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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (LII)
Durante las últimas semanas ya forman parte de mi biblioteca los tres discos que se ven en la imagen: ‘Soy como puedo’ (de Joaquín Calderón), ‘De Madrid al suelo’ (de Mundo Chillón) y ‘Ritmo y compás’ (de Álvaro Ruiz).
Comentaré cosas sobre lo que me han parecido los tres discos durante los próximos días.
EUROPA DESPUÉS DE LA LLUVIA
ANTROPOLOGÍA
Hay noches como ésta
en que la parte más joven de mi cerebro
(ésa que sólo viene del Mesozoico)
entra en contradicción con la primera,
la que se remonta a la época del Neanderthal.
Entonces en mis palabras de amor
hay una oculta destrucción
te acaricio con incertidumbre
olvido quién soy
no sé quién eres
Mi casa es extraña
¿qué hay sobre la mesa?
Evito los espejos
No quiero mirarte
Soy un animal contradictorio
y ni siquiera en eso original
EL TIEMPO
Ahora que todo el mundo vive hacia el futuro
mi melancolía y yo hemos decidido
vivir en el pasado.
LAS MUSAS INQUIETANTES
xxxxxxxxxxxxxxxxxHelena corre como una navaja abierta
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxy uno se corta en ella.
xxxxxxxxxxxxxxxxx(Inscripción en el Muro de Berlín)
El muro es blanco y divide las dos ciudades;
como en los sueños,
una valla nos impide pasar al otro lado.
Apollinaire estuvo aquí,
cuando la ciudad todavía era una sola
y Lou, apasionada y violenta,
se le daba y se le negaba perversamente
xxxx(«Vulva que aprieta como un cascanueces»).
Me sonrío, esta mañana helada, en Berlín,
frente a la inscripción que alguien pintó,
alguien que también se cortó en los bordes filosos de Helena.
El sol es mujer y la luna es hombre,
en esta ciudad de bordes infinitos
y lagos tenues.
«You are leaving the American Sector»
(«Sie Verlassen den Amerikanischen Sektor»)
anuncia el cartel, a pocos pasos de la tumba
de aquel muchacho que soñó con cruzar el muro
y cual Ícaro,
cayó sobre las aguas.
You are leaving: se precipitan las hojas múltiples de los abedules;
the American: como en los sueños,
una valla nos impide pasar al otro lado.
Sector: el sol —agonizante— mujer,
la luna —precoz— hombre,
y Helena es la misma.
Me sonrío, esta mañana helada, en Berlín,
pensando que he recorrido tantos quilómetros,
como Ulises, cruzando cielos y mares,
para descubrir que alguien —antes que yo—
había encontrado la metáfora adecuada para Helena
que corre de ciudad en ciudad
como una navaja abierta
y uno se corta en ella.
BERLÍN, 1980
xxxxxI
Cuando en las ciudades desconocidas llueve
el agua que cae me cuenta las cosas que no sé.
xxxxxII
No está al borde del mar
sin embargo
todos nos sentimos pasajeros de un barco
la nave de los locos, quizás.
CORRESPONDENCIAS
Las ciudades son estados de ánimo
y Berlín se hunde en la lluvia
mientras se hace de noche
se hacen de verde los fantasmas interiores
se transparenta la cúpula que amo tanto
transita de Norte a Sur este viento azorado
los cielos se deslizan velozmente
y yo intento atrapar en la memoria
la luz cambiante de los árboles,
como un coleccionista que guarda tesoros
que nadie conoce.
SUPERMERCADO
La cajera de una sucursal del Kaiser
mira con desaprobación
el billete arrugado de diez marcos que le doy
lo estira lo plancha lo alisa minuciosamente,
coloca la efigie de Albert Dürer hacia arriba,
como si se tratara en el fondo de un papel muy diferente
al de envolver fideos.
Si no me mirara con tanta severidad le pediría disculpas
tengo ganas de preguntarle qué barco es el que aparece
del otro lado del billete
pero he cometido demasiados errores este día,
escribí varios poemas,
olvidé peinarme,
llueve y ando sin paraguas
y además, los diez marcos estaban arrugados.
CORRESPONDENCIAS II
Y hubiéramos ido a mirar los naufragios de Turner
en el Museo Británico
(esos naufragios, nostálgica,
que parecen arrancados de mis sueños
todavía culpables)
si no fuera
que Londres también es una ciudad extraña
si no fuera
que no quiero ver mis sueños reflejados
si no fuera
que esos cuadros
precisamente
copiados de mis sueños
son
el naufragio ya sucedido.
A LOS AMIGOS QUE ME RECOMIENDAN VIAJES
xxxxxIV
Hay tres cosas que quisiera decirte,
pero la segunda contradice la primera
y la tercera es un malentendido.
Preferible es el silencio.
Peri Rossi, Cristina. Poesía reunida. Barcelona; Ed. Lumen, 2005
LINGÜÍSTICA GENERAL
xxxxxI
El poeta no escribe sobre las cosas,
sino sobre el nombre de las cosas.
xxxxxV
Escribo porque olvido
y alguien lee porque no evoca de manera
suficiente.
xxxxxVI
Escribimos porque los objetos de los que queremos hablar
no están.
xxxxxVIII
El poeta se parece al profeta,
es verdad,
no sólo en el hecho de ser oído por escaso
número de gentes,
sino porque como aquél,
aspira a salvarse de la muerte
a través del verbo.
Aunque sea un verbo profano.
xxxxxXXIII
La poesía verdadera excluye la sinceridad
en el sentido banal
pero jamás admite la hipocresía.
POÉTICA
Comenzando por el lienzo blanco
que nos provoca morosas evocaciones
sueños que alguna vez fueron pensamientos
y siguiendo por la palabra
que nos conduce a palabras anteriores
(escribo hacia el pasado):
el que inventa
sólo descubre una tradición.
xxxxxXXVII
Eludir el nombre directo de las cosas
es convocarlas de manera más elocuente.
Por eso cuando hablo de ti
te llamo Amaranta, Lanceolada,
Himenea y Yocasta.
Como sabiéndolo
tú respondes desde el fondo de la lengua,
allí donde el nombre de las cosas
es todavía víscera profunda
antes que acuerdo y convención.
BITÁCORA
No conoce el arte de la navegación
quien no ha bogado en el vientre
de una mujer, remado en ella,
naufragaado
y sobrevivido en una de sus playas.
CUANDO te inclinas
arqueada como un puente
agazapada como una gata
xxxxYo siento que la civilización occidental
se precipita.
