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TAL VEZ COMO SI NUNCA
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En el umbral de cuanto desconozco,
a las puertas de los templos antiguos,
la emoción se remansa, el deseo perdura,
y el reloj del amor nos besa en las mejillas
como un sol cotidiano.
Como el ingrato cuervo que nos saca los ojos,
nos promete la vida una derrota,
aunque no siempre acierta en el castigo.
En los libros que ardieron,
en la palabra antorcha lo he leído.
En la ceniza de tus antepasados,
en forma de acertijo, está escrito tu nombre.
Como el ciego predicador de las montañas
soy la sombra de un corazón que late.
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En el atroz milagro de estos versos,
tan tuyos como míos,
el poeta que soy custodia las reliquias
de un tiempo de quiméricos crepúsculos.
Protegen las palabras del dolor de los hechos.
Protegen de los tristes obispos bolcheviques
de los que habla Vallejo, de la lluvia
que araña las estatuas como un gato salvaje,
de los pasos tan lentos con que anda el amor,
de los usurpadores y de los conjurados,
y de las tropelías que en nombre del deseo
cometen los amantes. Sí, las palabras
defienden las calles de un lugar
donde nunca estuvimos.
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En este cuarto con vistas a domingo,
la tristeza me visita en los días impares.
Se sienta en una silla y me habla del mar.
Escucho sus palabras, serenas como el agua
que fluye de una fuente. También escucho
cómo teje la soledad el fulgor de los versos
que ahora te recito. Se engarzan las palabras
en el hilo invisible del presentimiento.
Deslumbran si las miras de cerca. Duelen
si las tocas, porque hablan del amor. Hieren
porque, como la vida, las palabras nunca
son lo que dicen y traicionan los hechos.
Sí, estos versos nos juzgan, nos condenan.
Sí, tú ya no estás pero el dolor persiste.
Y en el dolor no hay piedad ni consuelo.
Nadie se apiada del héroe derrotado
y el consuelo es un lujo para los vencedores.
La vida es un combate en desventaja.
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La vida es un combate en desventaja,
la poesía también. Se lucha, cuerpo a cuerpo,
contra el verso rebelde, contra el ritmo
impetuoso del sentimentalismo,
contra las trampas del adjetivo adverso,
contra las imposturas heredadas
y la falsa retórica del sustantivo ampuloso.
Cada poema nos cuesta la vida.
Cada poema deja un saldo de llanto,
y de sangre, y de palabras heridas en su orgullo.
Cada poema, nos resume y nos niega;
es nosotros, nos engloba, pero también nos ata
y nos reduce a la sombra de las palabras.
Somos esclavos de una guerra
perdida de antemano. Despojos somos
del amor y la vida.
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Bascuñana, Ramón. Tal vez como si nunca. Lanzarote; Ayto. de Teguise, 2001.
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TRES POEMAS DE MARISA LÓPEZ SORIA
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HOMBRE SIN FIN
El hombre es una búsqueda sin fin,
pesquisa la horma del amor.
Me pareció poético, romántico
—la luna cual helado de vainilla—.
Después era donjuandepacotilla
y frío sherlockholmes, investigando.
Tan mesurada no pregunté qué coño busca usted,
ni qué se le ha perdido.
Andaba como loco,
de pubis legionario, mil copas, conquistando.
Y luego se marchaba el muy falsario.
Tampoco. El molde no era aquel.
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A LA SÉPTIMA
Creo que fue
harta del frontispicio a poniente.
A mi entender no fue una carambola,
ni en absoluto vacilante
—por séptima y colmada—.
Tras un breve estornudo (como un adorno
muy aplaudido por coreutas y rapsodas)
se arrojó al Etna, esto es,
xxxxxxxxxxxxxxxxa otros flamantes brazos.
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AÑOS DESPUÉS
Veinte de julio.
Tan alta como la luna
Emboriada
Amotinada
A la deriva
Como vulgar selenita
Prismática
Présbita
Problemática
Errática años después.
xxxxxx¿Sabes lo que pensó?:
xxxxxx«Esto pasa por no querer perderme nada».
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López Soria, Marisa. Muy señores míos. Valladolid; Ed. Difácil, 2020.
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SÓLO EL AZAR
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Cantar el peso muerto que mi corazón arrastra,
extirpar de mi entraña el quiste de la ruina,
decir los nombres de cada muerto que me habita,
nombrar la llaga.
