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BRAINSTORMING & NEVERMIND

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BRAINSTORMING

Los sábados salíamos
Pero no nos gustaban
Porque siempre se nos iban de las manos.
Los sábados éramos demasiado guapos.

Los viernes eran mejores,
Preámbulo sin expectativas.

Al caer la tarde
Surca las calles del polígono desierto
Un Ford Mondeo.
Pelamos los cables
Que cortocircuitan nuestros cerebros
En el interior.

Vender cobre
Para comprar noches sin sueño.

Tabaco rubio,
Risketos y Pizquillas,
Risas y canciones.
CDs rayados y bolsitas de plástico.
Más tarde volvemos al barrio.

Los viernes marcábamos el compás.
Los sábados solo bailábamos.

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NEVERMIND

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxI’m worse at what I do best
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxand for this gift I feel blessed (…)
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxHello, hello, hello, how low…
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(Smells like teen spirit, Kurt Cobain, 1991)

Lágrimas de esperma
xxxxxxxManchan el lamento de mis manos
xxxxxxxxxxxxxxxEn la oscuridad de este cuarto.

Escondido en el armario
xxxxxxxxxxxxxxxSe burla de mí
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxUn fantasma.

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Garrido Clemente, Vicente. Temperamentos básicos. Mérida; Ed. Regional de Extremadura, 2022.

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CINCO POEMAS DE ‘EL HUMO DE LOS VERSOS’, DE RAMÓN BASCUÑANA

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PUNTO DE FUGA

La noche teje la desesperación de los suicidas.
Miro por la ventana,
la desesperación a través de la ventana,
el hueco vacío de un ojo ciego,
un punto, una sucesión de puntos
de tinta sobre el folio;
una sucesión de puntos de fuga.
El abismo, la nada,
sus límites exactos, su fijeza,
el hueco vacío de la ventana,
el vértigo siniestro de la vida,
el fondo terminal de la tristeza,
la penumbra, la calle, las astillas,
los añicos del tiempo.
La noche como un punto de fuga sobre el folio.

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MADRUGADA

Pájaro de perfil, la madrugada.
Ave triste posada mansamente
en la decrepitud del horizonte.

Frías flores de escarcha
crecen en el aliento
de los campos que miro
desde la protección de la ventana
que me salva del tiempo y la intemperie.

Ensayo en el cristal
un gesto de esperanza,
pero el cristal refleja
sobre el perfil del pájaro abatido
el rostro del insomnio
y mi cansancio.

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ABULIA

¿Para qué?
Si todo es repetido ¿Para qué?
Se impone la rutina.
Como si atravesásemos la lluvia
descalzos, sin zapatos
que nos protejan. O como si
contásemos estrellas sin mirarlas
y nuestro corazón fuera un desierto.

El poema no justifica el tiempo
que tarda en escribirse.
Hay quien tarda dos vidas
en escribir un verso que merezca la pena
y pueda dar sentido
a lo que no lo tiene
y quien gasta dos versos en escribir su vida.

No preguntes la razón del poema
ni el porqué de la lluvia y las estrellas.
No escuches lo que dice.
Escucha, si puedes, aquello que no dice.

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CUANDO SOLO LA NIEVE

En la brevedad del fulgor del alma,
el equilibrio blanco del silencio.
Cuando solo la nieve
nos protege de ser nosotros mismos.

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EPITAFIO II

En mi lápida
mi última pregunta:
¿Esto era todo?

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Bascuñana, Ramón. El humo de los versos. Álava; Ed. Diputación Foral de Álava, 2016.

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DESNUDO AZUL

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DESNUDO AZUL

1

Sobre el papel,
luminoso, desnudo
y azul, tu cuerpo.

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2

Azul tensión
de tu luz que se inclina:
flor de acuarela.

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3

Arquitectura
de tu dulce flexión
ensimismada.

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4

Suave tropismo
hacia la luz del agua:
azul reflejo.

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5

Arco de sombra
se dibuja tu cuerpo
cuando te inclinas.

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Intimidad
transformada en celeste
caligrafía.

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7

Lo cotidiano
se ha vuelto de repente
epifanía.

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xxxxxxxxxxxGeorgia O’Keefe. Desnudo azul.

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Rodríguez de Sepúlveda, César. Oscuro vuelo. Gijón; BajAmar editores, 2022

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LO MÁS OSCURO ANTES DEL ALBA

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LO MÁS OSCURO ANTES DEL ALBA

Voy a hablarles ahora de los gritos del Cuá
xxxxxxxxgritos de mujeres como de parto,
María Venancia de noventa años, sorda, casi cadáver
xxxxxxxxgrita a los guardias no he visto muchachos
la Amanda Aguilar de cincuenta años
xxxxxxxxcon sus hijitas Petrona y Erlinda
xxxxxxxxxxno he visto muchachos
como de parto.
—Tres meses presas en un cuartel de montaña—.
Ángela García de veinticinco y siete menores.
xxxxxLa Cándida de dieciséis años amamanta una niñita
xxxxxxxxxmuy diminuta y desnutrida.
Muchos han oído estos gritos del Cuá
xxxxxgemidos de la Patria como de parto.
Al salir de la cárcel Estabana García con cuatro menores
dio a luz. Tuvo que regalar sus hijos
xxa un finquero. Emelinda Hernández de dieciséis
xxxxxxxxlas mejillas brillantes de llanto
xxlas trenzas mojadas de llanto…
Capturadas en Tazua cuando venían de Waslala
xxxxxla milpa en flor y ya grandes los quequisques
xxxlas patrullas entraban y salían con presos.
xxxxxxxA Esteban lo montaron en el helicóptero
y al poco rato regresaron sin él…
xxxxxxxA Juan Hernández lo sacó la patrulla
una noche, y no regresó más.
xxxxxxOtra noche sacaron a Saturnino
y no lo volvimos a ver… a Chico González
xxxxxtambién se lo llevaron
xxxxxxxeso casi cada noche
xxa la hora en que cantan las cocorocas
con gentes que no conocimos también.
xxxxxxxxLa Matilde abortó sentada
cuando toda una noche nos preguntaban por los guerrilleros.
xxxxxA la Cándida la llamó un guardia
xxxxxxxvení lavame este pantalón
xxxxxpero era para otra cosa
(Somoza sonreía en un retrato como un anuncio de Alka-Seltzer).
xxxxxLlegaron otros peores en un camión militar.
xxxxxxxxA los tres días que salieron parió la Cándida.
Ésta es la historia de los gritos del Cuá
triste como el canto de las cocorocas
la historia que cuentan las campesinas del Cuá
xxxxxque cuentan llorando
como entreviendo tras la neblina de las lágrimas una cárcel
xxxxxy sobre ella un helicóptero.
xxxxxxxxxxxx«Nosotras no sabemos de ellos.»
Pero Sí han visto
xxxxxxxxxxsus sueños son subversivos
barbudos, borrosos en la niebla
xxxxrápidos
xxxxxxxpasando un arroyo
ocultos en la milpa
xxxxxxxapuntando
xxxxxx(como pumas)
xxxxxxx¡saliendo de los pajonales!
pijeando a los guardias
xxxxxxxxxxxxxxxxviniendo al ranchito
xxxxxx(sucios y gloriosos)
xxxxxxla Cándida, la Amanda, la Emelinda
en sus sueños muchas noches
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx—con sus mochilas—
xxxxxxsubiendo una montaña
xxxxxxxxcon cantos de dichoso-fui
la María Venancia de noventa años
xxxxxxxlos ven de noche en sueños
xxxxxxxxxxxxxxxen extrañas montañas
muchas noches
xxxxxxxxxxxa los muchachos.

Bajamos del avión y vamos nicaragüenses y extranjeros
revueltos hacia el gran edificio iluminado —primero
Migración y Aduana— y voy pensando al acercarnos
pasaporte en mano: el orgullo de llevar yo
el pasaporte de mi patria socialista, y la satisfacción
de llegar a la Nicaragua socialista —»Compañero»…
me dirán— un compañero revolucionario bien recibido
por los compañeros revolucionarios de Migración y Aduana
—no que no haya ningún control, debe haberlo
para que no regresen jamás capitalismo y somocismo—
y la emoción de volver otra vez al país en revolución
con más cambios cada vez, más decretos de expropiaciones
que me cuenten, transformaciones cada vez más radicales
muchas sorpresas en lo poco que uno ha estado fuera
y veo gozo en los ojos de todos —los que quedaron
los otros ya se fueron— y ahora entramos a la luz
y piden el pasaporte a nacionales y extranjeros
pero era un sueño y estoy en la Nicaragua somocista
y el pasaporte me lo quitan con la cortesía fría
con que me dirían en la Seguridad «pase usted»
y lo llevan adentro y ya no lo traen (seguramente
estarán telefoneando —seguramente a la Seguridad
a la Presidencial o quién sabe a quién—) y ahora
todos los pasajeros se fueron y no sé si voy a caer preso
pero no; regresan con mi pasaporte al cabo de una hora
la CIA sabría que esta vez yo no fui a Cuba
y estuve sólo un día en Berlín Oriental
por fin yo ya puedo pasar al registro de Aduana
sólo yo de viajero en la Aduana con mi vieja valija
y el muchacho que me registra hace como que registra
sin registrar nada y me ha dicho en voz baja «Reverendo»
y no escurca abajo en la valija donde encontraría
el disco con el último llamado de Allende al pueblo
desde La Moneda entrecortado por el ruido de las bombas
que compré en Berlín Oriental o el discurso de Fidel
sobre el derrocamiento de Allende que me regaló Sergio
y me dice el muchacho: «Las ocho y no hemos cenado
los empleados de Aduana también sentimos hambre»
y yo: «¿A qué hora comen?» «Hasta que venga el último avión»
y ahora voy a ir hacia la tenebrosa ciudad arrasada
donde todo sigue igual y no pasa nada pero he visto
los ojos de él y me ha dicho con los ojos: «Compañero».

La luna sangrienta sale del horizonte.
Es decir parece que saliera del horizonte.
El campo un solo gran algodonal como si estuviera nevado.
¿Y qué sembraban?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxSembraban su maicito
xxxy frijoles y ayotes y pipianes
pero ahora alguien tiene una plantación de algodón.
Las huertas aradas por aquellos hermosos bueyes —yendo y viniendo—
han desaparecido
y las carretas que traqueteaban cargadas de mazorcas
en tiempo de tapizca, han desaparecido.
Y ya no hay palos. Sólo el sol sobre el algodonal.
Se sembró algodón hasta en la falda de los cerros.
Salen al monte con los perros a buscar garrobos,
palomas, cusucos, pero han escaseado los animales
ya es difícil coger un conejo, las palomas son ariscas.
Cuando no hay qué comer van al monte a buscar guayabas
a solares ajenos a cortar mangos verdes.
En esos potreros habían jocotales y jocotales
que daban jocotes y sombra en los potreros
y ya no hay jocotes y ya no hay potreros
sólo algodonales algodonales y los polvazales
de los tractores y los camiones cargados de algodón.
Al mediodía parten con los perros a cazar codornices
tratar de cazarlas en la falda de los cerros.
Allá en aquel cerro en su ranchito de palma
los Martínez cenan cada tarde tortilla con sal.
Los frescos chagüites amigo ya se acabaron
las alforjas repletas de elotes tiernos son desconocidas
el grito arriando el ganado ya no se oye
ni hay el trajinar de madrugada yendo a traer los bueyes
a los potreros para sembrar maíz frijoles ayotes ay
xxxxxxamigo ya no hay potreros le digo
sólo las filas de hombres y mujeres y niños y ancianos
cada madrugada entre los polvazales
cargando el calabazo con agua y el manojo de sacos
xxxxxxxal algodonal.
Por las noches se ven en los cerros sus lucecitas pobres
como estrellas. Se apagan y sólo quedan las estrellas.
La luna se pone tras los cerros.
Es decir parece que se pone tras los cerros.
Y ya no hay estrellas.

