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Archive for junio 2015

LO QUE ALETEA EN NUESTRAS CABEZAS

Robe

 

Había leído algún comentario en contra del disco (por lo de siempre: esto no es Extremoduro), pero el poeta Óscar Aguado me aconsejó que lo escuchara. Así lo hice. Y a mí el disco me parece magnífico.

Aquí les dejo la playlist del cd.

 

 

Y, mientras lo escuchan, pueden disfrutar leyendo aquí a Javier Menéndez Flores escribiendo sobre Robe y sobre el cd.

 

YA ES VERANO EN MURCIA

Zapatos

 

 

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LAYLA BENÍTEZ-JAMES

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Antes de anoche, en el cierre del ‘Mursiya poética’ de este año, los asistentes tuvimos el lujo de llevarnos un ejemplar de la plaquette que Javier Castro Florez y Cristina Morano le han publicado a Layla Benítez-James.

Además, sabemos que Ediciones felices (editorial que auspicia esta publicación) no acaba con esta plaquette. Estén atentos.

 

Y aquí tienen uno de los poemas:

 

SMOKE

Some mornings I forget, sitting inside myself.
Do I bruise? You can get sunburned, tan?
My skin, tea steeping in the sun, stirred darker,
sharp dust, more bitter, careful freckles.
My mother edited my papers when I was younger,
crossed out mixed and wrote bi-racial neatly above.
You got pretty hair, you mixed? yeah, and
I think of my mother, how she cooked for my
father’s family and filled their house with smoke,
how in the close south she teared, and kept cooking.
There was once a great-grandfather, who would not look,
would not hold me when I was a baby. He is dead now
and so I won’t know him. I know I haven’t said a thing.

 

 

HUMO

Algunas mañanas me olvido, sentada dentro de mí misma.
¿Me oscurezco? ¿Puedes quemarte, broncearte?
Mi piel, té en remojo al sol, revuelta y oscura,
polvo nítido, más amargura, lunares prudentes.
Mi madre corrigió mis ensayos cuando yo era cría,
tachó mulata y escribió birracial cuidadosamente arriba.
Tienes el pelo bonito, ¿eres mulata? Sí, y
pienso en mi madre y en cómo cocinó para la
familia de mi padre y llenó la casa de humo,
cómo lloró en el sofocante sur, y siguió cocinando.
Hubo una vez un bisabuelo, que no me miró,
que no me sostuvo en sus brazos cuando era una niña. Ahora está muerto
por eso no lo conoceré. Pero sé que no he dicho nada.

 

CRISTINA MORANO Y FERNANDEAD EN ‘MURSIYA POÉTICA’

Era difícil equivocarse. El cierre de ayer de ‘Mursiya poética’ era el mejor cierre de los posibles. Cristina Morano comenzando el recital con una selección de poemas inéditos, que después continuara Fernandead con una magnífica versión acústica del ‘Autosuficiencia’ de Parálisis Permanente, que continuación Cristina leyera unos cuantos poemas de su ‘Cambio climático’ (publicado por Bartleby) y que Fernandead siguiera con su explosiva ‘Destruye el mundo’, que Cristina terminase con unos cuantos poemas satíricos y Fernandead cerrase con temas de su ‘La vida te pasa’ más algún inédito fue suficiente para haber estado allí ayer.

Pero es que además hubo una sorpresa para los que asistimos; pero de eso ya les hablaré mañana.

Aquí tienen unas cuantas fotos del evento.

 

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HOY: CRISTINA MORANO Y FERNANDEAD EN EL CIERRE DE ‘MURSIYA POÉTICA’

Mursiya Cris Fer

 

Esta noche concluye el ‘Mursiya poética’ de este año. En esta ocasión el evento correrá a cargo de Cristina Morano y Fernandead.

Les anticipé que el primer recital del ciclo sería una maravilla y así fue. Éste también lo será; háganme caso y no se lo pierdan.

 

ÚLTIMOS POEMAS

Haro

 

EL DESVÁN

Su cerebro es un desván donde
se guardan cosas años y años.

De vez en cuando su cara aparece
en las ventanitas de junto al techo de la casa.

El rostro triste de una persona a la que encerraron
y se olvidaron de ella.

 

 

 

 

MARGO

Él se llamaba Tug, ella Margo.
Hasta que la gente, el ver lo que pasaba
empezó a llamarla Cargo.
Tug y Cargo. Él tenía que cargar con ella,
decían. Con mucho pelo en la cara
y en los brazos. Un tipo fuerte. Voz
autoritaria. Ella era más tranquila. Rubia.
Soñadora. (Dulce y soñadora). Finalmente,
se marchó. Recorrió los mares
sin detenerse. Fue a sitios
que salían en los libros, y a algunos
que no aparecían en los libros, ni tampoco en los mapas.
Sitios a los que ella, de niña, y Cargo
nunca había soñado en ir.

 

 

 

 

UNA VIEJA FOTOGRAFÍA DE MI HIJO

Nuevamente 1974, y ha vuelto una vez más. Sonríe afectadamente,
con una bata sobre una camiseta blanca,
sin zapatos. Su pelo, largo y rubio, le cae
hasta los hombros como le pasaba al de su madre
por entonces, y como el de uno de esos jóvenes héroes
griegos de los que estaba leyendo. Pero
ahí termina el parecido. En su cara
la desdeñosa expresión del sabelotodo,
el pequeño tirano. Encuentro esa expresión en todas partes.
Corroe mi memoria como ácido. Es
la expresión que esperaba que nunca volvería
a ver. Quiero olvidar aquel chico
de la foto -¡aquel idiota, aquel pendenciero!

¿Qué hay de cena, madre? ¡Enseguida!
Oye, vieja, levántate, ¿por qué no te levantas? Contesta
cuando se te habla. Me parece que te voy a hacer
una llave de lucha libre a ver si te gusta.
Quiero que te pongas de
puntillas. Baila en mi honor. Adelante,
vieja, baila. Te enseñaré un par de pasos.
Deja que te retuerza el brazo. Suplícame que te deje,
suplícame que sea amable. ¿Quieres que te ponga el ojo morado?
¡Te lo pondré!

