero para pagar su venganza ‒dijo Pablo.
xx‒¿Qué queréis que hagamos? ‒pregunté yo.
xx‒Queremos que pintéis nuestro dolor ‒dijo Lucinda.
xxHubo un silencio. En ese instante me di cuenta de que ya todas estaban completamente desnudas y comenzaron a besarnos. Eran hermosísimas. Tan gordas. Tan destrozadas.
xx‒Por mucho talento que emplearan en pintar nuestro dolor, daría igual, la gente sólo vería una obra de arte ‒dijo Nico‒. Acabaríamos en un museo.
xx‒Tiene razón Nico ‒dijo Nanami‒, no nos puede satisfacer una obra de arte, aunque sea inmortal y grandiosa.
xx‒Yo os diré lo que queremos que hagáis ‒dijo Margarita, la rusa‒, queremos una acción espectacular. Queremos que les cortéis la cabeza a los principales directivos de las empresas de telefonía móvil del mundo.
xxEn ese momento Margarita se dirigió a Pablo.
xx‒Queremos que les cortes la cabeza a los directivos de Movistar, es una empresa española, Pablo, tú eres malagueño, eres español. Haznos justicia.
xx‒Queremos ‒dijo Brigitte‒ que Bill Gates, el hombre más rico del planeta, renuncie a su imperio económico. Queremos que le ocurra lo mismo que a San Francisco de Asís, que elija la pobreza. Que vaya desnudo por las calles de Nueva York, que pida en las entradas del metro.
xx‒Queremos que pintéis desnuda a la reina de Inglaterra, que pintéis su decrepitud, su vejez ancestral, su carne muerta ‒dijo Mary.
xx‒Queremos que pintéis el mal ‒dijo Nico‒, ¿sabréis hacerlo sin pintar una bestia o un demonio? ¿Sabréis pintarlo de verdad? No queremos alegorías ni símbolos, sino su rostro preciso.
xx‒Sí, así lo haremos ‒dije yo‒, pintaremos el Mal desnudo.
xxComenzó a amanecer y con la llegada de la luz las gordas se fueron desvaneciendo. Estallaban sus cráneos. Eran gordas vampiras. Parecían salidas de una película de Robert Rodríguez. Estallaban sus enormes pechos y salían de dentro nubes de sangre que volvían a estallar en confeti y luz. Pablo gritaba: “Amo a las gordas, la Virgen María pesaba ciento quince kilos”.
xxLa aventura de las gordas nos dejó drogados y ausentes, víctimas de un encantamiento insondable. Hicimos autoestop, intentando regresar a nuestro hotel. Pero como íbamos disfrazados de Elvis, nadie quería llevarnos a París. Evitábamos hablar de lo que había pasado durante la noche. Estábamos muy cansados. Pablo aún conjeturaba algo sobre la posible obesidad de Jesucristo, el gen de la obesidad doliente. Pablo dijo: “Cristo pesaba ciento veinte kilos”. “Tal vez ciento treinta”, dije yo. “Si la gente supiese que Cristo era obeso, el cristianismo desaparecería en tres días”, dijo Pablo. “Imagínate que la gente se entera de que tuvieron que apuntalar la cruz de tanto como pesaba Jesucristo; ninguna fe soportaría semejante iconografía”, dije yo.
xxFinalmente, entramos ya en el hall del Ritz. Sin mediar palabra, nos dirigimos a una tienda de perfumes de los salones del hotel. Fuimos directamente a los probadores de Chanel.
xx‒¿Te fijaste? ‒dijo Pablo‒, todas las gordas olían a Chanel.
xxSubimos a nuestra suite. Nos acostamos. Al rato, tuve miedo, veía mujeres sufrientes por todas partes y encendí la luz. Pero Pablo no estaba en la cama de al lado. La cama de al lado estaba sin deshacer. Volví a apagar la luz e intenté dormirme. Entró una camarera para hacer la habitación, encendió la luz y dijo: “Vaya, esta habitación está impecable”, y apagó la luz y se marchó.
