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VAYA DE EXCURSIÓN AL ZOO, QUE ES LA CADENA PERPETUA
CONSTANTES VITALES
JAVIER ASIÁIN
IMPRONTA FEMENINA
Cristina la de mis primeras cartas a escondidas
vulnerando la censura de los Padres Capuchinos.
Begoña, casi con nombre de flor, de tallos carnosos
como sus labios: para ella mis primeros versos apretados
bajo sus elásticos negros. Idénticos al genuino color de sus ojos.
De Vicky sólo recuerdo su nombre y esos besos insaciables de loba desterrada pidiendo penitencia.
Marta y Amaya me robaron la vida una tarde
‒creo que fueron a medias‒
fue un atraco a mano armada,
aunque sólo duró lo que tardó en pasar el fin de semana.
Inés, sin embargo, tras doce o trece vodkas me introdujo en el bolsillo
las llaves de su ático y su empresa embargada de nueva cosmética.
Más tarde me enteré lo de su reincidente afición al bingo.
Junto a Rosana hubiera pasado toda una eternidad
pero nunca toleré la inoportuna puntualidad de su marido.
Itziar me dejó su virginidad en las pupilas una tarde de abril,
y ese gesto indolente y lejano
de gata malherida huyendo a los tejados.
Carolina sus vatios de belleza cuando
aporreaba desnuda esa vieja Fender Stratocaster.
Sólo por verla moverse me hubiera hecho músico.
Luego apareció Susana,
la niña cadenciosa de piel tostada y ojos aceituna
que por más que me besó nunca dejó a su novio.
Y Carlota, de mirada color cerveza, lencería de agua
y caderas muy ebrias…
Una noche en un Hostal madrugó más de la cuenta.
También se llevó mi Visa.
De María sólo me resta su risa inalcanzable,
de luna reflejada en la plata enfebrecida de su espalda
y esas ganas de hacer el amor a todas horas.
Todavía por momentos aún me escuece…la memoria.
Después vendrían las manos indulgentes de Judith
en un verano en la costa, sus diminutos culés
‒supongo que de amor‒ sobre la arena
y esa carita de ángel aristócrata encendiendo el litoral
de amanecida. Doctorarme en filología catalana
no fue suficiente para comer con sus padres.
Y Verónica a la que todavía espero en el altar vestido
de novio a los pies de la abundancia, y Raquel con la que
me casé y a la que definitivamente nunca quise
y Julia Hernández de Boadilla la sonrisa invertida
de mi tercer divorcio.
Todas me enseñaron el arte de la buena gramática,
el lenguaje con-sentido en adverbios de cantidad.
Aunque al final uno nunca sabe si realmente
es aquello que vivió de ellas
o ese extraño que pregunta su nombre,
todavía,
en los labios prosélitos de alguna mujer.
ANTOLOGÍA DE AFECTOS PARA ÁNGEL URRUTIA
Llegas armónico y proceloso con el corazón escrito de palabras
que nos dan la vista, como un Ángel de fabulación
en el lenguaje necesario, haciendo permeable la piel de los sentidos,
la humanidad primigenia de las letras navegables.
Quizá pudiera llamarte Pablo Urrutia, Ángel Neruda:
hijos de una misma madre encinta de ternura destada.
Esperando a la vida ‒con un saber que legitima‒ detrás de cada verso
en que despiertas, el rumor de las voces agrestes, las raíces de un pueblo
tatuado a tradiciones, los ecos del agua límpida labrando la sierra de Aralar
en las entrañas, ese ferrocarril antiguo que todavía atraviesa
el Valle de Larraún en la memoria, o los brillos secretos de la incontinente mujer azul de cada día.
Ahora sabemos que siempre nos quedarán
sonetos para no morir en la costumbre,
esas pequeñas concesiones detrás de los recursos dialécticos,
el abrazo pasional de las imágenes vertiendo
la cultivada mesura, la cadencia musical de tu sintaxis,
el dibujo azul del caligrama.
Y aunque nos hagas, a veces, objetar la vida
bajo los tules opacos de una existencia cuestionada
(quién alguna vez no afirmó el aserto: me clavé una agonía)
sabemos que al final de tus versos
siempre habitan espacios luminosos
como hallazgos necesarios a los que seguir naciendo.
Así, tan siempre tú: Ángel Neruda, Pablo Urrutia,
nosotros, discípulos de tu justa y necesaria humanidad,
nunca jamás querremos una vez, nuestra vocación será
un milquererte irrenunciable, y haremos el amor, la poesía,
para que los ojos de la luz que habitan más allá de nuestro esfuerzo
sepan un día justificar nuestra semilla.
ALFREDO RODRÍGUEZ
QUE NADIE PUBLICARA ESTOS VERSOS
Que nadie publicara nunca estos versos, quisieras
Que sólo ella pudiera leerlos, desearías
La amas tanto
Ser un Konstantin Kavafis, un Pessoa
Que jamás hubieran de publicar un solo verso en vida
Ni recital alguno dar
Como no tener consciencia de ser Poeta
¿Fueron por ello acaso menos Grandes
Dejamos de amar sus poemas alguna vez
Ahora que ya no se nos muestran inéditos, sino póstumos?
Que nadie nunca osara presentarlos a un concurso
‒hueca esperanza‒
Por qué el absurdo en que han de competir Arte con Arte
Nuestros sueños con nuestros sueños
¿Acaso compitieron en algo Homero con Shakespeare,
Dante con Goethe?
Poetas de la humanidad, regalo de los dioses
Aunque hubieran de vivir en épocas bien distintas
¿Fueron por ello sus escritos menos sobrehumanos
Menos inefables o excelsos, alguna vez quizá superados?
Que uno ha de escribir con el orgullo de medirse
Con Los Grandes del Pasado
Eso sólo ha de bastar
¿Leyó alguien en nuestro cercano mundo alguna vez
Algún ejemplar siquiera de Li Tai Po
No son por ello sus enseñanzas ahora
Pequeñas obras de Arte,
La sabiduría del vino en el claro de luna?
Miradlo ebrio dirigiéndose a la Montaña de Dai Tian
Triste descansando recostado en un pino
Extraviados en la noche de los tiempos
Como velos de lluvia en el Gran Teatro de la Literatura
O durmiendo el sueño de los justos en cajones de escritorio
Qué más da.
Tú los escribiste para ella. Eso sólo ha de importarte
No hay retorno en el tiempo de los poemas
Y eres tú quien ha de leérselos mañana
Al cabo de la noche
En una penumbra de aceites, labios, rosas
Y música de Mozart en Egipto
La amarás
Que te has de levantar ya con la noche avanzada
Como siempre lo haces sin poder dormir
Pues rodeada está tu vida de poemas sin retorno
Y acudir otra noche a tocar
La piel del cisne
Que sólo ella los ha de leer y emocionarse
Sólo ella los leerá
Mañana
NOCHE SUSPENDIDA SOBRE FLORENCIA
La noche aquella, felices
Escondidas las ansias, felices
Alcanzando casi a ver a Marcello a Corelli a Pergolesi
Cuando son los ojos del interior
Los que mejor te permiten ver
Dichosos aquella última noche sí
En Chiesa Santa Maria de’Ricci
Oh, aquella noche suspendida sobre Florencia
Quedando tan lejos el mundo atrás
La música más grande vivida en mí ‒me decías al oído‒
Y aquellas notas dolces, impresas en la memoria
‒concerti contratenore organo oboe‒
Transformándonos la expresión de la cara
La palabra no pronunciada que es cielo de piel suave
Los dolores más íntimos y el corazón cansado
Oh recuerdos, excesos del tacto
Ternura de las horas
Caminantes de todo un día atrás, un mundo atrás
Mariposa nocturna posada en el alma
Esplendor sin máscara
Y poder terminar ahora
Misterio de la muerte
Vida suspendida al fin
Aquella última noche sobre Florencia
Felices para siempre
Poemas extraídos del primer número de la revista de poesía del Ateneo Navarro – Grupo Ángel Urrutia.
BRAHMS CLARA SCHUMANN
Repasando libretas en las que uno apuntaba versos y poemas que se iba encontrando por el camino, he vuelto a redescubrir esta maravilla del libro ‘Agenda’ de José Hierro.
BRAHMS, CLARA, SCHUMANN
Eres mi amor, mi amor, Paula, Clara quise decir.
Y cuanto tiempo, Paula, digo Clara,
sin ti y sin mí. Las diligencias
parten sin mí y sin ti.
O a ti te llevan hacia el norte, hacia el pobre Roberto.
A mí, hacia el sur, contigo, hacia el sur, donde ya no estabas,
donde nunca estarías. Ahora he tomado el tren
para decirte adiós. Y sueño, sueño mío.
Cerré los ojos, deslumbrado por la memoria.
Apreté la cintura del paisaje, recorrí sus caderas,
miré sus ojos verdes, ceniza con sentido.
Tendía el cielo su metal hermético.
Y se superpusieron mediterráneos y cantábricos,
cipreses respirados desde un sótano,
casi a vista de muerto, y jazmineros.
Después, las cosas y sus nombres
perdieron sus contornos, su significación
y fueron nada más que ritmo, armonía viajera
liberada de los instrumentos que le dieron su carne.
No queda nadie ya que pueda perdonarte,
que pueda perdonarme, perdonarnos.
Nadie que pueda rescatar los besos que se pudren
sobre Roberto y su locura piadosa.
Ahora que voy a ti, a encontrarte en la aduana de la muerte,
pienso, Clara, amor mío, que cuando nos besábamos
era a Roberto a quien besábamos, al engañado
hijo de nuestro amor. Él murió un día.
Su esposa, tú, amor mío, Clara, también has muerto ahora.
Yo tomé el tren para encontrarte en la frontera,
para decirte adiós desde el lado de acá de la muerte, amor de mi vida.
Pero nunca llegaré a ti.
El viejo Brahms es viejo, y está gordo.
Me he quedado dormido y me he pasado de estación.
¿Comprendes, amor mío, que nunca llegaré a tu lado
por culpa de este sueño, que es mi bálsamo y mi enemigo?
Ya nunca llegaré a tu lado.
Puede ser, amor mío, que no te amara ya,
que no te hubiese amado nunca,
que sólo hubiese amado a mi propio amor,
al amor que te tuve, Clara, amor mío.
BREVE Y PARCIAL RESUMEN FOTOGRÁFICO DE ESTE VERANO
PALABRAS VELADAS
Aquí tienen un poema de Claudio Antón, publicado en el libro colectivo ‘Palabras veladas’, publicado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Zamora en el año 2009.
NECESITO acostumbrarme a ti
‒solloza con su foto entre las manos‒
Tranquilo, lo estás haciendo bien
‒le consuela el eco de la madrugada‒.
REVISTA MÜSU Nº5 VERANO 2004 -prosa-
MANUEL MOYA
POR QUÉ NOS MATAN
xxEl cartel anunciaba que a partir de ahí daba comienzo el terreno militar y, por tanto, quedaba terminantemente prohibido el paso, pero Marga, cuya fiebre adventista le había durado apenas un par de meses, no quería saber nada de carteles y mucho de aventuras sicalípticas, así que, haciendo crujir los guijarros, enfiló hacia el faro, que se recortaba frente a nosotros con esa competencia machuna de todos los faros. La explosión nos cogió en las primeras rampas. ¿Lo has visto?, ¿lo has visto?, repetía una y otra vez Marga, como si alguien le hubiera dado cuerda. Claro, le respondía, claro que lo he visto. Pero en seguida se produjeron la segunda y la tercera detonación, ambas no muy lejos del faro. Entonces Marga paró el coche y dijo, cojones, es verdad. Están de maniobras, contesté yo, tratando de quitar hierro a una situación que me confundía. Hay que darse la vuelta, agregué. Las cosas parecen fáciles. Uno dice que hay que dar la vuelta y es como si ya estuviéramos de regreso en San José, con una cerveza bien fresquita en la mano y mirando estúpidamente a las gaviotas que ramonean en la playa. Pero regresar habría significado la claudicación de Marga y hay cosas que parecen estar hechas por la fatalidad. Además, no era posible dar la vuelta al coche sin serio riesgo de despeñarnos por los acantilados, así que no teníamos demasiado dónde elegir. En todo caso, una quinta explosión vino a despejar todas las dudas. ¿Y si nos dan?, pregunté. Anda y no seas burro, ¿cómo nos van a dar?, replicó Marga, confiada no tanto en la falta de puntería de los soldados, cuanto en su buena estrella. Entonces, como si nos hubiéramos quedado a vivir en un entarimado esperpéntico, una punta de cabras se fue acercando hacia nosotros con un trote regular, tontorrón y confiado. Abajo, la playa de Monsul, aparecía con esa fingida arrogancia que da la quietud. Al cabo de un buen rato apareció el cabrero sobre una vieja mobilette que parecía seguir sin demasiada convicción el rastro a las cabras. Al llegar a nuestra altura nos preguntó si es que no habíamos visto el cartel. Marga se encogió de hombros, al tiempo que una nueva serie de detonaciones persuadió al pastor de que había cosas más urgentes que interrogar a los turistas. ¿Qué, seguimos? Era una pregunta estúpida. No teníamos otro remedio que seguir, pero Marga, que hacía de la necesidad pasión, se volvía a cada nuevo estallido ‒y ahora no cesaban‒ más audaz. Esto es la guerra, aullaba con el ímpetu de una adventista recién excomulgada que busca precisamente guerra.
