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NEMETON 6
ANTONIO MARÍN ALBALATE
PLEAMAR DE PALABRAS PARA UNA INMERSIÓN
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEls silencis en veu alta
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxi la música secreta
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxinunden la meva cambra.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPuja la marea.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPere Quart
Como un alto acompañamiento, vivo
Y veo la latitud de la sombra y su basto pelo.
Y así me ando por dentro, lejos de la luz,
En busca del niño azul aquel que asustado
Y delirante, entre el mercurio y el piramidón,
Solía morder la sal de la fiebre en invierno
Mientras su madre buena rezaba
Hincada frente a la imagen rota
De un Sagrado Corazón –Cor de Jesús,
Cor de Jesús, heus aquí el meu fill malalt…
Su madre, aquella mujer hecha de pan
De ángel, a menudo entregada a Santa
Bárbara junto a una llama flotando
En aceite, cuando el relámpago y el trueno
Hacían temblar los caminos por donde
El cartero peleaba, pedaleando
Sobre el barro, para poner en sus manos
Dulces cartas con matasellos de Barcelona.
Ah, el niño azul aquel -espíritu
De alambre, carne de psicoanálisis-
Siempre bajo la sombra de las estatuas,
Con lágrimas y pececillos
Para el acuario de su rostro.
(De eso hace ya tantas estaciones…)
Yo lo busco entre los nombres comunes
Al fango y al fuego por ese territorio fungible
De raíces agrias y venas de agua,
Y también a través de los adjetivos
Y los verbos más oscuros del poema.
Y en el recuerdo mismo de entonces
Cuando el mundo era una rebanada de pan tierno.
Y lo busco precisamente ahora
Que mi padre -como un oboe olvidado
Y muy frágil- va perdiendo estatura,
Mientras escarba -con luto en las uñas
Y sumergido hasta las orejas-
En este silencio mío tan lleno de plumas,
Sin tinta apenas para escribirlo.
Lo busco con un desamparo muy grande,
Por esa senda de la memoria
Que es el tiempo que pasa borrándolo todo.
Y hasta en la epidermis de mi padrepellejodeodre
Lo busco, cuando lo toco abriendo mis ojos y mis brazos
Al cielo para contar lo que me pasa:
«Heus aquí al meu pare solitari, massa malalt.
Pietat, deus de la tempesta, pietat, pietat».
Y así me sigo andando por dentro, lejos de la luz,
Y tan cerca de esta angustia oceánica
Llena de cetáceos y colmillos.
Y en tanto sigue subiendo la marea
Hasta alcanzarme, adviene al fin
Como los lieder de Mahler
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx-Eso me redime-,
Los versos y los acordes de un viejo
Vinilo que recuerdo escuchando cierta tarde junto a mi padre:
Unes gotes de lluna als ulls dels vells
ajuden a esperar la mort en pau.
ENRIQUE FALCÓN
NÚMERO CINCO
Abúlico. Jo
der.
Fue capaz de alumbrar los desastres
con apenas una rectificación de lobo en sus esporas.
Sin admitir apuestas. Sin
que pudieran verle
xxxxxxxxxxxxxxxxxcon la esquirla y el humo
de todos sus objetos.
Retuvo en el gran juego de rehenes azules
los discretos sobrenombres de todas las coristas;
allí: en los solares. Durante cuatro meses.
Para estudiar sus movimientos de raya eléctrica
a la aplicación del pentotal.
Para esconder sus avionetas de niños ricos, lastimados.
«Payasos».
Yo puedo imaginarle
bautizándose con ternura en los helechos del barrio
y cubriendo los naufragios al hartarse de arañas.
Sin saber aquello con la suficiente precisión,
descendió a las cárceles con su lazo de héroe.
Después fue su abulia, sólo luego,
y sus quince botellas estrelladas al mar.
NEMETON 5
ENRIQUE FALCÓN
RODEADO DE IMBÉCILES EN EL CENTRO PÚBLICO
Y desde luego cercado
en la misma inexacta raíz de los insectos
con que divide el mundo
para hacerlo estallar.
Es una orfandad de cosas que se mueven
y se desplazan despacio
sacan el daño del eterno vagabundo,
el de las llaves rojas
y su otra vez de esponja o niña muerta.
Soy la universal
matanza de las cien cabezas
y luego escribe, llama
el destrozo de los dientes en los cubos de basura.
Gesticula el presupuesto
de cada estallido, su impotente canal de panamá,
de sopas bobas,
desde luego cercado
xxxxxxxxxxxxxxxxxxen cada avenida
de su paso a niño roto
apenas me resta
acariciarle el rehén, despertar a sus insectos.
NEMETON 2
ANTONIO MARÍN ALBALATE
PALABRAS PARA RUTH CON MARCHA FÚNEBRE DE FONDO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(A Antonio J. Marín, mi hijo)
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEs el hombre un camino
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxbreve, dispuesto siempre hacia la muerte.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxJavier García Cellino
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxCuando pienso en la muerte
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxtemo la soledad del otro lado
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxMiguel Sánchez Robles
Todos los que van al cielo son frescos
porque el viento les sopla dulces canciones…
Esto dice mi hijo con cinco años y la boca llena de yoghurt,
Mientras va pasando las páginas de su cuaderno colegial.
Con cinco años, la muerte ni se ve ni se nota, Ruth.
Con cinco años, la muerte es tan sólo un sinónimo de viaje,
Algo así como un vuelo -eso piensa él-
De la mano de Peter Pan y Campanilla,
Hacia nubes de algodón coronadas de chocolate y fresa
Donde sentarse a divisar el universo de los seres y las cosas.
Con cinco años, la muerte -afortunadamente-
No tiene señorío alguno en su corta existencia.
Pero yo, en cambio, he visto ya demasiada gente
Entrando en ese silencio inmutable y aséptico de la nieve.
Amigos que creía de hierro dentro de su recia musculatura,
Y que nunca, Ruth, nunca usaron el tabaco, ni el alcohol,
Ni la 5ª de Mahler, ni el Trankimazín, ni el acto III
Del Ocaso de los dioses de Wagner.
Amigos que ya no volverán a darme su alegría
Con palmadas cariñosas en la espalda.
Y hermosas muchachas, ya polvo enamorado,
Que me dieron su amor en tardes que recuerdo
Entre tiernas guitarras rebeldes,
Compartiendo el vino y la esperanza
De aquellas cálidas tabernas de entonces,
Cuando la transición y la policía,
O sea cuando aún era posible creer.
Y comunistas muy queridos
Hablando de Marx y del Che.
Y algunos pocos políticos imprescindibles
Que ya son historia.
Y estudiantes y obreros
Caídos por la democracia.
Y tiros en la nuca,
Y muertos de bala y pancartas con lazos,
Y un minuto de silencio
Y decir ya basta.
Y muertos muy profundos
Enterrados en cal porque sí,
Y duras pintadas en las paredes
Y decir ya basta.
Y jóvenes compañeros de oficina
Que nunca podía imaginar en cajas así.
Y desesperadas viudas apartando coronas
A manotazos para dejarse las uñas y los dientes
En esa mala madera en la que el tiempo termina
Hurgando, al fin, para que entre la tierra
A trabajar la descomposición de los cuerpos.