MÁS AIRE NUESTRO
Carta a Fidel
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLa Habana, junio de 2008
xxQuerido Fidel: oye mi voz, es una voz de la memoria, pero también del presente, ahora mismo es del presente. Tardé un tiempo en darme cuenta de que estaba muerto. Tú esa sensación nunca la conocerás. Les pasa a los que mueren jóvenes. Tardan, tardan en estar muertos del todo. Desde aquel 9 de octubre de 1967 han pasado muchas cosas en el mundo, bien lo sé. Hasta que me di cuenta de que estaba muerto, no me dejaron verlas. Ya te he dicho que tardé un tiempo; un tiempo en que giras y te repliegas sin hallar materia, pero sigues girando. Al fin supe que ya no estaría más al lado de la vida como lo había estado hasta ese 9 de octubre de 1967. Y, entonces, me fue permitido viajar por el mundo con mi cámara de hacer fotos. Pude fotografiar el mundo, sí. Más de treinta años llevo dando vueltas por el mundo, como una nube. Un día, a principios de la década de los setenta, me di cuenta de que podía tocar las cosas, que podía intervenir como una fuerza invisible a la que vosotros llamáis azar, pero no era azar, era yo. Movemos objetos, cerramos puertas, hacemos crujir muebles, escondemos cosas, empujamos a la gente. Hacemos milagros o causamos accidentes, según tengamos el día. Docenas de nosotros somos lo que vosotros, tan filosóficamente, llamáis el azar. Tampoco somos tantos, pues la Historia acaba de comenzar, como quien dice. Paso a relatarte, querido Fidel, dónde he estado durante todo este tiempo. Estuve en Madrid, a mediados de noviembre de 1975. La tromboflebitis de Francisco Franco no la causé yo, claro, ésa la organizó el tiempo y la vejez, pero yo sí podía cerrar alguna puerta inexplicablemente, dilatar una cura, entorpecer el paso de las enfermeras, esconder un tubo, camuflar unas tijeras, apagar la luz de repente. Todas esas cosas que llevaron al doctor José Luis Palma Gámiz a pensar que en El Pardo había fantasmas y denunciarlo así al coronel Estrada Marqués, jefe de la seguridad del moribundo Caudillo. A pesar de mis desvelos, Franco resistía. Al ver su resistencia, casi me conmoví. No era un tipo cualquiera. Estaba a la cabecera de su cama, fumándome un puro, cuando Franco expiró. Aplaudí pero no sonaron los aplausos. Él también hubiera aplaudido de ser yo el muerto, cosa que era, tiene gracia. Él llevaba aplaudiendo sus muertos durante cuarenta años. Pude ver su memoria y su inteligencia en el tránsito de la vida a la muerte. Vi que había sido feliz y dichoso, vi que amaba la vida tanto como despreciaba a los españoles, tiene gracia eso. Sirvió a algo oscuro que no era él. En realidad, acabó sirviendo a la monarquía. También él era la monarquía, una monarquía sin sangre de la buena, sólo con sangre de los otros, de todos aquellos desgraciados a quienes reventó la vida. Pero la gente lo quería, Fidel, la gente lo quería. O se querían a sí mismos, o querían la vida qué el les dio porque carecían de imaginación para pensar una vida distinta a la que él les daba. Quiero decir que su pueblo era como él. Cuando decidieron que ya no querían ser así, lo tiraron a él en vez de tirarse ellos. Para eso sirven los generales, Fidel. Pensaron que nunca habían sido como él y le dieron a Franco el protagonismo absoluto, pero Franco sólo era una emanación de ellos, de millones de españoles que eran así. Esto es jodido de afirmar. Se escudan diciendo que no podían hacer nada, y bla, bla, bla, pero es mentira, Fidel, una puta mentira. A la media hora ya estaba el espíritu de Franco dando vueltas por el mundo, sin destino. Entre el afán de los médicos por mantenerlo vivo y mi afán en entorpecer su labor, el sufrimiento final de Franco fue comparable al de los mártires, esos que tanto le gustaban. Por fin, el hijoputa tuvo su martirio. Era alucinante ver cómo el espíritu de un hombrecillo había oscurecido la vida de treinta millones de personas. Eso da náuseas. No son gente normal, esos tipos, los españoles. Aspiran a joderse los unos a los otros, Ahora, en este 2008, se creen que ya han resuelto su mala hostia endémica, pero yo te digo, Fidel, que no la han resuelto. Se siguen jodiendo la vida, a menor escala si quieres, pero se dan por culo todo lo que pueden. En 1988 estuve en Alemania. El 9 de noviembre ‒otro noviembre‒ de 1989 estuve presente en la caída del Muro de Berlín. Siempre participando, un empujón a la hora de que un guardia apriete un gatillo, un teléfono descolgado, un motor de un coche que no se enciende, esas pequeñas cosas que hacemos los espíritus y que la gente llama azar. Un mareo de Erick Honecker (igual la gente ya no sabe ni quién fue Erick Honecker), provocado por una inexplicable presencia de abundante insecticida derramado en su dormitorio que le causa un dolor de cabeza tremendo y una falta de reflejos inexplicables, cosas así. Un ascensor que no funciona y alguien que tenía que tomar una decisión militar llega tarde y cansado y sudando. También fui el fantasma que perseguía a Egon Krenz y los objetos que se movían en su casa, y su paranoia. A estas cosas me he dedicado durante todos estos años, Fidel. No son tareas de primera línea, pero te aseguro que dan resultado. Son tareas de espionaje revolucionario. Fui fantasmagóricamente hábil con Honecker. Y ahora que pienso en Honecker, no