Después la represión de septiembre. Y el llamado Viernes Negro.
Lo más oscuro de la noche antes del alba.
Dije un discurso en Bogotá ante el Congreso, Sesión Plenaria,
el 25 de octubre de 1978 (está en los Anales del Congreso).
xxxxxSeñores Senadores y Diputados…
Y no sólo congresistas sino unos miles en las galerías.
A quienes conté de unas viejas callejas de León
donde ojos llorosos asomaban por las puertas y ventanas.
Empezaron a salir, tímidamente, diciendo al reportero:
xxxxxxxx«En esa casa vivían dos.»
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«Allí vivía uno.»
xxxxxxxxxxxxx«En esa esquina sólo quedaron las mujeres y los niños.»
Dos muchachas contaron lo que pasó:
A un joven del barrio le hallaron una pistola,
y ya no registraron más.
Apartaron a las mujeres, los viejos y los niños.
A los jóvenes los acostaron en el suelo.
Ellas tenían tres hermanos en el suelo;
un guardia les ordenó mirar para otro lado.
Tras los disparos vieron los cuerpos retorciéndose en el suelo.
Sobre los cuerpos pasaron un tractor.
El tractor después los amontonó, una sola masa roja.
xxxxxxEran los muchachos del Callejón».
De 21, de 20, de 19, de 18, de 17 años.
Allí se reunían a jugar beisbol o platicar.
Los muchachos que ya nunca se reunirían en el «Callejón».
La periodista del Times vio al muchacho sacado de su casa,
un guardia apuntándolo con el rifle en la cabeza.
Había lágrimas en sus mejillas. Sabía que iba a morir.
Ordenaron retirarse a la periodista del Times.
xxxxxxxSeñores senadores, señores diputados:
llevaron 21 jóvenes con sus madres a las afueras de León.
Apartaron las mujeres, y los mataron en la carretera.
Robaron sus relojes, obligando a las madres a lavarlos.
Los perros arrancaban trozos de brazos y pies mal enterrados.
Las madres enterraron lo que quedaba en un algodonal.
O es el caso de Doña Socorro de Martínez, en León,
con unos pedazos de camisas de su esposo y de su hijo.
O Josefa Pérez que está loca: abre los ojos al vacío y delira:
«Róger, amor mío, Róger, vení… ¿Dónde está Róger?»
En el barrio indio de Subtiava siete jugaban beisbol callejero,
xxixxde 24, 22, 20, 18, 17, 16, 14,
llegó una patrulla y se corrieron,
y murieron allí mismo en la calle de sus juegos.
Un muchacho asomó a la calle la cabeza con gorro rojo,
lo sacaron, y le quebraron las piernas antes de matarlo.
Los vecinos oyeron que él pedía clemencia,
y la guardia: «Roji-negro jodido hijueputa.»
En Catarina fusilaban a dos jóvenes cada noche.
xxxxxMatados de dos en dos.
Imaginen el terror de las madres al acercarse la noche.
xxxxxA riesgo de serles aburrido:
En Managua tres camiones cargados de muchachos,
llevados a un comando y ya no se supo de ellos.
La embarazada con el vientre abierto por una bayoneta,
el niño saliendo vivo. La bayoneta en el niño.
xxxxxxxx«¡Un sandinista menos!»
Señores senadores y señores diputados:
xxxxAquella entrada de la noche en Masaya
sin saberse quiénes amanecerían muertos.
En muchas partes del país comenzaban a morir al atardecer
después del toque de queda.
xxxxxxxxLa esperada de la hora de aquel toque de queda.
Combatían contra mujeres y niños drogados con dexedrín.
Había órdenes en inglés, traducidas al español.
xxxxxxxxY en Estelí lo de las Mariposas de la Muerte.
A sus aviones los llamaban en clave «Mariposas».
Revoloteando desde que había luz hasta el anochecer.
Y por la noche entraban los tanques.
xxxxxxxxNo queriendo alargarme demasiado.
Contaban de una llamarada de luz como platinada.
Y los oían pedir por radio más fósforo blanco.
En la gran insurrección no hubo presos, sólo asesinados.
Concluyo con lo que una vendedora de ropa del mercado de Chimandega
dijo al reportero del diario La Prensa:
«Hijito, ojalá todas estas muerte no hayan sido en vano»
y la contestación de otra vendedora:
«Señora, esté segura que los mejores tiempos están por venir.»
xxxxxxAcabado mi discurso. Acabada la sesión.
Con la gran ovación en las galerías esa noche.

«¡Copelá!… ¡Copelá!… ¡Copelá!», decía el chino.
Les cortaba pedazos de carne a los campesinos,
la freía y los hacía comérsela.
(El chino tal vez no era chino sino vietnamita o coreano.)
«Cuando el hoyo estaba abierto los ponían hincaditos en el fondo,
y allí los balazos.»
xxxxxxxNoche a noche los balazos.
«Llegaban los helicópteros al campamento con campesinos.
Todos bajaban amarrados como garrobos.»
Macho Negro llamaba por radio desde el monte pidiendo bolsas.
Ya sabían que eran bolsas plásticas para los muertos.
«A los perros amaestrados daban carne cruda, jamás cocida.
Una vez vi al chino darles carne de los mismos presos.»
Noches de los balazos y el Macho Negro diciendo «mandame bolsas».

Ya están cantando los gallos.
xxxxxxxxYa ha cantado tu gallo comadre Natalia
xxxxxxxxxxya ha cantado el tuyo compadre Justo.
Levántense de sus tapescos, de sus petates.
Me parece que oigo los congos despiertos en la otra costa.
Podemos ya soplar un tizón —botar la bacinilla.
xxxxxxxxTraigan un candil para vernos las caras.
Latió un perro en un rancho
xxxxxxxxxy respondió el de otro rancho.
Será hora de encender el fogón comadre Juana.
La oscurana es más oscura pero porque viene el día.
xxxxxxxLevantate Chico, levantate Pancho.
Hay un potro que montar,
xxxxxxxxhay que canaletear un bote..
Los sueños nos tenían separados, en tijeras
tapescos y petates (cada uno con su sueño)
xxxxxxxxpero el despertar nos reúne.
La noche ya se aleja seguida de sus ceguas y cadejos.
Vamos a ver el agua muy azul: ahorita no la vemos. —Y
esta tierra con sus frutales, que tampoco vemos.
Levantate Pancho Nicaragua, cogé el machete
hay mucha yerba mala que cortar
xxxxxxxxcogé el machete y la guitarra.
Hubo una lechuza a medianoche y un tecolote a la una.
xxxxxLuna no tuvo la noche ni lucero ninguno.
Bramaban tigres en esta isla y contestaban los de la costa.
Ya se ha ido el pocoyo que dice: Jodido, Jodido.
Después el zanate clarinero cantará en la palmera,
xxxxxxxxxcantará: Compañero
xxxxxxxxxxxxxxxxCompañera.
Delante de la luz va la sombra volando como un vampiro.

xxxxxxLevantate vos, y vos, y vos.
(Ya están cantando los gallos.)
xxxxxxxxx¡Buenos días les dé Dios!

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Cardenal, Ernesto. Cántico cósmico. Madrid; Ed. Trotta, 1992.

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‘PIEDRAS’, DE JAVIER GARCÍA CELLINO

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La poesía es pólvora
que se enfrenta siempre a la pólvora.
Quien narra el poema es un niño
que sujeta el cielo con una mano.
No basta con admirar la excepcional belleza
de la eternidad.

Metamorfosis del poema:
el segador cantará a las provincias
con rostro de cordero.

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Este tiempo no es de muerte dócil,
sino de sufrimiento.
Pasos, siempre pasos a su espalda.
A veces el futuro es un fruto ácido.
Pasos, siempre pasos a su espalda.
Ella sabe que va a morir,
que no verá más los ojos del carnero joven
que amamantaba en su tienda,
que ya no podrá disponer herencias
ni pedirle a su Dios
que apresure las flores del almendro.
Se mira en el espejo de la fatiga y llora.
Después recuerda que su madre
y su abuelo eran poetas y llora.

Pasos, siempre pasos a su espalda.

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Un niño que llora es un incendio
en la boca del sol.
Veo Jerusalén devastado,
las avenidas de Jerusalén devastadas,
no hay tiempo, al fusil se le hace muy larga la espera,
me agarro a la mano de mi madre muerta
y no camino,
me agarro a la mano de mi abuelo muerto
y no camino,
entonces me doy cuenta
de que entre las imprecaciones y las dudas
siempre habrá piedras.

¿A quién rezar
xxxxcuando las montañas
xxxxxxxxdejen de ser sagradas?

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Nadar en el verano
de las promesas incumplidas.
Ser pacientes con el enemigo. Acariciar
a los pájaros ciegos.
Dime, ¿cuánto tiempo durará este poema blanco
antes de caer al mar?

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Oslo es un paisaje blanco sobre fondo blanco,
una autopista rodeada de flores en el desierto.
Cae una lluvia de medusas sobre el camino,
caen piedras que se agarran al aire
en busca de su identidad,
detrás del relato dominante siempre hay más muertos.

Y patria, siempre patria en los muros cubiertos
de ceniza, en los salmos vacíos de las iglesias,
en los cuerpos mutilados que bailan para librarse
xxxxxxxxxxxxdel miedo.

Hay un dedo manchado de sangre que señala
el horizonte. Hay un asentamiento para las madres
que lloran a sus hijos.
Hay nubes por todas partes.

Di amor,
xxxxintifada,
xxxxxxxxsueños clandestinos.
Y patria, siempre patria.
No digas acuerdos de paz,
expropiación de tierras,
asentamientos de colonos.

En Picasso hay un niño
abrazado a un olivo muerto.

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PRISON (1982)

xxx(Pintura de Sliman Mansour, escritor y pintor
considerado como uno de los artistas de la Intifada)

Nadie en el cielo. El vértigo de los obuses es nadie,
la llama en el papel es nadie,
la matriz de un cáncer nocturno
es nadie hasta que desaparece.

