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LA LUZ ENTRE LA NIEBLA
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PLEGARIA
Que el silencio en que te recluyes sea preludio
de la primavera más fecunda de tu vida.
Que la senda que elijas te conduzca a un espacio
abierto donde reverdezca lo mejor de ti.
Que haya pájaros y nubes, que no te alcance
el rayo, que la bóveda del cielo te cuide
de la insidia de los hombres y te marque el rumbo.
Que el pétalo de la felicidad se detenga
en tu frente y te proteja de las amenazas.
Que la paz te acompañe en cada descubrimiento
y la serenidad en la hora de las dudas.
Que ningún viento te derribe, que no te pierdas
en el bosque ni te arrepientas de las caídas
que deberás padecer para seguir andando.
Que la lluvia en tu cara no oculte las lágrimas
que derramaste por amor. Que nunca olvides
lo esencial,
xxxxxxxxxxtu libertad,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxtu deseo de vivir
con los ojos abiertos. Que los dioses acepten
como suyo el noble esfuerzo de tu pensamiento.
Que nada se oponga a tu voluntad de merecer
la mejor vida y que nada te desvíe, nunca,
de la claridad.
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EL POEMA FELIZ
Hubo un día —se empezaba a hacer tarde—
en que sentí el chispazo de la dicha
en el momento mismo que saltaba.
Y me dejé quemar con alegría.
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UN TIPO CON SUERTE
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Mercedes, en los caminos de Xálima,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxen todos los caminos.
No pidas otros dones a la vida,
lo tienes todo ahí, al alcance de la mano:
buen apetito, por lo menos un sueño
que permanece inmune a las derrotas,
vino tinto a raudales, miel de caña,
membrillo recién hecho,
un hilo de esperanza que se tensa
y se tensa sin llegar a romperse,
el amor de tus hijos.
Portugal a dos pasos, un silencio de claustro,
una mujer que cura la tristeza
con su risa de oro
y el atisbo
—no digas que no es raro—
cada día más nítido de la felicidad.
Por si tanto milagro fuera poco,
entra por tu ventana, cuando tú desayunas,
un pino de cien años,
el canto de los pájaros, su vuelo,
la luna trasnochada del verano
y las estrellas todas cuando llega la hora.
El murmullo tranquilo
de la fuente que mece tu reposo,
el chafaril, el aire, las calles empedradas
por donde corre el agua hacia los huertos.
Te mira y te protege, por encima de todo,
la espalda bellísima de Xálima,
la montaña sagrada, la diosa de las aguas
que cambia de color cuando la besa
el sol
xxxxxo la acaricia la lengua de la niebla.
Todo ahí
xxxxxxxxpara llevártelo al alma
a tu capricho cada vez que se te antoje.
No tienes que hacer nada. Abrir los ojos.
Cerrarlos cuando duela.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxQué más quieres.
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SUPERVIVIENTE
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA todas las víctimas del horror.
Claro que recordaba las heridas
incurables del largo cautiverio,
el olor de los cueros calcinados,
el pan duro, la foto desvaída
de los suyos en algún escondrijo
del camastro, bajo las mantas sucias,
el frío impiadoso de la noche
y el culpable silencio —así lo siente
desde entonces— con que todos vivían
la sordidez de las humillaciones.
«No hay nada que decir, todo está escrito,
tendría que estar muerto como ellos,
los mejores, los que no consintieron
y bajaron los brazos», rezongaba
su conciencia cansada cada noche
en los duros pasillos del insomnio.
En su mirada vuelan las cenizas
de la vergüenza infinita que tuvo
que soportar como si fuera humana
la destructiva rutina del horror.
Pero guardó silencio mientras pudo
como si no quisiera recordarlo.
Sabía que contarlo era rendirse:
la aceptación tranquila de la muerte
que tardaba en llegar más de la cuenta.
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ORACIÓN
Que la llama en el fondo de tus ojos
permanezca encendida por humilde
que sea, que coseches en los míos,
bajo la tela de araña del dolor
que aspira a derrotarnos, la limpia flor
de mi aliento primero, el que tú bebes,
el que engendra tu paciencia infinita
con devoción que nunca, aunque mil años
viviera todavía sin callarme,
tendré palabras para agradecerte.
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ORACIÓN DEL DERROTADO
Si hubiera Dios, yo no estaría muerto.
No tendría que escuchar cada noche
el llanto de un niño desconocido
—podría ser el hijo que no tuve—
ni los pasos insomnes de sus padres
en el piso de arriba. No tendría
este frío metido en los huesos.
La lluvia caería mansa en la acera
para llevarse el dolor, el olvido
sería una píldora fácil de tomar,
y la curación, un puro trámite
al alcance de cualquiera, una fruta
en el árbol que solo hay que recoger
con el alma agradecida. Un regalo
que la vida nos ofrece, pródiga
y piadosa, en los momentos malos.
No tendría que vivir rodeado
de recuerdos afilados y duros
como piedras, de libros sin sentido
que no me dicen nada, de residuos
y de palabras huecas. Estaría
feliz de levantarme cada día.
No habría escrito nunca este poema
en la soledad de la madrugada.
Si hubiera Dios. Si hubiera cualquier cosa
que pudiera, sereno, llamar vida.
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VIDA COTIDIANA
No hay tragedia más pura
que enfrentarse a la luz una mañana
sin fuerzas para nada,
carraspear con el primer cigarro,
calentar el café y pensar en ella
—o al menos acordarse de su nombre—,
reconocerse, o no, frente al espejo,
vestirse muy deprisa para no darles cancha
a las preguntas que se filtran en los sueños,
tantear las llaves en el bolsillo
de la americana, darse ánimos,
sonreír al vacío que asoma la sucia jeta
en la aguja menor del reloj de la cocina,
pararse en el portal, mirar al cielo
con expresión de sabio cascarrabias,
husmear el aire y decidirse de una vez
a dar el primer paso, caminar cabizbajo
y sortear los charcos en invierno,
sonreír al vendedor de periódicos,
ponerse —requisito indispensable
de supervivencia— la máscara en el ascensor,
pulsar el quinto, tomar asiento,
soñar que somos otro (un bisnieto de Homero,
por ejemplo, o un prófugo que no regresa nunca),
y llegar derrengados y felices
al final el día.
xxxxxxxxxxxxBien mirado, no hay milagro
más limpio que tan largo viaje cotidiano.
Ni más raro misterio: que nadie se dé cuenta
de lo cerca que anduvimos de la muerte.
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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.
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UN JUEGO ANTIGUO
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CUESTIÓN DE TIEMPO
Dentro de mí, tu cuerpo se convierte
en otra cosa, un puerto solitario
entre la bruma, el silencio del bosque,
la luna quieta,
xxxxxxxxxxxxxuna llama prendida
eternamente —aunque tú no lo sepas—
en mi cansado corazón sin nadie.
No importa que parezca insalvable
la distancia que media entre tu risa
y mi tristeza, entre tu dulce sueño
y mi vigilia.
xxxxxxxxxxxLo sabrás un día
sin esfuerzo, como quien inaugura
las palabras que dan cuerpo a la vida.
Como quien nace de nuevo sin dolor.
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NO SÉ VOLVER A CASA
Me ha engullido el asfalto, no sé volver a casa.
Sólo recuerdo sombras y una puerta allá al fondo.
peregrino sin rumbo, giro entre los escombros,
me cobijo en la noche, cierro los ojos, duermo.
Me despierto con frío (el portal es oscuro;
la mañana, una herida que se cierra en mi frente).
Más allá de la amnesia, recién nacido, solo,
contemplo con asombro las luces encendidas,
las grietas que el invierno destapa en las fachadas,
los balcones sin gente y el humo de los sueños.
Me cabe en la mirada la tristeza del mundo.
No queda en mi memoria la secuela de un gesto,
el calor de una palabra, una inicial, un nombre.
Ni siquiera una duda, la rumia de un misterio.
Se me borran los rostros, las caricias, las voces
que tal vez ayer mismo me llamaban con calma.
Quizá nadie me espera más allá del olvido.
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MONEDA
Todo tiene dos caras, no lo olvides:
la tristeza que te baña el corazón
—tenaz como la niebla en la montaña—
te lo guarda también del abandono.
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SÓLO EN SUEÑOS
Soñé que aún dormías a mi lado
y acaricié tus hombros en el aire.
Ya acordado de todo, no hubo nada.
Sólo el silencio espeso de tu ausencia.
La cama sin hacer.
xxxxxxxxxxxxxxxxEl alma muerta.
Y en los labios la arena del desierto.
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UN JUEGO ANTIGUO
Cuando el miedo o la duda te despierten
en mitad de la noche, no te asustes
ni le des a la cólera carnaza.
Actúa en consecuencia, simplemente:
conoces esa lluvia de otras veces.
Levántate con calma, bebe un vaso
de agua en la cocina, acércate
al rincón donde te espera el poema
que lleva escribiéndose, con paciencia
de árbol, golpe a golpe, verso a verso,
desde el principio mismo de los tiempos.
Recuerda la vez última que viste
el mar,
xxxxxxxrecuerda el mar y la mirada
que navegaba en él como una llama
inmortal: te devolvía la vida
que tus ojos le entregaban. Respira.
La casa te protege, saldrás de esta.
Recuerda también el tiempo de dolor
que te buscó la entraña con ahínco
pero no pudo nunca doblegarte.
De algo ha de valerte la experiencia
de incontables naufragios. Acércate
a ti mismo, no hables, sólo escucha.
Acudirán a arroparte, una a una,
las palabras. Desconocidas. Nuevas.
Tu única labor,
xxxxxxxxxxxxxxabrir el cofre
en el momento justo y ordenarlas
en la mesa como un niño que sueña.
Despacito, ya conoces el juego.
Mira a tu alrededor, espera un poco.
Te rodean, humildes, los objetos
más sencillos, el libro boca abajo,
tus cuadernos, la ropa de la plancha
encima de una silla, el lápiz rojo,
el cajón entreabierto de las fotos.
Busca entre los escombros la alegría
que el roce cotidiano de tu cuerpo
ha sabido sembrar en las baldosas.
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EN VELA
Yo velo tu descanso mientras duermes.
Ningún peligro acecha tras la puerta
mientras yo permanezca cerca de ti
con los ojos abiertos, solitario
cancerbero del abismo. Entrégate,
que te cubra el aliento de la noche
y cicatrice todas tus heridas.
Le contaré a la oscuridad, despacio,
una historia sencilla, los pequeños
secretos que guardamos, las eternas
maravillas que tu vida me ofrece:
las flores que me dejas con sigilo
en un vaso de agua a media tarde,
la sonrisa que nace en tu semblante
cada día sin pedir nada a cambio,
el celo con que riegas mi alegría.
Yo soy tu centinela, no lo olvides.
Deja que el sueño pode la maleza
y te renueve por dentro.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxNo temas
y acude a mí cuando por fin despiertes.
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EL ALMA SOLA
Me da miedo la noche que llega inesperada
como un pájaro muerto a la orilla de la playa.
Todo en el aire huye o se detiene
para siempre. Las voces y las luces
que expresaban la vida y sus promesas.
Se pudren los olores más hermosos,
las ventanas se cierran desde fuera
y un silencio fatal se apodera de los campos
como si ya no hubiera que despedir a nadie.
La música ha cesado, y con ella la vida.
Nada late en el corazón del hombre
que llegaba sin fuelle a la puerta de su casa,
carcomida también por la desgracia.
Sólo el murmullo de lo que pudo ser
hace un segundo, sólo esta noche
que en nada se parece a las que puede recordar.
Mira a su alrededor sin pánico siquiera.
Quién va a librar al alma de la trampa
si todo se ha borrado de repente,
las últimas canciones, los sueños sin cumplir,
los nombres entrañables de las cosas
que le daban aliento y compañía.
Un alma sin candil, un alma sola.
No queda nada más. Quién la rescata.
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UNA PEQUEÑA MUERTE
Una pequeña muerte sucede cada día
muy lejos de nosotros, o nos pasa rozando,
en una aldea persa o a la orilla de un río.
Abajo, en la cantina donde compras tabaco,
o en el andén del metro que tomas cada día
para ir al trabajo rodeado de gente
que también va cansada.
Una pequeña muerte que tiene su reflejo,
aunque tú no lo entiendas, en la cama deshecha,
en una bombilla que de súbito se apaga
a media tarde y lo envuelve todo en el silencio,
en tus ojos cerrados y en el día que acaba,
en el triste lamento que los muebles exhalan
cuando llega la noche.
Una pequeña muerte que te llena de asombro
cuando aceptas con pena que también es la tuya.
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LA HUELLA DE EROS
No olvida mi cuerpo las más profundas
heridas que otros cuerpos le han grabado
en lo más indefenso de la carne.
Sangran y me despiertan en la noche.
Escucho lo que vienen a decirme,
reconozco su origen, les devuelvo
el calor que me dejaron.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxAlgunas,
más que heridas, son besos inmortales
o pájaros en vuelo para siempre
(la biblioteca, al fondo, nos miraba
discreta, pura gloria entre la gente
que pasaba intranquila a nuestro lado,
no me vas a decir que no te acuerdas).
Le duelen de verdad algunas veces,