sé, siento como ganas de vomitar, pero de vomitar algo maravilloso. Porque Honecker no era un mal tipo, incluso tenía sentido del humor; y tenía una verga descomunal que empleaba muy de tarde en tarde. Los comunistas nunca fueron comunistas, eso es lo que pasó, mayormente. Eran funcionarios. Eran mierda. Pero te aseguro que el Muro no hubiera caído sin los frecuentes y escondidos dolores de cabeza que asolaban a Honecker. Te cuento si acaso las cosas más graciosas o las más sonadas, pero también las hay de corte personal, privado. Por ejemplo, estuve, cuando todavía no era muy consciente de mi muerte, escuchando el último concierto de los Beatles, un 30 de enero de 1969, en la azotea de los estudios Apple Records. Fidel, tío, entonces me di cuenta de que la alegría tiene que ver con gritar, saltar y amar. John Lennon estaba guapísimo. Había cerrado un buen trato económico con sus colegas. Después del concierto se fue a cenar a un italiano de luxe de Picadilly Circus. Yo le acompañé. Iba con Yoko. Cerraron el restaurante para ellos dos solos. Mandaron poner música de Elvis. Les encantaba besarse con Elvis de música de fondo. Comieron espaguetis a la boloñesa y bebieron vino de Rioja. Tenían el mundo a sus pies, eso es brutal: saber que eres dueño de la materialidad de todo lo inventado por el hombre, así eran John y Yoko, los dueños incluso de las emociones relacionadas con la bondad, un capitalismo nuevo que me dejó hecho polvo, no estaba preparado para eso: capitalismo y bondad, Fidel, eso era la hostia, era una mezcla poderosa, me di cuenta de que contra eso no había nada que hacer. La gran invención de John: soy bueno, y da igual que sea riquísimo, os voy a echar una mano: voy a pedir la paz en el mundo. Después de los espaguetis se comieron un tiramisú de la casa, especial. Y tomaron champán francés, claro. Una botella de Dom Pérignon. Sí, el último concierto de los Beatles fue un concierto maravilloso, pero enumerar este tipo de cosas más personales me alargaría demasiado. También estuve en la Factory de Andy Warhol, en Nueva York, escuchando conversaciones, disfrutando un poco de todo aquello, me gustaba mucho cómo cantaba Nico, una rubia alemana que se destruyó lentamente en los años ochenta. Nico era una máquina de follar. Se los fue tirando a todos. Yo la acompañaba. Me sentaba en una silla y veía cómo Nico se cepillaba a medio centenar de artistas neoyorquinos de la época. Era un chocho loco, sí. A veces me acercaba hasta su frente y le soplaba en el sudor amatorio y ella notaba una brisa venida del fin del mundo. Nico los asustaba a todos. Asustó a Alain Delon, a Lou Reed, a John Cale, a Jim Morrison, a Dylan, a Jagger, los trituraba y luego no sacaba nada. Se quedaba mirando por la ventana como una sosa. Yo me daba vidilla y me iba a ver mujeres. Me metía en los pisos de las mujeres más hermosas de la Tierra: las veía dormir, ducharse, comer, hacer el amor. Las cuidaba, las tapaba por la noche para que no se enfriasen. Me quedaba mirándoles el culo durante días enteros. Me encantaba Raquel Welch, cuántas veces le soplé en el sexo cuando tomaba el sol desnuda en las playas de Miami. Ella se creía que era el maravilloso viento del Atlántico, pero era yo, Ernesto Guevara, el fantasma solitario, dando vueltas por el mundo, por la realidad del mundo. Le soplaba el sexo, y el cabello, y las piernas, y ella sentía una gran felicidad, se sentía plena, radiante. Raquel era un arquetipo. Raquel era como la madre de la Humanidad, el gran sueño, la gran dignidad, o algo así. Verla desnuda ha sido una de las cosas más hermosas de esta estresante vida de ultratumba. Y lo más increíble: guardaba sus hermosos pechos en una camiseta con mi efigie. Detrás de mí, iban los pechos más perfectos de la creación. ¿Pongo creación con mayúsculas? Me enamoré de muchísimas mujeres y muchas de esas mujeres vestían camisetas con mi rostro. Hasta Bob Dylan llevaba una camiseta con mi rostro. Cuanto más consciente era de que ya no tenía ni masa ni materia, más me enamoraba de las mujeres. Mira, Fidel, si quieres entender un poco lo mío, lo que me pasa es más o menos lo que se describe en la película Jumper. El espacio a nuestra disposición. Los fantasmas somos sociedades de neutrinos enamorados. Hermandades de neutrinos, somos física cuántica. Saltamos, como en Jumper. A las tres de la tarde estamos en España, a las tres y un segundo en las antípodas, en Nueva Zelanda. Una vez me metí en el apartamento neoyorquino de Greta Garbo. Estaba sentada en un sillón rojo, en mitad de un salón de ciento veinte metros cuadrados, en silencio; recuerdo que fue una tarde de agosto de 1971. Se quedó así seis horas seguidas, casi sin mover un músculo. Sudaba, había apagado el aire acondicionado, y sudaba. Un silencio atroz, le di un beso en la mano derecha y ella abofeteó su mano derecha con la izquierda creyendo que mi beso era un mosquito, y me fui. Me gustaba mucho ir a las conferencias de Stephen Hawking. Me sé de memoria sus ideas sobre el universo. El universo es una novela de terror, Fidel. Una auténtica novela de terror, créeme. También iba a los estrenos de las distintas entregas de Batman. Yo fui algo Batman. Me colaba en las grandes fiestas: en Nueva York, en Los Ángeles, en París, en Londres, en Hong Kong. Me metía en los