4ª ESTACIÓN: CA FOSCARI
Te amo como mi semejante
mi igual mi parecida
de esclava a esclava
parejas en subversión
al orden domesticado
Te amo esta y otras noches
con las señas de identidad
cambiadas
como alegremente cambiamos nuestras ropas
y tu vestido es el mío
y mis sandalias son las tuyas
Como si seno
es tu seno
y tus antepasadas son las mías
Hacemos el amor incestuosamente
escandalizando a los peces
y a los buenos ciudadanos de este
y de todos los partidos
A la mañana, en el desayuno,
cuando las cosas lentamente vayan despertando
te llamaré por mi nombre
y tú contestarás
alegre,
mi igual, mi hermana, mi semejante.
Peri Rossi, Cristina. Poesía reunida. Barcelona; Ed. Lumen, 2005
ESTADO DE EXILIO
Si no recuerdo mal, ‘Estado de exilio’ fue el primer libro que me leí de Cristina Peri Rossi. Lo publicó la editorial Visor en 2003 después de que resultara ganador del XVIII Premio Internacional Unicaja de Poesía Rafael Alberti.
En el prólogo del libro se podía leer: «Si el exilio no fuera una terrible experiencia humana, sería un género literario. O ambas cosas a la vez. La etimología de la palabra es muy expresiva: ex significa, precisamente, quien ya no es, ha dejado de ser. Es decir, quien ha perdido toda o parte de su identidad. El exilio cuestiona, en primer lugar, la identidad, ya que desvincula de los orígenes, de la historia particular de una nación, de un pueblo, desvincula de una geografía, tanto como de una familia, de una calle, de una arboleda o de una relación sentimental. Sólo cuando el exilio es colectivo —desde el más remoto, el de la Diáspora judía hasta el exilio de los españoles fieles a la República— se conserva una parte de la identidad, a pesar del cambio de espacio, y entonces, sus símbolos (desde las banderas hasta los himnos, desde la manera de cocinar los alimentos hasta la forma de vestir, desde la seducción hasta los pasos de una danza) se cargan de significación: dejan de ser triviales para convertirse en emblemas, en raíces, en anclas». Y sobre el proceso de escritura, la poeta uruguaya escribía en ese mismo prólogo: «Cuando dejé Montevideo (…) tenía, fundamentalmente, un temor: no poder volver a escribir. Que mi identidad de escritora sufriera una fractura tan abisal que me indujera al silencio. Dicho de otro modo: el exilio como castración. (…) Sin embargo, sin darme cuenta, ocurriría lo contrario: como toda experiencia que concierne a la personalidad entera, y a cada una de sus partes, el exilio me pidió palabras, me pidió escritura, me pidió fijar las emociones. Escribí en una especie de diario que llevaba entonces: «Mientras sufro por el temor a no poder escribir más, en el exilio, escribo. Mientras temo la castración, escribo. Mientras padezco el dolor, el desgarramiento, escribo».»
Y aquí dejo una selección de poemas del libro en cuestión.
xxxxxI
Tengo un dolor aquí,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxdel lado de la patria.
CARTA DE MAMÁ
Carta de mamá:
«Y si todos se van, hija mía,
¿qué vamos a hacer los que nos quedamos?»
A LOS PESIMISTAS GRIEGOS
Lo mejor es no nacer,
pero en caso de nacer,
lo mejor es no ser exiliado.
xxxxxIV
Soñé que volvía
pero una vez allí
tenía miedo
y quería irme
a cualquier otro lado.
xxxxxVIII
Exactamente
cansada
harta
agotada
irritada
triste
xxxxxxde todos los lugares de este mundo.
xxxxxXI
Ninguna palabra nunca
ningún discurso
—ni Freud, ni Martí—
sirvió para detener la mano
la máquina
del torturador.
Pero cuando una palabra escrita
en el margen en la página en la pared
sirve para aliviar el dolor de un torturado,
la literatura tiene sentido.
xxxxxXIV
Aquel viejo que limpiaba platos
en una cafetería de Saint-Germain
y de noche
cruzaba el Sena
para subir a su habitación
en un octavo piso
sin ascensor sin baño
ni instalaciones sanitarias
era un matemático uruguayo
que nunca había querido viajar a Europa.
xxxxxXV
Y vino un periodista de no sé dónde
a preguntarnos qué era para nosotros el exilio.
No sé de dónde era el periodista,
pero igual lo dejé pasar
El cuarto estaba húmedo estaba frío
hacía dos días que no comíamos bocado
sólo agua y pan
las cartas traían malas noticias del Otro Lado
«¿Qué es el exilio para usted?» me dijo
y me invitó con un cigarrillo
No contesto las cartas para no comprometer a mis parientes,
«A Pedro le reventaron los dos ojos
antes de matarlo a golpes, antes,
sólo un poco antes»
«Me gustaría que me dijera qué es el exilio para usted»
«A Alicia la violaron cinco veces
y luego se la dejaron a los perros»
Bien entrenados,
los perros de los militares
fuertes animales
comen todos los días
fornican todos los días,
con bellas muchachas con bellas mujeres,
la culpa no la tiene el perro,
sabeusté,
perros fuertes,
los perros de los militares,
comen todos los días,
no les falta una mujer para fornicar
«¿Qué es el exilio para usted?»
Seguramente por el artículo le van a dar dinero,
nosotros hace días que no comemos
«La moral es alta, compañero, la moral está intacta»
rotos los dedos, la moral está alta, compañero,
desaparecida la hermana, la moral está alta, compañero,
hace dos días que sólo comemos moral,
de la alta, compañero,
«Dígame qué es el exilio, para usted»
El exilio es comer moral, compañero.
CABINA TELEFÓNICA 1975
El exilio es tener un franco en el bolsillo
y que el teléfono se trague la moneda
y no la suelte
—ni moneda, ni llamada—
en el exacto momento en que nos damos cuenta
de que la cabina no funciona.
BARCELONA 1976
El exilio es gastarnos nuestras últimas
cuatro pesetas en un billete de metro para ir
a una entrevista por un empleo que después
no nos darán.
xxxxxXIX
Un día yo iba por una calle,
estaba sin empleo y muy nervioso,
iba por una calle en busca de una de esas casas
donde los muertos de hambre dormimos sin pagar
cansado y muy nervioso
y de pronto vi a una pareja
un matrimonio maduro
elegante bien vestido
ropa cara ropa fina
eran turistas comprando cosas y mirando todo
miraban las tiendas de moda y las peluquerías
y los restaurantes
eran turistas
hablaban uruguayo, igual que yo,
yo estaba muy nervioso ese día,
ellos se veía que habían comprado muchas cosas,
me reconocieron por la cara
—la cara de la desgracia, según Onetti—
«Usted es uruguayo, ¿verdad?» me dijeron
yo negué con la cabeza, firmemente:
«Soy francés, señores, les dije,
muy francés, tan francés como la torre Eiffel»
y me fui porque si los mataba
me llevaban preso.
xxxxxXXI
Lo llamaban la Momia. Con dos golpes
era capaz de matar a alguien.