Ay, hijo, en aquellos días quise cien -no, mil-,
veces diferentes que estuvieras muerto.
Pensaba en todo lo que dejamos atrás. ¿Quién demonios
sacó esta foto, y
por qué aparece ahora,
justo cuando empezaba a olvidar?
Miro tu foto y se me encoge el estómago.
Me encuentro apretando las mandíbulas, los dientes, y
una vez más estoy lleno de desesperación y cólera.
Sinceramente, noto como si necesitase una copa.
Eso es una prueba de tu energía y fuerza, del miedo
y la confusión que todavía me inspiras. Es
muestra de lo poderoso que fuiste. Oye, aborrezco esta
fotografía. Aborrezco en lo que nos hemos convertido todos.
¡No la quiero en mi casa ni una hora más!
Puede que se la mande a tu madre, en el supuesto
de que todavía esté viva y que el correo pueda llevársela
hasta el borde de la tumba. Si es así, tendrá
una reacción diferente ante ella, lo sé. Tu juventud
y belleza, será lo único que verá y le alegrará.
Qué hijo tan guapo -dirá-. Mi chico maravilloso.
Examinará la foto, buscando su parecido
en los rasgos, y el mío. (Lo encontrará).
Puede que llore, si es que aún puede hacerlo.
Puede -¿quién sabe?- que hasta desee que vuelvan
aquellos días. ¿Quién sabe nada ahora?

Pero los deseos no se hacen reales, y está bien que sea así.
Con todo, seguro que tendrá tu foto
encima de la mesa durante un tiempo y pensará en ti
algunas veces. Luego, poco más tarde, irás a parar
al gran álbum de fotos de la familia con los otros locos,
-ella misma, su hija, y yo, su antiguo marido-. Allí estarás
a salvo, con la misma mandíbula altiva que todas tus víctimas.
Pero no te preocupes, hijo mío -las páginas se pasan-. En el
futuro haremos las cosas mejor.

 

 

 

 

LA RED

Hacia el atardecer el viento cambia. Hay barcos
todavía en el golfo
rumbo a la orilla. Un hombre con sólo un brazo
está sentado en la quilla de un barco
carcomido, cosiendo una brillante red.
Levanta la vista. Sujeta algo
entre los dientes, y muerde con fuerza.
Paso por delante sin cruzar palabra.
Dominado por la confusión
debido a este tiempo tan variable,
por los inoportunos sentimientos de mi corazón.
Sigo andando. Cuando me vuelvo a mirar
estoy demasiado lejos
para ver a este hombre atrapado en una red.

 

 

 

 

NOCHE DE PERROS

Hay noches terribles con truenos, relámpagos, lluvia y
viento. Son las que la gente llama «noches de perros».
Ha habido una noche de esas en mi vida…

Me desperté pasada la medianoche y de repente me senté en la cama.
Me parecía que por algún motivo iba a morir
de inmediato. ¿Por qué me pareció eso? En el cuerpo
no tenía ninguna sensación que me sugiriera la muerte inmediata,
pero mi alma estaba dominada por el terror, como si de pronto
hubiera visto un incendio amenazador muy cerca.

Encendí rápidamente la luz, bebí agua directamente de
la botella, luego corrí a abrir la ventana.
Afuera el tiempo era magnífico.
Olía a heno y había otros
aromas muy dulces. Distinguía las estacas de la cerca,
los lúgubres, soñolientos árboles de junto a la ventana,
la carretera, el oscuro perfil del bosque,
había una luna serena y muy brillante en el cielo y ni una sola
nube, una perfecta quietud, ni una
hoja se movía. Noté que todo me estaba mirando y
esperando a que muriera… Sentí frío en la
columna vertebral; parecía que me tiraban de ella
hacia dentro, y noté como si la muerte
fuera a saltar furtivamente sobre mí desde atrás…

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxANTON CHÉJOV
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxUna noche de espanto

 

 

 

 

DESPERTAR

En junio, en el castillo de Kyborg, en el cantón
de Zurich, al caer la tarde, en la sala
de debajo de la capilla, en la mazmorra,
los instrumentos del verdugo están en el suelo
junto a uno de ellos que tiene forma de mujer
y cuyos rasgos serenos reflejan una sonrisa reservada.
Si te deslizas dentro de él, cerrará su interior
lleno de pinchos, como un demonio, como un poseso.
Abrazo -esa palabra junto a la inscripción:
«del que no hay escape».
En un rincón está el potro, un artefacto de pesadilla
que hizo de todo y más. Y si la víctima perdía el sentido
debido al dolor, mientras le rompía los huesos uno a uno,
los torturadores se limitaban a lanzarle un cubo de agua
para que se despertase. Volvían a despertarle
más tarde, si era necesario. Sabían lo que estaban haciendo.
El cubo ha desaparecido, pero hay un viejo crucifijo
de cerezo en la pared de una esquina de la sala:
Cristo colgando de la cruz, claro, ¿qué iba a ser?
Los torturadores eran humanos después de todo, ¿no?
¿Y quién sabe? -en el último momento la víctima podría ver
la luz, tener una chispa de comprensión, y la aceptación
de su destino podría ablandar su casi destrozado
corazón. Jesucristo, mi salvador.
Miro el tajador. ¿Por qué no? ¿Por qué no, eh?
¿Quién no ha querido alguna vez poner el cuello en él
sin temor a las consecuencias? ¿A quién no le apeteció
arriesgar a que le cortasen la cabeza y luego retirarla en el último momento?
¿Quién, secretamente, no desea tener todo tipo de experiencias?
Se hace tarde. En la mazmorra no quedamos más que nosotros,
ella y yo, el Polo Norte y el Polo Sur. Caigo de rodillas
en el suelo de piedra, pongo las manos a la espalda,
y dejo descansar la cabeza en el tajador. Cierro los ojos,
respiro a fondo. Muy a fondo. El aire parece espesarse,
como si casi lo saboreara. Durante un momento me dejo ir.
Despierta -me dice ella-. Lo hago, vuelvo la cabeza y la veo
de pie a mi lado con los brazos levantados. También veo
el hacha, que hace como que blande. Sólo es una broma
-dice-, y baja los brazos, y la idea del hacha, luego
sonríe. Todavía sigo vivo -digo-. Un minuto después, cuando
lo vuelvo a hacer, cuando pongo de nuevo la cabeza en
el tajador, cierro los ojos, el corazón se acelera un poco,
no hay tiempo para la oración que surge de mi garganta.
Sale sin terminar de mis labios cuando oigo
que se mueve rápidamente. Noto carne contra mi carne
cuando el filo de su mano baja hasta la base de mi cráneo
y no sé si sufro o tengo un rapto o adónde me dirijo.
Ya te puedes levantar -dice ella-,
y lo hago. Me levanto y la miro.
Ninguno de los dos sonreímos, sólo temblamos.
Luego sonríe y la cojo por la cintura y nos dirigimos
al siguiente pasadizo necesitados de luz.
Y afuera, en lo abierto, necesitamos más.

 

 

 

 

PROPUESTA

Yo se lo pregunto y luego ella me lo pregunta a mí.
Los dos lo aceptamos. No hay un tira y afloja al respecto.
Después de casi once años juntos, nos conocemos bien.
Y este aplazamiento es sensato. Ahora tiene sentido. Supongo
que deberíamos estar en un jardín lleno de rosas o al menos
en un hermoso acantilado que da al mar, pero estamos en
el sofá, ése donde a veces el sueño nos atrapa con nuestros
libros abiertos o delante de una vieja película de Bette Davis
en blanco y negro -las llamas de la chimenea bailan
amenazadoras al fondo mientras ella sube por la escalera
de mármol con un pequeño revólver, con intención de liquidar
a su ex amante, con un abrigo de pieles que lleva echado
por encima de los hombros. Encantadores, letales enredos.
En semejante mundo son ciertos.

