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OCTUBRE SE DESPIDE TRISTE Y ENFADADO AL MISMO TIEMPO

 

 

 

 

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CUENTOS GRISES

 

LA PLAZA

xxxEra tarde y aún quedaba luz. En cuestión de minutos llegaría la noche y se encenderían los artificios eléctricos. Los hombres jugaban al críquet en la plaza. Daba la impresión de que no era un deporte que exigiese un gran esfuerzo físico. Los jugadores sonreían descubriendo sus grandes dientes blancos. Una parte del espacio público estaba ocupada por callas y excavadoras. La pelota de piel giraba violentamente en el aire y su trayectoria era inesperada.
xxxMi amigo y yo estábamos sentados mirando el juego y elucubrábamos acerca de unas reglas que desconocíamos. Habíamos comprado cerveza, una botella de un litro, y una bolsa de patatas fritas. Lo recuerdo muy bien. Entramos en la pequeña tienda y cogimos lo que queríamos al vuelo, de memoria, pues eran muchos años repitiendo la misma escena. Los dos en la calle, bebiendo a morro, fumando y masticando alguna porquería grasienta. Así de jóvenes hemos sido. Nos permitíamos no hacer nada sin sentirnos culpables o angustiados.
xxxSe habían alumbrado las farolas programadas y de esa manera dejamos de ser unas sombras ociosas rellenando los huecos de la plaza. El murmullo de los jugadores que se retiraban a sus hogares daba paso al ambiente nocturno tan conocido y repetido. Abrimos la segunda botella. En poco tiempo tendríamos la necesidad de orinar y lo haríamos en la calle o dentro de un bar. Los protagonistas del juego inglés se iban juntos formando un grupo sonriente y acalorado. Algunos pasaban un brazo por encima de la espalda de su compañero.
xxxLa cerveza madrileña dejaba su sabor amargo en la boca y también algunos eructos. Nos levantamos agarrotados y por primera vez estuvimos de acuerdo en que ya habíamos tenido bastante por ese día. Por primera vez no fuimos a un bar y después a otro a insistir en la bebida y sus efectos. Los dos nos queríamos ir a casa o, en cualquier caso, ninguno deseaba más de lo mismo. Y así empezó todo. El inicio de una nueva etapa. El final de los viejos tiempos.

 

 

 

Argüelles, Hugo. Cuentos grises. Murcia; Boria ediciones, 2017

 

EDWARD THOMAS

 

UN SOLDADO RASO

Este labrador muerto en combate durmió al raso
más de una noche helada, y con alegría
contestaba a adormecidos bebedores, dados a dormir en cama, todos pesados:
«En el arbusto de espino de la señora Greenland», decía,
«dormí». Nadie sabía en qué arbusto. Más allá del pueblo,
pasado ‘El Drover’, cien ven la colina
en Wiltshire. Y donde ahora al fin duerme,
más profundamente, en Francia, eso también lo mantiene en secreto.

 

 

 

 

EL MAJESTUOSO CIELO

Hoy quisiera poder tener el cielo,
las cimas de las altas colinas,
más allá del hogar del último hombre,
más allá de sus setos, de sus vacas,
donde podría ver, si así quisiera,
desde arriba, las ovejas y el grajo,
y de todas las cosas que se mueven
no ver más que las águilas arriba:
atrás quedan los árboles, la aulaga
y el espino. No hay nada aquí que impida
el deseo del ojo
por el cielo, no hay nada salvo el cielo.
Reniego de los bosques
y de todos:
los árboles y los setos que no son más
que malas hierbas sobre este lecho
del río que es el aire,
a la vez profundo y ancho, donde
yo soy como un pez que vive
entre barros y hierbajos, y no piensa
en lo que tiene encima.
Más valdría
ser una tenca
por lo poco que puedo hacer
aquí abajo en este lodo.
Incluso la tenca tiene días
en los que juega allá en la superficie,
entre hojas de nenúfar,
y ve el cielo, y tampoco se lamenta
si no puede ver nada:
mientras que yo, yo sé bien que los árboles
que hay bajo este majestuoso cielo
son hierbajos, fango de campos, y
ascendería para irme muy lejos,
hasta donde se encuentran los nenúfares.

 

 

 

 

EL CUCO

Ese es el cuco, dices. Yo no puedo oírlo.
La última vez que pude, no la recuerdo; pero sé
muy bien el año en que, por vez primera, dejé de oírlo.
Su sonido fue ahogado por mi marido que le gruñía a sus ovejas «¡Ho! ¡Ho!».

Diez veces gritó con voz enfadada
«¡Ho! ¡Ho!» pero no con ira,pues así lo hacía siempre.
Murió aquel verano, y así es como recuerdo
al cuco y su llamada, a los niños escuchando, y yo diciendo «No».

Y ahora, cuando decías, «¡Allí está!» Yo no escuchaba
para nada al cuco, sino el «¡Ho! ¡Ho!» de mi marido.
Y creo que aunque pudiera perder mi sordera
el canto del cuco se ahogaría con la voz de mis muertos.

 

 

 

 

DOS AVEFRÍAS

Bajo el cielo que sucede al crepúsculo
dos avefrías vuelan y cantan,
más blancas que la luna que cabalga
en lo alto sobre la masa negra, en silencio;
más negra que la tierra. Su canto
es el único sonido bajo el cielo.
Sólo ellas se mueven, ahora bajas, ahora altas,
y con alegría le cantan
al travieso cielo de la primavera,
cayendo en picado hacia la tierra, ascendiendo,
sobre el fantasma que se pregunta por qué
vuelan y cantan con tanta alegría,
por qué no eligen entre cielo y tierra,
mientras el cuarto menguante, en silencio,
cabalga, y la tierra descansa, en silencio.

 

 

 

 

CABEZA Y BOTELLA

Las colinas perderán el sol, la blanca aliaria
el zumbido de las abejas;
pero cabeza y botella echadas hacia atrás en el carro
nunca se separarán
hasta que yo esté frío como la medianoche y todas mis horas
sean flores sin abejas.
Él ni ve, ni oye, ni huele, ni piensa,
sólo bebe,
tranquilo en el jardín donde los troncos no yacen
más tranquilos.

 

 

 

 

EL VENDEDOR

Tiene una joroba como la de un simio en la espalda;
tiene una escasez abundante de dinero;
y salvo por un festivo abrigo del doble de su tamaño
no hay nada más simple sobre la faz de la tierra
xxxxxxen esta mañana radiante de mayo.

Pero el vendedor tiene una botella de cerveza;
conduce un carro y su mujer se sienta cerca
sin preocuparse por su escasez o su joroba;
y en cada sacudida ríen por el camino
xxxxxxen esta mañana radiante de mayo.

 

 

 

 

ELLA VENERA

Ella venera lo que dicen los pájaros salvajes
o lo que insinúan, o sus mofas, noche y día,
—tordo, mirlo, todos los que cantan en mayo,
xxxxxxy el chorlito sin canción,
halcón, lechuza y pájaro carpintero—.
Nunca le dicen una palabra
xxxxxxsobre su amado.

Ella se ríe de ellos por su inmadurez,
les grita por su despreocupación,
a ellos, que la ven sin su amado
xxxxxxy aun así cantan y parlotean
igual que cuando él no era un fantasma,
tampoco le preguntan jamás qué ha perdido
xxxxxxo cuál es el problema.

Aun así ella se imagina que los niños esconden
un secreto, y que los tordos riñen
porque ella cree que la muerte puede separarla
xxxxxxde su amado;
y ella ha dormido, tratando de traducir
la palabra que el cuco chilla a su compañero
xxxxxxuna y otra vez.