es mentira que el tiempo se las lleve
al territorio oscuro del olvido.
El cuerpo las reconoce sin temores.
No le importa sufrir. Las agradece.
Ha sabido morir cuando ha hecho falta.
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HUELLA
Ahí, junto al cenicero, invisible
para el mundo, está grabada la huella
de tu mano, más eterna que tenue.
La dejaste ayer tarde cuando, a tientas,
buscabas este verso
xxxxxxxxxxxxxxxxxxinexistente
en la maraña de versos polvorientos
que envejece a mi costa cada día.
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CELEBRACIÓN DEL DÍA
El día ha nacido hermoso como un fruto nuevo.
Acoge en tu pecho esa lenta caricia del sol
en la ventana, no es que vaya a ser la última,
eso nadie lo sabe, pero sí muy distinta
a cualquier otra de las que la vida te guarda
todavía. Presta la atención que se merece
al puro instante de esta belleza gratuita
y esta luz inesperada, ábrele de par en par
las puertas de tu casa, el corazón, los ojos
entornados por el milagro de la claridad.
No dejes de celebrar la vida porque duela
el alma y el camino se borre y se te escape
entre los dedos el agua de la felicidad
que ayer mismo te bañaba. El día se merece
el esfuerzo de tu benevolencia. No importa
que estés triste. Tampoco tu soledad
va a padecer por ello ningún daño, déjala
refunfuñar un rato, invítala a que se asome
a la terraza a respirar sin miedo, empújala,
que calle cuanto quiera o que proteste a capricho.
Que se dore su piel, que se renueve por dentro.
Ya tendrá tiempo de regresar a su guarida.
Antes de lo que espera. Cuando la luz se vuelva
un pálido recuerdo. Cuando impere la sombra.
Como siempre sucede cuando la noche llega.
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RESURRECCIÓN
En el fondo más sombrío del abismo,
en noches que no traen serenidad suficiente
para sobrevivir al vértigo del naufragio
—un madero a la deriva, una rama de olivo—,
en la frontera misma de la angustia,
en el segundo previo al abandono,
cuando hasta las palabras más bellas y más fieles
del poema vuelan despavoridas,
en el centro de la amargura,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxel hombre
que busca con la mirada un lugar apartado
donde acostarse a morir, sereno al fin
y ajeno a casi todo, contempla con asombro
el parpadeo: una pequeña luz que navega
despacio entre la niebla
le señala el camino de la vida.
Le impone, temblorosa entre las negras
olas, moribunda casi, la humilde
obligación de no rendir el campo
todavía, la pura resistencia
ante el dolor que le acorrala el alma.
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EXISTES
Levanta la mirada. Tu alma existe
más allá de la muerte, sobrevive
al silencio y al desprecio. Pierde más
el que huye del fuego por no darse.
No lamentes tu entrega. Rememora
sin vergüenza la tierra que labraste
con la pureza de tus manos limpias.
Conserva siempre la semilla, vive,
persevera en el sueño que te niegan.
Tú sabes que caer no es importante
aunque la fe se quiebre como el vidrio.
Nadie puede robarte lo que eres.
La siembra de tu herencia es haber muerto
sin rendirte.
xxxxxxxxxxxFecunda en la derrota.
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ATRÁPALO SI PUEDES
Desde la negra sombra que me asombra,
como siempre ha hecho,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxme llega el roce
de una flor hasta los labios. Recibo
el beso con asombro y alegría,
consciente de que ese fugaz instante
de belleza inesperada es la tregua
definitiva,
xxxxxxxxxla última tal vez,
la verdad que se escurre entre las manos,
el milagro que se borra una vez más
sin que sepamos verlo, el sueño puro,
la sabia pirueta de la vida
frente a la nube oscura que se forja,
tenaz, en el dolor de cada día.
La razón de vivir que ando buscando
entre los otros ciegos, hora a hora,
siempre alerta, desde que abrí los ojos
frente al mar.
xxxxxxxxxxxxAló, nos confins da terra.
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POESÍA
Solos tú y yo,
desnudo y frágiles como recién nacidos,
en el mismo páramo sin luna
donde me abriste, ¿te acuerdas?, la puerta
del misterio por primera vez,
cuando apenas era un niño
con mirada de pájaro y sin armas
frente al mundo, como ahora
que me aproximo a la vejez,
veloz como un disparo,
con las alas mojadas.
Solos tú y yo
lamiéndonos la herida
una vez más, como habías predicho,
en esta orilla abandonada,
rebuscando en los escombros
un pálido vestigio del imposible amor
que extendiera una sábana de luz
o la caricia de una seda compasiva
sobre la gran oscuridad de cada día
y se opusiera,
como un cuerpo desnudo,
vulnerable y valiente,
al eterno vacío de la vida.
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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.
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VUELTA A EMPEZAR
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PERDER EL PASO
Acaba el verano. En el río turbio
de la ciudad todo ha vuelto a su cauce:
el infernal desorden y la prisa
incoherente por llegar al mismo presidio
cada día, la mirada sin alma
en los rostros dormidos de la gente,
la extorsión a plazo fijo en los grises despachos
de los legisladores y su tropa de esclavos,
los emigrantes apiñados y su desgracia
sin tasa, la indiferencia general.
Al corazón del lobo, eternamente
segregado de ese baile macabro,
máscara que huye entre las máscaras,
llega de tanto en tanto, a trompicones,
amortiguado por la profunda melodía
que lo defiende de la desolación,
el eco de un lenguaje indescifrable.
¿Cuántos caminan sin rumbo, como él,
entre la multitud? ¿Cuántos se pierden?
Añora, a ratos, otra vida: volver
al escondrijo ignoto del que partió
una noche que no puede recordar,
reconocer las huellas que la huida
borró de su memoria, saber al fin
en qué rincón del bosque perdió el paso.
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FINAL DE CICLO
Has llegado a la edad de los achaques
más o menos entero, no te quejes.
Al fin y al cabo, te ocurre lo mismo
que a cualquiera, que no tienes tiempo
que perder y tampoco muchas fuerzas
para nada.
xxxxxxxxxxAsí que no te escondas.
Ofrécete al dolor de los buenos días
sin sarcasmo. No te ha dado —la verdad
sea dicha— demasiadas cosas:
ni siquiera lustre al odio o claridad
a tus virtudes. Ni una brizna de paz
ni paciencia ni fortaleza de alma,
a otro perro con esa zanahoria.
Si acaso, una tranquila capacidad
de resistencia, una cierta pachorra
para afrontar el caos que nos rodea.
Reconoce, sin embargo, su verdad,
concédele lo suyo: te ha sido fiel,
forma parte del juego desde siempre
y reparte sus cartas con justicia.
A cada cual su herida. Nunca falla.
En eso se parece a la alegría.
Déjalo que murmure por tu cuerpo
su triste letanía de miserias
y celebra, de ahora en adelante,
los goces que la vida te reserve.
No te distraigas, sigue tu camino.
Sólo es un calcetín desparejado
en la maleta, un rastro de lenguas
que has andado —perdido— por el mundo,
la huella necesaria de un recuerdo.
Un peso más: exceso de equipaje
que tendrás que llevar a tus espaldas
sin rencores
xxxxxxxxxxxhasta el fin de los tiempos.
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INTIMIDAD
Sólo el aceite de una lágrima derramada
en silencio, sin atender a la deformación
de los espejos, conduce a la isla hospitalaria
del recogimiento.
xxxxxxxxxxxxxxxSólo el sollozo callado
de la dignidad frente a la hiel de la vileza
impide que se oxide el corazón y desarma
la cadena del odio, restaña las heridas,
traza en el aire una veladura de esperanza
que nos devuelve, intacto, el fulgor de la fábula.
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GATO MAULA
Muere la tarde sin que la música
consuele el dolorcito del poeta
lírico. Son muchos años de lucha
sin cuartel en una batalla loca
que no entiende. Quizá porque no es suya
ni de nadie con dos dedos de frente.
Llueve detrás de los cristales, muere
el día y está solo, gato maula
que sólo caza ya de tarde en tarde
(ni mísero ratón ni verso libre,
sólo grumos de niebla, sólo sombras),
cuando sueña que no ha pasado el tiempo
y puede dar el salto de su vida.
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PESADILLA
Con el dorso de la mano me limpio
las lágrimas del sueño.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxMe inclinaba
despacio sobre el mármol de una losa
vacía de inscripciones y sin flores
hasta que aquel desconocido, parco
en palabras, me ha invitado a abandonar
el camposanto.
xxxxxxxxxxxxxNo he visto el rostro
de ese hombre enigmático y distante,
no ha visto él la angustia de mis ojos
ni ha llegado a saber por quién lloraba.
Sólo escucho, tenaz, a mis espaldas,
cada vez más lejano, el chapoteo
de las olas en la proa del barco
que me trajo en volandas a este sueño
en el que apenas soy un extranjero.
Sólo veo, en la niebla, una huella
de hace ya muchos años, la difusa
silueta de un fantasma: la estela
de mi vida perdiéndose en el agua.
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VUELTA A EMPEZAR
No dejes de intentarlo. Aunque la mano
permanezca anclada en la inactividad
total, casi suicida,
de los últimos meses, aunque el alma
se empeñe en encogerse
y casi no respiren los pulmones,
aunque todo rehúya el contacto con el cofre
donde guardas las palabras mejores,
las que no dejan de resonar en tu memoria
algo desvencijada, las que no pueden morir
como no muere quien deja en nosotros
la simiente diminuta de su voz,
las que de tanto en tanto te recuerdan
que sólo importa eso, estar alerta,
abrir los poros al aire que las trae
en volandas como un eco lejano,
estar alerta —como quien no quiere la cosa—
y alzar alrededor del corazón, con paciencia,
una frágil muralla de palabras amigas,
un palacio hecho de arena en el que hallar cobijo
una tarde cualquiera, cuando de pronto llueva,
cuando la mala suerte, la falta de talento
o la desgracia que acecha siempre tras la puerta
se ceben en nosotros con hambre de pirañas.
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ESPERA UN POCO
Mira, buxán, hay tantas maneras de rendirse
como días de sol a lo largo de los siglos,
así que haz el favor de disfrutar de la vida
y elige una a voleo para más adelante.
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EN PAZ
En este día gris de primavera,
algo cansado de esperar un alto
en el camino o tal vez el silencio,
cuando la sombra de la vejez roza
mi piel, cuando he perdido para siempre
la compañía irrepetible de aquellos seres
que le daban sentido al universo con su voz
y su manera tímida o cordial de sonreír,
cuando sé que la desdicha del hombre
no reside en su costumbre de dudar
o en la humilde ignorancia que rodea su vida,
sino en la absurda sed de destrucción que de pronto
se apodera de sus manos, en el torpe anhelo
de tenerlo todo a buen recaudo en la bodega
del sótano y en el miedo a la verdad,
ahora, en esta pequeña cuesta que mis pasos
empiezan a acusar, cuando el alma reconoce
en las antiguas heridas de la incertidumbre
el único camino transitable,
el atajo de siempre,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxquiero hacer el esfuerzo
de mirar a los ojos a la palabra muerte
y cumplir sin agobios el resto del viaje.
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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.
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APARICIÓN
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APARICIÓN
Te vi salir con la sonrisa puesta
como un broche y me quedé mirándote
perdidito de asombro y alegría.
No creo que vuelva a verte, ya lo sé.
Pero tampoco creo que te olvide.
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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.
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INSOMNIOS
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INSOMNIOS
1
Lo grave no es quemarse las manos en tu cuerpo,
morir de tristeza en una esquina de tu cama.
Lo que duele es no llegar al corazón del fuego.
2
No sirve para nada la belleza del día
si el corazón, enfermo, no sabe aprovecharla.
3
Buscaba el mar como un ciego el tacto de las cosas.
4
Una sonrisa como un faro entre la niebla.
Una luz intermitente en la temible noche
de la vida. Una cascada de agua en el desierto.
Una luciérnaga en el corazón del insomnio.
5
El tigre del tiempo nos acecha silencioso.
He visto hace un instante sus garras en la alfombra.
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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.
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CONTEMPORÁNEOS
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CONTEMPORÁNEOS
Los poetas que admiro hablan a todas horas
de la soledad. Del frío que les roza el alma
cuando escriben sus versos. Casi siempre de noche,
cuando ya nadie espera el ardor de su palabra.
Me parece que fingen. Saben mejor que nadie
que sin esa distancia —a resguardo y en casa—
para sentir a solas el misterio del mundo
(el horror de la vida, la vaciedad de todo,
la herida del amor, los gozos y las sombras,
el rostro de la muerte, todo lo que ellos quieran)
no serían capaces de darnos casi nada:
la magia de un consuelo, la esencia de las cosas.
Es una dulce trampa que mis contemporáneos
