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Archive for abril 2022

UN POEMA NO ESCRITO

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I

MIENTRAS espero tu llegada mañana, me encuentro pensando Yo te amo: entonces viene el pensamiento: Me gustaría escribir un poema que expresara exactamente lo que quiero decir cuando pienso estas palabras.

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II

ANTE cualquier poema escrito por otro, mi primera exigencia es que sea bueno (quién lo escribió tiene una importancia secundaria); ante cualquier poema escrito por mí mismo, mi primera exigencia es que sea auténtico, reconocible, como mi letra, por haber sido escrito, para bien o para mal, por mí. (Cuando se trata de sus propios poemas, las preferencias de un poeta y las de sus lectores a menudo se superponen pero rara vez coinciden.)

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III

PERO este poema que me gustaría escribir ahora no sólo tendría que ser bueno y auténtico: si ha de satisfacerme, también debe ser verdadero.
xxLeo un poema escrito por otro en el que el poeta se despide de su amada lacrimosamente: el poema es bueno (me conmueve como lo hacen otros buenos poemas) y auténtico (reconozco la «letra» del poeta). Entonces me entero, por una biografía, de que en el momento de escribirlo el poeta estaba mortalmente harto de la chica pero fingía llorar a fin de evitar herirla y provocar una escena. ¿Afecta esta información a mi valoración de su poema? En absoluto: nunca lo conocí personalmente y su vida privada no es asunto mío. ¿Se vería afectada mi valoración si yo mismo hubiera escrito el poema? Así lo espero.

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IV

NO bastaría que yo creyera que lo que había escrito era verdadero: para satisfacerme, la verdad de este poema debe ser manifiesta. Tendría que estar escrito, por ejemplo, de tal manera que ningún lector pudiera leer Yo Te amo como si fuera «yo te amo».

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V

SI yo fuera compositor, creo que sabría crear una pieza musical que transmitiera a un oyente lo que quiero decir cuando pienso la palabra amor, pero me sería imposible componerla de tal manera que él supiera que este amor era sentido por Ti (no por Dios, ni por mi madre, ni por el sistema decimal). El lenguaje de la música es, por así decirlo, intransitivo, y es justamente esta intransitividad lo que hace que no tenga sentido que un oyente pregunte «¿Quiere el compositor decir realmente lo que dice, o sólo está fingiendo?».

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XI

ANTAÑO, un poeta escribía normalmente en tercera persona, y su tema era normalmente las hazañas de otros. El uso de la primera persona lo reservaba para invocar a la Musa o recordarle a su Príncipe que era día de paga; incluso entonces hablaba, no como él mismo, sino en su calidad profesional de bardo.

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XIII

MIENTRAS hable de las hazañas de otros, un poeta no tiene dificultad para decidir qué estilo de discurso adoptar: una hazaña heroica pide un estilo «elevado», una hazaña de astucia cómica un estilo «bajo», etc.
xxPero supón que no hubiera existido Homero, de modo que Héctor y Aquiles se hubieran visto obligados a escribir ellos la Ilíada en primera persona. Si lo que hubieran escrito fuera en todos los demás aspectos el poema que conocemos, ¿no pensaríamos: «Los auténticos héroes no hablan de sus hazañas de esta manera tan grandiosa. Estos tipos deben de estar haciendo teatro»? Pero si es impropio del héroe hablar de sus propias hazañas en un estilo grandioso, ¿en qué estilo puede hablar con propiedad? ¿En uno Cómico? ¿Acaso no lo haremos sospechoso entonces de falsa modestia?

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XIV

EL dramaturgo poético hace hablar a sus personajes en primera persona y, muy a menudo, en un estilo elevado. ¿Por qué no nos molesta esto? (¿En verdad no lo hace?) ¿Es porque sabemos que el dramaturgo que escribió los discursos de esos personajes no estaba hablando de sí mismo, y que los actores que los pronuncian están solamente haciendo teatro? ¿Pueden las comillas hacer aceptable lo que sin ellas molestaría?

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XV

A un poeta le es fácil hablar verazmente de valientes guerreros y de astutos bribones, porque el valor y la astucia tienen sus propias hazañas mediante las cuales manifiestan su carácter. Pero ¿cómo va a hablar el poeta verazmente de los enamorados? El amor carece de hazañas propias: ha de apropiarse del acto de bondad que, en sí mismo, no es una hazaña, sino una forma de conducta (es decir, no una hazaña humana. Si uno quiere, puede llamarlo una hazaña de Afrodita o de Frau Minne o de la Dama Bondad).

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XVI

UNA hazaña atribuida a Hércules fue «hacer el amor» con cincuenta vírgenes en el curso de una sola noche: en razón de eso, uno podría decir que a Hércules lo amaba Afrodita, pero no hablaría de él como un enamorado.

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XVIII

A un poeta le es fácil cantar alabanzas a las hazañas benévolas de Afrodita (llenando su canción de encantadoras imágenes, como el ritual de cortejo del Gran Somormujo o la curiosa conducta del picón macho, y luego todos esos joviales pastores y ninfas que aman como locos sin interrupción, mientras los imperios se levantan y caen) siempre y cuando la considere rectora de las vidas de las criaturas (incluidos los seres humanos) en general. Pero ¿qué papel desempeña Afrodita cuando se trata de un amor entre dos personas con nombres propios y que hablan en primera y segunda persona? Cuando digo Yo Te amo, admito, naturalmente, que le debo a Afrodita la posibilidad general de amar, pero que Yo Te ame es, afirmo, mi decisión (o Tu mandato), no la suya. O así, al menos, lo afirmaré cuando esté felizmente enamorado: si me encontrara infelizmente enamorado (la razón, la conciencia, mis amigos me advierten que mi amor amenaza mi salud, mi bolsillo y mi salvación espiritual, sin embargo permanezco vinculado), entonces muy bien puedo juzgar responsable a Afrodita y considerarme su víctima impotente. Así, cuando un poeta desea hablar del papel de Afrodita en una relación personal, por lo general la ve como una Diosa malévola: no es de felices matrimonios de lo que habla el poeta, sino de historias trágicas y recíprocamente destructivas.

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XIX

EL enamorado infeliz que se suicida no se mata por amor, sino a pesar del amor: para probarle a Afrodita que aún es un hombre libre, capaz de una hazaña humana, no su esclavo, reducido a mera conducta.

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Auden, W. H. Un poema no escrito (Trad. Javier Marías). Barcelona; Reino de Redonda, S. L., 2021.

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TRES POEMAS DEL CUARTO LIBRO DE PROPERCIO

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IV, 7

Los Manes son algo real: La muerte no acaba con todo,
y una sombra pálida vence a la pira y sobrevive.
He creído verla acostarse en mi lecho, a Cintia,
sepultada, poco ha, junto al camino ruidoso,
tras las exequias de mi amada rondábame el sopor
y lamentaba de mi tálamo el reino gélido.
Tenía el cabello igual que cuando la llevaron,
los mismos ojos; había ardido su ropa por un lado,
el fuego había roído la gema habitual en su dedo,
y el agua del Leteo, ajado el perfil de sus labios.
Emitió voz entre suspiros de vida; sus manos,
de pulgares frágiles, vibraron: «Pérfido,
aunque mujer alguna ha de esperarlo mejor,
¿Ya puede el sueño tener fuerzas sobre ti?
Te han dejado ya nuestras fugas a la Subura en vela
y la huella en mi ventana de nocturnos escarceos.
Por la cual ¡Cuántas veces te lancé cuerdas y pendí
para alcanzar tu cuello con mis manos!
Venus mil veces empezó en la esquina y, juntos
nuestros pechos, el manto nos caldeó la calle.
¡Ay del pacto callado, cuyas palabras falaces
lleváronse los Notos sin prestar atención!
Nadie clamó por mí al cerrarse mis ojos:
Un día al menos habría obtenido a tu llamada.
No tocó por mí un guardián con la flauta rajada
y media teja hirió mi cabeza sobre ella.
¿Quién te vio, por fin, encorvado en mi funeral,
quién templar una toga negra con tus lágrimas?
Si te apenó cruzar las puertas, hasta allí al menos
debiste hacer que mi féretro avanzara más despacio.
¿Por qué no pediste, ingrato, vientos sobre mi pira?
¿Por qué mis llamas no olieron a nardos?
No fuera tan gravoso, echar en mi tumba unos jacintos,
sin gastos, y ofrendarle una vieja ánfora.
Que abrasen a Lígdamo — hierros candentes para el esclavo —
lo noté, cuando bebí vino turbio de venenos —
o a Nómade — desvele la astuta sus secretos humores:
Una teja ardiente hará hablar a sus manos torturadas.
La que vieron por las noches, poco ha, barata mercancía,
ahora marca en la tierra su túnica dorada;
recarga pesada carga en injustos canastillos,
de quien acaso habladora mencionó mi rostro.
Pues llevó Pétale coronas a mi tumba,
se siente, aun vieja, sujeta por el cepo inmundo;
azotan a Lálage colgada de su pelo en trenza,
porque osó rogar en mi nombre.
Fundió, tú la has dejado, el oro de mi imagen,
para obtener una dote de mi pira ardiente.
Mas no voy a censurarte, Propercio, aunque lo merezcas:
Fue largo mi reinado en tus libros.
Yo te juro, por el canto de los hados que nadie invierte,
y así me ladre dulcemente el can de tres cabezas,
que te fui fiel. Si te engaño, una víbora
silbe en mi túmulo y anide en mis huesos.
Pues dos sedes caen en suerte tras el río lamentable,
y la tumba entera rema por aguas divergentes.
Arrastra una corriente el crimen de Clitemnestra, y lleva
un monstruo en leña, la falsa vaca cretense.
Hay otro grupo, que un esquife coronado arrebató,
donde un viento feliz mece las rocas Elisias,
donde la flauta armoniosa y los címbalos rotundos
de Cibeles y los plectros Lidios suenan en coros mitrados.
Andrómeda e Hipermestra esposas sin doblez
cuentan momentos conocidos de su historia:
Una lamenta los morados en sus brazos por cadenas
maternas y las rocas frías que sus manos no merecieron;
narra Hipermestra la enorme osadía de sus hermanas,
y que ella no tuvo ánimos para un crimen tal.
Así el amor de nuestra vida sancionamos con lágrimas
de muerte: Yo encubro muchas de tus crueles traiciones.
Ahora te daré un encargo, por si te conmueves,
si no te dominan del todo las hierbas de Cloris:
Nada le falte en sus temblorosos años a mi aya
Partenie: Pudo aprovecharse y no lo hizo contigo.
Latris, mi favorita, cuyo nombre es por su oficio,
no le presente al espejo a tu nueva dueña.
Y los versos que a mi nombre compusiste,
quémamelos: No te guardes mis loas.
Aparta de mi tumba la hiedra, cuyos corimbos hinchados,
ligan mis tiernos huesos con su embrollado follaje.
Por donde el Anio yace entre manzanares enramados,
y el marfil, por gracia de Hermes, no pierde su color,
allí, sobre una columna, escribe unos versos dignos,
pero breves, que los lea el conductor que sale de la urbe:
AQUÍ EN TIERRA TIBURTINA YACE LA DORADA CINTIA:
UNA GLORIA, ANIENO, SUMÓSE A TU RIBERA.
No ignores los sueños que llegan por las puertas pías,
si te llegan piadosas, son sueños de peso.
De noche vagamos, la noche libera las sombras presas,
y, a un lado el cerrojo, erra hasta Cerbero.
La ley manda que, al alba, volvamos al remanso Leteo:
Nos llevan y el barquero censa la carga que arrastra.
Ahora, que otras te posean; pronto te gozaré sola:
Vas a estar conmigo, y nos estrecharemos hueso contra hueso.»
Y al acabar sus lamentos, quejosa conmigo,
su sombra se esfumó de entre mis brazos.

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IV, 8

Sabed qué ha revuelto anoche las húmedas Esquilias,
cuando los vecinos corrieron en turba por el parque nuevo.
Guarda un dragón añoso la vieja Lanuvio,
allí, por rara, no es perder el tiempo la parada,
por donde la sacra cuesta se pierde en una ciega boca,
por donde se inicia (¡cuida virgen esa trayectoria!)
el culto a la sierpe hambrienta, que pide su alimento
anual y silba retorciéndose al fondo por la tierra:
A semejantes ritos, bajan las chicas pálidas,
al ofrecer su mano temeraria a la boca del monstruo.
Llévase él la comida que la virgen le ofrece:
En manos de la virgen, tiembla hasta la canastilla.
Si eran castas, échanse de nuevo al cuello de sus padres,
claman los labradores: «Va a ser un año fértil.»
Caballitos rapados me llevaron allí a Cintia:
Juno fue la causa, más causa fue Venus.
¡Dime Apia, te lo ruego, qué gran triunfo, tú lo has visto,
la llevó a rienda suelta por tus adoquines!
(Tras la zafia bronca que se armó en anónima taberna,
si sin mí, no sin mancha de mi fama.)
Se exhibió en el banco delantero con las piernas colgando,
osó mover las bridas por lugares de vergüenza.
Y me callo las sedas del carro del niñato lampiño,
y sus canes Molosos de guarnecido collar,
que venderá a cambio de un rancho inmundo,
cuando esa barba, que le ofende, venza sus pómulos rasos.
Estando nuestro lecho tantas veces ofendido,
quise dejar el cerco y cambiar de cama.
Cierta Filis vive cerca de la Diana Aventina,
sobria es poco grata: Cuando bebe, le va todo.
Por los jardines Tarpeyos vive otra, Teya,
cándida, mas, bebida, con uno tiene poco.
Las invité por la noche decidido a consolarme,
y renovar mis andanzas con distintas Venus.
Sólo un diván teníamos los tres en un rincón del césped.
¿Me preguntas mi sitio? Me puse entre las dos.
Lígdamo, el servicio; vajilla estiva de cristal
y el toque griego de un vino de Metimna.
Tuyo era, Nilo, el flautista; Filis, a sus castañuelas;
Unas rosas frescas prestas a esparcirse por azar,
y hasta un enano, de miembros mal formados,
lanzaba sus cortas manos al son del hueco boj.
Ni la llama estaba quieta en el candil repleto,
y la mesa se volcó patas arriba.
Yo también buscaba a Venus en la suerte de los dados;
pero siempre me saltaban los malditos canes.
Ellas cantaban a un sordo, mostraban su pecho a un ciego:
¡Ay de mí! Yo estaba solo a las puertas de Lanuvio.
De pronto sonaron roncas las hojas en sus goznes,
y ligeros murmullos ante los Lares de la entrada.
Al punto, abre Cintia, de golpe, las batientes,
sin cuidar sus cabellos, furiosa y atractiva.
Mi copa resbaló de entre mis dedos trémulos,
mis labios sin vino perdieron el color.
Me fulminan sus ojos, tan irritada como mujer puede,
la toma de una ciudad no fue mayor espectáculo.
Lanza sus uñas airadas contra el rostro de Filis:
Teya asustada pide a voces agua a los vecinos.
Las antorchas que traen, turban el sueño de los Quírites,
todo el barrio retumba aquella noche loca.
Con el pelo en desorden y las túnicas sueltas,
la primera tienda de la calle oscura las acoge.
Cintia goza su triunfo y victoriosa vuelve,
y me hiere la boca de un revés,
y me marca el cuello, y me muerde hasta sangrar,
y me da en los ojos, sobre todo, que lo han merecido.
Cuando ya sus brazos estuvieron hartos de pegarme,
Lígdamo, oculto a los pies del diván por la izquierda,
es descubierto y, arrastrado, implora mi asistencia.
Lígdamo, no pude: Estaba cazado como tú.
Con palmas suplicantes, fui por fin a pedir paz,
entonces me ofreció apenas los pies para rozárselos,
y dijo: «Si quieres que perdone la culpa cometida,
atiende qué términos habrá en nuestro tratado.
No pasearás arreglado bajo el pórtico de Pompeyo,
ni por el Foro cubierto de arena, en los juegos.
Ojo con volver el cuello hacia lo alto del teatro,
o a que te entretenga una litera abierta.
Sobre todo, Lígdamo, causa de todas mis penas,
quede en venta y lleve grilletes en los pies.»
Dictó sus leyes, respondí: «Voy a seguir tus leyes.»
Tras imponer su voluntad, rió satisfecha.
Cualquier lugar, por fin, que pudieron tocar extrañas
chicas, perfuma, y purifica con agua los umbrales,
ordena cambiar de nuevo todos los candiles
y me impregna tres veces la cabeza de azufre.
Y tras cambiar una a una las mantas del lecho,
di la cara y cruzamos nuestras armas en la cama.