En la precaria eternidad,
cinco hombres esposados contra la pared son nadie.

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(Pasos, siempre pasos a su espalda:
xxxxixxxsoldados israelíes)

Camina…
Abrázate más a la tierra…
No hagas versos inútiles
como tu madre y tu abuelo.
Camina…
Camina…

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(Coro de animales: Final)

La kufiya que lleva al cuello es poesía.
Los olivos encendidos también son poesía.
Camina. Sigue caminando.
Se confunde ya con la tierra.
Después el miedo borra la poesía
hasta convertirla en un Mar Muerto.

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García Cellino, Javier. Piedras. Gijón; BajAmar editores, 2022.

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MANERAS DE RENDIRSE

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Si notas que en el hombro se duerme una caricia.
Si un aliento tímido te calienta la nuca.
Si te toma del brazo una mano invisible.
No aclares el misterio. Solamente sonríe.

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Alcanzaremos un día la ciudad dormida.
Exhaustos, sin palabras y con la lengua seca.
Maniatados e inermes en el alma del otro.
La piel de nuestros cuerpos bañada de saliva.
Una llaga en los labios de maltratarnos tanto
(un pétalo de fuego en el paladar: un beso).
Inmortales, cautivos, dispuestos a perdernos.
De noche. Me da los mismo Tánger que Lisboa.
Una isla en el mapa que un rincón de tu casa.

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Claro que se puede ser feliz y estar muy triste.
Como se puede ser el primero y llegar tarde.
Hablar al silencio y esperar una respuesta.
No dormir porque en el pecho hay pájaros con frío.

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Bendita sea la furia del poeta persa.
Bendita su defensa suicida del instante.
Bendita la lectura que tus ojos hicieron.
Bendito mi corazón que recibió el disparo.

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Mi ambición es humilde: arder como la pisada
de un pájaro en la nieve. Acariciar una hierba
en tus pezones. Celebrar en tu piel el gozo
de la lentitud. Acostumbrarme a ese pecado.
Disolverme en el mar de tu sangre como el vino.
Perderlo todo en un ángulo de tu cocina:
un libro, el pánico, la camisa y el destino.
Encontrarlo en la penumbra de tu dormitorio.
Resucitar desnudo en un pliegue de tu cuerpo.

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Vive el instante con la voracidad de un niño,
como si construyeras un sueño con las manos,
como si no supieras que tampoco la belleza
tiene sustento en nada. Es una máscara. Un disfraz.
Demorarme en tus labios casi me hace olvidarlo.

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Busca mis manos en el abismo de la noche.
Inclúyelas en lo más cálido de tu sueño.
Vigila su vuelo en tu callada duermevela.
Háblales de los altibajos de tu corazón.
Arrúllalas con el loco aliento de tu boca.
Protégelas del frío de la vida. Bésalas.

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Quemar el día como si fuera leña seca.
Mirarte como si temiera la extinción del sol.
Cerrar los ojos para olerte en cada ráfaga
de viento. Beber en el sudor de tus axilas.
Quemar el tiempo en tu piel como si se acabara.

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La luz de tu rostro, ¿es un sueño de ébano
o el rastro de una figura que baila en la pared?

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He vivido estos días con los ojos cerrados.
Para pensar en ti. Para no dejar de verte.

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¿Hacía falta que el tiempo se esfumara
para legar hasta ti, para reconocerte?
¿No había señales inequívocas en torno:
el hechizo de tu sonrisa desde la puerta,
el sarcasmo maduro que bailaba en tus ojos,
el vuelo de tu mano demorado en mi brazo,
tu nombre, la misma resonancia de tu nombre
mil veces repetido a lo largo de los años
como una luz entre la niebla, como un aviso?
¿Hacía falta que el tiempo casi se rindiera?

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Sueño que te construyo con la lengua. Despacio.
Sumerjo las manos en el barro de tu cuerpo
con fiebre de artesano. Te creo y te descreo.
Derribo con parsimonia todas las murallas.
Descubro una cabaña en un pliegue de tu vientre
y me quedo allí a vivir hasta el fin de los tiempos.
Un río pacífico en el cauce de tu espalda.
Una fuente en tu boca. Una luz entre los pinos.
Nieve en tus caderas que retiro con mis manos.
Una frontera en tu piel que me aparta del miedo.

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Negra tu espalda como la espalda de la noche.
Negro el misterio de tu mirada. Negro el iris.
Negras las manos que se cobijan en mi cuerpo.
Negros tus pechos como la música del tiempo.
Negrísima tu voz como el mapa de África.
Negra la sombra de tus axilas y tu cuello.
Negro el temblor de tus caderas. Negro tu sueño.
Verde la línea que asoma en tu mirada oscura.
Roja la cruz de los pezones. Negro mi estupor.
Negro el azúcar jugoso y turbio de tu boca.
Negro el zumo de tus piernas y la faz del miedo.
Negrísima la sangre. El alma negra. Negra tú.
Libre. Sin amarras. Como un prófugo en la noche.

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Cuando la noche entre en tus huesos con afán de herir,
cuando la vida muestre su lado más oscuro,
piensa en mí, no te rindas, recuerda aquel minuto.
Busca en tus sábanas un residuo de mi sueño.
Atrapa en el aire el humo de nuestra mirada,
un ala de aquel milagro que detuvo el tiempo.
Protege la belleza de tu tez africana
bajo la luz del rincón donde yo te escribía.
Husméame sin miedo. Cierra los ojos. Duerme.
Me verás llegar desnudo a acariciar tu espalda.
Como llegaste tú. Como siempre estás llegando.

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El poso de unas gotas de vino en el paladar.
Un paisaje inmortal en la cueva del corazón.
Un puñado de poemas para leer en paz.
Algo de cine. Una canción de Joan Manuel Serrat.
Un paseo junto al mar a estribor de tu cuerpo.
Basta con cuatro cosas para una vida buena.
Al final, con gratitud, contemplar en la huerta
la olorosa flor de la albahaca. Tu figura.
La caricia de tu mano en los últimos brotes
que la tierra restituya al sol de tu sonrisa.
Muy al final. Cuando hayamos derrotado al tiempo.
Cuando lo hayamos compartido todo sin dolor.

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Aunque un día se acabe la dicha de mirarte,
aunque se estreche el cauce de los besos que me das,
aunque la garra interior desate la cólera
y me impida dormir, aunque se apague la llama
de tus ojos, nada es imposible. Ni siquiera
que el corazón te permanezca para siempre fiel.

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El tiempo carcome el alma de las utopías.
Devora sin compasión el lustre de los sueños.
No merece el regalo de una sola ventaja.
Gocemos, por eso, del resplandor efímero
de cada pétalo que se extinga en nuestras manos.
Entra en mis ojos con la audacia del primer día.
Hagamos el camino paso a paso. Sin prisa.
Sin prever el destino. Pero también sin temor.

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Hurga de vez en cuando en mi rincón de tu casa.
Descubrirás fragmentos de mi mejor caricia.

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Nadie puede acariciar el día de mañana,
interpretar el rumbo de lo que no respira,
buscarle un sentido a lo que ni siquiera late.

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Del postrero aliento que desvalija el corazón
del caos, de entre la incertidumbre de voces
que agita el universo, casi como un milagro,
se destila la tuya como un gas venenoso
que yo respiro con el placer de los suicidas.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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OSCURO VUELO

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OSCURO VUELO

Danzan los estorninos:
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxnegras constelaciones
en busca de una forma,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxnubes
movedizas de tinta,
xxxxxxxxxxxxxxxxxenjambre
que juega a dispersarse y a reunirse,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsuma
de lo insignificante, muchedumbre
que alza y desmorona
sucesivos alcázares impresos
en la luz del instante.

Expresionismo abstracto. O no: contornos
de imaginados monstruos. O mensajes
que requieren ser
descifrados,
palabras en el tiempo y en el aire,
confusos ideogramas,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxlaboriosa
escritura celeste.

Esa trama que ahora
se esfuma y reaparece,
esta coreografía
de músculos y alas y tantos corazones
unánimes latiendo,
xxxxxxxxxxxxxxxxx¿quién
la dispuso
sobre el azul exacto de los cielos?
¿Para qué? ¿Para quién? ¿En los ojos
de qué dios misterioso
se cumplirá el designio de esta danza?

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AMBISTOMA MEXICANUM
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxAhora soy un axolotl.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxJulio Cortázar

¡Qué raros sois, en cárcel de aire presos,
sin agua que os conceda ligereza,
al suelo encadenados con firmeza,
arrastrando, abrumados, vuestros huesos!

¡Qué deleite espiar vuestro embeleso,
veros penar porque con cruel largueza
se os ofrece a la vista mi belleza
y el cristal, riguroso, frustra el beso!

Dulce tributo son vuestras miradas,
pero cumple a los dioses la distancia:
el tumulto malogra el señorío.

Con mi presencia, vuestra irrelevancia
sentid, con aterrado escalofrío,
y volved, si podéis, a vuestras vidas.

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LUCIFER 4 A.M.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Luis Martínez de Merlo

Era hermoso Luzbel entre los ángeles.

Más de un querubín bebía los vientos
por sus ojos de fuego.

Pero harto de la eterna
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxrutina,
de su aburrida, inútil sinecura
en los coros angélicos,
hastiado de adular continuamente
y revolotear en torno al amo,
inventó (de la nada,
no había precedentes)
la disconformidad, el desacato,
la rebelión y la desobediencia.

Lo cual, si bien le atrajo
la cólera divina,
agregó a sus encantos, ya invencibles
de por sí,
una rara nobleza,
xxxxxxxxxxxxxxxel aura
de superioridad desconcertante
que a la hermosura añade la derrota.

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EXCALIBUR

Entrechocar de hierros y caballos que piafan.
Despunta el alba apenas, y aún la niebla
impide distinguir los estandartes.
Se agolpan los guerreros para ver el prodigio.

En el centro un muchacho desmañado
siente que lo atraviesan las miradas
expectantes u hostiles.

De él se espera un gesto. Avanza. Solo un paso.
Y se queda mirando como en trance
el resplandor extraño de la piedra.

Pone
su mano sobre el pomo de la espada
y, entonces, como un rayo, lo ve todo:
los altos chapiteles,
la espada, el cetro, el trono y, en la sala
más grande del castillo,
la mesa
de la fraternidad:
los nobles caballeros relatando por turno
sus brillantes hazañas. La aventura.
La búsqueda incesante.
El mejor compañero en la batalla.
El amor
de la dama más bella.

Y también
la traición de su amigo y de su amada,
el hijo monstruoso que reclama su muerte,
la espada quebrantada,
la luna enrojecida por la sangre,
los años de dolor y sufrimiento.
Y ante la flor y nata
de la caballería,
se aparta de la piedra,
suelta la espada el niño y renuncia a la Historia.