 

 

 

 

CINCUENTA HACES

Allí están, sobre sus extremos, los cincuenta haces
que una vez fueron parte de jóvenes avellanos y fresnos
en el bosque de Jenny Pink. Ahora, junto al seto,
bien apilados, crean una barrera por la que solo
puede aventurarse el ratón y el carrizo. La primavera
que viene un mirlo o un petirrojo harán su nido allí,
acostumbrados a ellos, pensando que permanecerán
para siempre, sea lo que sea eso para un pájaro:
esta primavera ya es demasiado tarde, ha llegado el vencejo.
Era un día caluroso para portarlos:
nunca podrán calentarme mejor, aunque deberán encender
varias hogueras de invierno. Antes de que se acaben
habrá terminado la guerra, muchas otras cosas
habrán acabado, quizá, que ya no puedo prever
o controlar más de lo que pueden el petirrojo o el carrizo.

 

 

 

 

ÁLAMOS

Día y noche, salvo en invierno, sin importar el tiempo,
por encima de la posada, de la herrería y de la tienda,
los álamos allá en el cruce hablan juntos
de la lluvia, hasta que sus últimas hojas caen de la copa.

Fuera, en la caverna del herrero resuenan
el martillo, la herradura y el yunque; fuer, en la posada
el tintineo, el zumbido, el rugido, el canto azaroso
—los sonidos que llevan cincuenta años sonando—.

El susurro de los álamos no se ahoga,
y por encima de los cristales opacos y de la carretera sin pasos,
vacía como el cielo, sin que cesen todos los demás
sonidos, convoca a sus espíritus de sus moradas,

una herrería en silencio, una posada quieta, ni yerra
en la desnuda luz lunar o la tiniebla espesa,
en tormenta o en la noche de los ruiseñores,
al convertir las encrucijadas en estancias fantasmales.

Y sería lo mismo si no hubiese casa alguna cerca.
Sin importar las inclemencias, los hombres o las épocas,
los álamos deben agitar sus hojas y los hombres oír, quizá,
pero tal vez sin escuchar, más de lo que escucharían mis versos.

Sople el viento que sople, mientras ellos y yo tengamos hojas
no podemos ser otra cosa que álamos
que sufren sin cesar y sin motivo,
o así piensan los hombres que gustan de otros árboles.

 

 

 

 

ESTE NO ES UN NIMIO CASO DE LO QUE ESTÁ BIEN O MAL

Este no es un nimio caso de lo que está bien o mal
que pueda ser juzgado por políticos
o filósofos. No odio a los alemanes, ni me enciendo
de amor por los ingleses, para satisfacer los periódicos.
Al lado de mi odio por cierto gordo patriota
mi odio hacia el káiser es verdadero amor:
es una especie de dios, golpeando un gong.
Pero no he de elegir entre los dos,
o entre la justicia y la injusticia. Saturado
con la guerra y la trifulca no leo más
que en la tormenta, fumando con el viento
a través del bosque. Dos calderos de bruja rugen.
De uno se elevará el día claro y alegre;
del otro saldrá una Inglaterra hermosa
y como su madre que murió ayer.
Poco sé o me importa si, estando distraído,
me pierdo algo que los historiadores
pueden rastrillar de las cenizas cuando, quizá,
el Fénix medite sereno sobre su conocimiento.
Pero con los mejores y peores ingleses
soy uno al gritar, Dios salve a Inglaterra, no sea cosa
que perdamos lo que los nunca esclavizados y el ganado bendijeron.
Las edades hicieron a aquella que nos hizo del polvo:
ella es todo lo que conocemos y por lo que vivimos, y confiamos
en que sea buena y que pueda resistir, queriéndola así:
y así como nos amamos entre nosotros, odiamos a nuestros enemigos.

 

 

 

 

LLUVIA

Lluvia, lluvia de medianoche, sólo la lluvia salvaje
sobre este barracón gris, y soledad, y yo
recordando de nuevo que al final moriré
y no podré oír la lluvia ni ofrecer mi gratitud
por su forma de lavarme, dejándome lo más limpio
que he estado desde que nacía a esta soledad.
Benditos son los muertos sobre los que llueve la lluvia:
pero ahora rezo para que ninguno de los que amé
se esté muriendo esta noche o yazga aún despierto
y en soledad, escuchando la lluvia,
sufriendo o sintiendo así una compasión
impotente entre los vivos y los muertos,
como agua fría entre juncos quebrados,
incontables juncos quebrados, altos y tiesos,
que, como yo, no poseen un amor que esta lluvia salvaje
no haya disuelto salvo el amor por la muerte,
si acaso es amor hacia aquello que es perfecto y
no puede, me cuentan las tempestades, decepcionar.

 

 

 

 

QUIZÁ PUEDA LLEGAR A AMARTE

Quizá pueda llegar a amarte
cuando ya estés muerto
y nada ya se pueda hacer
y quede mucho por hablar.

Arrepentirse será ese día
imposible
para ti y en vano podré
decirte la verdad.

Me dará lástima
tu impotencia:
ya no podrás hacer y deshacer
cuando marches allá,

no podrás perdonar
ni el funeral.
Pero mientras vivas todavía
yo no podré llegar a amarte.

 

 

 

 

Y A TI, HELEN

Y a ti, Helen, ¿qué debo darte a ti?
Te daría tantas cosas
si tuviera un almacén grande e infinito
ante mí de donde poder
escoger. Te daría juventud,
todo tipo de bellezas y verdad,
una mirada limpia tan buena como la mía,
tierras, aguas, flores, vino,
tantos hijos como tu corazón
pudiera desear, un arte mucho mejor
que el mío, todo lo que has perdido
lanzándolo sobre las aguas nómadas,
o habiéndomelo entregado. Si pudiera elegir
libremente en la gran casa de los tesoros
cualquier cosa de cualquier estante,
te devolvería tu propio ser,
y el poder para vislumbrar
lo que deseas sin que sea para ello tarde,
días hermosos, libres de preocupaciones
y ánimos para gozar de lo sórdido y de lo bello,
y a mí mismo, también, si pudiera encontrar
dónde estoy escondido y yo resultara amable.

 

 

 

 

ALGUNOS OJOS CONDENAN

Algunos ojos condenan la tierra que observan:
algunos esperan pacientemente a conocer mucho más
de lo que la tierra les puede decir: algunos se ríen del conjunto
como si fuera el capricho de hacer de otro: uno
conocí que se reía porque no vio, desde el hueso
hasta la cáscara, ni una sola cosa que mereciera la risa que su alma
tenía ya preparada al despertar: algunos ojos han comenzado
con la risa; algunos se quedan, espantados en la puerta.

Otros, también, he visto descansar, interrogarse, girar,
bailar, disparar. Y a muchos he amado al observarlos. De algunos
no podía apartar los ojos hasta que se alejaron
y murió el amor. No encontré mi meta.
Pero pensando en tus ojos, querida, me volví
mudo: pues ardían, y era a mí a quien quemaban.