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A tientas,
tratando de agarrarlo todo
—manera única—
tortura de la visión que la palabra evade,
dislocación de tentaciones,
volver siempre,
obstinado,
a la palabra que te saca de ti.
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Sólo el azar
llamado aquí destino,
sólo el azar,
un camino ya trazado que ignoro.
Nombro como caos lo que no comprendo:
la confusión está aquí, debajo de la piel,
en el pulso y la mirada,
en mis maneras de nombrarme.
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Sólo el azar me dio la piel que amé
y sólo el azar —o el cansancio—
extinguió el fuego.
Lo que siguió no fue el azar,
es lo que sigue siempre,
la lenta pesadilla del olvido
y luego cierto desprecio
por ese que fui yo y que amaba
y también por el que soy ahora,
el mismo que no sabe por qué amó.
Sólo la carne se equivoca.
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Como un cable diseñado para menos voltaje,
acaso mi cuerpo no resiste la claridad.
Mientras la materia sea mi sustancia
las tinieblas serán la vocación de la carne,
ese pedazo de noche que le cabe a cada cuerpo.
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Aprendo a oír escuchando mi silencio
y ese rumor variable que es el ritmo del tiempo:
las certezas son móviles
y cada lugar no es el mismo en cada instante.
Permanece mi estupor.
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Sólo el azar nos dará luz,
sólo el azar o algún designio que ignoro.
Me pregunto si es la luz lo que busco
o busco lo más oscuro de lo oscuro.
¿Acaso las tinieblas serán semilla
de visiones más altas,
de nunca merecidos apacibles silencios?
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Jaramillo Agudelo, Darío. Sólo el azar. Valencia; Ed. Pre-Textos, 2011.
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SOBRE LAS SÁBANAS
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ESQUINAS
Nada parece haber cambiado
en el efímero y repetido paisaje
de las cinco de la mañana:
Farolas amarillentas,
semáforos en ámbar,
carteles desteñidos,
bares cerrados,
risas y voces que surgen
de otras esquinas,
el olor a orina,
el camión de la basura,
una sirena alejándose,
las puertas escondidas,
los pasajes oscuros
y el eco, solitario,
de mis pasos.
Si acaso eso: mis pasos.
Cada vez más lentos,
como apagándose.
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NOCTURNO
Quiero no despertar;
perderme
en el vuelo de tu abrazo
cuando las luces aún no se han encendido
y los ojos lo ignoran todo:
la guerra,
la desgracia,
el desamparo…
el cruento muro que,
sin necesidad de hormigón,
alza el día a día
anunciando la ruina
de los sueños.
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ESCONDITE
Las bolsas de los ojos,
la fiebre,
el sudor frío,
los pies morados,
el dolor muscular,
la parestesia del brazo,
las palpitaciones,
el ardor del pecho…
el retrato de mi cuerpo
es un campo de batalla…
en posición fetal sobre una
cama deshecha,
esperando a que la derrota
pase de largo.
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Olmo Bau, Carlos S. Sobre las sábanas. Granada; Ed. Valparaíso, 2022.
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ARREGLO DE CUENTAS MÁS UN EPÍLOGO
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EL TOPO
xxxxxEstaba ahí,
acorralado en el ruedo de los curiosos. Sus garras
escarbaban inútilmente el cemento de la vereda,
xxxxxy sangraban. No avanzaba,
sólo esponjaba y contraía su cuerpo
xxxxxxxxxxxxsegún su miedo. Y con su hocico,
rosado y móvil, husmeaba,
xxxxxxxxxxxxlejos de sus oscuras galerías,
el aire soleado de los hombres.
Jamás habíamos visto un topo.
Habían capturado un mito, un animal
de bestiario. Por eso
nuestra mente demoraba, se estremecía,
xxxxxxxxxxxxno podía creer
que bajo la realidad estridente del sol
hubiera otro animal
xxxxxde carne lastimada como la nuestra.
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EL PAN
Perdonen que lo diga sin pudor,
pero mi madre y yo vivíamos en un pueblo
xxxxxxxxxxxxxxxxxxde hambrunas.
Las carencias
nos llevaban a todos a una especie de inocencia,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxa un vivir
en el centro puro de nosotros mismos.
Así es cuando ya no queda nada, salvo
la postura orgullosa de mi madre
xxxxxxxxxxxxxxxque dormía como saciada.