Hace unos días se aclararon algunas cosas
sobre que no quedan todos esos años por delante como
suponíamos. El médico seguía hablando de «la caja» que
yo había dejado atrás, haciendo todo lo que podía para que
no cayéramos en lágrimas y lamentos. «Pero él ama la vida» -oí
que decía una voz. La de ella. Y el joven médico, escurriendo
el bulto con dificultad: «Lo sé. Supongo que tendrá usted que
pasar por esos siete estadios. Pero terminará por aceptarlo».

Después de eso fuimos a almorzar a un pequeño café donde no
habíamos estado. Ella tomó pastrami. Yo tomé sopa. Había
otras muchas personas almorzando. Por suerte
no nos conocía nadie. teníamos que hacer planes, el tiempo
apremiaba como un torno, aplastando nuestras esperanzas
para que hubiera sitio para lo eterno -esa palabra hizo que
me entraran ganas de gritar: «¿Hay un egipcio en la casa?»

De vuelta a casa nos abrazamos uno al otro y, sin la menor
reserva, hablamos del significado de todo aquello. ¿A cuántos
les pasa esto’ -pensé-. No queda tan lejos la necesidad
de una fiesta, una reunión de amigos, brindis con champán
y Perrier. «A Reno» -dije yo-. «Vamos a Reno y casémonos».
En Reno, le dije, las bodas se celebran las veinticuatro
horas del día los siete días de la semana. No hay que esperar.
Sólo hay que hacerlo. Y lo haremos. Y tú le darás diez pavos
de propina al predicador para que nos busque un testigo.
Claro está que ella conocía perfectamente todas

esas historias de divorciados que arrojaban sus anillos de boda
al río Truckee y se dirigían al altar diez minutos después
con otra persona. ¿Es que ella no había tirado su último
anillo de boda al mar de Irlanda? Estuvo de acuerdo. Reno era
el sitio adecuado. Ella tenía un vestido de algodón verde
que le compré en Bath. Lo mandó al tinte.
Estábamos preparados, como si hubiéramos encontrado
respuesta a la pregunta de lo que queda
cuando ya no hay esperanza: el apagado sonido de dedos que
procede de la mesa cubierta de fieltro, el clic de la ruleta,
las tragaperras sonando en la noche, y una oportunidad más.
Y luego a esa suite que hemos reservado.

 

 

 

 

AMAR

Desde la ventana la veo inclinada junto a las rosas
cogiéndolas los más cerca que puede de la flor para no
pincharse los dedos. Con la otra mano las arranca,
hace una pausa y arranca otra, más sola en el mundo
de lo que pudiera imaginar. Está sola
con las rosas y con otra cosa en que sólo yo puedo pensar,
pero no decir. Sé los nombres de esos rosales,

se los pusimos cuando nuestra reciente boda; Amor, Honor, Cariño-
de este último es la rosa que me tiende de repente, después
de entrar en la casa entre dos miradas. La acerco
a la nariz, aspiro el aroma, me aferro a él -olor
de promesas, de tesoros. Mi mano en su cintura para acercarla,
sus ojos verdes como el musgo del río. Y le digo entonces
enfrentándome a lo que se acerca: mi mujer. Lo diré
mientras pueda, mientras respire, con cada pétalo
de la rosa.

 

 

 

 

PROPINA

No hay otra palabra posible. Pues eso es lo que fue. Una propina.
Una propina, estos diez años pasados.
Vivo, sobrio, trabajando, amando y
siendo amado por una buena mujer. Hace once
años le dijeron que tenía seis meses de vida
si seguía como hasta entonces. Y que no iría
a parte alguna sino al fondo. De modo que cambió
su modo de vivir. ¡Dejó de beber! ¿Y lo demás?
Después de eso todo fue una propina, cada uno de los minutos,
hasta ahora, incluyendo cuando le dijeron eso;
bueno, algunas cosas se vinieron abajo y
algo creció en su cabeza: «No lloréis por mí»
-les dijo a sus amigos-. «Soy un hombre de suerte.
He vivido diez años más de los que yo o cualquiera
esperaba. Pura propina. Y no lo olvido».

 

 

 

 

NINGUNA NECESIDAD

Veo un sitio libre en la mesa.
¿Para quién? ¿Quién falta? ¿A quién le estoy tomando el pelo?
El barco espera. Ninguna necesidad de remos
o de viento. He dejado la llave
en el mismo sitio. Ya sabes donde.
Recuérdame, y todo lo que hicimos juntos.
Ahora estréchame con fuerza. Eso es. Bésame
en la boca. Ahí. Ahora
deja que me vaya, querida. Déjame ir.
Ya no nos volveremos a ver en esta vida,
así que dame un beso de despedida. Aquí. Vuélveme a besar.
Otra vez. Ahí. Ya es suficiente.
Ahora, querida, deja que me vaya.
Es hora de ponerme en camino.

 

 

 

 

ENTRE LAS RAMAS

Bajo la ventana, en el muelle, unos pájaros de aspecto
sucio se reúnen junto al comedero. Los mismos pájaros, creo,
que vienen todos los días a comer y pelearse. Ya es la hora
-gritan y se pegan unos a otros. Es casi la hora, sí.
El cielo está oscuro el día entero, el viento es del oeste y
no deja de soplar… Dame la mano un momento. Coge
la mía. Eso es, sí. Aprieta con fuerza. Hacía tiempo,
creíamos que el tiempo obraba en nuestro favor. Ya es la hora
-gritan esos pájaros sucios.

 

 

 

 

RESPLANDOR CREPUSCULAR

La oscuridad del atardecer llega. Antes ha caído
un poco de lluvia. Abres un cajón y dentro encuentras
la fotografía de un hombre que sólo tiene
dos años de vida. Él no lo sabe, claro,
por eso sonríe a la cámara de fotos.
¿Cómo iba a saber lo que se enraiza en su cabeza
en aquel momento? Si se mira a la derecha
por entre las ramas y los troncos de los árboles, se pueden ver
las manchas púrpura del crepúsculo. Ninguna sombra.
Todo está quieto y húmedo…
El hombre sigue sonriendo. Vuelvo a guardar la fotografía
junto a las otras y presto atención
al resplandor del crepúsculo de la lejana cordillera.
Una luz dorada en las rosas del jardín.
Luego, no puedo evitarlo y miro una vez más
la fotografía. El guiño, la sonrisa,
la inclinación del pitillo.