Lo usaban para ablandar
a los recién llegados,
o para terminar con los torturados.
No comía pescado
porque una vez se había pinchado
con una espina
y le dolió.
EL ARTE DE LA PÉRDIDA (Elizabeth Bishop)
El exilio y sus innumerables pérdidas
me hicieron muy liviana con los objetos
poco posesiva
Ya no me interesa conservar una biblioteca numerosa
(vanidad de vanidades)
ni colecciono piedras
botellas cuadros
encendedores
plumas fuentes —así se llamaban en mi infancia
las codiciadas e inasequibles estilográficas
Parker y Mont Blanc—
ni necesito un amplio salón para escribir
al abrigo de los ruidos de la calle
y de los ruidos interiores.
El exilio y sus innumerables pérdidas
me hicieron dadivosa
Regalo lo que no tengo —dinero, poemas, orgasmos—
Quedé flotando —barco perdido en alta mar—
con las raíces al aire
como un clavel sin tronco donde enlazarse.
El exilio y sus innumerables pérdidas
me hicieron dadivosa
Regalo lo que no tengo —dinero, poemas, orgasmos—
me dejó las raíces al aire
como los nervios de un condenado
Despojada
desposeída
dueña de mi tiempo
Y con él tampoco soy avara:
sería ridículo pretender administrar
un bien desconocido.
DIALÉCTICA DE LOS VIAJES
Para recordar
tuve que partir.
Para que la memoria rebosara
como un cántaro lleno
—el cántaro de una diosa inaccesible—
tuve que partir.
Para pensar en ti
tuve que partir.
El mar se abrió como un telón
como el útero materno
como la placenta hinchada
lentas esferas nocturnas brillaban en el cielo
como signos de una escritura antigua
perdida entre papiros
y la memoria empezó a destilar
la memoria escanció su licor
su droga melancólica
su fuego
sus conchas nacaradas
su espanto
su temblor.
Para recordar
tuve que partir
y soñar con el regreso
—como Ulises—
sin regresar jamás.
Ítaca existe
a condición de no recuperarla.
ELOGIO DE LA LENGUA
Me vendió un cartón de bingo
y me preguntó de dónde era.
«De Uruguay», le dije.
«Habla el español más dulce del mundo»,
me contestó mientras se iba
blandiendo los cartones
como abalorios de la suerte.
A mí, esa noche,
ya no me importó perder o ganar.
Me di cuenta de que estaba enganchada a una lengua
como a una madre,
y que el salón de bingo
era el útero materno.
MONTEVIDEO
Nací en una ciudad triste
de barcos y emigrantes
una ciudad fuera del espacio
suspendida de un malentendido:
un río grande como mar
una llanura desierta como pampa
una pampa gris como cielo.
Nací en una ciudad triste
fuera del mapa
lejana de su continente natural
desplazada del tiempo
como una vieja fotografía
virada al sepia.
Nací en una ciudad triste
de patios con helechos
claraboyas verdes
y el envolvente olor de las glicinas
flores borrachas
flores lilas
una ciudad
de tangos tristes
viejas prostitutas de dos por cuatro
marineros extraviados
y bares que se llaman City Park.
Y sin embargo
la quise
con un amor deseperado
la ciudad de los imposibles
de los barcos encallados
de las prostitutas que no cobran
de los mendigos que recitan a Baudelaire
la ciudad que aparece en mis sueños
accesible y lejana al mismo tiempo
la ciudad de los poetas franceses
y los tenderos polacos
los ebanistas gallegos
y los carniceros italianos.
Nací en una ciudad triste
suspendida del tiempo
como un sueño inacabado
que se repite siempre.
Peri Rossi, Cristina. Poesía reunida. Barcelona; Ed. Lumen, 2005
APLICACIONES DE LA LÓGICA DE LEWIS CARROL
APLICACIONES DE LA LÓGICA DE LEWIS CARROLL
xxxxxI
1. Ningún fósil puede estar traspasado de amor.
2. Una ostra puede estar traspasada de amor.
xxElla dulcemente depositaba el fósil
xxde la ostra que se había llevado a la boca
xxen el borde del plato. Lo contemplaba después,
xxmelancólica, con cierta ternura.
xx—¿Es que acaso te dan pena?
xx—Amo su constitución, su textura, la frescura de su piel,
xxsu áspero y antiguo sabor a mar.
3. Ninguna mujer que coma ostras puede estar traspasada de
xxamor.
xxxxxII
Algunos ánades están desprovistos de poesía
xxxxno su ánade rosada,
xxxxno su ánade escondida,
xxxxno su ánade recóndita
xxxxno el gorjeo de su ánade por las noches
xxxxentre sábanas púrpura
xxxxy alfombras carmesí.
xNo su grito de ánade
xxxxcuando se siente penetrada.
xxxxxIII
Lewis Carroll fotografiaba niñas vestidas
y a veces fotografiaba niñas desnudas
por afición a la fotografía,
por afición a las niñas
a las cuales dedicó un libro terrible
Alicia en el país de los espejos,
libro que desagrada a todos los niños
y despierta la curiosidad de aquellos adultos
que quisieran fotografiar niñas vestidas
niñas a veces desnudas
pero no se animan a hacerlo por carecer de espejo.
xxxxxIV
Lewis Carroll era un presbítero llamado
Charles Dodgson
que durante un paseo por un parque
se enamoró de una niña
llamada Alicia
por lo cual escribió un libro para niños
cuya protagonista es una irritante mujer
disfrazada de niña y llamada Alicia.
La Iglesia había prohibido el estupro
a los sacerdotes jóvenes,
pero no la escritura.
xxxxxV
Si Charles Dodgson no hubiera sido Lewis Carroll
seguramente hubiera sido el Estrangulador de Boston.
xxxxxVI
Lewis Carroll inventó las maravillas
porque cuando nació ya se habían inventado los espejos,
por lo cual no pudo inventar ni la literatura
ni la matemática ni la lógica
xxxxni la violación de niñas.
xxxxxVII
El reverendo Charles Dodgson
abandonó la Iglesia
cuando encontró en un espejo
una inscripción que decía
«Al viejo Charles Dodgson
le gustan las niñas».