 

 

 

 

EL SOL SOLÍA BRILLAR

El sol solía brillar cuando caminábamos lentamente
los dos juntos, nos parábamos y volvíamos
a comenzar, y a veces pensábamos, otras hablábamos,
según nos apeteciera, y con alegría nos despedíamos

cada noche. No había discusión
sobre en qué verja detenernos. Al qué será
y al pasado remoto les dábamos poca importancia.
Hablábamos de hombres o de poesía,

de rumores de la guerra remota
hasta que los dos nos desinteresábamos
por todo, menos por la sabrosa piel amarilla
de una manzana que las avispas habían agujereado;

o por el oscuro centinela de la salvia,
la más doméstica de las pequeñas flores sobre la tierra,
en el límite del bosque; o por el azafrán
de un pálido violeta como si hubieran nacido

en los campos sin sol de Hades. Recordamos
la guerra con la salida de la luna
que los soldados en el este lejano
contemplarían entonces. Sin embargo, nuestros ojos

podían también imaginar las Cruzadas
o las batallas de César. Todo
se desvanece como esos rumores,
como el agua brillante del arroyo

bajo la luz de la luna; como esos paseos
ahora; como nosotros al darlos; y
las manzanas caídas; todas las conversaciones
y los silencios; como la arena de la memoria

cuando la marea la cubre tarde o temprano
y otros hombres a través de otras flores
en esos mismos campos bajo la misma luna
siguen hablando y pasan horas más felices.

 

 

 

 

DESPUÉS DE QUE HABLES

Después de que hables
y de que quede claro
lo que decías,
mis ojos
se encuentran con los tuyos que revelan
—con tus mejillas y tu pelo—
algo más sabio,
más oscuro,
y muy distinto.
Del mismo modo la alondra
ama el polvo
y hace allí su nido
un minuto
antes de volar lejos
sola,
una estrella negra
parece
—una mota
de polvo que canta
y flota
en lo alto,
que sueña
y no arroja luz—.
Sé que tu lujuria
es amor.

 

 

 

 

HUBO UN TIEMPO

Hubo un tiempo en que esta pobre estructura era un todo
y yo tenía juventud y ninguna otra preocupación,
o ninguna que debía haber turbado un alma fuerte.
Aunque, a veces, envuelto por un aire gélido,
cuando mis talones le arrancaban una melodía
al pavimento de una ciudad que dejaba atrás,
nunca llegaba a percatarme de mi júbilo
porque era menos poderoso de lo que mi mente
había soñado. Dado que no podía presumir de fuerza
tanto como quisiera, de ser débil era de lo que presumía.
Buscaba la compasión aunque la odiaba, pero al final
la merecí. Oh, demasiado caro fue el precio.
Pero ahora que hay algo que reclama mi fuerza y juventud
como algo útil, reniego de esa edad,
del cuidado y de la debilidad que bien conozco —me niego
a admitir que no soy merecedor del salario que se le paga
a un hombre que entrega sus ojos y su aliento a cambio
de aquello que no exigiría su muerte ni se daría cuenta de ella—.

 

 

 

 

SE HAN IDO, SE HAN IDO DE NUEVO

Se han ido, se han ido de nuevo
mayo, junio, julio
y agosto se han ido,
han pasado, de nuevo,

nada memorable
salvo el hecho de verlos pasar,
como junto a los muelles vacíos
fluyen los ríos.

Y ahora, de nuevo,
bajo la lluvia de la cosecha,
las naranjas de Blenheim
caen sucias de los árboles,

como cuando yo era joven
—y cuando la que perdí estaba aquí—
—y cuando empezó la guerra
que convirtió a los jóvenes en estiércol—.

Mira la casa vieja,
anticuada, majestuosa,
oscura y sin habitantes,
con hierba que crece en vez

de las pisadas de los vivos,
la amabilidad, el conflicto;
en sus camas han yacido
jóvenes, amor, edad y dolor:

yo soy algo que se parece;
sólo que yo no estoy muerto,
aún respiro y me intereso
por la casa que no está oscura:

yo soy algo parecido;
ni una ventana para que se refleje el sol,
para que rompan los escolares
—ya las han roto todas—.

 

 

 

Thomas, Edward. Poesía completa (Trad. Ben Clark). Ourense; Ed. Linteo, 2012.

 

POESÍA SIMBOLISTA FRANCESA (y II)

 

GEORGES RODENBACH

DOMINGOS

Triste es la siesta de los domingos del invierno,
En el adormecimiento de las ciudades provincianas,
Donde alguna veleta inconsolable rechina
Sola, en la cima del tejado, como un pájaro de hierro.

Flota entre el viento no se sabe bien qué angustia.
Escasos caminantes se alejan por las aceras:
Curas, mujeres del pueblo con largos mantones negros,
Beatas que regresan de sus rezos en la parroquia.

Algunos rostros de mujeres aburridas se hallan pegados
A los cristales, contemplando el vacío y el silencio,
Y algunas pobres flores, en medio de la somnolencia,
Acaban de morir sobre los postigos velados.

A través de las cortinas separadas de las ventanas,
En los salones de los ilustres salones patricios,
Se puede ver, sobre fondos de antiguos gobelinos,
En viejos marcos de oro, retratos de antepasados,

Con gorguera de encaje, jubones de terciopelo,
En un ángulo de la tela su blasón pintado,
Que miran en la lejanía encenderse una estrella
Y a la ciudad dormir en su profundo silencio.

Todos estos viejos hoteles están vacíos y tristes,
Sólo la Edad Media se refugia en sus muros,
Y así es cómo, por la tarde, el sol luminoso
Se refugia también en los tristes faroles.

Oh, faroles que conservan el recuerdo del fuego,
El recuerdo de la luz ya desaparecida,
Tan tristes en el vacío y en el duelo de las calles
Que parecen arder para el entierro de un dios.

Pero he aquí que, de pronto, las agitadas campanas
Conmueven la torre consistorial, de pie en su orgullo,
Y sus sones, densos de bronce, sobre la ciudad ataúd
Descienden, lentamente, como paletadas de tierra.

 

 

 

 

JEAN MORÉAS

NO DIGÁIS: LA VIDA ES UN FESTÍN

No digáis: la vida es un festín alegre,
Si no se tiene un necio espíritu o un alma ruin.
Sobre todo no digáis: es una desgracia eterna,
Pues denota un alma débil, que en seguida se cansa.

Reíd igual que en la primavera se agitan las ramas,
Llorad como el viento o las olas sobre la playa,
Gustad todos los placeres o sufrid todos los males
Y decid: es mucho, y es la sombra de un sueño.

 

 

 

 

JULES LAFORGUE

FARSA EFÍMERA

¡No! Con sus Babeles, sus sollozos, sus vanidades,
El hombre, ese piojo soñador de un ruin mundículo,
Cuando se piensa mucho en ello es demasiado ridículo,
Y vuelvo de nuevo a las palabras tantas veces meditadas.

¡Pensad! Después del oleaje sin fin de eternidades,
Ese cielo que siempre retrocede en todos los sentidos,
Rebaños de soles que en todo eternamente pulula,
Cada uno de ellos conduciendo unos mundos habitados…

Pero no, no hablemos más de ello, es demasiado risible,
Y yo he mostrado mi puño al insensible cielo.
¿Quién me había embriagado con tantas esperanzas falsas?

¡Eternidad, perdón! Lo veo claro: nuestra tierra
No es, en el universal hosanna de los resplandores,
Sino un átomo en donde se representa una efímera farsa.

 

 

MEDIOCRIDAD

En el infinito acribillado de eternos resplandores,
Perdido como un átomo, desconocido, solitario,
Por unos días contados, un bloque llamado Tierra,
Vuela con sus gusanos por las vastas profundidades.

Sus hijos, pálidos, enfebrecidos, bajo el látigo del trabajo,
Caminan, insaciables del inmenso misterio,
Y cuando ven pasar a uno de los suyos, a quien se entierra,
Saludan, y no se sienten nunca sobrecogidos de asombro.