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IV, 11

Deja, Paulo, de agobiar con lágrimas mi sepulcro.
No se abren a preces las puertas de la oscuridad;
en cuanto los muertos pasan bajo leyes infernales,
los accesos se vuelven de implacable acero.
Aunque el dios del palacio sombrío te oiga rogar,
sordas las orillas beberán tus lágrimas.
Los de arriba atienden tus votos: cuando el barquero
cobra, una puerta mortecina cierra las verdes tumbas.
Lo cantaron las trompas así, al llevarse mi vida
la antorcha enemiga que aplicaron a mi féretro.
Mi unión con Paulo, los carros ancestrales, o las prendas
ingentes de mi fama ¿De qué me han servido?
Cornelia no tuvo unas Parcas menos impasibles:
soy un peso que recogen cinco dedos.
Noches malditas y, vosotros, calmo arroyo, ciénaga
todo el agua que rodea mis pies,
aunque joven, he llegado acá sin maldades:
Juzgue mi sombra con piedad el Padre de aquí.
O si Eaco se sienta de juez, la urna ya a punto,
disponga de mis huesos una tablilla a suertes.
Tomen asiento los hermanos y, junto al sitial de Minos,
en el foro atento, una turba de Euménides.
Sísifo, detén tu piedra; cesen las vueltas de Ixión;
agua que engañas a Tántalo, quédate a su alcance;
no persiga hoy sombras el maligno Cerbero;
yazga laxa su cadena y la aldaba en silencio.
Yo misma me defiendo; si miento, agobie mis hombros
la cántara estéril pena de las hermanas.
Si uno goza de gloria por triunfos ancestrales,
reinos Afros hablan de mis abuelos Numantinos;
otras gentes les comparan, por mi madre, a los Libones,
y ambas casas se apoyan en sus propias leyendas.
Pronto, tras ceder mi pretexta a antorchas nupciales,
y otra cinta ceñir mis cabellos recogidos,
me uno, Paulo, a tu lecho para dejarte así:
Leerán en mi lápida que sólo me casé contigo.
Juro, Roma, por las cenizas ancestrales a tu cuidado,
bajo cuyas inscripciones yaces, África, malherida,
y Perseo, quien se enardecía con su ascendiente en Aquiles,
y arrasó casas tuyas con su ascendiente en Aquiles,
que nunca influí en la ley censoria, ni tampoco
mis faltas han enrojecido vuestros fuegos.
No fue Cornelia un baldón de semejantes reliquias:
Ella era miembro modélico de una gran casa.
No me mutaron los años: sin tacha están todos;
entre antorcha y antorcha, mi vida fue ejemplar.
Natura me dio leyes que transmitió la sangre,
no se puede ser mejor por miedo a un juicio.
La urna puede traerme un dictamen severo:
De sentarse a mi lado, ninguna se avergonzará,
ni tú, que moviste a Cibeles retenida,
Claudia, ministra sin par de la diosa con torre,
ni aquella cuyo blanco lino emitió llama viva,
al reclamarle Vesta sus fuegos apagados.
Ni a ti, Escribonia, madre, dulce faz, te he ofendido:
¿Qué quieres que haya cambiado en mí, sino el destino?
Me honro con las lágrimas maternas y las quejas
de la urbe, y defiende mis huesos el llanto del César.
Repite que viví como una hermana digna de
su hija, y vimos brotar lágrimas de un dios.
Merecí vestir el premio a mi fecundidad,
no se me hizo presa de una casa estéril.
Tú, Lépido, y tú, Paulo, mi consuelo tras el hado,
en vuestros brazos se cerraron mis ojos.
Vi a mi hermano repetir la silla curul;
cónsul, perdió a su hermana en tan fausto tiempo.
Hija, que naciste para orgullo de un padre censor,
haz por tener, imitándome, un solo marido.
Refuerza la estirpe con tu prole: Bien sale mi barca,
si hay tantos de los míos para abundar mis actos.
Es mi última gracia, un triunfo femenino,
si loa la fama libremente la pira que lo mereció.
Ahora te encomiendo a nuestros hijos, prenda común:
Esta cuita vive grabada en mis cenizas.
Ejerce las funciones de madre y padre: Todos
ellos, mi tropel, se habrán de colgar de tu cuello.
Si lloran y les das besos, añade los de su madre:
Ya empieza a pesar sobre ti toda la casa.
Y si te has de lamentar alguna vez ¡que ellos no lo vean!
¡Engaña sus besos, cuando lleguen, con tus mejillas secas!
Te han de bastar las noches, Paulo, que me eches de menos,
y los sueños que te fijan mil veces mi rostro:
Cuando hables en secreto a mi imagen,
dime cada palabra como si fuera a contestar.
Si alguna vez cambiara el lecho ante la puerta,
y una madrastra se sienta cauta en mi diván,
hijos, load y conllevad la boda de vuestro padre;
vencida por vuestras formas, ella rendirá sus fuerzas;
no alabéis a vuestra madre en demasía: Comparada
a la anterior, tomará en contra suya palabras francas.
Si él me recordara y siguiera feliz con mi sombra
y tanto pensara que valen mis cenizas,
ved desde ahora que le vendrá la vejez,
no le queden resquicios a la pena de un viudo.
Que tengáis en vida lo que me arrebataron:
Goce Paulo su vejez gracias a mis hijos.
Sea para bien: nunca tomé lutos de madre;
toda mi prole ha venido a mi entierro.
Termino mi alocución. Alzaos, presentes y lloradme,
mientras la tierra me paga gustosa mi vida.
El cielo se abre a la honradez: Sea yo digna
de que mi virtud lleve mis restos por aguas de honor.

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Propercio. Elegías (Trad. Pedro Luis Cano Alonso). Barcelona; Bosch Casa Editorial, 1985.

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UN POEMA DE ‘SI PREGUNTAN POR MÍ’

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PAN Y CEBOLLA

Te quiero, vida mía,
le dije enamorado junto al río,
cogiéndola del talle,
abrazándola
y buscando sus labios de cereza.
La tarde descendía
como una flor de oro sobre el mundo.
Ella sintió que el aire
le traía el perfume de la vida,
que la música hermosa del amor sonaba
tan sólo para ellos.
Pasó la primavera. Y el verano.
Y la dicha que ambos compartían
parecía que nunca llegaría a su fin.
Los sueños y los hijos pasaron como sombras.
El otoño. El invierno. Otra vez el verano.
La vida comenzó a enseñarles los dientes.
El aire se hizo viento
que golpeó ventanas, tejados y desvanes.
El pan y la cebolla
cedieron su lugar a las ortigas.
El dios de la rutina hizo el resto.
Voy a acabar contigo, mala puta,
le dijo con rencor en la cocina,
cogiéndola del pelo,
arrastrándola.
Y de nada sirvieron los llantos, las palabras
que exclamaron sus labios de cereza.
La tarde descendía
como un sudario oscuro sobre el mundo.

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Barat, Juan Ramón. Si preguntan por mí. Sevilla; Ed. Renacimiento, 2021.

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POEMAS DEL TERCER LIBRO DE PROPERCIO

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III, 4

Guerra a los ricos Indos prepara el divino César
y hendir aquel mar rico en perlas con sus naves.
Buen botín, señores: triunfos dispone la tierra lejana.
Tigris y Éufrates fluirán bajo tus leyes; tarda,
mas provincia vendrá a ser por los fascios Ausonios;
se habituarán los trofeos Partos al Júpiter latino.
¡Marchad, ánimo, dadle trapo a esa proa experta en guerra
y llevad la carga habitual de caballos armados!
Canto faustas profecías: ¡Vengad la derrota de los Crasos!
¡Id a velar por la Historia de Roma!
Padre Marte y fuegos proféticos de la sagrada Vesta,
antes de mi muerte, os ruego, sea el día
en que pueda ver los carros del César cargados de expolios,
y, a los aplausos de la plebe, pararse los caballos.
Y apoyado en el regazo de la chica amada, empiece
a observar, y lea en carteles las ciudades presas,
los dardos de jinetes en fuga, los arcos de infantes en calzón,
y a los generales prisioneros sentarse bajo armas.
Cuida tu prole, Venus, quédese para siempre
el líder que ahora ves descendiente de Eneas.
Sea el botín para quienes lo merecieron por su esfuerzo:
A mí, me basta aplaudir en la vía Sacra.

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III, 8

Hasta el fin de los candiles disfruté la bronca,
todas las maldiciones de tu voz colérica,
cuando frenética del vino, tumbas la mesa y con mano
colérica me echas por encima una cumba llena.
¡Tú, audaz no obstante, tírame del pelo.
Márcame el rostro con tus preciosas uñas,
tú, amaga quemar mis ojos con una llama en ristre,
rásgame las ropas y descubre mi pecho!
Seguro que ofreces signos de pasión auténtica:
Pues ninguna mujer sufre si no hay amor profundo.
La mujer que lanza amenazas con rabiosa lengua,
también se revuelve a los pies de la gran Venus;
si avanza arropada por un grupo de guardianes,
o sigue, lanzada cual Ménade, el centro de la calle,
se asusta a veces temerosa de un sueño demencial,
la mueve a encelarse una joven pintada en un cuadro,
yo soy arúspice veraz en sus tormentos anímicos,
sé que son marcas frecuentes de amor firme.
No hay firme lealtad que no revierta en broncas:
Caiga sobre mis enemigos una chica pasiva.
Véanme en el cuello mis amigos marcas de mordiscos;
muestren mis moraduras que ella ha estado conmigo.
En amor quiero sufrir u oír cómo sufres,
ver mis propias lágrimas o ver las tuyas,
cuando me envías mensajes ocultos con tus cejas,
o trazas con tus dedos signos que he de callar.
Odio los sueños que no fuerzan suspiros:
quisiera estar siempre pálido, si ella está irritada.
Era pasión bien dulce para Paris, entre armas griegas
poder hacer gozar a su Tindárida:
Vencen los Danaos, queda en pie el bárbaro Héctor,
pero él resuelve su mejor combate en el vientre de Helena.
Guerra contigo, o por ti con mis rivales,
siempre mantendré, no me gusta estar en paz contigo.
Goza que nadie es tan bella como tú: doliérate
si una hubiera; ya puedes estar contenta.
Mas a ti, que has tendido redes sobre mi lecho,
¡Que te acompañe un suegro para siempre y una madre en casa!
Si algo has sacado de una noche de cólera,
ha sido enfadada conmigo, no porque te ame.

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III, 9

Mecenas, équite de sangre de reyes Etruscos,
que ansías estar a la altura de tu suerte,
¿por qué me entrometes en tan vasto mar literario?
No valen a mi esquife velas grandiosas.
Es necio cargar tu cerviz de un peso que no aguantas
y, al punto abatido, doblar las rodillas y huir.
No todo es apto igualmente para todos,
ni se obtiene palma alguna entre carros empatados.
Lisipo se gloria de esculpir estatuas con alma,
Calamís se me jacta del detalle en sus caballos.
En la tabla de Venus, Apeles se gana la cúspide;
Parrasio reivindica un lugar para sus miniaturas;
los temas de Mentor han superado sus formas,
el acanto de Mios dibuja una curva delicada.
El Júpiter Fidíaco se honra con su estatua de marfil.
El mármol valora a Praxíteles fuera de su ciudad.
A unos, les atrae la palma a las cuádrigas en Elea,
a otros nacióles la gloria en sus pies veloces;
uno es semilla de paz, otro adepto a las armas castrenses.
Cada uno sigue el impulso de su naturaleza.
Yo he recibido, Mecenas, los preceptos de tu vida,
y me siento obligado a superar tus ejemplos.
Aunque puedes imponer por honra de Roma
los fascios señores, tus leyes, en medio del foro;
ir entre lanzas de Medos que te son hostiles,
y cargar tu casa de armas colgadas;
y César te da fuerzas para hacerlo, y en todo
momento se te ofrecen medios tan idóneos;
Eres prudente y te recoges entre tenues sombras:
Y tú mismo moderas el seno inflado de tus velas.
Créeme, esa sensatez igualará a los grandes
Camilos, e irás tú también en boca de los hombres,
y dejarás tus huellas junto a la fama de César:
Será trofeo cierto de Mecenas su fidelidad.
Yo no surco el mar extenso en buque de vela:
Todo descanso está cabe un pequeño río.
No lloraré que asentaran un muro en las ceniza
del padre de Cadmo ni siete combates perdidos igual;
ni cantaré las ciudades Esceas y Pérgamo de Apolo
y las naves de Danaos volviendo tras diez años,
cuando holló la ciudad de Neptuno con arado griego
el ligneo caballo vencedor por arte de Palas.
Me bastará gustar entre libros de Calímaco
y cantar a tu ritmo, poeta de Cos.
¡Calienten a los chicos y a las chicas mis poemas,
clámenme dios, dedíquenme ritos!
Cantaré bajo tu guía las guerras de Jove, a Ceo
contra el cielo y a Oromedonte en la cumbre del Flegreo;
los altos palacios trazados por toros Romanos
loaré, y las firmes murallas sobre el cadáver de Remo,
los dos reyes nutridos de una ubre salvaje,
y mi genio se crecerá a tus órdenes;
proseguiré por los carros que aclamen ambas costas
y los dardos arrojados en la fuga astuta de los Partos,
y arrasado por espadas romanas el cuartel de Peluso,
y las manos de Antonio que causaron su muerte.
Toma, Campeón, las riendas tiernas de una nueva juventud.
Dame con tu diestra señal de marchar sobre mis ruedas.
Tú me concedes, Mecenas, esta loa y, gracias a ti,
yo mismo cantaré que estuve de tu lado.

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III, 10

Me intrigó, tan temprano, a qué vendrían a verme
las Camenas, de pie ante mi lecho, con el sol aún rojizo.
Me anunciaron el cumpleaños de mi compañera
y a sus manes dedicaron tres faustos aplausos.
Pase sin nubes este día, quietos los vientos en el aire.
Deponga el agua dulcemente en seco su amenaza.
No he de ver sufrir a nadie a la luz de hoy;
reprima a Niobe sus lágrimas la misma piedra;
descansen su pico los alciones, depuestas las quejas;
no clame su propia madre la pérdida de Itis
y tú, querida mía, nacida bajo augurios felices,
álzate y reza lo oportuno a los dioses atentos.
Pero antes, sacúdete el sueño con agua pura,
y atusa tu espléndido cabello con el pulgar.
Luego, la ropa con que prendiste los ojos de Propercio,
la primera, póntela y no dejes sin flores tu cabeza;
pide que esa tu belleza, que avasalla, sea perenne,
y se asiente por siempre tu poder sobre mi voluntad.
Cuando hayas honrado con incienso las aras coronadas
y brillado por todo tu hogar una luz favorable,
piensa en la mesa y corra entre copas la noche,
y un ónice de mirra llene las narices de azafrán.
Ronca la flauta sucumba a los bailes nocturnos,
libera tus palabras de picardía.
El dulzor de la fiesta cambie los sueños ingratos;
vibre el ambiente de la calle vecina:
echemos a suertes, un tiro de tabas por intermediario,
a quién el niño atiza más fuerte con sus alas.
Cuando pase el tiempo entre copas abundantes,
y Venus oficie liturgias nocturnas,
cumplamos los ritos anuales en nuestro tálamo,
y acabemos así el curso de tu aniversario.