Nunca supo si esa frase la había escrito
Lewis Carroll
o una muchachita, alumna suya,
llamada Alicia.
De todos modos, como el reverendo Charles Dodgson
era un hombre muy piadoso,
ese mismo día eliminó los espejos de su casa,
colgó los hábitos
y se dedicó a la fotografía.
Alicia escribió un libro
que se llama Las maravillas de Lewis Carroll.
xxxxxVIII
El viejo presbítero Charles Dodgson
amaba a Alicia, que amaba a Lewis Carroll,
que estaba enamorado de la lógica,
que no amaba a nadie,
porque carecía de espejo.
Peri Rossi, Cristina. Poesía reunida. Barcelona; Ed. Lumen, 2005
ALEJANDRA ENTRE LAS LILAS
ALEJANDRA ENTRE LAS LILAS
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxHe de morir de cosas así.
xxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxAlejandra Pizarnik
xxxxxixxxxx(suicidada el 27 de septiembre de 1972)
xxxxxI
Quizás fuera el nombre
dulce de Alejandra
o esas lilas de los muros
soplando en a noche densa
o fuera
la nocturna cacería
de palabras deslizándose
en el vidrio
que te precipitó a la muerte
en la solitaria
duración de un grito
a medianoche
cómplice de nombres oscuros
impronunciables.
xxxxxII
Palabra por palabra
hacías la noche
en las esquinas
que el silencio dejaba solas
acechándolas
como si ellas fueran
las damas rojas de las revelaciones.
xxxxxIII
Si palabra
a palabra
hacías la noche
susurrándola
xxxxx—los sonidos más hermosos—
¿Cómo fue que aquella noche
no acudieron las palabras?
¿Cómo fuiste desterrada
desasistida,
dónde estaban los lilas cenicientos
de los parques,
dó las enredaderas de los muros
dónde las damas púrpuras y misteriosas,
dónde tu padre y tu madre?
xxxxx—Acaso fuera el nombre dulce de Alejandra,
xxxxxacaso las ceremonias de los parques—.
xxxxxAcaso una dama roja que faltó a la nocturna
xxxxxfiesta de palabras
xxxxxacaso una que no cumplió su promesa
xxxxxacaso alguien que no acudió a una cita
xxxxxo un hastío de palabras —a veces pasa—
xxxxxte precipitara más allá de los sonidos
xxxxxuna vez que todo lo hemos dicho
xxxxx—lo hemos dicho—
xxxxxy se yergue tenebrosa
xxxxxla soledad de Alicia en el espejo, otrosí
xxxxxAlejandra.
xxxxxIV
Y en el silencio escondido adentro de la casa
y en el silencio que queda
cuando se van los amigos
en el silencio de los ceniceros
y los vasos ya sin agua
quisiste establecer la palabra exacta
sin saber
que el silencio y las palabras
son apenas agonías.
xxxxxV
El nombre dulce de Alejandra
la simetría en los parques
una niña espantada
—hoy hay bruma en Barcelona—
París era un fiesta
que no quisiste compartir
cartas a los amigos
donde una jota o una i faltaban
el miserere nocturno entonado
por viejas lesbianas
una hoja en blanco
toujours
una hoja en blanco
la carta que no llega
la palabra que falta
alcanzan
para espantar a una niña.
xxxxxVI
Alejandra
hoy veo un parque
una dama azul
los lilas de los muros
la maleza creciendo
hoy escucho
una canción lejana
una historia de princesas
y castillos
el adiós del verano
la cigarra.
Me desperté para decirte
que por la ventana
entra un olor a pino.
xxxxxVII
Y el psiquiatra me preguntó:
—¿A qué asocia el nombre de Alejandra?—
El dulce nombre de Alejandra
el olor de los pinos y cipreses
casas rojas castillos medievales
una dama en el umbral
muebles púrpuras
la prodigiosa simetría de los parques
una hoja siempre en blanco
delante del ojo que acaricia
la falta de sonido
los lilas de los muros
un dolor enfermizo por casi todo
el muelle gris
las cosas que sólo existen en jardines
para decir cuyos nombres
es necesario empezar por Alejandra
la antigüedad de algunas piedras
respiración entrecortada
la dificultad
para hacer amigos,
en fin, medianoches fatales
en que todo nos falta
especialmente
un amigo
una amiga
inolvidables.
xxxxxVIII
Y además,
la extraña soledad de Alejandra
en la casa grande,
persiguiendo el sonido del agua
en los jardines
su manera de despavorirse por la ausencia
de una palabra,
en fin,
su fobia a los espejos
su manera secreta de moverse
de ser, en la casa grande,
la única sobreviviente
lejos los pájaros
y ya sin perro.
xxxxxIX
Después de haberte leído entera
supe que habíamos hecho el amor
muchas veces —qué conflagración—
que tus orgasmos eran difíciles
acaso culpables
y que no iba a reprocharte
tu suicidio del mes de septiembre
el único orgasmo verdadero
lejos de París y de la calle Corrientes.
xxxxxX
Después de haberte leído
los puntos y las comas
las metáforas tristes
y las niñas que llevabas
a lomos de los versos
sus pubis rosados
humedeciéndote el vestido
y los silencios
ah los silencios
esos silencios
que las niñas no hacen
porque gritaban
cuando tú las invitabas
a subir en barca
o cuando les regalabas
caballitos de juguete.
Peri Rossi, Cristina. Poesía reunida. Barcelona; Ed. Lumen, 2005
DESCRIPCIÓN DE UN NAUFRAGIO Y UNA DIÁSPORA
De ‘Descripción de un naufragio’
xxxxxVI
Ya no aguantamos más el olor a muerto.
xxxxxXII
No fue nuestra culpa si nacimos en tiempos de penuria.
Tiempos de echarse al mar y navegar.
Zarpar en barcos y remolinos
huir de guerras y tiranos
al péndulo
a la oscilación del mar.
El que llevaba la carta se refugió primero.
Carta mojada, amanecía.
Por algún lado veíamos venir el mar.
xxxxxXXI
Todo se convierte en un pedirle a Dios
corte las amarras
que nos ataran tanto.
xxxxxXXIV
Deseo que, en caso de naufragio,
este peregrino sea olvidado,
este amor ignorado,
rosa, rosa de los vientos,
fue una época de difíciles maniobras,
los unos huyeron por el mar,
otros, por las selvas y más allá.
xxxxxXXXI
—¡Deprisa!
—¡Gira!