xxEso, la guerra. Las explosiones, cada vez más próximas, no parecían arredrarla, y así no tardamos en alcanzar la explanada del faro. Si no estuviéramos ante la incomodidad de los morteros, hasta podríamos decir que hacía una tarde incluso espléndida: el sol, medio picado, se ocultaba tras las azuladas sierras de Enix, que recortaban sus bárbaras siluetas de animales prehistóricos que hubieran ido a beber al mar; las nubes parecían estar esperando una foto para desvanecerse… En ello estábamos cuando, de pronto, nos vimos rodeados. Marga, sorprendida, apretaba en su mano las llaves del coche mientras yo, más práctico, trataba de contarlos. Eran doce, aunque quizás otros estuvieran escondidos tras de las matas. Pueden figurárselo: fueron segundos densos, interminables, hasta que uno de ellos nos preguntó en inglés que por qué les disparaban. La pregunta me cogió desprevenido y sólo pude comenzar un gesto vago de sorpresa. ¿Por qué nos matan? Preguntó otro, que parecía ofuscado ante nuestras confusas explicaciones. Marga refirió que aquí ‒y señaló en torno‒ militares, cabrones militares y dibujó unos cuernos que ellos siguieron con intranquilidad. Ca-bro-nes, muúu, continuó, dibujando unos cuernos aún de mayores proporciones, que los otros observaban cada vez con más alarma. Tranquilos, dije yo, nosotros ‒y me golpeaba el pecho‒, turistas, week end, no militares. La escena, vista con alguna distancia, era ridícula. Los morteros levantaban columnas de humo a nuestro alrededor y los hombres miraban con ojos enloquecidos. Pum-pum no, repetíamos. ¿Por qué nos matan? Volvían a preguntarnos. No matan, repetí, maniobras. Pum pum nada, no killer, no nada, ma-ni-o-bras. Mis palabras, entrecortadas, pedagógicas, parecían dejar en los desconocidos un efecto analgésico que duraba lo que otra pregunta: ¿por qué nos matan? Sólo al cabo de un rato, cuando la situación comenzaba a tener para nosotros una dimensión incluso cómica, Marga, extendiendo las manos exclamó: moment moment, y se dirigió al coche ante la mirada desasosegada de los senegaleses. Allí anduvo trajinando un buen rato mientras se sucedían arbitrariamente las explosiones y la pregunta.
xxMarga les entregó el agua, las galletas y un paquete de chicles que ellos aceptaron casi con pudor. Si antes me sentía intimidado, ahora, viéndolos repartirse miserablemente las galletas, me encontré incómodo, como quien llega a una casa en el primer plato, de forma que, sin despedirnos, saltamos sobre el coche e iniciamos la bajada, saludando desde la ventanilla.
xxEn la radio alguien comentaba la funesta incidencia de los rayos ultravioletas sobre la piel y eso nos engarzaba de nuevo a la realidad. ¿Por qué nos matan?, preguntó Marga. Eso mismo iba a decir yo, contesté sin dejar de observar el mar, que cobraba ahora esa rara, siniestra inmovilidad del cazador frente a su presa.
ESTHER GARCÍA LLOVET
LA HERMANA DE DANIELA
xxSeptiembre pasado fue el último que pasé con mi hermana, en la casa de la playa, en la otra costa, después de dieciocho años de pasar septiembre siempre juntas.
xxYo arrancaba el coche en la acera de mi casa, sin nadie que lo impidiera, y cruzaba el país a ciento veinte con apenas lo puesto y sin apenas paradas hasta llegar a la casa de mi hermana gemela donde pasaba diez, doce días, con ella y su hijo, cinco cajas de cervezas, congelados de microondas y la radio colgada de la viga en el porche. El sol siempre bajo.
xxEl resto del año apenas si hablábamos por teléfono.
xxAlguna vez me llamaba, de madrugada, ronca, tiritando, para decirme que habían robado en la tienda o que acababa de leer en el periódico el descubrimiento de un nuevo fármaco para la atrofia medular, o que alguien había visto a su marido por una carretera de las afueras, conduciendo borracho una ranchera sin techo. Después de colgar yo bajaba a recoger el periódico de la basura y no encontraba nunca nada sobre ningún fármaco, ni sobre ningún milagro, lo miraba ahí descalza, en la cocina, y cuando volvía cada septiembre sabía antes de llegar que la encontraría esperándome en el porche, empujando la silla de su hijo que apenas podía levantar un brazo para saludarme. Sola.
xxLa última vez que fui coincidió con un fin de semana. Había salido antes de lo previsto porque esperaba atascos y me encontré con la autopista casi despejada. Sólo circulaban ya camiones sin trailer y algún autobús de línea, la noche cayendo cuesta abajo ya, en picado, y me quedaban menos de cincuenta kilómetros cuando el motor empezó a arder. Me eché a la cuneta hasta detener el coche entre unos árboles. Al poco conseguí que me remolcaran hasta un hotel cercano donde dejé el coche en la plaza de estacionamiento y luego arrastré la maleta hasta recepción, un largo hall desierto de hotel de congresos. Espejos, azules sintéticos, mármoles de resina.
xxPedí una habitación cualquiera. No quería molestar a mi hermana.
xxEra domingo. Era domingo y estaba nublado. Era domingo por la noche y ya no quedaba nadie o casi nadie residiendo en el hotel de ejecutivos. Las hileras de habitaciones estaban abiertas de par en par a unos pasillos enmoquetados en un rojo eléctrico, las camareras silbaban, maldecían, fumaban en montacargas atestados de ropa blanca y bolsas de plástico negras. Ese día funcionaban los radiadores por primera vez y el calor achicharraba los lirios en la laca de los jarrones japoneses. Olía todo a lo nuevo que va a durar poco tiempo nuevo. El botones me abrió la habitación y luego desapareció por el largo pasillo, canturreando.
xxMi habitación tenía el piso blanco, una cama doble y un ventanal al aparcamiento. En el linóleo del suelo había largos arañazos en ondas como dejados por pasos de un extraño baile a tres. Me dormí enseguida con el suave roce de la aspiradora en la habitación de al lado.
xxMe despertó un golpe metálico que se repitió tres veces seguidas, como en el teatro, tres golpes que parecían venir del aparcamiento. Miré la hora, a oscuras. Las cuatro y veinte. Al acercarme a la ventana oí música, vi luces, y al abrirla sentí una vaharada de calor en todo el cuerpo.
xxLa discoteca de carretera al otro lado del aparcamiento había dejado las puertas abiertas para celebrar lo que parecía ser la última fiesta del verano; la música de baile se mezclaba con la música de cassette de los coches aparcados, olía a frito, a vino y a azúcar quemado. Había parejas bailando, parejas sueltas, las mujeres bebían en corro de la misma botella. Las camisas de los hombres se transparentaban de sudor. A algunos los reconocí como los cartoneros que vi nada más llegar, hacía unas horas, recogiendo las basuras del restaurante del hotel. Daban palmas, vestidos de domingo o con chándal de deporte, cantando en su propio idioma, contoneándose con el ritmo y el alcohol pesado, tropezándose entre sí. Yo los veía, con sus estrechas caras verdes de farolas de carretera.
xxHabía un pequeño grupo apretado contra el pretil del aparcamiento, gente sentada, balanceando las piernas. Seis, siete personas, Los ramos de flores recogidas de la basura se veían frescas, carnosamente fragantes entre los celofanes. Las mujeres vestían de falda seda rosa. Hablaban, gritaban, volvían a callarse. Una tenía la cara cubierta con las manos, se reía, arrastraba los pies en círculos sentada al borde del pretil de hormigón. Frente a ella un chico, un adolescente, uno de los cartoneros, se movía lentamente como si le estuviera haciendo un juego de manos. La abrazaba, se apretaba, volvía a separarse. Al decirle algo ella se descubrió la cara, alzando los brazos. Allí estaba mi hermana. Mi hermana gemela de uñas comidas. Llevaba una falda de látex y las axilas sin depilar, mi única hermana. Se rió con todo el cuerpo al decir algo que todos recogieron con una carcajada. Todos movieron los brazos por encima de la cabeza. Silbaron. Rugieron. Ella se levantó una botella del suelo y bebió de golpe. Luego se la pasó al chico y mientras él bebía siguieron los dos bailando muy lentamente mientras los otros bailarines los miraban de soslayo, los ojos como ascuas, riéndose entre dientes. Ella cerró los ojos. Se levantó del pretil, se estiró la falda y recogió de su lado una guerrera pardusca que el chico le ayudó a ponerse, dejándose el pelo por dentro, aprisionado bajo el cuello de la guerrera. El chico la tomó por el codo y bailando despacio se apartaron del grupo. Se alejaron por la playa del aparcamiento, arrimados, cerca, sus sombras a derecha o izquierda al pasar bajo las farolas, alternativamente, la sombra de ella más alta, más larga, como un vestido de cola avanzando por la nave, hasta que llegaron al extremo del aparcamiento donde ya no había luz y desparecieron de vista tragados por lo oscuro. Luego nada. Luego se prendieron las luces de un coche al abrirlo. Permanecieron así un rato, de pie, apoyados el uno contra el otro, rodeados de brazos, de sombra, los dos contra el coche encendido como una capilla ardiente en la catedral a oscuras.
xxLlegué a casa de mi hermana a primera hora. Aparqué el coche en una esquina y subí la cuesta andando. Quería mirar la casa desde lejos, con todas sus ventanas. Abrí la puerta principal sin llamar a nadie, me detuve en el salón desierto, desordenado. Se oían pasos en la cocina, ruido de platos, de algo hirviendo, el trasiego del desayuno. Un televisor encendido en algún sitio. Oí claramente la voz de mi hermana hablando mientras se movía por la cocina, arrastrando los pies, descalza, hablando con su hijo mudo, contándole algo, despacio, mientras yo me acercaba por el pasillo. La oía removerle el café, cortarle la tostada en el plato. Ella corrió una silla mientras seguía hablando a media voz, como si llevara rato hablando de lo mismo, o hablándolo otra vez, repitiendo, hablándole de otro sitio, de otro lugar, de un viaje a un sitio lejano, del tipo de viaje que todos prometemos.
JOSÉ MARÍA CUMBREÑO
LA BOLSITA DE TÉ
xxTodas las tardes, Paula, a las cinco en punto (imagino que ésa fue una de las muchas manías que se trajo de Londres), iba a la cafetería que estaba junto al portal de su casa y pedía una taza de agua hirviendo. Al principio, el camarero la miraba con desconfianza. Pero, cuando ella le aclaró que le pagaría el doble de lo que costara el té más caro, dejó de preguntar nada. Una vez que tenía sobre la mesa la taza humeante, sacaba del monedero una bolsita, a simple vista igual a la de cualquiera de las muchas variedades que se servían allí, y la introducía en el agua parsimoniosamente.
xxY, sí, es cierto que Arthur Bush siempre pidió que lo incinerasen. Lo que ya no estaba tan claro, al menos nadie creía habérselo oído decir, era que deseara que su viuda usase sus cenizas para hacerse, todas las tardes, por muy a las cinco en punto que fuesen, una infusión con ellas.
CONCORDANCIA DE NÚMERO Y PERSONA
xxEsta mañana me he encontrado con Ana en la calle. Llevaba una cartera de lona colgada en el hombro de la que asomaban algunos papeles y un par de libros. Imagino que de economía.
xxVenía del instituto. Por lo de los exámenes de septiembre.
xxFíjate en lo que tengo que corregir.
xxHacía mucho tiempo que no nos veíamos. Puede que casi un año. Sigue igual. Con ese aire de eterna adolescente. Coleta y pantalones vaqueros. Aunque estoy seguro de que no soporta la idea de haber pasado de los treinta. La conozco de sobra.
xxLe pregunté por el verano. Que dónde había estado de vacaciones y esas cosas.
xxElla enseguida empezó a hablarme, con un entusiasmo excesivo, de lo bien que se lo había pasado en la playa y de los lugares que había visto y a los que, según me cuenta, debo ir sin falta.
xxPrecioso, créeme. Pre-cio-so.
xxMe fijé en que usaba continuamente la primera persona del plural: hemos hecho esto, hemos hecho lo otro, fuimos a tal sitio, comimos en no sé qué restaurante…
xx¿Hemos? ¿Qué significa hemos?
xxMe figuro que Ana se ha echado un novio, un ligue o lo que sea. Y que ésa es una forma sutil de dejármelo caer.
xxPensaría que aún iba a importarme.