Y rostros dulcísimos, como el de mi madre,
Que se me fueron de las manos y de los labios,
Casi sin darme cuenta, Ruth, casi sin darme cuenta.
Sí, demasiada gente, Ruth, amor, demasiada gente
Perdida por ahí, bajo la áspera quietud de los cipreses.
HOMENAJE A PÁRRAGA
De la revista de ‘La Puerta Falsa’ en homenaje a Párraga – Junio 1997
ANDRÉS GARCÍA CERDÁN
ELEGÍA EN PRIMAVERA
(EJANEMOH PARA PÁRRAGA)
…”es el animal del corazón atado que no aprende
que después de esta impecable ensambladura
y de este espejo cóncavo de soledad en que nos deformamos
habrá una nueva vez quién no lo sabe
ésa sí también para siempre como todas”
Jorge Enrique Adoum
Es tarde ahora. Las palabras
y los signos cruzan la sombra
porque nadie conoce a nadie
desde hace mucho tiempo. El sueño
y la luz se alzan a golpes
sobre un cigarrillo o un pájaro.
Alguien, sobre un papel, apura
la última hora de la noche.
Y hay aquí tanta madrugada,
que el pincel se contenta al darle
sangre o savia a una primavera
que gime asustada en el cuarto.
Un flexo deja que las llamas
hiervan sobre la mesa. Duerme
la ciudad. En el fondo, nadie.
Nunca valdrá tanto la vida
como esta noche y no será
nunca tan hermoso el sigilo
de quien persigue, sin saberlo
la muerte.
xxxxxxxxxxA puñados se escurre
en el cuadro una golondrina
débil, y a puñados se queja
de sus pecados el dolor
hasta ocupar el aire. Nadie.
Es inútil la cobardía:
dentro del lienzo las figuras
juegan un juego muy difícil
y en las puertas se cuelgan
llaves cerradas hace siglos.
Todo lo que estará
vacío un día se ha cubierto
ahora de nubes blanquísimas.
Es inútil esta tristeza
de dios que nos vuelve guiños
de payaso, huesos en broma.
Y es inútil el miedo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxEl lápiz
sigue clavando paraísos
bruscos. La mano intrépida
traza los círculos finales
del espejo.
xxxxxxxxxxHay un hombre,
y la oscuridad brilla en forma
de amanecer en la ventana.
Es inútil el mundo. Se abren,
sin embargo, almendros azules
otra vez, y otra vez se cierra
el nombre de los nombres, uno
y nueve, llegar, estar vivo
más allá del papel. Silencio.
ANTONIO MARÍN ALBALATE
TAN NEFASTA SUERTE
Entre palomas y pétalos de abril, buscando tu luz,
Entró, terrible, la fea, la sorda, la maldita,
La innombrable…
Venía a por ti la muy puta.
Te encontró despierto, en tus cosas.
Fue a traición y sin sentido.
De pronto se hizo la tarde en todos los relojes.
(¡Cuánta prisa, Dios mío, cuánta prisa!)
Tanto arrebato sorprendió a la mañana que, tristísima,
Se echó a llorar sobre tu corbata de Van Gogh.
Desolados, doloridos, imposibles,
Viendo cómo se oscurecía la primavera de Murcia
Quedaron tus pinceles aguardando esas manos tuyas
Tan llenas de genio y bondad.
Vanas son ya las palabras, es cierto, contra ese mundo
De verbo frío donde la fea, la sorda, la maldita,
La innombrable,
Sigue echando raíces.
Yo sólo quería decir que ni tu persona,
Ni lo mucho que te quedaba por pintar,
Merecían tan nefasta suerte, maestro.
MÁS INCENDIOS
Hay veces en que tienes que hacer algo que no está bien sólo para saber que estás vivo.
Ford, Richard. Incendios. Barcelona; Ed. Anagrama, 1991.
FÁBULA 23
Carlos Martínez Aguirre
CUANDO EN LO ALTO
Cuando en lo alto
no existían aún las dimensiones
ni el espacio, ni el tiempo,
en el Primer Instante,
los dioses se agolparon sorprendidos
sobre el súbito aroma del hidrógeno.
La llegada de aquello
anunciaba el comienzo del ocaso.
REFLEXIONES ROBÓTICAS (AÑO 2093)
De la prístina rosa
sólo nos queda el nombre.
Ese nombre desnudo
que es el signo y el alma de las cosas.
POÉTICA POSTATÓMICA
Yo creo en las palabras sagradas del Rig Veda:
“la luz que nos alumbra, es la luz que pasó.”
El universo vuelve, como vuelve una rueda,
pero el cosmos palpita, como tú y como yo.
No temas que por ello esté fijo el destino.
Poco importa qué senda dejaron nuestras huellas.
Lo que sé es que si hay algo que nos marque el camino
no se encuentra en el barro… ¡Se encuentra en las estrellas!
Somos el universo que se piensa a sí mismo,
como un viejo marino que busca el septentrión.
Que mis versos no sean un grito hacia el abismo
sino el rayo de un láser orientado hacia Orión.
EPITAFIO AL DR. VAN HALEN
Nuestro Dr. Van Halen ya reposa aquí muerto.
Guárdale, caminante, una última mirada.
Su capa, su monóculo, su linterna apagada,
ya no recorrerán las tierras de lo incierto.
El profesor Van Halen nunca estuvo tan muerto.
¿O quizá sí lo estuvo? Yo lo vi en su mirada,
cuando me habló en San Marcos del numen de su amada
vi llorar al león sangre del Juramento:
“Hellen no volverá, pero sé que el barquero
no tomará en sus manos mi moneda marcada.
Como sombra imposible de un sueño que se aferra
a amar a una Quimera, recorreré el sendero
y en él esperaré por siempre su llegada…”
O, carissime amice, sit tibi levis terra.
UN ROBOT NO ENVEJECE
Un robot no envejece
y ni siquiera tiene sentimientos.
Su mente positrónica se rige por tres leyes:
“Proteger al humano.”
“Obedecer sus órdenes
(siempre que no interfieran
con la primera ley.)”
“Protegerse a sí mismo
(esto es, al robot,
siempre que no interfiera
con la primera ley o la segunda.)”
Un robot no comprende
quién programó este mundo, tan contrario
a las leyes robóticas.
EPITAFIO MR. SPOCK
Hoy he visto el espíritu errante de un vulcano:
aquel Mr. Spock, el grave tripulante
de la nave Enterprise. Y allí vi en su semblante
lo mejor de su mundo, lo mejor de lo humano.
¿Qué ley del universo equivocó tu arcano?
¿Qué ciencia postatómica adelantó el instante?
Tal vez la interferencia de un número constante
transmutó en laberinto tu tránsito andoriano.
La sangre verdemar ya no corre tus venas.
Tu razón imparable no computa distancias.
Spock, -aunque sea ilógico-, perdido en las arenas
de esta playa que somos del mar de las galaxias
rezo por ti a mi Dios y yo sé que, distante,
escuchas mi oración y piensas… ¡Fascinante!
SUEÑO DE ESTOICISMO
Con cantos de sirena hice afinar mi lira
y escuché las preguntas de mi esfinge interior.
Di espinas a la rosa, valor a la mentira,
naufragio a la tormenta y cuerpos al amor.