se tienden a sí mismos para salir indemnes
de tanta desventura, de tantísimo miedo.
Es verdad y es mentira, nada es lo que parece.
Porque ahí justamente, detrás de la tristeza
—quizá donde más duele, yo también lo he probado—,
cobra vida el milagro, se agazapa ese tigre.
El zarpazo inesperado de la felicidad.
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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.
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ALGUNOS POEMAS DE ‘TIRAR DEL HILO’, DE ALFREDO BUXÁN
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COSAS QUE NUNCA MUEREN
El crujido de la madera al correr
en estampida hacia el salón en sombras,
tropa feliz sin jerarquía alguna.
Los butacones altos y el chinero
donde la porcelana tintinea
su frágil polonesa, su música
de agua para todos. El presagio
de la tormenta en la engañosa quietud
que tiene el mar. Esa aldaba de bronce
que ilumina tu mesa de trabajo
y el roce vivo de sus dedos largos
en el fuego fraterno de los tuyos.
La humedad de las sábanas, el cielo
que baila recortado en la ventana
como un cuadro que cambia con las horas,
el gran armario lleno de secretos,
los libros de los cursos ya vencidos
en el cuartito ciego del pasillo,
exiliados y tristes a la espera
de nadie.
xxxxxxxxxLa lámpara de lágrimas
y el negro interruptor de baquelita.
El as de la baraja en el espejo
al lado de unas fotos muy antiguas,
el olor a lejía los domingos
—la huella de los pies en la tarima—
y el montón de periódicos doblados
en la silla de anea, junto al fuego.
La radio a todo trapo algunas noches
—y la colcha en los ojos— para espantar
el miedo y hacer frente a la leyenda
del fantasma que llora en el tejado
su abandono,
xxxxxxxxxxxxsu vida ya cumplida.
El silbido que anuncia la llegada
de abuelo, siempre pródigo en juegos
y regalos, en risas y palabras.
El hambre de dragones que arrastramos
al volver excitados de la playa,
la música callada de la tarde
—los primeros poemas, el silencio—,
el tranquilo latido de la casa
cuando se apaga en la cocina la voz
de los mayores y siguen las cosas
donde siempre,
xxxxxxxxxxxxxxcultivando el misterio
de la felicidad que permanece
incólume dentro de ti aunque todo,
según dicen, haya sido borrado
de la faz de la tierra para siempre.
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ELOGIO DE LA PACIENCIA
Es difícil regresar cada día
con el turbio latido de las horas
vacías en las sienes, despedirse
del intruso que ha sido entre esos otros
que ignoran, Dios los guarde, la condena.
Desprenderse del morbo que recubre
la piel —como si fuera una camisa—
en esa alcantarilla de la esquina.
Cargar con ese lastre de miseria
cotidiana sin perder la sonrisa,
conservar la confianza, resistir
un poco más, regar el mismo sueño.
Es difícil seguir, hacer la compra
a toda prisa, fumar menos que ayer,
entrar en casa a tientas, beber agua,
leer tranquilamente hasta la noche
y escuchar un ratito a Caetano
tumbado en el sofá —¡beleza pura!—,
contestar una carta, sacar fuerzas
del humilde fulgor de ese recuerdo
que vuelve de repente y, por ejemplo,
sentarse a redactar este poema
que habla, con la misma fe de siempre,
aunque no lo parezca, aunque se esfumen
las palabras, del corazón enfermo
que renace. De una luz que está viva.
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VISTO Y NO VISTO
¿Cuántas veces ha pasado de largo
en el desamparo de los andenes
la promesa fuga de una mirada?
¿Qué partícula muere en el corazón
de quien recibe el susto?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx¿Qué célula
se desvanece? ¿Qué Dios impávido
se hace responsable del desastre?
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27 DE AGOSTO
Ni el viejo amor que arrastro por los barcos de pesca
desde que vine al mundo, ni la belleza herida
de la tarde y su humedad, ni el calor del verano,
ni el vino compartido que me sabe a tu boca
en la vieja taberna donde te despediste
de la vida —la risa como siempre a flor de piel—,
podrán contener nunca el temblor de mis manos
cada que presienta que baja la marea.
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POÉTICA
Contra la muerte, sí, cada poema.
Aunque respire el lodo de su aliento.
Aunque la invoque. Aunque me arriesgue al beso
que la insaciable anhela en cada roce.
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LA VISITA
Hoy ha llegado a casa muy cansado.
Se limpia con un pañuelo el sudor de la frente
mientras contempla, triste, los lomos de los libros.
Le sirvo una copa, pongo un disco, le pregunto
qué ha sido de su vida en estos últimos años,
si alcanzó el objetivo de vivir sin vergüenza,
si pudo compartir, como quería, el aceite
de las palabras con los suyos:
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxpájaros, libros,
relámpagos o voces en medio de la noche,
tardes fecundas junto a la ventana, música
y alguna cosa más, la belleza de los campos
que ha podido recorrer con emoción,
la pena de un fracaso inesperado,
la conciencia de la soledad y sus secuelas
de pánico en el temblor de las manos,
un rastro perdurable de los mejores sueños,
la plenitud del gozo que llega por sorpresa
y renueva las arterias como una transfusión.
Todo eso que junto nos hace como somos.
Todo lo que conforma la vida de cualquiera.
Me mira dubitativo al fondo de los ojos:
quién te crees que eres para que yo te cuente
que he caído en la trampa demasiadas veces,
que nada es lo que parece aunque me sienta viejo,
que allá en el ama, en el fondo del alma,
bajo las aguas turbias de los años pasados,
sigue intacta y brillante la gema de la vida,
la misma desnudez en la mirada
de aquel niño que no sabe qué decir
para salir del paso y explicar las razones
de una conversación que entablamos cada día
con cautela. Como si fuera a ser la última.
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UN SUEÑO
Se me ha ocurrido proponerte un sueño:
cierra los ojos frente a la ventana.
Tras el cristal ruge un abismo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxDuerme.
Cuando el sol primero de la mañana
o el sutil arañazo de la pena
te despierten, no dudes: busca mi olor
en la almohada o un rastro de mi sien
—pongo por caso— en tu cadera.
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PRIMAVERA
Cuando todo huele a pólvora, el café
del desayuno, las plantas del jardín,
la alfombra donde pongo los pies cada mañana,
el mes de marzo, el sueño entrecortado
de las madres en el refugio oscuro,
busco entre los escombros un resquicio
de luz, el calor de una palabra que nos salve.
El esfuerzo es inútil: no quedan en el libro
sílabas con aliento, ni siquiera rescoldos.
Si acaso, con las luces que estallan irreales,
signos indescifrables en la noche cerrada.
Entrego a los que lloran una lágrima seca.
Asisto junto a ellos al enésimo entierro
de la vida. Con el humo en los ojos
y el corazón enfermo de tristeza.
han huido los pájaros del cielo de Bagdad.
Ni siquiera el silencio me consuela. Está muerto.
No existe.
xxxxxxxxxxTambién ha sucumbido al bombardeo.
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CADA DÍA
Que cuando entres en tu casa, desabrigado
y solo,
xxxxxxxmás triste que las ratas,
no te salte a la cara la alimaña
de la soledad.
xxxxxxxxxxxxQue te reciban cada día
los espejos, los libros, las paredes,
la escasa luz que a esa hora pueda entrar
por las ventanas, los cuadros del salón,
los ceniceros humeantes,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxGerry Mulligan,
la silla en que te sientas cada día
—y, por supuesto, claro, las personas,
si no están de viaje, si te esperan—,
con los brazos abiertos y la risa en los labios.
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ABAJO LAS MÁSCARAS
Eres el viejo actor que descubre de repente
la dura verdad del personaje que interpreta
y la protege, celoso, de la voracidad
obscena —sin máscara— de los espectáculos.
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LA VENTANA ABIERTA
Desde aquel último poema desangelado
de un domingo remoto, ¿qué instante de tu vida
ha merecido la celebración de un sencillo
recuerdo, la intimidad
de una alegría, el vino casi carnal
de una sola palabra?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxParece que llegaste
a renunciar al contagio para sobrevivir.
Como si no esperaras la visita.
Hasta que hoy, mira por dónde, casi de noche
—la escena carece de misterio: te sentabas
a leer, como siempre, cerca de la ventana—,
con esfuerzo semejante a las primeras veces,
anotas una emoción que ha venido despacio.
Como el calor de marzo a la terraza
o una de aquellas olas que borraba la tarde.
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QUIÉN ERES TÚ
No te he visto llegar hasta la puerta
de mi casa, dormir sobre mi lecho.
Por eso me sorprende el abandono.
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LAS OCASIONES PERDIDAS
Me he cruzado en la vida con miles de personas.
Aún siento la angustia que nublaba la mirada
de algunos, no sé si criminales al acecho
o sólo perseguidos por el aliento espeso
de la muerte.
xxxxxxxxxxxxMe hubiera gustado relatarles
el gozo de aquel tiempo, los barcos atracados,
el olor de las algas al volver de la isla.
Decirles que también el dolor es fortuito
y se acaba olvidando. Como pasa la vida.
Ofrecerles mi brújula o las últimas horas
de la tarde, un resto de la cena o una herencia
de palabras calientes para seguir viaje.
Pero nunca llegamos a compartir el miedo
ni ninguna otra cosa —un buen trago de vino,
la consabida historia de un amor imposible—
porque también yo andaba sin rumbo por las calles.
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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.
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DOS POEMAS DE ‘HIJA LUNA’
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DESCRIBE EL CIELO EN UNA POSTAL
El .cielo .no .es .como .mi escritorio, que me pone nerviosa. Lleno de cartas que
no puedo responder, con montones de libros .que debería leer para luego hablar
de ellos, lleno de posibilidades .de .trabajo .y de dinero, y, peor aún, al fondo de
todo, de peticiones de poemas que .aún .no .estoy .en condiciones de escribir, o
que .no .me .he .organizado .todavía para pasar a máquina y enviar. No, el cielo
está vacío, incluso cuando está .lleno .de .nubes, porque nadie tiene que respon-
der a una nube. ¿Y qué es una .nube, de .todos .modos? Nada importante como
un poema. ¿Pero cómo es que nos volvemos aquello que siempre hemos despre-
ciado o de lo que nos hemos burlado? Hoy, las .nubes .del .cielo .parecen dalias
negras. Tienen los bordes .suaves .y .afilados. Contienen lluvia; me recuerdan a
mi chal negro de seda.
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TAZAS DEL CAMPAMENTO DE GEORGE WASHINGTON
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«Sé amable contigo», dijo ella
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxel pasado febrero. «No olvides las pequeñas
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcosas. Un buen libro. Una taza de té».
Aquel invierno en Valley Forge
fue uno
cuyo recuerdo ha de hacernos llorar.
Las bocas deshechas,
los abrigos ajados.
La comida que escasea. El rancho podrido,
con gusanos.
El general Washington, mi padre,
guardaba en tazas, para su tranquilidad,
dieciséis dólares de plata;
eran pequeños cilindros para beber
grog,
bebida de marineros,
combustible para el soldado.
Y supongo que algunos, inflamados de celo revolucionario, verían con desprecio
que velase por su tranquilidad
cuando los hombres estaban muriéndose de hambre
y de frío
xxxxxxx(«Cómete la verdura, cariño.
xxxxxxxPiensa en los niños que se mueren de hambre en
xxxxxxxla India»).
Los mismos que me miraban a mí con desprecio en los 60.
xxxxxx(«¿Cómo puedes escribir poesía
xxxxxxcon el mundo desmoronándose?».
Como si
fuera la primera vez
que el mundo se
desmoronaba
y yo pudiese hacer algo
para enmendar aquella catástrofe.
¿Pero seguro
que no?
¿O cómo podíamos estar allí, dando vueltas
con bombarderos plateados
o andando, con pesados pies de plomo, en la polvorienta superficie de la Luna?
En esta época tecnológica,
me pregunto si era realmente imposible volver a juntar los trozos de Humpty
Dumpty,
porque, aunque andrajoso y cubierto de cicatrices,
aunque ya no fuese el viejo huevo inocente,
seguro que había maneras de recuperarlo,
de reciclarlo.
¿Cambio?
¿Crecimiento?
¿Los hemos excluido del mundo? ¿Solo
lo sueva
y flamante
es viable?
«Sé amable contigo.
No olvides las pequeñas cosas.
Un buen libro.
Una taza de té».
Pero, ah, el dolor de la advertencia,
que nos recuerda la diferencia entre un veraneante aventurero
que explora la exótica Elba
y el soldado de juguete roto y descompuesto ahí
exiliado.
Este año
me he tomado miles de tazas de té.
Y con la taza del campamento de George Washington,
muchos grogs.
El Medio Oeste me oye leer libros
mientras mi voz flota, como una sirena, en las olas de Laguna Beach.
Sin ideas de orden,
pero con pensamientos de amor, de perderlo,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxdel dolor.
Los hombres de George se morían de hambre
y de frío
en una lucha que la mayoría eran demasiado jóvenes para comprender.