MENSAJES EN EL CONTESTADOR
xxVivo solo.
xxAunque a veces, en el trabajo, marco el número de teléfono de mi casa.
xxY pregunto por mí.
SANTIAGO RONCAGLIOLO
EL PASAJERO DE AL LADO
xxFue sólo un susto.
xxEl frenazo y el golpe. Los golpes. Estás un poco aturdido, pero puedes moverte. Abres la portezuela y te bajas sin mirar al taxista. No te duele nada. Eres un turista. Tu única obligación es pasarlo bien.
xxPara tu suerte, un autobús frena en la plaza. Te subes sin ver a dónde va. Caminas hacia el fondo. Aparte del mendigo que duerme, no hay nadie más ahí. Te sientas. Miras por la ventanilla. La ciudad y la mañana se extienden ante tus ojos. Respiras hondo. Te relajas.
xxEn la primera parada, sube una chica. Tiene unos veinte años y es muy atractiva. Rubia. Todos aquí son rubios. Es la chica que siempre has querido que se siente a tu costado. Va vestida informalmente, con jeans ajustados y zapatillas. Su abrigo está cerrado, pero sugiere su rebosante camiseta blanca. Se sienta a tu lado. No puedes evitar mirarla.
xxNotas que te mira.
xxAl principio es imperceptible. Pero lo notas. Voltea a verte rápidamente con el rabillo del ojo, durante sólo un instante. Cuando le devuelves la mirada, vuelve a bajar los ojos. Se ruboriza. Trata de disimular una sonrisa. Finalmente, como venciendo la timidez, dice coqueta:
xx‒¿Qué estás mirando? ¡No me mires!
xxVuelve a apartar la vista de ti, pero ahora no puede dejar de sonreír. Hace un gesto, como cediendo a su impulso:
xx‒¿Por qué me miras tanto? ¿Ah? Ya sé ‒ahora se entristece‒. Se me nota ¿No? ¿Se me nota? Pensaba que no ‒sonríe pícara‒. ¿Te la enseño? Si se me nota, ya no tengo que esconderla. ¿Quieres verla? ‒se da aires de interesante, pone una mirada cómplice y habla en voz baja, como si transmitiese un secreto‒. Está bien, mira.
xxSe abre el abrigo y deja ver una enorme herida de bala en su corazón. El resto del pecho está bañado en sangre.
xxRíe pícaramente y se pone repentinamente seria para anunciar:
xx‒¿Ves? Estoy muerta.
xx¿Verdad que no se nota a primera vista? Nunca se nota a primera vista. No lo noté ni yo. Será porque es la primera vez que muero. No estoy acostumbrada a ese cambio. En un momento estás ahí y lo de siempre: una bala perdida, un asalto, quizá un tiroteo entre policías y narcos, pasa todos los días. Y luego ya no estás. Sabes a qué me refiero ¿verdad?
xxA mí, además, me dispararon por ser demasiado sensible. De verdad. Por solidarizarnos. Íbamos Niki y yo a una pelea de perros. Niki es mi novio y es héroe de guerra. Sí. De una guerra que hubo hace poco… No. No recuerdo dónde. Niki tiene un perrito que se llama Buba y una pistola que se llama Umarex CPSport. Pero al que más quiere es a Buba. Es un perro muy profesional. Ya ha despedazado a otros tres perros y a un gato. No deja ni los pellejos. Increíble. A Niki le encanta. Es su mejor amigo, de hecho. Entonces, íbamos en el auto, y Niki y Buba iban delante. Yo iba en el asiento trasero. A Niki le gusta que nos sentemos así, dice que es el orden natural de las cosas. Niki es muy ordenado con sus cosas. Y muy natural.
xxSaliendo de la ciudad hacia el… ¿Perródromo? No, eso es para carreras ¿Cómo se llama donde hay peleas de perros? Bueno, íbamos para allá y paramos en una gasolinera para que Niki fuese al baño. Aparte de una pistola y un perro, Niki tiene problemas de incontinencia, pero no se lo digas nunca en voz alta, de verdad, por tu bien. O sea que Buba y yo nos quedamos a solas en el auto. Perdona que me interrumpa, pero no me mires demasiado la herida, por favor. Odio a los hombres que no pueden levantar la vista del pecho de una. Y a las mujeres también. Si no estuviera muerta, llamaría a Niki para que me haga respetar. ¿O.K.? O.K.
xxBueno, sigo: estamos en el auto ¿No? Buba y yo. Y Buba me empieza a mirar con esa carita de que quiere ir al baño. O sea, no al baño, porque es un animal ¿No? Pero a lo más cercano a un baño que pueda ir ¿O.K.? Y me mira para que lo lleve. De verdad, no creerías que es un perro asesino si vieras la cara que pone cuando quiere ir al baño. Se le chorrean los mofletes, se le caen los ojos y hace gemiditos liiindis. Así que lo miro con carita de pena, lo comprendo ¿me entiendes? Y le abro la puerta para que pueda desahogarse.
xxBuba baja y yo lo acompaño unos pasos, pero luego veo que en la tienda de la gasolinera hay una oferta de acondicionadores Revlon, así que me detengo porque es algo importante y él sigue. Y entonces, aparece el otro perro. O sea, una mierda de perro, perdón por la palabra ¿No? Un chucho callejero y chusco con la cola sin cortar y las orejas caídas ¿Has visto a los perros sin corte orejas y cola? Aj, horribles. Pues peor.
xxBueno, te imaginarás ¿No? El chusco se pone a ladrar, Buba se pone a ladrar, se caldean los ánimos, los acondicionadores Revlon sólo están de oferta si te llevas un champú, Niki no termina nunca de hacer pila y, de repente, la persecución de Buba al otro, los ladridos, los mordiscos. Lo de siempre, excepto el camión. Lo del camión sí que no había cómo preverlo porque, o sea, no es que una pueda adivinar el futuro. Sabes a qué me refiero ¿Verdad? Yo llegué a escuchar el frenazo y el quejido perruno. Francamente, por esa mariconada de quejido, yo pensé que había chancado al chusco.
xxPero no fue así.
xxCuando Niki salió del baño y vio a su perro, yo ya estaba buscando protectores solares. Niki se arrodilló unto a Buba, le besó las heridas, se puso de pie y vino directamente hacia mí. Yo lo recibí con una sonrisa, pensando, mira, qué bien ¿No? Nosotros estamos vivos, o sea, ha podido ser peor. Y él me recibió con cuatro disparos de la Umarex CPSport. Es amarilla la Umarex CPSport ¿Alguna vez has visto una pistola amarilla? Niki tiene una.
xxLo demás de estar muerto es rutinario. Sabes a que me refiero ¿Verdad? Es aburrido, porque ya nadie que esté vivo te escucha. Eso sí, vienen por ti, te llevan en una camilla, o sea, ya estás muerta pero igual te llevan en una camilla y en una ambulancia. Qué fuerte ¿No? Como si estuvieras viva. Eso te hace sentir bien ¿No? Valorada. Te llevan a una clínica privada, llenan unos papeles y ahí te guardan. Hace frío ahí.
xxHace mucho frío.
xxYa ahí conoces otros cadáveres, te comparas con ellos, te das cuenta de que estás mucho mejor que ellos, o sea, te ves bien a pesar de las dificultades ¿No? Y eso es importante para sentirte bien contigo misma. Claro, la herida no ayuda, pero no te imaginas cómo está la gente ahí ¿Ah? O sea, no se cuidan nada. Y eso que son gente bien ¿Ah? No creas que a cualquier muerto lo llevan a una clínica de esas.
xxAl principio sobre todo te sientes bien insegura. Es como si te diera la regla pero sin parar y por el pecho. Entonces, es bien incómodo. Pero luego llega un doctor guapísimo, de verdad. Sabes a lo que me refiero ¿No? Entonces están tú y él a solas, pero no como con Buba en el auto, sino distinto, porque tú estás muerta y él no es un perro, es como más íntimo ¿no? Y él empieza a tocarte, a acariciarte, masajearte, pasa sus manos por tu cuerpo. Y están calientes sus manos. La mayoría de las cosas vivas están calientes. Y luego te abre en canal para buscar cosas en tu interior. Y ¿Sabes qué? Sientes… no sé… sientes que es la primera vez que un hombre tiene interés en tu interior. No sé. Es como muy personal. Pero te dejas, permites que sus manos recorran tu anatomía, te parece que nadie te había tocado antes en serio. Y te da un poco de penita, de verdad. Hay cosas que yo no sabía que tenía, que en toda mi vida nunca lo supe, como el duodeno, la aorta, el esternocleidomastoideo ¿No? El tríceps sí sabía, por el gimnasio. Y te dices, pucha, me habría gustado saber que tenía todo esto porque, no sé ¿No? Es parte de ti y tienes que vivir con eso y éste hombre las descubre para ti. No sé cómo explicarlo. Es algo superpersonal. De haber tenido fluidos, creo que hasta habría tenido un orgasmo. ¿Y sabes por qué hace eso el forense? ¿Por qué me lo hizo a mí con ese cariño? No se, lo he estado pensando un montón, no creas, y… creo que lo hace porque a mí no se me nota. Claro, si me miras bien, sí. Pero a primera vista no se me nota lo muerta. Yo creo que al forense le gustan las muertas poco ostentosas. Yo soy muy sencilla. Y tú también, de verdad. Si no hubiera visto tu accidente en el taxi, hasta pensaría que estás vivo. Uno te tiene que mirar bien para darse cuenta, pero al final, un ojo con experiencia puede percibirlo.
xxEs por tu mirada, creo.
xxTienes ojos de muerto.
REVISTA MÜSU Nº5 VERANO 2004 -poesía-
Aquí tienen una amplia selección de la sección de poesía de esta revista coordinada por Mertxe Manso y Elena Medel, ilustrada por Laia Arqueros y maquetada por labellavarsovia.
ANA MERINO
LOS SUEÑOS DEL PRISIONERO
La ciudad carcelaria ha cerrado sus puertas
y te has quedado dentro
acariciando el frío que hiela sus almenas.
Esta vez soñarás con la verdad metida
en un frasquito azul
y el abrazo vacío del que se siente solo.
Pensarás que en ti habita
la esencia del dolor
como un duende sin alas
que espera que el futuro
le deje conceder algún deseo.
La ciudad carcelaria
a veces se apodera del temblor de tus labios
cuando lloras dormido
y nadie te cobija en su regazo.
Te van a despertar
las palabras que escribes
convertidas en hormigas.
Las verás deshacer cada párrafo
y en hileras muy finas
recorrer las paredes de tu celda.
Esta vez soñarás que la ciudad no existe
y los poemas son el único lenguaje
que te queda.
A veces las palabras
anidan por si solas detrás de tu garganta
y dicen lo que piensas,
entonces se te olvida
que arrastras las cadenas
de una ciudad sin alma
donde sólo tus sueños
reconocen sus calles.
A veces nos miramos,
te apoyas en mi cuerpo
de gárgola deforme
y duermes como un ángel,
y yo que estoy despierta para siempre
te envidio cuando sueñas.
PIEDRA, PAPEL O TIJERA
Piedra
fría,
rincón silencioso
junto al regazo de los muertos.
Papel
para escribir
unas breves líneas,
la despedida apresurada
del viajero.
Tijera
para cortarle la lengua al mar
cuando suspira.
Tijera
para cortar los sueños
de los ahogados.
Papel
para escribir sus nombres.
Estrecho de piedra,
barquito de papel
arrecifes de tijera.
Un poema triste
para los que se quedaron sin aire
en las orillas.
Lágrimas de piedra
pateras de papel
y la boca del mar
con dientes de tijera.