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III, 12

¿Póstumo, has podido abandonar a Gala llorando,
y seguir, soldado, las banderas poderosas de Augusto?
¿Vale tanto la gloria de expoliar a los Partos,
para no cumplir los mil ruegos de tu Gala?
Si hay dios, ¡Moríos de una vez todos los mezquinos,
y cuantos anteponen las armas a una cama fiel!
Pero tú, necio, cubierto del capote que vistas
tendido beberás en tu casco agua del Araxes.
Ella languidecerá entre tanto con tu vacua fama,
no vaya a serte amargo ese tu valor,
no gocen de tu muerte las saetas Medas,
o de tu áureo caballo, un hombre de coraza férrea.
Ni traigan en una urna un poco de ti a llorarlo:
Vuelven así los que mueren en aquellos lugares,
¡Feliz tres o cuatro veces, Póstumo, con tu Gala fiel!
Con esas costumbres no te mereces tu compañera.
¿Qué hará una chica desprotegida de respeto alguno,
si Roma ha de mostrarle sus lujuria?
Mas ve tranquilo, los obsequios no vencerán a Gala;
que ella no se acordará de tu frialdad.
Y si un día los hados te devuelven salvo,
Gala irá fiel a colgarse de tu cuello.
Póstumo será Ulises de admirable esposa:
Tantas esperas prolongadas no le afectaron,
diez años de guerra y el nombre Ismaro de los Ciconios,
Calpe y, enseguida, Polifemo, tus mejillas chamuscadas,
las ilusiones de Circe, los lotos y las hierbas tenaces,
y Escila y Caribdis cortadas entre dos aguas,
los novillos de Lampetie mugiendo en espetos ítacos
(para Febo los apacentaba su hija Lampetie)
y huir el tálamo de la chica de Eea sollozante,
y nadar tantas noches de invierno y tantos días,
entrar en la oscura morada de ánimas silentes,
cruzar el mar de las sirenas, sordos los remeros,
retomar viejos arcos y matar pretendientes,
y así poner fin a su errar.
No fue en vano, que su casta esposa lo esperaba en casa.
Aelia Galla vence a Penélope en fidelidad.

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III, 14

Admiro mucho, Esparta, las normas de tu palestra,
y sobre todo el acierto del gimnasio femenino,
porque chicas desnudas practican sin desdoro
juegos físicos y luchan entre hombres,
la pelota esquiva a veces golpes veloces de sus brazos,
y una curva llave tintinea sobre el aro en marcha;
polvorienta, una mujer se planta al fin de la meta,
o soporta los golpes del duro pancracio:
Una se liga con cuerdas los brazos gozosos a un cesto,
otra rueda en círculos el peso del disco,
y, a poco, cubierto su pelo de nieve, persigue
perros del país por las lejanas cumbres del Taigeto.
Cabalga en la pista, ciñe de espada su níveo costado,
y guarda su cráneo virginal bajo yelmo de bronce,
cual Amazonas agresivas de pecho desnudo
lavándose en tropel en aguas del Termodonte:
Cual Cástor y Pólux en la ribera del Eurotas;
uno futuro vencedor con sus puños, otro a caballo,
y entre ellos Helena se dice que tomaba las armas,
a pecho desnudo, sin azorarla los dioses hermanos.
La ley Espartana veta separar a los amantes
y se puede estar al lado de ella en una esquina.
No hay celos ni control de una chica guardada,
ni que esperar cruda venganza de un hombre austero.
Hablas tranquilo de tus cosas sin enviar delante
a nadie: No hay rechazos tras larga espera.
Las ropas de Tiro no engañan a los ojos errantes,
ni molesta la obsesión de perfumarse el cabello.
La mía va rodeada de una turba enorme.
No hay ni pobre hueco por donde quepa un dedo.
Qué cara hay que poner, qué frase hay que decir
con súplica, no encuentras; avanza el amador a ciegas.
Conque si imitaras, Roma, las normas púgiles
a los lacones, yo te querría más por ese favor.

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III, 15

Así yo no vuelva a conocer riñas de enamorados;
ni me llegue la noche para velar sin ti:
Cuando cubrieron la inocencia de mi toga pretexta
y me dejaron conocer la senda del amor;
ella supo animar mis impulsos novicios, las primeras
noches; ¡Ay Licina, conseguida sin regalos!
En los tres últimos años (no es mucho menos),
apenas creo que hayamos cruzado diez palabras.
Tu amor lo ha sepultado todo, no hay mujer después de ti
que haya encadenado dulcemente mi cuello.
Dirce será testigo, tan cruel con un crimen de verdad,
de que Antíope, la de Nicteo, se acostó con Lico.
¡Ay cuántas veces la reina agarró sus hermosos cabellos
y batió con mano despiadada el tierno rostro!
¡Ay cuántas veces cargó a su criada faenas desmedidas
y la ordenó apoyar su cabeza en la dura tierra!
Con frecuencia dejó que habitara inmundas tinieblas;
nególe, aun sedienta, con frecuencia un trago vil.
Júpiter, ¿No auxilias a Antíope que aguanta
tanto mal? Una dura cadena lacera sus manos.
Si eres dios, te deshonra que tu amante sirva:
Antíope encadenada, ¿A quién clamará sino a Jove?
Aunque sola, algunas fuerzas quedábanle en el cuerpo,
rompió con sus manos los grillos reales.
De allí corrió con pie vacilante a la cumbre del Citerón.
Era de noche, triste su escondite, cubierto de hielo.
A veces el vago rumor del fluir del Asopo la crispó,
creyendo que los pies de su ama veníanle a la zaga.
Probó la dureza de Zeto y a Anfión, ante su pena
tierno, y, aun madre, fue apartada a los establos.
Y como los mares, al cesar sus magnas fluctuaciones,
cuando el Euro deja de soplar con el Noto en contra,
y, en la playa calma, para el rugir de la arena,
así cae de rodillas la mujer desvanecida.
Tardía, mas piedad: Los hijos comprenden su error.
Digno anciano que cuidas de los hijos de Jove,
tú devuelves la madre a sus hijos; hijos que ataron
a Dirce a la cabeza de un toro salvaje.
Antíope, d gracias a Júpiter; la gloria, Dirce,
te lleva a morir sobre muchos lugares.
Se cubren de sangre los prados de Zeto y Anfión vencedor
cantaba, Aracinto, sobre el podio de una de tus rocas:
Deja pues de vejar a Licina, es inocnte.
Tu ira desatada no sabe detener su paso.
No atiendan tus oídos los rumores sobre mí:
Te amaré a ti sola hasta en mi pira funeraria.

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III, 16

Media noche y me llegó una carta de mi dueña:
Me ordenaba ir a Tibur sin perder tiempo,
donde techados blancos destacan un par de torres,
y el agua del Anio cae en amplios estanques.
¿Qué hacer? ¿Arriesgarme a cruzar las tinieblas
aun temiendo manos audaces sobre mi persona?
Si difiero sus órdenes por miedo,
me daría más su llanto que un ataque nocturno.
Le falté una vez, y me echó todo un año:
Ella no se me queda las manos quietas.
No hay nadie que haga daño a los amantes, son sagrados:
Pueden cruzar por el camino de Escirón.
Quien va a amar, aunque vaya por orillas de Escitia,
nadie querrá ser tan bárbaro que le haga daño.
La luna guía el camino, los astros muestran los baches,
Amor mismo blande al frente antorchas encendidas,
Los crueles ladridos de perros ahuyentan las fauces abiertas;
de este modo, el camino es seguro a cualquier hora.
¿Quién es tan malvado de mancharse con la pobre sangre
de un amante? Desvalidos, Venus misma va con ellos.
Y si una mente cierta me siguiera acaso,
pagaría a buen precio muerte semejante.
Ella me traerá perfumes y ornará mi sepulcro
de coronas y hará, sentada, guardia ante mi tumba.
Quiera el cielo que no entierren mis huesos en zona
pública, por donde el vulgo pasa cada día.
Tras la muerte, ofende a los amantes una tumba así.
Cúbrame la fronda de un árbol en terreno apartado,
o unos troncos cercando una tumba de arena incógnita:
No me atrae tener un epitafio en medio de la calle.

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III, 19

Me reprochas muchas veces mi pasión:
Debes creerme, en vosotras puede más.
Vosotras, roto el freno del pudor que os condiciona,
no sabéis mesurar la obsesión que os domina.
Antes va a calmarse la llama en la espiga prendida,
los ríos volver el curso hacia sus fuentes,
ofrecer un puerto plácido las Sirtes, o la cruel
Malea buenas playas en resguardo de marinos,
que un hombre pueda controlaros vuestros devaneos
y cortaros los arranques de furor insensato.
Testigo, la que soportó la arrogancia del toro de Creta,
y usó una falsa cornamenta de vaca en madera;
testigo la Salmónida que ardió por Enipeo de Tesalia
y quiso estar debajo del líquido dios.
Vicio fue el de aquella Mirra, que enamorada de su viejo
padre, se fundió en las hojas de un nuevo árbol.
¿Pues qué voy a contar de Medea, en cuya historia
el amor de una madre se vengó con la muerte de sus hijos?
¿Y qué de Clitemnestra, por cuyo adulterio
la casa de Pélope tiene en Micenas mala fama?
¿Y tú, Escila, que vendida a la planta de Minos
le segaste los reinos a tu padre con su mechón púrpura?
¡Vaya dote le entregó la novia a un enemigo!
Niso, amor abrió tus puertas fraudulento.
No está mal que Minos se siente de juez en el Orco:
Aun vencedor, fue ecuánime con su enemigo.
Pues (solteras, prended vuestras antorchas con más suerte)
la chica pende a rastras de una nave cretense.

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III, 24

Falsa es mujer esa altivez de tu belleza,
que antaño hicieron mis ojos soberbia en demasía.
Fue mi amor, Cintia, quien te atribuyó tales loas.
Te azora ser famosa por mis versos.
A veces uno, al elogiarte, rasgos diferentes,
cómo mi amor te pensaba, aunque no fueras;
he igualado tantas veces tu color al rosa de Eoo,
cuando habías fingido el candor de tu rostro:
No podían arrebatármelo los amigos de mi padre
ni borrarlo una maga Tesalia con el ancho mar.
Ni el hierro me forzó, ni el fuego, ni siquiera
náufrago — lo confieso — el mar Egeo:
Bullía enajenado en la cruel caldera de Venus;
estaba atado con las manos a la espalda.
He aquí que mis naves han tocado puerto engalanadas,
tras cruzar las Sirtes he soltado el ancla.
Ya reposo por fin, cansado de mi larga fatiga,
ya sanaron en conjunto mis heridas.
Buen sentido, si eres diosa, ¡me ofrendo en tus altares!
Sordo había ignorado Júpiter mis votos.

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III, 25

Se burlaban de mí los comensales sentados a la mesa,
y todos podían murmurar sobre mí.
He podido servirte fielmente cinco años:
Llorarás mil veces mi lealtad mordiéndote las uñas.
N me afectan tus lágrimas: Me cazó esa habilidad.
Siempre sueles llorar, Cintia, para engañarme.
Me iré llorando, mas tu infamia supera mi llanto:
Eres tú quien impide que un yugo siga uniéndonos.
Líbrense ya los umbrales quejosos de mis palabras,
no quiebren tu puerta mis manos airadas.
¡Que el peso del tiempo te apremie los años ocultos,
y llegue la arruga siniestra a tu hermosura!
Luego desearás cortar de raíz tus canos cabellos,
mientras el espejo te increpa ¡ay! tus arrugas,
rechazada a tu vez, aguantarás soberbias arrogancias,
¡Y te quejarás, ya vieja, de actos que cometiste!
Éste es el cruel pronóstico que te auguran mis páginas:
¡Aprende a temer la pérdida de tu belleza!

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Propercio. Elegías (Trad. Pedro Luis Cano Alonso). Barcelona; Bosch Casa Editorial, 1985.

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HÉCTOR VIEL TEMPERLEY

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Hospital Británico

Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo. (1984)

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Larga esquina de verano

¿Nunca morirá la sensación de que el demonio puede servirse de los cielos, y de las nubes y las aves, para observarme las entrañas?
xxxAmigos muertos que caminan en las tardes grises hacia frontones de pelota solitarios: El rufián que me mira se sonríe como si yo pudiera desearla todavía.
xxxSe nubla y se desnubla. Me hundo en mi carne; me hundo en la iglesia de desagüe a cielo abierto en la que creo. Espero la resurrección —espero su estallido contra mis enemigos— en este cuerpo, en este día, en esta playa. Nada puede impedir que en su Pierna me azoten como cota de malla —y sin ninguna Historia ardan en mí— las cabezas de fósforos de todo el Tiempo.
xxxTengo las toses de los viejos fusiles de un Tiro Federal en los ojos. Mi vida es un desierto entre dos guerras. Necesito estar a oscuras. Necesito dormir, pero el sol me despierta. El sol, a través de mis párpados, como alas de gaviotas que echan cal sobre toda mi vida; el sol como una zona que me había olvidado; el sol como un golpe de espuma en mis confines; el sol como dos jóvenes vigías en una tempestad de luz que se ha tragado al mar, a las velas y al cielo. (1984)

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Viel Temperley, Héctor. Hospital Británico. Madrid; Ed. Cartonera del Escorpión Azul, 2021.

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POEMAS DEL SEGUNDO LIBRO DE PROPERCIO

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II, 1

Os preguntáis por qué describo amores tantas veces
por qué a mis labios llega siempre una obra dulce.
Ni Calíope ni Apolo me los cantan.
Mi propia amiga excita mi imaginación.
Si la haces pasear deslumbrante en túnica de Cos,
sobre túnicas de Cos tratará todo el volumen;
si veo que su pelo despeinado le salpica la frente,
le gustará ensorberbecerse por mis loas a sus cabellos;
si sus dedos de marfil tocan en la lira una canción,
me admiro del arte que imprime a sus manos dóciles:
Si declina su mirada en pos del sueño,
halla mil nuevos temas mi poesía.
Si arrebato sus ropas y, desnuda, me hace frente,
entonces compongo extensamente auténticas Ilíadas:
Haga lo que haga, diga lo que diga,
de una nimiedad nace una historia desmedida.
Pues, si los hados, Mecenas, me hubieran concedido
que pudiera guiar al combate tropas heroicas,
yo no cantaría a los Titanes, ni sobre el Olimpo
al Osa, para llegar por el Pelión hasta los cielos,
ni a la antigua Tebas, o a Pérgamo, fama de Homero,
la unión de dos mares por orden de Jerjes, o el primer
reino de Remo o el valor de la altiva Cartago,
la amenaza de los Cimbrios y las gestas de Mario:
Recordaría las hazañas guerreras de tu César, y tú,
tras el gran César, serías mi segundo tema.
Pues cuántas veces Módena o las piras civiles de Filipos
cantara, o la guerra naval con Sicilia en fuga,
o los lares destruidos a la antigua raza Etrusca,
o la toma de las costas del faro Tolomeico,
o cantara a Egipto y su Nilo cuando arrastrado
a la ciudad, iba débil con siete brazos cautivos,
o a la cerviz de reyes circundadas por grilletes de oro,
o las proas de Accio avanzando la vía sacra;
siempre asociárate mi musa a aquellas gestas,
perdida la paz o recobrada, caudillo fiable:
Teseo en el infierno es mi testigo, y en la tierra
Aquiles, él con el Ixionida, éste con el Menotiada.

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Mas ni la guerra contra Zeus de Flegreo y Encelado
ha de entornarse en el pecho delicado de Calímaco,
ni mi sensibilidad se aviene a un verso enérgico,
que fije el nombre de César entre sus ancestros Frigios.
De vientos el marino, de bueyes habla el labrador,,
cuenta el soldado sus heridas, el pastor sus ovejas;
Yo prefiero contar las refriegas de mi justo lecho:
cada uno pase el día en la actividad que pueda.
Loa es morir enamorado; otra loa, si se logra
de un solo amor gozar: ¡que goce yo solo del mío!
Ella suele hablar mal, si no yerro, de las chicas ligeras;
y no aprueba del todo la Ilíada por Helena.
Si Fedra es mi madrastra y he de probar sus venenos,
no afectarán los venenos a su hijastro, o si debo
caer bajo los filtros de Circe, o si la Cólquida
me hierve su caldera en fuegos de Yolcos,
que una sola mujer ha apresado mis sentidos
y han de sacar mis restos de su casa.
Cualquier medicina sana los dolores humanos:
sólo al amor no le gustan los médicos.
Macaón sanó las piernas heridas de Filoctetes,
el Filírida Quirón los ojos de Fénix,
y el dios de Epidauro, con hierbas Cretenses,
devolvió a Androgeo de la muerte a su hogar patrio;
el joven Misio que se sintió herido por Hemonia
espada, de la misma espada sintió su curación.
Mas si alguien logra corregir mi daño, él sólo
podrá poner frutos al alcance de Tántalo;
él llenará a las vírgenes las tinas con sus cántaros,
no pese el agua para siempre en sus tiernos cuellos;
él soltará también a Prometeo de la roca Cáucasa
los brazos y echará al ave del centro de su pecho.
Pues, cuando los hados reclamen mi vida
y sea un breve nombre sobre un poco de mármol,
Mecenas, esperanza que admira nuestra juventud,
gloria que hace justicia con mi vida y mi muerte,
si un día tus pasos te acercan a mi tumba,
frena tu carro Britano de armazón cincelado,
y dile así llorando a mis cenizas mudas:
«Una chica insensible fue el hado de este infeliz».