 

 

 

 

ÚLTIMO FRAGMENTO

¿Y conseguiste lo que
querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado en la tierra.

 

 

 

Carver, Raymond. Un sendero nuevo a la cascada. Últimos poemas. (Trad. Mariano Antolín Rato). Madrid; Ed. Visor, 1993.

 

PROSA SOBRE POETRY

Carver Poetry

 

xxHace años -debe de haber sido en 1956 ó 1957-, cuando yo era adolescente -estaba casado y me ganaba la vida como recadero de una farmacia de Yakima, una pequeña ciudad del este del estado de Washington-, una vez fui en coche a llevar un medicamento a una casa de la parte alta de la ciudad. Me invitó a entrar un hombre despierto pero muy viejo que llevaba puesta una chaqueta de punto. Me rogó que por favor esperara en el cuarto de estar mientras buscaba su chequera.
xxEn el cuarto de estar había muchos libros. De hecho, había libros por todas partes; encima de las mesas, en el suelo, junto al sofá -todas las superficies disponibles se habían convertido en sitios aptos para dejar libros encima-. Incluso había una pequeña biblioteca apoyada en una de las paredes de la habitación (anteriormente, yo nunca había visto una biblioteca privada; hileras e hileras de libros colocados en estantes en la residencia privada de alguien). Mientras esperaba, paseando la vista por el cuarto, me fijé que encima de una mesita había una revista con un curioso y, para mí, sorprendente nombre en la tapa: Poetry. Estaba pasmado, y la cogí. Era la primera vez que veía una «revista de poca circulación», por no decir una revista de poesía, y me había quedado mudo. Puede que sintiera envidia: también cogí un libro, uno que se titulaba The Little Review Anthology, editada al cuidado de Margaret Anderson. (Debería de añadir que para mí era un misterio lo que significaba «editada al cuidado de»). Recorrí las páginas de la revista y, tomándome todavía más libertades, empecé a hojear las páginas del libro. En el libro había muchísimos poemas, pero también fragmentos en prosa y lo que parecían observaciones o incluso páginas enteras de comentarios sobre cada poema seleccionado. ¿Qué demonios era aquello? Anteriormente yo nunca había visto un libro así -ni, claro está, una revista como Poetry-. Pasaba la vista de una a otra de aquellas dos publicaciones, y en secreto sentí la necesidad de poseerlas.
xxCuando el anciano terminó de llenar el cheque, dijo, como si me leyera la mente: «Puedes llevarte ese libro, hijo. A lo mejor encuentras algo que te guste. ¿Te interesa la poesía? ¿Por qué no te llevas también la revista? Puede que algún día llegues a escribir algo. Si lo haces, tienes que saber adónde mandarlo».
xxAdónde mandarlo. Algo -no sé exactamente qué, pero noté que había sucedido algo de gran importancia-. Yo tenía dieciocho o diecinueve años, estaba obsesionado con la necesidad de «escribir algo» y por entonces ya había hecho unos cuantos intentos fallidos con algunos poemas. Pero, la verdad, nunca se me había ocurrido que pudiera existir un sitio al que uno pudiera mandar esos esfuerzos con la esperanza de que los leyeran y hasta, algo perfectamente posible -increíblemente, o así me lo parecía-, pensaran en publicarlos. Pero allí mismo, en la mano, tenía la prueba visible de que existían personas responsables en ciertas partes del vasto mundo que editaban, Dios santo, una revista mensual de poesía. Estaba pasmado. Me sentía, como he dicho, en presencia de una revelación. Le di las gracias varias veces al viejo y salí de su casa. Le entregué el cheque a mi jefe, el farmacéutico, y me llevé a casa Poetry y el libro sobre The Little Review. Y así empezó mi formación.
xxClaro, no recuerdo el nombre de todos los que colaboraban en ese número de la revista. Lo más probable es que se tratara de unos cuantos distinguidos poetas mayores junto a unos pocos poetas «desconocidos», como sucede actualmente en la revista. Naturalmente, yo no sabía nada de ninguno de ellos por entonces -ni había leído nada, moderno, contemporáneo o lo que fuera-. Recuerdo que me fijé en que la revista la había fundado en 1912 una mujer que se llamaba Harriet Monroe. Recuerdo el dato porque era el mismo año en que había nacido mi padre. Aquella misma noche, más tarde, cansado de leer, tuve la clara sensación de que mi vida estaba a punto de verse alterada de un modo significativo y hasta, perdón, magnífico.
xxEn la antología, por lo que recuerdo, había un artículo serio sobre el «modernismo» en la literatura, y el papel que jugó en el progreso del modernismo un hombre que llevaba el extraño nombre de Ezra Pound. Algunos de sus poemas, cartas y listas de prescripciones -lo que se debe y no se debe hacer al escribir- venían incluidas en la antología. Me enteré de que, al principio de la existencia de Poetry, este Ezra Pound había sido el corresponsal en el extranjero de la revista -la misma revista que ese día me había llegado a las manos-. Más tarde, Pound había sido fundamental para el conocimiento de la obra de gran número de poetas nuevos gracias a la revista de Monroe, y a The Little Review, naturalmente; era, como todo el mundo sabe, un corrector y un promotor incansable -de poetas con nombres como H.D., T.S. Eliot, James Joyce, Richard Aldington, por citar sólo unos pocos-. Había discusiones y análisis de los movimientos poéticos; el imagismo, recuerdo, era uno de esos movimientos. Me enteré que, además de The Little Review, Poetry fue una de las revistas que acogieron los escritores imagistas. Por entonces la cabeza me daba vueltas. No sé cuánto habré dormido aquella noche.
xxEsto era allá en 1956 ó 1957, como dije. De modo que, ¿qué excusa hay para que haya tardado veintiocho años o más en enviar por fin un trabajo a Poetry? Ninguna. Lo asombroso, el factor crucial, es que cuando mandé uno, en 1984, la revista todavía seguía con vida y estaba dirigida, como siempre, por unas personas responsables cuyo objetivo era mantener esta empresa excepcional en funcionamiento y en buen estado. Y una de esas personas me escribió en calidad de director, alabando mis poemas, y diciéndome que la revista publicaría seis de ellos a su debido tiempo.
xx¿Me siento orgulloso de ello? Claro que me siento. Y creo que debo darle gracias en parte a aquel anónimo y encantador anciano que me regaló su ejemplar de la revista. ¿De quién se trataba? Podría llevar mucho tiempo muerto y el contenido de su pequeña biblioteca estar disperso en diversas librerías de segunda mano. Aquel día le dije que leería su revista y que leería el libro, y que volvería a decirle lo que me habían parecido. No lo hice, claro. Sucedieron demasiadas cosas; fue algo que prometí con facilidad y que sabía que no iba a hacer a partir del momento en que la puerta se cerró a mis espaldas. Nunca le volví a ver, y no sé cómo se llamaba. Lo único que puedo decir es que el encuentro se produjo de verdad, y de modo muy parecido a como lo he descrito. Entonces yo sólo era un mocoso, pero nada puede explicar aquel momento: el momento en que lo que más necesitaba en la vida -llámeselo estrella polar- me lo concedieron generosamente. Nada remotamente parecido a lo de aquel momento me ha vuelto a pasar.