—¡Dame.
—Ven.
—Suavemente.
—Lasca, lasca.
—¡Más!
—¡Máááás!
—¡Cambio!
—Hala, templa, singa.
—Ruega.
—Gira la cabeza.
—Tente en pie.
—Dulcemente amarra.
—¡Más!
xxxxxxxxxxxxNadina: xcuando regrese,
xxxxxxxxxiixxxxxxxxxxprometo nadar sobre tus nalgas
xxxxxxxxxiixxxxxxxxxxinfamemente.
MANUAL DEL MARINERO
Llevados varios días de navegación
y por no tener nada que hacer
estando la mar en calma
los recuerdos vigilantes
por no poder dormir
por llevarte en la memoria
por no poder olvidar la forma de tus pies
el suave movimiento de ancas a estribor
tus sueños iodados
xxxxxxxxxxxxxxxxxpeces voladores
por no perderte en la casa del mar
me puse a hacer
un manual del marinero,
para que todos supieran cómo amarte, en caso de naufragio,
para que todos supieran cómo navegar
en caso de maniobras
y por si acaso
hacer señales
llamar con la o que es roja y amarilla
llamarte con la i
que tiene un círculo negro como un pozo
llamarte desde el rectángulo azul de la ese
suplicarte con el rombo de la efe
o los triángulos de la zeta,
tan ardientes como el follaje de tu pubis.
Llamarte con la i
hacer señales
azar la mano izquierda con la bandera de la ele,
subir ambos brazos para dibujar
—en el relente nocturno—
las dulzuras lúgubres de la u.
RELENTE
Humedad que cubre el cuerpo de la mujer,
una vez que la hemos empezado a amar.
A veces tiene la apariencia de un suave sudor,
otras, la de un mar agitado. Navegar
en esas aguas puede ser empresa riesgosa.
Marineros más hábiles que tú perecieron
en esas aguas revueltas, luego de bracear
durante horas y luchar contra la corriente.
En el fondo de ellas hay un cachalote dormido.
No escuches el canto de sus sirenas
varadas en las piernas,
a orillas del mar.
No dejes que su humedad te cubra
conduciéndote al fondo de la red
donde serás sólo un hilo más
un pez atrapado
un lobo infeliz
un marinero desahuciado, lejos del barco,
lejos de la tierra.
Cuídate de esa humedad como de la peste,
cuando asome
xxxxxxxxxxxxxpor los intersticios de un cuerpo que yace.
ABATIR
Vencimiento del buque, de la mujer,
por efecto de un viento fuerte, la marea o la corriente.
El buque cae a sotavento,
la mujer de espaldas,
cuyo abatimiento se mide en grados.
Gran cantidad de público se congrega alrededor.
El barco se inclina.
La mujer gime
y a veces goza.
ESCORACIÓN
Herida que queda, luego del amor, al costado del cuerpo.
Tajo profundo, lleno de peces y bocas rojas,
donde la sal duele y arde el iodo,
que corre todo a lo largo del buque,
que deja pasar la espuma, que tiene un ojo triste en el centro.
En la actividad de navegar,
como en el ejercicio del amor,
ningún marino, ningún capitán,
ningún armador, ningún amante,
han podido evitar esta suerte de heridas,
escoriaciones profundas, que tienen el largo del cuerpo
y la profundidad del mar,
cuya cicatriz no desaparece nunca,
y llevamos como estigmas de pasadas navegaciones,
de otras travesías. Por el número de escoraciones
del buque, conocemos la cantidad de sus viajes;
por las escoraciones de nuestra piel,
cuántas veces hemos amado.
AFERRAR
Atarla con mástiles y palos
al borde de la cama.
Sus pies, sus manos,
con cuerdas y con lianas
xxxxxxxxxxxx(dejar que los musgos y los líquenes
xxxxxxxxxxxxcrezcan en sus costados,
xxxxxxxxxxxxque los recién nacidos peces
xxxxxxxxxxxxlaman la piel de sus hombros, sus caderas;
xxxxxxxxxxxxle birlen besos, beban de los poros
xxxxxxxxxxxxabiertos y salados de su piel).
Una vez que está sujeta
en irresistible inmovilidad,
arriarla de golpe,
como una vela;
hacerla bajar
por el mástil mayor,
hacerla deslizar:
la tela de su piel
descendiendo por el palo alto,
la blanda carne iodada
resbalando al pie de la cama.
Y muy lentamente sobre ella arrodillada
dejarse ir
en remolino
hacia la honda cavidad
que hierve en su interior.
Muy lentamente
penetrar allí
apartando la humedad de las olas.
Hacer que el agua
lama sus costados
el costado de sus botas;
dejar
que los musgos y los líquenes
le trepen los muslos y las nalgas.
xxxxxxxxxxxxUna vez arriada,
xxxxxaferrarla al suelo
xxxxxcon palos y con cuerdas
xxxxxpara que no se nos escape.
EMPAVESAR
Colocar sobre la mujer todas las banderas.
xxxxxXXXVIII
Y el capitán que naufragaba en escuadras imprecisas
vio pasar en síntesis a la historia,
iba en biquini
y los senos destemplados
Eran los jinetes de la reyecía
Era la diáspora de soldados
«Paren las máquinas» gritaba a bordo,
a bordo de la síntesis de la historia,
cuando ya todos habíamos pasado al otro lado.
RELACIÓN DE TRIPULANTES QUE PARTICIPARON EN EL NAUFRAGIO
Habiendo quedado solo
en altamar
a la deriva
me vienen a la memoria ardida
como olas a bordo
los nombres de los compañeros muertos / desaparecidos
en travesía de mares y de países
lanzados a la noche
al agua a la intemperie
sin botes y sin remos
sin ropa que vestir
ni comida que comer;
los nombres
de los amigos muertos
de los desaparecidos
de los perseguidos por el huracán
de los acosados por vientos y marismas
de los aprisionados entre dos corrientes
de todos aquellos que emprendieron un viaje
lleno de riesgos y de peligros
iluminados por la fe
conducidos por su buen ánimo
dispuestos a morir o a vencer
y a quienes se tragó el agua devoradora
los hundió una ola gigante
o en los intersticios del mar
todavía padecen la tortura de vivir muriendo
sometidos a la crueldad del naufragio.
Tristán, que tenía un lunar en la cara,
cerca de la frente
y por la noche aullaba en altamar,
por una rubia, fugaz.
Era valiente y trepaba el primero por el palo mayor
para divisar la tierra o al enemigo
y ni siquiera suspiró cuando el mástil
quebrado por un torbellino
cayó sobre él, sepultándolo en el mar,
junto al recuerdo de una mujer rubia, fugaz.