Cada cierto pasaban profetas
que repetían monsergas en nombre de un dios
xxxxxxxxxxxxxxxprometedor, pero cruel.
Ninguno trajo lluvia sobre los campos yermos
xxxxxxxxxni hizo el milagro de una simple lechuga.
Una tarde se asomó a nuestra puerta
un extranjero de mirada llameante, otro agorero,
pero no supimos quién ardía en él, si su dios
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxo su demonio.
Dijo llamarse Elías y tenía gran hambre como nosotros.
xxxxxxxxxSe quedó mirando a mi madre
que en la artesa mezclaba un puñado de harina Santa Rosa
xxxxxxxcon una cucharada de manteca sin nombre.
Estoy haciendo un pan para mi hijo y yo. Lo comeremos
y después, con la dignidad de los pobres satisfechos,
nos moriremos de hambre, dijo mi madre
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen Reyes 17:12
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EN ESA CASA…
En esa casa, a puerta cerrada,
xxxxxxxxxxxmataban chanchos.
Ver muertes y destripes
nos hubiera sido más benigno:
xxxxxxxxxxxya habríamos olvidado.
Pero no: sentados en la vereda rota
xxxxsólo oíamos gritos desesperados,
largos vagidos de agonía. Nuestra imaginación
xxxxxcreó un animal casi humano.
Los ruidos de la muerte venían por el aire.
xxxxxxxxxxxNo respires, dijo alguien.
¿Fui yo el que habló? No lo sé, pero todos intuimos
que esa agonía
entraba en nosotros
xxxxxxcomo un oscuro veneno
que algún día tenemos que devolver.
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EL MIEDO
El burro hace girar la rueda del molino
y a cada vuelta cierra
xxxxxxxxese círculo vicioso
que durante años ha hollado en la tierra.
El polvillo blanco de la molienda
flota en el ambiente. Se asienta
en todo,
pero en las pestañas del burro
xxxxxxxxxes toda la tristeza
xxxxxxxxxxxxxxy la condena.
Me alejo silbando del molino, silbando
para disimular
el temor de poner el pie
xxxxxxxxen una huella sin esperanza.
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HE DICHO
Qué rico es ir
de los pensamientos puros a una película pornográfica
y reír
xxxxxxxxxdel santo que vuela y de la carne que suda.
Qué rico es estar contigo, poesía
de la luz
xxxxxxxxxen la pierna de una mujer cansada.
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Watanabe, José. La piedra alada. Valencia; Ed. Pre-textos, 2005.
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CIELO
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CIELO
Que el cielo
xxxxxxxxxxxx—sea lo que sea
xxxxxxxxxxxxlo que eso signifique—
tiene forma de ring
lo sabemos bien
quienes,
alguna vez,
hemos besado la lona
y nos hemos instalado
en el KO
como forma de subsistencia.
Lo aprendimos levantándonos
para volver a caer
xxxxxxxxxxxx—o ser derribados,
xxxxxxxxxxxxda igual—
por un golpe certero
o uno demasiado bajo.
Lo sentimos,
bien adentro,
y quizá por eso
seguimos vendándonos
las manos,
colocándonos el protector
bucal,
calzándonos las botas
y los guantes…
Porque no sabemos de otra forma
de enfrentar
ni lo cotidiano
ni el quebranto.
Que el cielo
xxxxxxxxxxxx—signifique eso
xxxxxxxxxxxxlo que signifique—
tiene forma de ring
lo sabemos bien
quienes lloramos
por quien cayó
para no levantarse más.
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Olmo Bau, Carlos S. K. O. Técnico. Cartagena; Autoedición, 2021.
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LA PIEDRA ALADA
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LA PIEDRA DEL RÍO
Donde el río se remansaba para los muchachos
se elevaba una piedra.
No le viste ninguna otra forma:
xxxxxxxxxxxsólo era piedra, grande y anodina.
Cuando salíamos del agua turbia
trepábamos en ella como lagartijas. Sucedía entonces
algo extraño:
xxxxxel barro seco en nuestra piel
acercaba todo nuestro cuerpo el paisaje:
xxxxxxxxxxxel paisaje era de barro.