Sentí del marinero el vago desengaño
de un cielo sin estrellas, de una noche sin luna
y en islas ignoradas viví como un extraño
sin apretar la mano de la diosa Fortuna.
En busca de la fuente de mis propios latidos
hice correr mi pulso con vigor de centella
mas perdí la consciencia vital de mis sentidos
en el eco infinito que eterniza su huella.
Cansado de mí mismo, de vuelta de mi lodo
desaprendí el secreto del sagrado temblor:
Los dioses están cerca, le tengo miedo a todo,
la muerte es el pecado, la vida es el amor.
MAR DE AZAFRÁN
La luz se duerme sobre lo que existe
insensible al transcurso de las horas.
Una gota de azul entre tus ojos,
un corazón desenredó mis años.
El tiempo se confunde: no distingue
el trigo de un puñado de naranjas,
y todos somos puertas en la vida
ávidos de encerrar la primavera.
Pero hay campos de nardos en tus senos,
hay mosto entre tus labios, hay espigas
copiadas sobre el oro de tus piernas,
hay un mar de azafrán, hay esmeraldas
prendidas de tu pelo, hay la bandera
victoriosa en los campos de tu cuerpo.
CARMEN BELTRÁN FALCES
LOS HOMBROS DE LOS GIGANTES
Ser bueno era un problema.
Muy grave si lo eras en muchas cosas.
Todos esperaban que cayeses,
que fallases estrepitosamente.
Un fracaso que evidenciara
esa imperfección que tú ya conocías.
Tu punto débil.
Rabiaban por conocerlo.
Te enfermaba su hipocresía
pero te aterraba estar solo.
Y te dejaste devorar por ellos.
Caíste.
Dejaste que te superaran
las veces que fueran necesarias
para lograr que te tuvieran
más pena que envidia.
No volviste a levantar la cabeza.
Pero tampoco volviste a estar solo:
los hombros de todos
los triunfadores a los que aupaste
aguardan a que llores en ellos tu fracaso.
NEREA FERREZ
LA BELLA Y LA BESTIA DEL SIGLO XXI
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLa belleza existe, pero a veces está distraída.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEva Alejandre Villate
Tus ronquidos se oyen desde el cuarto de baño
mientras trato de eliminar tu olor en mis pestañas,
ese aroma a sudor y cigarro
que tanto me molesta
pero del que, parece ser,
no quiero desprenderme.
He terminado por acostumbrarme a esas pequeñas cosas
que nunca creí poder superar
como tus calcetines tirados por el suelo
o la manía que tienes de morderte las uñas casi hasta la raíz.
Supongo que la convivencia del día a día,
las peleas a gritos
por el dominio del mando
en una casa que no es nuestra
sino del banco,
los abrazos callados bajo las sábanas,
los sábados eternos arropados por la oscuridad,
los lunes de ojeras y malas caras,
las sonrisas tras cada aguja del reloj
y los besos que nos regalamos a escondidas
me han hecho verte como lo que nunca creí querer
un compañero
que me quiera incluso sin maquillaje ni zapatos de tacón
y no un príncipe azul
que me abandone por su caballo blanco
en cuanto asome la primera luz del día.
JUAN PEDRO APARICIO
METALITERATURA
xx-Doctor ¿le puedo hacer una consulta telefónica?
xx-Claro.
xx-Soy el escritor que prepara un libro de trescientos treinta y tres relatos cuánticos, ¿se acuerda?
xx-Perfectamente. Usted soñaba que se hundía a sesenta y cinco metros de la orilla cuando nadaba huyendo de un naufragio.
xx-Exacto, doctor.
xx-¿Y qué le pasa ahora?
xx-Lo mismo, doctor. Ahora me hundo a cuarenta y cinco metros de la orilla.
xx-Dígame una cosa: ¿cómo se le ocurren las ideas para los cuentos?
xx-Mientras paseo con mi perra por el monte, un largo paseo de hora y media. Llevo una libretita y un lápiz y voy anotando cuanto se me ocurre.
xx-Pero estos días de atrás que ha llovido tanto ¿no ha interrumpido su paseo?
xx-Sólo cuando ha diluviado.
xx-De ahí el sueño del naufragio. Lo que le angustia es que no pueda acabar el libro por culpa del agua.
xx-¿Usted cree?
xx-Ya verá cómo, cuando salga usted de nuevo al monte, se le vuelven a ocurrir ideas. Ya no le queda nada.
xx-Cuarenta y cinco metros. Digo, cuarenta y cinco cuentos.
xx-Suerte, amigo. Y anímese que estoy deseando verle llegar a la orilla.
xx-¿Sabe, doctor, que a esta conversación que usted y yo tenemos los estudiosos lo llaman metaliteratura?
xx-¡Qué bueno! Porque usted, cuando escampe, va a llegar precisamente a meta, ¿no tiene gracia?
xx-Gracias, doctor. Me ha animado mucho.
NOVELA DE PERDEDOR
xxEl multimillonario Norte, deseoso de vivir nuevas emociones, tuvo el capricho de experimentar la gloria literaria. Habló con sus consejeros y decidió comprar el manuscrito de un autor cuya carrera estaba en serio declive mediático, con problemas incluso para encontrar editor. Las condiciones del contrato eran por demás leoninas. Norte figuraría como autor exclusivo. Gregorio Bauzá, que ya esperaba muy poco de la literatura, aceptó con mucha más facilidad que una madre se desprende por dinero de su hijo biológico.
xxEl libro se titulaba “El muladar de las esperanzas”. Era extenso y de difícil lectura como todos los de Bauzá, pero, promocionado por las empresas mediáticas de Norte, vendió siete ediciones y se tradujo a varios idiomas en sólo unos meses.
xxEl libro era de verdad espléndido. Y Norte los disfrutó mucho. Su prestigio social aumentó de manera notable. El presidente del Jurado que le concedió el Premio Nacional de Literatura escribió: “Lo que más sorprende es comprobar cómo desde esa cúspide de la sociedad en la que vive Norte puede llegar a conocer con tanta minuciosidad y sentimiento el alma profunda de los perdedores”.
ADÁN Y EVA
xxEl Nobel Alfred Cambridge, a sus más de noventa años, tenía conocimientos profundos sobre casi todo, de modo que su muerte sería una pérdida irreparable. Lo convencieron para que en el momento final dejase que sus neuronas se volcaran en un ordenador que llevaría su nombre. Así se hizo y todo fue bien durante algún tiempo. Era como tener al propio sabio entre nosotros.
xxTodos los días a la hora del desayuno se le escaneaban los periódicos y se le informaba de las nuevas publicaciones de libros y revistas científicos. Cambridge seguía leyendo y seguía opinando con el mismo juicio sereno del que había hecho gala en vida.
xxUn día, en que supo que la escultural bailarina Jeanette Duval había sufrido un accidente que la tenía a las puertas de la muerte, pidió que se hiciera con ella lo mismo que se había hecho con él.
xxHubo dudas y discusiones hasta que Cambridge se negó a permanecer activo si no se realizaban sus deseos.
xxPoco antes de que la pobre Jeanette muriera sus neuronas se volcaron en un ordenador. A continuación Cambridge exigió compartir cuarto con ella y que les dejaran pasar las noches a solas, sin la presencia de funcionarios ni vigilantes.