Antonio Sánchez, maestre:
sombrío y taciturno,
huido de su país
y perseguido por los perros;
sabía cantar las canciones de su tierra
y nos contaba su pasado,
historias de prisión y muerte.
Álvaro Donati, marinero, veintiocho años:
dejó los hábitos, tomó el fusil
se echó a la mar, como un deber;
una ola venida desde lejos
lo barrió de borda; fallecido.
Lo acompañaban un santoral
y un manual de armas.
Juan Gómez, estudiante:
tres tiros en la cabeza,
disparados en la noche, a traición,
cuando atravesaba una calle solitaria,
dejó papel y lápiz, una hija a medio hacer.
Pedro Fernández, navegante:
vino a navegación porque su padre fue marino
y había luchado contra los ingleses.
Marco Genovés, famoso físico:
nos enseñaba las secretas leyes
que rigen el movimiento de las cosas.
Daniel Dionisio Méndez, arquitecto y constructor,
conocía los caminos del mar y del morir,
condujo a los compañeros por extraños laberintos
hasta traerlos sanos y salvos a la nave mayor,
protegidos por la oscuridad y la esperanza.
Muerto en servicio.
Rodrigo Torres, oficial de a bordo:
«Mejor morir de pie
que vivir arrodillado», nos dijo,
en el primer momento,
cuando le fuimos presentados.
«Las esperanzas son pocas,
pero ningún buen navegante
debe renunciar por ello»,
las olas lo rodearon,
era un día de tormenta,
murió peleando contra ellas,
maldiciéndolas y dándoles manotazos.
Alonso, el cocinero,
no sabía nadar, no sabía tirar,
tenía lástima de los peces,
pena de las aves:
«Por lo menos me alisto, para cocinar»
fallecido el 27 de junio,
devorado por un enorme tiburón;
y el abogado Marins, desaparecido
misteriosamente, mientras realizaba maniobras de rutina.
A García Morales lo dejamos en un puerto
clandestino, de un mar acogedor, en calma,
estaba enfermo, dolorido,
no quería cejar;
nunca más supimos de él.
xxxxxxxxxTodos los otros nombres aparecen en los diarios.
De ‘Diáspora’
AFRODITA
Y está triste
como una silla abandonada
en la mitad del patio azul
Los pájaros la rodean
Cae una aguja
Las hojas resbalan
sin tocarla.
xxY está triste
en mitad del patio
con la mirada baja
los pechos alicaídos
dos palomas tardas
Y un collar
sin perro
en la mano
xxxxxxxComo una silla ya vacía.
CAUTIVERIO
Ah qué mórbida
te mueves
puma
pugnas
por atravesar
la jaula del jardín
donde te he encerrado
entre espejos fríos
xxxxxxxxxxxxxxxxpara que no te vayas,
xxxxxxxxxxxixxxxxxxpara hacer poesía.
YO la amaba
xxxla muraba
xxxla miraba la
xxxxxxxxxxdesde la mezquita
xxxmadura
xxxmorena
xxxmistrala
xxxhúmeda
xxxxxxxxxxy
xxxxxxxxxxxmorborescente
SI el lenguaje
este modo austero
de convocarte
xxxxxxxxxen medio de fríos rascacielos
y ciudades europeas
Fuera
xxxxxel modo
de hacer el amor entre sonidos
o el modo
de meterme entre tu pelo
TODO estaba previsto
por la tradición
occidental
esa tu rebelión
a los papeles convencionales
la resistencia
a ser tratada como objeto
el objeto
que soy para ti
salvo cuando te escribo
para los demás.
Entonces te objetualizo.
PENÉTRAME
occidental y perversa
parodiando a los dioses más diversos:
siglos en prolongada decadencia
permiten, que para el caso,
xxxxxxxcambiemos de papel.
MITOLÓGICA estáis
de moradas meretrices
que muerden tu piel
tu fantástica matriz
xxxxx—Penélopes tristes,
xxxxxHelenas desgonzadas—
historias salmodiadas
por magos prostibularios.
Está dicho
es sabido
mal hacen los Homeros,
los Góngoras y Quevedos
a las púberes efebas.
AH,
cómo corrijo
los pequeños errores
de las mujeres que inventas
cada día
para mis infidelidades
de amarte siempre.
PROYECTOS
Podríamos hacer un niño
y llevarlo al zoo los domingos.
Podríamos esperarlo
a la salida del colegio.
Él iría descubriendo
en la procesión de nubes
toda la prehistoria.
Podríamos cumplir con él los años.
Pero no me gustaría que al llegar a la pubertad
un fascista de mierda le pegara un tiro.
DIÁSPORA
Con la túnica larga
que le compraste a un marroquí en Rabat
y ese aire dulce e impaciente
que arrastras por la plaza
las sandalias sobre el polvo
el pelo largo
bajo la túnica nada
si se puede llamar nada a tu cuerpo
quemado por los soles de Rabat
más la pasión que despertaste en un negro en las calles de Cadaqués
que no son calles
sino caminos de piedra
y olímpica te sentaste en el bar hippy
rodeada de tus amigos de túnicas y pelos largos
a beber oporto y fumar hachís
ah qué melena te llovía sobre los hombros esa tarde en Cadaqués
con aquellas ropas que desafiaban las normas
pero eran otras normas
las normas de la diferenciación
de acuerdo
cambiemos un burgués por otro
ah qué túnica arrastrabas sobre las piedras
peregrinación como aquélla
solamente Jesucristo la emprendiera
Nada tenía que hacer en Cadaqués más que mirarte a los ojos
mientras tú viajabas en hachís en camellos casi blancos de largas pestañas
que acariciaban como los ojos de una doncella
sé que te gustan las mujeres
casi tanto como los negros
casi tanto como los indios
casi tanto como te gustan las canciones de Barbara
yo no tenía nada que hacer en Cadaqués
más que seguirte la pista
como un perro entrenado
buscarte
calles empinadas
casas blancas
el sol del Mediterráneo
viejo sol
cálido sol
ah no me mires así
te perdí en Rabat
te busqué en barca
pequeño Cadaqués
las niñas pálidas que fuman hachís y pasean en camellos de largas pestañas
en el maldito bar de hippies
no me dejaron entrar
juré que no tenía cuenta bancaria
es cierto
¿Cómo explicarles el azar?