camerinos de las artistas famosas. A veces me quedaba en mitad del océano Atlántico sin saber dónde ir, si hacia Europa o hacia América. En mitad de los océanos, observando la estupidez del agua. Los vivos aún no lo sabéis, pero el agua os roba el territorio. El futuro es acabar con el agua. El agua sobra. Con agua virtual es suficiente. Cuando me sentía solo, procuraba ir a algún concierto de Elvis, hasta que murió y qué pronto murió. Estuve allí, sí. Era como ver sumergirse a una estrella en la antimateria. Arrastró consigo remolinos de carne, peces muertos, quarks y protones moribundos. Me encantaba Elvis. Los setenta fueron muy buenos años. También iba bastante a España en esas fechas. Me encantaba el turismo. El turismo era una celebración. Los franceses, los alemanes empezaron a viajar a España en masa. Y yo iba con ellos. Iba a Torremolinos, a Ibiza, a Salou, a Marbella, a Benidorm, a Mallorca, a Lanzarote. Los turistas venían a España llenos de ilusión; y a los fantasmas, a los quarks enamorados, la ilusión de los otros nos ciega y nos atrapa. Las cofradías de neutrinos enamorados vamos a donde brilla la ilusión de los seres humanos, como los mosquitos van a la luz en las noches de verano. He visto a alemanes morir en estos primeros años del siglo XXI recordando sus vacaciones en España. Alemanes de Múnich o de Fráncfort que fueron felices en España en la década de los setenta y que entran en la antimateria en el siglo XXI. Nadie sabe por qué ocurre. Me presentaba en sus camas de hospital tecnogermánico, donde agonizaban al cuidado de médicos de última generación, y les soplaba al oído palabras españolas, les decía acuérdate de aquel agosto del 72 en Ibiza, acuérdate de tus baños en el Mediterráneo, y sonreían y, finalmente, se los llevaba la antimateria. Cuando se los llevaba la antimateria, me quedaba yo a solas con los recuerdos-spam de esa gente. Todo es spam. Y lo que no es spam es antimateria. Tuve miedo de convertirme en un jodido fantasma-neutrino psicótico. Los neutrinos pueden enloquecer. Me he sentido muy solo, sí. Tan solo como el universo hasta que llegamos nosotros, los comunistas. Estuvo bien ser comunista. Si volviera a nacer, volvería a ser comunista. Era honesto ser comunista. Era como acordarse de las teorías de Hawking en cada segundo de tu vida. Quiero decir que era ser consciente de todas las cosas. No sé, me gustaba tanto Madonna, y aún me gusta, a pesar de que se hace vieja. Madonna envejece y a veces entro en sus mansiones y la veo sentada encima de su cama, desnuda, mirándose al espejo, pensando en la antimateria, como Elvis. Lo extraño es que también estuve un 8 de diciembre de 1980 en Nueva York y no moví un dedo a favor de nadie, lo dejé en manos del azar, porque yo soy el azar, el azar paseando por el maravilloso edificio Dakotta. Lo tuve en mi regazo mientras agonizaba. Le di un beso. Le cogí la mano. Pesaba setenta y nueve kilos, y los pesaba en oro, y en millones de dólares. Se daba cuenta de eso, conforme se iba, se daba cuenta de todo eso. Me vio y me sonrió, pero no abrió la cartera. Qué extrañamente corpulenta y baja de estatura era Yoko Ono, y qué vieja está ahora. Pero sufrió; cuando lo vio morir, esa mujer sufrió como nadie ha sufrido nunca. Esa mujer amaba a ese hombre con una intensidad salvaje. Tuve que apartarme como espíritu al ver el fuego de su amor. Casi me abraso.
xxSon cosas del más allá, Fidel. A veces entraba en ese edificio, husmeaba en el edificio Dakotta, nunca llegaremos a eso, Fidel, nunca tendremos eso en La Habana, pero no te preocupes: yo administro el azar de ricos y pobres, un karma marxista, hermano mío. Yo hacía todas estas cosas porque me gusta que la Historia cambie. Honecker no era como nosotros, no era como tú y yo. No era un verdadero revolucionario. Puede que fuese un comunista consistente, pero desde luego que con él me empleé a fondo. Le gastaba toda clase de putadas. Le escondía las gafas. Le ensuciaba la corbata. Le escondía el bolígrafo.
xxHonecker no entendía lo que estaba pasando, pero era un animal reaccionario y sabía cómo parar a la gente. El cáncer que lo mató finalmente estuvo lleno de insecticida de la antigua RDA, sí, y de más cosas que encontraba en su casa: productos de limpieza de la Alemania del Este.
xxA veces los acontecimientos históricos me sobrepasaban. Necesitaba pensar con tranquilidad. Veía cómo las conciencias cambiaban. Luego estaba el monstruo de la tecnología, que hacía que los hombres ya fuesen distintos. Y decidí que tenía que estar el 11 de septiembre en Nueva York, al lado de quien tú sabes. Sigue habiendo miles de razones para que la revolución regrese, millones de razones, millones de seres humanos empobrecidos, humillados. La novedad es que los opresores, en este junio de 2008, están más psiquiátricamente alienados que los oprimidos. La riqueza sin finalidad humana aliena más que la pobreza radical. Hay una ironía en lo que acabo de decir que todavía no acabo de entender, pero te aseguro que es así; veo a esa gente dando vueltas por el mundo, con sus cincuenta casas, con sus cincuenta aviones, con sus quinientos mil millones, y veo que están súper estresados, y encima se mueren. Una cosa es segura, para la nueva revolución necesitaremos más psiquiatras. Quizá más psiquiatras que guerrilleros.