¿VENGANZA POST MORTEM?
xx¡Qué duro es morir así, con las ansias de venganza intactas!, pensaba el brigada Ignacio Tébar ante el pelotón que le iba a fusilar, víctima de la intriga de su propia esposa y el sargento Vilorio, a quien había considerado su mejor amigo.
xxCuando el jefe del pelotón levantó el sable el suelo tembló. Para Ignacio Tébar fue una trepidación, para el pelotón una caída, pues el suelo se hundió bajo sus pies. A la vista quedó uno de los fusiles. Tébar lo tomó y corrió a las dependencias del Regimiento.
xxSin que nadie lo detuviera se apresuró escaleras arriba, atravesó corredores, cruzó el gimnasio y llegó a la residencia de suboficiales. Allí estaban los adúlteros, desnudos y asustados con la lámpara desprendida del techo sobre las piernas.
xxA él le disparó en la cabeza, a ella en el pecho, apuntó al pezón izquierdo; luego, sin abandonar el arma, volvió a la carrera al patio. Dejó en el suelo el fusil y volvió a colocarse de espaldas al paredón. Un temblor gemelo del anterior, pero de fuerza contraria, restauró los suelos, vomitando al pelotón de soldados a la superficie.
xxEl oficial dejó caer el sable y Tébar fue fusilado mientras, su mujer y el sargento Vilorio se refocilaban en su vivienda de la residencia de suboficiales.
EL AMOR ES COSA DE DOS
xxEra una vaca hermosa, con muy buen cuerpo y unas ubres firmes. Sin embargo no aceptaba al semental que le habían llevado para que la cubriera. Se resistía con tal fuerza que sus dueños temieron que se hiriera o que hiriera al toro.
xxEl veterinario que la visitó opinó que era un caso raro, aunque mejor ser prudentes y llevarla otro toro, recomendó. Pero una y otra vez se repitió la escena. “Reacciona como si la fueran a violar”, comentó el veterinario desalentado.
xxSus dueños no sabían si sacrificarla o venderla. Para ver qué pasaba la llevaron a la feria de San Andrés, en Lot, uno de los mercados de ganado más importantes del noroeste.
xxAtravesaron con la vaca la mayor parte del recinto. Sus formas perfectas y su andar cadencioso llamaban la atención. Llegado un momento se negó a seguir. El dueño pugnó con ella y le dio unos varazos airados. Entonces reparó en el toro puesto a la venta allí al lado. “¿No se me habrá encaprichado con éste?” -exclamó el hombre.
xxY así era. Allí mismo comprobaron que la vaca aceptaba sin problemas, antes bien con mucha complacencia, las arremetidas amorosas de aquel bicho retinto que no era, por otra parte, gran cosa.
PREGUNTAS INTELIGENTES
xxAcabada la conferencia, se había abierto el coloquio y, tras un breve intervalo, un hombre levantó la mano desde una de las primeras filas. Acto seguido el laureado escritor se esforzó por hallar una respuesta satisfactoria a aquella serie encadenada de preguntas. Tomó primero una dirección recta por la que se lanzó con un buen montón de palabras, luego entró en una curva ascendente por la que sus palabras iban de revuelta en revuelta en medio de una niebla cada vez más espesa. Finalmente, antes de caer en una sima, se detuvo. El hombre, insatisfecho, hizo otra pregunta igualmente brillante, muy bien escoltada por algunas palabras previas. El laureado escritor se preparó para transitar otro buen tramo por aquel puerto oscuro y algunas personas comenzaron a irse. Nadie lo tomó como un reproche dirigido al conferenciante sino a su interpelador.
xxLuego, en la cena que siguió al acto, el laureado escritor elogió, con la cortesía de que siempre hacía gala, la agudeza del interpelador. Pero el concejal de Cultura y Deportes o el rector de la Universidad o los dos a la vez hicieron un gesto de desprecio o de lástima. “¡Pobre Julianín!” Está como una cabra -dijeron- siempre quiere dar la nota.
EL ÁNGEL DE LA GUARDA
xxAlberto Sarriá era un escéptico que, sin embargo, creía en el Ángel de la Guarda desde que una madrugada alguien enderezó de súbito el volante de su coche y evitó que chocara contra una farola. Pasado el susto, aquel inusitado copiloto se presentó a sí mismo como un viajero del tiempo que llegaba del futuro, un descendiente suyo cuya llegada al mundo dependía de que Alberto tuviera algún hijo, lo que todavía no había ocurrido. A partir de ese día la indolencia de Alberto fue una provocación constante, convencido de que hiciera lo que hiciera el viajero del tiempo le salvaría en el último momento. Si iba a bañarse en el mar, elegía las zonas más peligrosas, si bebía no tenía moderación y en las discotecas formaba broncas y se metía en peleas.
xxUna noche, de regreso a casa, después de haber perpetrado toda clase de barrabasadas, Alberto tomó la autopista en sentido contrario. Iba a ciento ochenta kilómetros por hora. “¿Estás ahí, pequeñín?” -así llamaba Alberto al viajero del tiempo-. El viajero se li hizo una vez más presente, pero se esfumó enseguida, un instante antes de que el coche se estrellase contra un camión cargado de bobinas de acero. “Ahí te quedas -dijo a modo de despedida-. No puedo decir que haya sido un placer conocerte. Pero debes saber que, de los cinco que habéis violado en pandilla a esa pobre chica, tú, precisamente tú, has sido quien la ha dejado embarazada”.
EL GENIO DEL CAJERO
xxMr. Champeau trataba de extraer dinero de su cajero automático cuando un hombrecillo de aspecto difuso le tocó en el hombro. “Soy el genio del cajero automático -le dijo-. El azar te ha elegido para que te haga entrega de esta tarjeta. Puedes hacer uso de ella a voluntad. Siempre habrá más dinero en tu cuenta. Ahora bien, ten presente que por cada cien euros que saques morirá un hombre en la China”. Y, en diciendo esto, desapareció.
xx¡Pobre Mr. Champeau! ¡Cuántas dudas antes de decidirse a utilizar la tarjeta! Pero, una vez que sacó los primeros cien euros, su conciencia se embotó. Sólo veía el aspecto grato de su acción, a pesar de que una epidemia de neumonía atípica se había desatado en China. Y, aunque las autoridades ocultaban la verdadera cifra de los muertos, a Mr. Champeau le bastaba con repasar las extracciones que había realizado en su cajero automático para saberla: un millón y medio de euros igual a quince mil chinos muertos.
xxLas noticias cesaron y Mr. Champeau empezó a pensar que todo había sido una coincidencia o un sueño. Sin embargo, su crédito seguía siendo ilimitado. Se compró dos nuevos pisos en París, una finca en el Mediodía, un hotelito en St. Tropez. Y nada dijeron los periódicos de más muertes de chinos.
xxLlevado de su curiosidad, viajó al Oriente. Estuvo en Tailandia; en Vietnam; también en Singapur, donde se fotografió junto al león de piedra del puerto. Finalmente arribó en la República Popular China por Shanghai. Ya en el cajero del aeropuerto sacó mil ciento diez yuanes, equivalentes a cien euros y en el momento de tocar el dinero comprendió su error. Sintió un dolor intenso en el brazo izquierdo como si un estilete de acero le horadara la arteria hasta alcanzar su corazón. Supo que se iba a morir de un infarto y recordó que el genio del cajero no le había especificado que los muertos en China tuvieran que ser necesariamente chinos.