 

 

 

Carver, Raymond. Un sendero nuevo a la cascada. Últimos poemas. (Trad. Mariano Antolín Rato). Madrid; Ed. Visor, 1993.

 

UN SENDERO NUEVO A LA CASCADA

La casa sobre la cascada

 

HUMO Y DECEPCIÓN

Cuando después de la cena Tatiana Ivanova se sentó en silencio y cogió su labor de punto, mantuvo los ojos fijos en sus dedos y charló sin cesar.
xx«Daos toda la prisa que podáis por vivir, amigos míos…» -dijo-. «¡Dios perdonará que sacrifiquéis el presente por el futuro!» Ahora hay juventud, salud, fuego; ¡el futuro es humo y decepción! En cuanto tengáis veinte años, empezad a vivir».
xxTatiana Ivanova dejó una de las agujas de hacer punto.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxANTON CHÉJOV
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEl consejero privado

 

 

 

 

CONSPIRADORES

Sin dormir. En un punto de los bosques cercanos, el miedo
envuelve las manos del centinela.

El techo blanco de nuestro cuarto
ha bajado alarmantemente debido a la oscuridad.

Las arañas salen y se meten
en todas las tazas de café.

¿Asustado? Sé que si saco la mano
tocaré un viejo zapato de unos ocho centímetros de largo
que enseña los dientes.

Querida mía, es la hora.
Sé que estás escondida ahí, detrás
de ese inocente manojo de flores.

Sal.
No te preocupes. Te lo prometo.

Escucha…
Hay un golpe a la puerta.

Pero el hombre que iba a entregar esto
en lugar de hacerlo te apunta con un arma a la cabeza.

 

 

 

 

NO TE ALEJES

Nadia, mejillas encendidas, feliz, los ojos brillando con
lágrimas a la espera de algo extraordinario, bailaba y
daba vueltas, con su blanco vestido ondulando y dejando ver
fugazmente sus esbeltas y bonitas piernas en sus medias color
carne. Varia, extremadamente contenta, cogió a Pogdorin por el
brazo y le dijo en voz muy baja con expresión significativa:
«Misha, no te alejes de la felicidad. Acéptala
mientras se te ofrece gratuitamente, después correrás
detrás de ella, pero no la podrás alcanzar».

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxANTON CHÉJOV
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxVisita a unos amigos

 

 

 

 

VINO

Leyendo la vida de Alejandro Magno, de Alejandro
cuyo inculto padre, Filipo, contrató a Aristóteles
como tutor de su joven heredero y guerrero, para que
puliera un poco sus suaves hombros. Alejandro que, después,
en las campañas en Persia, llevaba un ejemplar de
La Iliada en una caja forrada de terciopelo, adoraba aquel
libro. También le gustaba luchar y beber.
Llego a ese momento de la vida en que Alejandro, después
de una larga noche de juerga, borracho de vino (el peor tipo
de borrachera -resacas que no se olvidan), arrojó la primera
tea para incendiar Persépolis, capital del Imperio Persa
(antiguo incluso en la época de Alejandro).
La dejó completamente arrasada. Posteriormente, claro,
a la mañana siguiente -puede que mientras todavía ardía la
ciudad- tuvo remordimientos. Pero nada parecidos a los
remordimientos que sintió la tarde siguiente cuando, durante
un altercado que se puso feo y, por parte de Alejandro, sin
afeitar, con la cara roja por tantas copas de vino, Alejandro se
puso de pie tambaleante,
agarró una espada y atravesó el pecho
de su amigo, Cleto, que le había salvado la vida en Granico.

Alejandro lamentó su muerte durante tres días. Lloró.
Se negó a comer. «Se negó a atender sus necesidades
corporales». Hasta prometió
dejar el vino para siempre.
(He oído semejantes promesas y las lamentaciones que
las acompañan.)
No es necesario decir, que en el ejército la vida se
interrumpió por completo mientras Alejandro se entregaba a
su pena. Pero al terminar esos tres días, el terrible calor
empezó a exigir su parte del cuerpo del amigo muerto,
y convencieron a Alejandro para que se pusiera en acción.
Salió de su tienda, cogió su ejemplar de Homero,
lo desató y empezó a pasar páginas. Finalmente dio órdenes
de que los ritos funerarios descritos para Patroclo debían
de seguirse al pie de la letra: quería que Cleto tuviera la mejor
despedida posible. ¿Y cuando prendieron fuego a la pira y las
copas de vino circulaban durante la ceremonia? Claro, ¿qué se
te ocurre? Alejandro bebió y perdió el sentido.
Tuvieron que llevarle a su tienda. Tuvieron que levantarle
para meterle en la cama.

 

 

 

 

CANCIONES A LO LEJOS

xxComo era fiesta, compraron un arenque en la taberna
e hicieron una sopa con la cabeza del arenque. A mediodía
se sentaron a tomar té y siguieron tomándolo hasta que
todos rompieron a sudar: se diría que el té los había hinchado;
y luego atacaron la sopa, reunidos todos en torno a una
cazuela. La abuela había escondido lo que quedaba de arenque.
Al atardecer un alfarero hacía cacharros en la ladera. Abajo,
en el prado, las niñas cantaban canciones bailando al corro…
y a los lejos las canciones sonaban dulces y melodiosas.
En la taberna y sus alrededores los campesinos armaban lío.
Cantaban con voces de borracho, desafinadas, y se insultaban
entre sí… Y las niñas y los niños oían cómo se insultaban
sin inmutarse; era evidente que se habían acostumbrado
a eso desde la cuna.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxANTON CHÉJOV
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxXxxxxxxxxxxxxxxxxxxLos campesinos.

 

 

 

 

LOS TIRANTES

Mamá dijo que no tenía ningún cinturón que me sirviera y que
iba a tener que llevar tirantes al colegio
el día siguiente. Nadie llevaba tirantes en segundo,
y lo mismo pasaba en los demás cursos. Dijo:
Los llevarás puestos o si no te pegaré con ellos. yo no
quería más problemas. Entonces mi padre dijo algo. Estaba
en la cama que ocupaba la mayor parte de la habitación
de la casita donde vivíamos. Preguntó si no podíamos estarnos
tranquilos y resolverlo por la mañana. ¿Es que por la mañana
no tenía que levantarse pronto para ir al trabajo? Me pidió
que le trajera un vaso de agua. Es por culpa de todo
ese whisky que toma -dijo Mamá-. Estaba deshidratado.