Él escribía cartas, todos los días, a las cuatro de la mañana.
El grog caliente humeaba en la taza del dólar de plata.
Es invierno y veo por la ventana
al Rey de España,
que no lleva ropa adecuada para aguantar la tormenta de nieve,
sino zapatos dorados, sedas finas y el bigote helado,
y que sigue dejando huellas.
«Sé amable contigo», advierto a todo el mundo
mientras espero la taza de té.
Y espero al Rey de España
mientras sueño con George, mi padre,
con Beethoven, que me rescató,
con David, que está muerto y enterrado en una playa de California,
y con todos los hermosos hombres que he amado;
porque amar es
el secreto, no
ser amado.
¿Qué virtud hay en la recobrada suavidad del huevo
excepto la belleza de su perfecto nacimiento?
Quiero que recompongan a Humpty Dumpty
para amarlo por sus bordes dentados, irregulares,
y la yema mezclada con la clara.
Prueba de que está vivo.
Prueba de vida.
George, brindo por ti.
M., te quiero.
Beethoven, quiero oírte en Cayo Hueso.
Sed amables
con vosotros,
todos.
No olvidéis las pequeñas cosas.
Un buen libro.
Una taza de té.
Un huevo, recompuesto, no
por magia,
sino con paciencia y esfuerzo.
Con amor.
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Wakoski, Diane. Esperando al Rey de España (Trad. Eduardo Moga). Madrid; Bartleby editores, 2022.
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MANERAS DE RENDIRSE
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Si notas que en el hombro se duerme una caricia.
Si un aliento tímido te calienta la nuca.
Si te toma del brazo una mano invisible.
No aclares el misterio. Solamente sonríe.
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Alcanzaremos un día la ciudad dormida.
Exhaustos, sin palabras y con la lengua seca.
Maniatados e inermes en el alma del otro.
La piel de nuestros cuerpos bañada de saliva.
Una llaga en los labios de maltratarnos tanto
(un pétalo de fuego en el paladar: un beso).
Inmortales, cautivos, dispuestos a perdernos.
De noche. Me da los mismo Tánger que Lisboa.
Una isla en el mapa que un rincón de tu casa.
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Claro que se puede ser feliz y estar muy triste.
Como se puede ser el primero y llegar tarde.
Hablar al silencio y esperar una respuesta.
No dormir porque en el pecho hay pájaros con frío.
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Bendita sea la furia del poeta persa.
Bendita su defensa suicida del instante.
Bendita la lectura que tus ojos hicieron.
Bendito mi corazón que recibió el disparo.
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Mi ambición es humilde: arder como la pisada
de un pájaro en la nieve. Acariciar una hierba
en tus pezones. Celebrar en tu piel el gozo
de la lentitud. Acostumbrarme a ese pecado.
Disolverme en el mar de tu sangre como el vino.
Perderlo todo en un ángulo de tu cocina:
un libro, el pánico, la camisa y el destino.
Encontrarlo en la penumbra de tu dormitorio.
Resucitar desnudo en un pliegue de tu cuerpo.
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Vive el instante con la voracidad de un niño,
como si construyeras un sueño con las manos,
como si no supieras que tampoco la belleza
tiene sustento en nada. Es una máscara. Un disfraz.
Demorarme en tus labios casi me hace olvidarlo.
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Busca mis manos en el abismo de la noche.
Inclúyelas en lo más cálido de tu sueño.
Vigila su vuelo en tu callada duermevela.
Háblales de los altibajos de tu corazón.
Arrúllalas con el loco aliento de tu boca.
Protégelas del frío de la vida. Bésalas.
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Quemar el día como si fuera leña seca.
Mirarte como si temiera la extinción del sol.
Cerrar los ojos para olerte en cada ráfaga
de viento. Beber en el sudor de tus axilas.
Quemar el tiempo en tu piel como si se acabara.
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La luz de tu rostro, ¿es un sueño de ébano
o el rastro de una figura que baila en la pared?
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He vivido estos días con los ojos cerrados.
Para pensar en ti. Para no dejar de verte.
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¿Hacía falta que el tiempo se esfumara
para legar hasta ti, para reconocerte?
¿No había señales inequívocas en torno:
el hechizo de tu sonrisa desde la puerta,
el sarcasmo maduro que bailaba en tus ojos,
el vuelo de tu mano demorado en mi brazo,
tu nombre, la misma resonancia de tu nombre
mil veces repetido a lo largo de los años
como una luz entre la niebla, como un aviso?
¿Hacía falta que el tiempo casi se rindiera?
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Sueño que te construyo con la lengua. Despacio.
Sumerjo las manos en el barro de tu cuerpo
con fiebre de artesano. Te creo y te descreo.
Derribo con parsimonia todas las murallas.
Descubro una cabaña en un pliegue de tu vientre
y me quedo allí a vivir hasta el fin de los tiempos.
Un río pacífico en el cauce de tu espalda.
Una fuente en tu boca. Una luz entre los pinos.
Nieve en tus caderas que retiro con mis manos.
Una frontera en tu piel que me aparta del miedo.
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Negra tu espalda como la espalda de la noche.
Negro el misterio de tu mirada. Negro el iris.
Negras las manos que se cobijan en mi cuerpo.
Negros tus pechos como la música del tiempo.
Negrísima tu voz como el mapa de África.
Negra la sombra de tus axilas y tu cuello.
Negro el temblor de tus caderas. Negro tu sueño.
Verde la línea que asoma en tu mirada oscura.
Roja la cruz de los pezones. Negro mi estupor.
Negro el azúcar jugoso y turbio de tu boca.
Negro el zumo de tus piernas y la faz del miedo.
Negrísima la sangre. El alma negra. Negra tú.
Libre. Sin amarras. Como un prófugo en la noche.
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Cuando la noche entre en tus huesos con afán de herir,
cuando la vida muestre su lado más oscuro,
piensa en mí, no te rindas, recuerda aquel minuto.
Busca en tus sábanas un residuo de mi sueño.
Atrapa en el aire el humo de nuestra mirada,
un ala de aquel milagro que detuvo el tiempo.
Protege la belleza de tu tez africana
bajo la luz del rincón donde yo te escribía.
Husméame sin miedo. Cierra los ojos. Duerme.
Me verás llegar desnudo a acariciar tu espalda.
Como llegaste tú. Como siempre estás llegando.
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El poso de unas gotas de vino en el paladar.
Un paisaje inmortal en la cueva del corazón.
Un puñado de poemas para leer en paz.
Algo de cine. Una canción de Joan Manuel Serrat.
Un paseo junto al mar a estribor de tu cuerpo.
Basta con cuatro cosas para una vida buena.
Al final, con gratitud, contemplar en la huerta
la olorosa flor de la albahaca. Tu figura.
La caricia de tu mano en los últimos brotes
que la tierra restituya al sol de tu sonrisa.
Muy al final. Cuando hayamos derrotado al tiempo.
Cuando lo hayamos compartido todo sin dolor.
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Aunque un día se acabe la dicha de mirarte,
aunque se estreche el cauce de los besos que me das,
aunque la garra interior desate la cólera
y me impida dormir, aunque se apague la llama
de tus ojos, nada es imposible. Ni siquiera
que el corazón te permanezca para siempre fiel.
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El tiempo carcome el alma de las utopías.
Devora sin compasión el lustre de los sueños.
No merece el regalo de una sola ventaja.
Gocemos, por eso, del resplandor efímero
de cada pétalo que se extinga en nuestras manos.
Entra en mis ojos con la audacia del primer día.
Hagamos el camino paso a paso. Sin prisa.
Sin prever el destino. Pero también sin temor.
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Hurga de vez en cuando en mi rincón de tu casa.
Descubrirás fragmentos de mi mejor caricia.
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Nadie puede acariciar el día de mañana,
interpretar el rumbo de lo que no respira,
buscarle un sentido a lo que ni siquiera late.
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Del postrero aliento que desvalija el corazón
del caos, de entre la incertidumbre de voces
que agita el universo, casi como un milagro,
se destila la tuya como un gas venenoso
que yo respiro con el placer de los suicidas.
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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.
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CUATRO POEMAS DE ‘ESPERANDO AL REY DE ESPAÑA’, DE DIANE WAKOSKI
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AQUELLAS MÍTICAS PERAS DE PLATA
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Steve
Yo recuerdo un pasado
en el que tocaba sonatas de Beethoven
en una casa oscura, cerca del agua,
y me rodeaban las luces de las colinas circundantes
en lugar de los brazos del hombre al que amo.
Tú recuerdas jugar
al baloncesto,
alto, egipcio, callado,
una figura pétrea
con la que nadie hablaba.
Ninguno de los dos
vivimos nunca más allá de lo imaginado:
tú procurabas hacer lo que creías que se esperaba de ti
y yo, arrancar amor al teclado;
tú tirabas a canasta
donde no había aro
y yo me imaginaba una música inaudible.
Nos sentamos en tu cocina,
que no está llena de la vida de alguien que cocina,
sino oscura:
es la cocina de un fotógrafo.
Bebo
con los pies en la silla, como me gusta
sentarme, y pienso en las chicas
de la casa de al lado, en la cocina iluminada,
esas que te deben ver guapo, que idealizan
a los hombres altos
y que han ido a partidos de baloncesto a animar,
aunque nunca te vieran en ninguno.
Esta es la dolorosa historia de dos seres imaginarios,
que viven, como leones, en su interior,
pero a los que el mundo ve como esfinges,
callados,
encerrados en lo mineral,
rodeados por el desierto y la noche.
Las mujeres fantasean con una vida de amor que no puede existir.
Los hombres, con las competiciones deportivas y con seducir a las multitudes.
Creamos un mundo incuestionable:
el pasado,
nuestros diarios privados.
Si ahora estuviéramos en tu cocina, comiendo,
tú te beberías un vaso de
mercurio
y yo mordería
una de aquellas míticas peras de plata.
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UNA ESTACIÓN ROTA
Cuando yo tenga 55
y tú, 43,
y ambos nos sintamos ligeramente
nostálgicos,
cuando la pasión no nos haya abandonado,
sino que se haya metido bajo tierra,
como las hormigas,
y dejado montoncitos de polvo
junto a los agujeros de entrada
como recuerdos del trabajo realizado,
quizá volvamos
a encontrarnos
en un bar,
acaso
en Wyoming,
y nos sonriamos,
y quizá nos toquemos una vez,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxpor la discreción exigible,
y tú me preguntes por
mi marido,
y yo, por tu encantadora esposa,
y los dos mascullemos
que se encuentran
muy bien,
estupendamente,
a sabiendas de que se tarta de irrelevancias
importantes,
y, como las hormigas,
sigamos llevando un bocado
de tierra,
palabras sobre las montañas y la poesía y la lealtad
y el arte de construir.
Cuando,
dentro de 20 años,
vivamos
como lo hacemos ahora,
separados,
y nuestras cartas solo lleguen en una estación rota,
en intervalos entre amantes o trabajos o mentiras,
nos permitiremos, alguna vez,
decir cosas como «el amor solo ocurre una vez
y nunca funciona»,
y luego
la sensiblería nos hará sonreír.
Las hormigas se mueven en filas muy largas, como las cintas del pelo
de tus hijas, y se llevan
trozos de pastel o cadáveres
de gusanos a sus túneles.
Construyen y comen,
y rodean, en zigzag, los obstáculos que se encuentran en el camino.
Los niños las miran en el colegio.
Nosotros las pisoteamos.
Los pequeños mamíferos se las comen.
No me puedo imaginar un futuro
distinto
del pasado.
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xxxxxxxxxxLPOEMA POLACO DE AMOR PARA DAN,
CUYO APELLIDO CUESTA MÁS PRONUNCIARLO QUE EL MÍO
La «M» de mi brazo
significa
Moon, Luna.
Y tú eres otro de esos hombres que saben conducir,
que me hacen sentir
(en tu coche, atravesando el estado de Michigan)
que
mi vida significa
Movimiento.
No obstante, cuántas veces el mundo se me ha escurrido de los dedos
y se ha roto como el cristal.
Los amigos me sostienen.
Pero tú me levantas de la silla, de la cama.
Me mueves hacia ti.
Me mueves contigo.
Pero no dejes que demasiadas chicas te pinten relámpagos
en los ojos.
La «M» también significa matar.
Y matrimonio.
Movimientos de alejamiento,
así como de acercamiento.
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EL TRAGASABLES TATUADO
El rechazo es un diálogo infinito,
un paisaje que no acaba,
no un bosque, ni un campo, puesto que ambos tienen lindes,
y ni siquiera un océano, con sus playas
como una gargantilla de cicatrices.
Y la aceptación,
un acto sencillo,
un territorio con límites.
Me ha costado años
querer explorar un territorio
que supiera con fronteras.
Los confines son el punto de partida,
y echo a andar desde el más alejado, siempre más allá.
Una vez, yendo por un lugar que creía
una tierra inexplorada y sin fronteras,
vi a un hombre con un martillo y una sierra;
se había tatuado tigres por todo el cuerpo;
acechaban, en el vientre y los hombros, mientras trabajaba
en un banco de carpintero.
