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Archive for julio 2014

NEMETON 6

Nemeton 6

 

 

ANTONIO MARÍN ALBALATE

PLEAMAR DE PALABRAS PARA UNA INMERSIÓN

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEls silencis en veu alta
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxi la música secreta
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxinunden la meva cambra.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPuja la marea.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPere Quart

Como un alto acompañamiento, vivo
Y veo la latitud de la sombra y su basto pelo.
Y así me ando por dentro, lejos de la luz,
En busca del niño azul aquel que asustado
Y delirante, entre el mercurio y el piramidón,
Solía morder la sal de la fiebre en invierno
Mientras su madre buena rezaba
Hincada frente a la imagen rota
De un Sagrado Corazón –Cor de Jesús,
Cor de Jesús, heus aquí el meu fill malalt…
Su madre, aquella mujer hecha de pan
De ángel, a menudo entregada a Santa
Bárbara junto a una llama flotando
En aceite, cuando el relámpago y el trueno
Hacían temblar los caminos por donde
El cartero peleaba, pedaleando
Sobre el barro, para poner en sus manos
Dulces cartas con matasellos de Barcelona.

Ah, el niño azul aquel -espíritu
De alambre, carne de psicoanálisis-
Siempre bajo la sombra de las estatuas,
Con lágrimas y pececillos
Para el acuario de su rostro.
(De eso hace ya tantas estaciones…)

Yo lo busco entre los nombres comunes
Al fango y al fuego por ese territorio fungible
De raíces agrias y venas de agua,
Y también a través de los adjetivos
Y los verbos más oscuros del poema.
Y en el recuerdo mismo de entonces
Cuando el mundo era una rebanada de pan tierno.
Y lo busco precisamente ahora
Que mi padre -como un oboe olvidado
Y muy frágil- va perdiendo estatura,
Mientras escarba -con luto en las uñas
Y sumergido hasta las orejas-
En este silencio mío tan lleno de plumas,
Sin tinta apenas para escribirlo.

Lo busco con un desamparo muy grande,
Por esa senda de la memoria
Que es el tiempo que pasa borrándolo todo.
Y hasta en la epidermis de mi padrepellejodeodre
Lo busco, cuando lo toco abriendo mis ojos y mis brazos
Al cielo para contar lo que me pasa:
«Heus aquí al meu pare solitari, massa malalt.
Pietat, deus de la tempesta, pietat, pietat».

Y así me sigo andando por dentro, lejos de la luz,
Y tan cerca de esta angustia oceánica
Llena de cetáceos y colmillos.

Y en tanto sigue subiendo la marea
Hasta alcanzarme, adviene al fin
Como los lieder de Mahler
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx-Eso me redime-,
Los versos y los acordes de un viejo
Vinilo que recuerdo escuchando cierta tarde junto a mi padre:
Unes gotes de lluna als ulls dels vells
ajuden a esperar la mort en pau.

 

 

 

 

ENRIQUE FALCÓN

NÚMERO CINCO

Abúlico. Jo
der.
Fue capaz de alumbrar los desastres
con apenas una rectificación de lobo en sus esporas.
Sin admitir apuestas. Sin
que pudieran verle
xxxxxxxxxxxxxxxxxcon la esquirla y el humo
de todos sus objetos.
Retuvo en el gran juego de rehenes azules
los discretos sobrenombres de todas las coristas;
allí: en los solares. Durante cuatro meses.
Para estudiar sus movimientos de raya eléctrica
a la aplicación del pentotal.
Para esconder sus avionetas de niños ricos, lastimados.
«Payasos».
Yo puedo imaginarle
bautizándose con ternura en los helechos del barrio
y cubriendo los naufragios al hartarse de arañas.
Sin saber aquello con la suficiente precisión,
descendió a las cárceles con su lazo de héroe.
Después fue su abulia, sólo luego,
y sus quince botellas estrelladas al mar.

 

NEMETON 5

Nemeton 5

 

 

ENRIQUE FALCÓN

RODEADO DE IMBÉCILES EN EL CENTRO PÚBLICO

Y desde luego cercado
en la misma inexacta raíz de los insectos
con que divide el mundo
para hacerlo estallar.
Es una orfandad de cosas que se mueven
y se desplazan despacio
sacan el daño del eterno vagabundo,
el de las llaves rojas
y su otra vez de esponja o niña muerta.
Soy la universal
matanza de las cien cabezas
y luego escribe, llama
el destrozo de los dientes en los cubos de basura.
Gesticula el presupuesto
de cada estallido, su impotente canal de panamá,
de sopas bobas,
desde luego cercado
xxxxxxxxxxxxxxxxxxen cada avenida
de su paso a niño roto
apenas me resta
acariciarle el rehén, despertar a sus insectos.

 

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NEMETON 2

Nemeton 2

 

 

ANTONIO MARÍN ALBALATE

PALABRAS PARA RUTH CON MARCHA FÚNEBRE DE FONDO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(A Antonio J. Marín, mi hijo)

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEs el hombre un camino
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxbreve, dispuesto siempre hacia la muerte.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxJavier García Cellino

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxCuando pienso en la muerte
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxtemo la soledad del otro lado
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxMiguel Sánchez Robles

Todos los que van al cielo son frescos
porque el viento les sopla dulces canciones…
Esto dice mi hijo con cinco años y la boca llena de yoghurt,
Mientras va pasando las páginas de su cuaderno colegial.
Con cinco años, la muerte ni se ve ni se nota, Ruth.
Con cinco años, la muerte es tan sólo un sinónimo de viaje,
Algo así como un vuelo -eso piensa él-
De la mano de Peter Pan y Campanilla,
Hacia nubes de algodón coronadas de chocolate y fresa
Donde sentarse a divisar el universo de los seres y las cosas.
Con cinco años, la muerte -afortunadamente-
No tiene señorío alguno en su corta existencia.
Pero yo, en cambio, he visto ya demasiada gente
Entrando en ese silencio inmutable y aséptico de la nieve.
Amigos que creía de hierro dentro de su recia musculatura,
Y que nunca, Ruth, nunca usaron el tabaco, ni el alcohol,
Ni la 5ª de Mahler, ni el Trankimazín, ni el acto III
Del Ocaso de los dioses de Wagner.
Amigos que ya no volverán a darme su alegría
Con palmadas cariñosas en la espalda.
Y hermosas muchachas, ya polvo enamorado,
Que me dieron su amor en tardes que recuerdo
Entre tiernas guitarras rebeldes,
Compartiendo el vino y la esperanza
De aquellas cálidas tabernas de entonces,
Cuando la transición y la policía,
O sea cuando aún era posible creer.
Y comunistas muy queridos
Hablando de Marx y del Che.
Y algunos pocos políticos imprescindibles
Que ya son historia.
Y estudiantes y obreros
Caídos por la democracia.
Y tiros en la nuca,
Y muertos de bala y pancartas con lazos,
Y un minuto de silencio
Y decir ya basta.
Y muertos muy profundos
Enterrados en cal porque sí,
Y duras pintadas en las paredes
Y decir ya basta.
Y jóvenes compañeros de oficina
Que nunca podía imaginar en cajas así.
Y desesperadas viudas apartando coronas
A manotazos para dejarse las uñas y los dientes
En esa mala madera en la que el tiempo termina
Hurgando, al fin, para que entre la tierra
A trabajar la descomposición de los cuerpos.
Y rostros dulcísimos, como el de mi madre,
Que se me fueron de las manos y de los labios,
Casi sin darme cuenta, Ruth, casi sin darme cuenta.
Sí, demasiada gente, Ruth, amor, demasiada gente
Perdida por ahí, bajo la áspera quietud de los cipreses.

 

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HOMENAJE A PÁRRAGA

La Puerta Falsa - 'Homenaje a Párraga'

 

 

De la revista de ‘La Puerta Falsa’ en homenaje a Párraga – Junio 1997

 

ANDRÉS GARCÍA CERDÁN

ELEGÍA EN PRIMAVERA
(EJANEMOH PARA PÁRRAGA)

…”es el animal del corazón atado que no aprende
que después de esta impecable ensambladura
y de este espejo cóncavo de soledad en que nos deformamos
habrá una nueva vez quién no lo sabe
ésa sí también para siempre como todas”
Jorge Enrique Adoum

Es tarde ahora. Las palabras
y los signos cruzan la sombra
porque nadie conoce a nadie
desde hace mucho tiempo. El sueño
y la luz se alzan a golpes
sobre un cigarrillo o un pájaro.
Alguien, sobre un papel, apura
la última hora de la noche.
Y hay aquí tanta madrugada,
que el pincel se contenta al darle
sangre o savia a una primavera
que gime asustada en el cuarto.
Un flexo deja que las llamas
hiervan sobre la mesa. Duerme
la ciudad. En el fondo, nadie.
Nunca valdrá tanto la vida
como esta noche y no será
nunca tan hermoso el sigilo
de quien persigue, sin saberlo
la muerte.
xxxxxxxxxxA puñados se escurre
en el cuadro una golondrina
débil, y a puñados se queja
de sus pecados el dolor
hasta ocupar el aire. Nadie.
Es inútil la cobardía:
dentro del lienzo las figuras
juegan un juego muy difícil
y en las puertas se cuelgan
llaves cerradas hace siglos.
Todo lo que estará
vacío un día se ha cubierto
ahora de nubes blanquísimas.
Es inútil esta tristeza
de dios que nos vuelve guiños
de payaso, huesos en broma.
Y es inútil el miedo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxEl lápiz
sigue clavando paraísos
bruscos. La mano intrépida
traza los círculos finales
del espejo.
xxxxxxxxxxHay un hombre,
y la oscuridad brilla en forma
de amanecer en la ventana.
Es inútil el mundo. Se abren,
sin embargo, almendros azules
otra vez, y otra vez se cierra
el nombre de los nombres, uno
y nueve, llegar, estar vivo
más allá del papel. Silencio.

 

 

 

 

ANTONIO MARÍN ALBALATE

TAN NEFASTA SUERTE

Entre palomas y pétalos de abril, buscando tu luz,
Entró, terrible, la fea, la sorda, la maldita,
La innombrable…
Venía a por ti la muy puta.
Te encontró despierto, en tus cosas.
Fue a traición y sin sentido.
De pronto se hizo la tarde en todos los relojes.
(¡Cuánta prisa, Dios mío, cuánta prisa!)
Tanto arrebato sorprendió a la mañana que, tristísima,
Se echó a llorar sobre tu corbata de Van Gogh.
Desolados, doloridos, imposibles,
Viendo cómo se oscurecía la primavera de Murcia
Quedaron tus pinceles aguardando esas manos tuyas
Tan llenas de genio y bondad.
Vanas son ya las palabras, es cierto, contra ese mundo
De verbo frío donde la fea, la sorda, la maldita,
La innombrable,
Sigue echando raíces.
Yo sólo quería decir que ni tu persona,
Ni lo mucho que te quedaba por pintar,
Merecían tan nefasta suerte, maestro.

 

MÁS INCENDIOS

Richard Ford 'Incendios-portada'

 

 

Hay veces en que tienes que hacer algo que no está bien sólo para saber que estás vivo.

 

 

 

Ford, Richard. Incendios. Barcelona; Ed. Anagrama, 1991.

 

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FÁBULA 23

Fábula 23

 

 

Carlos Martínez Aguirre

CUANDO EN LO ALTO

Cuando en lo alto
no existían aún las dimensiones
ni el espacio, ni el tiempo,
en el Primer Instante,
los dioses se agolparon sorprendidos
sobre el súbito aroma del hidrógeno.

La llegada de aquello
anunciaba el comienzo del ocaso.

 

 

REFLEXIONES ROBÓTICAS (AÑO 2093)

De la prístina rosa
sólo nos queda el nombre.
Ese nombre desnudo
que es el signo y el alma de las cosas.