CARISMA
xxEl hospital tenía el inconveniente de su alejamiento, a cambio el paraje en el que se asentaba, de suaves colinas y prados verdes con alguna mancha boscosa, era paradisíaco. Peter Oblondi, un italiano del Piamonte, muy rubio y de ojos azules, era el jefe de catering y además, en horas libres, cortaba el pelo a cuantos trabajadores ingleses o extranjeros requiriesen sus servicios. Por cada servicio cobraba diez chelines. Oblondi, muy sociable y comunicativo, sabía encontrar para cada uno la palabra adecuada. Casado con una compatriota, tenía dos hijos, un buen coche y una buena casa. De cuando en cuando, ligaba con alguna estudiante de enfermería, de las que también vivían en los pabellones, más de lo que cualquier otro trabajador que no fuera médico podía siquiera intentar.
xxUn día llegaron de Londres instrucciones de desmantelamiento. El personal que lo deseara sería indemnizado, el resto trasladado a otros hospitales. Obondi no cambió de humor, el enviado de Londres para dirigir el desmantelamiento, aceptó una invitación suya para cenar en su casa. Mr. Lamers en solo una semana había cautivado a todo el personal. Había sido piloto en la batalla de Inglaterra y era un hombre abierto y simpático. Con todos hablaba y por todos se interesaba, de modo que las negociaciones se desarrollaban con mucha suavidad.
xxJimmy López, uno de los electricistas del hospital, de quien algunos decían que era gibraltareño, otros que sevillano, moreno, alto, con bucles negros cayéndole por la frente, la mirada ardiente, y siempre silbando, incluso cuando saludaba, no podía ver a Peter Oblondi.
xxMr. Lamers murió de la noche a la mañana de un ataque al corazón. La consternación se apoderó del personal. Buena parte, con Oblondi a la cabeza, se desplazó a Londres al entierro, no así Jimmy.
xxA la mañana siguiente el trolley que empujaba Oblondi tropezó con la escalera de madera en la que estaba subido Jimmy. Oblondi se excusó de palabra y con una sonrisa, pero Jimmy le golpeó en la cabeza con su caja de herramientas y le dejó malherido.
xxA Jimmy lo detuvieron y Oblondi, desde la cama del hospital, lo disculpó. “Se lecruzaron los cables”, dijo. Jimmy lo consideró una nueva ofensa. “La próxima vez no fallaré, ese hijo de puta a mí no me engaña”.
LAS MÁSCARAS
xxUna vez más había vuelto ala ciudad de su nacimiento para dar una conferencia sobre algunos aspectos de su obra narrativa que había titulado “Buriles para tallar el tiempo”. Luego, en compañía del alcance, dos profesores de Universidad y un escritor joven que al final de la intervención hizo unas cuantas preguntas, había bebido un buen vino de la tierra y había cenado acaso algo más de lo conveniente. Le dejaron por último en su hotel, en las afueras, un edificio recién estrenado con más de diez plantas y casi trescientas habitaciones.
xxSe acostó pero no podía dormir. Se levantó y abrió el balcón. Hacía frío pero lo aguantó. Miró a su ciudad, al valle completamente edificado donde había nacido, en una elevación de terreno entre dos ríos. ¿Por qué la quería? O dicho de otra manera: ¿Qué es lo que amaba de ella? Sus abuelos, sus padres habían desaparecido, incluso la casa donde había nacido ya no existía, en su lugar un alto edificio irreconocible. ¿Qué amigos verdaderos tenía allí? Sintió un escalofrío. ¿A quién podía llamar en esta ciudad, en su ciudad, a estas horas de la noche para disipar su angustia? Necesitaba alguien que le escuchara, no en conferencia sino en amistad. El alcalde, que tan amable había sido honrándole con su presencia en la conferencia y en la cena, no había hecho, aún en el exceso, más que cumplir con su trabajo. Y lo mismo, los dos profesores. Acaso uno de ellos, Aurelio Cejador, se prestaría a levantarse de la cama y vendría a hablar con él o aceptaría dar un paseo por las calles, ahora bajo el frío helador de la madrugada. Recordó, sin embargo, que le había comentado que tenía que madrugar para salir de viaje, y ese inconveniente adicional incrementó su angustia. Pensó entonces en el joven escritor, acaso el más dispuesto a acompañarle, pero lo descartó por la vergüenza de mostrarle su debilidad, mayor en el caso del joven…
xxLos periódicos no pudieron recoger la noticia sino hasta el día siguiente. “El escritor Arturo Cancelar se había asomado al balcón de su habitación en la planta séptima de un hotel de las afueras y se había caído a la calle a causa de un desvanecimiento repentino. La noche anterior, después de una conferencia, interesante como todas las suyas, a la que asistió numeroso público, cenó en compañía del alcalde y algunos amigos, mostrando siempre muy buen estado de ánimo”.
xxY seguían varias páginas de información en las que se valoraba muy encomiásticamente la obra de Cancelar.
FINAL
xx-Doctor, ¿se acuerda de mí? Soy el escritor que preparaba un libro con trescientos treinta y tres cuentos breves, brevísimos y extraordinarios y que se atascó dos veces. Pues bien, he acabado el libro, pero me extraña que ahora no se me ocurra ningún relato más.
xx-Lo recuerdo. Usted soñaba con que al llegar a muy pocos metros de la orilla se ahogaba. Vimos que el agua representaba la lluvia diluvial de aquellos días que, al impedirle el paseo diario con su perra, no le permitía tener ideas, pues se había acostumbrado a tenerlas estimulado por ese paseo. Ahora ha acabado el libro. Se había propuesto una meta y la ha logrado. No sea usted pesado. No se puede nadar en tierra firme, que eso es lo que parece pretender usted ahora. En tierra firme hay que caminar. Quiero decir: prepare usted otra cosa, otro libro, otra novela. Ya verá como de nuevo se le llena la imaginación.
xx-Así lo haré doctor.