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II, 3

Decías que ninguna podía hacerte daño, vacilaste
y ¡aquel orgullo tuyo se ha desmoronado!
No puedes, infeliz, esperar un solo mes,
y ya habrá otro de tus libros vergonzantes.
Pensaba si un pez en la seca arena o en el mar
el hosco jabalí, podrían vivir fuera de ambiente;
o si podría yo velar en trabajos rigurosos:
El amor se difiere, nunca se aniquila.
No me tiene tan sujeto su faz, aunque radiante,
(los lirios no serán nunca más blancos que mi dueña;
es como equiparar la nieve Meótica al minio Ibérico,
o hacer nadar en leche pura pétalos de rosa)
ni su cabello que fluye caprichoso por frágil nuca
ni sus ojos, dos antorchas, mis luceros,
ni una chica cualquiera que luce en seda árabe
(no me enamoro con ternura de una nadería):
Cuanto que danza bellamente, repartido Iaco,
cual Ariadna encabeza coros vociferantes,
y a veces interpreta canciones con plectro Eolio,
tan hábil a la lira como una Aganipea;
y a veces emula los escritos de la antigua Corina,
poemas que algunos consideran indignos de los suyos.
Mi vida, ¿no te dedicó, a los pocos días de nacer,
Amor feliz un estornudo de profética armonía?
Los dioses te ofrecieron esas prendas sublimes,
no vayas a pensar que tu madre te lo ha dado.
No, no son de parto humano tales dones,
no han parido en diez meses esas condiciones.
Has nacido para gloria singular de las Romanas,
serás la primera Romana que se tumbe junto a Júpiter,
que no visitarás siempre conmigo lechos humanos:
Tras Helena, esta belleza vuelve a la tierra por segunda vez.
¿Me voy a sorprender si nuestra juventud arde por ella?
Por quien caer, más te hubiera honrado, Troya.
Me sorprendía antaño, que ante Pérgamo causara
una chica tan gran guerra entre Europa y Asia:
Mas fuiste sabio, Paris, y tú lo fuiste Menelao,
tú por demandarla y tú por hacerte el remolón.
Rostro digno sin duda de que muriera incluso Aquiles;
causa de guerra que hasta Príamo tuvo que aprobar.
Quien quiera aventajar en fama a las pinturas antiguas
ponga a mi dueña en sus obras por modelo.
Ya la presente a los Hesperios o a los Eoos,
abrasará los Eoos, abrasará a los Hesperios.
¡Que me mantenga siquiera en estos límites, o que
me muera si me aqueja otro amor más profundo!
Pues como el toro rechaza al principio los arados,
luego se acostumbra al yugo y va al campo dócilmente,
los jóvenes se estremecen feroces en su primer amor,
luego, ya domados, aguantan justicias e injusticias.
Melampo el profeta sufrió grilletes vergonzantes,
al saberse que robó los bueyes de Ificlo:
Más que el lucro, le indujo la hermosa Peró,
pronto su esposa en la Casa Amitaonia.

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II, 11

Escriban otros sobre ti, puede incluso que te ignoren;
lóete quien deja su simiente en tierra estéril.
Todo lo que tienes, créeme, ha de llevárselo contigo,
en el mismo féretro, el negro día de tu funeral;
el viandante de paso desdeñará tus restos
y no dirá: «Fueron una chica sugestiva estas cenizas.»

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II, 14

No gozó igual el átrida su triunfo Dardanio,
al caer la fuerza ingente de Laomedonte;
ni fue igual la alegría de Ulises al fin de su errar,
cuando alcanzó las costas de su cara Duliquia.
Ni Electra cuando vio a Orestes vivo, a quien había
llorado fraternal sosteniendo sus huesos supuestos;
ni igual vio la Minoida a Teseo incólume,
cuando guió con un hilo su camino Dedalio;
como yo llegué a gozar la noche pasada:
Seré inmortal si paso otra como esa.
Mientras iba suplicante, baja mi cerviz,
llamábame más vil que un charco seco.
Ahora no intenta imponerme su orgullo caprochoso,
ni puede restar pasiva ante mis lloros.
¡Podría no haber tardado tanto en darme cuenta
de su condición! Ahora medican mis cenizas.
Ciego, la senda brillaba a mis pies:
Claro que, locamente enamorado, nadie se da cuenta.
Descubrí lo que mejor resulta: ¡Desdeñad, amantes!
Seguro que hoy cede a lo que se negó ayer.
Otros, a su puerta en vano, me la llamaban dueña:
Conmigo, mantuvo la cabeza reclinada sensualmente.
Prefiero esta victoria que una sobre los Partos,
esto será mi botín, esto mis reyes, y mis carros esto.
Yo, Citérea, haré pender de tu columna grandes dones,
y, a mi nombre, habrá unos versos así:
YO, PROPERCIO, EXPONGO, DIOSA, ESTE BOTÍN ANTE TU ALTAR
PUES ME INVITARONA A AMAR TODA UNA NOCHE.
Ahora, luz mía, toque puerto mi nave a salvo
de ti, o quédese hundida mar adentro.
Y si acaso te me fueras a cambiar por un desliz,
¡Yazga muerto ante tu vestíbulo!

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II, 15

¡Oh feliz de mí! ¡Oh noche para mí radiante! ¡Oh lecho,
que has ganado dicha con mis goces!
¿Cuántas cosas nos dijimos a la luz del candil
y vaya gresca hubo al apagar la luz!
Pues me hizo frente a ratos con el pecho desnudo,
y a veces me entretuvo vestida de túnica.
Ella abrió mis ojos, que caían de sueño,
a besos y me dijo: «¿Es que duermes, remolón?»
¡Qué variación de abrazos nos intercambiamos! ¡Cuánto
tiempo mis besos se quedaron en tus labios!
No ayuda interferir a Venus moviéndose a ciegas:
Paris mismo, cuentan que cayó por la Laconia,
desnuda al levantarse del lecho de Menelao:
Y Endimión prendó desnudo a la hermana de Febo,
dicen, y se acostó con la diosa desnuda.
Conque, si persistes en la idea de dormir vestida,
probarás cómo mis manos desgarran tu ropa:
Más aún, si me desborda la ansiedad,
le enseñarás a tu madre los brazos marcados.
No te impiden jugar unos pechos caídos:
Si a alguna le preocupa que parió, fíjese en ello.
Mientras los hados nos dejan, saciemos de amor nuestros ojos:
Te llega una larga noche, no ha de volver el día.
¡Si quisieras que nos ligara una cadena juntos,
sin que un día lograra deshacerla!
Sírvante de ejemplo las palomas unidas por su amor,
macho y hembra en vínculo total.
Yerra quien le busca fin a un amor insensato:
Un amor verdadero no sabe ser comedido.
Antes al labrador le engañará la tierra sin productos,
más pronto el Sol conducirá caballos negros,
y empezarán los ríos a retornar sus aguas a las fuentes,
y habrá peces sedientos sobre un mar árido,
que podamos transferir nuestro dolor a otro:
Yo seré suyo mientras viva y muerto seré suyo.
Que si acepta concederme con ella tales noches,
incluso un año será una larga vida.
Y si me da muchas, llegaré a inmortal en ellas:
Sólo en una noche, cualquiera puede ser incluso dios.
Si todos quisieran pasar una vida como esa,
y yacer con el cuerpo bien cargado de vino,
no habría espada cruel ni nave de guerra,
ni el mar de Accio revolvería huesos nuestros,
ni, acosada tantas veces por sus propios triunfos,
Roma estaría cansada de soltarse el cabello.
Nuestros descendientes bien podrían loarnos esto:
Mis tragos no han ofendido a dios alguno.
Tú, mientras hay luz, ¡No desprecies el fruto de la vida!
Si das todos los besos, darás pocos.
Y como las hojas han dejado las guirnaldas secas,
esas que ves nadar, esparcidas por tantas copas,
a nosotros, amantes que a tanto aspiramos,
acaso nos traerá la muerte el día de mañana.

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II, 18 A

Querellas asiduas parieron odio en muchos casos:
La mujer se desmorona a veces ante un hombre en silencio.
Si has visto algo, ¡Niega siempre lo que vieras!
Si algo acaso te ha dolido, ¡Niega que te duela!

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II, 18 B

¿Y qué si la edad me cubriera de canas con los años
y una arruga lánguida hendiera mis mejillas?
Aurora despreció la vejez de Titón,
no lo dejó yacer solo en su casa Eoa:
calentóle a veces en sus brazos al marchar,
antes de lavar celosa sus corceles sueltos;
lo abrazaba en su descanso cerca de los Indos,
lamentando que de nuevo volvían días tempranos.
Llamó injustos a los dioses al subir a su carro,
prestó al mundo sus servicios a desgana.
Más gozo le supuso la vida de Titón aún anciano,
que grave luto haber perdido a Memnón.
A una chica así no le importó dormir con un anciano,
y besar tantas veces su cana cabellera.
Y me desprecias aún joven, tú, pérfida, que has de ser
anciana encorvada en un día no lejano.
Aunque yo no me preocupo mucho, que a veces Cupido
suele ser malo con quien antes se ha portado bien.

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II, 18 C

¿Ahora imitas, loca, a los pintados Britanos
y juegas a teñir tu cabeza de brillo ajeno?
Lo que ofreció natura, eso es siempre un aspecto normal:
Es ridículo el color Belga en un rostro Romano.
¡Créense mil castigos bajo tierra para las mujeres,
que se afean falseando sus cabellos!
Quítalo, cierto que a mí puedes parecerme hermosa;
para mí, eres bien hermosa si te vienes muchas veces.
¿Es que si una se tiñe las sienes de azul,
por ello ir azul es ir hermosa?
Como no tienes hermanos, ni tienes hijos,
yo voy a ser tu hermano, yo sólo tu hijo.
Seré siempre yo mismo el guardián de tu lecho,
no vayas a mostrárteme con la frente muy enjoyada.
Ni lo intentes, yo creeré en la fama indiscreta:
Y los rumores saltan tierras y mares.

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II, 19

Aunque sales de Roma, Cintia, sin contar conmigo,
me consuela que, sin mí, visitarás comarcas alejadas.
No habrá joven corruptor en esos castos campos,
que con mimos te impida serme fiel;
no se armará bronca ante tus ventanas,
ni te amargarán el sueño por llamarte.
Sola estarás y mirarás, Cintia, montes solitarios
y el rebaño y el cercado del pobre agricultor.
No habrá allí diversiones, que puedan corromperte,
ni templos causarán con frecuencia un desliz.
Allí los bueyes verás arar cada día,
y la vid deponer sus ramas bajo hábil hoz.
Y, en un simple saquillo, llevarás un poco de incienso,
a donde un cabrito caerá en sencillo altar;
tú te unirás a los coros con las corvas desnudas;
que todo estará a salvo de varón extraño.
Yo me iré de caza, ahora me apetece seguir
el rito de Diana y abandonar el culto a Venus.
Empezaré a capturar bestias y pender cuernos
de un pino y azuzar yo mismo a los perros audaces;
mas no osaré provocar a enormes leones,
ni correr al acecho de jabalíes salvajes.
Tendré bastante audacia si capturo tiernas liebres
y atravieso un pájaro de un flechazo certero,
por allá, donde Clitumno, en su dominio, guarda hermosas
torrenteras cuyas aguas lavan níveos bueyes.
Tú, mi vida, recuerda cuantas veces vayas a hacer
algo, que en pocos luceros iré a verte.
Entonces, ni los bosques solitarios podrán impedirme,
ni los ríos que fluyen vagabundos por musgosos collados
que transforme tu nombre en voces duraderas:
A nadie le preocupa ofender a un ausente.

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II, 22 A

Sabes que antaño me atrajeron muchas chicas a la vez;
sabes, Demofón, que me llueven las desgracias.
Mis plantas no hollan en vano las callejas;
¡Oh teatros que existís para mi ruina,
si una extiende sus pálidos brazos con gesto sensual,
o sus labios modulan unas cuantas notas!
provócanse heridas mis ojos entre tanto,
si una se sienta sin cubrir su pecho espléndido,
si vagan errantes sus cabellos por una frente pura,
y una gema índica remata su centro.
Mas si, insensible, me miraba rechazándome,
por toda mi frente se deslizaba un sudor frío.
¿Me inquieres Demofón, por qué soy tan débil con todas?
El «porqué» que me inquieres no lo tiene Amor.
¿Por qué hiere uno sus brazos con dagas sagradas
y se castra al ritmo delirante de los Frigios?
A cada uno, al crearnos, nos dan un vicio natural:
A mí, me concedió la suerte por siempre amar.
Y aunque me alcancen los hados del canto: Tamiras,
nunca, envidioso, he de ser ciego ante las bellas.
Mas si te parezco débil y enflaquecido hasta los huesos,
te engañas: no cuesta trabajo frecuentar a Venus.
Puedes informarte: Mil veces una chica ha comprobado
que mi atención no decae en toda la noche.
Júpiter hizo descansar las dos osas por Alcomene,
y el cielo estuvo dos noches sin rey;
mas no volvió lánguido a sus rayos:
amor no arrebata sus propias energías.
¿Y qué, al partir Aquiles de brazos de Briseida,
los Frigios dejaban de huir los dardos Tesalios?
¿Y qué, al saltar el fiero Héctor de brazos de Andrómaca
las naves Micenas no temían su envite?
Y ambos podían destruir escuadras y muros:
Yo soy ese Pélida, yo ese fiero Héctor.
Mira cómo Sol y Luna se ocupan por turnos del cielo.
También para mí, es poco una chica sola.
Que una me goce y me temple con brazos ansiosos,
si alguna vez la otra no me deja un hueco;
mas si acaso airada se entrega a mi criado,
¡Que sepa que hay otra que quiere ser mía!
Pues mejor sujetan una nave dos amarras
y la madre inquieta está más segura criando gemelos.

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II, 22

¡Niégate si eres insensible: y si no lo eres, ven!
¿De qué sirve dejar estas palabras en vacío?
No hay dolor más cruel para un amante,
que, si espera, ella se niegue de repente a verle.
¡Cuántos suspiros le revuelven por encima del lecho,
cuando él mismo se niega a recibirla, y ni ha venido,
y de nuevo agobia al chico con preguntas respondidas,
y le manda a buscar respuestas que teme conocer.

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II, 23

Quien debió huir esta senda del vulgo inculto,
ahora busca dulzura en el agua de una charca.
¿Un hombre libre ofrece propinas al siervo de otro,
porque lleve a su dueña unas líneas de aviso?
E inquiere tantas veces «¿Y ahora qué pórtico
la guarda?» Y, si va al Campo ¿a dónde dirige sus pasos?
Luego, tras soportar, al decir de la fama, trabajos
Hercúleos, que te escriba «¿Me traes un regalo?»
¿Que puedas ver el rostro del maldito guardián,
te sorprendan y esconderte en una choza inmunda?
¡Con qué esfuerzo se logra una noche en todo el año!
¡Ay, mueran los que sacan algo de una puerta cerrada!
¡Por contra la que va libre con el manto a un lado
sin detenerse por miedo a los guardianes, me gusta!
La que en vil sandalia pisa la vía Sacra
y no pierde tiempo si uno se le acerca;
ésta no te entretendrá ni pedirá insistentes cosas
que tu estricto padre llorará que le hayas dado.
Ni te dirá: «Cuidado, levanta deprisa, te lo ruego:
Ay de mí, mi esposo regresa hoy del campo.»
Que me plugan las que el Éufrates me envía y el Orontes:
nada de pudibundos devaneos de alcoba;
pues libertad no queda ya a amante alguno,
no será libre quien pretenda amar.