 

 

POÉTICA POSTATÓMICA

Yo creo en las palabras sagradas del Rig Veda:
“la luz que nos alumbra, es la luz que pasó.”
El universo vuelve, como vuelve una rueda,
pero el cosmos palpita, como tú y como yo.

No temas que por ello esté fijo el destino.
Poco importa qué senda dejaron nuestras huellas.
Lo que sé es que si hay algo que nos marque el camino
no se encuentra en el barro… ¡Se encuentra en las estrellas!

Somos el universo que se piensa a sí mismo,
como un viejo marino que busca el septentrión.
Que mis versos no sean un grito hacia el abismo
sino el rayo de un láser orientado hacia Orión.

 

 

EPITAFIO AL DR. VAN HALEN

Nuestro Dr. Van Halen ya reposa aquí muerto.
Guárdale, caminante, una última mirada.
Su capa, su monóculo, su linterna apagada,
ya no recorrerán las tierras de lo incierto.

El profesor Van Halen nunca estuvo tan muerto.
¿O quizá sí lo estuvo? Yo lo vi en su mirada,
cuando me habló en San Marcos del numen de su amada
vi llorar al león sangre del Juramento:

“Hellen no volverá, pero sé que el barquero
no tomará en sus manos mi moneda marcada.
Como sombra imposible de un sueño que se aferra

a amar a una Quimera, recorreré el sendero
y en él esperaré por siempre su llegada…”
O, carissime amice, sit tibi levis terra.

 

 

UN ROBOT NO ENVEJECE

Un robot no envejece
y ni siquiera tiene sentimientos.

Su mente positrónica se rige por tres leyes:

“Proteger al humano.”

“Obedecer sus órdenes
(siempre que no interfieran
con la primera ley.)”

“Protegerse a sí mismo
(esto es, al robot,
siempre que no interfiera
con la primera ley o la segunda.)”

Un robot no comprende
quién programó este mundo, tan contrario
a las leyes robóticas.

 

 

EPITAFIO MR. SPOCK

Hoy he visto el espíritu errante de un vulcano:
aquel Mr. Spock, el grave tripulante
de la nave Enterprise. Y allí vi en su semblante
lo mejor de su mundo, lo mejor de lo humano.

¿Qué ley del universo equivocó tu arcano?
¿Qué ciencia postatómica adelantó el instante?
Tal vez la interferencia de un número constante
transmutó en laberinto tu tránsito andoriano.

La sangre verdemar ya no corre tus venas.
Tu razón imparable no computa distancias.
Spock, -aunque sea ilógico-, perdido en las arenas

de esta playa que somos del mar de las galaxias
rezo por ti a mi Dios y yo sé que, distante,
escuchas mi oración y piensas… ¡Fascinante!

 

 

SUEÑO DE ESTOICISMO

Con cantos de sirena hice afinar mi lira
y escuché las preguntas de mi esfinge interior.
Di espinas a la rosa, valor a la mentira,
naufragio a la tormenta y cuerpos al amor.

Sentí del marinero el vago desengaño
de un cielo sin estrellas, de una noche sin luna
y en islas ignoradas viví como un extraño
sin apretar la mano de la diosa Fortuna.

En busca de la fuente de mis propios latidos
hice correr mi pulso con vigor de centella
mas perdí la consciencia vital de mis sentidos
en el eco infinito que eterniza su huella.

Cansado de mí mismo, de vuelta de mi lodo
desaprendí el secreto del sagrado temblor:
Los dioses están cerca, le tengo miedo a todo,
la muerte es el pecado, la vida es el amor.

 

 

MAR DE AZAFRÁN

La luz se duerme sobre lo que existe
insensible al transcurso de las horas.
Una gota de azul entre tus ojos,
un corazón desenredó mis años.
El tiempo se confunde: no distingue
el trigo de un puñado de naranjas,
y todos somos puertas en la vida
ávidos de encerrar la primavera.
Pero hay campos de nardos en tus senos,
hay mosto entre tus labios, hay espigas
copiadas sobre el oro de tus piernas,
hay un mar de azafrán, hay esmeraldas
prendidas de tu pelo, hay la bandera
victoriosa en los campos de tu cuerpo.

 

 

 

 

CARMEN BELTRÁN FALCES

LOS HOMBROS DE LOS GIGANTES

Ser bueno era un problema.
Muy grave si lo eras en muchas cosas.
Todos esperaban que cayeses,
que fallases estrepitosamente.
Un fracaso que evidenciara
esa imperfección que tú ya conocías.
Tu punto débil.
Rabiaban por conocerlo.
Te enfermaba su hipocresía
pero te aterraba estar solo.
Y te dejaste devorar por ellos.
Caíste.
Dejaste que te superaran
las veces que fueran necesarias
para lograr que te tuvieran
más pena que envidia.
No volviste a levantar la cabeza.
Pero tampoco volviste a estar solo:
los hombros de todos
los triunfadores a los que aupaste
aguardan a que llores en ellos tu fracaso.

 

 

 

 

NEREA FERREZ

LA BELLA Y LA BESTIA DEL SIGLO XXI

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLa belleza existe, pero a veces está distraída.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEva Alejandre Villate

Tus ronquidos se oyen desde el cuarto de baño
mientras trato de eliminar tu olor en mis pestañas,
ese aroma a sudor y cigarro
que tanto me molesta
pero del que, parece ser,
no quiero desprenderme.
He terminado por acostumbrarme a esas pequeñas cosas
que nunca creí poder superar
como tus calcetines tirados por el suelo
o la manía que tienes de morderte las uñas casi hasta la raíz.
Supongo que la convivencia del día a día,
las peleas a gritos
por el dominio del mando
en una casa que no es nuestra
sino del banco,
los abrazos callados bajo las sábanas,
los sábados eternos arropados por la oscuridad,
los lunes de ojeras y malas caras,
las sonrisas tras cada aguja del reloj
y los besos que nos regalamos a escondidas
me han hecho verte como lo que nunca creí querer
un compañero
que me quiera incluso sin maquillaje ni zapatos de tacón
y no un príncipe azul
que me abandone por su caballo blanco
en cuanto asome la primera luz del día.

 

 

 

 

JUAN PEDRO APARICIO

METALITERATURA

xx-Doctor ¿le puedo hacer una consulta telefónica?
xx-Claro.
xx-Soy el escritor que prepara un libro de trescientos treinta y tres relatos cuánticos, ¿se acuerda?
xx-Perfectamente. Usted soñaba que se hundía a sesenta y cinco metros de la orilla cuando nadaba huyendo de un naufragio.
xx-Exacto, doctor.
xx-¿Y qué le pasa ahora?
xx-Lo mismo, doctor. Ahora me hundo a cuarenta y cinco metros de la orilla.
xx-Dígame una cosa: ¿cómo se le ocurren las ideas para los cuentos?
xx-Mientras paseo con mi perra por el monte, un largo paseo de hora y media. Llevo una libretita y un lápiz y voy anotando cuanto se me ocurre.
xx-Pero estos días de atrás que ha llovido tanto ¿no ha interrumpido su paseo?
xx-Sólo cuando ha diluviado.
xx-De ahí el sueño del naufragio. Lo que le angustia es que no pueda acabar el libro por culpa del agua.
xx-¿Usted cree?
xx-Ya verá cómo, cuando salga usted de nuevo al monte, se le vuelven a ocurrir ideas. Ya no le queda nada.
xx-Cuarenta y cinco metros. Digo, cuarenta y cinco cuentos.
xx-Suerte, amigo. Y anímese que estoy deseando verle llegar a la orilla.
xx-¿Sabe, doctor, que a esta conversación que usted y yo tenemos los estudiosos lo llaman metaliteratura?
xx-¡Qué bueno! Porque usted, cuando escampe, va a llegar precisamente a meta, ¿no tiene gracia?
xx-Gracias, doctor. Me ha animado mucho.

 

 

NOVELA DE PERDEDOR

xxEl multimillonario Norte, deseoso de vivir nuevas emociones, tuvo el capricho de experimentar la gloria literaria. Habló con sus consejeros y decidió comprar el manuscrito de un autor cuya carrera estaba en serio declive mediático, con problemas incluso para encontrar editor. Las condiciones del contrato eran por demás leoninas. Norte figuraría como autor exclusivo. Gregorio Bauzá, que ya esperaba muy poco de la literatura, aceptó con mucha más facilidad que una madre se desprende por dinero de su hijo biológico.
xxEl libro se titulaba “El muladar de las esperanzas”. Era extenso y de difícil lectura como todos los de Bauzá, pero, promocionado por las empresas mediáticas de Norte, vendió siete ediciones y se tradujo a varios idiomas en sólo unos meses.
xxEl libro era de verdad espléndido. Y Norte los disfrutó mucho. Su prestigio social aumentó de manera notable. El presidente del Jurado que le concedió el Premio Nacional de Literatura escribió: “Lo que más sorprende es comprobar cómo desde esa cúspide de la sociedad en la que vive Norte puede llegar a conocer con tanta minuciosidad y sentimiento el alma profunda de los perdedores”.

 

 

ADÁN Y EVA

xxEl Nobel Alfred Cambridge, a sus más de noventa años, tenía conocimientos profundos sobre casi todo, de modo que su muerte sería una pérdida irreparable. Lo convencieron para que en el momento final dejase que sus neuronas se volcaran en un ordenador que llevaría su nombre. Así se hizo y todo fue bien durante algún tiempo. Era como tener al propio sabio entre nosotros.
xxTodos los días a la hora del desayuno se le escaneaban los periódicos y se le informaba de las nuevas publicaciones de libros y revistas científicos. Cambridge seguía leyendo y seguía opinando con el mismo juicio sereno del que había hecho gala en vida.
xxUn día, en que supo que la escultural bailarina Jeanette Duval había sufrido un accidente que la tenía a las puertas de la muerte, pidió que se hiciera con ella lo mismo que se había hecho con él.
xxHubo dudas y discusiones hasta que Cambridge se negó a permanecer activo si no se realizaban sus deseos.
xxPoco antes de que la pobre Jeanette muriera sus neuronas se volcaron en un ordenador. A continuación Cambridge exigió compartir cuarto con ella y que les dejaran pasar las noches a solas, sin la presencia de funcionarios ni vigilantes.

 

 

¿VENGANZA POST MORTEM?

xx¡Qué duro es morir así, con las ansias de venganza intactas!, pensaba el brigada Ignacio Tébar ante el pelotón que le iba a fusilar, víctima de la intriga de su propia esposa y el sargento Vilorio, a quien había considerado su mejor amigo.
xxCuando el jefe del pelotón levantó el sable el suelo tembló. Para Ignacio Tébar fue una trepidación, para el pelotón una caída, pues el suelo se hundió bajo sus pies. A la vista quedó uno de los fusiles. Tébar lo tomó y corrió a las dependencias del Regimiento.
xxSin que nadie lo detuviera se apresuró escaleras arriba, atravesó corredores, cruzó el gimnasio y llegó a la residencia de suboficiales. Allí estaban los adúlteros, desnudos y asustados con la lámpara desprendida del techo sobre las piernas.
xxA él le disparó en la cabeza, a ella en el pecho, apuntó al pezón izquierdo; luego, sin abandonar el arma, volvió a la carrera al patio. Dejó en el suelo el fusil y volvió a colocarse de espaldas al paredón. Un temblor gemelo del anterior, pero de fuerza contraria, restauró los suelos, vomitando al pelotón de soldados a la superficie.
xxEl oficial dejó caer el sable y Tébar fue fusilado mientras, su mujer y el sargento Vilorio se refocilaban en su vivienda de la residencia de suboficiales.