FÁBULA 22
Enrique Álvarez
DESESPERANZA CRECIENTE
xxPronto va a hacer quince años que se casaron mis padres, y las esperanzas de que me traigan al mundo son cada día menores. Es triste decirlo, pero mis padres han dado un cambio nefasto en los últimos tiempos. De su generosidad inicial a su egoísmo y racanería de hoy media un auténtico e inexplicable abismo.
xxRecuerdo perfectamente cómo, durante su noviazgo y primeros años de matrimonio, soñaban con engendrar no menos de cuatro hijos. Recuerdo la ilusión, el amor y -por qué no- también el placer de sus primeras prácticas conyugales a la hora de la siesta.
xxMi hermano Matías tardó casi dos años en venir al mundo. La matriz de mi madre no estaba aún lo bastante formada y fue un parto con muchas complicaciones. Por aquel entonces el negocio de mi padre -una joyería modesta- atravesaba momentos tan agobiantes que, meses después de nacer mi hermano, contrajo una grave neurastenia que le tuvo casi un lustro incapacitado para cualquier tipo de actividad. Sólo la impagable ayuda de tía Veli -la hermana soltera de mi madre- evitó el hundimiento de la joyería y la ruina absoluta de la familia.
xxSin embargo, pasado aquel lustro, las cosas comenzaron a rodarnos mucho mejor de lo que nadie esperaba. No sólo el negocio disparó en poco tiempo los beneficios, sino que tanto la salud de mis padres como la naturaleza vigorosa de Matías parecieron desterrar para siempre del seno familiar toda sombra de inquietud.
xxFue entonces cuando yo me dispuse a nacer en cualquier momento. Pues, aunque mis padres continuaron aplicando por pura inercia -sin intención alguna de evitar el embarazo- el método de Billings en sus prácticas maritales, yo me sentía totalmente seguro del acaecimiento inminente de mi concepción, y más considerando mi condición de segundogénito. De modo que, durante largo tiempo, me apliqué con delirio al placer de saborear por adelantado una vida que yo auguraba fructífera y sobresaliente. Incluso, en mi euforia, llegué a elegirme un nombre precioso para mi persona: Damián.
xxPero he aquí que, inexplicablemente -repito-, siete u ocho años después la realización de mi sueño aún no se ha visto cumplida. No haré recaer toda la culpa sobre mi hermano Matías, pero estoy convencido de que él es la causa fundamental del desánimo de mis padres. Siendo un niño saludable y robusto, ha resultado sobremanera rebelde y caprichoso, y a una edad demasiado temprana ha venido ya a demostrar su completa carencia de rasgos creativos, interesantes o simplemente agradables.
xxPero insisto en que la decepción de mis padres respecto a su obra progenitora no hay que achacársela sólo a esta mediocridad precoz del pequeño Matías. Pues lo cierto es que, aun sin un propósito firme de excluir para siempre a otros hijos, quizá por mero afán mimético o bien por otras razones que prefiero no mencionar, desde hace una temporada mis padres han comenzado a abandonar el método natural de copulación y se entregan cada vez con mayor frecuencia a cierto tipo de ejercicios sexuales, abominables y estériles, que ponen de manifiesto una sequedad preocupante de juicio.
xxY así es como hemos llegado a la situación actual, a cinco años o menos de la menopausia de mamá, con la salud de papá nuevamente deteriorada -a pesar de la prosperidad económica-, con mis esperanzas de llegar al mundo cada vez más sombrías. Pues a lo dicho debo añadir (sin que el miedo a presumir de arrogante me frene) la cesión que de mi derecho a nacer en la próxima fecundación he efectuado a favor de mi hermana Natalia, la que me sigue en el orden generativo. Aún si despedirme del todo de las ilusiones inmensas que la vida me produce, quizá la ternura me ha movido a comprender de algún modo la superioridad de las ilusiones de Natalia, mi deber moral de dejarle a ella el disfrute de esta esperanza ya mínima (que para eso es mujer), sin descartar tampoco la posibilidad remota de que una fecundación doble nos permitiese nacer a los dos juntos como hermanos gemelos.
xxDe cualquier forma, el presentimiento de que nuestro padre no podrá sobreponerse ya nunca a su actual recaída, nos lleva a contemplar con escepticismo creciente estos cuatro años que quedan, y nos vemos ya condenados (con el único consuelo del inmenso y fraterno cariño que no une cada vez más a Natalia y a mí) a lamentar por los siglos de los siglos el egoísmo, la mezquindad y la feroz falta de imaginación de papá y de mamá.
FÁBULA 20
ANTONIO RIVERO TARAVILLO
TU VOZ Y TUS RELATOS me descubren
hálitos de un pasado que regresa
como ondas que atraviesan la acequia.
En las palabras tuyas, la memoria
del asombro infantil ante las pinzas
del arisco alacrán, los paseos
a la sombra solar de las palmeras,
la jofaina, los dátiles, el mimbre,
el plácido fastidio de la siesta
o el perfume de la alta madreselva.
Tus primos, las muchachas, los mayores
bajo la luna hablando, el embeleso,
los sueños de tus noches de verano…
Te escucho como un árbol a su lluvia.
Hablas de ti y me nombras sin saberlo.
NACE EN TUS PIES la aurora y se levanta.
Se esconde su poniente en tus cabellos.
Tu carne es un fulgor, unos destellos.
Tu luz es una música que canta.
Tu luz es la materia que me imanta,
oro que atrae mi hierro hacia los bellos
hontanares de tu cuerpo, y desde ellos
proclamo mi vivir por tu garganta.
La lava de tu sed contra la mía
me empuja hasta abrasarme, y no me sacio
de dar muerte a mis labios que iluminas.
Limita tu perfil tu claro espacio
y siempre es en tu vientre mediodía.
La noche empieza allí donde terminas.
ESTA TARDE de alcohol y misticismo
la mesa camilla nos reúne;
su oscura intimidad gozan las piernas,
dialogan las rodillas en su idioma.
Las cartas del tarot, desparramadas,
nos dicen que el futuro se retrasa.
También lo callan, juntos, nuestros labios.
Incienso y gregoriano nos acercan
al dios que unos minutos es el otro.
Caen ropas al son de las caricias.
Sobre la alfombra son prendas vacías,
unida vestimenta de un cuerpo tan sólo:
el nuestro que ahora está, nuevo Narciso,
amándose a sí mismo sobre el lecho.
QUIERO ENTRAR EN EL CLAUSTRO callado de tu vientre,
ser la luz que traspase su hondo compás, abriendo
la vela que lo tiñe con tonos irreales
de esa luz amarilla que se posa en las losas
de mármol que vetean mil hilos de tu sangre.
Quiero colmar mi sed de luz siempre fogosa,
beber en la honda fuente que en tu interior rezuma.
Quiero dormir mi luz en tu quietud sin nadie.
En tu oscura soledad quiero poder ser sombra.
A NADA le encontramos el sentido.
Creemos entonces que el mundo está mal hecho
y vamos por ahí con nuestras quejas
diciendo que la vida es algo horrible.
Así es, es cierto, hasta que un día
del todo diferente a los demás
en unas piernas de mujer se hace palpable
la tersa perfección de lo creado.
¿Dijimos que la vida es algo horrible?
La mano, acariciando, se retracta
en nombre de la boca que desea
reparar con el beso su blasfemia.
DOS VERSIONES DE UN MISMO POEMA
xxI
Tu mano desolada en el andén,
tu cuerpo en el andén, en la estación,
en esa ciudad gris que detrás queda,
en un país que estuve aquel verano
más breve que los otros de mi vida.
Allí regresa a veces mi memoria
volviendo a los lugares y a los hechos:
las cerradas cortinas, y tu blusa
de par en par abierta a nuestro amor,
aquel sonrojo tuyo al desvestirte,
aquella inexperiencia deliciosa.
Y fue sencillo al fin eso de amarse,
y aún mucho más bello descubrir
que fuimos más humanos desde entonces,
que fuimos desde entonces más divinos
unidos o escindidos, como ahora.
Y tres años después de aquella historia
de épica de besos y paces de mordiscos,
montado en este tren sobre raíles
que son labios que no encuentran su beso,
observo este vagón de pasajeros:
asientos vacíos, estatuas huecas
de tu ausencia, que nunca me abandona.
xxII
Península brumosa, en la tristeza,
en cinco finisterres el adiós.