La mayor parte vive y muere sin sospechar la historia
Del globo, su miseria en la gloria eterna,
Su futura agonía bajo el sol moribundo.

¡Vértigos de universos, cielos eternamente en fiesta!
Nada, nunca habrán sabido nada. Cuántos incluso se van
Sin siquiera haber visitado solamente su planeta.

 

 

 

 

SAINT-POL-ROUX

MENSAJE A LOS POETAS ADOLESCENTES

Peregrino espléndido sobre palmas de memoria
(Oh tus pies desnudos en la blasfemia de los carreteros),
Olvida los esputos esparcidos en los escritos
Injustos de los sapos que te asedian.

Amortajando tu rosado reloj de existencia,
Evoca a tu fantasma en la mesa de los locos
Y comparte su águila con alas de distancia
A fin de domesticar la fe de los girasoles.

De allá, misericorde con la pobreza de las chozas,
Con la frente de parra y la boca malvarrosa,
Adopta a loa viejos lobos que gimen por los campos,

Y regenera sus pupilas dolorosas
En el diamante que ríe en la hulla de los tiempos
Como el ágata en flor de una gata enamorada.

 

 

 

 

CHARLES VAN LERBERGHE

CAPUT MEUM PLENUM EST RORE

He transmutado la nieve en fuego
De las estrellas del paraíso.
De ellas estoy toda entera revestida.
Y en mis pálidos cabellos
Y en mis ojos, todas resplandecen.
Algunas de ellas se fundieron
En mis labios y en mis senos.
Algunas otras se apagaron
Entre la palma de mi mano.
Pero me hallo toda radiante
Y tengo todo el sabor del fuego.

 

 

DIGITI MEI PLENI MYRRHA

Extiende tus manos sobre mi temblor,
Son mi vestido de muaré,
Son mi vestido de mirra,
De nardo y de benjuí;
Todo mi cuerpo de ellas ungido,
Mis caderas a ellas se doblegan.

Lo que me envuelve todavía
Son mis cabellos de oro,
El sol de donde he venido,
El sol en donde estuve desnuda.

 

 

EGO DILECTO MEO ET DILECTUS MEUS MIHI.

Cuando hundes tus ojos en mis ojos,
Yo estoy toda en mis ojos.

Cuando tu boca desanuda mi boca,
Mi amor no es sino mi boca.

Cuando tú rozas mis cabellos,
Yo no existo más que en mis cabellos.

Cuando tu mano acaricia mis senos,
A ellos subo de pronto como un fuego.

¿Soy yo la que tú has elegido?
Esta es mi alma, esta es mi vida.

 

 

 

 

HENRI DE REGNIER

EL AROMA

Si sueñas con el Amor, si sueñas con la Muerte,
Si tu espejo está empañado para tu sonrisa, oye
A las hojas, una a una, y el agua, gota a gota,
Caer de la fuente y del árbol. Todo duerme.

La rosa de septiembre y el girasol de oro
Dicen el verano que arde y el otoño que duda;
El ramo se entrelaza y la caverna se ahonda,
El dédalo y el eco te engañarán siempre.

Deja el paseo oblicuo y la encrucijada traidora
Y no mires nunca a través de la ventana
El pabellón cerrado cuya llave se ha perdido.

¡Silencio! La sombra llega. Ven entonces a respirar
Lo mismo que las hermas y las blancas estatuas
El amargo aroma del boj en torno a las serenas aguas.

 

 

 

Álvarez Ortega, Manuel. Poesía simbolista francesa. Madrid; Akal ed., 1975.

 

ESTA TARDE: PRESENTACIÓN DE ‘DEBAJO DE LOS DÍAS’, EL NUEVO LIBRO DE ÁNGEL PANIAGUA

Esta tarde, a las 19:00 h, en el Hemiciclo de la Facultad de Letras de la universidad de Murcia, y acompañado por el también poeta y periodista José Antonio Martínez Muñoz, se presenta ‘Debajo de los días’, el nuevo libro de Ángel Paniagua, editado por la editorial Raspabook.

 

 

Y aquí tienen dos poemas del libro.

 

 

UNAS FOTOGRAFÍAS

Miro ahora las fotos y no puedo
dejar de preguntarme qué conservan
de mí, qué soy aún de aquel que entonces
fijaron en el tiempo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxApenas nada
queda ya: ni la casa en la que fueron
tomadas es la mía, ni la gente
que en ellas me rodea esta a mi lado
ahora, ni la intimidad risueña
que parece flotar alrededor
es nuestra ya.
xxxxxxxxxxxxxxEl tiempo —separando
esas vidas y borrando los afectos
que las unían— ha convertido todo
en imágenes sin significado,
como ruinas de un templo que tal vez
no existió de verdad.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxUn sueño vacuo
que ahora, al despertarme, se deshace
en pequeños fragmentos inconexos
que la luz difumina y va borrando.

 

 

 

 

AUGURIOS

Ya no es tiempo de andar con los recuerdos
a cuestas todo el día, de mirar
al pasado como una Arcadia virgen
presente siempre en la memoria, haciéndonos
sentir a ratos bien, a ratos mal,
con la sola mirada de sus tercas
imágenes.
xxxxxxxxxxxAhora que es tan tarde
para mirar atrás como imposible
hurgar en el destino, consultar
quiromantes y astrólogos, no es tiempo
de andar con la mirada puesta siempre en
las vueltas del futuro, suplicándole
esos cambios que no nos atrevemos
a emprender sin ayuda.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxAhora es tiempo
de convencerse al fin de que no existen
más que las consecuencias de los actos
que llevamos a cabo y un sentido
de culpa que termina transformándolos
para salvarnos de nosotros mismos.

 

 

 

Paniagua, Ángel. Debajo de los días. Murcia; Ed. Raspabook, 2018.

 

LAUTRÉAMONT. CANTO PRIMERO. FRAGMENTO.

 

Yo hice un pacto con la prostitución a fin de sembrar el desorden en las familias. Me acuerdo de la noche que precedió a esta peligrosa relación. Vi ante mí una tumba. Oí a una luciérnaga, grande como una casa, que me dijo: «Voy a iluminarte. Lee la inscripción. Esta orden suprema no procede a mí». Una vasta luz de color sangre, ante la cual mis mandíbulas crujieron y mis brazos cayeron inertes, se esparció por el aire hasta el horizonte. Me apoyé contra un muro en ruinas, pues iba a caer, y leí: «Aquí yace un adolescente que murió tuberculoso: ya sabéis por qué. No recéis por él». Muchos hombres no hubieran tenido el valor que tuve yo. Mientras tanto, a mis pies vino a tenderse una hermosa mujer desnuda. Con triste gesto, le dije: «Puedes levantarte». Le tendí la mano con la que el fratricida degüella a su hermana. La luciérnaga, a mí: «Coge una piedra y mátala». «¿Por qué?», le pregunté. Ella, a mí: «Cúidate tú, el más débil, porque yo soy la más fuerte. Esta se llama Prostitución». Con lágrimas en los ojos y rabia en el corazón, sentí nacer en mí una fuerza desconocida. Tomé una piedra grande, tras un gran esfuerzo logré levantarla hasta la altura de mi pecho, y la sostuve en el hombro con mis brazos. Escalé una montaña hasta la cima y desde allí aplasté a la luciérnaga. Su cabeza se hundió en el suelo hasta una profundidad de la talla de un hombre; la piedra rebotó hasta alcanzar la altura de seis iglesias. Fue a caer en un lago, cuyas aguas descendieron en un instante, formando su remolino un inmenso cono invertido. La calma se restableció en la superficie, pero la luz de color sangre no brilló más. «¡Ay, ay!», gritó la hermosa mujer desnuda, «¿qué has hecho?» Yo, a ella: «Te prefiero a ti, pues tengo piedad de los desgraciados. No tienes la culpa de que la justicia eterna te haya creado». Ella, a mí: «Un día, no te digo más, los hombres me harán justicia. Déjame ir a esconder en el fondo del mar mi infinita tristeza. Sólo tú y los monstruos horribles de estos negros abismos no me despreciáis. Eres bueno. Adiós, a ti que me has amado». Yo, a ella: «¡Adiós! ¡Adiós! ¡Te amaré siempre! Desde ahora, abandono la virtud». Por eso, oh pueblos, cuando oís el viento de invierno gemir en el mar y sus orillas, o por encima de las grandes ciudades que desde hace mucho tiempo llevan luto por mí, o a través de las frías regiones polares, decís: «No es el espíritu de Dios el que pasa: es sólo el suspiro agudo de la prostitución, junto con los gemidos graves del montevideano». Niños, soy yo quien os lo dice. Entonces, llenos de misericordia, arrodillaos, y que los hombres, más numerosos que los piojos, digan sus plegarias.