 

 

EL AMOR ES COSA DE DOS

xxEra una vaca hermosa, con muy buen cuerpo y unas ubres firmes. Sin embargo no aceptaba al semental que le habían llevado para que la cubriera. Se resistía con tal fuerza que sus dueños temieron que se hiriera o que hiriera al toro.
xxEl veterinario que la visitó opinó que era un caso raro, aunque mejor ser prudentes y llevarla otro toro, recomendó. Pero una y otra vez se repitió la escena. “Reacciona como si la fueran a violar”, comentó el veterinario desalentado.
xxSus dueños no sabían si sacrificarla o venderla. Para ver qué pasaba la llevaron a la feria de San Andrés, en Lot, uno de los mercados de ganado más importantes del noroeste.
xxAtravesaron con la vaca la mayor parte del recinto. Sus formas perfectas y su andar cadencioso llamaban la atención. Llegado un momento se negó a seguir. El dueño pugnó con ella y le dio unos varazos airados. Entonces reparó en el toro puesto a la venta allí al lado. “¿No se me habrá encaprichado con éste?” -exclamó el hombre.
xxY así era. Allí mismo comprobaron que la vaca aceptaba sin problemas, antes bien con mucha complacencia, las arremetidas amorosas de aquel bicho retinto que no era, por otra parte, gran cosa.

 

 

PREGUNTAS INTELIGENTES

xxAcabada la conferencia, se había abierto el coloquio y, tras un breve intervalo, un hombre levantó la mano desde una de las primeras filas. Acto seguido el laureado escritor se esforzó por hallar una respuesta satisfactoria a aquella serie encadenada de preguntas. Tomó primero una dirección recta por la que se lanzó con un buen montón de palabras, luego entró en una curva ascendente por la que sus palabras iban de revuelta en revuelta en medio de una niebla cada vez más espesa. Finalmente, antes de caer en una sima, se detuvo. El hombre, insatisfecho, hizo otra pregunta igualmente brillante, muy bien escoltada por algunas palabras previas. El laureado escritor se preparó para transitar otro buen tramo por aquel puerto oscuro y algunas personas comenzaron a irse. Nadie lo tomó como un reproche dirigido al conferenciante sino a su interpelador.
xxLuego, en la cena que siguió al acto, el laureado escritor elogió, con la cortesía de que siempre hacía gala, la agudeza del interpelador. Pero el concejal de Cultura y Deportes o el rector de la Universidad o los dos a la vez hicieron un gesto de desprecio o de lástima. “¡Pobre Julianín!” Está como una cabra -dijeron- siempre quiere dar la nota.

 

 

EL ÁNGEL DE LA GUARDA

xxAlberto Sarriá era un escéptico que, sin embargo, creía en el Ángel de la Guarda desde que una madrugada alguien enderezó de súbito el volante de su coche y evitó que chocara contra una farola. Pasado el susto, aquel inusitado copiloto se presentó a sí mismo como un viajero del tiempo que llegaba del futuro, un descendiente suyo cuya llegada al mundo dependía de que Alberto tuviera algún hijo, lo que todavía no había ocurrido. A partir de ese día la indolencia de Alberto fue una provocación constante, convencido de que hiciera lo que hiciera el viajero del tiempo le salvaría en el último momento. Si iba a bañarse en el mar, elegía las zonas más peligrosas, si bebía no tenía moderación y en las discotecas formaba broncas y se metía en peleas.
xxUna noche, de regreso a casa, después de haber perpetrado toda clase de barrabasadas, Alberto tomó la autopista en sentido contrario. Iba a ciento ochenta kilómetros por hora. “¿Estás ahí, pequeñín?” -así llamaba Alberto al viajero del tiempo-. El viajero se li hizo una vez más presente, pero se esfumó enseguida, un instante antes de que el coche se estrellase contra un camión cargado de bobinas de acero. “Ahí te quedas -dijo a modo de despedida-. No puedo decir que haya sido un placer conocerte. Pero debes saber que, de los cinco que habéis violado en pandilla a esa pobre chica, tú, precisamente tú, has sido quien la ha dejado embarazada”.

 

 

EL GENIO DEL CAJERO

xxMr. Champeau trataba de extraer dinero de su cajero automático cuando un hombrecillo de aspecto difuso le tocó en el hombro. “Soy el genio del cajero automático -le dijo-. El azar te ha elegido para que te haga entrega de esta tarjeta. Puedes hacer uso de ella a voluntad. Siempre habrá más dinero en tu cuenta. Ahora bien, ten presente que por cada cien euros que saques morirá un hombre en la China”. Y, en diciendo esto, desapareció.
xx¡Pobre Mr. Champeau! ¡Cuántas dudas antes de decidirse a utilizar la tarjeta! Pero, una vez que sacó los primeros cien euros, su conciencia se embotó. Sólo veía el aspecto grato de su acción, a pesar de que una epidemia de neumonía atípica se había desatado en China. Y, aunque las autoridades ocultaban la verdadera cifra de los muertos, a Mr. Champeau le bastaba con repasar las extracciones que había realizado en su cajero automático para saberla: un millón y medio de euros igual a quince mil chinos muertos.
xxLas noticias cesaron y Mr. Champeau empezó a pensar que todo había sido una coincidencia o un sueño. Sin embargo, su crédito seguía siendo ilimitado. Se compró dos nuevos pisos en París, una finca en el Mediodía, un hotelito en St. Tropez. Y nada dijeron los periódicos de más muertes de chinos.
xxLlevado de su curiosidad, viajó al Oriente. Estuvo en Tailandia; en Vietnam; también en Singapur, donde se fotografió junto al león de piedra del puerto. Finalmente arribó en la República Popular China por Shanghai. Ya en el cajero del aeropuerto sacó mil ciento diez yuanes, equivalentes a cien euros y en el momento de tocar el dinero comprendió su error. Sintió un dolor intenso en el brazo izquierdo como si un estilete de acero le horadara la arteria hasta alcanzar su corazón. Supo que se iba a morir de un infarto y recordó que el genio del cajero no le había especificado que los muertos en China tuvieran que ser necesariamente chinos.

 

 

CARISMA

xxEl hospital tenía el inconveniente de su alejamiento, a cambio el paraje en el que se asentaba, de suaves colinas y prados verdes con alguna mancha boscosa, era paradisíaco. Peter Oblondi, un italiano del Piamonte, muy rubio y de ojos azules, era el jefe de catering y además, en horas libres, cortaba el pelo a cuantos trabajadores ingleses o extranjeros requiriesen sus servicios. Por cada servicio cobraba diez chelines. Oblondi, muy sociable y comunicativo, sabía encontrar para cada uno la palabra adecuada. Casado con una compatriota, tenía dos hijos, un buen coche y una buena casa. De cuando en cuando, ligaba con alguna estudiante de enfermería, de las que también vivían en los pabellones, más de lo que cualquier otro trabajador que no fuera médico podía siquiera intentar.
xxUn día llegaron de Londres instrucciones de desmantelamiento. El personal que lo deseara sería indemnizado, el resto trasladado a otros hospitales. Obondi no cambió de humor, el enviado de Londres para dirigir el desmantelamiento, aceptó una invitación suya para cenar en su casa. Mr. Lamers en solo una semana había cautivado a todo el personal. Había sido piloto en la batalla de Inglaterra y era un hombre abierto y simpático. Con todos hablaba y por todos se interesaba, de modo que las negociaciones se desarrollaban con mucha suavidad.
xxJimmy López, uno de los electricistas del hospital, de quien algunos decían que era gibraltareño, otros que sevillano, moreno, alto, con bucles negros cayéndole por la frente, la mirada ardiente, y siempre silbando, incluso cuando saludaba, no podía ver a Peter Oblondi.
xxMr. Lamers murió de la noche a la mañana de un ataque al corazón. La consternación se apoderó del personal. Buena parte, con Oblondi a la cabeza, se desplazó a Londres al entierro, no así Jimmy.
xxA la mañana siguiente el trolley que empujaba Oblondi tropezó con la escalera de madera en la que estaba subido Jimmy. Oblondi se excusó de palabra y con una sonrisa, pero Jimmy le golpeó en la cabeza con su caja de herramientas y le dejó malherido.
xxA Jimmy lo detuvieron y Oblondi, desde la cama del hospital, lo disculpó. “Se lecruzaron los cables”, dijo. Jimmy lo consideró una nueva ofensa. “La próxima vez no fallaré, ese hijo de puta a mí no me engaña”.

 

 

LAS MÁSCARAS

xxUna vez más había vuelto ala ciudad de su nacimiento para dar una conferencia sobre algunos aspectos de su obra narrativa que había titulado “Buriles para tallar el tiempo”. Luego, en compañía del alcance, dos profesores de Universidad y un escritor joven que al final de la intervención hizo unas cuantas preguntas, había bebido un buen vino de la tierra y había cenado acaso algo más de lo conveniente. Le dejaron por último en su hotel, en las afueras, un edificio recién estrenado con más de diez plantas y casi trescientas habitaciones.
xxSe acostó pero no podía dormir. Se levantó y abrió el balcón. Hacía frío pero lo aguantó. Miró a su ciudad, al valle completamente edificado donde había nacido, en una elevación de terreno entre dos ríos. ¿Por qué la quería? O dicho de otra manera: ¿Qué es lo que amaba de ella? Sus abuelos, sus padres habían desaparecido, incluso la casa donde había nacido ya no existía, en su lugar un alto edificio irreconocible. ¿Qué amigos verdaderos tenía allí? Sintió un escalofrío. ¿A quién podía llamar en esta ciudad, en su ciudad, a estas horas de la noche para disipar su angustia? Necesitaba alguien que le escuchara, no en conferencia sino en amistad. El alcalde, que tan amable había sido honrándole con su presencia en la conferencia y en la cena, no había hecho, aún en el exceso, más que cumplir con su trabajo. Y lo mismo, los dos profesores. Acaso uno de ellos, Aurelio Cejador, se prestaría a levantarse de la cama y vendría a hablar con él o aceptaría dar un paseo por las calles, ahora bajo el frío helador de la madrugada. Recordó, sin embargo, que le había comentado que tenía que madrugar para salir de viaje, y ese inconveniente adicional incrementó su angustia. Pensó entonces en el joven escritor, acaso el más dispuesto a acompañarle, pero lo descartó por la vergüenza de mostrarle su debilidad, mayor en el caso del joven…
xxLos periódicos no pudieron recoger la noticia sino hasta el día siguiente. “El escritor Arturo Cancelar se había asomado al balcón de su habitación en la planta séptima de un hotel de las afueras y se había caído a la calle a causa de un desvanecimiento repentino. La noche anterior, después de una conferencia, interesante como todas las suyas, a la que asistió numeroso público, cenó en compañía del alcalde y algunos amigos, mostrando siempre muy buen estado de ánimo”.
xxY seguían varias páginas de información en las que se valoraba muy encomiásticamente la obra de Cancelar.

 

 

FINAL

xx-Doctor, ¿se acuerda de mí? Soy el escritor que preparaba un libro con trescientos treinta y tres cuentos breves, brevísimos y extraordinarios y que se atascó dos veces. Pues bien, he acabado el libro, pero me extraña que ahora no se me ocurra ningún relato más.
xx-Lo recuerdo. Usted soñaba con que al llegar a muy pocos metros de la orilla se ahogaba. Vimos que el agua representaba la lluvia diluvial de aquellos días que, al impedirle el paseo diario con su perra, no le permitía tener ideas, pues se había acostumbrado a tenerlas estimulado por ese paseo. Ahora ha acabado el libro. Se había propuesto una meta y la ha logrado. No sea usted pesado. No se puede nadar en tierra firme, que eso es lo que parece pretender usted ahora. En tierra firme hay que caminar. Quiero decir: prepare usted otra cosa, otro libro, otra novela. Ya verá como de nuevo se le llena la imaginación.
xx-Así lo haré doctor.