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II, 25

Cuita hermosísima que has nacido sólo para mi dolor,
pues mi suerte excluye con frecuencia un «ven»,
esa tu belleza se hará bien famosa en mis librillos,
Calvo, con tu venia, Catulo, en tu paz.
El soldado anciano reposa, a un lado las armas,
los bueyes añosos no quieren arados guiar,
la barca podrida se queda varada en la playa vacía,
la vieja rodela descansa de guerras en el templo:
Mas de tu amor, no hay vejez que me separe,
viva yo lo que Titón o lo que Néstor.
¿No te bastó servir a un insensible tirano
y gemir, cual Perilo, en tu propio toro?
Ya está bien quedar rígido ante el rostro de Gorgona,
incluso padecer las aves Caucasias.
Aún así, resistiré: Se quiebra de robín la espada
férrea y el sílex con gota continua;
mas no se quiebra con torturas el amor por mi dueña,
él sigue y aguantan sus oídos injustas amenazas.
Y despreciado, implora, y acepta tras la herida
la culpa y se va aunque sus pies se oponen.
Tú también, que lleno de amor te sientes orgulloso,
crédulo, no hay mujer que se mantenga firme mucho tiempo.
¿Se cumple el voto acaso durante la tormenta,
cuando a veces, ya en puerto, flota la quilla a pedazos?
¿O se pide el premio en plena carrera,
sin que pisen las ruedas la meta por séptima vez?
En amor engañan los vientos favorables:
Grande llega la ruina, si tarda en llegar.
Mas tú, entre tanto, por mucho que ella te quiera,
esconde bien tu gozo en un rincón discreto.
Pues las palabras siempre, no sé en virtud de qué,
suelen hacer profundo daño a quien ama.
Aunque te llame a menudo, procura ir a la primera:
donde hay celos, no suele durar mucho.
Si estuvieran de moda las chicas a la antigua,
yo sería como tú: Me puede la época.
Estos tiempos, empero, no cambiarán mis costumbres:
Cada uno sabe seguir su senda.
Mas vosotros que alternáis vuestro esfuerzo en muchos
amores, ¡Qué profunda pena tortura vuestros ojos!
Veis una chica sensual de blanca tez,
la veis morena, los dos tonos os atraen;
veis que alguna se os presenta con figura Argiva,
veis a las nuestras, os arrebatan los dos tipos.
Si ella viste un manto plebeyo o va de púrpura:
Una y otra son sólo el camino hacia una grave herida.
Aunque una sola ha de quitar el sueño a tus ojos,
una mujer ya es bastante mal para cualquiera.

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II, 33 A

Son de nuevo las fiestas que me entristecen:
Hace ya diez noches que Cintia sacrifica.
¡Pues mueran los ritos que, del tibio Nilo,
la Inaquida envió a las matronas Ausonias!
La tal diosa separó mil veces a ansiosos amantes,
y cuanto le atañe, siempre ha sido amargo.
Tú, sin duda, Io, en tu secreto amor con Júpiter,
probaste lo que es seguir muchos caminos,
cuando Juno te impuso, mujer, exhibir cuernos
y cambiar tus palabras por rudos mugidos de ganado.
¡Ay, cuántas veces te heriste los labios con hojas de encina,
y comiste matojos paciendo en tus propios establos!
¿Acaso, pues Júpiter libró de tu rostro la agreste
semblanza, por ello te has vuelto una diosa soberbia?
¿No te basta Egipto y sus hoscas indígenas?
¿Por qué seguir el largo camino de Roma?
¿Qué ganas con que las chicas duerman viudas?
Pues, créeme, vas a llevar cuernos de nuevo,
o, malvada, te echaré de mi ciudad:
Nunca Nilo y Tíber se llevaron bien. Y tú,
que bien tranquila te has quedado con mi sufrimiento,
por estas noches de vacío, hagamos tres viajes.

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Propercio. Elegías (Trad. Pedro Luis Cano Alonso). Barcelona; Bosch Casa Editorial, 1985.

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DOS POEMAS DE ‘AURELIA’, DE ROGER SANTIVÁÑEZ

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SANTUARIO

1

El primer encuentro fue un milagro
Tantos años desterrados se hicieron polvo
En el viento que corría por el Santuario

Aquella tarde del invierno apareciste
En blue-jean & una suelta blusita de seda
Cubierta por una chompa ligera azul

O negra sobre los hombros &
Abierta dejaba traslucir tus pechos
Adolescentes entre los dulces botones

Desprendidos de tu blusa a rayas de
Vivos colores verticales & el sostén
Feliz de la primera vez habían

Pasado algunos años desde la última
Vez & aún en tu suma delgadez
De aquel instante te encontré más

Hermosa que nunca a la luz del
Atardecer que nos reunía para
Iniciar el amor que Dios nos

Tenía reservado desde hacía

xxxxxTantísimo tiempo

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2

Cuando comienza el crepúsculo del día
Siento una especie de tierna melancolía
Por la luz del mundo que se va sola

Como muere una ola en la playa
Olvidada de tu amor, aquel que
Nadie —ni tú ni yo— pudo com

Prender en la pasión tan demente
Que abrigó nuestras almas por espacio
De estos años inmiscuidos en el

Deseo más feroz & más delicado
Que ninguna pareja de amantes
Soñó en todo el confín de la

Historia pero ahora contemplo
El cielo blanco & vacío de este
Atardecer que agoniza con la

Suave manera que tú tenías
De ofrecerme tu belleza como
Un inédito libro para mi soledad

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3

& esa noche las estrellas del cielo de
Lima brillaron como jamás antes su
Mágico esplendor estaba en el brillo

De tus ojos cuando aceptaste viajar
Al aposento sagrado donde fuiste
La santa devota del amor profano

Poseída por mi deseo purísimo subiste
A la cima de la plenitud divina so
Lo tocada en tus partes por la de

Licadeza íntima de las más perfecta
& soñada caricia sutil como la
Pluma del ave en el jardín de

La manzana prohibida que tú me
Diste sólo con un toque irreversible
Mientras tu sexy ropa interior queda

Ba en tu silueta prendada de la luz
Plateada fluyendo de tu cuerpo so
Bre el lecho donde ardiera lo

xxxxxxxSoñado

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CANCIÓN DE OTOÑO

1

Cuando es otoño & el viento remueve
Los árboles hablándome en un idioma
Que solo yo conozco debo recuperar
Mi canción. Otra vez el viento
Susurra & las banderolas flamean solitarias.

No cesa el susurro entre las altas copas
& algunas hojas dispersas corretean
Por veredas & pistas desahuciadas

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2

Ahora el tiempo ha enfriado. La atmósfera
Hiela las siluetas esperando no sé
Qué inusitado mensaje desde el cielo
Solo risas de muchachas advienen
En la corta distancia del poema. Hay
Claridad. Las hojas mustias sin embargo
Presentan su coloración sepia como si
Fuera un brillo de otro mundo en este
Otoño. O puede ser un amarillo azul

Quién sabe por qué la luz se refracta
Inmóvilmente tornasol bajo la fresca
Pesadumbre de árboles frondosos
Irredentos. Nadie acude al llamado desta
Sonrisa al mediodía. La tierra tiene
Sus motivos. & yo escribo por ellos

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3

El clima me gusta. Su suave apariencia
Reina en los cristales. Voces de muchachas
Alegran la distancia que hacia el fondo
Alcanzan rojas luces de autos en la
Niebla.

Pero ahora está despejado.
El mediodía nítido aunque sin sol. Respiro
Una limpidez enfriándose en el calor
Extrañado del verano.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxUn ritmo
Cadencioso de cadera de mujer
Distrae la construcción del poema
& se transforma en él.

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4

El viento arrastra infinidad de hojas
Muertas. Un viento frío, anuncio del
Invierno & canciones oscuras, quizá
Abrigo de inigualable candor. Alegría
De Alana escuchándome.

Pureza
De su rostro inmaculado haciéndole
Un coqueto mohín al destino.

Ella
Sería este otoño, sino fuera el propio
Viento estremeciendo las copas
De los árboles, hablándome al oído
Secreto corazón tornasolado
Las líneas puras del poema

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Santiváñez, Roger. Aurelia. Madrid; Cartonera del escorpión azul, 2012.

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POEMAS DEL PRIMER LIBRO DE PROPERCIO

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I, 4

¿Por qué, alabando, Basso, a tantas chicas,
intentas que cambie y me aparte de mi dueña?
¿Por qué, la vida que me quede, no me dejas
seguir mi esclavitud pues me he adaptado a ella?
Tú, por más que relates en loas la belleza de Antíope,
la Nicteida y, también tú, la de Hermione, Espartana,
y cuantas el tiempo mostró hermosas en vida;
Cintia no ha de dejarlas sostener su fama:
Ni aún si, comparada a figuras mediocres, un juez
severo la humilla, ha de salir más fea.
No obstante, tal belleza es parte ínfima de mi pasión;
hay cosas mejores, Basso, que hacen morir a gusto.
Su color natural y el don de múltiples facetas,
y los goces que su túnica puede llevar ocultos.
Más que te esfuerzas en quebrar nuestro amor,
más te eludimos pues nos somos fieles.
No saldrás impune, conocerá la chica tus locuras
y se pondrá en tu contra a voz en grito;
luego no me dejará ir contigo, y a ti
no ha de admitirte; se acordará de crimen semejante,
y entre todas las demás chicas, enfadada,
te acusará; y no serás querido en casa alguna.
No habrá altar que deje de regar su llanto,
cualquier piedra sagrada de las que hay por todas partes.
No se afecta Cintia de mal más grave,
que si pierde el honor pues le quitan su amante,
yo sobre todo. Siga así siempre, tal es mi ruego
y que no tenga que quejarme de ella.

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I, 7

Mientras hablas, Póntico, de la Tebas Cadmea,
de las tristes armas de hermanos en guerra,
y discutes, por mi dicha, la primacía de Homero,
(sean dulces los hados al menos con tus versos):
yo sigo dando vueltas a mi amor, como acostumbro,
y busco hacer frente a mi dueña implacable;
a servir no tanto a mis ideas cuanto a mi dolor
me siento obligado y a llorar los duros momentos que vivo.
Me consume este modo de existir, así es mi fama,
de aquí deseo a mis poemas que alcancen su renombre.
Que me alaben sólo haber placido a una chica sugestiva,
Póntico, y que sus amenazas, a veces injustas, padecí;
léame pues cada día el amador desdeñado,
aprovéchele conocer mis males.
Si a ti también te ha herido el niño con certero arco,
por el que no querría violar mis juramentos,
lejos el campamento, lejos las siete tropas, infeliz,
llorarás que yacen en la eternidad sin escucharte;
y en vano querrás componer un verso dulce,
que Amor, ya es tarde, no impulsará tus versos.
Te admirará entonces que no soy un poeta vulgar,
entonces me antepondrás a los genios Romanos.
No podrán los jóvenes callar en mi sepulcro:
«Gran poeta de nuestra pasión, aquí yaces.»
Tú, vigila tu arrogancia y no desdeñes mis versos:
Que a veces un Amor tardío llega con gran pérdida.

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I, 9

Yo te decía, bromista, que ibas a enamorarte,
y no volverías a hablar con libertad:
Ahora has caído y a una chica te sometes suplicante,
ya te manda una cualquiera recién comprada.
En amor, no han de ganarme las palomas Caonias
en decir qué jóvenes domará cada chica.
Dolor y lágrimas me han hecho buen perito:
¡Así me llamen zafio, tras dejar mis amores!
Pobre ¿De qué te sirve ahora cantar un verso grave
o llorar las murallas de la lira de Anfión?
En amor, un verso de Mimnermo, vale más que Homero:
Amor es apacible y busca versos suaves.
¡Ve a guardar, te ruego, esos tristes librillos,
y canta, lo que aspira a escuchar una chica cualquiera!
¿Y qué si no resulta empresa fácil? Ahora, tú
buscas agua enloquecido en medio de un río.
Aún no estás pálido siquiera, ni te alcanza el fuego de verdad:
éste es el primer síntoma del mal que te acecha:
Mejor ansiarás luego atacar a tigresas Armenias,
y mejor conocer los grilletes de la rueda infernal,
que sentir en tus entrañas el arco infantil tantas veces
y no poder negarle nada a ella, si se enfada.
Amor nunca ha ofrecido a nadie sus alas dóciles,
sin que antes se le aferre con las dos manos.
No te enrede, que te haya sido bastante fácil:
Llega más hondo, Póntico, si es un poco tuya.
Y luego no podrás apartar tus ojos liberados
ni Amor accederá a que veles por otro nombre.
No se le ve hasta que su mano sujeta los huesos.
Quienquiera que seas, ¡huye, ay, los mimos asiduos!
Las rocas pueden cederles y las encinas,
no vas a poder tú, sólo un suspiro leve.
Conque, si hay vergüenza, confiesa tus faltas cuanto antes;
cantar por quién mueres, alivia en amor a veces.

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I, 10

¡Oh, feliz calma, presenciar una mor que comienza,
ser cómplice de vuestras lágrimas!
¡Feliz gozo traer a mi memoria aquella noche!
¡Cuántas veces han de evocarla mis plegarias!
Cuando esa chica, Galo, te abrazaba en éxtasis
y os vi conversando largo rato.
Aunque el sueño empujaba mis ojos a cerrarse,
y la luna brillaba en el cielo sobre sus corceles,
no logré apartarme de vuestro jugueteo:
Tan gran pasión había en ambas voces.
Mas, como no has dudado en fiarte de mí,
acepta el pago por la alegría que me diste:
No sólo sé callar vuestra congoja,
tengo algo, amigos, mayor que la lealtad.
Puedo unir de nuevo a los amantes separados;
las puertas tardías de tu dueña, puedo abrirlas;
y puedo sanar las cuitas recientes por otro;
hay remedio eficaz en mis palabras.
Cintia me ha enseñado qué hay que buscar siempre,
de qué hay que guardarse: algo logró Amor.
Reprime las ansias de enfrentarte a tu amiga si está triste,
no me hables con soberbia ni calles mucho tiempo;
no niegues lo que pida, con gesto despectivo;
ni te caigan en vano sus palabras de amor.
Se irritan si no las haces caso,
y, ofendidas, no saben deponer sus justas amenazas.
Cuanto más humilde seas y sumiso a su amor,
más veces gozarás de dulces frutos.
Podrá seguir feliz con una sola chica,
quien nunca se relaje con pecho confiado.

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I, 11

Mientras paseas, Cintia, en plena Bayas
por la senda que yace sobre las costas Hercúleas,
cuando admiras, vecinos al reino de Tesproto,
los mares próximos a la noble Miseno,
¿te acosa la añoranza y pasas la noche pensando
en mí? ¿Queda un hueco en el fondo de tu amor?
O un rival, no sé quién, con ardor simulado,
te ha arrebatado, Cintia, de mis poemas?
¡Así te entretenga, confiada a minúsculos remos,
una barquilla en el lago Lucrino, o te lleven,
aislada sobre las olas dulces del Teutras,
sus aguas dispuestas a ceder a tus dos manos:
y no te distraiga oír tiernos los susurros de otro hombre,
tumbada sensualmente en la playa silenciosa!
Como suele dejarse la amante separada de su guardia,
falsa ella, olvidando comunes juramentos.
No es que ignore tu buen nombre, lo conozco bien,
mas en sitio semejante preocupa cualquier amor.
Perdona pues, si cierta tristeza mis librillos
te han llevado; mi miedo es el culpable.
¿No ha de ser mayor mi atención que el cariño materno?
o ¿ha de preocuparme mi vida sin ti?
Tú sola eres mi casa, Cintia, sólo tú mis padres;
tú, todos los momentos de mi dicha.
Si me encuentran triste los amigos, o, por contra, alegre,
en cualquier caso he de decir: «Cintia es la culpable.»
Deja pues la corrupta Bayas cuanto antes:
va a separar a muchos esa costa,
costa que fue enemiga de mujeres fieles:
¡Mueran, ay, asesinas de amores, las aguas de Bayas!

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I, 12

¿Por qué no cesas de acusarme de desidia?
¿Por qué me retienes, Roma confidente?
Ella se ha apartado de mi lecho muchas millas, tantas
como el Hípanis dista del Véneto Erdano;
no alimenta con su abrazo mi amor habitual
Cintia, ni suena dulcemente en mis oídos.
Otrora le gustaba y a nadie en aquella época
sucedió que amar pudiera con igual fidelidad.
Dábamos envidia: ¿No es un dios quien me ha aplastado
o fue la hierba recogida de cimas Prometeas, que distancia?
No soy el que fui: transtorna a las chicas un largo camino.
¡Qué profundo amor se escapa en un leve momento!
A iniciarme en probar las largas noches, ahora solo,
me someto y yo mismo a abrumar mis propios oídos.
Feliz quien puede llorar a una chica en su presencia;
goza Amor derramando algunas lágrimas.
O, si un hombre despreciado puede conmutar su amor,
causa placer, incluso, transferir la sumisión.
Yo no puedo amar a otra, ni aún apartarme de ésta:
Cintia fue la primera, Cintia será mi fin.