 

 

 

Álvarez Ortega, Manuel. Poesía simbolista francesa. Madrid; Akal ed., 1975.

 

POESÍA SIMBOLISTA FRANCESA

 

CHARLES BAUDELAIRE

EL ENEMIGO

Mi juventud no fue sino una tenebrosa tormenta
Atravesada en todas partes de fulgurantes soles;
El rayo y la lluvia hicieron en mi jardín tal estrago
Que apenas si me quedan unos frutos bermejos.

He aquí que he tocado el otoño del pensamiento
Y es preciso utilizar la pala y el rastrillo
Para unir otra vez las tierras inundadas, donde
El agua cava agujeros profundos como tumbas.

¿Quién sabe si las nuevas flores que sueño
Encontrarán en este suelo bañado como una playa
El místico alimento que les dará su fortaleza?

— ¡Oh dolor! ¡Oh dolor! El tiempo devora la vida,
Y el oscuro enemigo que el corazón nos corroe
Con la sangre que vertemos crece y se fortifica.

 

 

REMORDIMIENTO PÓSTUMO

Cuando duermas, tenebrosa belleza, en el fondo
De un túmulo construido de mármol negro,
Y tu alma no tenga ya por alcoba y mansión
Sino una gruta lluviosa y una profunda zanja.

Cuando la piedra, oprimiendo tu poroso seno
Y tus caderas que hizo flexibles un ocio grato,
Impida a tu corazón latir con un deseo
Y a tus pies recorrer su aventurado camino,

La tumba, confidente de mi sueño infinito
(Pues la tumba siempre comprenderá al poeta),
En esas noches en que el sueño está desterrado,

Te dirá: «¿De  qué sirve, cortesana imperfecta,
No haber conocido lo que lloran los muertos?»
—Y el gusano roerá tu piel como un remordimiento.

 

 

 

 

STÉPHANE MALLARMÉ

LA TUMBA DE CHARLES BAUDELAIRE

El templo sepultado divulgue por la boca
De cloaca sepulcral que babea cieno y rubíes
Abonimablemente algún ídolo Anubis
El hocico quemado como un ladrillo indómito

O que el gas reciente retuerza la turbia mecha
Secadora ya se sabe de los oprobios sentidos
Ilumine turbado un inmortal pubis
Cuyo vuelo como el farol pasa la noche en vela.

Qué seco follaje en las ciudades sin tarde
Votiva podrá bendecir como ella serenarse
Contra el mármol de Baudelaire vanamente

En el vuelo que la ciñe ausente con temblor
Cuya sombra misma es un veneno tutelar
Para respirar siempre si por él morimos.

 

 

 

 

CHARLES CROS

PLURAL FEMENINO

Colmado estoy de amores pasados.
Perdido estoy por los nuevos amores.
Veros aquí apuntar, nuevas hojas verdes.
Es preciso que os pague, bodas que os debo.

La nieve desciende, plumas asiduas.
Invierno retrasado, me desconciertas.
Frialdad de los amigos, me extrañas, la verdad.
Y mis arduos caminos están desiertos.

Amores nuevos, y vosotros, amores pasados,
Os mezcláis demasiado en mis pensamientos
Con discordancias eólicas.

Primavera, ven pronto y con tus brotes
Como una escoba de insensatos escaramujos
Arroja de mi corazón los amores antiguos.

 

 

SONETO

Yo sé componer versos eternos. Los hombres
Están encantados con mi voz que dice la verdad.
La suprema razón que con orgullo he heredado
No se pagaría nunca con ninguna suma.

Todo lo he tocado: las manzanas, el fuego y las mujeres;
Todo lo he sentido; el invierno, la primavera y el verano;
Todo lo he hallado, ninguna muralla me ha detenido.
Pero, Fortuna, dime, ¿con qué nombre te llamas?

Yo me distraigo mirando a través de los cristales
De las tiendas, los guantes, las trufas y los cheques
Donde la dicha es un uno seguido de seis ceros.

Y me extraño, valiendo más que los reyes, los obispos,
Los coroneles y los recaudadores generales
De no tener sandías, ni agua, ni sol.

 

 

 

 

PAUL VERLAINE

LA ANGUSTIA

Naturaleza, nada de ti me conmueve, ni los campos
Fecundos, ni el eco bermejo de las pastorales
Sicilianas, ni el resplandor de la aurora,
Ni la solemnidad doliente del crepúsculo.

Yo me río del arte, del hombre y de los cantos,
De los versos, de los templos griegos y de las torres
Que hacia el cielo vacío elevan las catedrales,
Y con los mismos ojos miro a los malos que a los buenos.

No creo en Dios, abjuro y reniego
De todo pensamiento, y, en cuanto a la vieja burla,
El amor, ni oír hablar más de ello quisiera.

x
Cansado de vivir, temeroso de la muerte, igual
Que el bergantín perdido, juguete de las olas,
Mi alma se prepara para el terrible naufragio.

 

 

 

 

GERMAIN NOUVEAU

SONETO DE VERANO

Habitaremos en una discreta alcoba,
Siempre saturada de un aroma delicioso,
Que, como se comprende, sólo permitirá
Una luz tenue y dulce semejante a la noche.

Una frívola rubia, en graciosa bata,
Arrancará las notas de una mandolina,
Y las blancas cortinas de muselina
Se reflejarán en un gran espejo.

Cuando tengamos hambre, por todo alimento
Roeremos algunos frutos de la China,
Y sólo beberemos en plata dorada.

Para dormir, lo mismo que las gatas,
Nos tenderemos sobre las frescas esteras,
Y de todo —incluso del sol— nos olvidaremos.

 

 

NECIO CORAZÓN

Necio corazón, que estás cerrado como una calabaza
En donde los vinos del amor, por los siglos, dormirán:
Has apresado entre tus dos manos mi pesada cabeza
Y me has besado suavemente sobre la frente.

Y yo he sentido, bajo las delicias de un bautismo
Misterioso, mis ojos atormentados apaciguarse;
El jardín se extinguía, y, sobre el crisantemo,
La llamada de un pájaro sonó como un beso.

Tú me amaste lo mismo que una madre celosa
Que llevaba el bálsamo puro a mi dolor inquieto,
Pero cuando he mirado tus ojos he visto a la esposa
Que siempre sonreía, en su insinuante espejo.