O’CAROLAN
Me acuerdo de la Irlanda que no hemos conocido
porque un arpista ciego esta noche nos llora.
A pesar de los siglos y las tierras en medio;
a pesar del alcohol que mis ojos empaña.
Porque un arpista ciego esta noche nos llora
con una melodía tan triste como hermosa,
tan bella como el lago que en tu risa hubo un día.
Con sus dedos recorre las cuerdas de tu ausencia.
Son látigos las cuerdas y cuerpo la memoria,
y la música es siempre un suplicio aceptado,
compases más punzantes cuanto más te recuerdo
porque un arpista ciego esta noche nos llora.
Me acuerdo de la Irlanda que no hemos conocido,
florida como mayo cuando besa las zarzas.
Por eso me conmueve con su música el bardo,
y bebo, por ejemplo, porque tú no estás cerca.
Porque un arpista ciego esta noche nos llora
y sus ojos nos miran porque tú ya no estás.
Porque ya nada queda y sus ojos nos miran.
Cuando yo nada soy, porque soy tu carencia.
TEDIO
Despacio se consume tu vivir,
a ritmo perezoso marcha el tiempo
y aún tu vaso está todo vacío.
Persiste su cristal en el que nunca,
por mucho que lo observes, hallas nada
que abrace su pared y llene el hueco.
No mengua con los años ese hueco
que va dando su forma a tu vivir.
Tú ya sabes que no sirve de nada,
que sólo es una pérdida de tiempo,
quimera que no puede darse nunca,
cegar de alguna forma ese vacío.
Discurre por tus venas el vacío
y en medio de tu pecho late un hueco.
Así constantemente. Siempre. Nunca
conoces otro modo de vivir.
Al compás que tú mismo, al mismo tiempo,
se va espesando en ti, densa, la nada.
En tu mar solipsista boga y nada
un torpe cascarón, un pez vacío
que hace singladura y cruza el tiempo
como un grano rojizo por el hueco
de un reloj de arena: tu vivir
lento se encamina hacia tu nunca.
Pues esta es tu condena: que si nunca
quisiste el nacimiento, hoy ya nada
te es posible; solamente vivir,
plantando cara, heroico, a tu vacío,
que proeza es combatir con ese hueco
resistiendo sus embates algún tiempo.
Siempre el hastío es íntimo del tiempo,
la ansiada plenitud no llega nunca;
la felicidad es un vocablo hueco
cuya razón jamás responde a nada.
Debajo de la piel se abre el vacío,
la más propia sustancia del vivir.
No otra cosa es vivir: matar el tiempo.
Ama, pues tu vacío, porque nunca
nada más será tuyo ni más hueco.
BEGOÑA CALLEJÓN
LA ENFERMEDAD DEL COLOR
Soy la descarnada
la que mira de frente a la muerte al suicidio a la sangre
la que se excita de placer cuando te acercas.
Soy la no-madre la no-viva
la amante de mujer
la que hace la noche mientras te espera
la que no cobra
la zorra que llora cada noche.
Soy la que un día persigue la vida y otro la olvida
soy la muerta la no-madre la no-viva
la enferma a la que todos miran la que todos señalan
la misma que hace un rato miraba por la ventana.
SAÚL FERNÁNDEZ
LA MUJER CANÍBAL DE LA CALLE BAYARD
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEl gemido inquieto de un niño de meses llegaba de un vestíbulo
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxadyacente, donde, en la semipenumbra, se distinguían tres fi-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxguras acostadas.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(Jacob Riis, Cómo vive la otra mitad)
xxxxxI
xxUna mujer se comió a su bebé porque tenía hambre. Vivía en una escuálida habitación sin ventanas en la calle Bayard. Acompañaba a dos hombres llegados de Sicilia sin otra dedicación más que la que la muerte por encargo les proporcionaba.
xxLa mujer había desembarcado en Nueva York embarazada de cinco meses. Procedía de Liverpool. Hubiera debido encontrar en los muelles a un conocido de su familia encargado de facilitarle la vida en sus primeros días estadounidenses.
xxPero nadie la aguardaba.
xxMe llamo Martín Velasco, soy el secretario privado del Obispo Auxiliar de la ciudad. En la primera plana del «The Evening Sun» descubrí el nombre de la mujer caníbal: decía Valentina Hartime –así, con hache–, española, miserable, prostituta, borracha, asesina, caníbal. «Asturiana, de Luanco», añadí yo para mis adentros. Nací hace cincuenta y nueve años en una aldea cercana al cabo Peñas, en el profundo norte español.
xxHe sabido que aquella mujer pretendía terminar su peripecia en la ciudad de Annmore, en Virginia Occidental; el padre del niño que tenía que nacer trabajaba para la Grasselli Chemical. La mujer era de Luanco y había iniciado su aventura en Gijón, diez meses atrás.
xxAl dejar el barco nadie la esperaba. Desconozco qué recorrido hay entre los muelles y la calle Bayard, entre la feliz mujer embarazada y la desalmada caníbal. Puedo imaginar que los dos sicilianos con los que compartía habitación pudieran explicar adecuadamente todos los cabos sueltos de la tragedia, pero ahora ignoro su paradero. Los bajos fondos de Nueva York son una frondosa selva, territorio perdido para forasteros.
xxLa calle Bayard, el lugar del crimen despiadado, cruza Mulberry, es la carretera que lleva al barrio judío y que termina en Little Italy. Los dos asesinos, al parecer, acompañaban a Valentina sólo las noches en que llovía, sólo cuando se escondían de otros sicilianos, sólo cuando la destrozaban ante un bebé hambriento que no paraba de llorar. Eran hermanos, Ricardo y Roberto di Marco, pasaban el día holgados en los portales convertidos en comercios para miserables del Bandit’s Roost. Fumaban lo que encontraban y discutían desorbitadamente sobre todos los temas. De vez en cuando visitaba aquel callejón algún vecino de la ciudad alta.
xxLa noche lluviosa de noviembre en que se descubrió el crimen de la mujer española Roberto y Riccardo llegaron demasiado pronto a la habitación compartida. Todo el edificio olía a guiso recién hecho. Abrieron la puerta del cuartucho y la descubrieron removiendo una cacerola. El horror fue salvaje: cocinaba al fuego el cuerpecito de un bebé y en el suelo había huesos descarnados, roídos con ansia. Los dos sicilianos la sacaron a rastras de su casa, la empujaron por la escalera y vocearon su crimen por todas las calles del distrito. La batahola que se formó fue inmediata. Junto al portal de la casa de vecindad se exigía justicia. Decidieron desnudarla, colgarla por el cuello y despedazarla como una bestia en el matadero.
xxSu apellido, Artime, llamó mi atención porque era muy común en mi tierra. Se escribe sin hache. Mi hermana reside en la ciudad de Avilés, muy cerca de Luanco. Todos los meses recibo una carta en la que me da noticias de mi pasado. Hace treinta años dejé Asturias y nunca he podido regresar. Su apellido y su nombre aparecían en aquellas cartas. Por mi hermana me aseguré la tristeza: la mujer caníbal de Nueva York había sido convecina de mi familia. Mi hermana asegura en una de sus últimas comunicaciones que yo casé a los padres de Valentina, a Aurelio y Elena, dos mineros pobres de la playa de Llumeres.