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FALSE START

Acabado el poema. Por si acaso,
revisas, y no cuadra un adjetivo.
No puede ser, no es esto, hay que cambiarlo:
queda mejor así… no sé, no acaba
de sonar bien… y truecas
el verbo, que no encaja… pero entonces
se pierde aquel matiz… Con otro giro
tal vez quede más claro y elegante.
No, no se entiende el verso, es que no hay forma.

Tachas, añades, mueves,
cortas y coses, unes y troceas,
y le das cien mil tajos al poema,
que se va desangrando a borbotones.

No tiene ya remedio el pobrecillo,
no hay rayo que le pueda dar la vida,
oh doctor Frankenstein, a tu fracaso.

Apiádate de él: haz de la hoja
arrugada mortaja, dile adiós,
que encuentre al fin reposo
en el olvido y en la papelera.

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REFUGIO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Alfonso Brezmes

Tú no sabes quién soy
ni yo quién eres tú.

Nos reúne el azar en esta
cabaña de palabras,
xxxxxxxxxxxxxxxxxel poema.

Alrededor, la cegadora nieve.

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REGRESO AL FUTURO

Aquel adolescente que esquiva mi mirada
desde el álbum de fotos,
ancho de hombros, fuerte, desgarbado,
con sus brazos larguísimos caídos con desgana
a lo largo del cuerpo,
nada puede saber de mis domingos,
de mi lenta mortaja de costumbre,
de los días cayendo uno tras otro,
del tiempo que se borra, de este arar
en el agua del tiempo que es la vida.

Nada puede saber. No, no es por eso
que elude mi mirada.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxNo sabe que cuarenta
años después yo lo estaré esperando.
Aunque viendo su rostro tan triste y tan sombrío
su difícil angustia, la actitud
de quien se sabe fuera de lugar,
esos ojos tan tristes,
viene a veces la duda
de si alguien le habrá ido con el cuento.

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ÍTACA

Las manos agrietadas y vacías.

En la memoria el mar,
veinte años de muertes y naufragios.

De mi infelicidad y mis traiciones,
en el manso oleaje del hexámetro,
aprenden, aplicados, los aedos.

Yo prefiero olvidar.

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DESPEDIDA

—Te esperé muchas veces.
De niño te temía vagamente.
Luego, me despertaba sudoroso
en mitad de la noche.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxSoñaba
nombres de enfermedades o demonios
que venían por mí.
xxxxxxxxxxxxxxxxPero tú no llegabas.
Vivo seguía, y temiéndote.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxTú siempre
visitabas a otros,
en camas de hospital o entre los hierros
violentados de un coche…
A mí me respetabas,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxpermitiste
que fuera envejeciendo,
hasta hoy…

—Te equivocas. No vengo
a buscarte.
xxxxxxxxxSiempre he estado
contigo. Es al revés:
xxxxxxxxxxxxxxxxxxaquí nos separamos,
hoy vengo a despedirme.

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Rodríguez de Sepúlveda, César. Oscuro vuelo. Gijón; BajAmar editores, 2022.

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CUATRO POEMAS DE ‘ESPERANDO AL REY DE ESPAÑA’, DE DIANE WAKOSKI

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AQUELLAS MÍTICAS PERAS DE PLATA

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Steve

Yo recuerdo un pasado
en el que tocaba sonatas de Beethoven
en una casa oscura, cerca del agua,
y me rodeaban las luces de las colinas circundantes
en lugar de los brazos del hombre al que amo.

Tú recuerdas jugar
al baloncesto,
alto, egipcio, callado,
una figura pétrea
con la que nadie hablaba.

Ninguno de los dos
vivimos nunca más allá de lo imaginado:
tú procurabas hacer lo que creías que se esperaba de ti
y yo, arrancar amor al teclado;
tú tirabas a canasta
donde no había aro
y yo me imaginaba una música inaudible.

Nos sentamos en tu cocina,
que no está llena de la vida de alguien que cocina,
sino oscura:
es la cocina de un fotógrafo.
Bebo
con los pies en la silla, como me gusta
sentarme, y pienso en las chicas
de la casa de al lado, en la cocina iluminada,
esas que te deben ver guapo, que idealizan
a los hombres altos
y que han ido a partidos de baloncesto a animar,
aunque nunca te vieran en ninguno.

Esta es la dolorosa historia de dos seres imaginarios,
que viven, como leones, en su interior,
pero a los que el mundo ve como esfinges,
callados,
encerrados en lo mineral,
rodeados por el desierto y la noche.

Las mujeres fantasean con una vida de amor que no puede existir.
Los hombres, con las competiciones deportivas y con seducir a las multitudes.
Creamos un mundo incuestionable:
el pasado,
nuestros diarios privados.

Si ahora estuviéramos en tu cocina, comiendo,
tú te beberías un vaso de
mercurio
y yo mordería
una de aquellas míticas peras de plata.

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UNA ESTACIÓN ROTA

Cuando yo tenga 55
y tú, 43,
y ambos nos sintamos ligeramente
nostálgicos,
cuando la pasión no nos haya abandonado,
sino que se haya metido bajo tierra,
como las hormigas,
y dejado montoncitos de polvo
junto a los agujeros de entrada
como recuerdos del trabajo realizado,
quizá volvamos
a encontrarnos
en un bar,
acaso
en Wyoming,
y nos sonriamos,
y quizá nos toquemos una vez,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxpor la discreción exigible,
y tú me preguntes por
mi marido,
y yo, por tu encantadora esposa,
y los dos mascullemos
que se encuentran
muy bien,
estupendamente,
a sabiendas de que se tarta de irrelevancias
importantes,
y, como las hormigas,
sigamos llevando un bocado
de tierra,
palabras sobre las montañas y la poesía y la lealtad
y el arte de construir.

Cuando,
dentro de 20 años,
vivamos
como lo hacemos ahora,
separados,
y nuestras cartas solo lleguen en una estación rota,
en intervalos entre amantes o trabajos o mentiras,
nos permitiremos, alguna vez,
decir cosas como «el amor solo ocurre una vez
y nunca funciona»,
y luego

la sensiblería nos hará sonreír.

Las hormigas se mueven en filas muy largas, como las cintas del pelo
de tus hijas, y se llevan
trozos de pastel o cadáveres
de gusanos a sus túneles.
Construyen y comen,
y rodean, en zigzag, los obstáculos que se encuentran en el camino.

Los niños las miran en el colegio.
Nosotros las pisoteamos.
Los pequeños mamíferos se las comen.
No me puedo imaginar un futuro
distinto 
del pasado.

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xxxxxxxxxxLPOEMA POLACO DE AMOR PARA DAN,
CUYO APELLIDO CUESTA MÁS PRONUNCIARLO QUE EL MÍO

La «M» de mi brazo
significa 
Moon, Luna.
Y tú eres otro de esos hombres que saben conducir,
que me hacen sentir
(en tu coche, atravesando el estado de Michigan)
que
mi vida significa
Movimiento.

No obstante, cuántas veces el mundo se me ha escurrido de los dedos
y se ha roto como el cristal.

Los amigos me sostienen.
Pero tú me levantas de la silla, de la cama.
Me mueves hacia ti.
Me mueves contigo.

Pero no dejes que demasiadas chicas te pinten relámpagos
en los ojos.
La «M» también significa matar.
Y matrimonio.

Movimientos de alejamiento,
así como de acercamiento.

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EL TRAGASABLES TATUADO

El rechazo es un diálogo infinito,
un paisaje que no acaba,
no un bosque, ni un campo, puesto que ambos tienen lindes,
y ni siquiera un océano, con sus playas
como una gargantilla de cicatrices.

Y la aceptación,
un acto sencillo,
un territorio con límites.
Me ha costado años
querer explorar un territorio
que supiera con fronteras.
Los confines son el punto de partida,
y echo a andar desde el más alejado, siempre más allá.

Una vez, yendo por un lugar que creía
una tierra inexplorada y sin fronteras,
vi a un hombre con un martillo y una sierra;
se había tatuado tigres por todo el cuerpo;
acechaban, en el vientre y los hombros, mientras trabajaba
en un banco de carpintero.
Me paré a ver cómo tallaba un pequeño gabinete.
Mi cuerpo estaba cubierto de campanas,
como una piel de bolas de plata que lo cubriera todo,
pero mis pezones sobresalían, pequeños y rosados, como coral.

Al moverme, tintineé ligeramente,
como si mi pelo fuera la cortina de abalorios de una puerta
y alguien la apartase para entrar.
Dije:
xxxxx«Envidio a los carpinteros por las cosas que hacen
xxxxxcon las manos».
«Sí», dijo él,
«pero yo soy solo un principiante. Lo que hago bien de verdad
es tragar sables».

Entonces abrí la boca y le enseñé
la serpiente verde que vivía dentro.
Dije:
xxxxx«No nos conocemos,
xxxxxpero tenemos algo en común:
xxxxxlos dos cruzamos fronteras y nos adentramos en lugares,
xxxxxy ahora veo que las gargantas de ambos contienen
xxxxxlo que la mayoría de los hombres temen,
xxxxxpor lo que creen que morirían:
xxxxxla serpiente y la espada».

La vida es, a menudo, más alegórica
de lo que debería ser;
en la vida, las historias no tienen fin,
sino que son continuaciones, hiatos;
no son historias, sino un continuo diálogo mental.
No me inventaré una historia cuando ninguna tiene lugar.

Una vez
dije «te amo», y la lengua se me quemó de raíz.
Ahora una lustrosa serpiente verde vive en su lugar
y sisea cuando pasas.
Tú has tragado sables hasta llenarte la garganta de cicatrices,
tantas que ya no te pasaba ni uno más.

Y he aquí la escena:
no es una historia,
sino un paisaje.
Yo, en el bosque, con el cuerpo temblando de campanas
y una serpiente en la garganta, que sisea como una cascada;
tú, delante de mí,
son tigres tatuados que van de un hombro al otro
y te rodean las orejas
cuando construyes con las manos un mueble magnífico,
y tu perfecta garganta,
vista desde fuera,
que oprime vocales que no saldrán,
porque ni siquiera la membrana del idioma es lo bastante fina como para pasar
por esos viejos tejidos inflamados.

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Wakoski, Diane. Esperando al Rey de España (Trad. Eduardo Moga). Madrid; Bartleby editores, 2022.

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HACIA EL AGUA

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xxxxx3

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Yuki, Dickran, Minsu, Bill, Billy y los demás…

La luz de una película japonesa
baña mi rostro y mi nariz,
y trae consigo
brisas más frescas
de apartamentos desordenados
que quisiera volver a recorrer,
fumar en los balcones
y hacer fotografías
en las bañeras rotas.
Quisiera que volviéramos
a desplomarnos
sobre todas nuestras camas,
mientras la noche y el sueño
se apoderan de nuestras palabras
y de nuestra risa.
Quisiera volver a tumbarme en esas camas otra vez
mirando al techo
junto a vosotros.
Pero la película aún no ha terminado.