Fui al fregadero y, no sé por qué, le traje
un vaso de agua jabonosa de fregar los platos. La tomó
y dijo: Esto sabe raro, hijo. ¿De dónde sacaste este agua?
Del fregadero -dije yo.
Creía que querías a tu padre -dijo Mamá.
Y le quiero -dije yo-, y fui al fregadero y metí un vaso
en el agua jabonosa y me tomé dos vasos sólo
para que lo vieran. Quiero a Papá -dije.
Sin embargo, creía que me iba a poner malo allí mismo.
Mamá dijo: Si yo fuera tú me sentiría avergonzada. No entiendo
que puedas hacerle esas cosas a tu padre. Y bien lo sabe Dios
que mañana vas a llevar esos tirantes, pues si no,
te arrancaré el pelo a tirones. No quiero llevar
xxtirantes
-dije yo. Pues vas a llevarlos -dijo ella. Y con eso
cogió los tirantes y se puso a pegarme con ellos en
las piernas que llevaba al aire mientras yo daba saltos
por la habitación y gritaba. Mi padre
nos chilló que parásemos, que por el amor de Dios, parásemos.
Le dolía mucho la cabeza y además tenía mal el estómago
por culpa del agua de fregar los platos. Es decir, por culpa
de éste -dijo Mamá-. Fue entonces cuando empezaron
a dar golpes en la pared de la casita de al lado de
la nuestra. Al principio, sonaba como si fueran puñetazos
pom, pom, pom– y luego pareció que golpeaban con el mango de
una escoba. ¡Por el amor de Dios! ¡Váyanse a la cama!
-gritaron, volviendo a dar golpes-. Y nos acostamos. Apagamos
las luces y nos metimos en la cama y quedamos en silencio.
El silencio de una casa en la que nadie puede dormir.

 

 

 

 

DOMINGO POR LA NOCHE

Utiliza las cosas que te rodean.
Esta ligera lluvia
Del otro lado de la ventana, por ejemplo.
Este pitillo entre los dedos,
Estos pies en el sofá.
El débil sonido del rock-and-roll,
El Ferrari rojo del interior de mi cabeza.
La mujer que anda a trompicones
Borracha por la cocina…
Coge todo eso,
Utilízalo.

 

 

 

 

ADVERTENCIA

Al intentar escribir un poema mientras afuera todavía
estaba oscuro, tuvo la inconfundible sensación de que
le estaban observando. Dejó la pluma y miró a su alrededor.
Un momento después se levantó y recorrió las habitaciones de
su casa. Miró dentro de los armarios. Nada, claro.
Con todo, no quería arriesgarse.
Apagó las luces y se quedó sentado a oscuras.
Fumó su pipa hasta que pasó la sensación
y hubo luz afuera. Bajó la vista
al papel en blanco que tenía delante. Luego se levantó
y volvió a hacer la ronda de su casa.
El sonido de su respiración le acompañaba.
Sólo eso. Evidentemente.
Nada.

 

 

 

 

UNO MÁS

Se levantó temprano, la mañana teñida de emoción,
listo para ponerse a escribir. Tomó una tostada y huevos,
café, y fumó unos pitillos, mientras pensaba en el trabajo
que le esperaba, el difícil sendero a través del bosque.
El viento empujaba a las nubes en el cielo,
agitando las hojas que quedaban en las ramas,
al otro lado de la ventana. Unos pocos días más y habrían
desaparecido, esas hojas. Había un poema en eso, podría ser;
tenía que pensar en ello. Fue a su mesa,
dudó durante largo rato, y luego hizo
lo que demostró ser la decisión más importante
que tomaría en todo el día, algo para lo que toda
su imperfecta vida le había preparado. Puso a un lado
la carpeta de los poemas -un poema en concreto todavía
seguía en su mente después del inquieto sueño de la noche.
(Pero, en realidad, ¿qué es uno más o menos? ¿Qué más da?).
Contaba con todo un día abriéndose ante él.
Lo mejor será limpiar el suelo antes. Tenía que ocuparse
de unas cuantas cosas, incluso de unos asuntos familiares que
no debería dejar para mucho más tarde. De modo que no paró.
Trabajó sin parar el día entero -dominado por amor y odio,
un poco de compasión (muy poco), una sensación conocida,
incluso desesperación y alegría. Hubo ocasionales estallidos
de ira, que luego se calmaban, mientras escribía cartas
diciendo «sí» o «no» o «depende» -explicando por qué, o
por qué no a personas que nunca había visto y nunca vería.
¿Le importaban? ¿Le importaban algo? Algunas sí.
También atendió unas cuantas llamadas, e hizo algunas, que
a su vez provocaron la necesidad de hacer algunas más. Así es,
ahora se siente incapaz de hablar, prometió llamar al día siguiente.
Hacia la tarde, agotado y notando con claridad (pero
erróneamente, claro) que había pasado un día de trabajo
honrado, se detuvo a hacer inventario y tomar nota
del par de llamadas que tenía que hacer la mañana siguiente si
quería estar al tanto de las cosas, si no le apetecía
seguir escribiendo cartas, que no le apetecía. Ahora,
se le ocurrió, estaba harto de todos estos asuntos,
pero seguía igual, terminando la última carta que debería de
haber contestado semanas atrás. Luego, levantó la vista.
Afuera era casi de noche. El viento se había calmado. Y
los árboles -todavía seguían, casi despojados de todas
sus hojas. Pero, por fin, su mesa estaba despejada
si no se tuviera en cuenta esa carpeta de poemas que
le inquieta mirar. Mete la carpeta en un cajón, la
quita de su vista. Estará en buen sitio, segura y
él sabrás dónde descansar las manos cuando
sienta la necesidad de ello. ¡Mañana! Hoy ha hecho todo lo que
podía hacer. Había aún esas llamadas que tenía que hacer,
y olvidó que debía de llamar él, y había unas cuantas notas
que debía de mandar debido a algunas de las llamadas, pero
ahora no lo iba a hacer, ¿o sí? Estaba fuera del bosque.
Podía llamar día a hoy. Había hecho lo que debía hacer. Lo que
su conciencia le dijo que hiciera. Había cumplido con
sus obligaciones y no había molestado a nadie.

Pero en ese momento, sentado allí delante de su ordenada mesa,
sintió vagos remordimientos por el recuerdo del poema que
quería escribir esta mañana, y estaba ese otro poema
que tampoco conseguía recordar.
Así eran las cosas. La verdad, es que no hay mucho más que decir.
Qué se puede decir de un hombre que prefirió hablar por teléfono
el día entero, y escribir cartas estúpidas
mientras deja a sus poemas desatendidos, abandonados
-o peor aún, sin empezar-. Este hombre no merece poemas
y éstos no deberían acudir a él en ninguna forma.
xxSus poemas, si producía alguno más,
deberían de comerlo las ratas.