 

FÁBULA 22

Fábula 22

 

 

Enrique Álvarez

DESESPERANZA CRECIENTE

xxPronto va a hacer quince años que se casaron mis padres, y las esperanzas de que me traigan al mundo son cada día menores. Es triste decirlo, pero mis padres han dado un cambio nefasto en los últimos tiempos. De su generosidad inicial a su egoísmo y racanería de hoy media un auténtico e inexplicable abismo.
xxRecuerdo perfectamente cómo, durante su noviazgo y primeros años de matrimonio, soñaban con engendrar no menos de cuatro hijos. Recuerdo la ilusión, el amor y -por qué no- también el placer de sus primeras prácticas conyugales a la hora de la siesta.
xxMi hermano Matías tardó casi dos años en venir al mundo. La matriz de mi madre no estaba aún lo bastante formada y fue un parto con muchas complicaciones. Por aquel entonces el negocio de mi padre -una joyería modesta- atravesaba momentos tan agobiantes que, meses después de nacer mi hermano, contrajo una grave neurastenia que le tuvo casi un lustro incapacitado para cualquier tipo de actividad. Sólo la impagable ayuda de tía Veli -la hermana soltera de mi madre- evitó el hundimiento de la joyería y la ruina absoluta de la familia.
xxSin embargo, pasado aquel lustro, las cosas comenzaron a rodarnos mucho mejor de lo que nadie esperaba. No sólo el negocio disparó en poco tiempo los beneficios, sino que tanto la salud de mis padres como la naturaleza vigorosa de Matías parecieron desterrar para siempre del seno familiar toda sombra de inquietud.
xxFue entonces cuando yo me dispuse a nacer en cualquier momento. Pues, aunque mis padres continuaron aplicando por pura inercia -sin intención alguna de evitar el embarazo- el método de Billings en sus prácticas maritales, yo me sentía totalmente seguro del acaecimiento inminente de mi concepción, y más considerando mi condición de segundogénito. De modo que, durante largo tiempo, me apliqué con delirio al placer de saborear por adelantado una vida que yo auguraba fructífera y sobresaliente. Incluso, en mi euforia, llegué a elegirme un nombre precioso para mi persona: Damián.
xxPero he aquí que, inexplicablemente -repito-, siete u ocho años después la realización de mi sueño aún no se ha visto cumplida. No haré recaer toda la culpa sobre mi hermano Matías, pero estoy convencido de que él es la causa fundamental del desánimo de mis padres. Siendo un niño saludable y robusto, ha resultado sobremanera rebelde y caprichoso, y a una edad demasiado temprana ha venido ya a demostrar su completa carencia de rasgos creativos, interesantes o simplemente agradables.
xxPero insisto en que la decepción de mis padres respecto a su obra progenitora no hay que achacársela sólo a esta mediocridad precoz del pequeño Matías. Pues lo cierto es que, aun sin un propósito firme de excluir para siempre a otros hijos, quizá por mero afán mimético o bien por otras razones que prefiero no mencionar, desde hace una temporada mis padres han comenzado a abandonar el método natural de copulación y se entregan cada vez con mayor frecuencia a cierto tipo de ejercicios sexuales, abominables y estériles, que ponen de manifiesto una sequedad preocupante de juicio.
xxY así es como hemos llegado a la situación actual, a cinco años o menos de la menopausia de mamá, con la salud de papá nuevamente deteriorada -a pesar de la prosperidad económica-, con mis esperanzas de llegar al mundo cada vez más sombrías. Pues a lo dicho debo añadir (sin que el miedo a presumir de arrogante me frene) la cesión que de mi derecho a nacer en la próxima fecundación he efectuado a favor de mi hermana Natalia, la que me sigue en el orden generativo. Aún si despedirme del todo de las ilusiones inmensas que la vida me produce, quizá la ternura me ha movido a comprender de algún modo la superioridad de las ilusiones de Natalia, mi deber moral de dejarle a ella el disfrute de esta esperanza ya mínima (que para eso es mujer), sin descartar tampoco la posibilidad remota de que una fecundación doble nos permitiese nacer a los dos juntos como hermanos gemelos.
xxDe cualquier forma, el presentimiento de que nuestro padre no podrá sobreponerse ya nunca a su actual recaída, nos lleva a contemplar con escepticismo creciente estos cuatro años que quedan, y nos vemos ya condenados (con el único consuelo del inmenso y fraterno cariño que no une cada vez más a Natalia y a mí) a lamentar por los siglos de los siglos el egoísmo, la mezquindad y la feroz falta de imaginación de papá y de mamá.

 

FÁBULA 20

Fábula 20

 

 

ANTONIO RIVERO TARAVILLO

TU VOZ Y TUS RELATOS me descubren
hálitos de un pasado que regresa
como ondas que atraviesan la acequia.
En las palabras tuyas, la memoria
del asombro infantil ante las pinzas
del arisco alacrán, los paseos
a la sombra solar de las palmeras,
la jofaina, los dátiles, el mimbre,
el plácido fastidio de la siesta
o el perfume de la alta madreselva.
Tus primos, las muchachas, los mayores
bajo la luna hablando, el embeleso,
los sueños de tus noches de verano…

Te escucho como un árbol a su lluvia.
Hablas de ti y me nombras sin saberlo.

 

 

 

NACE EN TUS PIES la aurora y se levanta.
Se esconde su poniente en tus cabellos.
Tu carne es un fulgor, unos destellos.
Tu luz es una música que canta.

Tu luz es la materia que me imanta,
oro que atrae mi hierro hacia los bellos
hontanares de tu cuerpo, y desde ellos
proclamo mi vivir por tu garganta.

La lava de tu sed contra la mía
me empuja hasta abrasarme, y no me sacio
de dar muerte a mis labios que iluminas.

Limita tu perfil tu claro espacio
y siempre es en tu vientre mediodía.
La noche empieza allí donde terminas.

 

 

 

ESTA TARDE de alcohol y misticismo
la mesa camilla nos reúne;
su oscura intimidad gozan las piernas,
dialogan las rodillas en su idioma.
Las cartas del tarot, desparramadas,
nos dicen que el futuro se retrasa.
También lo callan, juntos, nuestros labios.

Incienso y gregoriano nos acercan
al dios que unos minutos es el otro.
Caen ropas al son de las caricias.
Sobre la alfombra son prendas vacías,
unida vestimenta de un cuerpo tan sólo:
el nuestro que ahora está, nuevo Narciso,
amándose a sí mismo sobre el lecho.

 

 

 

QUIERO ENTRAR EN EL CLAUSTRO callado de tu vientre,
ser la luz que traspase su hondo compás, abriendo
la vela que lo tiñe con tonos irreales
de esa luz amarilla que se posa en las losas
de mármol que vetean mil hilos de tu sangre.
Quiero colmar mi sed de luz siempre fogosa,
beber en la honda fuente que en tu interior rezuma.
Quiero dormir mi luz en tu quietud sin nadie.
En tu oscura soledad quiero poder ser sombra.

 

 

 

A NADA le encontramos el sentido.
Creemos entonces que el mundo está mal hecho
y vamos por ahí con nuestras quejas
diciendo que la vida es algo horrible.

Así es, es cierto, hasta que un día
del todo diferente a los demás
en unas piernas de mujer se hace palpable
la tersa perfección de lo creado.

¿Dijimos que la vida es algo horrible?
La mano, acariciando, se retracta
en nombre de la boca que desea
reparar con el beso su blasfemia.

 

 

 

DOS VERSIONES DE UN MISMO POEMA

xxI

Tu mano desolada en el andén,
tu cuerpo en el andén, en la estación,
en esa ciudad gris que detrás queda,
en un país que estuve aquel verano
más breve que los otros de mi vida.
Allí regresa a veces mi memoria
volviendo a los lugares y a los hechos:
las cerradas cortinas, y tu blusa
de par en par abierta a nuestro amor,
aquel sonrojo tuyo al desvestirte,
aquella inexperiencia deliciosa.
Y fue sencillo al fin eso de amarse,
y aún mucho más bello descubrir
que fuimos más humanos desde entonces,
que fuimos desde entonces más divinos
unidos o escindidos, como ahora.
Y tres años después de aquella historia
de épica de besos y paces de mordiscos,
montado en este tren sobre raíles
que son labios que no encuentran su beso,
observo este vagón de pasajeros:
asientos vacíos, estatuas huecas
de tu ausencia, que nunca me abandona.

 

xxII

Península brumosa, en la tristeza,
en cinco finisterres el adiós.

 

 

 

 

O’CAROLAN

Me acuerdo de la Irlanda que no hemos conocido
porque un arpista ciego esta noche nos llora.
A pesar de los siglos y las tierras en medio;
a pesar del alcohol que mis ojos empaña.

Porque un arpista ciego esta noche nos llora
con una melodía tan triste como hermosa,
tan bella como el lago que en tu risa hubo un día.
Con sus dedos recorre las cuerdas de tu ausencia.

Son látigos las cuerdas y cuerpo la memoria,
y la música es siempre un suplicio aceptado,
compases más punzantes cuanto más te recuerdo
porque un arpista ciego esta noche nos llora.

Me acuerdo de la Irlanda que no hemos conocido,
florida como mayo cuando besa las zarzas.
Por eso me conmueve con su música el bardo,
y bebo, por ejemplo, porque tú no estás cerca.

Porque un arpista ciego esta noche nos llora
y sus ojos nos miran porque tú ya no estás.
Porque ya nada queda y sus ojos nos miran.
Cuando yo nada soy, porque soy tu carencia.

 

 

 

TEDIO

Despacio se consume tu vivir,
a ritmo perezoso marcha el tiempo
y aún tu vaso está todo vacío.
Persiste su cristal en el que nunca,
por mucho que lo observes, hallas nada
que abrace su pared y llene el hueco.

No mengua con los años ese hueco
que va dando su forma a tu vivir.
Tú ya sabes que no sirve de nada,
que sólo es una pérdida de tiempo,
quimera que no puede darse nunca,
cegar de alguna forma ese vacío.

Discurre por tus venas el vacío
y en medio de tu pecho late un hueco.
Así constantemente. Siempre. Nunca
conoces otro modo de vivir.
Al compás que tú mismo, al mismo tiempo,
se va espesando en ti, densa, la nada.

En tu mar solipsista boga y nada
un torpe cascarón, un pez vacío
que hace singladura y cruza el tiempo
como un grano rojizo por el hueco
de un reloj de arena: tu vivir
lento se encamina hacia tu nunca.

Pues esta es tu condena: que si nunca
quisiste el nacimiento, hoy ya nada
te es posible; solamente vivir,
plantando cara, heroico, a tu vacío,
que proeza es combatir con ese hueco
resistiendo sus embates algún tiempo.

Siempre el hastío es íntimo del tiempo,
la ansiada plenitud no llega nunca;
la felicidad es un vocablo hueco
cuya razón jamás responde a nada.
Debajo de la piel se abre el vacío,
la más propia sustancia del vivir.

No otra cosa es vivir: matar el tiempo.
Ama, pues tu vacío, porque nunca
nada más será tuyo ni más hueco.

 

 

 

 

BEGOÑA CALLEJÓN

LA ENFERMEDAD DEL COLOR

Soy la descarnada
la que mira de frente a la muerte al suicidio a la sangre
la que se excita de placer cuando te acercas.

Soy la no-madre la no-viva
la amante de mujer
la que hace la noche mientras te espera
la que no cobra
la zorra que llora cada noche.

Soy la que un día persigue la vida y otro la olvida
soy la muerta la no-madre la no-viva
la enferma a la que todos miran la que todos señalan
la misma que hace un rato miraba por la ventana.