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xxxxx14

Cuando Madrid se acababa
estabas tú,
una inmensa extensión de ti,
cálida y luminosa,
abarcándolo todo con sus pequeños brazos,
rodeando los hombros encogidos de los oteadores
y los videntes,
en las horas más jóvenes del nuevo mundo,
pero, sobre todo, crecías acurrucado en mi pecho,
como una destrucción total y cegadora.
Y aun así esta noche
también se ha acabado Madrid
y parece que aún quedan muchas horas
hasta que amanezca.

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xxxxx16
LA CIUDAD MÁS BELLA DEL MUNDO

Íbamos a vivir
en la ciudad más bella del mundo.
Íbamos a escapar
a la ciudad
donde las raíces alimentan el cristal,
donde los mediosoles
brotan en los arcenes y en los alcorques,
donde la luna siempre es naranja
y nunca mengua
y donde no
existen los retales perdidos.

Íbamos a vivir
en la ciudad más bella del mundo.

Íbamos a huir
de las entrañas sucias y confortables
de la matriz madre
que escupe mentes inescrutables como coágulos
xxxxxxxxxxxxdeformes, calientes, de constelaciones aún no vistas,
y de todo lo que nos arrulla
las orejas por las noches.
Íbamos a vivir
en la ciudad más bella del mundo.
Íbamos a caminar
de puntillas
entre el vacío del universo,
sobre las elipses sin resolver.

Íbamos a vivir en la ciudad más bella del mundo.

Estoy
frente a la ciudad más bella del mundo
y no veo a nadie.

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xxxxx22

Me he perdido tal vez
en los demás,
en sus miradas y sus risas,
entre la muchedumbre.
He esparcido mi ser
sobre los cabellos de la gente.
Me he desparramado
como una cascada
de pequeñas
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy naranjas
xxxxxxxxxxxxcanicas
apedreando con fuerza el suelo
y las piernas desnudas
de la masa.
Ya no puedo recomponerme,
pero he rodado a sus pies
y les dolerán
al pisarme descalzo
y sin sospecharlo.

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xxxxx27

Berlín ya no es un lugar seguro.
No lo es desde hace tiempo
y hemos seguido pululando por sus calles
con la cabeza llena de ríos
que desembocan en acequias lejanas.
Ya no es un lugar seguro
y nos hemos paseado
mostrando nuestros torsos negros
y una cresta de plumas en la cabeza.
No es un lugar seguro
para todos los que llevamos
purpurina en la nariz y noche
en los zapatos y dejamos rastro
con nuestros vientres en los adoquines,
para todos los que habitan
en alguna parte entre
la soledad y la primavera,
para aquellos
que nunca han llorado por un laberinto
o por un pequeño cabello arrancado de la nuca.
Berlín ya no es un lugar.

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xxxxx41

Quiero fundirme con la lluvia
para caer sobre los rostros
de todos los que amé,
ser lo que les hace sentirse vivos
y vivir,
lo que les hace vivir
vivir en paz…

Y luego irme,
escurrirme por sus manos hasta la alcantarilla,
ver el mar
y no volver.

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xxxxx49

También hay belleza
en la baldía estepa de un mar en calma,
no solo en las regurgitantes olas,
en las afiladas barcas
que como garras las montan
o en la mano de espuma, arrancadora de vidas;
también hay belleza en su monótono azul
fundiéndose monótonamente con el monótono cielo
aunque resulte inquietante.

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Arnaiz, Julia L. Hacia el agua. Gijón; BajAmar editores, 2022.

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EL MAR DE TU MEMORIA

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EL MAR DE TU MEMORIA

Escribo para aprender el llanto que te debo.
Ni una lágrima vertí sobre tu cuerpo muerto,
como si la sal toda de los siglos
se hubiera calcificado al fondo de mis ojos
para siempre.
xxxxxxxxxxxxMi voz, habituada
al trigo de tus palabras más confidenciales,
se desfondó en la sombra de las aguas
a las que vuelvo ahora, solitario,
para anunciarte que la mansa lluvia
—cauce imperecedero de tu herencia
que veo caer una vez más sobre los campos—
no ha podido disuadirnos del dolor.
También para que sepas que alguno de tus hijos
punteaba en la ventana un blues interminable
mientras tú te morías al terminar agosto.
Mis dedos arañaban el llanto de la arena
para achicar el agua de tus ojos abiertos.

Desde entonces, casi todos los jueves
me pongo con cautela tu camisa de muerto,
huelo el sudor de tu último minuto,
oigo la conocida letanía de tu voz
—que la impiedad del mar no ha podido arrebatarme—
y me salpica su ronquido final,
mi propio nombre ahogándose triste
en la raíz del grito pronunciado
tal vez sin esperanza, como un salmo tardío
que no supo recoger la mano del apóstol.
En el vientre apacible de las olas,
frágil, ¿será arrastrado eternamente
hasta las simas de lo desconocido, donde
podrá encallar al fin junto a tu nombre?

Me prometí regresar a acumular la espuma
para sentir tus dedos en las algas
enredadas de los pies y el fuego
de las sienes, acostumbrar la vista
a la desolación de tu pupila
—prisionera en los castillos de arena
que deshizo la marea—, aceptar que el salitre
de tu lágrima inauguraba la luz
en la inocente roca que escondía la muerte.

¿Habrá sido tu queja, tu mirada sin odio,
cuando la noche cuida a los que sufren,
un fragmento del bramido que, insomnes,
temen los navegantes en los sueños?
¿Tiene la noche la piel erizada de costras
como mi corazón? ¿Arden restos de la tuya
en lo más profundo de la arena removida
por el ritmo imperturbable y callado
de los días? ¿Pasó por tu garganta?
¿Disgregó las sílabas quebradas en tu boca?
¿Quemó tu lengua y tu saliva? ¿Te acariciaba
el mar, te acariciaba como quisiste siempre?
¿Pudo la indiferencia de las olas arrastrar
tus sandalias nuevas, olvidadas bajo el techo
de caña que cubría las mesas del quiosco?
¿Lamías tú la conmovida médula del mar?
¿Te dio tiempo a llorar? ¿Viste la sombra
de mis ojos y aquel esfuerzo inútil
por tenderte la maroma podrida
de mi brazo, la impotencia y el miedo,
mi carrera de loco entre la gente?

Era engañosa y dulce la luz de la bahía.
Mis ojos lo ven todo cada noche
desde entonces: el trémulo desmoronamiento
de las nubes, el llanto de Martín, las botellas
vacías, las camisetas azules
de las adolescentes y el inseguro paso
de tus pies descalzos hacia la sal de la muerte.
Te habías demorado en la penumbra del portal
para mirar con pena tus últimos zapatos.

Salgo con ellos a la calle como si huyera
de las luces del verano. Me ha costado tanto
admitir que las piedras están vivas
en los alrededores de la playa.
Regreso con el ruido del mar en la cabeza.
Mis manos escribían tu nombre entre las nubes
y en los árboles y sangraban mis pies
de escarbar con ahínco entre los restos
del naufragio. Las gaviotas, torpes,
huyeron de la ira que nacía en mis ojos,
lanzaron a los cielos su graznido inexperto,
repitieron tu nombre, propagaron tu grito.

Me desperté del sueño para saberme ciego:
comenzaba la ancianidad en aquel
atardecer. No pudiste cultivar
la palabra reservada con pudor
para el momento de la despedida.
La buscaré en el patio trasero de los días,
en el huerto callado de tu infancia
o en la quietud azul del cementerio,
bajo la lápida que se extraña de tu nombre.
Donde la muerte duerme.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx¿Se renueva
ese rito cuando por un momento
me olvido del misterio que me veló tu rostro?
¿Se desvanece, muere? ¿Es el olvido el hueco
por el que yo me adentro en el mar de tu memoria?
¿Es el olvido solamente orfandad
o también tregua, eco de aquella luz
que nos incita a reanudar la charla?

De los abismos del sueño, aún convaleciente,
me dirijo a la roca batida por las olas,
me hiero una vez más en sus aristas,
me decido a rescatar tu cuerpo aprisionado
en los argazos, limpio tus rincones
de escamas adheridas y moluscos absortos
en la serena tenacidad de tu nostalgia.
Envidio el baile desprevenido de los peces
adormeciéndose sobre el cuenco de tus manos.
Me aproximo a tu hombro muy despacio,
lo rozo con la yema de los dedos
y no puedo llorar. Te acerco nuevas
de los once hijos congregados a la mesa
y te pido una palabra para nutrir la paz
de sus cuerpos, una palabra que te vincule
al insomnio temeroso de sus almohadas.
Una sola palabra: no siento frío, llueve
una vez más sobre mis manos, el mar me arrima
el llanto de mis huérfanos, me trae la resaca
de sus voces indecisas, el puro sonido
del dolor. Una sola palabra interminable
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.
Sabed que ya no sufro. Bañaros en mi nombre
sin temor a morir. Repartiros la caricia
de la luna
xxxxxxxxxxy el postrero aliento de mi beso.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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LOS OJOS FRÍOS DEL VALS

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NOSTALGIA PRIMERA O AMANECER

Esta tristeza de violín
desenroscada por los ojos,
estas rosas marchitas,
la claridad de un nuevo día
manchando mis refugios,
deslumbrando,
buscándome.

xxxxxxxPor dentro de la muerte
xxxxxxxsolo se escucha
xxxxxxxnuestro propio silencio.

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NO ES POSIBLE QUE NO QUEDE NADIE

He aprendido muy pronto
el mecanismo de la ausencia.
Estar triste consiste
en inventar un bosque
al que poder marcharnos
cuando no quede nadie,
cubrirlo de leones y de besos
y de todos los cuentos
que un día nos contaron
para poder dormir.
He empujado la puerta muy despacio
con la esperanza de encontrarme
a alguien que me esperara.
Entre la lluvia y yo solo estaba tu cuerpo.
xxxxxy esta melancolía que me abrasa
xxxxxy los racimos de leones
xxxxxque olvidaste plantar a orillas de mi llanto.
Alguien canta a lo lejos y me recuerda que la muerte
es una casa dócil con paredes azules
donde pronto olvidamos
xxxxxxxxxxlas razones del miedo.

Nada de esto es posible, ¿lo comprendes?
Aún no he aprendido
el mecanismo de la ausencia.

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SOROLLA, EL VERANO

Regresa igual que un cosquilleo
la flor azul de mis veinte años,
playa de la Caleta, el corazón aún en pleamar.
Aquel antiguo balneario nos hacía soñarnos
personajes de un cuadro de Sorolla.
El cielo desmembraba
islas de sol en mi cabello.
Nos sentamos allí, junto a la orilla,
burlándonos del tiempo
y buscando en las nubes
mundos desconocidos poblados de libélulas.
El poema, dijiste, no cabe en una lágrima.
Estoy pensando en ti mientras escribo,
en aquel balneario
y en el vestido blanco de un cuadro de Sorolla.
Estoy pensando en ti
desde el mundo desconocido de tu ausencia,
burlándome del tiempo como hubieras querido,
guardándome las nubes y las islas de sol
—también tu corazón—
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen el poema.