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I, 13

Tú te alegrarás de mi caída, cual sueles muchas veces,
de que, mi amor arrebatado, Galo, yo vague solo.
Por mi parte, traidor, no imitaré tus palabras:
Que jamás, Galo, te engañe tu amante.
Mientras las mujeres que seduces te acrecientan la fama
y arrogante pretendes que amor alguno te demora,
perdido por cualquiera, empiezas a palidecer en cuitas
tardías, y rehuir vacilante el primer paso.
Será tu castigo por el dolor que en ellas despreciaste,
una tomará revancha por muchas desgraciadas.
Ella te reprimirá esos vulgares amoríos,
y no serás amigo de buscar siempre novedades.
No es un mal rumor, no es un augur quien me ha informado.
Yo lo he visto. ¿Puedes, dime, negar mi testimonio?
Te he visto languidecer con el cuello bien encadenado,
y llorar tiempo, Galo, con los brazos tendidos,
y ansiar que expire tu aliento en los labios anhelados,
y, por fin, amigo, cosas que cela mi pudor.
Yo no pude desligar vuestros abrazos:
Tan grande era la pasión demencial entre uno y otro.
Ni el dios Tenario mezclado con el Enipeo Hemonio
tomó a la Salmónida con su amor tan fácilmente.
Ni el amor de Hércules, que ardía por la celeste Hebe,
sintió primeros goces en las cimas del Eta.
Sólo un día ha podido superar a todos los amantes,
pues no son tibias las llamas a que te ha sometido,
no permitió que tu antiguo proceder prevaleciera,
ni dejará que te arrastren: Tu propio ardor te impulsará.
No me extraña, que es digna de Jove y próxima a Led
y más bella que el parto de Leda, las tres en una.
Ella debe ser más tierna que las heroínas inaquias,
ella con sus palabras puede hacer que la ame Jove.
Mas tú, pues vas a morir de amor por vez primera,
disfruta: No eras digno de otro umbral.
Que te vaya bien, pues has caído de nuevo,
y, ya que lo quieres, tenla sólo a ella.

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I, 14

Aunque, relajado blandamente por la onda tiberina,
bebas vinos lesbios en una obra de Mentor,
y, a veces, admires las barcas deslizarse tan veloces
y, a veces, las balsas avanzar tras sus cuerdas tan despacio,
y el valle eleve por toda su cima bosques tan espesos
como árboles soporta el Cáucaso,
no llega, empero, todo eso a emular mi amor;
no sabe Amor ceder a pingües recompensas.
Pues, si comparte ella conmigo la calma ansiada,
o pasa todo el día haciendo el amor,
luego, bajo mi techo, cruzan las aguas del Pactolo
y se recogen perlas del fondo del Mar Rojo;
luego, me jura mi gozo, cederán los reyes a mi paso:
Siga igual, mientras los hados deciden mi muerte.
Pues, ¿Quién goza la riqueza con Amor en contra?
Con Venus mustia, ¡No tenga yo premios!
Ella puede quebrar las amplias fuerzas de los héroes,
ella causar dolor a férreas voluntades:
Ella no teme cruzar un umbral Arábigo
ni teme, Tulo, subir a un lecho de púrpura,
y revolver a un pobre joven a lo ancho de su cama:
¿Qué aportan las sedas de varias texturas?
Si me asiste ella propicia, no ha de preocuparme
reinos despreciar ni obsequios de Alcinoo.

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Propercio. Elegías (Trad. Pedro Luis Cano Alonso). Barcelona; Bosch Casa Editorial, 1985.

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HAIKU DEL ATEO

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HAIKU DEL ATEO

Semana Santa.
Redoble de tambores.
Llegan los Orcos.

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Gascón, Pedro. Las mudas soledades. Albacete; Chamán ediciones, 2017.

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TODO SOBRE K (y III)

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2015 – 2019

xxLa gata sale a la puerta a recibir a M.A., como haría un perro. Sólo le falta menear el rabo. Ella también la ha echado de menos, qué duda cabe. Y ahora caigo en la cuenta de que la gata y yo nos hemos ignorado mutuamente a lo largo de lo que va de día, a pesar de que lo habitual es que ella busque mi compañía y yo lo agradezca. Pero se ve que este juego de acompañamientos mutuos es triangular: si falta uno de los tres elementos implicados, los otros dos quedan también desconectados, hasta que gira una llave en la puerta y los engranajes del afecto, tan complicados, se recomponen. (24/2/2018)

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xxLeo en un periódico que, si los gatos fueran más grandes de lo que son, no dudarían en devorar a sus dueños. Lo que no deja de ser una tontería: si fuéramos del tamaño de un ratón, evidentemente un gato no vería en nosotros otra cosa que una presa fácil. Queda además la cuestión de por qué los gatos, a diferencia de otros animales no mucho más grandes, no tienen el instinto de agruparse en manadas para cazar presas mayores que ellos. Cabe pensar que se ajustan a una calculada ley del mínimo esfuerzo; y que, en ese esquema de supervivencia cómoda, han encontrado en nosotros sus mejores aliados. ¿Para qué querrían comernos, si tienen en nosotros a unos servidores absolutamente devotos? Quede ese trabajoso empeño para los perros, que sí pueden llegar a ser muy peligrosos en estado salvaje, o para las hienas. Los gatos son demasiado orgullosos para caer tan bajo. (6/3/2018)

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xxHemos venido a este «polígono» lleno de establecimientos relacionados con el estilo de vida de quienes viven en las urbanizaciones circundantes —de ahí la proliferación de tiendas de mobiliario de jardín, de artículos deportivos o para mascotas, etcétera— a comprar un arenero para K.: el suyo estaba ya deteriorado y generaba suciedades y malos olores. Elegimos uno de los más baratos —los hay que tienen el precio de, pongamos, una maleta de Armani— y nos asombramos, como los parientes pobres a los que invitan por primera vez a una boda en un restaurante caro, de la gama de lujos disponibles para las mascotas de quienes pueden permitírselos. Y me he acordado, por esos atajos en los que a veces se empeñan en adentrarse los recuerdos, de la época en la que yo trabajaba no lejos de aquí, en lo que fue durante cuatro años mi primer destino docente.
xxEran tiempos, en lo que a obligaciones laborales se refiere, considerablemente más relajados que los actuales: lo que en el gremio llamamos «horas de guardia», por ejemplo, que hoy se asocian a una serie de cometidos reglamentados y prácticamente ineludibles, en aquella época eran simplemente horas sin obligaciones prefijadas y no había mayor inconveniente si uno decidía emplearlas en darse un garbeo en coche hasta la venta o bar de playa más cercanos; y si el hueco en el horario lo permitía, el radio de esos paseos se ampliaba considerablemente, siempre a lo largo de la costa, en una escala que incluía Sancti Petri como primera parada, a diez minutos del punto de partida, la Barrosa a quince, o, más allá, las calas de Conil, El Palmar, Caños de Meca o incluso la ensenada de Bolonia.
xxLuego dejé de frecuentar la zona; sólo de vez en cuando vamos a El Palmar, que sigue siendo una de nuestras playas preferidas. El implacable avance de la urbanización hizo el resto: de Chiclana a Conil, lo que fueron inmensos pinares que se extendían hasta el filo mismo de las dunas, frente al mar, han sido sustituidos por hoteles y urbanizaciones. La ruta lineal entre el instituto donde yo trabajaba, al filo del pueblo, y las mencionadas playas se ha convertido en un laberinto en el que es fácil perderse. Por eso, aunque la compra del arenero de K. nos ha proporcionado el pretexto perfecto para dar un paseo por la zona, el resultado ha sido más bien desconcertante. Salimos del «polígono», bordeamos el pueblo por una nueva carretera de circunvalación y nos hallamos ya en el punto de partida de ese viejo eje costero que yo recorría con fruición a mis veintitantos años, con mis primeros sueldos en el bolsillo y bajo el espejismo de que la vida iba a ser tan desahogada como la existencia suburbana que ya empezaba a atraer a esa zona a la clase media local.
xxNos costó, desde luego, encontrar la vieja carretera en el laberinto ahora urbanizado. Y luego, ya en la línea de costa, lo complicado fue dar con un sendero que nos permitiera atravesar la hilera de hoteles y acceder a la playa. Que sigue siendo inmensa, como lo era cuando yo, en ocasiones, fiándome a la soledad de esos parajes, me bañaba desnudo en ella. Ahora hay duchas, chiringuitos —uno cada quinientos metros, más o menos— e inmensas multitudes. El nivel es alto: una lata de cerveza cuesta 2.70 euros. Y, aunque parezca una exageración, traída aquí para abonar una tesis preconcebida, puedo dar fe de que la familia congregada en torno a la sombrilla más cercana a nosotros estaba tomando como aperitivo… ostras —lo que, a pleno sol y en público, no deja de ser más bien ostentoso, amén de un tanto arriesgado—. También me pareció, por contraste con mis recuerdos de nudista ocasional, que estábamos en una de esas playas que en los ambientes conservadores llaman «familiares», curioso eufemismo para indicar que en ellas no se practica el nudismo y ni siquiera está demasiado bien visto que las chicas se exhiban en topless. Pero eso fue una impresión errónea, dictada por el hecho de que era temprano y la gente más joven y desinhibida no empezó a llegar hasta pasado el mediodía.
xxPero uno no quería dejar anotado aquí un juicio más o menos extemporáneo sobre el turismo actual y las actitudes de la clase media pudiente, sino simplemente hacer constar, después de treinta años sin venir por estos lugares, mi sentimiento general de… desubicación. Ahora todo me parece raro, desviado o como desplazado a esferas de la vida de las que uno se mantiene voluntariamente apartado. Y eso no se refiere sólo a lugares. En fin: K. tiene su nuevo arenero y nosotros, por el mismo precio, una dosis extra de melancolía.
xxDespués de este paréntesis, he vuelto hoy a lo que ha sido siempre mi modo habitual de pasar el verano: lecturas, acuarelas, paseos al atardecer. Pero lo hago, que conste, con cierta mala conciencia. no es posible que todo ese otro mundo rutilante y caro, y parece que sustentado en sólidos principios, esté del todo falto de razón. Eso piensan muchos y a lo mejor el equivocado soy yo. (23/7/2018)

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xxLa compañera joven nos muestra con ufanía la cacharrería electrónica que lleva consigo y de la que pondera su utilidad y eficacia. Miro a mis otras compañeras, todas ellas más o menos de mi edad y, como yo, muy poco dispuestas ya a aprender trucos nuevos, como los gatos viejos —aunque una que yo me sé no ha querido aprender trucos nuevos ni siquiera cuando era joven—. Y recuerdo la misma escena hace ¿diez años tan sólo?, cuando era yo quien, a mis cuarenta y tantos, acababa de llegar y pretendía sacudir con mis ideas la mentalidad asentada de mis compañeros al filo de la jubilación. ¿Ocupo yo ahora la posición que ellos ocupaban entonces? ¿Doy esa impresión de desinterés y rutina? Creo que no, no todavía al menos. Pero tendré que vigilarme. (11/9/2018)

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xxEs una suerte que el piso haya permanecido hasta ahora inmune a las cucarachas que, por lo que he podido constatar, infestan las calles adyacentes. Pero a lo largo de la última semana han entrado dos, creemos que por el balcón, empujadas quizá por las calores. Una la descubrí yo, la otra la gata. En ambos casos dimos buena cuenta de ellas. Y ahora nos miramos los dos con un gesto de complicidad, como diciéndonos: «Bichos a nosotros…». (17/9/2018)

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xxLa respiración de una enorme bestia dormida, pero igualmente amenazante: así el soplo que llega del mar en estos días de inminencia de tormenta, después de las calores impropias de las últimas semanas. Por las noches dejo todavía la persiana a medio echar. Y duermo como lo hace la gata acurrucada a mis pies: en la certeza de que una criatura de especie distinta a la mía y con reacciones que sólo a medias podría yo prever no se decide a sacudirse mi compañía y, en la confianza entre desiguales así generada, de algún modo me brinda su protección… Sí, es justo eso: a la gata seguramente no le cabe la menor duda sobre quién protege a quién. (11/10/2018)

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Benítez Ariza, José Manuel. Todo sobre K. Una gata en un diario. Murcia; Newcastle ediciones, 2020.

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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (149)

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Los cuatros libros que ven en la imagen son los que me han hecho llegar Javier Gil Martín, el responsable de la cartonera del Escorpión Azul.

No puedo dejar de agradecer públicamente que alguna gente a la que no he visto cara a cara en mi vida (como es el caso de Javier) se porte mejor conmigo que conocidos a los que hace décadas vi por primera vez.

En cuanto pueda compartiré en el blog textos de estos libros.

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TODO SOBRE K (II)

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2009 – 2014

xxPara quienes tenemos cierta afición a la glosa —y qué literatura no lo es—, un libro como El arca de las palabras, que nos regaló su autor en la visita que le hicimos ayer, no deja de ponernos en el poco airoso trance de tener que reprimirnos, porque hay brevedades que, glosadas, lo pierden todo. Como ésta, por ejemplo, que copio aquí en homenaje a K. y al gato del autor: «Hay cosas de las que nunca se habrá dicho la última palabra: la luna, la rosa, el gato». (3/2/2009)

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xxDespués de ver en la noche carnavalesca, todos estos ramilletes de muchachas disfrazadas de gatos, o de gatas —que es el disfraz más simple y más acorde con la naturaleza alocada de esa edad: maillot negro, medias negras, orejitas, bigotes pintados, rabo—, cuando vuelvo a ver a K. le descubro no sé qué nueva faceta oculta de muchacha en flor. Ella, la gata, también parece a veces ante nuestros ojos como disfrazada de todo aquello que queremos ver en ella, y que ella no es. (1/3/2009)

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xxLa gata dándole la espalda ostentosamente al televisor, que no le llama en absoluto la atención, pese al ruido que hace, y con la mirada perdida en las oscuridades de la noche. Como dándonos una lección que, sin embargo, no aprovechamos. (6/5/2009)

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xxK. no sabe mucho de libros. Pero sí tiene claro que hay algunos que ni siquiera le valen para rozar el lomo con ellos. (19/5/2009)

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xxAhora ha descubierto una nueva diversión. Cuando me siento en el sillón que da la espalda a la entrada de la sala, se acerca sigilosamente a mi asiento, por detrás, y empieza a afilarse las uñas inmisericordemente contra la tapicería de cuero, a sabiendas de que yo inmediatamente alargaré el brazo en un manotazo para impedirle el destrozo. Cuando lo hago, se lanza contra mi extremidad como si se dispusiera a derribar una presa de su tamaño, y allí la aguanto, enzarzada en una pelea con mi brazo, sin clavar las uñas ni apretar los dientes, pero exhibiendo todas las poses y actitudes de quien está convencida de su superioridad. Peor es lo mío: esta felicidad de saberme, durante unos minutos, un rival digno de ella. (21/5/2009)

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xxK. saca a relucir ante los extraños un repertorio de sonidos y gestos fieros absolutamente desconocido para nosotros. Pero con algo muy suyo: más allá de esos gestos y sonidos, no hay nada: no araña, no muerde, no hace daño a nadie. En eso es muy de la familia. (22/6/2009)

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xxEl maullido de saludo de K. (moooo-ó), a nuestro regreso, tiene casi la misma modulación que nuestro modo de decirle «Hooola». Con lo que cabe preguntarle quién imita a quién. (2/9/2009)

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xxK. se ha criado como una gata de dos casas y hasta ahora no parecía sentirse extraña en ninguna. Pero también los gatos pierden esa bendita adaptabilidad de los jóvenes. Y, como los adultos, desarrollan una predilección justo hacia aquello que la realidad les veta disfrutar a su antojo. Y la casa que echa de menos es siempre la otra. (8/9/2009)