 

 

 

 

SAÚL FERNÁNDEZ

LA MUJER CANÍBAL DE LA CALLE BAYARD

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEl gemido inquieto de un niño de meses llegaba de un vestíbulo
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxadyacente, donde, en la semipenumbra, se distinguían tres fi-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxguras acostadas.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(Jacob Riis, Cómo vive la otra mitad)

xxxxxI

xxUna mujer se comió a su bebé porque tenía hambre. Vivía en una escuálida habitación sin ventanas en la calle Bayard. Acompañaba a dos hombres llegados de Sicilia sin otra dedicación más que la que la muerte por encargo les proporcionaba.
xxLa mujer había desembarcado en Nueva York embarazada de cinco meses. Procedía de Liverpool. Hubiera debido encontrar en los muelles a un conocido de su familia encargado de facilitarle la vida en sus primeros días estadounidenses.
xxPero nadie la aguardaba.
xxMe llamo Martín Velasco, soy el secretario privado del Obispo Auxiliar de la ciudad. En la primera plana del «The Evening Sun» descubrí el nombre de la mujer caníbal: decía Valentina Hartime –así, con hache–, española, miserable, prostituta, borracha, asesina, caníbal. «Asturiana, de Luanco», añadí yo para mis adentros. Nací hace cincuenta y nueve años en una aldea cercana al cabo Peñas, en el profundo norte español.
xxHe sabido que aquella mujer pretendía terminar su peripecia en la ciudad de Annmore, en Virginia Occidental; el padre del niño que tenía que nacer trabajaba para la Grasselli Chemical. La mujer era de Luanco y había iniciado su aventura en Gijón, diez meses atrás.
xxAl dejar el barco nadie la esperaba. Desconozco qué recorrido hay entre los muelles y la calle Bayard, entre la feliz mujer embarazada y la desalmada caníbal. Puedo imaginar que los dos sicilianos con los que compartía habitación pudieran explicar adecuadamente todos los cabos sueltos de la tragedia, pero ahora ignoro su paradero. Los bajos fondos de Nueva York son una frondosa selva, territorio perdido para forasteros.
xxLa calle Bayard, el lugar del crimen despiadado, cruza Mulberry, es la carretera que lleva al barrio judío y que termina en Little Italy. Los dos asesinos, al parecer, acompañaban a Valentina sólo las noches en que llovía, sólo cuando se escondían de otros sicilianos, sólo cuando la destrozaban ante un bebé hambriento que no paraba de llorar. Eran hermanos, Ricardo y Roberto di Marco, pasaban el día holgados en los portales convertidos en comercios para miserables del Bandit’s Roost. Fumaban lo que encontraban y discutían desorbitadamente sobre todos los temas. De vez en cuando visitaba aquel callejón algún vecino de la ciudad alta.
xxLa noche lluviosa de noviembre en que se descubrió el crimen de la mujer española Roberto y Riccardo llegaron demasiado pronto a la habitación compartida. Todo el edificio olía a guiso recién hecho. Abrieron la puerta del cuartucho y la descubrieron removiendo una cacerola. El horror fue salvaje: cocinaba al fuego el cuerpecito de un bebé y en el suelo había huesos descarnados, roídos con ansia. Los dos sicilianos la sacaron a rastras de su casa, la empujaron por la escalera y vocearon su crimen por todas las calles del distrito. La batahola que se formó fue inmediata. Junto al portal de la casa de vecindad se exigía justicia. Decidieron desnudarla, colgarla por el cuello y despedazarla como una bestia en el matadero.
xxSu apellido, Artime, llamó mi atención porque era muy común en mi tierra. Se escribe sin hache. Mi hermana reside en la ciudad de Avilés, muy cerca de Luanco. Todos los meses recibo una carta en la que me da noticias de mi pasado. Hace treinta años dejé Asturias y nunca he podido regresar. Su apellido y su nombre aparecían en aquellas cartas. Por mi hermana me aseguré la tristeza: la mujer caníbal de Nueva York había sido convecina de mi familia. Mi hermana asegura en una de sus últimas comunicaciones que yo casé a los padres de Valentina, a Aurelio y Elena, dos mineros pobres de la playa de Llumeres.
xxLas crónicas del crimen estaban firmadas por Rasmus Andersen. Envié una carta a la redacción de su periódico porque precisaba hablar con él. Rasmus Andersen era un danés de sangre gélida que ambicionaba tomar un barco hacia San Francisco, encontrar oro y olvidar sus años bullangueros entre Copenhague y Nueva York. Andersen describía en sus dos crónicas el canibalismo y posterior asesinato de Valentina Artime con la meticulosidad de un secretario municipal. Se defendió, cuando le interrogué, diciendo que él entendía que su trabajo no era el de enjuiciar ni a los vecinos desalmados, ni a la mujer caníbal.
xx-Los periodistas debemos contar los hechos tal cual han sucedido -explicó después de sorber un poco de la cerveza agria que había pedido en una taberna ilegal del Bend en la que habíamos concertado nuestro encuentro. -Usted no se asusta.
xx-La miseria no me asusta, me entra el pánico cuando descubro las consecuencias que la miseria trae consigo. Conozco estas calles.
xx-¿Qué es lo que le interesa de esa mujer? La ciudad de Nueva York oculta casos más tristes que este, se lo aseguro.
xx-No lo dudo. Valentina Artime nació en mi país, en mi pueblo, soy español.
xx-Todos los días fotografío estos arrabales. ¿Conoce a Jacob Riis? Él y yo somos los únicos que nos atrevemos. Nueva York entera es miserable: los ricos de la parte alta son ricos porque el sur es un nido gigante de ratas. La historia de la mujer caníbal ha pasado a formar parte de la estadística de la violencia. Hoy lo que de verdad interesa es saber quién de los dos candidatos llegará al Senado.
xx-Valentina Artime tenía veintiséis años.
xx-Le contaré una cosa: Dos días después de lo de la calle Bayard otra mujer se llevó a sus tres hijos al puente de Brooklyn con un solo deseo: tirarlos al río. Declaró a la policía que era incapaz de alimentarlos. ¿Había leído algo de esto?
xx-No sabía nada.
xx-Así todos los días. Al final te acostumbras -terminó el periodista danés camuflado en mendigo. Me explicó que cuando bajaba al Bend se disfrazaba con una chaqueta deshilachada y con un bombín demodé. El danés se liaba los cigarros con una velocidad pasmosa.
xx-El suyo es un trabajo desalentador.
xx-¿Qué hacía la mujer caníbal en Nueva York?
xx-No lo sé ahora mismo. Mi hermana me ha contado que se dirigía a Virginia Occidental, pero no estoy seguro. Sé bastante poco de todo esto: lo que usted ha escrito y que casé a sus padres hace treinta años.
xx-Me ha dicho que conoce estas calles. No le veo nunca por aquí.
xx-El Bend es un territorio salvaje. Cuando llegué a Nueva York me establecí en Five Points con un ímpetu evangelizador que duró apenas un año: no pude hacer nada y por eso decidí escapar de todo aquello. He luchado por la Unión, estuve en Bull Run. Soy americano: doctor en Teología.
xx-Le veo nervioso.
xx-Nadie se come a su cría.
xx-Sólo los pobres.
xx-No me sirve esa explicación. Nadie se come a su cría.
xx-Es usted un iluso.
xx-Usted quiere embarcar hacia California: ¿Quién es más iluso? ¿Por qué se disfraza con frialdad si sólo busca la huida?
xx-Llevo años por estas calles, ya se lo he dicho. He visto asesinatos, prostitución, atracos, pobreza, tristeza, siempre tristeza. Muchos de los que viven por aquí por no tener no tienen ni ventanas. Te acostumbras, por supuesto, pero eso no ahuyenta de tu vida el deseo de escapar. Me gustaría viajar hacia el oro de California, pero estoy aquí todavía. No me he movido.
xx-El oro se acaba.
xx-Pero habrá plata, estoy convencido.

xxxxxII

xxSupe que Valentina Artime, la hija de Aurelio y Elena, había sido despedazada en plena calle con sólo veintiséis años. Elena y yo paseamos juntos muchas tardes por la playa de Bañugues, ella era amiga de mi hermana.
xxValentina conoció en Avilés a Juan Manuel Briz, un obrero de la Real Compañía Asturiana. La relación se fue consolidando sin aceleraciones indebidas. Me ha dicho mi hermana que una larga huelga en la compañía trajo la pobreza a la comarca. Juan Manuel y otros compañeros supieron de una industria química en Estados Unidos. Decidieron partir en busca de su futuro. Valentina se quedó en Asturias prometiendo tomar pronto el barco que la conduciría a Virginia Occidental y a su futuro marido. Ella debía quedarse. En aquel entonces Elena veía la muerte de cerca.
xxValentina empezó a servir en una casa linajuda de Gijón. Gracias a este trabajo logró reunir rápidamente el dinero del pasaje que le iba a llevar a los Estados Unidos: El Musel, La Coruña, Liverpool, Nueva York.

 

xxxxxIII

xxRasmus Andersen, a pesar de su aparente desinterés por el caso de la mujer caníbal ha seguido investigando los crímenes de la calle Bayard. Me ha dicho que mi insistencia es estremecedora. Me ha contado que gracias al empeño que he puesto en este asunto, y a una llamada del Arzobispo, el alcalde de la ciudad ha ordenado la detención de los dos hermanos sicilianos compañeros de habitación de Valentina.
xxVolvimos a quedar una tarde el periodista y yo, aunque esta vez, en mi terreno, en mi casa, sin cerveza agria, sin bombín demodé.
xx-¿Quién es Valentina?
xx-Ya se lo dije: la hija mayor de un matrimonio al que casé antes de conocer Nueva York.
xx-Su insistencia es inaudita.
xx-¿Qué insinúa?
xx-Un cura se embarca hace treinta años para desaparecer tras oficiar una última boda. ¿Quién es Elena?
xx-Elena ha muerto.
xx-¿Sabe lo que creo?
xx-No quiero saberlo.
xx-Elena y usted y Valentina…
xx-No vaya por ahí.
xx-No fue a recibirla cuando llegó de Europa, no se atrevió.

 

FÁBULA 16

Fábula 16

 

 

GABRIEL INSAUSTI

RETRATO ROBOT

Ta y tantos. 1’80. Michelines.
Una hipoteca, un SEAT, unos hijos
pero en numerus clausus, por supuesto
que dicen que hoy es Halloween y flipan
con el top megaguay de la Play Station.
Los sábados, squash con los amigos.
Vagas aspiraciones a un ascenso
y un piso en Benicásim. Sus costumbres
corbata, taxi, VIP’s lo han convertido
en carne de estadística, aunque a veces
fantasea entre copas sobre el ChoOyu.
Nunca paró un penalti en el descuento
ni ligó con Brigitte, ni llegó al Tao.
Pero mejor no sigo. Punto en boca.
Tú y yo, lector, sabemos de quién hablo.

 

 

 

EL TEDIO ES EL MENSAJE

Es lo de siempre:
xxxxxxxxxxxxxxxatasco en Villaplana,
las crisis de la Bolsa, el BarçaAthletic,
crucigramas, vanessas, recesiones
y un presidente de Algo que promete
Justicia, Paz, etc.
xxxxxxxxxxxxxxxxYa digo:
lo mismito de siempre, y me pregunto
sentado en el sofá con mi gaceta
si no será verdad el cielo humilde
de esta tarde de abril, si no habrá algo
de cierto en su grisura,
su rara lentitud.
xxxxxxxxxxxxxxxA fin de cuentas,
¿quién dice que no existan esas nubes
y su leve materia y que yo mismo
no esté mirando ahora, distraído,
cómo asciende en el aire, se apelmaza,
acaricia los montes?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxPor si acaso,
lo dejo aquí apuntado:
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«Descubiertas
formaciones lluviosas a las 14:30.
Se espera, según fuentes no oficiales,
que escampe a media tarde.
(Continúa en la pag. siguiente)».