No tengo auto
no tengo televisor
no tengo accidentes ni crédito bancario
por casualidad
el viento me trajo a Cadaqués
estoy buscando a la niña de la túnica larga
la que paseaba por las calles
como Jesucristo
y va dejando atrás
negros borrachos
amigos muertos
y un roce de sandalias
Tus amigos
no me dejaron entrar al bar
el agua había caído toda la tarde
me preocupé por tu pelo
tu cabello mojado
hay que ser cuidadosa
me desvelo por ti
el campanario dio otro cuarto
¿estarías escondida en el confesionario?
Ah Barbara
no me mortifiques
deja a esa niña en paz
quiero verla caminar por Cadaqués
y tener un estremecimiento de címbalo
vibrar en el aire
como el agudo de un vaso
Ah Mediterráneo
suelta a esa niña
déjala bogar en mi memoria
su fascinación de túnica pálida
el silencio que envuelve su paseo por las plazas
la fricción de sus sandalias
suavemente sobre el polvo
convienen más a mi memoria
que a tu historial de aguas
En Cadaqués un pájaro negro se paseaba
tan negro como un cuervo
tan gris como el reflejo del Mediterráneo en las ventanas
aquella tarde que llovía en Cadaqués
y con paso ligero pero digno
con velocidad y nobleza
—sin dejar caer los tules ni los chales—
como reinas que huyen majestuosamente
las barcas volvían de sus citas
al amarradero de la playa
Y mientras te buscaba
observé que el famoso altar de la iglesia
era un poco recargado
un problema de formas excesivamente hinchadas
un embarazo eterno
algo difícil de largar
Demasiado oro para mí
mientras sólo dos viejas comulgaban
y una pareja de hippies observaban la ceremonia
con delectación no exenta de ironía
—una cultura de rituales—
y maldito sea
¿es que no se te había ocurrido refugiarte en la iglesia
en el altar mayor recargado de oro y púrpura
esa tarde que llovía en Cadaqués,
protegiéndote de la tramontana?
De modo que salí
justo a tiempo para escuchar que desde un lugar
salía una música
salía una música
que te juro que no era Barbara cantando À peine
una música y un cantor que venían de lejos
de un país que tú no conocías y era mi país
el país abandonado en diáspora
el país ocupado por el ejército nacional
una música y un cantor que yo había escuchado en mi infancia
que no fue una dorada infancia en Cadaqués con paseos en barca
—Marcel Proust—
y pesca submarina
y Barbara ya no perseguía a la niña de túnica larga
y tuve frío por primera vez en Cadaqués
y cuando alguien me habló en francés
le contesté hijo de puta
y cuando vi a dos hippies abrazados les grité hijos de puta
y cuando una holandesa me preguntó algo mostrándome un mapa en su delicada mano
le dije hija de puta
y ya no estabas en Cadaqués,
lo juro,
todas las túnicas eran túnicas sucias
y nadie usaba sandalias
y me son indiferentes todas las mujeres
todas las tierras
todos los mares,
Mediterráneo, poca cosa,
Cadaqués, piedra sobre piedra,
tú,
nada más que una niña muy viciosa.
EN sus ojos acuosos
hubiera navegado toda la vida
si no fuera
que no tienen orillas.
AQUELLOS que alguna vez la amaron
se reúnen cada noche en un aljibe,
conversan, juegan a los dados,
la recuerdan,
escupen improperios por el aire
y están dispuestos a formar un comité
para ayudar a las próximas víctimas.
SIEMPRE hay algún tonto dispuesto a amarla.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxYo soy ese tonto.
DESDE alguna parte
me mira
esa mujer que fuiste
alguna vez lejana
y me pide cosas
me pide memoriales
versos
y perdón por el futuro.
PAISAJE CLÁSICO
Cuando las amadas pueblan con palabras cotidianas
el retablo donde solíamos dormir
bueno es ser el escriba de las amadas
y seguir las huellas de sus pies desnudos
humildemente recoger esa gota de miel
que destilan sus labios xxxo la toalla.
AQUELLOS paisajes aterciopelados
la alfombra púrpura
los ceniceros de conchas del Caribe
la negra balanceándose a la puerta
sus caderas de lubricidad
el olor de la madera en lupanares rojos
Todo nos hacía suponer que nos encontrábamos en Las Mil y Una Noches
menos los soldados revisando la ciudad.
PODRÍA escribir los versos más tristes esta noche,
si los versos solucionaran la cosa.
Peri Rossi, Cristina. Poesía reunida. Barcelona; Ed. Lumen, 2005
EVOHÉ
Dejo aquí algunos poemas del primer libro de Cristina Peri Rossi (de su primer libro de poemas, claro está, ya que antes había publicado cuatro libros en prosa).
En aquel libro, ‘Evohé’, la propia Peri Rossi escribía en su prólogo: «La palabra «evohé» es de origen latino. Es la onomatopeya del grito de las bacantes durante las fiestas y ceremonias paganas de homenaje a Baco, el dios del vino y de la sensualidad. Las bacanales eran fiestas que se celebraban con juegos y música, máscaras y ritos eróticos de pasión y transgresión, donde se liberaban los impulsos más profundos y los deseos más secretos. Yo uso la hermosa palabra latina en el sentido del grito amoroso: los poemas proclaman el amor físico y afectivo entre dos como una forma de Absoluto, opuesto a la orgía de múltiples participantes.
DEDICATORIA II
La literatura nos separó: todo lo que supe de ti
lo aprendí en los libros
y a lo que faltaba,
yo le puse palabras.
CANSADA de mujeres
de historias terribles que ellas me contaban,
cansada de la piel,
de sus estremecimientos y solicitudes,
como una ermitaña,
me refugió en las palabras.
LEYENDO el dicionario
he encontrado una palabra nueva:
con gusto, con sarcasmo la pronuncio;
la palpo, la apalabro, la manto, la calco, la pulso,
la digo, la encierro, la lamo, la toco con la yema de los dedos,
le tomo el peso, la mojo, la entibio entre las manos,
la acaricio, le cuento cosas, la cerco, la acorralo,
le clavo un alfiler, la lleno de espuma,
después, como a una puta,
la echo de casa.
EN LAS PÁGINAS de un libro que leía, perdí a una mujer.
En cambio, a la vuelta de la esquina, he hallado una
palabra.
INVITACIÓN II
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx—Poeta, ven a ver lo que yo veo:
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxHay una mujer que canta.
Una mujer que canta.
Una mujer que bala.
Una mujer que entibia el aire.
Una mujer que bate sonidos.
Una bailarina de palabras.
Una cantante.