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HE HEREDADO EL COLOR DE SU MIRADA

Alguien cruza el espejo cuando lloro
y se detiene aquí a mi lado
para hablarme de sueños envejecidos
y de ciudades rotas cerca del mar.
Reconozco sus ojos, la tristeza que habita
sus hondas galerías,
como súbita luz en los cristales
cuando ya no esperamos
nada más que la sombra.
Después alza la voz,
se ríe gravemente de la muerte,
me canta una canción
que nos pertenecía
y queremos marcharnos,

pero nunca sé dónde.

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EVERYBODY’S TALKING AT ME

Carretera, verano del 97,
urgencia delicada de atardeceres.
Desde el asiento trasero del Peugeot,
el universo no entendía aún
la dirección precisa del futuro.
Cómo hablar de aquel tiempo.

Hoy,
caravanas de autómatas
emigran a la noche
y la presencia absurda
de algún polígono industrial
del horizonte
me despierta una sed feroz
de llover a lágrima viva.

Carretera,
xxxxxxxxxverano.
En la mecánica del viento
pienso en tus manos multicolores,
en la verdad indómita de tu mirada.
Como en aquella canción de Nilsson,
todo el mundo está hablando,
pero no escucho una palabra.
xxxxxxxxLlegará el día en que también
xxxxxxxxañoraremos este tiempo.

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1936

Devolvedles la voz a aquellos muertos.
A los hombres que aúllan debajo de la tierra,
a los huesos sin nombre, a los naufragios.
A una flor blanca malherida por un fusil:
ese rostro que salvajemente se asoma a la noche
y nos increpa igual que si lo conociéramos.
Lo separamos en dos mitades: la nuestra
y la del mundo de los desaparecidos.
Escucho las sirenas, los disparos que tiemblan
frente a las barricadas: vuelven con el atardecer
a taparnos la boca, a convocarnos
junto a los muros de cal del cementerio
y yo no puedo
darme la vuelta como un verdugo
y yo no quiero
invocar al olvido
y están tan solos esos hombres
en sus tumbas anónimas.
Devolvedles la voz
para que no se mueran.

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LO QUE SUCEDE

El paisaje me sueña como un lobo dormido.
A veces
me cuestiono la realidad de mi existencia.
Mientras,
el amor se acurruca en las fotografías,
es una criatura mitológica
que me recuerda un tiempo
en el que no me conformaba
con sobrevivir.
Ahora, 
despeino con un gesto de cansancio
los cabellos del miedo,
abandono la máscara sobre la mesa
y comprendo que esto que sucede
es todavía
xxxxxxxxxxxxla vida.

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Casado, Marina. Los ojos fríos del vals. Gijón; BajAmar editores, 2022.

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VOLVIENDO A VER

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ORO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara el Rey de España

Te conocí en el momento equivocado.
Tu cara era un reloj de bolsillo,
pesado, de oro,
y yo, una mujer con un vestido muy fino,
sin bolsillos.

Me enamoré de la estación del tren,
cuyo gran reloj colgaba
sobre el gentío,
igual que el sol cuelga en el cielo de invierno
o la manzana amarilla se aferra a la rama
al final del
otoño;
xxxxxxla muchedumbre que éramos,
extraños,
xxxxxxxxla miramos,
como carretes de hilo multicolores en una cesta;
y llegan unas grandes tijeras —el tren—
que nos cortan de un sitio
y nos cosen, por la vía, al otro.
Miro ese reloj
y sé que no te veré en la estación,
pero te imagino subiéndome
la cremallera del vestido
cuando me voy por la mañana,
y tocándome los brazos desnudos,
y que nos tomamos un café y miramos por la ventana
de madrugada,
sabiendo con dolor la hora que es
por el sol,
que se ha convertido en un enorme reloj de bolsillo,
tan caliente que no se puede coger.

Ayer te pedí direcciones.
Tu cara era
una brújula
con una aguja, parecida a una rama, temperamental y caprichosa,
que se movía del este al norte,
erráticamente,
pero yo buscaba el sur,
porque necesito sol y calor,
y me asustaba tu aspecto norteño,
otoñal, invernal,
un árbol deshojado,
una montaña nevada,
una gruta de hielo,
una avalancha,
pero me vi
las manos,
como indicadores de oro, delgadas:
se movían imperceptiblemente
en torno al mismo pequeño conjunto de números, también de oro, cada año.
Y mi cara ocultaba
el viejo tallo que las movía,
aún más enjuto.

Te conocí en el momento equivocado.
Demasiado tarde para amar.
Tu cara era un reloj de bolsillo de oro que me recordaba el pasado,
una brújula que señalaba que yo no tenía norte magnético,
sino solo las direcciones correctas reveladas por las estrellas:
el mapa y el tiempo de soledad que registran
los astrónomos.

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UN CASTILLO CONSTANTEMENTE ASEDIADO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxNota: los versos «La próxima vez que nos veamos,/ no nos desnudemos» pertenecen
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxa un poema que me presentó una alumna neoyorquina de uno de mis talleres lite-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxrarios, llamada Binnie Klein. Me fascinaron de tal modo que encargué a los alum-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxnos del taller que compusieran un poema a partir de ellos. Me parecieron un buen
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxejemplo de versos aprovechables enterrados en un mal poema. Por desgracia, yo fui
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxla única que hizo algo con ellos, pero le estoy agradecida al taller por haberme da-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxdo la oportunidad de escribir este poema.

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La próxima vez que nos veamos,
no nos desnudemos.
No nos toquemos.
Que nuestros cuerpos sean como conchas
vacías de la carne blanda del molusco
y hasta un indicio que sea una posibilidad.
No pasemos siquiera la noche
en la misma ciudad,
porque seguramente, y pese a mis buenas intenciones,
me acercaría de puntillas a tu puerta,
igual que se filtra el agua por el umbral:
una inundación silenciosa que rompería contra tu vasto
cuerpo de marinero, como la
estela fosforescente de una barca esbelta.

No nos quedemos solos en el cuarto.
Podríamos enmudecer, como un arrecife desierto,
y convertirnos en buscadores de coral.
Nos arañaríamos las manos y las piernas para arrancarnos
lascas del cuerpo.
Rodeémonos de otras personas
para hablar apasionadamente
del amor
mientras rociamos la habitación de gotas brillantísimas
sin mojarnos el uno al otro,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcomo los meros
y las grandes corvinas cruzan los mares,
acompañados por muchos otros peces más pequeños,
que los siguen para alimentarse.

La próxima vez que nos veamos,
estemos casados con otros
y sin peligro de andar a la deriva, solos, en una balsa
por el Atlántico.
Porque tu cuerpo desnudo
me excita como si
hubiera visto un galeón español
venir hacia mí,
a toda vela, cuando me baño por la mañana.
Tocarte es encontrar un mapa arrugado, fatigado,
que promete el cofre de los rubíes de Fernando.
Sentir tu presencia
es cambiar de conversación,
como cambian las palabras debajo del agua.
La próxima vez que nos veamos,
no nos desnudemos,
porque la desnudez simboliza una muerte de terrible inocencia,
y lo que siento por ti carece de toda inocencia.
es primitivo, grave, sexual, histórico,
como una carpa centenaria
que nadase en el foso
de un castillo constantemente asediado.

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EL MIEDO A TIRAR EL VIOLÍN

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«El miedo a tirar el violín es tan universal entre los violinistas
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxque se menciona en los lugares más insospechados. Por ejemplo,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen las notas del programa de un concierto de Daniel Barenboim
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxse cuenta que su carrera empezó a los tres años, pero que, cuando
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxa los cuatro descubrió que el piano se aguantaba sobre tres patas,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxinmediatamente cambió y nunca miró atrás».
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxKato Havas, de El miedo escénico. Causas y
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcuras, con especial referencia al violín.

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Sí, M.,
subo la escalerilla del Greyhound, miro a mi espalda,
y veo a mis amigos llorosos,
pero no te veo a ti,
con tu bigote de Pancho Villa y el gran anillo turquesa;
yo lloro por muchas más cosas que por dejar
a los amigos.
Quizá ellos lo hagan
porque no has venido.
Que me vaya es tan normal
que nadie derramaría lágrimas por ello.

Es curioso:
llevo toda la vida hablando de traidores.
Esos tipos que te regalan anillos, anillos de oro, en lugar de a sí mismos,
o esos otros que nunca te regalan anillos
ni llaves.
Sin embargo, tu llavero pesa
como el de un carcelero y reluce con los secretos de las naranjas
y los pájaros tropicales.
Y esta noche, montada en el Greyhound, a toda velocidad, pero no por una carrera,
sino por la vida,
me he dado cuenta de que yo he sido la traidora
en la vida de muchos amigos, de muchos amantes incluso,
de muchos
que me necesitaban,
pero yo me subía a un autobús, o a un avión,
hasta, a veces, a un tren
(en esta América sin trenes) o a un coche.
Y me marchaba
sin desaparecer. Solo me iba a otra parte. Y no porque
quisiera dejar Laguna Beach, donde el Rey de España paseaba
todas las mañanas con las lavanderas y las gaviotas,
y George Washington, en Nueva York, urdía planes para cultivar
laurel europeo en Mount Vernon cuando hubo regresado de los pies helados y harapientos de Valley Forge,
y David, que me dejó cuando se hizo al mar desde un precipicio,
y Daniel, que persiguió leones soñados hasta el teatro de su mente,
y el conductor de autobús, el mecánico de motos, el leñador,
el astrónomo o el decano.

Como un barco de guerra,
mi vida avanza. A vista de pájaro,
lenta, voluminosa y patente. Se mueve.
Desde el suelo, yo soy lo que se ve, moviéndome a la par,
sin el brillo fugaz de las escamas de los peces que la gaviota distingue desde el aire,
sino sólida y negra, como el piano de cuatro años de Barenboim,
y subida a los aviones, autobuses, trenes,
camiones
y barcos de guerra de la vida.

Como el fuego.
Como el agua.
El movimiento.
El movimiento constante. Pero no porque haya un
lugar
especial
a donde ir. El movimiento de la vida.
Las teclas del piano esperan a las manos voluntariosas que despierten los acordes,
que sonsaquen por igual a Beethoven y a Chopin,
esas teclas que se mueven en un mundo lleno de brillantes pianistas
y yo,
los macillos, las cuerdas, las teclas, el reluciente marfil de la madera pesada.
Tócame,
tócame, digo, y no te traicionaré.
No tengas miedo de tirarme; no soy pequeña.
Delicada, y necesitada de cariño y afinación, y de las manos diestras de pianistas amantes,
sí,
pero no frágil,
no fácil de tirar,
ni siquiera por un intérprete de tres años que sea fácil presa del miedo
escénico.