xxTe abraza,
xxErnesto.
xxP. D.: Estoy muy orgulloso de ti. Lo has hecho muy bien. También estoy muy orgulloso de Gabriel García Márquez, es el mejor amigo que tienes. Ese tío es bueno de cojones. Fidel: eres el mejor de los hombres. Claro que sigo ayudándote. No te imaginas las balas de las que te he salvado en estos últimos treinta años. Como Neo en la película Matrix yo ponía mi mano delante de las balas que iban hacia ti y esas balas se detenían en el espacio y caían al suelo como chatarra cantarina. La CIA creía que los rusos habían diseñado un prototipo de cinturón térmico antibalas exclusivamente para ti, pero era yo, era yo en un episodio de su propio cine hollywoodiense, de su propia imaginación. A ellos se les ocurren cosas estupendas, y yo aplico esas cosas en beneficio de la revolución final, o algo así. Ay, Fidel, los abrazos que nos dimos, los grandes besos en la oscuridad de las suites de la planta 22 del antiguo Hilton. Tío, eres el mejor. Es acojonante que el mejor no sea ni un ruso ni un chino, sino tú, joder, un cubano. Volveremos, sí, porque la revolución está aquí de nuevo. Fidel, tío, este amor, este enorme amor a todo, no puedo más, no me quieren los muertos porque dicen que estoy vivo, que sigo viviendo, Dios mío, Fidel, la vida, Dios, qué cosa más grande. Yo serví a la vida. Fidel: The revolution is now, my love.
AIRE NUESTRO
Aene Televisión
xxAire Nuestro Televisión es un proyecto humano tan definitivo como la circularidad de la Tierra. Aire Nuestro surge cuando nuestro fundador advirtió la naturaleza irreal de la circularidad de la Tierra. Las masas oceánicas no se desparraman por el universo ‒con su crema de langostinos y ballenas y tiburones y langosta infestando el cosmos‒ debido a esa fuerza universal a la que llamamos gravedad, y que no sólo es una fuerza física, es también una fuerza moral. La gravedad física del planeta Tierra tiene una dimensión histórica insoslayable: aquí estamos, rodando. Nos es muy grato presentar a continuación la programación que los guionistas de la multicadena de televisión hiperrealista Aire Nuestro han diseñado para este fin de semana, para este terrible fin de semana en que esperamos que el mundo se transforme en futuro, que el mundo mute en antimundo, soñando siempre con el desparramiento de las masas oceánicas. Como se sabe, Aire Nuestro es una cadena de alta cultura televisiva y también de alta costura de las enfermedades del futuro. Una cadena que busca al espectador inteligente, capaz de afrontar los nuevos retos de nuestra sociedad con espíritu crítico. Estamos pensando en esos grandes retos de la sociedad de mediados del siglo XXI. Un espectador informado que huye de los tópicos y busca la verdad desnuda. Aire Nuestro es la respuesta televisiva e incluso enciclopédica, y también diabólica, a nuestro tiempo. Aire Nuestro es televisión revisionista. Aire Nuestro es historicista. Es un ojo que ve cosas hermosamente humanas. Es nuestra televisión. Creemos en la Historia. Creemos en la Visión. Somos televisionarios. Hemos luchado mucho para que llegase la televisión irracional a nuestras vidas. Porque la televisión irracional otorga racionalidad a la Historia. Por eso, muchos de nuestros canales son documentos históricos, elaborados con fuentes de primera mano. Suponemos que la historia del siglo XX es fundamental para entender nuestro siglo XXI. Por eso, en Aire Nuestro intentamos dar a conocer cómo fue el siglo XX; cómo fue, sobre todo, el final del siglo XX, o más exactamente, o más aenísticamente: cómo pudo haber sido el final del siglo XX. Incluimos grandes reportajes y programación musical, magazines desinihibidos, telediarios con sabor a cine independiente, entrevistas con cantantes del pasado, sin olvidar el cine de Hollywood, entrevistas a los nuevos famosos en Telepurgatorio, entrevistas a hombres del futuro, documentales de carácter social, biografías de dirigentes políticos, fútbol inteligente, teleseries de carácter filosófico, reposiciones de programas clásicos de la televisión de la pasada centuria, reportajes sobre el nuevo terrorismo que asola nuestras ciudades decimonónicas; todo ello sin renunciar a nuestros clásicos de programación: nuestros celebérrimos reality shows de orientación neomística o nuestra habitual sección de madrugada de cine X, música en directo en MTV, documentales sobre fenómenos paranormales y mesas redondas sobre posfeminismo y sobre la nueva ciencia ficción, sin olvidar ese entretenido mundo de los objetos sofisticados (que incluye productos tanto materiales como espirituales) en el canal de Teletienda. Aene TV es televisión mística y neofamiliar: nos gusta que nuestros reporteros hablen con sus seres queridos delante de la cámara, que hablen con sus familiares desaparecidos. Porque nada desaparece del todo, ése es el credo televisionario de Aene TV. Hacemos misticismo gonzo. Nos gusta que nuestros periodistas estén muertos y hablen desde los micrófonos del Paraíso. Nos gusta entrevistar a los reyes moribundos del futuro, a los monarcas españoles que vivirán en tiempos desfigurados y atroces, pero también románticos. Aene TV es monstruosamente auténtica. Aene TV televisa cosas que no han sucedido ni sucederán jamás, pero eso importa poco: también la televisión del siglo XX emitía ficciones y eran ficciones reales. Televisamos partidos de fútbol que ocurrirán dentro de trescientos años, y televisamos vidas del siglo XX que nunca ocurrieron en la realidad pero que ocurren ahora, en la