 

 

 

INSCRIPCIÓN PARA UN ÁRBOL EN EL VALLE DE EGÜÉS, CERCA DE PEÑA IZAGA

Si una tarde, viajero, te detienes
dentro de muchos años junto al chopo
donde hoy estás leyendo estas palabras
escritas por mi mano,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy si en el aire
hay todavía un coro de vencejos
que ríen, parlotean, saltan, huyen,
y, a lo lejos, la niebla -como un aliento mágico
se insinúa en las lomas de los montes,
no vuelvas la mirada.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxAprieta el paso
y di que ha sido hermoso hurtar al tiempo
el recuerdo imposible de otra tarde.

 

 

 

 

JEAMEL FLORES HABOUD

6 (de ‘TODO ERA LEJOS’)

Yo era su amigo,
Su mejor amigo,
Caminaba con él descalzo al borde del jordán
Reíamos mirando el cielo
Orábamos cuando los otros dormían
Esperábamos juntos el amanecer
Y era hermoso ser cómplices
Cerca del río o entre los árboles
Pero debo confesarles
Que nunca supe amar como él,
Por eso me ahorqué.

 

 

 

 

GONZALO CALCEDO JUANES

EL CORAZÓN DE LA MANZANA

xxSandra decidió prescindir de Horatio esa noche. Horatio no era un gato al que se cierra la puerta del patio trasero, por ejemplo, sino un atemperado ejemplar de hombre adulto. Yacía ahora a su lado, boca arriba, con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo, las piernas separadas, cada pie un encapuchado inclinado hacia un punto de fuga de la habitación. Llevaban juntos dos años y el cuerpo y la mente de Sandra habían dicho «¡basta!» al unísono.
xxSandra contemplaba a Horatio bajo la claridad aterciopelada de la lamparilla. La pantalla, con forma de pagoda, estaba decorada con guarismos orientales; una de las vertientes del tejado se veía deteriorada y maltrecha a causa de un accidente doméstico. La luz anaranjada creaba la ficción de un pequeño crepúsculo. Incluso acostado, el estómago de Horatio no encontraba espacio para desparramarse y crecía hacia el techo, anómalo y vivo. Era profesor de ciencias naturales en un instituto, ella nunca recordaba cual, como si limitando sus conocimientos sobre los aledaños de Horatio (amigos, parentela, horarios, aficiones, necesidades, maldades, marca de coche) le resultase más fácil abandonarle. Así había sido. Chasqueó la lengua y el pastel familiar de hermanas y hermanos, padres ancianos y reuniones de Navidad precipitadamente compartidas se deshizo en su boca. Estaba revenido. Horatio respiraba despacio, permitiéndole espaciar sus pensamientos. Estaba tan gordo porque apenas hacía ejercicio. No se desplazaba. Eran sus alumnos los que capturaban ranas y sapos y traían los especímenes a su mesa, para ser catalogados. Un reino peculiar y trascendente, un nuevo orden. Él debería cuidarse, según los análisis de de la revisión anual para el personal docente: glucosa en sangre, exceso de peso. El exceso era visible, la glucosa una fantasía dulce.
xx-Si sigo engordando, dejarás de mirarme.
xx-No me importa que estés gordo. Bueno, gordo no. Ligeramente obeso.
xx-Gracias por matizarlo.
xx-No mires de ese modo la mermelada.
xx-Sólo estaba fijándome en como la luz atraviesa todas esas capas de gelatina. Es una refracción curiosa. Parece ámbar, pero no es sólido.
xx-Yo no veo nada. Mermelada, quizás. ¿Es mermelada, cariño?
xx-De naranja amarga. Comprada en ‘Trazzio’.
xx-¿La tienda de exquisiteces de la esquina?
xx-Las mejores mermeladas del mundo en permanente exposición.
xx-Deberías hacerte un análisis de sangre diario. Te ayudaría a razonar.
xx-Para eso te tengo a ti.
xx-No te fíes.
xxLa luz de la lamparilla oscilaba, como si la corriente eléctrica fuese vieja y jadeara. Al principio, Sandra había mirado con fijeza la bombilla, el filamento, su conjunción ardiente, sin oxígeno, conjurándolos, temiendo que de un momento a otro se produjese un sobresalto definitivo del suministro, pero ya se había acostumbrado a esos titubeos. Hacía calor. En septiembre nunca hacía tanto calor.
xx-Una vez nevó en septiembre. Un amigo mío, aficionado a la meteorología, guardó un puñado de nieve en un tarro de cristal y lo trajo al laboratorio. Estuvo escondido en el refrigerador durante semanas. Había briznas de hierba entre la nieve.
xx-¿De su jardín?
xx-Supongo.
xx-¿Cuándo va a dejar de hacer éste calor?
xx-Nunca. Moriremos deshidratados.
xx-Amén.
xxLa tormenta había cesado, pero la humedad volvía pesadas las sábanas. Sandra pedaleó a cámara lenta hasta destapar sus piernas. Miró el vientre de Horatio, el vello oscuro que se arremolinaba en torno al ombligo, como si la oquedad fuera un sumidero, una fuerza centrífuga. Introdujo dentro un dedo y el hombre se estremeció, abanicó el aire enranciado con su brazo remo (la varita de incienso había dejado de arder días atrás) y cambió de postura. Dijo algo entre dientes. Sandra miró el despertador, apostado como un tutor de un solo ojo en la otra mesilla. Las cinco y media. Apenas había dormido por culpa de su decisión. Por culpa de su querido profesor.
xxEn la cocina encontró algo que comer. Asado frío con salsa de zanahorias. La rebanada de carne era tan delgada que parecía una membrana expuesta a la luz del fluorescente; el cartílago semejaba una ramificación nerviosa. La salsa coagulada apenas goteaba. Los cubiertos, en cambio, estaban helados. Comió la mitad. Después mordisqueó una manzana y salió con ella al porche, en ropa interior. Tiró del elástico de sus bragas permitiendo a la carne enrojecida, macerada, un respiro. Había muebles baratos, de plástico, profusamente ornamentados por colonias de mohos y líquenes que, desde la deteriorada tarima, ascendían por sus patas. El jardín rezumaba agua de lluvia, incapaz de tragar más, solitarios charcos en los que se reflejaban porciones de cielo. Vio claros entre las nubes, estrellas incómodas por su papel de testigos aquella noche; una luna enflaquecida y macilenta, anciana, saludó desde su altar y dio paso a un episodio de nubosidad permanente, tal como repetía el hombre del tiempo. Cuando mordía la manzana se escuchaba un chasquido de rama rota, como si alguien se acercase, pero todo eso ocurría en su boca, en sus encías. Sandra, al contrario que Horatio, había perdido peso durante este tiempo y al morder su mandíbula se dibujaba en su rostro, poderosa, masculina. El pelo corto siempre le había favorecido, pero endurecía su aspecto, como si su enfado brotara en el exterior y creciera hacia dentro; a la mayoría de las personas que ella conocía les sucedía lo contrario: el malhumor caldeaba sus cuerpos desde un núcleo de órganos vitales y luego escapaba entre los labios en forma de réplicas aceradas e insultos.
xx-No sé, deberías dejártelo crecer un poco.
xx-Me molesta largo, mamá. Me da calor.
xx-¿Lo llevas corto por Horatio?
xx-Me gusta llevarlo corto, mamá. Creo que siempre lo he llevado así. Es cómodo.
xx-¿Comes lo suficiente?
xx-Devoro la comida.
xx-¿Vomitas después?
xx-Me niego a responder.
xx-Soy tu madre, cariño.
xx-No vomito, mamá. ¿Es verdad que de pequeña pesabas mis heces?
xx-Ahora soy yo la que no va a responderte, niña tonta. ¿Por qué quieres saberlo?
xx-Simple curiosidad.
xxEnseguida tuvo frío, pero siguió sentada en la silla de plástico, balanceándose, notando como las patas traseras soportaban el peso y se curvaban, dos arcos en tensión; sostenía entre dos dedos el corazón mordisqueado de la manzana. Al rato volvió sobre sus pasos, se deshizo de la manzana (¿Por qué el cubo de la basura estaba vacío? ¿Su amor ni siquiera era capaz de producir desperdicios?) y fue al lavabo que habían instalado aquel mismo verano bajo el hueco de la escalera, su primer proyecto de reforma juntos, una tímida alianza de revoque y ladrillos. Sandra cerró la puerta. El espacio era reducido, no habían instalado las previstas baldas de cristal y algunos frasquitos de colonia y el papel higiénico conjuraban la mala suerte de un salto suicida desde el borde del lavabo. Del techo aún pendía una bombilla raquítica porque no se habían puesto de acuerdo acerca del aplique: ella prefería algo japonés, limpio y escueto; Horatio había pensado en una profusión de pequeños focos.
xx-Como un camerino de actriz.
xx-No soy ninguna zorra de tres al cuarto.
xx-No he querido decir eso.
xx-Ese cuarto de baño es tan diminuto que los focos te quemarían la piel. Sería como estar dentro de un horno. Te cocinarías a ti mismo a la hora del afeitado.
xx-No lo había pensado.
xxSandra se miró en el espejo que dominaba la pared sobre el lavabo, en un vano intento por contrariar la leyes matemáticas del espacio y duplicarlo. Las juntas de los azulejos eran perfectas y blancas. No sucedía lo mismo en el resto de la casa, una construcción antigua, incómoda, que algunos turistas fotografiaban desde la acera, imaginando que allí había vivido algún poeta famoso o un científico con manchas de yema de huevo en su bata de trabajo. La gran buhardilla era la coartada que tenía la casa para sentirse importante, distinguida. Pero sólo era una casa vieja, comprada a través de una amistad en una subasta bancaria (representaba, en cierta manera, la memoria arruinada de una familia) y Sandra, antes de conocer a Horatio, había pensado a menudo en venderla, confiando en que en vez de derribarla la convertirían en un hotelito. Para no sentirse absolutamente miserable.
xxOrinó sosteniéndose la barbilla entre las manos, cada codo encajado en una rodilla, los pies firmemente posados sobre las ocho baldosas que componían el suelo. ¿Tan difícil resultaba entrar en la habitación, despertarle y decirle, vete, ya no te quiero?
xx-Estás loca por mí, lo siento aquí dentro.
xx-Dices muchas tonterías.
xx-Tengo experiencia.
xx-Oh, el casanova de la clase de ciencias ha vuelto. Conduce y calla.
xx-Mis alumnos me quieren más desde que salgo contigo.
xx-Querrás decir que te aprecian más. Yo nunca quise a ningún profesor. Y no me refiero a enamoramientos.
xx-¿A qué te refieres?
xx-Ya lo he dicho. Apreciar a alguien. nada más.
xx-En mi caso es diferente. Les gustas.
xx-No me conocen.
xx-He querido decir que sé que les gustarías.
xx-No me gustan las personas que hablan y conducen a la vez.
xx-Por Dios, eso es un hecho absolutamente natural.
xx-Conduce y calla.
xxVació la cisterna, se lavó las manos (notaba el tacto pegajoso de la manzana) y abrió la puerta sin evitar un pequeño estrépito, confiando en que la conjunción de ruidos le despertasen y allanaran el camino. Pero al asomarse al hueco de la escalera y escuchar no oyó nada. Seguía dormido. Subió los escalones uno a uno, procurando no tentar más a la suerte. Acababa de otorgarse un nuevo aplazamiento. Cada tabla un crujido diferente, una sentencia, una fábula, una paradoja. Sandra haz esto, Sandra haz lo otro.
xxTengo una tienda donde se enmarcan cuadros, pensó, pero no hay ningún cuadro en esta casa. Cuadros caseros, pintados por madres desocupadas que siguen cursos de pintura por correo, cuadros de niños, con las huellas de sus manos embarulladas entre personajes con cabeza enorme y miembros de palo, pinturas en tela, en madera, en corcho. La inmortalidad en un rectángulo, la trascendencia colgada de la pared.
xxGiró el pomo de la puerta. La lamparilla seguía encendida. Horatio yacía de costado, la grasa de su cintura abolsada, el pecho raquítico, huidizo, escapando de ese volumen opresor. Sandra se sentó adrede en el borde de la cama. Grandullón, pensó. Ella se subía encima de él a horcajadas durante su sexo seguro y rápido, una cópula de insecto. Horatio se explaya después de hacerlo así y pedir perdón. Los Simbius alectorum, una clase de saltamontes, también lo hacían de ese modo: el macho era enorme y pasivo y la hembra diminuta y laboriosa. Ella gobernaba la situación y él era absolutamente inane y torpe.
xx-Tendrás que perdonarme, soy algo patoso.
xx-Eres un eyaculador precoz.
xx-No lo digas así, por favor. Me ofendes. Son los nervios.
xx-El sexo no es tan importante.
xx-¿No?
xx-La gente tiene que quererse un poco. Eso mejora las cosas.
xx-Me dejas confundido. Voy a dedicarle más tiempo a los ratones blancos del laboratorio. Se aparean continuamente.
xx-¿No separáis las hembras de los machos?
xx-Eso es un divertimento. No es ciencia. Pero le encanta a los chicos.
xx-Puede que me apetezca otra vez. Dejaré a un lado eso de quererse un poco.
xx-Dame un respiro. Por favor.
xx-¿Diez minutos?
xx-¿Veinte?
xx-Vaya negociación. Voy a la ducha.
xxHoratio despegó los labios; su respiración se trocó en estertor. Masculló algo. Sandra le acarició el rostro con las yemas de los dedos, cada dedo el itinerario de una mosca. Horatio, le llamó sin mover los labios apenas, sin llegar a pronunciar su nombre. Pronto sería invierno y el coloso de la clase de ciencias desplazaría su culta mole hasta un autobús escolar y por primera vez en mucho tiempo, acompañaría a sus alumnos a la excursión de otoño: recolectar hojas, ramitas, musgos, larvas, huevos, crisálidas, nidos ensalivados, putrefacción.
xxSandra miró de reojo el reloj, su aliado. Había transcurrido un cuarto de hora, una porción de tiempo exacta, poco emocional. Fin del aplazamiento. Llevaba horas en vela por algo. Estaba preparada, lista, y como si fuese a dirigirse a toda su familia durante la reunión del día de Año Nuevo, haciendo acto público de contrición (ante el regocijo de su hermana pequeña y la angustia de sus padres), para comunicarles su embarazo, el deseo de irse de casa, la compra de otra lavadora o que había decidido casarse con su nuevo novio, un piloto de avionetas fumigadoras, carraspeó. la tosecilla se propagó enferma por la casa. Horatio se movió. Iba a decírselo. Si se despertaba, se lo diría automáticamente: el mecanismo se había puesto en funcionamiento y ya no se podía parar. cariño, tengo algo que decirte, puntos suspensivos.
xxHoratio se giró hacia el otro lado, el brazo extendido, como buscándola. Entonces se despertó. Abrió un ojo, luego el otro, enfocó ambos. Ella seguía sentada en el borde de la cama.
xx-¿Qué hora es?
xx-Casi las seis.
xx-¿Por qué demonios tienes que madrugar tanto?
xx-Tenía hambre.
xx-Ven aquí.
xx-No quiero volver a acostarme.
xx-Ven aquí.
xxSandra obedeció. Se acurrucó junto al gigante, se dejó arropar.
xx-¿Me estabas mirando?
xx-No te estaba mirando.
xx-Vamos, era como si mirases una radiografía. Me di cuenta. ¿Qué veías? ¿Hablaba en voz alta? En mi familia hay toda una tradición de parlanchines sonámbulos.
xx-Estabas dormido. Y mudo. No has podido darte cuenta.
xx-Noté que me mirabas. Como un escozor. Aquí, y allí. Por todas partes.
xx-Bueno, sí, te estaba mirando. Pensaba.
xx-¿Y en qué pensabas?
xx-Secreto de sumario. Te lo diré a la hora del desayuno.
xx-A la hora del desayuno tenemos mucha prisa. Siempre llegamos tarde.
xx-Entonces te lo diré otro día.
xx-Ahora.
xx-Otro día. El jueves, por ejemplo. Eso es…
xx-Pasado mañana.
xx-Pasado mañana, perfecto. ¿Te viene bien el jueves?
xx-Me viene bien, supongo. ¿Qué vas a decirme el jueves?
xxSandra se rió. Una de sus trampas verbales, una suave telaraña de palabras. Al principio le había gustado por eso. Era sencillamente gracioso. Y no estaba tan gordo entonces. Pero por qué pensaba que la sustancia de su amor, de su enamoramiento, se había convertido en grasa fermentada. respiró hondo. Tenía treinta y siete años, treinta y ocho el mes que viene. No era ninguna niña, pero ya estaba pensando en un recambio, en parchear su corazón, en remendar las suturas que permaneciesen abiertas tras extirpar a Horatio de su piel. Ojalá él no siguiese preguntándole.
xxLa abrazó sobresaltándola, como si leyese su pensamiento y pretendiera aturdirla con los modales de un enamorado variopinto y pasional.
xx-Déjame, me das calor.
xx-De acuerdo. Tu mitad de la cama y la mía. Ese es el trato de hoy: «Mantente alejado».
xx-Perfecto. No lo olvides. «Mantente alejado».
xx-Lo tendré presente.
xxSandra esperó; tenía que suceder algo. La casa bostezaba, se desperezaba como un anciano senil. Horatio aniñó el tono de su voz:
xx-¿Harás una visita a mi lado antes de volver a levantarte?
xx-Creo que hoy no.
xx-Suspenderé injustamente a algún alumno si no lo haces.
xx-Me importan un bledo tus alumnos.
xxHoratio no replicó. Sandra supuso que volvería a quedarse dormido (tenía esa facilidad, el poder de conciliar el sueño en segundos, en un sofá ajeno, en una silla, en una biblioteca, durante una recepción, como un muerto viviente, o en el asiento de un vagón de tren), pero no fue así. Ella tampoco pudo. Había apagado la lamparilla de un manotazo y la luz que entraba en el dormitorio, cuadriculada por la persiana, era la del alumbrado público, media docena de farolas, en su tramo de avenida, que imitaban a vetustos fanales de gas y en opinión de la chica de una agencia inmobiliaria con la que Sandra había charlado en varias ocasiones, «convenían» a la casa, realzaban su planta señorial, su clase.
xx-Si me das tiempo encontraré un comprador apropiado.
xx-No sé. Hoy pienso en venderla, mañana probablemente no.
xx-Las casas como la tuya son difíciles. Especiales.
xx-Vivir en una casa especial tiene su encanto, no lo niego, pero prefiero traspasar ese derecho. ¿Qué tal una semana?
xx-Es poco tiempo.
xx-¿Dos?
xx-Un mes mínimo.
xx-Charlaremos de otra cosa, terminaremos nuestras copas y nos despediremos. ¿Qué te parece?
xx-No me has dado ni una sola oportunidad.
xx-Te la estoy dando, preciosa. ¿Sales con alguien?
xx-Con un chico de la agencia.
xx-Valiente estupidez.
xxA las siete y media en punto las farolas se apagaron, como bailarinas que se repliegan para saludar al público desde un escenario, y la penumbra se enquistó en el dormitorio, se hizo tan vieja y descascarillada como aquel hogar. Sandra tenía los ojos abiertos. Le oyó moverse; se estaba levantando, buscaba sus babuchas de Sultán de Esquiletia, su trasnochado batín de raso, colgado del respaldo de una silla. Tropezó con algo al salir: su portafolios de piel vuelta, engordado por la cincuentena larga de exámenes que tenía que juzgar. Se disculpó. Vagabundeó por el pasillo y más tarde le oyó entrar al cuarto de baño. Silbaba, así que dedujo que, a pesar de sus amenazas, de su rencor, de su desaliento, de la cuarentena que afectaba a sus cuerpos y sus ideas y sus corazones, esa mañana perdonaría a sus alumnos y redimiría sus almas. Ellos no tenían la culpa.
xx-¿Horatio?
xxCorría el agua en la ducha.
xx-¿Horatio?
xxNo la oía. Era mejor así. Se lo habría dicho en ese preciso momento.
xx-Cariño, ya no te quiero.