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EL PIMENTERO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Bonnie

Una palabra se puede
referir
a tantas
cosas
diferentes.
xxxxxxxxxMabel, Mabel, pon la mesa
xxxxxxxxxy no te olvides del pimiento.
xxxxxxxxxxxxxxx—Canciones para saltar a la comba

Salió el sol:
tenía el color de un pimiento morrón maduro.
Salió el sol:
tenía el color y la forma de las bayas de pimienta de Sumarra.
Una vez vi salir la luna,
naranja como una linterna,
en el cielo de invierno.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxTenía la forma
y el color de una baya de pimienta.

La planta crece en el patio, en otoño,
y brilla en la niebla
como si esto fuera un bosque de Nueva Inglaterra
en lugar de una playa del sur de California.
Es un pimentero.
De pimientos morrones.
También llamados, a veces, de jardín.
Mucha gente no sabe que los pimientos morrones rojos son solo pimientos morrones verdes
maduros.
Pero es así,
y eso explica que los rojos sean
más dulces
y que cuesten el doble
en el supermercado.

La que está
en nuestro patio
es una planta triste,
porque no tiene ramas ni enredadera,
solo el palo del tronco
y el único fruto que ha dado jamás,
un pimiento de cinco centímetros, carmesí, salvo por una mancha verde que
ahora
se ha vuelto negra.
El pimiento lleva ahí
casi tres meses.
Se ha puesto duro
y se ha satinado,
como una calabaza;
de tan duro, no se puede comer
(y, de todos modos, probablemente sepa a madera).
Es como esa hoja escarlata que aún cuelga
del arce,
en otoño,
cuando todas las demás ya se han caído.

¿Imagen
de la dureza
o de la temeridad?,
considerando que un pimiento no tiene ningún significado especial,
excepto, quizá, para un poeta
(sustitúyase la palabra por «soñador»
u «holgazán»)
que quiera ver alguna belleza,
y por lo tanto algún significado,
en un objeto que cuelga.

Cuando digo la palabra «pimiento»,
no pienso en realidad en un pimiento morrón;
pienso
en un miembro del género piper,
la especie negra y picante que le echo a todo
lo que como,
una planta que crece en los trópicos,
«de flores diminutas, agrupadas en espigas como amentos»,
y pienso en tu vida, que nunca está
lo bastante especiada para ti.

Mi marido, tu mejor amigo, ha estado
a punto de abandonarme esta semana.
Aunque supongo que debería decir
que me ha abandonado. Pero ha vuelto.
Un gesto de compasión que no sé a quién agradecer.
Quizá me haya abandonado porque no le daba
lo que necesitaba,
o quizá
porque soy un fracaso de persona.
El porqué es irrelevante.

Mi mayor preocupación ha sido averiguar por qué.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué tengo tanto miedo.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué soy tan sensible.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué no paro de fracasar.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué lo sigo intentando.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué necesito saber tantas cosas.

Sin embargo, lo que más me aterra de la vida
es que, la mayoría de las veces, no hay
una razón,
por lo menos en el sentido de que tú o cualquiera
pudierais hacer algo al respecto.
Es frustrante para nosotros, los soñadores-hacedores.
Que no podamos hacer nada
respecto a la lluvia,
aunque soñemos con ella y sepamos que va a llegar.
Aguantar un día de lluvia significa ponerse un impermeable.
Conocí una vez a una chica que siempre se ponía un impermeable; la
consideraban excéntrica, pero lo que pasaba en realidad
es que estaba gorda y se avergonzaba de su cuerpo. Cuando llovía,
se mojaba como todos los demás.
Nadie puede evitar que llueva.
Ni siquiera Reich, con energía orgónica, podía evitar que lloviera;
si acaso, aprendió a provocarla
y a llevársela, de vez en cuando, a otra parte.

En esta biblioteca en la que me encuentro,
un viejo refunfuña delante de un atlas.
Una chica, bien dotada de atributos femeninos
—pelazo rubio, 
pechos grandes
y cintura de avispa—,
se ha sentado en la mesa de al lado,
pero a mí me parece un hombre, y no dejo de mirarla para
averiguar por qué.
Manos y pies femeninos.
Tipo de mujer.
Sin patillas.
¿Podría ser que tuviera cara de hombre?
Luce una nariz recta y fina,
unos labios asimismo finos
y una mirada inteligente.
Así podría describirse también mi cara.
¿Por qué la veo como a un hombre?

Dejo vagar los pensamientos.
He pasado estos dos últimos días
aterrorizada,
temblando. Me han castañeteado los dientes.
No he visto ni hablado con nadie.
He leído y dormido.
Dos actividades normales que son importantes para mí.
Y he intentado no enfadarme
conmigo misma por
encontrarme atrapada a los 37
en el viejo dilema:
yo,
feliz;
mi marido,
desgraciado.
Y que él me abandonara (lo único que ahora
podría hacer mi vida verdaderamente desgraciada).

Una acción precipitada suele ser
la reacción habitual a
la desgracia.
Y los desgraciados son los que llevan sufriendo demasiado tiempo.

Bonnie, te has pasado un año odiando a tus hijos
y has decidido mudarte a 3.000 millas de distancia
para que tu vida cambie.
Pero, claro, tenías que llevarte
a tus hijos.
No obstante, en una cosa tienes razón:
quieres a tus hijos más
de lo que los odias,
y lo que de verdad deseas
es no tener que pasar todo el día
con ellos.
Una aspiración sencilla, se diría. Pero supongo
que no es fácil para ninguna madre.

Creo que querías hijos por la misma razón .por .la .que dices que quieres escribir
poesía. Una .buena .razón. Para .transformar .tu vida. Pero es la acción, no el ob-
jeto, lo que transforma la vida. Aunque .tuviese .un .cuadro .de .Rembrandt en el
salón, no me transformaría; y lo mismo .pasa .con la vida. Pero si pintase un cua-
dro porque me entusiasma el proceso de creación de ese objeto, ¿lograría así que
mi .vida .fuera .diferente? El proceso, en sí mismo, procura buena parte de la ale-
gría. De modo .que tus hijos, en .tanto .que .objetos, no .te .proporcionan, por sí
solos, ninguna xalegría xespecial, o xsolo .cuando .presumes .de .ellos (¿tu .Rem-
brandt?), pero ¿con quién puedes .presumir .de .unos .críos .que nunca dejan de
llorar? ¿Y .tu .poesía? Te da .poca alegría, porque nadie la lee ni la publica. Como
objeto, es como un niño que llora. Nada de lo que presumir.

Es irónico, desde luego, que los objetos más hermosos .sean los que produzca un
artesano enamorado .de .su .trabajo, de su oficio, más preocupado por el proceso
de creación que por lo que pase con .el objeto .terminado. Solo a algunas madres
se les concede .el .privilegio .de que sus hijos sean un premio. La alegría consiste
en el acto humano de crearlos y de vivir con ellos.

Es el proceso diario .de vivir con mi marido, de estar con él, lo que me da alegría.
Y lo único que puede herirme es .que .me .arrebaten ese proceso, que me priven
de su presencia. Cualquier problema que surja .parece .fácil de resolver si él está
aquí, puesto que el proceso de la vida .consiste .en .resolver .problemas. Y el ob-
jeto de nuestra vida, supongo, en sentirnos .satisfechos .con .el .proceso de vivir
esa vida.

He pensado hace poco que nunca .ha .habido «objetos» de amor en mi vida, por-
que es el proceso de la relación lo que la fortalece. Creo que .esa .es la razón por
la que he mantenido tantas .relaciones .profundas .con .hombres. Quizá sea tam-
bién por eso .por .lo .que .no .las he conservado. Y no creo que contradiga lo que
acabo de decir que también afirme .que .me .he .sentido .morir .cada vez que un
hombre .al que .amaba me .ha .dejado, y que literalmente he tenido que recrear-
me, que renacer, por la magia del artista, para volver a empezar .y .volver, así, a
vivir.

No obstante, no quiero pasarme .la .vida .como .el .ave .fénix. Ya he demostrado
que soy capaz de recrearme. Me han obligado demasiadas veces .a repetir el mis-
mo proceso. Estoy preparada para superarlo.

Todo .esto .ha .empezado .como .una .reflexión sobre el pimentero que nos rega-
laste este verano, y sobre la idea de que una palabra puede significar muchas co-
sas distintas.

No creo que el dolor
deba ser tan importante
como es,
como ha sido a lo largo de la historia.
Pero he convivido tanto con él
que puede apoderarse de mí con facilidad.
El dolor que he sentido estos dos últimos días
se parecía tanto al dolor que he sentido en el pasado
que lo único que podía hacer era sentarme y
estar quieta;
no era capaz de hablar,
porque ya he dicho muchas veces
cuanto hay
que decir
sobre el dolor.

Es una trampa, ¿sabes?,
haber tenido una experiencia tal
que no pueda haber
nunca nada nuevo
que decir
al respecto.
Y el caso es
que las palabras no alivian el dolor:
solo pueden 
expresarlo.

Pero ahora quiero que algo alivie
el dolor.
Y no sé de nada.
Aunque me acuerdo de que he empezado esta reflexión
por un motivo:
hacerme a la idea del fibroso pimiento
rojo y verde
que no se desprende
del tallo,
y trae el otoño de Nueva Inglaterra,
la más extraordinaria estación de América,
al invariable paisaje del sur de California,
y recuerda que la causa del pimiento carece
de propósito,
pero que se aferra a la vida
como la hoja solitaria y fatigada del arce
en lo más oscuro del invierno,

que, sin duda —fatigada como yo—,
no podría tener menos fuerza.

Porque me encanta el pimiento picante,
pero me parezco más al pimiento morrón, de jardín,
dulce.

Y Vivir es
el proceso de resistir a la muerte.
Nadie va salvarnos de la muerte
más que nosotros.
No se trata
de la prosaica pregunta del «poder»;
es la poética pregunta del estar dispuesto.

Nadie va a salvarnos de la muerte
más que nosotros.
En este clima del sur de California,
nuestro pimiento puede durar,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxincomestible,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsin multiplicarse,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxno muy airoso.

Un emblema.
Para mí.
Ojalá pueda mirarlo
como a una de mis lunas, caída del cielo,
roja como la sangre,
con esa magulladura verde, casi negra,
la huella del dedo de quienquiera
que la haya arrancado
de otro cielo.

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Wakoski, Diane. Esperando al Rey de España (Trad. Eduardo Moga). Madrid; Bartleby editores, 2022.

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DOS POEMAS DE ‘LAS ALAS DE LAS POLILLAS’

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ANTROPOFAGIA V

Y así, para el alivio sintomático
de no haber vivido bastante
y curarme el miedo al bostezo
y la dulce niña bonita,
quise mezclarme con ellos. Con esos hombres
de ingenio y verbo ágil
y cabezas envidiables, más o menos,
y volubles de moral
que te dicen lo que ya sabes
xxxxxxxaunque no lo sabes todavía
y tú ríes, turbada por sus ocurrencias.
Sin humos ni farmacia,
sin tanto que lamentar al término de la obra.
Como la chica-poema de Simic
en su misteriosa fiesta: llegar y besarlos a todos.