MARÍA ELOY-GARCÍA
HIPERSUMMA
superhipermercado
tu summa teológica son los cinco caminos por los que se llega a la estática cajera
cordero degollado en bandejas reciclables
san juan lo hubiera aceptado
ascesis de barrio
grados de perfección hacia tus pulchrum detergentes
mi escolástica es tu cobijo de superficie inabarcable
movimiento primero de oferta
para la causa eficiente de nuestra demanda
mortales y solos
perfección-gobierno del mundo
ente sumo si azar no cabe
catedral de los oligoelementos
se sabe que dios eres
verum tetrabrik verum salami
es tu luz sobrenatural
el brillo que desprende un torrente de monedas
LA VIDA CÁMBRICA
he visto organismos anaerobios
en oficina sin aire con burbujas de lípidos vivos
y las fangosas comunidades de microbios
que se reproducen con la dureza antiquísima de la partición
luego medusas primigenias no muy lejos del lodo
con bocas tan antiguas
que no conocen la lengua para pronunciarse
y al fin el primer homínido
canal vertebral estrecho
tórax delgado
señales nerviosas tan limitadas que no hay control de la respiración
para decir yo mismo
estúpido bipedismo por el que abandonamos la mirada de la tierra
arduos instrumentales líticos
que nos hicieron pulimentar para siempre
con lo felices que éramos cuando la carroña
después el idioma por el que nos fuimos hablando y hablando
a repoblar las partes más distintas del planeta
hasta ahora en que la paleontología es un invento tan bien pulimentado
con departamento de humanidades primer piso quinta puerta
donde se especula la historia de lo que éramos
con el prejuicio insalvable de lo que somos
DE LO QUE CUENTAN LAS TABLILLAS EN LINEAL A
ya sé
ya sé de qué te conozco
tú eras una bacteria entonces de esas
con élitros ojazos que sorbían la orilla precámbrica
de centroeuropa
allá por el proterozoico
¿te acuerdas?
hace dos millones quinientos mil años
y estás igual
ya sé de qué te conozco
tu colectivo era el único sedentario
así que el primer bronce lo hiciste
con una simple mueca neolítica
todo tu campo era una urna
ya sé quién eres
eres el hombre
a fin de cuentas
nada nuevo
LA MEGALÓMANA
vivir en tu arriba
vecina cíclope de ojo mirilla
inscribiendo cuadrados en el círculo
qué coreografía la de tu planta
distorsionados vecinos de cabezas inmensas
lanzados cada día de sus casas
por la ley de la simple monotonía
tras ellos tu ojo de inventar conjeturas
vivir en tu arriba
gestando agujeros para mirar siempre
a qué horas de sencillas preferencias
de hipótesis empíricas de tercer piso
te lleva la tierna megalomanía
mirarte en tu arriba
más allá
grúas bestiales destrozando bloques que no sabes
con la silueta todavía
de escaleras subiendo por la pared intacta
y una puerta magritte por la que se ve el todo
ese que nunca percibieron
tus ojos sin estéreo
porque más allá del tercero
el mundo no existía
IVÁN VÉLEZ
SANGRE FRÍA
Un escuálido reptil
incubó escamas de metralla
en el colchón del turbio placer,
arañas sobre los puños cerrados.
Y la miel no ahoga el rescoldo.
Las rodillas mueren a la sombra
de huecas catedrales,
rueda el metal de la borrasca
por un pañuelo astillado.
Y la miel no ahoga el rescoldo.
EL ALQUIMISTA
Dentro de la burbuja,
carcoma mordisqueando lucidez.
Amanecer de nervios y siluetas,
mares de esfuerzos.
Mujeres negando sus suaves rasgos
al mundo.
A través de las lentes de hielo
el paranoico es ternura, belleza violenta,
y su sombra color ámbar,
engaño para el asfalto
de gorriones persiguiendo niños.
Astillas de un guiñol abarquillado
clavadas en los dedos
y nadie que pueda curarlos
pues no quedan ya costureras del delirio
para sanarlos con su hábil urdimbre.
Amanecer de cucañas envenenadas
que juegan al escondite
incordiando las miradas
en la penumbra espoleada de bombillas
de risa enferma.
La geografía incógnita del pirómano
se convierte en simulacro de lenguas
al recibir su caricia.
Simulando bienestar nos apartamos
de la espiral kamikaze
que desciende por la espalda del sueño.
LICÁNTROPO
Una gota de sangre
resbala
por el frío letal
de la bala de plata.
Plena luna,
láctea luna.
Un disparo se desvanece
entre el musgo
del caserón,
y en el parque,
el silencio se cuela
en las rendijas del chirriar
de un columpio abandonado.
Sin niña ya,
sin rodillas de mercromina
bajo sus tiernos,
deliciosos muslos.
ALBERTO SANTAMARÍA
MI CUERPO ES TU CASA
[NACE MI CUERPO DEL NOMBRE ESCONDIDO EN LOS BUZONES]
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxSobre las putas / me quedo frito
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxSr. Chinarro
A veces, dices, reconozco
tu voz al otro lado, reconozco el gesto de tus llaves
cerca de la puerta ‒ese ruido de cerezas metálicas
que se agolpan involuntarias en mi nombre‒,
a veces, dice, reconoces mis pasos y su instinto,
el tacto de tu mano que no acierta a elegir su orden,
‒torpe es el deseo que busco‒.
Recuerdo, dices,
el olor a ciudad en llamas,
‒es sábado, y la luz en los parques se enciende‒;
son tus labios dos cuerpos desnudos que luchan
solos en la arena. Dos cuerpos: formas del racimo
y de la voluntad, que se hunden
en el eterno impulso de un quinto sin ascensor.
‒Las parejas se asoman al lento gemir de los bancos‒.
Formas, dices, ahora que llego
sin aliento al límite de tu aliento,
y me llevas enfermo con tus ojos a la cama
y muestras heroica y débil la frontera de tu rutina.
‒Y cada paso se repite, como una señal‒
A veces, reconozco en mi casa un cuerpo
donde cada imagen que cuelga
es una guerra remota, una factura escrita
en las huertas del sueño,
y cada grieta un grito acallado en el hueso
más hondo de las manos, y cada mano
una puerta que busca ansiosa la luz en otra parte.
A veces, dices, oyes vagar un cuerpo entre nosotros,
un fantasma,
y luego desciendes de ese coche y descubres
la lejana sed de una palabra,
los hombros tallados a mordiscos,
el seco temblor de tus límites.
A veces, dices,
reconoces en otros cuerpos
el terrible sabor de mi casa.
SANSONITE A MITAD DE PRECIO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxY de repente,
xxxxxxno sé qué hacer con tanta soledad.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxKarmelo C. Iribarren
Ahora desayuno en una terraza: croissant, café, naranjas,
y observo desde estas hojas aquella lejana habitación
de mil novecientos noventa y siete.
Qué triste soledad me empuja al recuerdo
de nuestra vida en estas calles. Comprabas tabaco
en ese pequeño estanco, en esa esquina
esperabas el taxi y donde pedías pan
y fruta de temporada es ahora
una enorme tienda de maletas. Sansonite a mitad de precio.
Qué enfermedad es ésta que me hace reír
al saber que me dejaste sin dinero, sin coche,
sin hambre, y sin maletas, y lo que es peor,
sin lugares a los que viajar, sin proyectos.
Qué enfermedad es ésta que sube hasta mi lengua
y que busca tu cuerpo, una respuesta.
Qué terrible broma del tiempo es ésta.
“Su cuenta, caballero”, dice el camarero. Qué triste
soledad de me lleva a las viejas aceras conocidas,
pobladas por antiguos rostros que son yo
y van conmigo. Compraré una maleta ‒lo sabes‒,
para atravesar la ciudad y recoger fríos
restos de mi cuerpo, de tu olvido
en los portales. Recoger aquel rojo
sabor del whisky en tus labios a las doce,
mi dolorosa manía de madrugar en domingo,
el olor del autobús lleno de bañistas, tu pelo
cuando Los Reginas nos llevaban en barco hasta la playa.
Recoger sobre todo el color del humo en tus labios
al decir mi nombre,
y agarrarme la cintura al salir a la calle.
Compraré una maleta, lo sabes. Es la cuenta que he de pagar
por tanta felicidad en tu nombre. Por tanta soledad este domingo,
por mi costumbre del whisky antes de las doce.
Ya lo sabía antes de pedir croissant, café, naranjas.
Son estas terrazas en el desayuno
amargos balcones al tiempo.
LUIS BAGUÉ QUÍLEZ
GLORIA
Gena Rowlands fuma junto a la ventanilla.
Su gabardina cruda,
que tantas veces barrió el asfalto de Manhattan,
ya no es sino un jirón de antigua sombra.
De nuevo llegará tarde.
Otra vez es culpa del maldito reloj,
del tráfico imposible en Central Park,
de los charcos que deja esta lluvia
sobre la piel marchita de las avenidas.
Las volutas de humo se enredan en sus dedos.
Sigue apoyada en el viejo Ford,
que le recuerda trágicamente sus arrugas.
Está bien. No piensa esperar más.
Aplasta un cigarro con el tacón del zapato.
No sabe que detrás de la puerta
le aguarda el milagro de una vida distinta.
LAS VÍRGENES SUICIDAS
xxxxxxxxxxxxxxxxxVirgen suicida.
xxxxxxxixxxxxxxxxEs inútil seguir
xxxxxxxen ese viaje al holocausto
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxCruel Crux
Yo conocí a Lux Lisbon.
Recuerdo haberla visto
mirar vestidos en los escaparates
y esperar mucho tiempo un autobús
bajo el sol declinante de noviembre.
También coincidí con sus hermanas,
y puedo decir que eran bonitas
‒pero eso es ya sabido‒,
que les gustaba el licor de melocotón
y que, entrada la noche,
resultaban incluso algo vulgares.
Sus vidas se me antojan ahora
un cristal empañado, constelado de vaho,
desde el cual las veíamos difuminarse
hasta desaparecer
como una mancha de aguarrás sobre las manos.
En la última fila de algún cine,
yo acompañé a Lux Lisbon
por el extraño limbo de nuestra adolescencia.
ANTOINE DOINEL
xxxxxxxxxxxxxxxxxQue reste-t-il
xxxxxxxxxxxxxxxde nos amours?
xxxxxxxxxxxxxxxxCharles Trenet
París era una fiesta
con lluvia y con paraguas,
con zapatos y lágrimas
perdidas en el metro.
¿Qué queda ya de nuestro amor?
Yo te buscaba entonces
en la puerta del cine;
te ponía mi bufanda
o mi mejor sonrisa,
te pintaba los ojos con un beso.
¿Qué queda ya de nuestro amor?
Sólo la Torre Eiffel,
la soledad de los parques en junio
y tantas noches consumidas
en fugas hacia ninguna parte.
Mi nombre, Antoine Doinel,
un nombre que no es nadie,
unas breves cenizas
marchitas en la piel del celuloide
y amarillas por el polen del tiempo.
¿Qué queda aún de nuestro amor?
AL CUADRO DE UNA JOVEN CON CIUDAD AL FONDO
Lejana como las aves en la noche
sospechas la ciudad a tus espaldas.
Y quisieras comprender la soledad:
el porqué de este horizonte sin aristas,
la brisa imperceptible que humedece las calles,
las lágrimas altivas de neón en los párpados.
Y no sabes que la lejanía que contemplas
es patria y margen, es destino y exilio.
Me gustaría decirte que tras esa alambrada
hay sombras que te acechan en cada jardín,
en la cola del cine,
en la respiración de los semáforos.
Si te detienes a escuchar el tibio murmullo
de unos pasos sobre el gris del asfalto,
igual que nieve enferma,
advertirás que en ciertas avenidas
también habitan labios y palomas.
Porque la ciudad no es sólo un bosque de ceniza.
A veces la ciudad tiene un alma encendida.
Pero al final la soledad no importa,
pues tu vida depende de un pincel
y el lienzo te condena
a esa rara mirada que hiere tus pupilas.
MARTA LÓPEZ VILAR
LO EXACTO
Esta vez comienza la noche
a olvidar la exacta medida del olvido.
Basta el silencio, una palabra florecida en la memoria
para que regreses.
LOS CIEN OJOS
Es la aurora quien nos observa con los cien
ojos de Argos, quien recorre
uno a uno tus cuerpos fatigados y dormidos,
tu brillo constelado entre la cama.
Dentro de ti se despierta un cauce
de olvido y de memoria
del que yo bebería cada amanecer
si no durmieras.
ENCUENTROS
Ahora, qué triste tu cuerpo tras la ropa,
rodeado de gente,
fluyendo en el silencio de los cuerpos más lejanos.
CONVERSACIÓN A SOLAS
Hablo de tu cuerpo y el mío
renaciendo de este hielo que enfurece
al saber que todo se concluye
aunque el dolor nunca termine
de calmarse en la memoria.
ALEJANDRA VANESSA
PRODUKT OF HUNGARY
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy mi gorría
hombres pequeños del mundo y mujeres altas,
no dañéis a las poetas porque ellas vendrán
a examinar vuestras necedades
con unicum y sus zapatos blancos nuevos.
MUJERES
sushi
paté pasta a la carbonara
fideos gordos con marisco estofado
para la cena
aperitivo merienda
después del desayuno
y más más cenas
‒con pata a la cuchiflé‒
de todos los gustos:
agria amarga dulce extra dulce
picante extra de extra picante
cumplida la caducidad
de todos los nombres:
alejandra elena ana
judit teresa
di modesto
y
mujeres el título mujeres
HOMBRES
mierda
mierda en los quicios
en las aceras en los árboles
en el parque
dos manzanas más abajo
en la puerta del colegio
en mis tacones
‒no los he vuelto a usar‒
de todos los colores
marrón marrón claro marrón
oscuro intermedio rojiza
parda amarillenta
ocre
de todos los nombres
paco juan javier
modesto óscar pedro
luis
y así mientras aguante tu razón
ENSAYOS PARA LEER UN POEMA
xxxxx> ¡te quiero!
xxxxx> te quiero…
xxxxx(el amante dispone su brazo izquierdo a modo de hamlet)
xxxxx> te-qui-e-rooo…
xxxxx> ¿te quiero?
xxxxx> ¡¡TE QUIERO!!
xxxxx> te quiero
Da igual cómo te lo digan.