Me paré a ver cómo tallaba un pequeño gabinete.
Mi cuerpo estaba cubierto de campanas,
como una piel de bolas de plata que lo cubriera todo,
pero mis pezones sobresalían, pequeños y rosados, como coral.
Al moverme, tintineé ligeramente,
como si mi pelo fuera la cortina de abalorios de una puerta
y alguien la apartase para entrar.
Dije:
xxxxx«Envidio a los carpinteros por las cosas que hacen
xxxxxcon las manos».
«Sí», dijo él,
«pero yo soy solo un principiante. Lo que hago bien de verdad
es tragar sables».
Entonces abrí la boca y le enseñé
la serpiente verde que vivía dentro.
Dije:
xxxxx«No nos conocemos,
xxxxxpero tenemos algo en común:
xxxxxlos dos cruzamos fronteras y nos adentramos en lugares,
xxxxxy ahora veo que las gargantas de ambos contienen
xxxxxlo que la mayoría de los hombres temen,
xxxxxpor lo que creen que morirían:
xxxxxla serpiente y la espada».
La vida es, a menudo, más alegórica
de lo que debería ser;
en la vida, las historias no tienen fin,
sino que son continuaciones, hiatos;
no son historias, sino un continuo diálogo mental.
No me inventaré una historia cuando ninguna tiene lugar.
Una vez
dije «te amo», y la lengua se me quemó de raíz.
Ahora una lustrosa serpiente verde vive en su lugar
y sisea cuando pasas.
Tú has tragado sables hasta llenarte la garganta de cicatrices,
tantas que ya no te pasaba ni uno más.
Y he aquí la escena:
no es una historia,
sino un paisaje.
Yo, en el bosque, con el cuerpo temblando de campanas
y una serpiente en la garganta, que sisea como una cascada;
tú, delante de mí,
son tigres tatuados que van de un hombro al otro
y te rodean las orejas
cuando construyes con las manos un mueble magnífico,
y tu perfecta garganta,
vista desde fuera,
que oprime vocales que no saldrán,
porque ni siquiera la membrana del idioma es lo bastante fina como para pasar
por esos viejos tejidos inflamados.
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Wakoski, Diane. Esperando al Rey de España (Trad. Eduardo Moga). Madrid; Bartleby editores, 2022.
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EL MAR DE TU MEMORIA
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EL MAR DE TU MEMORIA
Escribo para aprender el llanto que te debo.
Ni una lágrima vertí sobre tu cuerpo muerto,
como si la sal toda de los siglos
se hubiera calcificado al fondo de mis ojos
para siempre.
xxxxxxxxxxxxMi voz, habituada
al trigo de tus palabras más confidenciales,
se desfondó en la sombra de las aguas
a las que vuelvo ahora, solitario,
para anunciarte que la mansa lluvia
—cauce imperecedero de tu herencia
que veo caer una vez más sobre los campos—
no ha podido disuadirnos del dolor.
También para que sepas que alguno de tus hijos
punteaba en la ventana un blues interminable
mientras tú te morías al terminar agosto.
Mis dedos arañaban el llanto de la arena
para achicar el agua de tus ojos abiertos.
Desde entonces, casi todos los jueves
me pongo con cautela tu camisa de muerto,
huelo el sudor de tu último minuto,
oigo la conocida letanía de tu voz
—que la impiedad del mar no ha podido arrebatarme—
y me salpica su ronquido final,
mi propio nombre ahogándose triste
en la raíz del grito pronunciado
tal vez sin esperanza, como un salmo tardío
que no supo recoger la mano del apóstol.
En el vientre apacible de las olas,
frágil, ¿será arrastrado eternamente
hasta las simas de lo desconocido, donde
podrá encallar al fin junto a tu nombre?
Me prometí regresar a acumular la espuma
para sentir tus dedos en las algas
enredadas de los pies y el fuego
de las sienes, acostumbrar la vista
a la desolación de tu pupila
—prisionera en los castillos de arena
que deshizo la marea—, aceptar que el salitre
de tu lágrima inauguraba la luz
en la inocente roca que escondía la muerte.
¿Habrá sido tu queja, tu mirada sin odio,
cuando la noche cuida a los que sufren,
un fragmento del bramido que, insomnes,
temen los navegantes en los sueños?
¿Tiene la noche la piel erizada de costras
como mi corazón? ¿Arden restos de la tuya
en lo más profundo de la arena removida
por el ritmo imperturbable y callado
de los días? ¿Pasó por tu garganta?
¿Disgregó las sílabas quebradas en tu boca?
¿Quemó tu lengua y tu saliva? ¿Te acariciaba
el mar, te acariciaba como quisiste siempre?
¿Pudo la indiferencia de las olas arrastrar
tus sandalias nuevas, olvidadas bajo el techo
de caña que cubría las mesas del quiosco?
¿Lamías tú la conmovida médula del mar?
¿Te dio tiempo a llorar? ¿Viste la sombra
de mis ojos y aquel esfuerzo inútil
por tenderte la maroma podrida
de mi brazo, la impotencia y el miedo,
mi carrera de loco entre la gente?
Era engañosa y dulce la luz de la bahía.
Mis ojos lo ven todo cada noche
desde entonces: el trémulo desmoronamiento
de las nubes, el llanto de Martín, las botellas
vacías, las camisetas azules
de las adolescentes y el inseguro paso
de tus pies descalzos hacia la sal de la muerte.
Te habías demorado en la penumbra del portal
para mirar con pena tus últimos zapatos.
Salgo con ellos a la calle como si huyera
de las luces del verano. Me ha costado tanto
admitir que las piedras están vivas
en los alrededores de la playa.
Regreso con el ruido del mar en la cabeza.
Mis manos escribían tu nombre entre las nubes
y en los árboles y sangraban mis pies
de escarbar con ahínco entre los restos
del naufragio. Las gaviotas, torpes,
huyeron de la ira que nacía en mis ojos,
lanzaron a los cielos su graznido inexperto,
repitieron tu nombre, propagaron tu grito.
Me desperté del sueño para saberme ciego:
comenzaba la ancianidad en aquel
atardecer. No pudiste cultivar
la palabra reservada con pudor
para el momento de la despedida.
La buscaré en el patio trasero de los días,
en el huerto callado de tu infancia
o en la quietud azul del cementerio,
bajo la lápida que se extraña de tu nombre.
Donde la muerte duerme.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx¿Se renueva
ese rito cuando por un momento
me olvido del misterio que me veló tu rostro?
¿Se desvanece, muere? ¿Es el olvido el hueco
por el que yo me adentro en el mar de tu memoria?
¿Es el olvido solamente orfandad
o también tregua, eco de aquella luz
que nos incita a reanudar la charla?
De los abismos del sueño, aún convaleciente,
me dirijo a la roca batida por las olas,
me hiero una vez más en sus aristas,
me decido a rescatar tu cuerpo aprisionado
en los argazos, limpio tus rincones
de escamas adheridas y moluscos absortos
en la serena tenacidad de tu nostalgia.
Envidio el baile desprevenido de los peces
adormeciéndose sobre el cuenco de tus manos.
Me aproximo a tu hombro muy despacio,
lo rozo con la yema de los dedos
y no puedo llorar. Te acerco nuevas
de los once hijos congregados a la mesa
y te pido una palabra para nutrir la paz
de sus cuerpos, una palabra que te vincule
al insomnio temeroso de sus almohadas.
Una sola palabra: no siento frío, llueve
una vez más sobre mis manos, el mar me arrima
el llanto de mis huérfanos, me trae la resaca
de sus voces indecisas, el puro sonido
del dolor. Una sola palabra interminable
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.
Sabed que ya no sufro. Bañaros en mi nombre
sin temor a morir. Repartiros la caricia
de la luna
xxxxxxxxxxy el postrero aliento de mi beso.
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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.
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VOLVIENDO A VER
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ORO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara el Rey de España
Te conocí en el momento equivocado.
Tu cara era un reloj de bolsillo,
pesado, de oro,
y yo, una mujer con un vestido muy fino,
sin bolsillos.
Me enamoré de la estación del tren,
cuyo gran reloj colgaba
sobre el gentío,
igual que el sol cuelga en el cielo de invierno
o la manzana amarilla se aferra a la rama
al final del
otoño;
xxxxxxla muchedumbre que éramos,
extraños,
xxxxxxxxla miramos,
como carretes de hilo multicolores en una cesta;
y llegan unas grandes tijeras —el tren—
que nos cortan de un sitio
y nos cosen, por la vía, al otro.
Miro ese reloj
y sé que no te veré en la estación,
pero te imagino subiéndome
la cremallera del vestido
cuando me voy por la mañana,
y tocándome los brazos desnudos,
y que nos tomamos un café y miramos por la ventana
de madrugada,
sabiendo con dolor la hora que es
por el sol,
que se ha convertido en un enorme reloj de bolsillo,
tan caliente que no se puede coger.
Ayer te pedí direcciones.
Tu cara era
una brújula
con una aguja, parecida a una rama, temperamental y caprichosa,
que se movía del este al norte,
erráticamente,
pero yo buscaba el sur,
porque necesito sol y calor,
y me asustaba tu aspecto norteño,
otoñal, invernal,
un árbol deshojado,
una montaña nevada,
una gruta de hielo,
una avalancha,
pero me vi
las manos,
como indicadores de oro, delgadas:
se movían imperceptiblemente
en torno al mismo pequeño conjunto de números, también de oro, cada año.
Y mi cara ocultaba
el viejo tallo que las movía,
aún más enjuto.
Te conocí en el momento equivocado.
Demasiado tarde para amar.
Tu cara era un reloj de bolsillo de oro que me recordaba el pasado,
una brújula que señalaba que yo no tenía norte magnético,
sino solo las direcciones correctas reveladas por las estrellas:
el mapa y el tiempo de soledad que registran
los astrónomos.
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UN CASTILLO CONSTANTEMENTE ASEDIADO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxNota: los versos «La próxima vez que nos veamos,/ no nos desnudemos» pertenecen
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxa un poema que me presentó una alumna neoyorquina de uno de mis talleres lite-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxrarios, llamada Binnie Klein. Me fascinaron de tal modo que encargué a los alum-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxnos del taller que compusieran un poema a partir de ellos. Me parecieron un buen
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxejemplo de versos aprovechables enterrados en un mal poema. Por desgracia, yo fui
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxla única que hizo algo con ellos, pero le estoy agradecida al taller por haberme da-
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxdo la oportunidad de escribir este poema.
.
La próxima vez que nos veamos,
no nos desnudemos.
No nos toquemos.
Que nuestros cuerpos sean como conchas
vacías de la carne blanda del molusco
y hasta un indicio que sea una posibilidad.
No pasemos siquiera la noche
en la misma ciudad,
porque seguramente, y pese a mis buenas intenciones,
me acercaría de puntillas a tu puerta,
igual que se filtra el agua por el umbral:
una inundación silenciosa que rompería contra tu vasto
cuerpo de marinero, como la
estela fosforescente de una barca esbelta.
No nos quedemos solos en el cuarto.
Podríamos enmudecer, como un arrecife desierto,
y convertirnos en buscadores de coral.
Nos arañaríamos las manos y las piernas para arrancarnos
lascas del cuerpo.
Rodeémonos de otras personas
para hablar apasionadamente
del amor
mientras rociamos la habitación de gotas brillantísimas
sin mojarnos el uno al otro,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcomo los meros
y las grandes corvinas cruzan los mares,
acompañados por muchos otros peces más pequeños,
que los siguen para alimentarse.
La próxima vez que nos veamos,
estemos casados con otros
y sin peligro de andar a la deriva, solos, en una balsa
por el Atlántico.
Porque tu cuerpo desnudo
me excita como si
hubiera visto un galeón español
venir hacia mí,
a toda vela, cuando me baño por la mañana.
Tocarte es encontrar un mapa arrugado, fatigado,
que promete el cofre de los rubíes de Fernando.
Sentir tu presencia
es cambiar de conversación,
como cambian las palabras debajo del agua.
La próxima vez que nos veamos,
no nos desnudemos,
porque la desnudez simboliza una muerte de terrible inocencia,
y lo que siento por ti carece de toda inocencia.
es primitivo, grave, sexual, histórico,
como una carpa centenaria
que nadase en el foso
de un castillo constantemente asediado.
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EL MIEDO A TIRAR EL VIOLÍN
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«El miedo a tirar el violín es tan universal entre los violinistas
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxque se menciona en los lugares más insospechados. Por ejemplo,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen las notas del programa de un concierto de Daniel Barenboim
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxse cuenta que su carrera empezó a los tres años, pero que, cuando
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxa los cuatro descubrió que el piano se aguantaba sobre tres patas,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxinmediatamente cambió y nunca miró atrás».
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxKato Havas, de El miedo escénico. Causas y
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcuras, con especial referencia al violín.
.
Sí, M.,
subo la escalerilla del Greyhound, miro a mi espalda,
y veo a mis amigos llorosos,
pero no te veo a ti,