Ahora que renazco y ellos envejecen
saludo despacio como las princesas
y prometo, desde mi torre de mármol,
que muy pronto tendré hambre
y me verán de vuelta a sus pies, postrada,

mordiéndoles con fuerza las rodillas.

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CULTURA GENERAL

Todos hablamos de Freud como decimos «sublime»
y «platónico» y «dantesco», «pantagruélico»
y nos creemos lo que cuentan sobre Dios
y el movimiento obrero.
Y pensamos que aquello lo dijo Marx
y es de Voltaire esa frase tan bonita sobre la libertad,
y no sabemos dónde acaba el camino de Kerouac
y empieza el de Gardel,
pero igual lo citamos, lo destrozamos,
apartamos a la masa de un empujón orteguiano.
Sonreímos.
Así se compone la cultura general,
de residuos: lo que no dijeron otros
o dijeron sin querer.
Por eso en verdad da lo mismo
si construimos sobre imprecisiones,
como castillos en el aire contaminado.
Y menos importa a quién se atribuyan
los méritos y las culpas;
si son verdad o mentira las mil interpretaciones
y vivencias de la misma historia.
La distancia entre quererse y la enorme carcajada
creo que se llama traducción libre.

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Sorokin, Amanda. Las alas de las polillas. Gijón; BajAmar editores, 2022.

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ALGUNOS POEMAS DE ‘LA CACERÍA’, DE JULIO ÁNGEL OLIVARES MERINO

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Desamparo

Queda un responso de catecismo tan puro
como un espectro de cejas albinas,
rondando los sumideros y el frío;
una gran fosa de ecos y una herida,
una llave atascada bajo los párpados
y el color del ahogo que se descose.

Hay un gemido que el intestino desordena,
como un credo teñido de niebla y sal,
una gota soñada a través del hierro,
cayendo desde el cadalso del garfio hediondo,
desde el grifo de las yemas gélidas y el ayer,
desde el miedo en carne viva que la ausencia dicta.

¡Qué frío el de los niños sin faz ni pájaros en seno!
El de aquellos sin huellas ni costuras del día a día,
el de quienes fingen estar y duermen la muerte,
descalzos.

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Hilos

Se duele la oscuridad, de tan opaca y muda;
se viene encima, con sus branquias añosas,
sus paredes de eco esclavo, de polvorienta lana.
Vano cubil de la memoria, deserción y herida.
Pliegues en su piel muerta, pliegues como ríos de sed,
raíces hueras y sereno sin llaves al alivio.
Así luce, así sueña y se duele la oscuridad.

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Desheredad

Existe un umbral y existe porque silba la ventisca,
silba y talla ponzoña sobre la piel del bufón,
ese cuya mueca es de antaño, pero contagiosa,
porque es de molde cínico y cenefa en desgarro,
y no es burla sino verdugo, tal vez o quizás.

De cerdas está hecho su sayo, de entrañas su júbilo.
Existe la quilla del viento y arrecia cuando lame el portón,
ese espectro del sostenido, que también respira,
ese que repite nombres y la aldaba no toca sin helar.

Existen las enredaderas de infancia, los soles marchitos,
las ubres termita del tiempo, lechosas de horror;
existen los ecos maniacos entre el terciopelo,
los celos del cariño que se presiente, pero caduca.
Y entre los visillos de la intuición, enloquece esa perla,
un resplandor romo, sin esquinas, turbio y malquerido,
cruz sobre el boceta de una caja serena y su manantial.

Sobre una arista de polvo, sobre una sonrisa fantasma,
sobre sus pliegues de lino y su pompa de expirar,
se duele una cerradura sin edad ni gozne preso.
Es un tesoro de ecos, de lágrimas, aurora y lunas,
un costurero de momias sin botones, cosidas a su reposo.

Los labios del abismo besan allí dentro y hay hadas de color;
susurran lo allegado, con cruel letanía, desnudez y hambre.

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El huésped

Desperté, me vi y temblé; lo sé;
fue el relámpago del fantasma,
la histérica arruga de su hábito.
Tan áspero y cenizoso, tan nadie.
Sé que me vi, amanecido y yerto,
aunque él no llegó a sentir que lo intuía.
Soñó en mis brazos, eso, yo o ambos,
una vez más, henchido y lóbrego,
fiel bajo las vetas del lago.
Lo fueron izando las luces y el gris,
el gris que sueña con ser senda.

Fue un ritual de herrumbre y breve.
Había larvas de lágrima en la huella,
la terrible huella del agua y los días.
Entonces, mecí, mecí y mecí el estanque,
buscando la vida, su son de pétalos,
y una momia de nieve y esparto,
desde el alud, hiló sus dedos,
desde las catacumbas del soslayo,
desde el talco del nacer y aquel color primo
desde el origen hasta el ayuno de mí…
…hasta aquí…

Nos palpamos y tres ondas burlaron
las cuentas de otoño, las nanas de antaño.
Llovieron aquellos crespones ariscos,
más allá del tímpano del viento.
Mis manos eran esclavas sin ser,
tendidas al remanso del recuerdo.
Cubrí su faz con la nostalgia y el ámbar.
Y, así, con tenue precisión de gaviota,
posó su muerte en los lacios ecos,
en los sones del sol y su helado badajo,
allá en la laguna, yacente y solícito.

Extendí los brazos y deshice el cristal.
A tientas, destejí la mortaja, sus ojos forcé;
abrirlos, sinceros, al tacto del limbo.
Y mientras caían y caían el péndulo
y la tarde, caían y caían, desangrados,
desnudando fui, sin contención ni entonces,
al niño que solía ser, al fugaz príncipe,
a la fe intacta, al comulgar de mayo,
tan lejos de mí… el niño sin garganta
que no gritó al morir ni de viejo fue llanto.

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La nana del muerto

Te sangran las nubes del recuerdo y los labios,
madre, se te descose el alma a la deriva,
se te hielan las palabras en los párpados;
se duermen y encallan las luciérnagas,
esa luz con dientes primerizos, tan efímeros.
Se te escurre entre los soslayos, madre,
el tierno solaz y el oro de tu vientre,
se te queman los mechones de un hijo,
sus hoyuelos, donde anidan las arañas.

A contraluz, madre, abro en ti una zanja,
me tiendo en ella a existir, a morir cierto,
a desasirme infiel y pacientemente de ti.
Encanecen los callejones de tu mirada,
se te desprenden, frágiles, las mandíbulas.
Sí, madre, madre, sí, sí, sí, madre, así.
Yo también me mustio y me encorvo.

Lo sabes, querías olvidarlo, pero lo sabes.
Tal vez, me creíste madera sin veta,
hierro firme sin lenguarada de óxido,
agua sin neblina, sequedad o veneno.
Tal vez, me enmarcaste eterno, madre,
pero ahora que has presumido de tacto,
ahora que el costurero has tocado y sangras,
ahora comprendes que no hay remiendo
para el desgarro que en un grito cava el nacer
y, ya para siempre, hereda y arrastra su hedor.

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La condición del rompeolas

Si llovió a destiempo, mientras dormía,
si aquel se deshizo entre mis huellas,
si el corredor fue eco, tazón y sed,
si arranqué las raíces del descalzo a solas,
si su baraja lamió la nodriza de cera,
si en mi osario se abrieron las ventanas del silencio,
sobre el blanco sal, entre dinteles de infancia,
a trazo y suspiro, a vuelo disperso de tragaluz;
si el tiempo sorbió los ojos que consentían,
si existió aquel antes y nació este después,
si con ojos de muda se fue la claridad,
si desnudo, sentí alas y ruego,
si la costilla y su eco varó mi inocencia,
si así he de tensar cometas en la nada,
entre suspiros de tiza y remiendos de lágrima,
como el ave de paso que arde al persistir;
si se abrasa sin retiro donde serenar ceniza
sin arcón para astillar su calambre de lana;
si he de llorar en el descobijo de las brujas,
si todo acontece en mueca sin muda,
será cierto lo que Madre decía de soslayo:
hay un cuervo en cada estampa devota,
una boca con flemas y puntas retorcidas,
una centinela que devora migajas de ilusión,
que te hará estar solo en la cáscara del infiel;
hay un labio amargo y un suspiro,
una larga lengua envenenada
que madruga para masticar el sol y desteñirlo,
para ser la noche, bordarla a ti con desapego,
morirse tiritando a tu lado y pedirte luto,
engrasar el invierno en tus pupilas y, aun así, quererte,
para cegar tu respiración y dejar tus ojos en blanco ternilla.

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Paladas

El viento, la luz y el rumor.
Ninguno queda, pero fueron,
peinándote, cegándote.
Y con el susurro a pulso…
Quietud, oscuridad… silencio.

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Baba

Tienes un río en las manos, un fantasma de cauce,
un milagro de tendones que se retuercen y hablan;
un telar de lava y un corazón de dunas tienes,
la saliva del expósito, el grito del envés.
Sientes que esa llama no germina entre tus témpanos,
que una tumba encanece y se oxida
con colonia de nube en sobremesa,
mientras desesperan sus patas de pollo
y sobresalen como estigmas de muerto.
Un sepulcro bien curtido, agria y frágil cuerna.

Es de alguien que a sal sabe y respira sin resuello
como la piedra que el hambre no desmiga
ni el hálito anega, pues no hay baza ni propuesta,
no hay acequia ni raíz, ni lengua de cielo que hurte
frutos, savia o paladar a los muertos del espejo.

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(Sótanos)

Cuando lo que queda y espera es el surco,
cuando ya pasaste por el lugar y aconteció,
cuando el anzuelo y el temporal salivan,
es la inmundicia en cada labio de tus uñas
la que te ignora y serena mientras escarba,
ajuar en tierra mordiente y tímidos tallos,
allá donde la brisa es recuerdo y veneno,
donde los cerrojos del silencio te amamantan;
allá es un alma que enfiló el escalón del tiempo
y hay estrías y bocetos de un chirrido a solas,
de las puertas que ya no son ni se dejan mirar.

La casa de infancia duerme o muere,
se abandona y aúlla, salta al vacío.
Y somos, allá, el vaho sobre los espejos del sueño,
los zapatos huérfanos, los pies de cicatriz y espasmo,
los pájaros resecos, con ojeras y salitre,
el calambre del vagar, el arpegio sin sus días,
la telaraña, allá, sobre las huellas y el vello materno;
los ecos, allá, sobre el triste destello del padre,
que no resuella, que no te mira, que no regaña.
Allá donde fuimos, allá, aquí donde no somos.

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Olivares Merino, Julio Ángel. La cacería. Albacete; InLimbo ediciones, 2022.

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ESTA TARDE, EN EL IV CONGRESO INTERNACIONAL DE ARTES Y DIVERSIDAD

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Esta tarde participaré en el IV Congreso Internacional de artes y diversidad, compartiendo mesa con Ilu Ros, Manuel Madrid y Raúl Real.
Si les apetece, nos vemos en el MUBAM a las 19:00h.

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