pantalla. Además, si tocas la pantalla, tocas también la carne de los seres humanos que te hablan sólo a ti. Si la materia es televisable, la materia existe. Creemos en esa gente que elige estar en la pantalla antes que estar en la realidad. Porque nuestra pantalla nos libera del tiempo. En la liberación del tiempo estallan otras liberaciones: sin tiempo, no hay Estado. No hay orden en la televisión fantasmagórica. No somos vampiros. Somos periodistas avanzados. Somos periodistas religiosos. Somos el periodismo que retransmite el pasado porque el pasado no tuvo la oportunidad televisiva que le correspondía en justicia. Aene TV supera el tiempo de la realidad. Porque la realidad tal como fue entendida en la pasada centuria sólo tenía significado político, pero no plenamente televisivo. Aene TV supera los estados ideológicos. La política ha sido superada. No somos políticos, somos teledioses. Somos telemesías. Somos telemarxistas. Somos telecatedráticos. Somos telediablos. Somos telebrujos. Somos teleterroristas. Somos teleobispos. Somos telelibertadores. Somos telecolonizadores. Somos los teletaxis de la Eternidad. Nuestros receptores han visto cuanto había que ver. Damos al espectador un ojo sin presente, pasado o futuro. Damos revoluciones. Damos la destrucción de la realidad. Porque somos teleplatónicos. Alguna vez había que superar las genealogías morales. Aene TV es la muerte del bien y del mal, la muerte de la riqueza y de la pobreza, la muerte de la igualdad y de la desigualdad. El estallido de todas las simbólicas instituciones sociales de la Tierra, eso somos. Si somos capaces de matarte de gozo con uno de nuestros canales, lo habremos logrado. Aene TV está a la vanguardia de las noticias que genera la monarquía española. Puedes ver en tu pantalla a tus abuelos viendo la pantalla de la televisión del siglo XX. Cualquiera de estos once canales puede servir tanto de distracción culta como de revulsivo moral de tu pensamiento. Puedes ver los once canales a la vez por el procedimiento de inserción en pantalla absoluta. Puedes zapear con el procedimiento de pantalla telepática (a pantalla averiguará tus deseos audiovisuales aunque estés muerto y seas sólo un cadáver corrompiéndote delante de una televisión). Pero, en el fondo, somos unos clásicos: amamos la música de Johnny Cash. Amamos la poesía de Federico García Lorca. Creemos en los grandes hombres del pasado. Por eso televisamos sus vidas. Da igual que la televisión no existiera en vida del poeta norteamericano Walt Whitman, nosotros mandamos un reportero al Purgatorio y allí conseguimos filmar a Whitman, un día en la vida de Whitman: puedes verlo en Telepurgatorio. Fuimos capaces de televisar al espíritu errante del Che Guevara. Fuimos capaces de televisar la agonía de Juan Carlos III. Mandamos un reportero de Teletienda al futuro para que entrevistase a Juan Carlos III. El reportero se enganchó a Teletienda. Nos gusta que nuestros reporteros se destruyan televisando las cosas. El futuro es algo que vale la pena tener ya, tener ahora. Lo absurdo del futuro es no poder gozar de él en este instante. Por eso decidimos comprar el futuro. Hacer del futuro una tienda. Porque el futuro es una tienda. Fuimos capaces de televisar una versión de serie B de la Capilla Sixtina. Tenemos reporteros que se juegan el alma inmortal por traernos imágenes del otro mundo, de todos los mundos, porque la televisión es infinita. Las imágenes de nuestros canales están en continua mutación. No somos una televisión inorgánica. Somos pantalla viva. Somos carne revolucionaria. Somos visión de todo cuanto ha sido, es y será. Dios es Aene TV. Tenemos proyectos: queremos televisar el Big Bang, queremos entrevistar a Jesucristo, televisar su enigmática frase final: “Padre, perdónalos porque nunca han salido por la televisión”; queremos televisar un discurso de Lenin en directo. Queremos a Lenin en un plató de televisión. Queremos mejorar su imagen. Porque Lenin es un monstruo televisivo todavía sin explotar. Imaginad qué sería de los presidentes de Estados Unidos si no existiera la televisión. Lenin se merece un regreso televisivo. Cristo también. Nadie creyó en la resurrección de Cristo por el simple hecho de que no fue televisada. Estamos en ello, estamos en ello. Todo es tan televisable. Parece mentira que la Historia siga vigente sin un repertorio audiovisual en condiciones. Dudamos de la existencia de San Pablo porque nadie televisó sus discursos a los tesalonicenses. En Aene TV pensamos que el estadio humano definitivo es una infinitud de canales emitiendo al mismo tiempo, una ebriedad de imágenes ilimitadas, una fiesta de la realidad interminable. Estamos trabajando trabajando para lograr la repetición de la Historia en altos canales de televisión. Filmaremos tu vida entera y la emitiremos eternamente. Filmaremos la vida que quisiste vivir. Televisaremos tu degradación ejemplarizante. Televisaremos a quien decidió televisarte. Televisaremos cientos de vidas que emanan de tu vida. Televisaremos tu concepción. Esos altos canales de televisión se proyectarán sobre el firmamento. Miles de cadenas de televisión emitiendo al unísono sobre el cielo terrestre. El aire convertido en una pantalla. Y he aquí lo más importante: sólo estamos televisando los cimientos de lo que televisaremos en el futuro. Los once canales que te ofrecemos tienen un solo objetivo: son una demo. Si quieres más, habrá más. Tenemos más. No te puedes imaginar lo que vendrá después de esta demo.