QUÉMESE EN CASO DE INCENDIO
Por ejemplo:
pensé que escribir esta historia sería pan comido
tan fácil como volver la cabeza y verte llegar, tan sencillo
como decir podé la madreselva y la dama de noche
arranqué de cuajo los plátanos, los girasoles y el mirto
no quiero más selva que el negro de tus ojos, amor
como decir maté a los perros y los enterré en el jardín
por si volvías y al no reconocerte te ahuyentaban sus ladridos
como decir prendí fuego a la casa
porque una luz en la ventana me pareció insuficiente.
Por ejemplo:
estoy apoyada en el zócalo de baldosas del servicio de señoras
mis mejores amigos me esperan en la mesa del restaurante,
veo un ficus, a mí misma reflejada en el cristal,
el paseo marítimo, las barcas varadas, las palmeras y el mar
estoy bien, pero preferiría no volver, verte pasar,
aguantar las ganas y salir a tu encuentro.
Por ejemplo:
tu voz cogiéndome de la mano.
Por ejemplo:
no soy una soñadora pero cuando bebo te busco, desconfío
y este cuarto se me hace un tren fantasma,
no me es necesario mentir
decir que al fondo, el catre es todo tu cuerpo
extendido espantando sombras chinas
tres delicias son demasiadas en una sola noche, amor
anda ve, en este cuarto tu desorden y el mío enfrentados
ahogados como un mensaje en el contestador
a las tres de la madrugada,
el tiempo a la velocidad de la luz
que entra por la persiana despacio
cambiando de color más de diez veces en un cuarto de hora
iluminando los rincones del techo en los que algún día
se nos aparecerá el milagro
y lo entenderemos todo de golpe, ya lo verás
no será un hombre ni una araña
lo entenderemos todo, amor
como cuando paseamos con una piedra aferrada al puño
o el pulgar o el forro de cualquier bolsillo, para no caer
para eludir el miedo el vértigo el frío,
el frío no me lo quites, amor
bueno, el frío no, pero no te vayas muy lejos
que este cuarto es un túnel de lavado y está por acabar enero.
Por ejemplo:
después me preguntarás porqué, ¿por qué me tratas así?
¿por qué me llega la luz de un faro, un ángel entre las grúas?
¿por qué me despiertas con naranjas dulces
y peces luchadores si sabes que perderán su color?
¿por qué un aeropuerto,
la estación de Atocha, un jardín cerrado?
¿por qué no una pecera con efecto lupa
para que nos crean grandes redondos invulnerables?
¿por qué me tratas así, di?
y habrá más preguntas que no sabré responder
no quiero dejar de mirarte
de pasearme desnuda delante de todas las ventanas
para que puedas herirme sin remordimientos
no quiero dejar de hablarte de accidentes geográficos
accidente tu lengua bajando por mis costillas
accidente el agua hirviendo de la ducha
que después será mar y después lluvia y después charco
porque nada mejor que el agua para jugar para cansarse,
como el amor, amor
este amor que no se cansa, accidentes
que sólo existen como estados de ánimo
y abre los ojos, anda ven
¿por qué no me cepillas el pelo?
Todos mis nudos para ti, amor, árbol o fruta escarchada
tronco abierto de olivo que no desea ser árbol, que no desea
vagar sin dar explicaciones, sin raíz, amor, mi raíz.
Por ejemplo:
si Velázquez cambió las tierras
por el blanco de plomo cuando viajó a Italia
yo viajé hasta este hotel para cambiar
las tierras fértiles de tus palabras
por el plomo de todos estos amaneceres sin ti
no creas que quiero hacer nada por adentrarme en el secreto
la razón desenfoca todos tus movimientos
y al fin y al cabo el hombre creó al hombre
así que sé un gato renacentista, amor
ahora que sabes que deseo volver a los mismos lugares
con el corazón más dócil
con los ojos más abiertos
para pasear sin la obligación de mirar
las segundas veces de las ciudades, amor, no de los hombres
ya sabes que nunca he creído en las personas que se quejan
creo en el agua caliente en las tormentas
en el serrín de los bares
quiero convertir en agua todo lo que toco
pienso en tus arterias
y no sé si estás en la superficie
o en el sueño de una pared roja
el señor de las tazas sirviendo café,
recuerdos lejos del alcance de toda nostalgia
palabra tras palabra desmenuzando los meses
que faltan para que llegue el verano
otro, no aquél, dame verano, amor,
que hielo ya tengo en el vaso
y esta habitación de hotel no es ceremonia
por la que estemos dispuestos a pagar.
Por ejemplo:
es inútil decir no cuando las uñas siguen creciendo
el pelo sigue creciendo el dolor sigue creciendo
es inútil cepillarse los dientes
y usar acondicionador para cabello castigado
es inútil beber zumo de cebolla para conservar la línea
es inútil no dormir, es inútil dormir
es inútil emprender nada
cuando has anudado todas tus sábanas
y aun así no alcanzas tierra firme
es inútil huir de ti, amor, tan inútil.
Por ejemplo:
dormir es escribir sobre el pecho, dijo Roque Dalton
ni Stendhal, ni Dostoievski, ni el mismísimo Ovidio
imaginaron nunca lo que es dormir sobre tu pecho desnudo.
Por ejemplo:
yo no las miro, yo las veo.
Por ejemplo:
me llamas desde el aeropuerto
letanía en varios idiomas, orquesta desafinada
no nos volveremos a ver, pero deja que vaya, no
no intentaré convencerte, no
no sabes cuánto me arrepiento de todo, no
y cuelgas, ascensor taxi aeropuerto, salidas internacionales
megafonía inútil corifeo burlón, malditos vuelos sin retraso
y me olvidé del fuego, la sartén se puso negra,
el aceite incendió las cortinas
el parqué, tus cuadros mis poemas, las copias de seguridad
los jerseys que me regalaste y mis zapatos verdes.
Por ejemplo:
si has sido capaz de creer esta historia
no entiendo cómo no eres capaz de creer que te quiero.
Bono, Isabel. Pan comido. Madrid; Ed. Bartleby, 2011.
MIRA ATENTAMENTE CÓMO SE DESHACE UN CUBO DE HIELO EN LA PALMA DE TU MANO Y CREERÁS EN LOS MILAGROS
Buenos días, he tenido seis sueños en este viaje tan largo
cantaba Javier Bergia.
Bajas, te llevas las llaves y me dejas sin música.
Luces de emergencia tac-toc como una bomba relojería.
Explosión y erosión
antes y después de la primera luz del Big-bang.
Me largo antes de que salte por los aires
este corazón sin tracción en las cuatro ruedas.
Ya sé que habíamos quedado
en que aguantaría hasta el the end, pero
esta calle mal iluminada parece un fundido en negro
más que una noche americana.
¿Qué haremos cuando no sea suficiente
con admirar lo que otros construyen?
¿Cuando las grúas
y el mecanismo de los astros no sean suficientes?
¿Cuando las estrellas corten sus hilos celestes
y constantes decimales periódicos
sin llegar a aproximarse a la terrible verdad
y se atraigan y caigan
unas sobre otras como nosotros aquel verano?
Dejo una nota en el parabrisas y me voy.
Te creí cuando dijiste: Mi ideal sería pasar por aquí
por los edificios, las escuelas
las chicas, las instituciones, la política y la sociedad
Mataría cucarachas, perros, actores porno
por poder vivir la vida como Alberto Caeiro
que decía: Pensar es estar enfermo de los ojos.
Tú no creías en la historia
en la gravedad que sostiene galaxias enteras
ni en líneas imaginarias pero, si hubieras podido
te habrías agarrado el meridiano de Greenwich
como si fuera la barra de los bomberos
sólo por ver amanecer dos veces.
Dicen que mirar el fuego de una cerilla
da ganas de orinar, dijiste.
No creo que una llama tan pequeña
tenga tanto poder, dijiste.
Definitivamente no creías en nada.
Vivir sola no fue fácil.
xxxxxx‒Buenos días (amor) he tenido seis sueños.
Nadie contestó,
pero esa misma mañana recibí dos telegramas.
Quiero sentir frío, pensé. Sentir la respiración helada
de un ejército de erizos en el estómago.
Me miré más de cien veces las líneas de la mano
sólo por comprobar si estaba avisada
o era una jugarreta del destino, y me levanté
dispuesta a no abrir la boca. Llamas desde una cabina.
Decir: tengo la cabeza llena de grillos
desde que mi madre se puso a vaciar cajones
ropa blanca, mantelerías
y varios electroencefalogramas: rarezas de museo.
A ti te daba pena verte en un carnet antiguo
y a mí me dan pena mis ondas cerebrales. Pero no.
Habla él. De su nueva novia, de las bibliotecas de París
de unas rocas en forma de huevos gigantes de color rosa.
xxxxxx‒Seguro que sigues olvidando regar las plantas.
Nos despedimos. Sillón, sol, música: vaciándome.
Hay personas a las que les crecen
frutos y peces tropicales de las manos,
pienso mientras me hablas de física.
Dices que la teoría de la relatividad está superada
y que ahora es la súper cuerda.
Partículas que lo atravesaban todo
(piones, muones, neutrinos).
Los neutrinos no tiene carga.
Ahora, al saberlo, dice,
cuando hay un haz de luz pone la mano
para que los neutrinos lo atraviesen
ya que nada lo atraviesa porque anda
insensible (anestesiado).
Y me fui hacia la puerta. Y llévate esos cedés
que te van a gustar
aunque contigo nunca se sabe. Y otra vez el haz de luz
y las partículas saliendo de la cocina, y se te escapa
un poema de Kipling demasiado heroico.
Y no te dejes el de Billy Bragg
que tiene un poema de Kipling, precisamente.
¿Pero tienes que irte? ¿Pero tienes algo que hacer?,
insiste. Quédate.
xxxxxx‒Pero no me quito el abrigo, que estoy temblando.
William Bloke me da cuatro golpes en la espalda.
También me dieron las seis.
Algo falla, lo noto: te costó convencerme de que éramos felices.
Tuviste que ponerme mercromina en el corazón
y obligarme a escuchar quince veces seguidas
En un mundo tan pequeño.
Me fui de todos modos porque tus palabras
como un neutrino más, me atravesaban sin estruendo.
xxxxxx‒Me voy. Tengo que regar las plantas.
Volver no significa necesariamente
llegar huyendo de otro lugar. Esta vez sí.
Afortunadamente nadie había cambiado la cerradura.
No había luz. Cené una cerveza y me masturbé dos veces.
Me pregunto qué estarás haciendo en este momento tú
miro por la ventana, a veces eso ayuda y a veces no, cantaban.
Un amor así también es de este mundo
pensé, y me fui a la cama sin ducharme.
Bono, Isabel. Pan comido. Madrid; Ed. Bartleby, 2011.
DOS ESCENAS PLATERESCAS MÍNIMAMENTE CONECTADAS
Querías llenar los muros de toda la ciudad.
Ser escritor no es eso, te dijo alguien (ahora).
Cuando ella apareció viste el cielo abierto
tu corazón abierto, los brazos abiertos
todas las veces que (mínimamente)
creíste conectar con algún dios.
No viste el serrín que arrastraban mis botas.
Entre mis papeles nunca encontraste palabras como:
Al dolor no le busco sustituto que sepa a miel
ni a dulce sacudida de balcón sobre una alfombra.
xxxxxx‒El futuro es una abeja empotrada en el viento.
No.
El futuro es una casa vacía, moradores sin rostro
acudirán a su puerta con obsequios idénticos
habitantes de humo y sueños malogrados.
El futuro a la deriva todas las veces roto
por un beso de alquitrán entregado a la muerte
cada vez con la misma fuerza, nadie es capaz de detenerlo.
El futuro afilado y brillante, paciente y frío
abismo de asfalto duro y seco que no se deja sobornar.
El futuro tiene voz de bosque
está lleno de mensajes que obedecen al silencio
no discute con el azar su precisión, su demora, débil armonía.
El futuro entorpece la búsqueda
el recorrido marcado se desvanece al amanecer
como en un salto al vacío.
El futuro no es posible sin profetas
les comió la lengua el gato
ni su silencio será suficiente
cuando llegue la edad de la renuncia.
Renuncio: 6,6% vol. multiplicado por tres es demasiado
para mis 49 kilos y mis 4,5 litros de sangre, dije.
Te parezco bonita (insistí)
porque bebo cerveza directamente de la botella
mientras con la otra mano sostengo un libro.
Porque hago que fumo
apoyada en la ventana de espaldas a ti.
Porque me muevo como un gato
cuando me miras, cuando no me miras.
Aire y luz y espacio, pedía Henry Miller.
Yo me conformo con un café con leche.
xxxxxx‒Buenos días, amor. Mira lo que he visto.
Volver a casa en dos tramos.
No te pares, dijo, porque moverse sostiene.