 

 

 

ANDRÉS BARBA

TRAMPOLÍN 1

Ya no tienes padre, ni madre, ni memoria. Nadie te ha mentido. No han pasado por ti las largas horas del aburrimiento infantil, ni el rencor, ni la cebada de las vísperas, ni el poder. No ha habido juez, ni mujer que haya amanecido a tu lado oliendo a sueño. No has estado allí, donde creíste sufrir. Esas cosas tuyas que con tanto afán has alimentado y vestido no las reconoces ya, ni esas cosechas. No te ha requerido nadie para ser consolado ni has buscado tú a nadie ya nunca. No percibes la alegría de los cuerpos, ni su tristeza. Ni la enfermedad. Ni la carga. Ni el ansia. Ni los cráneos minúsculos de los pájaros, ni los fluidos. La cucaracha murió al borde del fregadero encogida de veneno en polvo. Murieron las hormigas y el perro. ¿Lo recuerdas? Di, ¿Lo recuerdas? Murió la tarde y la pequeña de los vecinos de una pena redonda en el estómago amarilla y risueña de sedantes, como el amanecer de un teatro, y tu hermano murió, y las manchas de la servilleta murieron y el placer de la arena caliente de la playa y las cerillas murieron también. Ya nunca has estado allí donde se echan al fuego los excrementos olorosos de las vacas, ni has acariciado más nada. tampoco eso es cierto: ni siquiera has dudado. Aquella tarde no te sentaste en aquella puerta. Aquel sol no era verdad. Aquellos labios no eran verdad. No te has detenido a despedirte, no has buscado arbitrar el frescor del mundo en las manos del otro, no has aprendido, no has admirado, no has visto, no has danzado, no has hablado, no has alabado en ningún templo, no has reído. Recuerda. Ya no tienes padre, ni madre, ni memoria.

 

 

TRAMPOLÍN 2

Serás quizá como el ángel a quien fue asignada la luz en el principio. ya nunca la clausura habitará tus miembros. Volando estarás, como la plegaria de los niños. Este es el designio que te fue otorgado. No podrás vivir así; atado a la tierra, tendrás que alzar voces sobre voces, luz sobre luz. Serás quizá como la voz primera que dijo «quédate, no te vayas», porque sintió la presencia necesaria, o tal vez como una eterna fuente que se desborda y abastece sin descanso en el larguísimo verano. Saltar y convertirse en aire; he ahí tu designio. Lo demás: exaltación. Ahora sabes tanto de nosotros. Podrías enumerarnos como a piedras distintas. Como a ramas cuyas flores se pigmentan sin voluntad pero por un hondo mandato que ahora ya comprendes. Definitivamente observas. Nosotros, que te tocamos antes de saltar, nos olemos los dedos. Tal vez a tu altura perdiste esta extensa dimensión de lo humano: el olor. En nosotros vibra aún la dicha de aquella tu coordenada equívoca. Somos imperfectos y te amamos de forma imperfecta. Todo en ti era proyecto. Y cuando lo supiste fue como si un juego último se te hubiera hincado en la piel. Las cosas estaban tan cerca unas de otras que el primero del año nació con tristeza. Serás quizá como el ángel primero que dijo «tú has de llamarte árbol, tú: piedra, tú: niño, tú: deseo». Y serás, más que ellos, piedra, y árbol, y niño, y deseo. He ahí tu designio. Por eso saltaste, porque comprender era una palabra que quedaba lejos, como el amor a las cosas. y todo se empeñaba en ser. Por eso saltaste. porque todo tenía tu nombre.