xxLos que hacemos Aire Nuestro no pensamos en satisfacerle a usted, sino que pensamos en satisfacer a su inteligencia. Elíjanos. Elija Aire Nuestro, la mejor cadena de la nueva televisión española independiente. Atrévase. Somos los mejores. Once canales a su entera disposición. Once canales intercambiables, manipulables. Once canales que se alejan de la televisión de siempre. Ésta es la televisión del futuro que no habla del presente ni del pasado, sino del único tiempo posible: El Tiempo Sin Límites.
ANÁLISIS SINTÁCTICO
Hoy termino de hacer repaso de los poemas que me han gustado de ‘Los hijos de los hijos de la ira’ de Ben Clark. Y lo hago dejando dos poemas de la tercera parte del libro (sí, la que lleva por título el del post de hoy).
xxxxxIII
Yo creo que el amor debe existir.
También creo que algún día el amor
recoge en un petate cuatro cosas
y se va ‒pero no por donde vino‒.
Es triste.
Pero no es lo más triste.
Es mucho más terrible que no expliquen
ni en las aulas ni en libro alguno que
el amor, de existir, tiene los pies
ligeros como el aire y no se ve
‒lo mismo que la brisa es invisible‒
y lo triste consiste en que se marcha
dejándonos inmóviles, los párpados
como embalses resecos de un agosto
juzgado equivocadamente abril.
xxxxxVII
x(Alberca Blues)
Nada da tanto miedo como el frío.
Recuerdo la primera vez que unidos,
respirándonos mutuamente ‒suerte
de extraña criatura entre la lluvia‒
sentimos el poder de nuestro abrazo.
La noche en que sentimos que la noche
nada podía hacer para matarnos.
Que habíamos vencido.
Que el plomo caería desde un luto
altísimo y nosotros allí, como
si nada; como quien oye llover.
Habíamos vencido y como siempre,
siendo primos hermanos la alegría
y el olvido, olvidé el miedo que daba
estar en una calle tiritando,
como estoy hoy sin ti.
Nada da tanto miedo como el frío.
ASTOR PIAZZOLLA LE DEDICA A JAVIER SIEDLECKI FIVE TANGO SENSATIONS
Hoy me apetece dejar aquí otro de los poemas de ‘Los hijos de los hijos de la ira’, de Ben Clark.
El poema pertenece a la segunda parte del libro, la que lleva por título el mismo que el del post de hoy.
xxxxxIII
xxx(Loving)
A una edad imprecisa, cuando el gallo
arrastra el espolón por la guitarra
o después, poco importa,
de pronto se naufraga entre la sal
y la espuma indulgente
de unos labios ajenos.
Desnudo como un árbol desvaído
que acaricia la rosa de los vientos,
con el cuerpo cubierto por las fórmulas
de la más imprecisa matemática:
el deseo,
que arranca los secretos
de los cuerpos que duelen al amarse,
lo mismo que descifra los misterios
del cielo el astrolabio.
¿Cómo no tener pánico al relámpago,
a la ola inusitada? Cuando el gozo
parece haber dejado atrás al niño
y sin embargo allí, entre los pechos
de esa noche extraviada,
uno no es tan distinto al más medroso.
Es entonces, Javier,
que se desea morir en aquel valle
protegido del frío,
escuchando arrodillarse la brisa
más allá del refugio,
y el agua entre las ramas de los árboles
‒porque afuera también está lloviendo‒
y, por primera vez,
la oscuridad,
parece más amable que la aurora.
LOS HIJOS DE LOS HIJOS DE LA IRA
Después de estar en casa de L, el siguiente préstamo lo tomé de casa de mi compadre Joseda.
Es este un libro al que le tenía ganas desde hace mucho tiempo.
Me parece maravilloso el texto con el que Ben Clark abre el libro, esos versos que dicen:
NO es este el Paraíso prometido
Y, sin embargo ¿quién se ha dado cuenta?