 

 

 

 

EL MERCADO DE PÁJAROS

No se engaña al aficionado a los pájaros. Ve y
entiende a su pájaro desde lejos -«No hay que confiar en
ese pájaro»- dirá un aficionado a los pájaros,
mirando dentro del pico de un cahamariz, y contando las plumas
de su cola. «Canta, es cierto, pero ¿qué
indica? También yo canto en compañía. No, muchacho, canta
sin ninguna compañía; canta en soledad si
es que puedes… ¡Dame
el que está callado!»

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxANTON CHÉJOV
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEl mercado de pájaros

 

 

 

 

POEMAS

Este mes vienen todos los días.
Una vez dije que los escribía porque
no tengo tiempo para nada
más. Queriendo decir, claro, cosas
mejores -cosas distintas a meros
poemas y versos-. Ahora los estoy escribiendo
porque quiero.
Más que nada porque
es febrero
cuando normalmente no muchas más cosas
suceden. Pero este mes
han florecido los alerces,
y el sol está un poco más alto
cada día. Es cierto he tenido los pulmones
tan calientes como hornos.
Y qué, si hay alguien
esperando a que deje caer
el otro zapato en lo que a mí atañe, muy bien.
Bien, aquí está. Adelante.
Escríbelo. Espero que te entre
como un zapato.
Lo bastante ajustado, sí, pero no apretado
para que el pie pueda respirar
un poco. Levántate. Da un
paseo. ¿Lo notas? Irá
adonde vayas tú, y estará allí
contigo al final de tu viaje.
Pero por ahora sigue descalzo. Sal
un rato afuera, y juega.

 

 

 

 

CARTA

Cariño, por favor, mándame el block de notas que dejé
en la mesilla de noche. Si no está encima,
mira debajo de la mesilla. ¡O debajo de la cama! Está
en alguna parte. Si no se trata de un block de notas, serán
unas cuantas líneas garabateadas en unos trozos
de papel. Pero sé que están ahí. Tiene algo que ver
con lo que nos contó aquella vez nuestra amiga médico, Ruth,
de la vieja de ochenta y pico años
«sucia y endurecida por la porquería» -palabras de Ruth- tan
poco preocupada por sí misma que se le había pegado la ropa
al cuerpo y tuvieron que arrancársela
en la sala de urgencias. «Estoy tan
avergonzada. Lo siento» -decía sin parar-. ¡El olor
de la ropa irritó los ojos de Ruth! Las uñas de la anciana
habían crecido y empezaban a curvársele
en dirección a los dedos. Se esforzaba por respirar, los ojos
sólo expresaban miedo. Pero incluso así fue capaz de contarle
algo de su historia a Ruth. Se había presentado en sociedad
en Madison Avenue, pero su padre la repudió después
de que fuera a París a bailar en el Folies Bergère.
Ruth y otros de los que estaban de guardia en la sala de urgencias
estaban alucinados. Pero les dijo cómo se llamaba su hijo, al que no trataba, que
era gay y tenía un bar gay en la misma ciudad. Éste lo confirmó
todo. Todo lo que había dicho la anciana era verdad.
Luego, ésta sufrió un ataque al corazón y murió en los brazos de Ruth.
Pero quiero ver qué más cosas anoté de todo lo que nos contó.
Quiero ver si es posible recrear cómo era
sesenta años antes cuando esta joven desembarcó
en Le Havre, hermosa, decidida, dispuesta a triunfar
en el escenario del Folies Bergère, capaz
de echar atrás la cabeza y saltar al mismo tiempo,
de llevar plumas y medias de malla, de bailar y bailar,
con los brazos unidos a los de las otras jóvenes del Folies Bergère,
de levantar la pierna en el Folies Bergère. Puede que sea
ese block de notas con tapas de tela azul, el que
me regalaste cuando volví de Brasil. Puedo
ver mis notas junto al nombre del caballo que ganó
en el hipódromo de cerca del hotel: Lord Byron.
Pero la mujer, no la suciedad, eso no importa, ni siquiera
cuando pesaba cerca de ciento cincuenta kilos.
Al recuerdo no le importa dónde mora y se burla
del cuerpo. «Aprendí algo una vez sobre la identidad»
-dijo Ruth, recordando sus años de prácticas-, «todos nosotros,
jóvenes estudiantes de medicina, boquiabiertos ante las manos
de un cadáver. Es donde la humanidad se queda más tiempo.
En las manos». Y las manos de la mujer. Tomé una nota
entonces, como si pudiera mantenerlas pegadas
a sus esbeltas caderas, las mismas manos
a las que Ruth se refirió, y luego no pudo olvidar.

 

 

 

 

LAS JÓVENES

Olvida todas las experiencias que impliquen muecas de dolor.
Y cualquier cosa que tenga que ver con la música de cámara.
Museos en tardes lluviosas de domingo, etcétera.
Los viejos maestros. Todo eso.
Olvida a las jóvenes. Trata de olvidarlas.
A las jóvenes. Y a todo eso.

 

 

 

Carver, Raymond. Un sendero nuevo a la cascada. Últimos poemas. (Trad. Mariano Antolín Rato). Madrid; Ed. Visor, 1993.

 

CUADERNO DE BUDAPEST

Día gris

 

LA GRAVEDAD

Gravedad: f. Fís. Manifestación terrestre de la atracción universal, o sea tendencia de los cuerpos a dirigirse al centro de la tierra. (Diccionario de la Real Academia Española. 21ª edición, 1992).

La gravedad es la manifestación de la inmovilidad para evitar cavar agujeros de luto en el centro de la Tierra. (Violeta. Budapest, julio de 1998).

 

 

 

 

INVIERNO

He buscado en los bolsillos de la chaqueta, consigo rescatar un cigarrillo roto. No me conviene, dicen, que fume ni que beba, últimamente incluso los sueños me han sido limitados. Qué más puede pasarme, si hace ya tanto tiempo que decidí mi suerte. Dejadme. Con la memoria a ratos, con el pulmón a trozos, con la alegría a veces y la tristeza siempre, qué esperáis. Dejadme. Prometo no morir en primavera. Yo moriré en invierno. Cualquier invierno es bueno para morir sin llanto. Prometo no morir en primavera, yo moriré en invierno con las hojas del sauce. Prometo no morir llena de ausencia, plena de ti me iré. Confía.

 

 

 

Temporelli Montiel, Manuela. Cuaderno de Budapest. Madrid; Ed. Bartleby, 2014.

 

 

DESPUÉS DE LA PRESENTACIÓN DE ‘LA IMAGEN Y SU SEMEJANZA’ DE JAVIER MORENO EN MURCIA

Como siempre: los que no estuvieron ayer en la presentación en Murcia del magnífico último libro de Javier Moreno no sabrán lo que se perdieron.