 

INCENDIOS

Graffiti Cartagena 2

 

 

Yo quería responderle algo, aunque no estuviera hablando conmigo sino consigo, o con nadie. No tenía intención de contarle a mi padre nada de aquello, y quería que ella lo supiera, pero no quería ser el último en hablar. Porque si decía algo, cualquier cosa, mi madre guardaría silencio como si no me hubiera oído, y yo tendría que vivir con mis palabras -fueran cuales fueran- tal vez para siempre. Y hay palabras -palabras importantes- que uno no quiere decir, palabras que dan cuenta de vidas arruinadas, palabras que tratan de arreglar algo frustrado que no debió malograrse y nadie deseó ver fracasar, y que, de todas formas, nada pueden arreglar. Contarle a mi padre lo que había visto o decirle a mi madre que podía confiar en mi absoluta discreción eran palabras de esa clase: palabras que más vale no decir, sencillamente porque, en el gran esquema de las cosas, no sirven para nada.

 

 

 

Ford, Richard. Incendios. Barcelona; Ed. Anagrama, 1991.

 

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PAN COMIDO

Dibujo 2

 

 

GALILEO SE QUEDÓ SIN SABERLO: TU VOZ TAMBIÉN ES REDONDA

El único camino que conozco para llegar hasta ti
es escribir esta historia.
No escribo sobre mí. Escribo desde lo que soy
sobre lo que podía haber sido o podrá ser.

Ejemplo:
Cuando le dije (hoy) que me gustaría estar sola
irme sola una semana o dos
no significaba decir te quiero menos.
Alejarme de él no. Alejarme de mí.
De mí cuando soy con él.
Yo tenía deseos:
hacer cada día diez kilómetros en bicicleta
y ciento cincuenta abdominales
bajar después a la playa a tirar piedras al agua
(mientras llegas), no verte llegar
dejar que los trastos se amontonen
como arena o algas secas, tumbarme en la cama
apuntar con el mando a distancia
y cambiar de canal más de cien veces sin pestañear,
levantarme en mitad de la noche
y escribir un poema que no hable de ti.
xxxxxxxx-Tienes la cabeza llena de pájaros.
Retiró el pelo de su cara y, sonriendo
la besó por primera vez.
xxxxxxxx-Te quiero con locura.
Si alguien te dice que te quiere con locura
cree a ciegas en sus palabras.
Sólo se puede querer si crees a ciegas que te quieren.

Los pájaros de esta ciudad se han vuelto locos.
Desde hace una semana
se dejan aplastar en los pasos de cebra.
Llegan en tropel y mueren en tropel.
Al principio los coches intentaban esquivarlos.
Colocaron agentes de tráfico en todas las esquinas.
Las autoridades han recomendado
que es mejor aplastarlos que provocar accidentes.
Los agentes han sido sustituidos por barrenderos.
Los niños no quieren ir al colegio. Los ecologistas
han comenzado a encadenarse a las señales de tráfico.
Los barrenderos han pedido mascarillas
guantes y asistencia psicológica.

¿Por qué cada mañana me despiertan mil aves
estrellando sus cuerpos huecos contra la persiana?
¿No detestan como yo el olor a sangre?

A seguir bien, te decía en cada despedida
y cada despedida era un dolor
de articulaciones desbaratadas.
La ciudad se llenó de señales.
Señal nº1: El mar. Una isla. Señales de humo.
Ya le dije que no quemara mis cartas.
Señal nº2: Me paso el día apostando si es que llueve
o si son las palmeras del jardín rozando las ventanas,
tú siempre ganabas, dice.
En casa sabes que siegues teniendo tu cuarto, dice.
He regalado los perros, ya no tienes excusa, dice.
Señal nº3: La lavadora no centrifuga.
Señal nº4: Calle cortada por obras.
Sentido obligatorio hacia abajo.
xxxxxxxx-Si alguna vez nos vemos no sabré cómo acercarme a ti.
Debo aclarar que no soy de nostalgias tremendas.
La mitad de mis recuerdos son inventados.
Ocurre que mis mejores pensamientos no los conoces.
Muchas veces pienso cosas que contarte
que se van estructurando en mi cabeza como un Tetris.
Momentos fugaces en los que mi cabeza funciona
y siento que piensa cosas buenas
lo que la gente llama intuición, creo.
Y se me transforma en aire, en humo.

Nunca escucha el despertador.
Si se despierta es porque nota el calor de su cuerpo,
el de él, separándose,
y los pies tanteando zapatillas en la oscuridad.
Cuando él sale del cuarto sin hacer ruido para no despertarla,
ella ya no puede cerrar los ojos.
El calor ha vuelto a su cuerpo
siente la vejiga punzándole, pero prefiere no moverse.
Las sábanas calientes, los músculos
dóciles y adaptados a la postura. Intenta ovillarse
encoge su cuerpo como plástico quemado
y trata de recordar el último sueño.
Oye a lo lejos la radio dando las primeras noticias
la cuchara removiendo el azúcar.
Es otra casa, es otro hombre, pero los ruidos son los mismos.
El estómago se le vuelve una bota de vino vacía y seca.
Se encoge aún más.
La radio anuncia temperatura y carreteras colapsadas.
Él entra (ella aprieta los ojos)
se acerca y la abraza por encima de las mantas, la besa.
Ella responde con movimiento de larva y le devuelve el beso.
Sabe que será la última vez.

Accidente doméstico #1
Resbalar en cuarto de baño y golpear mandíbula con lavabo
al intentar alcanzar albornoz. Pérdida de conocimiento,
hipotermia.
Accidente de tráfico #2
Fallo de dirección y/o frenos en curva muy peligrosa
tomada a 120 kms/h y con ´caída libre
de 325 mts sobre el nivel del mar. Con o sin airbag.
Abandono de hogar #3
Bajar de altillo maleta mediana, camisetas, caja de mimbre,
cámara de fotos, abrigo gris, cenicero azul.
Llaves del coche y tarjetas de crédito sobre la mesa.
Ninguna nota.
Suicidio #4
Diazepam y derivados de Benzodiacepina
(envase con 500 comprimidos de 10 mg)
más Stolichnaya Russian Vodka (40% vol 0,7 l)
no sin antes dejar cena lista para microondas.

Nunca escucha las llaves abriendo la puerta. Si se despierta
es porque nota los pies
desprendiéndose de los zapatos y el calor de su cuerpo,
el de él, acercándose en la oscuridad.
Cuando él entra en el cuarto sin hacer ruido para no despertarla,
ella ya no puede cerrar los ojos. El calor ha vuelto a su cuerpo
siente el corazón punzándole, pero prefiere no moverse.
Las sábanas calientes, los músculos dóciles
y adaptados a la postura.
Intenta ovillarse encoge su cuerpo como plástico quemado.
A lo lejos, sólo algún coche con el motor encendido
mientras compra droga al otro lado del puente.
El estómago se le llena de erizos. Se encoge aún más.
Él entra (ella aprieta los músculos), la abraza, la besa.
Ella responde con movimiento de larva y le devuelve el beso.
Sabe que será la última vez.
Discutimos dos veces. Una por la fuente de la etiqueta del buzón.
Otra por aquella mujer.
Estrellar un cenicero en el espejo no estuvo bien por mi parte
porque el cenicero no era de ella ni el espejo nuestro.
El casero nos cobró cinco mil
y seguimos durmiendo en la misma cama
pero más solos. Uno contra el otro.

El cuerpo no se equivoca. lo dije mil veces.
Y a mi cuerpo le dolían las articulaciones.
Mi cuerpo tumbado desnutría las sábanas
y soñaba calles de ciudades construidas con arena.
Me he bebido medio litro de vino
y mañana tiene que venirme la regla.
Sé que no es el mejor momento para decidir nada.
No obstante:
xxxxxxxx-Quiero que nos separemos.
A mitad del curry se lo digo, ¿y?
Risas locas de fondo. Murmullo de botellas y el mar tan cerca
sin llegar (a ponerse de mi parte).
Las luces de los barcos o la luna, después, en el retrovisor.
Quizá no me haya explicado bien.
Me descalzaría sin limpiarme los dedos en la servilleta.
Y me levanto.
Un salto pequeño y las plantes de los pies heladas.
Arena negra.
Sólo las luces de la bahía cerrándome el paso.
Cada año un metro menos.
Pueblos constelaciones si los miro sin gafas.
Y tú sentado acabándote el curry
mientras yo me alejo, pies (pájaro) de plomo.
La orilla limpia. Porque si no hay luz todo está limpio
para que los tobillos no sepan de peces condón
o aceite de las barcas.
Las piedras y yo resbalando movidas sólo por el frío.
Que te dejo para no volver
a mitad de una cena cualquiera. Sin preparar discursos
sin hacer lista de objetos, sin pedir la custodia de ningún hijo.
Hijo es el salitre que se me pega a las piernas.
hijo es esta luz negra
que me entretiene los ojos en el horizonte.
Hijo las estrellas en el agua
flotando como peces muertos de siete colas.
Como si el universo fuera agua, no sólo espacio.
Me haces señas. Distingo tus manos
desde aquí como si me acariciaras.
Que nos vamos, entiendo yo
y te miro sin comprender tu serenidad de barca varada
(llena de arena) donde un hombre sin camisa
prendió fuego a los espetos.
Las barcas no saben que navegan
ni cuando las echan al mar. Las barcas
siempre fueron árboles quietos. Ahora
fuego es lo que les mece el viento.
Pero siguen sin saber nada
Me faltan luces en las extremidades y sal en los ojos.
Y ningún mar es suficiente.
Arrastro los pies y me desdigo
ante el silencio de tu mano tendida. Y subo.
Te quejas sin mirarme
porque he vuelto a dejar el coche lleno de arena.
xxxxxxxx-Lo más profundo es la piel.
A veces me gustaría cerrar una puerta
como quien aplasta un mosquito.
xxxxxxxx-No sabes cómo me arrepiento de todo.
Carótida escarchada.
Me arrancó el corazón como una fruta de diciembre
y lo vi colgado de un hilo en el patio de un colegio.
Tú seguías vivo.
Y aún quedaba por llegar el invierno.
Me arrepentí, yo también, del tiempo
que pasó desde que nos conocimos hacia atrás.
Cero, vacío, nada. Ninguna historia en pie.
Ninguna ciudad. Ningún hombre.
Las fotos del álbum
postales del Cuadrado negro de Malevich. Todas.
Y llegó noviembre con patinadores sobre hielo
haciendo piruetas no ensayadas.
Resbalando los dedos
otra vez
por los lomos de los libros que no llegaré a leer
porque (ahora) todos estaban en blanco.
Volver como antes, no así. Yo tampoco.
Cerrar los ojos otra vez no. Amarte.
Despojada del cansancio y las obligaciones,
como no estabas podía amarte a mis anchas.
Y te amé.

Volver como el mar, que deja algas en la orilla
para que se sequen como reliquias.
Esto es lo que tengo, esto es lo que te doy
(aunque se seque) (lejos) de mí.
Al menos me dejaste la mesa de trabajo calzada.
No quería una tregua (yo)
ni siquiera tiempo muerto.
Tiempo, sí. Horas tumbado (tú).
Savia renovada en mis articulaciones.
xxxxxxxx-Te noto indiferente.
No era indiferencia, era arrogancia.
Por eso el primer día (llegué una semana antes)
dejé que abrieras todas las cremalleras.
Novedades no había. Sin respiración
ni sangre que donar. Infectada para siempre
desde la primera palabra (sabor) de tu boca.
Tinta china en tu boca pincel.
Ecos de acantilado cada noche
en la cama o en el suelo. Voz redonda.
No pareces (entonces) mi amigo.
Una vida para dos no es media vida.
Los dos intoxicados, de espaldas,
contra el último sueño (mío).
xxxxxxxx-No te vuelvas. Deja que acabe.
Mis neuronas, medusas de septiembre
no entienden por qué sólo una vida
y por qué precisamente sin ti.

 

 

 

Bono, Isabel. Pan comido. Madrid; Ed. Bartleby, 2011.

 

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