Tu seno me ha mecido como a un héroe indigno,
Y, desde la celeste hora que me hizo tu amante,
Un deseo solitario y pálido, como un cisne
Sobre un río, dentro de mí, nada con deleite.

 

 

 

 

JEAN ARTHUR RIMBAUD

SUEÑO PARA EL INVIERNO

En invierno iremos en un pequeño vagón rosa
xxxxxxxxCon cojines azules.
Estaremos bien. Un hilo de besos locos descansa
xxxxxxxxEn cada dulce rincón.

Tú cerrarás los ojos para no ver por el cristal
xxxxxxxxGemir las sombras de las tardes,
Esas monstruosidades hurañas y pobladas de demonios
xxxxxxxxOscuros y lobos negros.

Después sentirás tu mejilla levemente rozada…
Un suave beso, lo mismo que una loca araña,
xxxxxxxxTe correrá por el cuello…

Y tú me dirás: «¡Busca!», inclinando la cabeza,
—Y tendremos mucho tiempo para hallar a ese insecto
xxxxxxxxQue tanto viaja…

 

 

EL ARMARIO

Es un gran armario esculpido; el roble oscuro,
Muy viejo, ha tomado ese aspecto grato de los ancianos;
El armario está abierto y en su sombra se vuelca
Como una ola de perfumes excitantes y vino añejo.

Todo lleno, es un gran desorden de antigüedades,
Lienzos olorosos que amarillean, trapos de adorno
De mujeres o de niños, encajes ya marchitos,
Esclavinas de la abuela pintadas de grifos.

Allí se encontraría los medallones, las trenzas
De cabellos blancos o rubios, retratos, flores secas
Cuyo perfume se mezcla con el perfume de la fruta.

Oh armario de los viejos tiempos: tú conoces
Muchas historias que contar quisieras, pero te quejas
Cuando se abren lentamente tus grandes puertas negras.

 

 

 

Álvarez Ortega, Manuel. Poesía simbolista francesa. Madrid; Akal ed., 1975.

 

CUATRO POEMAS DE ‘SALIR RANA’

 

EL AGUJERO

Mamá lleva treinta y siete años
pagando una agujero para mí.
Con todo lo que lleva pagado
por ese agujero de dos metros
por setenta
podría yo haber visto Alejandría
con estos ojos que mamá
prometió un día a los gusanos,
hubiera podido yo
afrontar tan larga oscuridad
con el sol de Alejandría
en mis retinas muertas.
Su mayor preocupación, la de mamá,
para cuando ella faltara,
era que no olvidase en qué cajón
estaban los papeles
que nos confirmaban, a ella y a mí,
como dueños transitorios de dos agujeros
en un panal de insectos muertos.
Me aconsejaba mi madre que en su ausencia
no dejara de pagar mi agujero
y que solicitara otro para el hijo que no he tenido,
al que dejaré, como única certeza,
un agujero que no existe.

 

 

 

 

EVA

Caminamos sin mirar atrás.
Mi vientre ha comenzado a abultarse.
El resplandor incandescente de una espada
nos señala el sendero que lleva al dolor,
al desamparo, a la muerte.
Mi hijo nacerá libre.

 

 

 

 

LO QUE UN GATO A UN VERDUGO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«¡Pobre mono…! ¡Dame la pata…!
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxNo. La mano, he dicho.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx¡Salud! ¡Y sufre!»
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxCésar Vallejo

Como un aspirante a matarife
aprende en la íntima geografía de los gatos
qué nervio, qué tendón y qué recuerdo
desencadenan el alarido, sueltan el esfínter,
qué tenaza en qué cartílago recóndito
de puro pánico hace mendigar la muerte.
Del modo en que aprende el cadetito
hasta dónde ahogar, hasta dónde ensartar,
la penosa frontera entre pesadilla y locura.
Como un niño inocente en su crueldad
amputa ensimismado las alas a la mosca,
le arrebata el cielo,
pero también la trampa del cristal,
así Vallejo a la poesía. Entiéndaseme.

 

 

 

 

NOCHE DE REYES

Nunca hubo nada para mí
hasta aquel día:
un cuaderno y unos lápices.
Mi primera máquina
de hacer elegías.

 

 

 

Flores, Pedro. Salir rana. Sevilla; Ed. Renacimiento, 2016.

 

SALIR RANA

 

EL OMBLIGO DEL MUNDO

Mientras desde el minarete
derrame el almuédano su letanía
sobre las almas de los creyentes
y en las vastas estepas de Mongolia
jinetes invulnerables al tiempo
domen caballos nacidos para el aire.

Mientras por las calles de Ginebra
la lluvia haga correr
a los pocos paseantes
y los francotiradores y los leopardos,
cada uno en su jungla,
ausculten pisadas en la hojarasca.

Mientras el Índico prenda con sal
los ojos de los recolectores de perlas
y los hombres azules
rastreen el olor del agua
envueltos en el simún.

Mientras el crepúsculo sobre el Bósforo
apague las cúpulas de Estambul
y en la selva de Paria
una endémica bruma
haga perder el norte a los siglos.

Mientras todo esto ocurra,
uno tiene que ser
un prestidigitador fantástico,
o un mentiroso muy hábil,
para poder seguir creyéndose
el ombligo del mundo.

 

 

 

 

HISTORIA DEL MAL LADRÓN

Había robado oro
de las arcas del Templo.
El camello del prójimo.
O tal vez sólo arrebató
pan y naranjas
a los aromas del mercado.

Padeció y fue condenado
en tiempos de Poncio Pilatos.
Fue crucificado
a la siniestra del hijo
en el monte de la Calavera.

No tuvo corona,
ni siquiera de espinas.
No se arrepintió.
No resucitó con gloria
el día tercero.

Pero él,
que pidió ver
para creer,
ha llenado de apóstoles
la Tierra.

 

 

 

 

LA FLORISTA DE LA HABANA

Y dime,
¿nunca quisiste estar
al otro lado de la rosa?

Déjame esta noche que te traiga
a la otra ribera de la flor,
en la que existen su aroma y su nostalgia.
Que por una vez no pertenezca
a un amor ajeno,
que se marchiten de esperarte
los amantes del malecón
y las almohadas de los hoteles.

Pero ella se aleja,
y como una virgen sembrando pétalos
al paso solemne de un rey,
enseña el camino a la noche de La Habana.
Junto a la rosa empapada en cerveza
me ha dejado una pregunta:

¿Nunca quisiste estar
al otro lado del poema?

 

 

 

 

EL VIOLINISTA DEL TITANIC

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Silvia

El vigía no vio el hielo.
El capitán no vio el peligro.
El armador no vio las prioridades.
La primera clase no vio a la tercera clase.
El radiotelegrafista no vio respuesta.
Lady Rothschild no vio su estola.
Los maquinistas no vieron el cielo.
Pero el violinista, ah, el violinista
lo entendió todo de repente;
reunió en la cubierta al resto
de la pequeña orquesta
mientras hombres y mujeres
que creyeron tenerlo todo comprendieron
lo desnudos que estaban ante la tragedia
y tocó,
tocó como nunca había tocado,
tocó para él,
tocó quizás para alguien que en vano
le esperaría entre las brumas
de un muelle apretando los puños,
y se ahogó con la muerte en el gélido mar
del cruel abril de mil novecientos doce.
De ese modo te quiero:
inmune al miedo y al frío,
mientras el mundo se desmorona en torno nuestro,
sin esperar que nadie me rescate,
dándote la música de mi alma
hasta que el agua me llegue al cuello.