Los que estuvimos ayer disfrutamos de la presentación de ‘La imagen y su semejanza’ y de la conversación que mantuvieron el autor y Diego Sánchez Aguilar (uno de los mejores lectores de su obra, según el propio Javier Moreno).

Conocer la génesis, los estadios y el resultado final de este libro fue una gozada para los que estuvimos ayer en AB9.

Aquí tienen algunas fotos.

 

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PRESENTACIÓN DE ‘LA IMAGEN Y SU SEMEJANZA’ EN MURCIA

La imagen y su semejanza

 

Mañana se presenta en Murcia el nuevo libro de poesía de Javier Moreno, ‘La imagen y su semejanza’; libro que le ha publicado la editorial La Garúa, con una magnífica portada de Cristina Morano.

Si quieren tener motivos para ir a la presentación sólo tienen que leer esta disección que hace Diego Sánchez Aguilar.

 

EL QUE ESTÉ LIBRE DE PECADO QUE TIRE LA PRIMERA PIEDRA

El que esté libre de pecado que tire la primera piedra

 

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DOS VISIONES DIFERENTES

Obra de Eugenius Get Stankiewicz     Olga_Zavershinskaya_Cultura_Inquieta9

 

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CAMBIO CLIMÁTICO

Cambio climático

 

CRIATURAS

xxxxxxxxxxComo tú/ que estás uncida a mí/ desde el abismo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPaul Celan

No tenemos cintura sino ijares
y arqueamos el lomo en el esfuerzo;
abiertos en canal seríamos
como estupendos bueyes: nuestra carne
molida en el estudio, en la mañana
sin luz de los obreros.

Cómo decir el cuerpo entonces.

¿Me quieres? Nosotros
no hablamos repitiendo,
y a ninguno nos brindan con la copa
dorada donde el tiempo burbujea.

Ya estábamos cansados al principio,
doblábamos el espinazo juntos
sabiendo que al volver nos esperaban
libros, palabras sin alcance;
y nos estábamos callados
el uno junto al otro entonces:

cachorros de lenguaje,
aún queda por decir esta belleza.

 

 

 

 

UNA CASA LIMPIA

Hay cosas que en la casa
siempre estarán un poco usadas.
Mi casero las cambia cuando viene
para mirar si hemos tirado abajo
su miserable propiedad
pues tiene que llegar a salvo hasta sus nietos.
Pero a mi compañero no le importa
se asea y desayuna o guarda libros
como lo hizo el primer día
cuando vino a pasar un sábado.
Aceptamos la casa como parte
del deseo de estar viviendo juntos
aun cuando presentimos
que estas  habitaciones
no debieran estar amarillentas,
y menos en un sitio tan valioso
como el cuarto de aseo y su bañera,
donde aquel día nos lavamos
uno a otro, agotados del trabajo.
No, no tendría suciedad ahí,
en este sitio de respeto
y aliento entre nosotros.

 

 

 

 

UNA COMIDA RURAL

Mañanas de domingo en el pueblo
con mi abuela lavando el animal
que luego cocinábamos:
me señalaba el músculo,
la flexibilidad del lomo,
y el sitio exacto en las costillas
donde quedaban restos de la pólvora.

Después nos reuníamos
y alrededor de la cazuela
se nos contaba cómo había corrido
delante del fusil, cómo los perros
relumbraban al sol del alba
con el lomo pegado a la pradera
y el hocico en las patas de su víctima,
ya herida pero aún más rápida y más fuerte
que toda la jauría.
xxxxxxxxxxxxxxxxxNo se hablaba
de nada más en la comida
más que del crimen necesario
que nos permitiría otra vez
crecer, no pasar frío en noviembre.
Y toda la celebración tenía
ese respeto triste por los muertos
de quien se reconoce como animal famélico,
herido en otra especie, en otra caza.

 

 

 

 

EL PELO LARGO

Esta noche ha lavado
despacio
su pelo como un indio,
pero llega al amanecer
y huele al humo del tabaco,
como un vaquero de película.
Un día su cabello
será como ese Valle
calizo que también
la muerte y yo nos disputamos.

Me mira comprendiendo
que estoy aún más triste que feliz.
Encuéntrame después de la alegría,
le digo. Y se recoge el pelo
detrás de la cabeza igual que otros
afilan los cuchillos, archivan documentos,
con esa gravedad.

 

 

 

Morano, Cristina. Cambio climático. Madrid; Ed. Bartleby, 2014.

 

P.D. Más pistas sobre Cristina Morano y sobre ‘Cambio climático’, aquíaquí y aquí.

 

DOS POEMAS DE ‘EL RITUAL DE LO HABITUAL’

Carmen

 

05. Sor Juana: miembro de las Hermanas de la Caridad, destinada en el orfanato de Santa Florentina, en Murcia

Ellos lo saben todo.
Excepto a quién llamar
si en medio de una pesadilla
se despiertan por la noche.
Esa culpa.
La niña rubia da miedo:
se ríe como las viejas del burdel,
desdentada a los once años;
y la sudamericana que sale
cantando a la calle
no sé si es más lista
o más tonta que el resto
de los pequeños.

Aquí sólo sonríen los bebés:
los recién llegados,
pero a los dos días
ya saben dónde están:
están en el sitio
donde fueron abandonados;
esa consciencia del no-ser-para-nadie
es lo que se les mete en los ojos,
esa culpa.

Me llaman hermana.
¿Qué simboliza tanto dolor?
¿De qué es arcano el huérfano?
A veces, no lo soporto;
entonces no rezo, no sirve.
Me pongo a pelar patatas
y les hago ración doble.
No engordan nunca.

 

 

 

 

09. Belén: estrella mediática, trabaja en una cadena televisiva española de ámbito nacional

Aun en las masas proletarias,
hay gente que adopta
la cosmovisión burguesa
y actúa en contra, es decir, traiciona
los intereses de su clase.

¿Sabes? tanto trabajo no sirve
ni para echarse una chuleta
el domingo a la boca.
Vamos como los animales:
de la alcoba al fogón rascándonos las manos
hasta que los sabañones sangran.
De canija soñaba con tener una casa
en un sitio mejor y con verde;
ya estaba cansada en el sueño,
así que imagínate ahora.

El visón abriga más que el conejo,
la leche fresca sienta mejor que el café,
y la fruta de temporada
genera pieles traslúcidas.
Cuánto dinero. Cuándo
proletarios del mundo unidos.
¿Sabes? el país se escandaliza
de mi analfabetismo.
El país no ha contabilizado el número
de bibliotecas de las afueras,
el número de jardines botánicos,
el de parques con árboles, el de Museos
de las afueras. Yo sí.
Con esta mano,
con este dedo, corazón.

 

 

 

Morano, Cristina. El ritual de lo habitual. Madrid; Ed. amargord, 2010.

 

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