Un semáforo mal coordinado
acaba conmigo en la Glorieta de Carlos V.
Tú intentabas distraerme con frases poco elaboradas.
Tenemos poca experiencia en milagros,
tenías que haberme dicho.
Pero no te lo explico más. Pregúntale a las piedras por mí.
Pregúntale al grito de Tarzán, a las sirenas de los cargadores.
Porque volver era encender todas las luces de la casa
y no verte.
Todo empezó el 12 de diciembre
por haberme saltado dos paradas.
Llegué a casa con un dedo pegado al timbre y otro
entre las páginas de un libro de Susan Sontag.
Quizá te sentó mal que perdiera las llaves.
Dejar de quererme por eso
me pareció tan desproporcionado que me eché a reír.
Quizá fue mi risa de niña asustada.
El libro sigue sobre la mesa
haciéndose las mismas preguntas que yo (ahora).
Esa noche te llamé dos veces.
Las dos para decir que estaba bien. Me creíste.
Caíamos sin saberlo en un balde de leche cortada.
Caer no era melancolía de horas ni alud
(de septiembre) en las tripas. Caer: nada al otro lado.
Billy Bragg canta a Woody Guthrie.
Ceveza fría de lata en pleno invierno.
En diez minutos tendré que echarme una manta
o quemar los muebles. Después dirás que no te quise.
Si ésta fuera mi casa dejaría de escribir sobre ti.
Tú no dejarías de fumar
pero cada lunes lo intentarías con la misma sinceridad
que (ahora) el licor hace que pienses que sí
que era posible, que no nos dimos cuenta
antes y después de besarme.
xxxxxx‒El café sin azúcar, amor.
Qué lejos el mar, dirás sin ganas.
Qué desmesurado el peso de los domingos sin estufa.
Qué fácil todo aun sin haber bebido.
Parecía irremediable volar (clase turista) hacia Estocolmo.
Se supone que miento. Camuflaje (engranaje) las tardes
que no recuerdo haberte visto fumando en la cocina.
Tú no entiendes que haya momentos
en los que no me importe que sea lluvia
u orines calientes lo que corra por mi cara.
El frío acudía puntual al laberinto de mi oído
cada vez que cerraba los ojos.
No soñaba volver:
soñaba no usar jerseys de cachemir en agosto.
Sandalias para el verano
tirantes y collares de semillas para el verano, amor
huesos de chirimoya taladrados
(mi corazón) sobre un plato.
El anillo que me pusiste la primera noche nunca apareció.
Las hormigas son urracas, dije.
Escribe sobre el verano, amor.
Moscas en mi cabeza, amor, no pájaros.
Moscas y abejas. Sin miedo, amor.
Dibújame, amor (repito), sin miedo (repito)
de un solo trazo. Tinta china mis labios (antes y después).
Escribe tus iniciales en mi espalda con un pincel
como en aquella película de Greenaway
que nunca llegué (ahora) a entender.
Quiero ser tu escena plateresca favorita
aunque tampoco entienda lo que significa.
Quiero ser china. Quiero ser tinta.
Ya lo dijo Ingres:
El dibujo es la probidad del arte.
Para cuando me quise acordar de la frase ya te habías marchado
con mi dinero (con las hormigas) y con mi anillo.
Qué me importa ahora que no estás
que los insectos sean los besos del sol.
Scriabin estaba tan convencido de ello que decía
que su Sonata nº10 era una sonata de insectos.
Scriabin tampoco pensó en el futuro:
no sabía que moriría con 43 años
por una picadura de mosca carbonosa.
Bono, Isabel. Pan comido. Madrid; Ed. Bartleby, 2011.
VE CON PIES DE PLOMO Y PODRÁS CAMINAR SOBRE EL AGUA
xxxxxx‒Tienes que ser un gato.
Me lo advirtió con palabras de Bukowski.
Sabía que sólo así podría tomármelo en serio.
Dijo que le gustaban los libros
porque cuando dejabas de mirarlos
no cambiaban de opinión, que había que mirar las cosas
como se mira la página de un libro. Me lo puso fácil.
Así fue como empecé a leer
entre las líneas de su camiseta,
a escribir mis mejores versos
sobre las líneas de su camiseta,
a mirarlo como si su corazón viviera codificado
bajo las líneas de su camiseta.
xxxxxx‒¿Aclarado? ‒preguntó él con dureza.
xxxxxx‒Centrifugado ‒contestó ella.
Darling, otra vez se te ha olvidado poner suavizante, pensé.
A partir de hoy rascarán nuestras sábanas
cuando hablemos de amor.
Da igual lo que se haya perdido,
estaríamos aquí de todos modos
haciéndonos quizá menos preguntas
o preguntas distintas pero, aquí y ahora.
Si no hubiese sido
por aquellos extraños comportamientos
provocados por el frío, él no hubiera dicho (ahora):
xxxxxx‒¿Terminamos?
Se esfuerza en no entonar la voz.
Sin duda se refiere al vídeo del último viaje.
Árboles amarillos, peces rojos, cielo gris.
De espaldas parezco diez años más joven.
Al llegar a la estatua del arquero nos separamos.
xxxxxx‒Nada es tan importante como para marcharse.
Hubiera dado la mitad de mi vida
(ahora) por oírte decir (entonces) esas palabras.
No me dejo agarrar por la melancolía
o es mi corazón de piedra
al mando de todos mis movimientos.
O son sus trajes hechos a medida.
O es la luz de los domingos, poco calculadora.
No contaba con esto. Mi idea de futuro
no preveía iniciales en el bolsillo del pijama.
Te coserá sus iniciales a la piel,
decía aquella canción tan triste.
Debí prestar más atención: shock
xxxxxx‒Lo sé todo ‒dijo ella
xxxxxx‒ahora sé que me amas con palabras de niño (gusano).
No creo en el futuro, sin embargo
me pruebo estos pantalones pensando en un posible viaje.
Te ha crecido tanto el pelo
qu no tengo más remedio que creer en el futuro,
podías haber dicho y todo se habría solucionado.
No hubiesen hecho falta iniciales, pantalones
ni casa con gato.
Apagué la tele, la estufa y la luz.
Mientras oigo como se cepilla los dientes
espero a oscuras en el sofá. Suena la cisterna.
Me vuelve a tocar echar la llave
recoger las toallas de las cuerdas
dejar la cafetera lista para el desayuno.
En el dibujo del azucarero había un poema (desconchón).
Lo rozó con la yema del dedo
como quien intenta salvar la vida
a un insecto ahogado en una taza de leche.
xxxxxx‒El estómago se me cae a pedazos ‒dijo él.
xxxxxx‒Se me cae la casa encima ‒dijo ella.
Si quieres cómete las uñas, no pienso guisar para ti
le hubiera respondido antes de servir las tostadas.
A esas horas toda la ciudad
(y el amor) azul en las baldosas del cuarto de baño.
Satie, Barber y Tracy Chapman nos distraían del frío.
Primero fue el mar. Después el viaje más cansado
más largo, más oscuro.
Partir no significaba darse por vencido.
xxxxxx‒Somos nudos de árbol destinados al fuego.
Nunca supe cómo llamarte. Inventé más de cien nombres
a los que ni siquiera respondías volviendo la cabeza.
Cuando me hablaste de un viaje más allá de la tierra
más allá del mismo mar supe que te llamabas como yo.
Tú no sabías remar. Como yo iba desnuda
no pude hacer una vela con mi vestido.
xxxxxx‒Confío en la lluvia.
La lluvia no rinde culto a reyes ni dioses.
La lluvia se espanta con los brazos
pero nadie puede invocarla. Así era su presencia.
Alguien me dijo que había vuelto a la ciudad
que caminaba con los ojos fijos al suelo: ni siquiera él
hubiese reconocido mis zapatos después de tanto tiempo.
En el diccionario enciclopédico decía:
El fantasma de una magnitud que ha dejado de existir.
Pensé: No te vayas cada vez más cerca del cielo
que la tristeza no sabe de pasos de cebra
ni de manos en los bolsillos. Pero dije:
xxxxxx‒La entropía señala el curso del tiempo.
Y es que con el tiempo aprendimos a estar conformes
a no gritar palabras vacías, breves, absurdas.
A volar en vertical, desordenados, confusos, dóciles.
Ella pudo decir no.
xxxxxx‒Todavía no tengo tiempo para deseos
xxxxxxpero no tengo deseos de verte.
Eso pudo decir antes de colgar el teléfono.
Pero dijo así y bajó a la playa.
Así supo (arena dentro)
mientras se acercaba (arena bajo sus pies)
a un hombre de espadas (arena en los ojos)
que la humedad y el miedo son una misma cosa.
Bono, Isabel. Pan comido. Madrid; Ed. Bartleby, 2011.
LOS AVIONES QUE CRUZAN EL CIELO DE TU BOCA
Dos amigos, dos libros, dos veces tu nombre.
Puse La cena en el walkman y salí a la calle:
Todos te miraban tú seguías disimulando.
Es extraño que no me acostumbre.
El sueño de los escarabajos, pensé y cerré los ojos.
Pocas historias se parecen a ésta, me gustaría decir
pero todas son la misma
todas una y tengo los pies helados.
xxxxxx‒Ojalá ese ruido fuese lluvia.
Nos quieren salvar de las vías muertas, de la fiebre.
Si la fiebre fuera sólo pájaros negros
en el techo de un vagón de mercancías
levantando el vuelo,
como si cada pájaro fuese una gota de agua
y el sol evaporara pájaros, no gotas.
He tenido muchas veces esta sensación
pero sin ti (así que no hables).
xxxxxx‒Todo el mundo necesita una historia.
Niña de película, me llamabas.
Yo pude estar en el estudio de San Girolamo, pero
Antonello de Mesina no quiso casarse con mi madre,
le dije para romper el hielo.
xxxxxx‒¿De qué te ríes ahora?
De las coincidencias, dijo.
Fue al servicio y yo seguí hablándole a través de la puerta.
Después bailamos cogidos de la mano.
A simple vista el mundo era nuestro
lo que podíamos tocar nos pertenecía.
Sin duda, él era el hombre
que mejor miraba del mundo.
Pero no me enamoré de él por eso.
Me enamoré de él porque era piloto, y yo
era un ser perplejo que no se defendía
del equilibrio de las grúas ni del vértigo.
No es culpa tuya, pero todas las luces escondían
(ahora) un mensaje cifrado
o lo que es lo mismo: no había amor comparable
a mirar aviones tomando tierra.
Tan lejos el perfil del mundo
al que no llegará ninguna de mis maletas
con los últimos regalos que te compré.
xxxxxx‒Espera a que deje de temblar y nos vamos.
Tengo una vida y sueños para tres más.
Ojalá me conformara con las piedras
con la lluvia, con las sirenas de los barcos.
Pero lo quiero todo.
xxxxxx‒Cuanto más tiempo pase más tristes estaremos.
Lo mejor del invierno son las Variaciones Goldberg.
Y te miro caer gotas desde el pelo casi mojado
apoyado en mis rodillas
y el vapor desvelando que nunca tendremos la misma piel.
Los pies suben hasta hombros distintos
(no otros) y cierro los ojos.
A veces, pensar que somos tan parecidos me da miedo.
No es miedo es terror.
Es estar equivocada y seguir tan lejos.
Lo supe el día en que me dijiste
que uno de los mejores inventos era el agua caliente.
Muchas veces pienso en ti
en tu cara afeitada delante de un espejo empañado.
Soy yo quien te mira, quien pretende acompañarte.
Equivocarse como si esto sólo fuera un ensayo.
Como si tuviéramos (entonces) tiempo de sobra.
Muchas veces más mis rodillas evaporándose.
Antes y después.
No me defiendo del frío (lo sabes)
no me defiendo de la humedad
no me defiendo de tus manos mojadas.
xxxxxx‒Algún día recordarás todo esto como un anticipo.
Me tumbo. Abro las piernas. Entra si quieres.
No tenemos nada que perder.
Descorre las cortinas y mírame: mañana
estaré demasiado lejos.
No se lo cuentes a nadie, no me esperes, no te detengas
no me compares con nadie, no te lamentes.
Tus hijos no preguntarán por mí.
Si preguntan, miénteles. No tengo nada para ellos.
xxxxxx‒Abre más la boca.
De los que vayan, de los que vuelvan, aprenderé algo.
Me contarán el secreto. Yo atenderé como si fueran
(ahora) tus palabras.
Acuérdate: cuando el paisaje era el mismo
pero sin luces: con la cabeza perdida.
Se abrió una puerta y comenzó el duelo.
Desde el principio admití ser mortal
pero no debiste de oírme.
xxxxxx‒No todo es recíproco.
Apareces, pesadilla abstracta de perro ciego
como hueco sin manos donde beber nada.
Traté de explicarlo poniendo un símil tonto.
Nosotros nos cruzamos muchas veces: aquí estamos
en este aeropuerto invadido de naranjas dulces
donde dejan caer maletas como si fueran hombres muertos.