 

 

 

 

YAHVÉ

En los ojos del primero
vio los imperios erigirse y desmoronarse,
San Juan de Acre ardiendo en su nombre.
El adiós para siempre a Sepharad.
Un edificio que se abrasa en Alejandría.
Vio los campos de Virginia tapizados de gris y azul.
La inscripción en un cinturón sin dueño
sobre la nieve de un lugar llamado Stalingrado
y que decía Gott mit uns entre manchas de sangre.
Una niña que corre eternamente bajo el napalm
por una carretera que no lleva a la conciencia.
Vio la salita de la silla en una prisión de Texas
y la lluvia de ceniza sobre los arrabales de Grozni.

Pero también vio a Homero
y a un viejo pescador
que en un remanso del Yang-Tsé
devolvía un pez a las aguas
y pensó
después de todo quizás
valga la pena.

 

 

 

 

CAER

Caer bien, con clase.
No desfallecer,
ni desmayarse,
ni derrumbarse,
ni trastabillar,
ni doblar la cerviz.
Caer como un roble en sus dominios
después de cien años mirando al Sol
frente a frente.

 

 

 

 

UNA HISTORIA ANTIGUA

Partieron a miles desde las costas de Acaya.
La historia no dice
si de verdad creían que iban a lavar
el honor de un monarca humillado,
pero la riqueza de Ilión es legendaria.
Agamenón (que posee una fábrica de flechas)
tomará una quinta parte del botín.
En el fragor de la batalla
nadie recordará, Helena, que fuiste hermosa.

 

 

 

 

ANTES SE MORÍA EN CASA

Sí, se moría a menudo en la misma cama
en que se había nacido,
que solía ser la misma cama
un que uno había sido concebido.
Se navegaba por la vida
sobre la misma carroza inmóvil
con la que se partiría hacia la muerte.
Se moría mirando las cuatro paredes
donde colgaban los retratos de aquellos
que habían menstruado y soñado antes
en aquella implacable máquina del tiempo.
Los que amaron haciendo crujir los muelles
con un rasguño negro de grillo metálico,
dando retratos de muertos a las paredes
y muertos para este poema escrito en casa,
sobre una cama que me arropa
y que me espera.

 

 

 

 

CARPE TERRAM

Nuestros ojos no mirarán las maravillas sobre la tierra.
Nuestras bocas no comerán manjares sobre la tierra.
Perteneceremos a legiones de animales sin nombre.
Ingresaremos en la quitinosa intimidad
de ciegas jaurías invertebradas,
de piaras microscópicas de hambre subterránea.
Comeremos tierra
con sus tractos digestivos transparentes.
Devoraremos la tierra desde dentro,
pues nada fue nuestro sobre ella.

 

 

 

 

EL CIELO SOBRE VILLA PERRO

Me mandaron a la calle;
que el niño no nos vea llorar,
que no levante una esquinita de la sábana
si nos despistamos un segundo.
Como si afuera la tarde no tuviera goteras.
Como si de cada nube no colgara
la rolliza manita de una niña helada.

 

 

 

 

TRASIEGO DE VILLA PERRO

Cuidamos los unos de los otros.
La que hace un guiso guarda un poco
y cruza la calle con un caldero verde.
El que fue obsequiado con un saco de cebollas
no llora solo a la hora de la cena.
El poeta se guarda sus versos.
Cuidamos los unos de los otros.

 

 

 

 

EL LECTOR Y LA POESÍA

Ella se reía al oírlos, me decía:
cómo va a salir una vieja en unos versos,
no tiene sentido,
deberías escribir sobre cosas importantes.
Yo a veces le contestaba
que no hay nada que entender,
que la poesía, aunque suene cursi,
es como una estrella;
tal vez hace años que no está
cuando su luz llega hasta nosotros.
Ahora ella se sigue riendo,
creo que por fin comprende
lo de la poesía y las estrellas.
Ahhh, me dice,
yo soy una muerta que escucha,
y tú también estás muerta.

 

 

 

Flores, Pedro. Salir rana. Sevilla; Ed. Renacimiento, 2016.

 

NO PORQUE ESTUVIERA ALLÍ, SINO PORQUE HABÍA REGRESADO

 