con tu bigote de Pancho Villa y el gran anillo turquesa;
yo lloro por muchas más cosas que por dejar
a los amigos.
Quizá ellos lo hagan
porque no has venido.
Que me vaya es tan normal
que nadie derramaría lágrimas por ello.
Es curioso:
llevo toda la vida hablando de traidores.
Esos tipos que te regalan anillos, anillos de oro, en lugar de a sí mismos,
o esos otros que nunca te regalan anillos
ni llaves.
Sin embargo, tu llavero pesa
como el de un carcelero y reluce con los secretos de las naranjas
y los pájaros tropicales.
Y esta noche, montada en el Greyhound, a toda velocidad, pero no por una carrera,
sino por la vida,
me he dado cuenta de que yo he sido la traidora
en la vida de muchos amigos, de muchos amantes incluso,
de muchos
que me necesitaban,
pero yo me subía a un autobús, o a un avión,
hasta, a veces, a un tren
(en esta América sin trenes) o a un coche.
Y me marchaba
sin desaparecer. Solo me iba a otra parte. Y no porque
quisiera dejar Laguna Beach, donde el Rey de España paseaba
todas las mañanas con las lavanderas y las gaviotas,
y George Washington, en Nueva York, urdía planes para cultivar
laurel europeo en Mount Vernon cuando hubo regresado de los pies helados y harapientos de Valley Forge,
y David, que me dejó cuando se hizo al mar desde un precipicio,
y Daniel, que persiguió leones soñados hasta el teatro de su mente,
y el conductor de autobús, el mecánico de motos, el leñador,
el astrónomo o el decano.
Como un barco de guerra,
mi vida avanza. A vista de pájaro,
lenta, voluminosa y patente. Se mueve.
Desde el suelo, yo soy lo que se ve, moviéndome a la par,
sin el brillo fugaz de las escamas de los peces que la gaviota distingue desde el aire,
sino sólida y negra, como el piano de cuatro años de Barenboim,
y subida a los aviones, autobuses, trenes,
camiones
y barcos de guerra de la vida.
Como el fuego.
Como el agua.
El movimiento.
El movimiento constante. Pero no porque haya un
lugar
especial
a donde ir. El movimiento de la vida.
Las teclas del piano esperan a las manos voluntariosas que despierten los acordes,
que sonsaquen por igual a Beethoven y a Chopin,
esas teclas que se mueven en un mundo lleno de brillantes pianistas
y yo,
los macillos, las cuerdas, las teclas, el reluciente marfil de la madera pesada.
Tócame,
tócame, digo, y no te traicionaré.
No tengas miedo de tirarme; no soy pequeña.
Delicada, y necesitada de cariño y afinación, y de las manos diestras de pianistas amantes,
sí,
pero no frágil,
no fácil de tirar,
ni siquiera por un intérprete de tres años que sea fácil presa del miedo
escénico.
.
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EL PIMENTERO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Bonnie
Una palabra se puede
referir
a tantas
cosas
diferentes.
xxxxxxxxxMabel, Mabel, pon la mesa
xxxxxxxxxy no te olvides del pimiento.
xxxxxxxxxxxxxxx—Canciones para saltar a la comba
Salió el sol:
tenía el color de un pimiento morrón maduro.
Salió el sol:
tenía el color y la forma de las bayas de pimienta de Sumarra.
Una vez vi salir la luna,
naranja como una linterna,
en el cielo de invierno.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxTenía la forma
y el color de una baya de pimienta.
La planta crece en el patio, en otoño,
y brilla en la niebla
como si esto fuera un bosque de Nueva Inglaterra
en lugar de una playa del sur de California.
Es un pimentero.
De pimientos morrones.
También llamados, a veces, de jardín.
Mucha gente no sabe que los pimientos morrones rojos son solo pimientos morrones verdes
maduros.
Pero es así,
y eso explica que los rojos sean
más dulces
y que cuesten el doble
en el supermercado.
La que está
en nuestro patio
es una planta triste,
porque no tiene ramas ni enredadera,
solo el palo del tronco
y el único fruto que ha dado jamás,
un pimiento de cinco centímetros, carmesí, salvo por una mancha verde que
ahora
se ha vuelto negra.
El pimiento lleva ahí
casi tres meses.
Se ha puesto duro
y se ha satinado,
como una calabaza;
de tan duro, no se puede comer
(y, de todos modos, probablemente sepa a madera).
Es como esa hoja escarlata que aún cuelga
del arce,
en otoño,
cuando todas las demás ya se han caído.
¿Imagen
de la dureza
o de la temeridad?,
considerando que un pimiento no tiene ningún significado especial,
excepto, quizá, para un poeta
(sustitúyase la palabra por «soñador»
u «holgazán»)
que quiera ver alguna belleza,
y por lo tanto algún significado,
en un objeto que cuelga.
Cuando digo la palabra «pimiento»,
no pienso en realidad en un pimiento morrón;
pienso
en un miembro del género piper,
la especie negra y picante que le echo a todo
lo que como,
una planta que crece en los trópicos,
«de flores diminutas, agrupadas en espigas como amentos»,
y pienso en tu vida, que nunca está
lo bastante especiada para ti.
Mi marido, tu mejor amigo, ha estado
a punto de abandonarme esta semana.
Aunque supongo que debería decir
que me ha abandonado. Pero ha vuelto.
Un gesto de compasión que no sé a quién agradecer.
Quizá me haya abandonado porque no le daba
lo que necesitaba,
o quizá
porque soy un fracaso de persona.
El porqué es irrelevante.
Mi mayor preocupación ha sido averiguar por qué.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué tengo tanto miedo.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué soy tan sensible.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué no paro de fracasar.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué lo sigo intentando.
xxxxxxxxxxxxxxxPor qué necesito saber tantas cosas.
Sin embargo, lo que más me aterra de la vida
es que, la mayoría de las veces, no hay
una razón,
por lo menos en el sentido de que tú o cualquiera
pudierais hacer algo al respecto.
Es frustrante para nosotros, los soñadores-hacedores.
Que no podamos hacer nada
respecto a la lluvia,
aunque soñemos con ella y sepamos que va a llegar.
Aguantar un día de lluvia significa ponerse un impermeable.
Conocí una vez a una chica que siempre se ponía un impermeable; la
consideraban excéntrica, pero lo que pasaba en realidad
es que estaba gorda y se avergonzaba de su cuerpo. Cuando llovía,
se mojaba como todos los demás.
Nadie puede evitar que llueva.
Ni siquiera Reich, con energía orgónica, podía evitar que lloviera;
si acaso, aprendió a provocarla
y a llevársela, de vez en cuando, a otra parte.
En esta biblioteca en la que me encuentro,
un viejo refunfuña delante de un atlas.
Una chica, bien dotada de atributos femeninos
—pelazo rubio,
pechos grandes
y cintura de avispa—,
se ha sentado en la mesa de al lado,
pero a mí me parece un hombre, y no dejo de mirarla para
averiguar por qué.
Manos y pies femeninos.
Tipo de mujer.
Sin patillas.
¿Podría ser que tuviera cara de hombre?
Luce una nariz recta y fina,
unos labios asimismo finos
y una mirada inteligente.
Así podría describirse también mi cara.
¿Por qué la veo como a un hombre?
Dejo vagar los pensamientos.
He pasado estos dos últimos días
aterrorizada,
temblando. Me han castañeteado los dientes.
No he visto ni hablado con nadie.
He leído y dormido.
Dos actividades normales que son importantes para mí.
Y he intentado no enfadarme
conmigo misma por
encontrarme atrapada a los 37
en el viejo dilema:
yo,
feliz;
mi marido,
desgraciado.
Y que él me abandonara (lo único que ahora
podría hacer mi vida verdaderamente desgraciada).
Una acción precipitada suele ser
la reacción habitual a
la desgracia.
Y los desgraciados son los que llevan sufriendo demasiado tiempo.
Bonnie, te has pasado un año odiando a tus hijos
y has decidido mudarte a 3.000 millas de distancia
para que tu vida cambie.
Pero, claro, tenías que llevarte
a tus hijos.
No obstante, en una cosa tienes razón:
quieres a tus hijos más
de lo que los odias,
y lo que de verdad deseas
es no tener que pasar todo el día
con ellos.
Una aspiración sencilla, se diría. Pero supongo
que no es fácil para ninguna madre.
Creo que querías hijos por la misma razón .por .la .que dices que quieres escribir
poesía. Una .buena .razón. Para .transformar .tu vida. Pero es la acción, no el ob-
jeto, lo que transforma la vida. Aunque .tuviese .un .cuadro .de .Rembrandt en el
salón, no me transformaría; y lo mismo .pasa .con la vida. Pero si pintase un cua-
dro porque me entusiasma el proceso de creación de ese objeto, ¿lograría así que
mi .vida .fuera .diferente? El proceso, en sí mismo, procura buena parte de la ale-
gría. De modo .que tus hijos, en .tanto .que .objetos, no .te .proporcionan, por sí
solos, ninguna xalegría xespecial, o xsolo .cuando .presumes .de .ellos (¿tu .Rem-
brandt?), pero ¿con quién puedes .presumir .de .unos .críos .que nunca dejan de
llorar? ¿Y .tu .poesía? Te da .poca alegría, porque nadie la lee ni la publica. Como
objeto, es como un niño que llora. Nada de lo que presumir.
Es irónico, desde luego, que los objetos más hermosos .sean los que produzca un
artesano enamorado .de .su .trabajo, de su oficio, más preocupado por el proceso
de creación que por lo que pase con .el objeto .terminado. Solo a algunas madres
se les concede .el .privilegio .de que sus hijos sean un premio. La alegría consiste
en el acto humano de crearlos y de vivir con ellos.
Es el proceso diario .de vivir con mi marido, de estar con él, lo que me da alegría.
Y lo único que puede herirme es .que .me .arrebaten ese proceso, que me priven
de su presencia. Cualquier problema que surja .parece .fácil de resolver si él está
aquí, puesto que el proceso de la vida .consiste .en .resolver .problemas. Y el ob-
jeto de nuestra vida, supongo, en sentirnos .satisfechos .con .el .proceso de vivir
esa vida.
He pensado hace poco que nunca .ha .habido «objetos» de amor en mi vida, por-
que es el proceso de la relación lo que la fortalece. Creo que .esa .es la razón por
la que he mantenido tantas .relaciones .profundas .con .hombres. Quizá sea tam-
bién por eso .por .lo .que .no .las he conservado. Y no creo que contradiga lo que
acabo de decir que también afirme .que .me .he .sentido .morir .cada vez que un
hombre .al que .amaba me .ha .dejado, y que literalmente he tenido que recrear-
me, que renacer, por la magia del artista, para volver a empezar .y .volver, así, a
vivir.
No obstante, no quiero pasarme .la .vida .como .el .ave .fénix. Ya he demostrado
que soy capaz de recrearme. Me han obligado demasiadas veces .a repetir el mis-
mo proceso. Estoy preparada para superarlo.
Todo .esto .ha .empezado .como .una .reflexión sobre el pimentero que nos rega-
laste este verano, y sobre la idea de que una palabra puede significar muchas co-
sas distintas.
No creo que el dolor
deba ser tan importante
como es,
como ha sido a lo largo de la historia.
Pero he convivido tanto con él
que puede apoderarse de mí con facilidad.
El dolor que he sentido estos dos últimos días
se parecía tanto al dolor que he sentido en el pasado
que lo único que podía hacer era sentarme y
estar quieta;
no era capaz de hablar,
porque ya he dicho muchas veces
cuanto hay
que decir
sobre el dolor.
Es una trampa, ¿sabes?,
haber tenido una experiencia tal
que no pueda haber
nunca nada nuevo
que decir
al respecto.
Y el caso es
que las palabras no alivian el dolor:
solo pueden
expresarlo.
Pero ahora quiero que algo alivie
el dolor.
Y no sé de nada.
Aunque me acuerdo de que he empezado esta reflexión
por un motivo:
hacerme a la idea del fibroso pimiento
rojo y verde
que no se desprende
del tallo,
y trae el otoño de Nueva Inglaterra,
la más extraordinaria estación de América,
al invariable paisaje del sur de California,
y recuerda que la causa del pimiento carece
de propósito,
pero que se aferra a la vida
como la hoja solitaria y fatigada del arce
en lo más oscuro del invierno,
que, sin duda —fatigada como yo—,
no podría tener menos fuerza.
Porque me encanta el pimiento picante,
pero me parezco más al pimiento morrón, de jardín,
dulce.
Y Vivir es
el proceso de resistir a la muerte.
Nadie va salvarnos de la muerte
más que nosotros.
No se trata
de la prosaica pregunta del «poder»;
es la poética pregunta del estar dispuesto.
Nadie va a salvarnos de la muerte
más que nosotros.
En este clima del sur de California,
nuestro pimiento puede durar,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxincomestible,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsin multiplicarse,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxno muy airoso.
Un emblema.
Para mí.
Ojalá pueda mirarlo
como a una de mis lunas, caída del cielo,
roja como la sangre,
con esa magulladura verde, casi negra,
la huella del dedo de quienquiera
que la haya arrancado
de otro cielo.
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Wakoski, Diane. Esperando al Rey de España (Trad. Eduardo Moga). Madrid; Bartleby editores, 2022.
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LOS HOGARES SALVAJES
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LOS HOGARES SALVAJES
xxxxx1
Después de la turbulencia de la noche llegará .el .silencio.
Grande .y .blanco .como .una .sábana .tendida. Y .llegará
despacio como .una .dulce .destrucción. Como el perfume
del jazmín .en verano. Como aquellas .palabras .de .amor
que nunca me dijiste.
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xxxxx2
Ahora y aquí este es mi canto porque .ya .no .rezo, no veo