Rasca con una moneda y dime a quién le tocará marcharse.
Hay cosas que deberían decidirse antes de salir de casa.
No me conformo. Avanzo.
xxxxxx‒Cuenta conmigo.
Uno: mi corazón bombea correctamente
(nadie ama con el corazón).
Dos: tus manos me quedan tan lejos
que mi corazón decidió bombear
menos sangre de la debida
(nadie ama sólo con las manos).
Tres: nunca bajaste a la playa a tirar piedras conmigo
(nadie ama a una piedra).
Cuatro: aún te espero
(nadie ama como yo).
Creo que ahora lo he explicado correctamente.
xxxxxx‒Cuando tenga la carne tan blanda
que nadie quiera tocarme, pensaré en ti.
Dije entre dientes y disparaste a matar.
Bono, Isabel. Pan comido. Madrid; Ed. Bartleby, 2011.
EL INVENTO
En esa maravilla de libro que pueden ver en la imagen y que lleva el título de ‘El invento’, se puede leer en el prólogo: «Para con la poesía de Roger Wolfe, desde sus primeros libros, hay una rara coincidencia por parte de la crítica en señalar la radicalidad de un planteamiento que casi lindaría, y no solamente en el plano literario, con la extraterritorialidad del francotirador, la insólita presencia de referentes ajenos a la tradición castiza, el deliberado prosaísmo y, sobre todo, el carácter rupturista, revolucionario, de su realismo urbano.
Lo cierto es que la combinación de tales ingredientes con el humor corrosivo, la habilidad en el manejo de los mecanismos del lenguaje convencional y su visión nada ortodoxa del mundo componen una figura poética que se aleja de las formas y temas canónicos en el paisaje de la poesía actual. Además, es importantísima en él la inusual presencia del referente a las fuentes poéticas anglosajonas, de Blake a Ferlinghetti pasando por e. e. cummings, que es desafortunadamente tan poco común en nuestro ámbito cultural. La visión crítica y desencantada de la realidad se muestra también en el acentuado biografismo aparente de algunos de sus libros, donde es visible la relación con el desolado mundo de Bukowski y aun de Carver. La frescura de su visión heterodoxa del mundo es la marca de su literatura.
Pero lo más recomendable para el lector es quedarse solo ante el poema, atento a su graduación. Numerosos poemas de Wolfe ilustran una ética de la resistencia que anima el vitalismo del individuo ante el mundo feroz y corruptible. El sarcasmo burlón y el lenguaje directo son el vehículo que sustenta unos poemas cuya raíz es la más profunda indignación moral ante el mundo; un mundo que, a pesar de todo, también puede, de manera sorprendente y paradójica, Guillén dixit, estar bien hecho en un instante, en un momento.
Tenía razón Magdalena Lasala al definir a Roger Wolfe como “poeta roto en poemas rotos”.»
MÚSICA DE RECÁMARA
Ha puesto a Bach
en el cassette. Me ha dicho
que se iba a ver a unas amigas
‒un favor, me ha recordado, que le debe
a no sé quién‒. Yo leo un libro,
fumo; el cenicero
está sobre la colcha.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxHe apagado todas
las luces de esta casa. Y al volver
‒los pies desnudos sobre el mármol‒
de la cocina, en una mano el café,
el ascua roja del cigarro en otra,
me he detenido, como con miedo, casi,
a escuchar el latido acompasado
de mi corazón.
LA TORTURA, VIEJO Y LITERARIO GÉNERO…
Me hablaba
del cielo de Esmirna,
de las doradas cúpulas
que alumbra la tarde veneciana,
del aire perfumado y cómplice de ciertas
umbrosas callejuelas tunecinas, la belleza
inenarrable de Florencia,
y ‒cómo iba a faltar‒
de ese cafetín donde en Lisboa
martirizaba los versos el Poeta…
Hay gente en ocasiones que deseas
que fuera un libro, para así
poder cerrarla con un sonoro y seco
golpe de la mano, sin marcar la página,
y devolverla luego para siempre
al lugar en que por derecho
corresponde:
los mustios anaqueles
de una rancia biblioteca.
EL DR. ROGER Y MR. WOLFE VISITAN LOS JUZGADOS
Bueno, así es la vida.
Un día entras esposado
por una puerta, y al siguiente
entras por otra
para desposarte:
dos maneras
no tan diferentes
de hacer justicia.
LA VERDAD, POR FIN
Todo el día
queriendo redactar este poema
y ahora no recuerdo
qué se supone
que tenía qué decir.
Los buenos escritores ‒no hace falta
repetirlo‒ son aquellos
que saben siempre, exactamente,
cuándo no deben escribir.
Pero ése
evidentemente
no es mi caso.
CAFÉ Y CIGARRILLOS
Salgo del trabajo. Los huesos, el cuerpo entero
dulcemente dolorido, como ‒a veces‒
después de un polvo de los buenos.
La luna, sajada en dos pedazos, me recuerda
el ojo ése famoso de Buñuel,
asomada un tanto tenebrosamente
por encima de los árboles.
El coche no me arranca. El parabrisas
es una roca enorme y congelada.
Así que vuelvo a casa andando,
velado el claqueteo de mis pasos
por la luna, la cabeza
llena de café caliente y cigarrillos.
Llego al portal y me detengo,
soplándome en las manos, bajo
el arco de luz que proyecta la ventana
sobre el hielo, la hierba sucia y abrasada.
Y al otro lado de esa luz te encuentras tú.
Y es que un hombre necesita en esta vida
otras cosas que no sean
lunas surrealistas, coches, oscuras
películas de Buñuel.
LA FAMILIA
De una conspiración de sangre
qué otra cosa cabía esperar.
JUSTIFICACIÓN DEL CRÍTICO
Si aceptáramos la posibilidad
de que alguien exclamara:
“Dios mío, qué hecho polvo estoy”
sin mayores aspavientos
ni necesidad de exégesis alguna,
sería preciso reescribir
la inmortal historia
de ese fraude que se ha dado en llamar
Literatura.
Y además
nos quedaríamos en paro.
HIPPY RECICLADO
Cómo se nota, me dijo,
que no eres hijo de los 60.
Y qué culpa tengo yo,
le respondí, de ser un hijo
de mi madre, al tiempo
que aceptaba su vino barato de Rioja,
su tabaco, su inverosímil
conversación pseudobanal,
los ensordecedores watios
de su televídeo estereofónico
de 36 pulgadas y media.
DOS MIL AÑOS DE HISTORIA PARA ESTO
Lo poco que me queda
esta noche, en que la lluvia
repiquetea como la descarga de un cartucho
por todos los cristales de la casa,
es no obstante un sólido refugio:
esta cálida cocina
en donde bebo
un vaso bueno
del mal vino de siempre, escribo
algún poema, leo
los versos de la gente a la que amo y odio
y alzo un momento la cabeza
‒frente a las sombras inconexas del televisor
en el que danzan los pájaros de Hitchcock
mientras Tippi Hedren se lleva las manos
ensangrentadas a la cara‒
para apurar plácidamente un cigarrillo
y mejor recrearme en el milagro:
El mundo,
qué duda cabe ‒a veces‒
está bien hecho.
EL VASO
Siéntate
a la mesa.
Bebe un vaso
de agua. Saborea
cada trago.
Y piensa
en todo el tiempo
que has perdido.
El que estás perdiendo.
El tiempo
que te queda por perder.
EL EXTRANJERO
Me asomo a la terraza.
Una mujer se arregla el pelo
delante de un espejo
en el edificio de enfrente
de mi casa.
Estaba leyendo
a Dostoyevski. Cierro el libro,
lo dejo encima de la mesa,
me siento y abro
otra cerveza. Qué aburrido,
Dostoyevski, la cerveza,
las mujeres, los libros,
los espejos. Qué aburrido
sentarse y esperar la muerte
mientras la gente fornica,
come, trabaja o se solaza
bajo el sol sucio de septiembre,
y uno sabe, positivamente,
que nada va a ocurrir.
REVOLUCIÓN
Demasiada mierda
está siendo repartida
por los pocos
entre los muchos,
hasta que los muchos
se convierten
en los pocos
y la mierda
comienza a volar
de nuevo;
eso es lo que Marx
realmente
quiso decir
cuando dijo
que la realidad
es dialéctica:
apesta
en cualquiera de los casos.
YA SÉ QUE MAÑANA SERÁ OTRO DÍA
Y entonces uno se pregunta:
¿Qué es la vida?
¿Hay algo? ¿Es esto?
¿Empalmar un condenado
cigarrillo con el otro
mientras te dices
que quizá estés ya incubando
un cáncer en algún recóndito
intersticio del pulmón derecho?
¿El páncreas?
¿El hígado?
¿Los riñones?
¿La vejiga?
¿Y qué hay de la cabeza?
¿Hay algo? ¿Es esto?
¿Sorber tazas de té
en la soledad
de la cocina?
¿Mirar por la ventana
y contemplar la luna?
¿Fingir que eres Baudelaire?
¿Las chimeneas? ¿Los tejados?
¿La masa hirviente
de cuerpos en la playa?
¿O esas nubes
que mañana amenazan
con borrasca?
¿Hacer llamadas de teléfono,
pagar facturas, masturbarte
aspirar el perfume de esa chica
con la que te has cruzado por la calle,
tomar esta pastilla?
¿Acordarte de tu madre
en tardes de domingo
y lluvia?
¿A qué estamos jugando?
¿Qué es este absurdo juego?
¿Una espera llena
de míseras miserias
y mezquinas alegrías?
¿Una espera? ¿El limbo?
¿Es esto?
¿Era esto lo que nos decían?
¿Un cine vacío
donde ni siquiera nadie
ha tenido la decencia
de programar una película?
NADA, NADA, NADA
Encima de la mesa
Cernuda, Onetti, Delmore
Schwartz, Auden, Pound,
Ernesto Cardenal.
Y yo mismo, por qué no.
Y luego setecientas
cincuenta pesetas; en monedas,
como es obvio. (Y no es la menos importante
indicación de que el tiempo pasa…)
Un lápiz, los textos
subrayados, un mechero
y dos bolígrafos: el negro
para engañar los garabatos
que luego el rojo, que es el que usa
también el tiempo, irá tachando
hasta enterrarlos en el polvo.
Un penúltimo tazón vacío
de té con leche,
un cenicero muchísimo más lleno
de lo que convendría.
Y trece años, trece,
más o menos,
desde mi primer poema.
No mucho.
Casi nada.
L’ETRANGER
La pantalla encendida de mi ordenador
tiene un fondo azul. Y sobre él
las letras blancas. Más allá
de los cristales entreabiertos
grandes nubes hinchadas de agua sucia
flotan a la deriva en dirección al mar.
El cielo sobre el que huyen
como inquietos caballos amaestrados
es también azul. Un azul que busca muy despacio
el púrpura, a las nueve y cinco de esta noche
de comienzos de septiembre,
el sol hundido y frío en la nostalgia del verano.
Tal vez las mismas nubes
que contemplaba Baudelaire,
naufragando en el ocaso de la tarde de París
hace ahora más de ciento treinta años.
Aquellas “maravillosas nubes que pasan”,
que pasaban, ante sus ojos torturados
de perpetuo extraño. Y a excepción quizá
de esa sirena policial que se sacude
como una lata vieja en el silencio enrarecido
que precede a una tormenta
y el ronroneo impasible de este ordenador,
por un momento me parece
que soy su semejante, su hermano,
su confidente hipócrita yo también.
LA PERIFERIA VA POR DENTRO
Vive en Madrid
y le agobia
el tráfico
a gente
los alquileres
la delincuencia
la polución sonora
y ambiental,
su trabajo en el
periódico,
la poca paga,
el jefe
de sección.
“¿Se puede ver el mar
desde tu terraza?”,
me pregunta.
“Exactamente
no. Pero lo huelo.”
“Qué suerte tienes,
cabronazo. Vives
mejor que yo.”
Ya. Bueno. La vida
es como cuando vas
a un restaurante.
El plato del de al lado
siempre te parece
mucho más apetitoso
que el que acabas
de pedir.
ÉTICA DEL CAVERNÍCOLA CONTEMPORÁNEO
No hay otra alternativa
más que enquistarse
en la zozobra
cerrar puertas y ventanas
bajar persianas
pinchar a Purcell
desplomarse en la cama
y respirar pausadamente
mientras el mundo
ahí fuera
se destroza.
GLOSA A CELAYA
La poesía
es un arma
cargada de futuro.
Y el futuro
es del Banco
de Santander.
EL CRÍTICO Y LA MARGARITA
Tú sí
tú no
tú sí
tú no
tú sí
tú no
tú sí
tú no
tú sí
tú no…
y en cuanto a ti
no sé
mejor será
que espere
a ver
qué dice
la competencia,
no vaya a ser
que a estas alturas
me coma
algún marrón.
ARTÍCULO NO SUJETO A LEGISLACIÓN VIGENTE
¿Los poemas?
Algunos funcionan,
otros no.