xxLas crónicas del crimen estaban firmadas por Rasmus Andersen. Envié una carta a la redacción de su periódico porque precisaba hablar con él. Rasmus Andersen era un danés de sangre gélida que ambicionaba tomar un barco hacia San Francisco, encontrar oro y olvidar sus años bullangueros entre Copenhague y Nueva York. Andersen describía en sus dos crónicas el canibalismo y posterior asesinato de Valentina Artime con la meticulosidad de un secretario municipal. Se defendió, cuando le interrogué, diciendo que él entendía que su trabajo no era el de enjuiciar ni a los vecinos desalmados, ni a la mujer caníbal.
xx-Los periodistas debemos contar los hechos tal cual han sucedido -explicó después de sorber un poco de la cerveza agria que había pedido en una taberna ilegal del Bend en la que habíamos concertado nuestro encuentro. -Usted no se asusta.
xx-La miseria no me asusta, me entra el pánico cuando descubro las consecuencias que la miseria trae consigo. Conozco estas calles.
xx-¿Qué es lo que le interesa de esa mujer? La ciudad de Nueva York oculta casos más tristes que este, se lo aseguro.
xx-No lo dudo. Valentina Artime nació en mi país, en mi pueblo, soy español.
xx-Todos los días fotografío estos arrabales. ¿Conoce a Jacob Riis? Él y yo somos los únicos que nos atrevemos. Nueva York entera es miserable: los ricos de la parte alta son ricos porque el sur es un nido gigante de ratas. La historia de la mujer caníbal ha pasado a formar parte de la estadística de la violencia. Hoy lo que de verdad interesa es saber quién de los dos candidatos llegará al Senado.
xx-Valentina Artime tenía veintiséis años.
xx-Le contaré una cosa: Dos días después de lo de la calle Bayard otra mujer se llevó a sus tres hijos al puente de Brooklyn con un solo deseo: tirarlos al río. Declaró a la policía que era incapaz de alimentarlos. ¿Había leído algo de esto?
xx-No sabía nada.
xx-Así todos los días. Al final te acostumbras -terminó el periodista danés camuflado en mendigo. Me explicó que cuando bajaba al Bend se disfrazaba con una chaqueta deshilachada y con un bombín demodé. El danés se liaba los cigarros con una velocidad pasmosa.
xx-El suyo es un trabajo desalentador.
xx-¿Qué hacía la mujer caníbal en Nueva York?
xx-No lo sé ahora mismo. Mi hermana me ha contado que se dirigía a Virginia Occidental, pero no estoy seguro. Sé bastante poco de todo esto: lo que usted ha escrito y que casé a sus padres hace treinta años.
xx-Me ha dicho que conoce estas calles. No le veo nunca por aquí.
xx-El Bend es un territorio salvaje. Cuando llegué a Nueva York me establecí en Five Points con un ímpetu evangelizador que duró apenas un año: no pude hacer nada y por eso decidí escapar de todo aquello. He luchado por la Unión, estuve en Bull Run. Soy americano: doctor en Teología.
xx-Le veo nervioso.
xx-Nadie se come a su cría.
xx-Sólo los pobres.
xx-No me sirve esa explicación. Nadie se come a su cría.
xx-Es usted un iluso.
xx-Usted quiere embarcar hacia California: ¿Quién es más iluso? ¿Por qué se disfraza con frialdad si sólo busca la huida?
xx-Llevo años por estas calles, ya se lo he dicho. He visto asesinatos, prostitución, atracos, pobreza, tristeza, siempre tristeza. Muchos de los que viven por aquí por no tener no tienen ni ventanas. Te acostumbras, por supuesto, pero eso no ahuyenta de tu vida el deseo de escapar. Me gustaría viajar hacia el oro de California, pero estoy aquí todavía. No me he movido.
xx-El oro se acaba.
xx-Pero habrá plata, estoy convencido.
xxxxxII
xxSupe que Valentina Artime, la hija de Aurelio y Elena, había sido despedazada en plena calle con sólo veintiséis años. Elena y yo paseamos juntos muchas tardes por la playa de Bañugues, ella era amiga de mi hermana.
xxValentina conoció en Avilés a Juan Manuel Briz, un obrero de la Real Compañía Asturiana. La relación se fue consolidando sin aceleraciones indebidas. Me ha dicho mi hermana que una larga huelga en la compañía trajo la pobreza a la comarca. Juan Manuel y otros compañeros supieron de una industria química en Estados Unidos. Decidieron partir en busca de su futuro. Valentina se quedó en Asturias prometiendo tomar pronto el barco que la conduciría a Virginia Occidental y a su futuro marido. Ella debía quedarse. En aquel entonces Elena veía la muerte de cerca.
xxValentina empezó a servir en una casa linajuda de Gijón. Gracias a este trabajo logró reunir rápidamente el dinero del pasaje que le iba a llevar a los Estados Unidos: El Musel, La Coruña, Liverpool, Nueva York.
xxxxxIII
xxRasmus Andersen, a pesar de su aparente desinterés por el caso de la mujer caníbal ha seguido investigando los crímenes de la calle Bayard. Me ha dicho que mi insistencia es estremecedora. Me ha contado que gracias al empeño que he puesto en este asunto, y a una llamada del Arzobispo, el alcalde de la ciudad ha ordenado la detención de los dos hermanos sicilianos compañeros de habitación de Valentina.
xxVolvimos a quedar una tarde el periodista y yo, aunque esta vez, en mi terreno, en mi casa, sin cerveza agria, sin bombín demodé.
xx-¿Quién es Valentina?
xx-Ya se lo dije: la hija mayor de un matrimonio al que casé antes de conocer Nueva York.
xx-Su insistencia es inaudita.
xx-¿Qué insinúa?
xx-Un cura se embarca hace treinta años para desaparecer tras oficiar una última boda. ¿Quién es Elena?
xx-Elena ha muerto.
xx-¿Sabe lo que creo?
xx-No quiero saberlo.
xx-Elena y usted y Valentina…
xx-No vaya por ahí.
xx-No fue a recibirla cuando llegó de Europa, no se atrevió.
INCENDIOS
Yo quería responderle algo, aunque no estuviera hablando conmigo sino consigo, o con nadie. No tenía intención de contarle a mi padre nada de aquello, y quería que ella lo supiera, pero no quería ser el último en hablar. Porque si decía algo, cualquier cosa, mi madre guardaría silencio como si no me hubiera oído, y yo tendría que vivir con mis palabras -fueran cuales fueran- tal vez para siempre. Y hay palabras -palabras importantes- que uno no quiere decir, palabras que dan cuenta de vidas arruinadas, palabras que tratan de arreglar algo frustrado que no debió malograrse y nadie deseó ver fracasar, y que, de todas formas, nada pueden arreglar. Contarle a mi padre lo que había visto o decirle a mi madre que podía confiar en mi absoluta discreción eran palabras de esa clase: palabras que más vale no decir, sencillamente porque, en el gran esquema de las cosas, no sirven para nada.
Ford, Richard. Incendios. Barcelona; Ed. Anagrama, 1991.