En ese momento
la piedra no era impermeable ni dura:
xxxxxera el lomo de una gran madre
que acechaba camarones en el río. Ay poeta,
otra vez la tentación
xxxxxxxxde una inútil metáfora. La piedra
era piedra
y así se bastaba. No era madre. Y sé que ahora
asume su responsabilidad: nos guarda
en su impenetrable intimidad.
Mi madre, en cambio, ha muerto
xxxxxxxxxxxy está desatendida de nosotros.
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LA PIEDRA ALADA
El pelícano, herido, se alejó del mar
xxxxxxxxy vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
xxxxxxxxxxxxxxxde una danza.
Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus
xxxxxhuesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
xxxxxxxxxxxxxxxExtrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
xxxxxcomo si fuera un cuerpo.
Durante varios días
xxxxxel viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
xxxxxxxxxxxxpero no hacerla volar.
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JARDÍN JAPONÉS
xxxxxLa piedra
entre la blanca arena rastrillada
no fue traída por la violenta naturaleza.
xxxxxFue escogida por el espíritu
de un hombre callado
xxxxy colocada,
no en el centro del jardín,
sino desplazada hacia el Este
xxxxxxxxxtambién por su espíritu.
No más alta que tu rodilla,
la piedra te pide silencio. Hay tanto ruido
de palabras gesticulantes y arrogantes
que pugnan por representar
xxxxxxxxxxxxsin majestad
las equivocaciones del mundo.
Tú mira la piedra y aprende: ella,
xxxxxxxxcon humildad y discreción,
en la luz flotante de la tarde,
representa
xxxxxuna montaña.
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Watanabe, José. La piedra alada. Valencia; Ed. Pre-textos, 2005.
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LOS DESEOS IMPUROS
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SATURDAY NIGHT AND SUNDAY MORNING
A las doce en punto de un sábado cualquiera,
se transmuta la noche. Se abren puertas
cerradas hasta entonces. Y una urgencia
de copas y deseo, como un secreto a voces,
la ciudad recorre. Nadie escapa al embrujo
de perder compostura, modales y maneras.
Envejece la noche por minutos, por segundos.
Como Dorian Gray ante el retrato de la culpa
de sus múltiples crímenes y único pecado.
Perfecta es la belleza a partir de la sexta
copa. Y es perfecto el olvido, cual mayordomo
inglés.
Sin nombre claudicar en brazos del domingo.
Extraños brazos. Calles y plazas somnolientas,
solemnes, enigmáticas, tomadas por gentes
de misa de nueve todas las semanas.
Cruzar el umbral de la mañana ebrio de luz
que estorba los sentidos; audaz vampiro
en retirada. Apurar sombras, tabaco y copas.
Sin preguntas, sin respuestas, sin ideas claras,
arrojar los despojos del fin de semana
sobre un lecho cualquiera a las doce en punto
de la mañana.
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MÁS ALLÁ DEL SILENCIO DE LA NOCHE
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA César Simón, en su muerte.
Es lunes y estoy solo.
Por el cuarto en desorden
libros como animales de compañía sueltos.
Me hace sombra la mano sobre el folio
mientras escribo: es lunes y estoy solo.
Y en los libros no encuentro
lo que encontraba entonces.
Por la ventana, de par en par, abierta
entra el silencio de la noche.
Y, más allá del silencio, las estrellas.
Es lunes y estás solo
y te embarga, inútil, la nostalgia
de no ser veinte años más joven
y haber perdido, tal vez, si no todo,
sí todas las batallas.
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DEUX O TROIS CHOSES QUE JE SAIS D’ELLE.
Que mata. Que comete
errores, mas nunca se arrepiente.
Que bajo el tedio de sus días
late fugaz un misterio cierto,
un dolor cierto, un cierto embrujo.
Que caprichosa y brutal y única,
sólo acepta sus propias conclusiones.
Que amarla es necedad, aun cuando
sea imposible no amarla en demasía.
Que se engalana, a veces, cual puta
licenciosa. Así, la vida.
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Bascuñana, Ramón. Los deseos impuros. Alicante; Diputación Provincial de Alicante, 2000.
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EN LAS AGUAS TERMALES
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EN LAS AGUAS TERMALES
Las aguas termales afloran
entre bocanadas de vapor blanco y denso.
xxxxxxxxCuando se disipa
deja ver las piedras que rodean la fuente, caprichosas
formas erosionadas por el agua hirviente
xxxxxxque sólo se muestran un instante,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxy luego
como un grupo de seres extraños
xxxxxvuelven
a su territorio brumoso.