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xxC. me avisa, horrorizada, de que K. ha vuelto a las andadas e intenta cazar un pájaro en el balcón. Le digo que no intervenga, porque más de una vez, al sufrir un sobresalto —por ejemplo, ante el estruendo de la persiana echada—, la gata se ha lanzado a los barrotes, con serio riesgo de ir más allá y caer a la calle. Pero luego pienso que en mi actitud hay un elemento de irresponsabilidad, motivado por el deseo, nada inconsciente, de que nuestra gata se porte como lo que realmente es, un felino con instintos de cazador, y experimente de nuevo la descarga de adrenalina correspondiente a una presa lograda. Alguno dirá que a mí qué me va en esto. Yo también me lo pregunto. Para la gata, como para mí, seguramente ya no hay vida más allá de sus rutinas establecidas: su dormitar a mis pies, a la hora de la siesta, su deambular por los distintos descansaderos que se ha ido procurando en la casa, sus carreras nocturnas en pos de una quimera. Que alguna vez una de esas quimeras cobre alas y tenga sangre caliente no deja de ser, incluso para los instintos bien afinados de la gata, una extraña sorpresa. (19/11/2009)

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xxA K. le inquieta el mal tiempo. Se acerca al balcón, se alza sobre sus patas traseras y golpea el cristal con las manos. Es su gesto habitual para darme a entender que desea que le franquee el paso. Así lo hago. Pero, antes de exponerse a la dura intemperie, otea desconfiadamente la apertura. Llovizna. O, más que lloviznar, parece que las gotas finísimas, sustentadas en su propia ligereza, flotan en el aire. A la gata esta manera de llover no le parece del todo intolerable. Sale al balcón y bebe de la fina película de agua que cubre las losetas. Entre la aversión que le produce mojarse y el instinto que le lleva a identificar todo aquello de lo que pueda beneficiarse ha triunfado lo segundo. Bebe, digo yo, como lo hace un animal salvaje cuando encuentra la ocasión de hacerlo. Pero apenas he tenido tiempo de garrapatear estas líneas —este apunte del natural, por así decirlo— cuando vuelvo a sentir sus manos golpeando el cristal, esta vez desde fuera: ya ha tenido demasiado y desea volver al calor hogareño. Le abro el balcón de nuevo, como al hijo pródigo que regresa. Ya sé, ya sé. El mundo exterior sólo merece, a veces, ese maullido de reproche.
xxY, no sé por qué, me acuerdo de mi estado de ánimo de anoche, cuando volví de la larga sobremesa de copas que siguió al almuerzo navideño con mis compañeros de trabajo. Esa larga caída, coincidente con el descenso del nivel de alcohol en la sangre, de la euforia a la depresión. También a mí, como a la gata, las incursiones en el exterior me dejan a veces malparado. (23/12/2009)

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xxMe cuenta M.A. que ha leído que en cierta residencia de ancianos tienen un gato que se anticipa a la muerte de los internos y la anuncia mediante el procedimiento de irse a dormir con quien va a morir en cuestión de horas. Creo que haría todo lo posible para alejar de mí a un animal tan aciago. Y, mientras lo escribo, observo de reojo los movimientos sinuosos de K. A veces parece que me ronda como si supiera cosas sobre mí que sólo ella ve y que jamás diría, incluso si pudiera. (4/2/2010)

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xxCon ánimo un poco catastrofista veo Soy un fugitivo (I am a fugitive from a chain gang) de Mervyn LeRoy: la tragedia de un hombre bueno, víctima de una sociedad que no ofrece asideros, ni oportunidades para rectificar. Frank Capra hubiera resuelto esta sombría historia con una apoteosis humanista y solidaria. LeRoy no se hace ilusiones: aunque en algún momento plantea la posibilidad de que la opinión pública pudiera influir sobre el destino de este hombre acosado, enseguida deshace esa ilusión: la opinión pública es variable y tornadiza y se desentiende pronto de las historias que alguna vez rozan su fibra sensible. Nada más estremecedor que el final, cuando al amada del protagonista, evadido por segunda vez del penal, le pregunta de qué come, y éste le responde desde la oscuridad, con la voz rota: «¿De qué va a ser? De lo que robo». Y si estas palabras vienen de la oscuridad es porque quien las emite ya ha pasado a la invisibilidad absoluta, o a una modalidad de supervivencia que ya no espera concitar simpatías.
xxEl mismo desamparo, en fin, que cabe ver en un gato solitario con el que tropiezo esta mañana en plena calzada. Anda desorientado y por un momento dudo de que sea capaz de alcanzar la otra acera antes de que se reanude el tráfico, ahora detenido por el juego de los semáforos. Lo consigue in extremis, y luego trota animosamente por la acera, con el rabo levantado, de esa manera entre cómica y sigilosa que tienen los gatos de mostrar su ufanía. Es extraordinariamente pequeño, más o menos del tamaño de K., que también lo parecería en medio de las enormidades del espacio urbano. Da la vuelta a la esquina y lo pierdo de vista. Estoy tentado de ir tras él y devolverlo a la pródiga manzana de la que ha salido, llena de callejones sucios y viejos solares a medio tapiar, habitados por decenas de congéneres suyos. Pero se ve que, como el protagonista de Soy un fugitivo, ya no se hace ilusiones sobre la posibilidad de mejorar su modo de vida. Y quién es uno para interferir en su destino. (8/6/2010)

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xxEra de admirar el poco teatro que esos dos gatos le echaban al asunto de la cópula. Se habían enganchado bajo un coche y allá que andaban a lo suyo, el macho muy afanoso y cumplidor, la hembra con la mirada distraída… Bastaba para quitarle las ganas a cualquiera que todavía se haga ilusiones respecto a estos menesteres. Y, sin embargo, también emanaba de esa imagen una especie de invitación general a cumplir con los mandatos de la naturaleza así, sin alharacas, en cualquier parte. Y luego cada uno a su rincón, a lamerse las rozaduras. (17/3/2011)

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xxEsos ruidos inexplicables que hacen las casas solas. Esta vez la gata no venía con nosotros a pasar el fin de semana en la sierra; pero, acostumbrados a su presencia, nos parece que esos crujidos, chasquidos, casi imperceptibles roces, los hace ella. Con lo que constatamos que el silencio, ese fantasma inconcebible, tiene modales de gato. (21/3/2011)

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xxK. parece ahora más calmada. La tenía alterada la presencia en estos días de un invitado en casa. A sus amabilidades respondía con bufidos. Pero, a diferencia de otros gatos, no optó por dejarse ver lo menos posible mientras durase la visita. Por el contrario, una especie de curiosidad inevitable la empujaba a rondarlo, a acecharlo constantemente, como si el motivo de su desazón no fuera que repudiase los intentos del extraño por ganarse su confianza, sino la necesaria afirmación de que, en ese cortejo, la iniciativa correspondía exclusivamente a ella. (2/12/2011)

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xxLlego a la tarde del viernes literalmente exhausto. Renuncio incluso a ir a nadar, porque la languidez que me aflige no es de las que se disipa con el subidón de endorfinas que genera el ejercicio. Acompañado sólo de la gata, leo las primeras y estremecedoras secuencias de The Flowering of the Rod. Y me coge un poco de nuevas la extraña emoción que me causan estos versos. No, no es uno religioso, y ni siquiera me atrevo a calificar como religiosa mi vaga veneración de un conjunto de cosas que acaso pudieran englobarse en lo que algunos llaman «espiritualidad». Pero me impresionan las sencillas constataciones que la poeta H.D. hace a propósito del anhelo de resurrección, y su comparación del mismo con el instinto que, según dicen, lleva a algunas aves a sobrevolar el punto del océano en el que pudiera haber estado la Atlántida, el continente perdido. Vuelan, dice la poeta, hasta caer exhaustas y lo hacen en nombre de un anhelo que es, básicamente, un recuerdo. Y eso sí lo entiendo bien: que la posible trascendencia del hombre no sea un salto a una dimensión desconocida, sino… un regreso a un pasado del que sólo guardamos una muy imprecisa memoria.
xxK. me dice que sí, y que en ella esa memoria es… instinto. (23/1/2012)

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xxFelicidad: lo que siente un gato al estirar todos sus músculos después de una buena siesta. (11/9/2012)

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xxLa gata escapa en cuanto abrimos la puerta, a nuestro regreso de cenar con unos amigos, y en su carrera llega hasta la cancela que cierra un conjunto de casas deshabitadas que se alza al extremo de la calle. No quiero ni pensar qué hubiéramos hecho si le hubiera dado por cruzar los barrotes y perderse dentro. Algo se lo desaconseja en el último minuto, por lo que, antes de que yo pudiera agarrarla, sale despavorida en dirección a nuestra puerta. Ya en casa, nos busca insistentemente y ronronea al rozarnos. Como si, entrevistas las posibilidades de una vida azarosa y desprotegida, quisiera disipar cualquier duda respecto a su elección. (1/10/2012)

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xxAndaba K. muy rara últimamente. Nos dirigía largas peroratas quejumbrosas, cuyo sentido no acertábamos a descifrar, y se empeñaba en hacer sus necesidades —muy a disgusto, a juzgar por el tono de las salvas de maullidos— en un rincón del salón y no en el pulcro habitáculo destinado a su uso exclusivo. Hasta que averiguamos por qué: el gato del vecino, que ahora, pese a la declarada hostilidad que le muestra K., es visitante habitual de nuestra casa, había ensuciado el hasta entonces inviolado retrete de su renuente anfitriona. De ahí los maullidos indignados, las quejas, el comportamiento anómalo. Ahora se lo hemos fregado y cambiado la tierra y ella ha vuelto a tomar orgullosa posesión de lo que era suyo. Y nosotros velamos para que su galán no vuelva a mancillarlo. (2/1/2013)

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xxVienen los de la tele a casa porque a uno le han dado un premio —y me acuerdo, al comenzar a redactar estas líneas, de una entrada similar en los diarios de C.E. de O. que sus amigos le afearon mucho, porque la encontraron vanidosa—. Avisados por una llamada previa, hemos quitado de en medio los trastos, alisado los cojines, recolocado los centros de mesa. Son apenas las cuatro de la tarde y uno, desde que le dieron la buena nueva, anda en una especie de estado febril. Las buenas noticias —las que tienen a uno como protagonista, no las que afectan a otros, que son las que se viven con alegría no exenta de serenidad— causan en mí el mismo efecto fisiológico que si, pongamos, me comunicaran que un camión acaba de arrollar el coche que tenía aparcado en la acera: no es una tragedia, porque nadie ha resultado lastimado, pero en tu fuero interno queda como una especie de desazón, de sensación de momentáneo desajuste con la realidad. Para colmo, de pronto te llama un extraño —en este caso, una agencia de noticias— y uno se ve obligado de nuevo a inventar un discurso. «Explícanos en qué consiste tu libro», te dicen. Improvisas, dices que es un libro escrito después de un largo intervalo sin escribir poesía, porque la poesía en general suele presentarse así, de forma discontinua… Y ya está, ya les has dado el titular: «José Manuel Benítez Ariza, un poeta a rachas«, leo al día siguiente en decenas de titulares en internet, todos ellos tomados de la misma agencia de noticias. La frase me deja pensativo. Toda la vida escribiendo poemas para esto… Y son los amigos quienes te sacan de tu estupor. Sus felicitaciones te animan, te hacen sentirte en medio de una gratísima espiral de afectos, en la que comparecen conocidos de ayer y de hoy, lectores, gentes de la literatura y gentes de esa otra vida que sólo tangencialmente toca la literatura.
xxPero hablaba de los de la tele. M.A. y C., oportunamente, se quitan de en medio. La gata le bufa a la periodista —que es también, vaya por Dios, una vieja conocida, a la que no veía desde hace treinta años— y el cámara apenas encuentra sitio para colocar sus trebejos. En mi casa no hay espacio para estas vanidades. Por fin, empujando una mesa, quitando sillas y reubicando un butacón en el espacio ganado, consigue la distancia necesaria para enfocarme. Y es verdad que la televisión favorece: por lo que veo después en el informativo, mi modesta casa, reducida a una semipenumbra en la que se entrevén muchos libros, ciertamente parece la casa de un escritor. De un escritor de los que salen en la tele, quiero decir. Y, bueno, uno ya ha tenido tiempo de pulir el discurso y ya es capaz de contar que el libro tiene como hilo conductor la mirada de un paseante que no se ha despojado del todo de su capacidad de asombro y que recorre una ciudad que a veces es real —Londres, Madrid, París— y a veces una suma de muchas ciudades; y que la técnica imaginista empleada incluye un guiño consciente a las vanguardias históricas, y que uno no suele presentarse a premios, pero… Y ahí queda la cosa. (12/9/2013)

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xxLa memoria de los gatos. Después de meses sin ver a C., K. no tiene más que olisquearla y rondarla un poco para percatarse de que, para su conciencia de gata, la estudiante con ínfulas de adulta que vuelve a casa por vacaciones sigue siendo la niña a cuyos mimos solía abandonarse casi sin reserva, pero a la que también mostraba a veces sin rebozo su mal humor. Nosotros, viendo a C. tan cambiada, no lo tenemos tan claro. (23/12/2013)

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xxMe dicen que la hierba que mejor les viene a los gatos para purgarse es la que crece al sembrar un poco de alpiste en una maceta. Y pienso en la curiosidad, en la ansiedad de K., al ver crecer la ensalada. (10/1/2014)

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xxPersiguiendo a K. para que no arañe el sofá, intento agarrarla mientras se me escapa por el filo de una mesa, y el resultado es que el pobre animal trastabilla y pierde pie, en lo que me parece que ha sido una mala caída. Se aleja de mí, no sé si con el cuerpo lastimado o con la dignidad herida. Pero al rato vuelve y se frota contra mi costado, como buscando congraciarse con el causante de su daño. Quién dice que los gatos son rencorosos. Ésta desde luego no lo es; en todo caso, astuta, dentro de su humildad: sabe que su gesto me desarma; y que ahora soy yo, con mis caricias, quien busca congraciarse. (5/3/2014)

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xxSe han ido todos otra vez: C. con su perro —y su mochila, y su recién compuesta estampa vagabunda y viajera— y M.A., que ha querido acompañarla unos días. Y aquí nos hemos quedado la gata y yo, con todo el tiempo del mundo. Me he levantado a las siete menos veinte, he atendido un examen en el instituto, me he acercado al banco y luego a la copistería —también los libros, llegado el momento, echan a andar por el mundo en forma de modesto mecanoscrito, aunque con muchas menos ilusiones que los veinteañeros a los que les cabe la vida en una mochila—. Ya en casa, he hecho la cama —¿para qué, si nadie va a fijarse en si está hecha o deshecha?—, recogido los platos de ayer, pintado un viejo desconchado que el otro día me decidí a enlucir; luego he terminado un artículo que tenía pendiente. Y ahora, a la una del mediodía, con todas las tareas finiquitadas, me pongo a escribir en este cuaderno. Todavía tendré tiempo de leer unas páginas del Libro de los pasajes de Benjamin, con el que me distraigo ahora; e incluso de dormir una pequeña siesta, antes de volver al trabajo —tengo jornada de tarde— y luego… Cómo cunde la soledad. Y este hacer tanto para qué. Acostarse temprano, quizá, no sería mala idea en estas circunstancias. La gata, que se pasa el día dormitando, me sirve de ejemplo. (2/9/2014)

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xxPara los gatos la caricia no es una dádiva, sino una exigencia; vienen a reclamarlas cuando lo creen conveniente; y amagan con un zarpazo en cuanto piensan que ya han tenido bastante. (5/9/2014)

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xxNuestra gata y el perro que ha traído C. —el que, contra nuestras prevenciones, adoptó durante su escapada de verano al poblado hippy de Beneficio, en la Alpujarra, donde nacen muchos perros y no todos encuentran dueño— han alcanzado ya la fase en la que consienten estar prácticamente uno al lado del otro y, sin embargo, fingen ignorarse. Lo que, bien mirado, hace presagiar que su convivencia será tan duradera, al menos, como todas esas espléndidas relaciones humanas que se basan en la perfecta indiferencia recíproca. (14/10/2014)

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Benítez Ariza, José Manuel. Todo sobre K. Una gata en un diario. Murcia; Newcastle ediciones, 2020.

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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (148)

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Pues acaba de llegarme a casa el nuevo libro de Luis Sánchez Martín, ‘Todo en orden’, un libro de relatos publicado por Chamán Ediciones.

Vuelvo a agradecer públicamente que Luis me tenga en cuenta cada vez que publica o le publican algo.

Ya saben, en cuanto pueda subiré algo al blog.