los .árboles .de .la .Rambla .ni .las playas, ni los marineros
vestidos de blanco. Espero un ángel de cuerpo adolescente
con un pañuelo nervioso .volando de su cuello. Hoy tendré
suerte. Recuerdo el índice en el límite del gatillo.
.
.
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xxxxx5
Yo xtambién .fui .valiente xun .día: escondía xun xcuchillo
áspero como un .pequeño .exilio clavado en las encías. En
los ojos tenía dibujados los golpes del aire, y adheridas en
los lóbulos las proezas. Entre los dientes, la arena, y en la
lengua, toda mi vida. Pero .al .otro .lado del río flotaba un
cuerpo sobre el agua.
.
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xxxxx8
Celebro los árboles negros sobre la nieve, las hojas muertas
en .la .cima .de .la .colina, los puños alzados .y los soldados
que no lloran.
Bebo .por .las .ciudades perdidas, los profetas, las coronas y
las cenizas. Bebo .solo .camino .del infierno y aún espero un
milagro. Bebo subido .en .el .tren .por .aquel .futuro .que no
existe.
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xxxxx9
El gesto perenne de los ojos es tu forma de escuchar.
Te .gustaba .caminar .por .los .campos .segados .y contar los
días .que xfaltaban xpara xla xcosecha. Apenas xte xquejaste
cuando xdescubrimos xun xtesoro xde xpalmitos xescondidos
lejos .de .casa. A .tientas .hicimos .camino, libres .de .pecado
y con todo el orgullo abandonado en África.
Hoy .maldecimos .la .desdicha .que .hace .un .año te llevó, y
como .si .nada .preguntas .de .qué .tierra .venimos. .Mañana
volveré xal xhospital .xy .xharé .xde xla xhabitación xnuestro
territorio.
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xxxxx10
No xera .así .el .Paraíso. He .llegado .tarde .a .casa, anfitrión
desnudo, .desdentado, .con xla xsaliva xescapando xpor xlas
comisuras y el .recuerdo .de .la .presión de una pistola en la
cabeza.
Como .en .un .juego .infantil .he .escupido .la .suerte .en .la
autopista. Solo .me .queda .descubrir .qué .seremos .cuando
acabe la noche.
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Casas Agustí, Raquel. La mujer bilingüe (Trad. Alberto Tesán y Raquel Casas). Madrid; Bartleby editores, 2021.
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ESPERANDO AL REY DE ESPAÑA
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MÁS ALLÁ DE LOS TRONCOS DE LAS PALMERAS
Libras una batalla que te deja en las palmas las cicatrices de un antiguo destino;
un mapa de la luna
que vi ahí una vez. Y ahora las líneas han formado
ejércitos en marcha
que se agolpan en nuestras vidas
como una invasión del Pacífico Sur.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPero yo no he
entendido el cambio en absoluto.
Mis ojos siguen absortos en el mapa de las llanuras y los mares,
como una bruja del agua cuyas manos fueran
la varilla del zahorí.
Intento acercarme
al punto que vi una vez marcado como «Llanura de Diana», «Mar de las Estrellas Fugaces».
Pero ahora ese espacio está vacío.
Hasta las filas de cuerpos caquis que vi ahí, sudando en formación,
hace tres semanas
han desaparecido.
Ya no hay mano.
Solo una huella.
Nos enseñan que la historia avanza despacio. Los fósiles de tiranosaurio
tienen millones de años de antigüedad.
Pese a eso, tú pareces haberte desvanecido por completo
en tres semanas,
y a mí solo me quedan
unas manos que tiemblan cuando me las llevo a la cara,
porque sienten el agua.
O que se inclinan ante cierta idea de ella.
Más allá de los delgados troncos de las palmeras, en mi casa,
está el océano pacífico.
¿Qué significa
que alguien
haya
existido? ¿Ya no está ahí?
Las líneas de mis manos
no han cambiado nunca.
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BUSCANDO AL REY DE ESPAÑA
Suenan voces de mujer,
como etiquetas de botellas conocidas,
en el corredor.
Y yo, sola, con el kimono amarillo,
pienso en el sueño de anoche.
Sigo siendo aquella niña
que dormía desnuda en el viejo baúl con una colcha bordada
con rosas y signos del zodíaco.
Todavía prende una espada
sobre mi cabeza.
Y debajo de mí, en el arcón,
están los huesos de los muertos.
Despertarme significa enfrentarme a la vida
sin ti,
a quien con tanta imprecisión llamaba El Hombre de la Hebilla de Plata
y hasta le compré esa hebilla
para tener la integridad de la leyenda
en las manos.
Pero, por supuesto, no eras el Hombre de Plata ni el Rey
de España.
Solo un hombre llamado
M.,
como todos.
Las voces de mujer
podrían haberme alertado,
o incluso aquella misteriosa voz de tu padre,
si hubiera escuchado.
Pero esas voces
sonaban como
meros murmullos de corredor,
y yo llevaba entonces también el kimono amarillo,
y escribía,
y escuchaba los sonidos de seda.
Y, estúpidamente,
no oí lo que decían,
porque estaba escuchando música o quizá
otra voz,
una que creía tuya.
El Rey de España, que a menudo pronunciaba palabras de amor.
Aquello debería haber bastado para ponerme sobre aviso:
la voz no era tuya.
Mi amante está tocado por la oscuridad.
Tú, en cambio, M.,
te plantas ahí para que todos te vean.
Ahora ya no se oyen las voces del pasillo.
Pero oigo pisadas.
¿Son las tuyas, visibles, M.,
o pertenecerán esta vez a mi amante de verdad,
el hombre al que he hablado
tantos años en la oscuridad?
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EL REY DE ESPAÑA EVITA EL CONGELADOR
No,
xxxxdices tú,
xxxxxxxxxxxxhabla claro
xxxxxxxxxxxxo cállate.
Y a mí me cuelgan diamantes de los labios,
como la baba a una niña retrasada.
Feamente.
La espantosa realidad. Sin control. De la que ni siquiera podrías
compadecerte.
xxxxxxxxxxxxxPero así llegan
los diamantes.
Y los escorpiones venenosos.
Con serpientes de casi dos metros.
Si te dijera
que me has roto el corazón,
te limitarías a contestar (amablemente):
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«Cuídate».
Como si
de verdad fuera a aplastarte,
en el caso de que fueses un escorpión;
como si fuera a volarte la maldita cabeza,
en el caso de que fueses esa serpiente de cascabel de casi dos metros;
como si pudieras comprender los diamantes que se me caen de la boca,
igual que la leche que le resbala a un bebé despreocupado por la barbilla.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxComo si
el amor fuese algo
que se pudiese
dejar de lado.
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xxxxxxxxxCONTANDO TUS BENDICIONES
CON LOS SEIS DEDOS DE LA MANO: UNA VIGILIA
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx—este libro de horas para todos los hombres
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy mujeres que esperan
Otra vez
las cuatro de la mañana
y yo cansada, aunque sin dormir,
esperando oírte llegar
en esta madrugada lluviosa;
pero me has dicho
que no volverás nunca.
Abajo, en las rocas de nuestra playa,
debe de haber playeros de Alaska.
Yo estoy, por supuesto, en un lugar extraño,
pero sé que en casa
debe de haber palomas torcaces
en los cipreses.
¿Por qué me has dejado?
Me habías dicho que nunca lo harías,
tú, que me rescataste del tintineo de mis solitarias pulseras
hace dos años.
Siento la boca y las mandíbulas
como si fueran de hierro: pesadas y tensas
en una cara de luna.
Dices que yo te he alejado,
pero
¿qué he hecho
sino amarte?
El amor es que alguien fofo haga una hora
de ejercicio en Vic Tanny;
que un alambre de acero te aguante
la mandíbula;
un vino carísimo
estropeado;
un cuerpo dolorido por la gripe.
Yo seguiría sola
y te esperaría,
por fútil que parezca.
Porque te amo
y he aprendido a aceptar el amor
como a las cicatrices
del cuerpo:
representan las partes defectuosas de mí,
pero también
mi identidad.
Eres el hombre al que amo.
Te necesito en casa,
como necesito el fuego,
como necesito agua para beber,
como necesito algo de aire para respirar,
como necesito
(oh, qué banal)
tus ojos, que vieron aquel azulejo índigo
mientras yo buscaba setas
en la tierra mojada.
Una vez me quisiste
por la luna de mis dedos,
pero parece haberse soltado
de su collar, como una hermosa
bola de cristal de Tiffany,
y hecho añicos.
Recojo los pedazos
y los envuelvo cuidadosamente
con la esperanza de que mis dedos
sean algún día lo bastante diestros
como para repararla.
¿Podrías amarme
si vieras pasar esas pequeñas lunas nuevas
como pedos de lobo,
perlas de borrosa geografía,
de la tierra
a mi piel,
si las vieras crecer en mí, como si fuera
un tocón que se pudriese?
Si pudieras, entonces mira,
aquí están,
creciendo en la bruma fría
de mi vida.
Te ofrezco estas lunas
nuevas.
Vuelve.
Esto es un grito de dolor.
Y yo no me llamo lobo.
El Rey de España llama
a la puerta,
pero no le abro.
Sigo esperando.
Te espero
a ti.
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QUEMANDO LOS BARCOS
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Terry Stokes
El sol entra en el piso, por la mañana,
como un bailaor de flamenco:
taconea, afilado, en los tulipanes llameantes,
y balas de luz invernal explotan en los cojines amarillos,
y los delicados zarcillos del helecho plumoso, que gotea una humedad verde,
se abarquillan con los chasquidos de las castañuelas
del sol.
Sola,
ahora,
con el sol como único amante;
y él, invisible, como si viviéramos en algún lugar
al este de… y al oeste de la luna.
Mi manera de significarlo
es encendiendo fuegos. Se me quema la tostada
en el horno por fantasear con un cardenal que cruza, volando,
un árbol en invierno. Mis toallitas de papel, rojas o amarillas,
arden al arder yo,
con un kimono amarillo,
sin apenas reparar en nada, salvo en el amor.
El Rey de España, como siempre misterioso, pero recordándome
su conexión con el fuego, imprime a veces una huella candente
en el cristal de mis enormes ventanas
y, por la noche, veo brillar la punta de un cigarrillo
junto al balcón en el que estoy,
rodeada de oscuridad.
Una vez soñé con quien te degollase y sus actos secretos,
pero me di cuenta de que solo lo veía como
a otro hermoso bailaor,
que saltaba por fin desde un tejado para matarse.
Y de que yo quería como compañero a un banquero, a un corredor de yates, al propietario
de una fundición o a un metalúrgico
de los Andes.
Hombres que cogían al mundo
y le prendían fuego. Y el fatuo bailaor
no podría reírse del sol,
porque también él estaba construyendo un país industrial con el taconeo de sus
botas ajustadas, palmeándome sol en la piel, llenándome de oro
el pelo, y mi delito
no era pasional, sino premeditado.
Les pegaba fuego a todos los puentes después de cruzarlos. Me aseguraba
de que los poetas amables, los vaqueros bobos, los lectores cansados de libros hermosos
o los lotófagos ciegos no pudieran cruzarlos para regresar
a mi vida. Porque
nunca dejé
de saber que quería como compañero a un banquero, a un corredor de yates,
al propietario de una fundición o a un metalúrgico
de los Andes.
Alguien que cogiese el fuego con las manos.
Que forjase con un puente en llamas
y una montaña
un nuevo metal
que salvara el vacío
hasta llegar a mi vida.
El Rey de España, que me ama
y es dueño de cofres repletos de oro robado y de una cabeza llena de poesía
del pasado, resplandece cuando anda,
igual que el oro de su ropa despide la preciosa luz del fuego.
Nunca permitiría que alguien débil entrara o saliera por la puerta
más de una vez.
Todas las mañanas me despierto y veo el sol brillar
en los oros, en los amarillos de los crisantemos, las caléndulas y las amapolas.
Los tengo en los dedos, y reparo
en cómo duermo:
en un anillo de fuego.
Mi lengua es el bailaor de flamenco.
Que baila en puentes en llamas.
Que se despierta, resplandeciente, todas las mañanas,
cuando una luz de oro inunda la ardiente habitación.
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Wakoski, Diane. Esperando al Rey de España (Trad. Eduardo Moga). Madrid; Bartleby editores, 2022.
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DOS POEMAS DE RAQUEL AGUSTÍ CASAS
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ESTE
Creo que podría vivir sin el mar.
Fumar como Bette Davis.
Escribir en otro país.
Esperarte para preparar la mesa.
Saber qué piensas.
Oler el asfalto tras la lluvia.
No amar a Garcilaso.
Comer con los dedos.
Leer el Ulises.
Mirar siempre hacia el este
y no tener miedo de las horas.
Quizás ha llegado el momento de que construya algo.
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SPOOKY
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA veces tengo sueños como mares
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy, cuando me despierto de uno de ellos,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsé que he sobrevivido a otro naufragio.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxAmalia Bautista
Ahora ya no leo novelas de amor.
Ahora me quedo mirando el faro
y las ciénagas que me petrifican.
Soy la mujer bilingüe que ha sobrevivido
a los sueños y a los naufragios.
Por eso bebo cócteles sin parar
y cuando acabo, canto.
Canto, como Ofelia, para que me amen.
Canto en las fiestas, antes de ahogarme.
Canto porque, a pesar de todo, aún tengo miedo.
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Casas Agustí, Raquel. La mujer bilingüe (Trad. Alberto Tesán y Raquel Casas). Madrid; Bartleby editores, 2021.
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COMO AUTOR