Si lo que quieres
es una garantía,
cómprate un televisor.
EL AMOR, SUPONGO
He estado pensando en escribir
un poema de amor
dedicado a mi mujer
pero lo cierto es que no sé
por qué, pero me pongo
increíblemente triste y los poemas
de amor no se me han dado nunca
demasiado bien ‒o quizá es que nunca
lo haya intentado seriamente‒;
supongo que el amor
debe de ser
como esos rarísimos instantes
de felicidad:
si por un momento
los tienes
yo diría
que no es conveniente
andar jodiendo el tiempo
con poemas.
MÁS PEROS, ESQUES Y PORQUÉS
El aburrimiento
puede matar
a un hombre
y para este problema
existen diversas soluciones:
dinero
mujeres
alcohol
drogas
arte‒
ninguna
de ellas
a mi alcance,
como se puede comprobar.
Por eso
precisamente
estoy aquí.
¿Qué excusa
tienes tú?
HAGIOGRAFÍA
san francisco dasís era un perdido
antes de cambiar de vida y convertirse
en lo que su propio nombre indica
y arroja los trapos de su padre
por las ventanas de la fábrica
y se despelota en plaza pública
culo al aire ‒el viejo
al borde de la embolia‒
la vieja disputa generacional
todo esto por supuesto lo cuenta zeffirelli
yo lo vi con propios ojos
a los 14
recuerdo que el curilla vino a dar explicaciones
antes de que nos pasaran la película
su máxima preocupación
hay que joderse
era ese culo al aire
de paquito
RAYMOND CARVER
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx”Que hablen conmigo si quieren
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxpreguntarle algo a alguien. Yo sé
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcómo funcionas. Que vengan por
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxaquí, y les daré más que de sobra.”
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxR. C., “Intimidad”
Leí sus primeros cuentos en Oviedo,
allá por el ochenta y ocho.
Meses antes, de hecho, de que falleciera.
Creo que fue a finales del invierno
y recuerdo que llovía
literalmente a cántaros;
el ruido del agua en el patio de luces
te hacía pensar en alguien que anduviera
vaciando cubos desde las ventanas…
Devoré sus libros en la cama,
entre monumentales resacas sucesivas.
Me tenía fascinado. Primero los cuentos;
luego los poemas;
más tarde todo lo que pude
encontrar de él.
xxxxxxxxxxxxxxxCuando ese verano
leí la noticia de su muerte
lo sentí sinceramente.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLuego,
a lo largo de estos últimos años,
he ido releyéndole. Sus relatos, de nuevo,
sus poemas. Incluso los retazos póstumos
que fueron exhumando. Y la magia
parecía seguir ahí ‒hasta hace poco.
De repente el tipo
empezó a incomodarme, pero no
en el buen sentido ‒como siempre había sucedido‒,
sino en el malo. Y luego a mosquearme
hasta el punto de que se me ha jodido por completo.
Hay algo en él de vieja
sufrida y satisfecha
que me crispa; que me toca
‒no encuentro otra manera de expresarlo‒
francamente los cojones.
Lo olí desde el principio (pero estas cosas
son como el amor; tienen
su fatal ciclo inevitable): ese clásico tufillo
de ex bebedor felizmente arrepentido
que se enorgullece de tutear a la desdicha.
(Sólo él lo ha pasado mal; sólo él sabe
lo que es arrastrarse por el fango;
y va a tener la deferencia
de contarnos a todos los detalles.)
Quizá se objete, y tal vez con razón,
que todo esto es excesivamente subjetivo. Da igual.
Sé lo que me digo. Le tengo pillado
el camelo a este individuo. Hay algo falso
en este hombre ‒en su escritura.
El que tanto repetía
que hay que escribir sin trucos
es un maldito sucedáneo.
Sufrir ‒aquí sufrimos todos‒
está muy bien;
pero no basta con eso.
RENTAPOEM
¿Os imagináis la poesía por encargo?
Que te pidieran un poema, por ejemplo,
sobre unas bragas o una lata de conserva.
Poemas para anuncios. Poemas
para bodas y bautizos. Poemas
por teléfono. Un 906 de la poesía.
Poemas para poner verde al enemigo,
poemas para sorberles el tarro a las chavalas.
Poemas para entierros. Poemas
para candidatos en campaña…
Se ha hecho ya, por supuesto.
No hay nada nuevo bajo el sol.
Lo extraño quizá sea que en estos tiempos
en que todo se compra y se vende
los poetas se empeñen en velar con semejante celo
por sus mezquinas idiosincrasias personales.
Ni siquiera el plagio ‒creativo‒ está bien visto:
en el Siglo de Oro era un género; hoy día
es un delito. (Quién sabe si para ahorrarles el bochorno
a todos esos a los que no plagiaría ni su madre.)
La economía de mercado acabaría de un plumazo
con ínfulas, rencillas y aspavientos:
a tanto el asunto, el verso o la palabra.
El que pueda pedir, que pida. Y el que no valga,
a poner ladrillos. Y que se joda.
YO TAMBIÉN QUISE SER VERLÉN
Llueve en la ciudad
como llora en mi corazón,
qué es esta languidez
que…
No, falso arranque.
Eso no es mío.
Empecemos otra vez:
Llueve.
Y vamos a dejarlo así,
que no está el horno para bollos.
TENSA EL ARCO
La poesía:
una ballesta.
Y en el punto de mira,
un corazón.
DE LAS NUNCA BIEN PONDERADAS VIRTUDES DE LOS CONTENEDORES DE RECOGIDA DE PAPEL
Errores.
Todos los cometemos.
Yo mismo
acabo de tirar
doscientos veinticinco folios
setenta y nueve mil palabras
y tres años y medio
de sudores
suplicios
trabajo fallido
y paja mental
directamente a la basura.
ANOREXIA
La música.
Los pájaros.
El cielo asfixiado
de Madrid…
Nos imagino
dejándonos morir de amor
en un cuarto en penumbra;
sería un poco
como una película pornográfica
digna de ser vista en un convento.
¿Entiendes lo que quiero decir?
Yo de momento
cada día estoy más flaco.
ESCORIA
Los oigo hablar
y me estremezco:
en 20 años
no han conseguido otra cosa
que devolver un eco.
Y es un eco
que repite
la misma vieja
cantinela:
“Me jode hablar así,
chaval, pero cuando llegues a mi edad
lo entenderás…”.
Si les jode hablar así,
¿por qué lo hacen?
¿Y de qué demonios hablan,
en cualquier caso?
¿Entender qué?
¿Que lo que sobrevive
de la quema
es siempre escoria?
Bueno, sí.
Vamos a ser benevolentes.
Y a dejarlo en eso.
LAS AUTORIDADES SANITARIAS ADVIERTEN: SER FELIZ PERJUDICA SERIAMENTE LA SALUD
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLlegué a creer que la felicidad
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxno es un asunto de los seres humanos
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxFélix Grande
Hay algunos ‒por increíble que parezca a estas alturas‒
que todavía se convierten en borrachos
por influencia de los poetas simbolistas.
Otros ‒de manera igualmente increíble‒
acaban chutándose heroína
porque momias como William Burroughs
contaban con pelos y señales que lo hacían.
Por motivos parecidos
tú negaste siempre la felicidad,
que como ya se sabe
es un asunto muy mal visto
entre las mentes pensantes de todo este tinglado.
Hasta que la felicidad te cayó encima
como un plato de sopa
que alguien te hubiera volcado en el regazo.
¿Qué demonios era esto?
No estaba programado.
Era un contratiempo nuevo;
era de auténtica vergüenza.
Como, de niños, mojar la cama
o hacérselo en los calzoncillos.
Menudo bochorno.
¿Quién te iba a sacar de ésta?
Pero la felicidad insistió en agitarse dentro de ti;
te recorría de arriba abajo
como un flujo de savia electrizada.
Y se te ocurrieron ideas muy extrañas:
abandonarlo todo,
salir corriendo dando gritos de alegría,
tirar la casa por la ventana
y lanzarte en plancha a la vida.
La hostia fue de órdago.
Los hijoputas habían vaciado la piscina.
MI PERRO Y DIOS
El hombre
es el único ser del universo
que necesita a Dios.
La naturaleza no necesita a Dios.
A mi perro Dios le da
soberanamente por el culo.
Me necesita a mí, es cierto;
pero eso es porque mis ancestros
ataron a los suyos a la rueda
del mal karma endémico humano.
Lo cual no demuestra en modo alguno
que el hombre sea superior en nada.
El hombre es un error. El hombre
no es más que el hijo de la triste puta
de su propio absurdo.
La historia de su presencia en el planeta
es la historia de una pila de patrañas,
un monumental camelo,
una sideral estafa.
Todo es mentira.
Todo está permitido.
LAS PALABRAS
Las palabras son inútiles, tercas, retorcidas
como tornillos que no entran rectos.
Y me cansan. Pero son lo único que tengo.
Los juguetes de un niño pobre.
Yacen destripadas a mi alrededor.
Todo su encanto se derrama por sus vientres abiertos.
El mecanismo hace tiempo que dejó de resultar
intrigante o atractivo.
No hay desafío. No hay chispa. No hay color.
El mundo es tan gris como mi asco.
Las palabras son los puntales de mi abulia.
Pero son ‒lo he dicho, lo repito‒ lo único que tengo.
Wolfe, Roger. El invento (Selección de Aurora Luque y Emilio Carrasco). Málaga; Cuaderno de Trinacria, 2001.
LUCK, BY ROGER WOLFE
LUCK
The man
was about 60.
He was wearing
pin-strip braces
over a long-sleeved shirt
whose tightly buttoned cuffs
were hal-way up his forearms.
His trousers and shoes
were no improvement.
Neither was his face.
So I should have guessed
what was coming.
And it did:
“You’d do much better
to put a muzzle on those dogs
and cut out all the stroking.”
I let him take a few steps
before I gave it to him:
“You’re the one
who needs a fucking muzzle, creep.
So shut the fuck up
and leave me alone.”
He turned
and was about to reply
when something in my eyes
made him think twice
about it.
In a city large and mean enough
for someone to carve you up
without even needing a reason,
he was just another stupid old fart
who’ll never guess his luck.
SUERTE
El hombre
tendría unos 60.
Llevaba tirantes de raya
sobre una camisa de manga larga
cuyos puños abotonados
se le habían subido
hasta los codos.
Sus pantalones
y zapatos
no mejoraban
la cuestión.
Su cara tampoco.
Así que debí haberme imaginado
lo que se avecinaba.
Y llegó:
“Más te valdría
ponerles un bozal a esos perros
y dejarte de tantas caricias”.
Dejé que diera unos pasos
antes de soltárselo.
“Me parece que es usted
el que necesita un bozal,
hijo de puta. Cállese
la puta boca
y déjeme en paz.”
El menda
se dio la vuelta
y estaba a punto de replicar
cuando vio algo
en mi mirada
que le hizo cambiar de opinión.
En una ciudad
lo bastante grande y chunga
como para que te corten el cuello
en rebanadas
sin necesitar siquiera un motivo
el tipo no era más que otro pobre gilipollas
incapaz de adivinar su suerte.
Wolfe, Roger. El invento (Selección de Aurora Luque y Emilio Carrasco). Málaga; Cuaderno de Trinacria, 2001.
VA CON EL EMPLEO
THE JOB
We were walking through the park
when I saw the guy
dragging one foot on the ground
as he moved forward
in pathetic little hops
and waved his hands
at the police car.
“Over here!
Over here!”
The voice
was a hollow
rasping sound,
wasted,
burnt out.
The police car
turned slowly
made its way through the trees
and came to a halt
beside the prone body
of the second junkie.
I stopped
and stood watching
the scene.
The guy on the ground
looked dead.
The cops
knelt beside the body
exchanging glances
of helpless dismay.
“Well,”
I said,
“no more hustling
for him.”
“Are you always this nosy?,”
my partner asked.
“Yeah. It goes
with the job.”
EL EMPLEO
Íbamos por el parque
cuando vi al tipo
arrastrando una pierna
mientras avanzaba
a patéticos saltitos
y agitaba las manos
hacia el coche de la policía.
“¡Aquí!
¡Es aquí!”
Su voz era un sonido
rasposo y hueco,
gastado,
quemado.
El coche patrulla
giró lentamente,
atravesó los árboles
y se detuvo
junto al cuerpo abatido
del segundo yonqui.
Yo me paré
a contemplar la escena.
El tipo que estaba tirado
en el suelo
parecía muerto.
Los policías
se arrodillaron junto al cuerpo
intercambiando miradas
de perplejidad desesperada.
“Bueno ‒dije‒,
ya no habrá más movidas
para ese…”
“¿Eres siempre tan cotilla?”,
me preguntó la persona
que me acompañaba.
“Sí. Digamos que va
con el empleo.”
Wolfe, Roger. El invento (Selección de Aurora Luque y Emilio Carrasco). Málaga; Cuaderno de Trinacria, 2001.