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TODO SOBRE K (I)

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2007 – 2008

xxHan pegado esta fotocopia por todo el barrio: se ha perdido una gata; muy parecida, por cierto, a la nuestra. El esfuerzo, la paciencia de haber fijado todos y cada uno de estos carteles con cuatro tiras de cinta adhesiva, seguramente entre dos personas: una que sujetaba y otra que cortaba, en lo que parece un largo y desesperanzado periplo… La cualidad absolutamente intransferible de esa modesta catástrofe doméstica, incapaz de conmover a terceros. La irrelevancia, incluso, de la promesa incluida en el cartel: «Se ofrecerá recompensa». Ni siquiera los gamberros, que nunca faltan, se han ocupado de arrancarlos. (12/9/2007)

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xxLa gata perdida de la que hablaba el otro día ha aparecido: leo la noticia en un periódico gratuito que me trae M.A. Una compañera de trabajo se la había mostrado, irónicamente, como ejemplo de «noticia importante»; y ella, que estaba al tanto del interés que los carteles de la búsqueda habían despertado en mí, le espetó que, efectivamente, le parecía una noticia importante; más que las que daban cuenta de la última promesa demagógica de tal o cual ministro. (19/9/2007)

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xxNo me cabe la menor duda de que a K. le causa una gran alegría verme cuando vuelvo del trabajo. Lo que no entiendo muy bien es su modo de manifestar esa alegría: primero, a saltitos tras de mí; luego, dejándose acariciar la barriga, para, después, devolverme la caricia en forma de lametones y mordiscos no siempre inocuos. Termina acechándome desde las esquinas de algún mueble, como si yo fuera un bicho grande al que ella, después de todo, se siente capaz de dar caza. (2/10/2007)

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xxLa he echado lo menos cinco veces. Y ella reincide: se me sube al teclado, tironea los cables que conectan los distintos componentes del ordenador, mordisquea los papeles de la mesa… Y yo la dejo porque esos gestos de gata me ayudan a saber que, después de todo, lo verdaderamente incongruente de la escena no son sus movimientos felinos por encima de los muebles, sino la presencia de un tipo que se pasa horas haciendo extrañas digitaciones frente a una pantalla luminosa. Como si no hubiera rincones que olisquear, moscas que cazar, ratones imaginarios que perseguir en las sombras.
xxClaro que eso es precisamente lo que hago: olisquear rincones, amagar a las moscas, acorralar roedores que sólo corretean en mi imaginación. (18/10/2007)

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xxA K. le ha llegado la hora de sufrir mal de amores; de la peor clase: la que no tiene objeto definido. Maúlla tristemente y acepta nuestras caricias como un consuelo insuficiente, que no afecta al motivo de su malestar. Que tiene carácter fisiológico, sí, pero se manifiesta más bien como una nostalgia infinita de algo que no puede ser mera fisiología y que debe parecerse mucho, en su mente gatuna, a un anhelo de selvas lejanas, de carreras ardorosas tras un topillo o una lagartija, de olores intrincados y rumores espesos…
xxYo también me sentía como ella cuando tenía el equivalente a su edad. Y también ahora, en ocasiones. Pero he aprendido a no maullar innecesariamente. (13/1/2008)

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xxCacerías de K.: una jirafa de peluche, una foca de lo mismo, cobradas ambas en la sabana que constituye la cama de C., su cazadero favorito. Todos los días, cuando llego a casa y veo las piezas junto al recipiente de comida para gatos, constato que la imaginación no es, en absoluto, un don exclusivo de los humanos. (17/1/2008)

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xxLa hemos llevado a operar, para evitarle el trastorno de sus celos sin objeto, y ahora K. no nos perdona lo que le hemos hecho y nos castiga con sus melancolías y su pérdida de apetito. Y le funciona: hace que nos sintamos mal. Está visto que también un gato puede hacernos chantaje emocional. Lo que dice mucho, no tanto de los gatos, como de nosotros mismos. (21/1/2008)

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xxK. ya ha superado el mal paso. Vuelve a ser la que era, salta y corre, prefigura cacerías imaginarias en pos de una mano que agita una cortina o de una bolsa de papel que echamos a rodar ante ella. No sabe, o quizá sí, que con todo ese despliegue de alegría nos absuelve. (27/1/2008)

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xxA este otro gato también lo han «operado» —valga el eufemismo—, pero no al llegar a la pubertad, sino a los once años; es decir, a una edad que, en términos gatunos, roza la senectud. Al parecer, sus dueños se acaban de mudar de casa y el nuevo entorno abunda en gatos, lo que ha traído no sé qué promesas tardías de alegre promiscuidad al hasta entonces morigerado varón, que ha empezado a comportarse como un gato joven, a maullar melancólicamente y a mearse por los rincones para hacer valer sus derechos territoriales. No se lo han consentido, claro. Ahora el ex viejo verde nos mira con sus ojillos anestesiados desde la portezuela de su transportín. Nos hemos cruzado con él en el vestíbulo de la tienda de animales, a la que hemos venido a comprar comida para K. Tomo nota del castigo que merecen ciertas expansiones tardías. Y salgo corriendo de allí, con el rabo entre las piernas… (24/2/2008)

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xxHacía meses que no lo intentaba. Pero ayer vio la ocasión: mi hija se demoró más de la cuenta en despedir a una amiga y K. salió corriendo y enfiló las escaleras como alma que lleva el diablo, o como si le hubieran puesto delante un ratón, el primero de su vida. Y yo, que no había querido asomarme para que aquella muchachita desconocida, la amiga de C., no me viera en zapatillas, hube de salir corriendo en pos de la gata. Llegué a la planta baja, sin encontrarla, en incluso bajé hasta la puerta del garaje, sin resultado. Entonces la oímos maullar a la puerta del vecino del primer piso; es decir, en lo más parecido que encontró a nuestra propia puerta, una vez perdidas las coordenadas. El corazón le palpitaba con fuerza. Pero lo más curioso es que, cuando la volvimos a dejar en el suelo, ya en nuestro piso, agitó el rabo de ese modo característico que indica enfado en los gatos: hacia un lado, dando golpecitos insistentes contra el pavimento. Estaba ofendida, como una adolescente tonta. Se había confundido de puerta y creía que se la habíamos cerrado en las narices. Y no acertaba a perdonárnoslo.
xxEso fue ayer. Hoy, como para contradecir una frase que leo en los diarios de Andrés Trapiello, en la que afirma que es inútil poner nombre a los gatos porque no acuden cuando se les llama, la llamo en voz alta y me contesta con un maullido; y luego viene al trote, se encarama en mis rodillas y allí se queda, ronroneando, mientras termino la lectura y empiezo a darle vueltas a la reseña que he de escribir. Si uno fuera un crítico puntilloso, en fin, ya tendría algo que reprocharle a A.T.: que los gatos que él trata no se portan igual que los que uno frecuenta. (10/4/2008)

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xxK. se ha hecho más independiente y selectiva y se ha acostumbrado a pasar largas horas sola en sus rincones preferidos. Que uno de ellos sea el lado de la cama en el que duermo me da que pensar. Tal vez huelo a gato. (9/5/2008)

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xxA K. le aterroriza el ruido de la aspiradora. Huyendo de él, se refugia en el patio y se encarama a los palos de la leñera. También yo acabo allí, empujado por el estruendo. Observo que mi presencia la tranquiliza. Se tumba a mi lado, roza su lomo contra mis piernas, ronronea. Teoría del afecto: una especie de apartamiento buscado, o de reducción del mundo a la esfera de la privacidad compartida, mientras fuera ruge lo desconocido. (14/7/2008)

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xxEn agosto todos lo gatos actúan como si vivieran sobre un tejado de cinc caliente; quiero decir que, en cuanto el clima lo permite, todos se meten en la piel de Liz Taylor cuando hizo la versión cinematográfica de la famosa obra de Tennessee Williams. Y más si son gatas: basta que encuentren el balcón abierto, incluso al mediodía, para que se hagan una rosca a pleno sol y absorban en el pelaje todo el calor que un ser vivo puede soportar. «¿Qué saca una gata se estar sobre un tejado de cinc caliente?» le preguntaba Paul Newman a la Taylor en la mencionada película. «Nada: sólo el hecho de estar allí», contestaba ella.
xxPero yo miro a la gata, la veo pasearse por la casa con todo ese calor que se ha echado encima, como uno de esos vagabundos que se cargan de abrigos en pleno verano, y sé que su propósito va más allá. Que atesora sensaciones, digamos, para cuando falten. Y que, en su memoria gatuna, éstas aflorarán sin esfuerzo cuando llegue el invierno y, a falta de sol, se arrime al calefactor o a la chimenea. Para eso está el verano: para atesorar esas imágenes gratas que luego buscaremos con esfuerzo en épocas menos propicias. La de una playa llena de gente desnuda; la de una noche a la intemperie; la del mar como un lecho fresco e inmenso. Luego llega el invierno y los gatos —quiero decir, nosotros— sustituiremos esas plenitudes por sus versiones íntimas y domésticas: la desnudez bajo la ducha; la noche al otro lado del cristal; y el mar, no ya como un lecho acogedor, sino como un mero paisaje al que mejor no acercarse, no vaya a devorarte.
xxPero es agosto y los gatos disfrutan de las benignidades extremas de la estación. Cuando se cansan de absorber calor, se tumban en las losas frías, muy estirados, y experimentan el placer de diluirse; es decir, la sensación de que algo así como un exceso de ellos mismos, un sobrante del yo, es transferido gratuitamente al medio, igual que el calor pasa al terrazo frío. También nosotros lo hacemos: la circunspección estalla en camisas floreadas, la seriedad de los calcetines negros cede a la frivolidad del pantalón corto. Que son también maneras de diluirse, de descargarse de un exceso de individualidad. A un paso, en fin, de la disolución suprema, que tan bien fingen los gatos cuando yacen estirados, tiesos, como esos congéneres suyos que han terminado sus días en una cuneta.
xxPero los gatos son tan reacios a la tragedia como reticentes a la comedia. Si a veces hacen reír, es siempre involuntariamente, y la risa es más una desmesura del espectador que algo derivado de una imposible pérdida de dignidad por parte de ellos. En agosto los gatos, como nosotros, se empapan de la razón de ser de los ciclos naturales. Los aceptan sin más. Y, bien pertrechados, esperan resignadamente lo que tenga que venir. Como nosotros. (23/8/2008)

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xxAl cerrar la puerta me parece ver que el amasijo de briznas secas que el viento ha dejado en el escalón del umbral adquiere vida. Es una mantis, a la que mis movimientos y ruidos han sacado de su inmovilidad; una más de las muchas que el levante de los últimos días ha empujado contra nuestra ventana e incluso ha metido dentro de la casa, para gozo de la gata, que las ha perseguido y martirizado con saña digna de mejor causa. La de hoy tal vez esté aquí en misión de reconocimiento, para certificar la partida de esta familia que incluye entre sus miembros un elemento tan declaradamente hostil.
xxLa segunda vuelta de esta cerradura exige que uno tire con fuerza del pomo con la otra mano, lo que me obliga a dejar en el suelo el último bulto de nuestra impedimenta. Los demás están ya en el coche. Lo deposito con cuidado en el escalón, muy cerca del insecto. La mantis, muy digna, levanta la cabeza, se vuelve, gana la acera y desparece con un extraño vuelo en el que se mezclan los brincos de un saltamontes y el airoso planeo de una libélula. Es el verano, que se va, anticipando ya ese monstruo hecho de retazos que llamamos septiembre. (31/8/2008)

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xxEn el número de julio-agosto de Clarín, que acaba de llegar, ha salido una selección de las anotaciones que he ido haciendo sobre K. en este cuaderno. Las han ilustrado con el perfil sinuoso de un gato negro que parece rondar la caja de texto como si olisqueara con desconfianza su contenido. Como haría la propia K. si la pudiéramos encerrar en un limbo abstracto semejante. (2/9/2008)

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xxEl gato de un escritor se parece siempre a un argumento huidizo. (9/9/2008)

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xxA K. no le gustan los alimentos especiados y nos mira con desaprobación cuando nos ve ingerir carne o pescado con el sabor disfrazado. En esto es muy nouvelle cuisine. No sé qué pensaría de nosotros si nos diera por consumir alimentos gelificados o volatilizados, como los que prepara el famoso cocinero Ferrán Adriá. Nos consideraría unos tarados, seguramente. Y puede que tuviera razón. (14/9/2008)

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xxInesperado momento de felicidad, en uno de esos huecos que lo irregular de mi horario laboral abre a veces en mis mañanas. Un libro de poemas recién recogido del apartado de correos, una copa de vino, un modesto aperitivo para abrir boca, mientras van llegando los demás y aviamos el almuerzo. K. se me sube al regazo, husmea el libro y, como para darle su aprobación, frota el lomo contra el canto de la portada. No es la primera vez que la gata y yo estamos de acuerdo en nuestras preferencias literarias. Recién llegada a la casa, cuando apenas contaba con un mes de vida, recuerdo cómo le atraía la portada anaranjada de Understanding Poetry, el profuso manual de Cleanth Brooks y Robert Penn Warren. Que, bien mirado, no es mala iniciación a los placeres de la literatura. Aunque también hemos tenido nuestras desavenencias. Por ejemplo, con Carver: los dientes de K. están impresos en la portada de mi ejemplar de Cathedral. Pero, más que el detalle, me fijo en la vehemencia con que la gata expresa sus preferencias. Ojalá uno atinara a arrimar el lomo a los libros que ama y aprendiera a clavar los dientes en los que aborrece, y no a disculparnos como si la falta estuviera en uno y no en ellos. En eso estoy aprendiendo mucho de K. Tanto que, hoy por hoy, es el crítico literario en el que más confío. (25/9/2008)

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xxSí, los gatos también tienen vida interior: basta ver a K. cuando juega y constatamos que en su mente las poderosas imágenes instintivas de la caza ocupan el lugar de la parca realidad. Que el muñeco de trapo con el que se ensaña es, en esos momentos, una auténtica presa; y nuestro pasillo, la selva. (30/9/2008)

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xxK. ya casi sabe hablar. Llego y ella articula un gruñido que quiere decir: «Ábreme el balcón». Se lo abro y me da las gracias. Otras veces, en medio del silencio de la casa, lanza un largo maullido interrogativo, como diciendo: «¿Hay alguien por ahí?». Entonces yo la llamo por su nombre y ella, contradiciendo todo lo que se dice de los gatos, acude.
xxNo pierdo las esperanzas de enseñarla pronto a leer, e incluso de matricularla en alguna universidad. Pero en una de verdad, claro, en la que pueda demostrar su valía, y no en una de ésas en las que basta con pagar las tasas para que te aprueben. (2/10/2008)

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xxLa idea del mundo que debe haberse formado K.: un abismo extendido al pie del balcón, en el que se mueven seres y objetos de naturaleza incomprensible, inalcanzables, y del que, a determinadas horas del día, le llega un calor benéfico, que le impregna el pelaje y le permite cerrar una especie de pacto agradecido con la vida. A veces todos esos misterios resultan inquietantes, y la gata asoma la cabeza tras los barrotes como si calibrase la posibilidad de saltar. Pero lo más normal es que acepte la pertinencia de ese desfile de imágenes inaprensibles y se tumbe plácidamente a contemplarlo. Cómo nos parecemos mi gata y yo en esas ocasiones. (6/10/2008)

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xxK. es la que más ilusionada parece cuando recibimos un paquete: se acerca a la caja, la olisquea, arrima peligrosamente el hocico al precinto mientras lo voy cortando con unas tijeras y mete la cabeza entre las solapas en cuanto hay espacio. No importa que dentro no haya nada que pueda interesar a un gato. Ya quisiera uno recibir cajas de sardinas o de bogavantes. Pero en esta casa no se recibe más que papel. Y el envío de hoy pertenece a la clase más descorazonadora: libros propios, de los que de vez en cuando pido a mis editores unos cuantos ejemplares, de los muchos sin vender que tienen en los almacenes, para cumplir con amigos y conocidos.
xxBendita K.: ojalá todos los destinatarios de estos papeles malgastados mostraran la misma curiosidad. (12/11/2008)

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xxContraproducente alegría de K. ante esta caja de productos de la tierra que me manda siempre cierta benemérita institución por estas fechas: se enzarza con esa especie de broza de plástico que les ponen a los embalajes para amortiguar los golpes, traga unas briznas y termina vomitando en un rincón.
xxEsta gata novelera no aprende. Yo tampoco. (4/12/2008)

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Benítez Ariza, José Manuel. Todo sobre K. Una gata en un diario. Murcia; Newcastle ediciones, 2020.

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