'Cantando en voz baja' Ed. Balduque, 2015.

'Una canción en la memoria' Ed. Regional de Murcia, 2006.

'Carta desde el invierno' Ed. Agua, 2005.
COMO ANTOLOGADO

'Pictionary Island'. Concejalía de Cultura. Ayuntamiento de Fuente Álamo de Murcia, 2017.

'Composición de lugar'. La Fea Burguesía, 2016.

'Desde el mar a la estepa' Chamán ediciones. 2016

'En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis'. Ed. Bartleby, 2014.

'Esto no rima (Antología de poesía indignada)'. Ed. Origami, 2012

'Tres heridas. Antología de nueva poesía amorosa española'. Rumanía, 2011

'El llano en llamas'. Asociación Cultural Fractal Poesía, 2011.

'A Pablo Guerrero en este ahora'. Ed. El Páramo, 2010.

'Tributo a Serrat'. Ed. Rama Lama Music, 2007.

'Poesía en el Archivo'. Consejería de Cultura. Murcia, 2007.

'Trazado con Hierro'. Ed. Vitruvio, 2003.

'Actuales inactuales'. Pedro López Martínez, ed. Murcia, 2001.

'Murciajoven'99'. Dirección General de Juventud. Murcia, 2000.

'Goytisolo. Veintisiete voces para un único poema, veintisiete miradas para un mismo rostro'. Ed. Nausícaä, 1999.
COMO EDITOR

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