Hoy voy a dejar aquí siete de los poemas de la primera parte del libro, parte intitulada ‘Acero inoxidable’.
xxxxxI
Llovía en las aceras y en las casas.
Llovía en todo el siglo XXI.
Teníamos entonces nueve años
y una idea aturdida del amor.
Llovía en todo el siglo XXI.
Llovía en nuestros ojos y quemaba
mientras nos divertíamos lamiendo
el “nebluno”, el smog de las farolas.
La city era una ciénaga convulsa
donde se hacía muy difícil distinguir
el cielo gris de todas las corbatas.
Cogidos de la mano
nos hacía toser el acre olor
de vidas gangrenadas.
Un poco más cerca de la muerte
llorabas y decías “¡Ben, Ben, Ben,
yo quiero irme a casa!”
Estábamos perdidos. Y aún llovía.
Confundías las calles como a veces
confundimos extraños con amigos.
Como Hansel y Gretel, regresamos
buscando nuestras huellas, algún resto.
Pero nada se imprime en el asfalto.
Y en el suelo no había más
que latas de refrescos
devoradas por la luz.
Ya no habría consuelo en nuestras almas.
Habíamos llegado tarde al mundo.
xxxxxII
“Hijos de la bonanza” nos llamaban:
los que no conocieron ni la hambruna
ni las agudas larvas de estridencia
chillando en el oído por las bombas.
Y cuando nuestras piernas tan delgadas
caían y sangraban porque el parque
era de un hormigón armado y frío,
se quedaban callados, observando
nuestro llanto con un gesto de sorna.
Debíamos vivir y dar las gracias
por la ocre rozadura en la garganta
que provocaba el aire al refugiarse.
Agradecer las flechas de las nubes
y que un fango lechoso a nuestros pies
‒en un último gesto agonizante‒
le mordiera las botas al progreso.
¿Y cómo agradecerles la alegría?
La risa provocada por los hombres
inocentes del mar
cuando se encaminaban hacia el río
dispuestos a bañarse entre excrementos.
También estaba el tedio
de tener que explicarles a los niños
palabras como pueblo indio, oso
pardo, ballena azul o lince ibérico.
Pero esto eran minucias, sacrificios
en nada comparables al sufrido
por aquellos que ahora nos decían
“hijos de nuestra sangre”, tan severos.
Aunque, a veces, es cierto, no era fácil,
simplemente intentamos ir viviendo.
Haciendo caso omiso al comezón,
al vacío que moraba en nosotros,
hijos de la bonanza;
los hijos de los hijos de la ira,
herederos de todos los despojos.
xxxxxIII
Hubo sobre la Tierra un día negro.
Aquel día los gatos vomitaron
dejando a los ratones en la acera.
Aquel día los niños, embutidos
en oscuras zamarras, destrozaron
las farolas lanzando antologías
de poetas que no hablaban del punzón;
de aquel desasosiego,
de un dolor que afligía hasta la infancia.
No existiría jamás un día igual.
Existía, quizá, ese consuelo.
xxxxxIV
Hubiera deseado ser más fuerte.
Fracturaba su voz el aire sólido
respondiéndole un eco de hojalata.
Nada más.
Porque ella era un silencio
afilado cortándole la carne.
Una navaja muda.
El brillo del aceite sobre el agua
le pareció un horrible autorretrato,
y todas sus palabras adoquines.
Ella hubiera querido ser más fuerte.
Helaba con sus ruegos los geranios
respondiéndole un eco de su miedo.
Nada más.
Porque él era el silencio
cortándole la carne.
Una navaja muda
reclamándole al mundo sólo un poco
del amor que sentía.
xxxxxVII
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Javier Serena
Cada vez más arriba,
cada vez
más deprisa, más alto.
Cada vez
más fuerte y deslumbrante
cegador.
Lejos del suelo, lejos,
cada vez
más distante más frío.
Aspirar a una altura irrespirable
desde donde las cajas de cartón
y sus ignominiosos inquilinos
no sean más que puntos bajo el cielo.
Ésta ha de ser la idea del progreso.
xxxxxX
Cuando no había luz, y luz había,
los perros removían la basura
buscando en el pasado de los hombres
una hogaza de pan o un hámster muerto,
una infancia en la playa, una foto
familiar en un parque, la palabra
amor y la palabra confianza.
Buscaban ‒fue imposible‒ el saciar
un hambre que acabara con su hastío.
Buscaban encontrar algo que no
sabían muy bien qué podía ser;
quizás tan solo algo que estuviera
verdadera y profundamente libre
de aquel intenso olor a podredumbre.
xxxxxXIII
Uncidos a la tierra,
pero negando el barro, seducidos
por la luz, como viles girasoles,
tenemos un aspecto algo ridículo
apresurando el paso ante una palma
como una flor abierta que se seca.
¿Qué estamos esperando? No vendrá
nada.
Ya no nos sobrecoge nada. Nada
parece desasir el corazón
esta ferruginosa indiferencia
que nos tiene encantados. Ya, por fin.
Podemos ser felices ya por fin.
¡Apreciemos la imagen y la métrica!
Que estamos vacunados
contra la enfermedad; contra el amor,
contra la compasión y la ternura.
Y no hay por qué temerle ya a la vida.