El agua desciende burbujeando hacia los baños,
se entibia en canales y pozas
donde ancianos adormecidos y tullidos
xxxxxxxxxxsueñan un nuevo vigor.
Aquí arriba, en la fuente,
yo vivo otro engaño: los vapores
me permiten entrever la silueta de una mujer,
no bíblica
xxxxxxsino de bien moldeado culo (ay nostalgia),
xxxxxxxxxxxxpero ya se desvanece
entre el humo y mi doliente memoria.
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Watanabe, José. La piedra alada. Valencia; Ed. Pre-textos, 2005.
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SERÁ COMPLETA
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No se me verá, en mi última hora (escribo en mi lecho de muerte), rodeado de curas. Quiero morir acunado por la ola del mar tempestuoso, o erguido sobre la montaña… con los ojos hacia lo alto, no: sé que mi destrucción será completa.
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Ducasse, Isidore. Los cantos de Maldoror (Trad. Ángel Pariente). Valencia; Ed. Pre-textos, 2000.
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LAS SOLUCIONES QUE ACEPTAMOS
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(…) en nuestra época, los valores del Siglo de las Luces triunfan en las instituciones públicas —por lo menos en el mundo occidental—, mientras que en la vida privada nos incordia una insaciabilidad romántica. Consentimos en ser racionales cuando se trata de decisiones públicas y sociales y de intereses colectivos, pero en casa, a solas, no dejamos de buscar el absoluto, y las soluciones que aceptamos en la esfera pública no nos parecen nada satisfactorias.
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Zagajewski, Adam. En defensa del fervor (Trad. J. Sławomirski y A. Rubió). Barcelona; Ed. El acantilado, 2005.
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ESE SUBLIME ESPECTÁCULO
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Un día, con los ojos vidriosos, mi madre me dijo: «Cuando estés en tu lecho y escuches a los perros ladrar en la campiña, escóndete bajo tu manta, no te burles de lo que hacen: tienen sed insaciable de infinito, como tú, como yo, como todos los humanos de largo y pálido rostro. Te permito, incluso, colocarte ante la ventana para contemplar ese sublime espectáculo».
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Ducasse, Isidore. Los cantos de Maldoror (Trad. Ángel Pariente). Valencia; Ed. Pre-textos, 2000.
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RARAS VECES DUDAN DE SÍ MISMOS
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(…) la ironía, adoptando a menudo la forma de autoironía, por regla general se aplica a la persona que emite juicios o busca la verdad (…), pero no a la verdad o la ley en sí mismas, como suele ocurrir en los autores modernos, que raras veces dudan de sí mismos aunque les encanta hacerlo de todo lo demás.
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Zagajewski, Adam. En defensa del fervor (Trad. J. Sławomirski y A. Rubió). Barcelona; Ed. El acantilado, 2005.
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UN POEMA DE ‘MAPAS DEL VAGABUNDO’
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ESCRIBO cuando todo
a lo que renuncio te señala.
No haber sido feliz, haber dormido
un sueño injusto, y darse cuenta.
Decir: el dolor ya solo es
aquello que se ha ido, y jamás regresará
a la memoria a la que pertenece.
Tener mi casa donde tú estuvieras.
Confiar en el camino cuyo fin se ignora,
seguro de que seguirá mañana
en el mismo lugar, bajo un cielo idéntico.
Nombrar la noche que dura todavía
puesto que fue tuya, tuya completamente.
No quiero que me malinterpretes.
Nada es posible en esta voz.
Se trata de palabras que nacen para morir,
y mueren sobre unos ojos
brillantes como pájaros.
Vuelve, y podrás mirarme para ver
que aún tengo miedo,
que aún tengo miedo porque tuve historia.
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Floriano, Miguel. Mapas del vagabundo. Sevilla; Ed. La Isla de Siltolá, 2022.
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PELIGROS
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(…) uno puede «petrificarse» fácilmente en la ironía y en la cotidianidad vivida de forma vulgar, y creo que éste, y no la soberbia de los sacerdotes, es el verdadero peligro del momento histórico actual (a no ser que nos refiramos a los fundamentalistas religiosos).
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Zagajewski, Adam. En defensa del fervor (Trad. J. Sławomirski y A. Rubió). Barcelona; Ed. El acantilado, 2005.
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