xxxLlegaba mamá y Aurelia llamaba a Julia: Ya es hora de que te sientes a la mesa. Dios mío qué chica. Y Mamá, recién llegada de la calle, empezaba como de costumbre: Cómo está el tráfico, no se puede coger el coche en esta ciudad, si os digo que he bajado hasta… y encima me han puesto una multa. Y Papá, sin dejar el periódico: Pues no la pagues, al menos que se tomen la molestia de venir a cobrar. Hola, Julita. Hola, Papá. Y Mamá: Ah, ¿pero estás aquí?, yo diría algo a tu madre, ¿no? Qué facha, con esos pelos. No me digas que has salido así a la calle.
xxxEn el fondo, Papá le era indiferente. le despreciaba desde su regreso a casa después de nueve años de ausencia. Invariablemente le encontraba sentado en el sillón, leyendo el periódico que le duraba todo el día, o durmiendo frente al televisor. En cuanto Papá regresó a casa todo terminó entre él y Julia. Julia pensaba que tal vez su vida hubiese sido distinta si Papá no hubiera regresado, si no se hubiera vendido de nuevo a Mamá y a la abuela Lucía, si no la hubiera vendido también a ella para disfrutar de la asquerosa paz y tranquilidad que reclamaba a cada momento. Sentado en su sillón, despertaba o levantaba la cabeza del periódico: Haced cuanto os plazca, pero dejadme en paz; no quiero preocupaciones.
xxxElla, desde el regreso de Papá, desde la noche en que llegó a casa (después de continuas discusiones telefónicas entre mamá y varias personas) y se encerró en el salón con Mamá, la abuela Lucía y tío Ricardo hasta las tres de la madrugada (ella se mantuvo despierta, alerta. Ernesto entró en su dormitorio hacia la una y le dijo satisfecho: Papá se queda ¿no te alegras?), creyó que él, Papá, conocía su reproche. Y aún más: que Papá lo comprendía y, en el fondo, lo aprobaba.
xxxA la mañana siguiente cuando vio a Papá en el comedor, desayunando en compañía de toda la familia, sonriente, como si nada fuera de lo normal hubiera sucedido, tuvo que reprimirse para no echarse a llorar, para no insultarle y escupirle a la cara, para no reprocharle su enorme debilidad, su cobardía, su pobreza de espíritu y la falta de amor hacia ella. La había decepcionado. Julia, a raíz de las primeras miradas cruzadas con Papá, creyó que él conocía tal sentimiento de decepción, de vergüenza. Creyó entenderlo así por la torpes palabras de Papá durante aquel primer desayuno en casa, después de nueve años. Qué guapa estás, Julita. He visto a tu gato, está enorme. Ella tenía los ojos llenos de lágrimas, apretaba los labios con fuerza, la barbilla le temblaba. Papá sonrió ligeramente a Mamá y, luego, a Julia; fijó la mirada en el tazón de café con leche y miró de nuevo a Julia. Ella estuvo segura. No dudó ni por un momento. Recogió aquella mirada como una disculpa de Papá por estar en casa, desayunando con Mamá (indiferente, tranquila; al fin y al cabo aquel regreso nada significaba para ella, como tampoco nada significó la ausencia de Papá durante nueve años), con Ernesto, charlatán y sonriente (se había vestido con un traje nuevo y peinado con más esmero que nunca. Se le veía contento, satisfecho, no por que Papá estuviera allí, sino porque había regresado. Aquel regreso significaba el triunfo de Mamá y Ernesto lo celebraba íntimamente, escandalosamente, y con la abuela Lucía, erguida en la silla, alta, esquelética, ordenándole a Julia con voz ronca: Toma azúcar con la leche, fortalece.
xxxDurante mucho tiempo Julia jamás dudó de su complicidad con Papá. Creía palparla cada vez que Mamá arremetía contra ella y buscaba en Papá un refuerzo para sus sermoneos. Papá daba la razón a Mamá, pero con un simple: Sí, es cierto, ¿pero, qué importancia tiene?, déjame en paz. Acto seguido Papá suspiraba y movía la cabeza; sonreía y la acariciaba. Julia aceptaba aquella muestra de debilidad, de aparente engaño, como una de las muchas facetas del juego que se había establecido entre ellos desde la llegada de Papá. Bajo la aparente confabulación con Mamá, Julia creía encontrarla y significaba para ella la última esperanza de que Papá permanecía más ligado a ella por su pacto secreto que a ellos por la convivencia diaria.
xxxPor eso ahora, al verle derrotado, vencido en el sillón, reclamando paz y tranquilidad, lo despreciaba. Nada podía decirle, no le pertenecía absolutamente en nada, nunca Papá comprendió su alianza. Julia se preguntaba a menudo si el antiguo pacto con Papá no fue más que una fantasía, o si, por el contrario, cuando regresó a casa, Papá fue sincero y la traición no apareció en él hasta que transcurrieron los días y Mamá y la abuela Lucía le vencieron poco a poco en la diaria y absorbente lucha. Julia se planteaba el problema, pero nunca habló de ello con Papá. Sólo una vez rozó el tema, dolorosamente. Un año antes. Julia yacía en la cama del hospital. Le dolía todo el cuerpo y tenía una extraña sensación: como si se le hubiera agrandado la cabeza y agujereado el estómago. Tuvo la seguridad de que iba a morir. Tenía miedo, necesidad de que alguien estuviera a su lado. Alguien abrió la puerta. Papá entró. No tenía interés en verle, pero agradeció que fuera él en lugar de Mamá. Vagamente recordaba que cuando Mamá acudió a su lado (no tenía conciencia del tiempo transcurrido) la había echado a gritos de aquella habitación. No sentía deseos de ver a Papá, pero su presencia no la irritaba. Qué disgusto, Julia. Qué tontería… Entonces estuvo a punto de reprochárselo. Ya no le dolía. Le daba igual. Pero ahora Papá se permitía fingir comprensión e interés. Se permitía preguntar por qué. Mamá, seguramente, pasearía nerviosa por los pasillos, acompañada de Ernesto, la abuela Lucía y tío Ricardo. Ernesto consolaría a Mamá, nunca le faltaban palabras. Era un hijo encantador, como decía Mamá. No quería mirar a Papá. El sol entraba por la ventana y aumentaba la blancura de las baldosas de la habitación. Tanto resplandor hería los ojos. Fijó la mirada en las ropas de la cama blancas también. Le era imposible controlar el temblor de su cuerpo. Tenía miedo. Ni siquiera sabía si iba a morir, pero no quería preguntárselo a Papá. Se mordió los labios en un último intento de callarse, pero al final le dijo: ¿Por qué regresaste? ¿Qué dices, Julia? Tú volviste a casa. Papá le puso la mano en la frente. Julia oyó cómo él murmuraba: Dios mío, delira. Tuvo ganas de reír por la expresión trágica de Papá. Una enfermera entró en la habitación: Váyase, es mejor, le inyectar´´e un calmante. Julia se volvió hacia la ventana y empezó a llorar, muy despacio, silenciosamente. La alianza con Papá nunca existió.

 

 

 

Moix, Ana María. Julia. Barcelona; Ed. Lumen, 1991.

 

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DÉBILES Y ESTÚPIDOS

 

Seres estúpidos como Félix y mi hija merecen que les condenen a picar piedra, con un grillete de cien toneladas en cada pie. Él hace del amor un arma de posesión, ya que la pobreza de su espíritu no le permite saciar sus ansias de dominio, y ella justifica en él su debilidad y cobardía. Están hechos el uno para el otro; débiles y estúpidos se buscan y acaban siempre por encontrarse. Así va el mundo.

 

 

 

Moix, Ana María. Julia. Barcelona; Ed. Lumen, 1991.

 

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OTRA COSA QUE PERMANECE IGNORADA

 

xxxHabría que prevenir a la gente de esas cosas. Enseñarles que la inmortalidad es mortal, que puede morir, que ha ocurrido, que sigue ocurriendo. Que no se muestra como tal nunca, que es la duplicidad absoluta. Que no existe nunca en los pormenores sino en el principio. Que algunas personas pueden encubrir su presencia, a condición de que ignoren el hecho. Al igual que otras personas pueden detectar la presencia en esas gentes, también pueden ignorar que pueden hacerlo. Que la vida es inmortal mientras se vive, mientras está con vida. Que la inmortalidad no es una cuestión de más o menos tiempo, que no es una cuestión de inmortalidad, que es una cuestión de otra cosa que permanece ignorada. Que es tan falso decir que carece de principio y de fin como decir que empieza y termina en la vida del alma desde el momento en que participa del alma y de la prosecución del viento. Mirad las arenas muertas del desierto, el cuerpo muerto de los niños: la inmortalidad no pasa por ahí, se detiene y los esquiva.

 

 

 

Duras, Marguerite. El amante (Trad. Ana Mª Moix). Barcelona; Tusquets editores, 1985.

 

NO DEL JARDÍN

 

xxxMi madre sólo hizo fotografiar a sus hijos. Nada más, nunca. No tengo fotografías de Vinhlong, ninguna, ni del jardín, ni del río, ni de las rectas avenidas bordeadas de los tamarindos de la conquista francesa, ninguna, ni de la casa, ni de nuestras habitaciones de asilo blanqueadas con cal, con las grandes camas de hierro negras y doradas, iluminadas como las clases del colegio con las bombillas rojizas de las avenidas, los tragaluces, las pantallas de chapa verde, ninguna, ninguna imagen de los lugares increíbles, siempre provisionales, más allá de toda fealdad, para huir, en los que mi madre acampaba en espera, decía, de instalarse de verdad, pero en Francia, en esas regiones de las que habló durante toda su vida y que se situaban según su humor, su edad, su tristeza, entre el Paso de Calais y Entre-deux-Mers. Cuando se detenga, cuando se instale en el Loira, su habitación será la réplica de la de Sadec, terrible. Habrá olvidado.

 

 

 

Duras, Marguerite. El amante (Trad. Ana Mª Moix). Barcelona; Tusquets editores, 1985.

 

ESTA NOCHE: RECITAL DE ANDRÉS GARCÍA CERDÁN

 

Esta noche, a las 21:30 h, Andrés García Cerdán dará un recital en el bar ‘El Sur’, de la ciudad de Murcia.

De su último libro publicado, aquí tienen una selección. Y esperemos que esta noche adelante alguno de los poemas de su próximo libro, que algunos esperamos como agua de mayo, en la editorial Visor.

Allí nos vemos.

 

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CÓMO LA INOCENCIA

 

Todos, dice la madre, todos la rondan, todos los hombres del puesto, casados o no, la rodean, requieren a esa niña, esa cosa, aún indefinida, miren, una niña aún. ¿Deshonrada, dice la gente? Y yo digo: ¿cómo se las arreglaría la inocencia para deshonrarse?

 

 

 

Duras, Marguerite. El amante (Trad. Ana Mª Moix). Barcelona; Tusquets editores, 1985.

 

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