Una balbuciente.
evohé
Una mujer que brama
una bacante
una silbadora
una gamita
un ave
una sibila
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxpero cuando me llames
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxque sea con la voz adoradora
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxde la loba en celo.
POR LA CALLE, venían tantas mujeres
que no pude pronunciarlas a todas,
en cambio, las amé una por una.
LAS MUJERES vienen de lejos,
a consolar a los poetas
de la decepción de las palabras.
LAS PALABRAS vienen desde lejos,
a consolarnos de la decepción de las mujeres.
TEOREMA
Los poetas aman las palabras
y las mujeres aman a los poetas
con lo cual queda demostrado
que las mujeres se aman a sí mismas.
LINGÜÍSTICA
Las mujeres, son palabras de una lengua antigua
y olvidada.
Las palabras, son mujeres disolutas.
TENÍA UN DISFRAZ de frase bonita.
—Mujer —le dije—, quiero conocer el contenido.
Pero ninguna de las palabras con que ella se había vestido
estaba en el diccionario.
PERDÍ EL SENTIDO en un baile de disfraz
en que todas las mujeres cambiaron las palabras
de su apariencia,
y en la confusión,
extravié mi propio nombre,
las letras aquellas con las que había nacido
y hasta ese momento me defendían.
Desde ese entonces, amo a todas las mujeres,
no escucho más palabras,
muero detrás de cada frase
que esconde a una mujer.
TOMÉ EL LAÚD y pronuncié a la mujer;
todas las cuerdas sonaron
y ella abrió sus piernas.
LA SUPLICANTE
—Desnúdame.
—Pronúnciame.
—RECOGE el mantel del vientre.
Límpialo de las migas de la noche.
Tápalo.
Húndelo en el olvido del vestido.
SE VISTE y es como tapar una ciudad.
ORACIÓN
Silencio.
Cuando ella abre sus piernas
que todo el mundo se calle.
Que nadie murmure
ni me venga
con cuentos ni poesías
ni historias de catástrofes
ni cataclismos
que no hay enjambre mejor
que sus cabellos
ni abertura mayor que la de sus piernas
ni bóveda que yo avizore con más respeto
ni selva tan fragante como su pubis
ni torres y catedrales más seguras.
Silencio.
Orad: ella ha abierto sus piernas.
Todo el mundo arrodillado.
Peri Rossi, Cristina. Poesía reunida. Barcelona; Ed. Lumen, 2005
BOCA ABAJO
El relato con el que se abre el nuevo libro de Javier Moreno, ‘Un paseo por la desgracia ajena’, publicado por la editorial Salto de página, es esta maravilla:
BOCA ABAJO
—Una vez di una vuelta de campana —pronunció sin desviar la mirada de la carretera.
xxApreció en el tono de sus palabras el desprendimiento de quien ha visto pasar muchos años y siente los acontecimientos de su juventud como si perteneciesen a alguien distante pero que alguna vez estuvo próximo, un familiar al que le perdimos la pista, un viejo amigo.
xxAl otro lado del parabrisas las nubes blancas contrastaban con el fondo azul, artísticamente dispuestas por alguien que hubiese estudiado en profundidad la obra de los maestros flamencos. La naturaleza se complacía en imitar a veces el arte y eso causaba en quien la contemplaba una plácida sensación de reconocimiento y de conformidad con la creación.
xxRetrepándose un poco en su asiento se preguntó por qué su padre se había animado a hacer aquella confesión precisamente en aquel momento, después de tantos años. Hizo un repaso mental del hilo de la reciente conversación por si algo en ella pudiese motivar el desvío, el recuerdo de aquel accidente. Pero no encontró nada, ninguna asociación. Sólo las típicas observaciones acerca del tiempo y del paisaje. Tal vez su padre había materializado una metáfora a partir de algún suceso intrascendente, una ligera pérdida de atención, un giro desmesurado del volante… Pero así era la poesía, indistinguible en ocasiones del puro azar.
xx—¿Y eso cuándo fue?
xx—Cuando era joven. Mucho.
xx—¿Como yo?
xx—No tanto.
xx—¿Ibas con alguien?
xx—Sí. Con un amigo.
xx—Pero no eras tú quien conducía.
xxSu madre había decidido abandonar su mutismo, salir de uno de esos intervalos durante los cuales se remitía a ser testigo de un espectáculo que sucedía en su interior y al que nadie más lograba tener acceso. A veces imaginaba que ese espectáculo tenía algo de terrible a pesar de su presumible banalidad, o precisamente debido a ello.
xx—No, no era yo quien conducía.
xxEl paisaje al otro lado de la ventanilla era un conglomerado de árboles, no lo suficientemente espeso como para catalogarlo como bosque. Tal vez cuando alcanzasen mayor altura, pensó, la vegetación se adensase, o quizás ocurriese todo lo contrario, de acuerdo a una de esas inexplicables leyes de la naturaleza.
xx—No deberías hablar de eso ahora. No cuando vas conduciendo.
xxNo estaba dispuesta a dejar que su madre atajase aquel momento de confidencia paterna, por otro lado tan infrecuente. Fuese cual fuese el motivo, su padre había decidido hablar de aquel accidente. Un pez maravilloso había asomado sus brillantes escamas y no deseaba dejar que se perdiese de nuevo en la profundidad de las aguas.
xx—Qué sucedió.
xx—Habíamos bebido. Llovía y mi amigo conducía demasiado rápido. El coche derrapó.
xx—Deberías centrarte en la conducción.
xx—Olvidarme del paisaje y pegarme a la raya del centro. Quieres decir eso. Ser como una pelota de golf cuyo único objetivo es caer en un oscuro agujero.
xx—Mamá, me gustaría que papá terminase su historia, si no te importa.
xxLo que ocurrió fue que el silencio se impuso en el interior del coche, como una tregua o un alto el fuego que los contendientes respetasen a regañadientes. Regresó la mirada al exterior buscando algo, un pájaro remontando el vuelo, el tronco resquebrajado de un árbol, cualquier cosa que restase monotonía al paisaje.
xx—Puede decirse que durante un par de minutos contemplé el mundo boca abajo. Fueron dos minutos solamente. Los dos minutos más intensos de mi vida.
xxTodavía quedaban un par de horas para llegar al destino previsto, una cabaña en la montaña, la misma desde hacía años. Recordaba el tacto de los nudos de madera de las paredes, el olor humedad del baño y la vista desde la ventana de su habitación, un manto de fresca hierba que conducía hasta un lago donde se reflejaba invertida una cordillera de montañas nevadas; una imagen que a veces acudía a su cabeza en la facultad, en el metro, aburrida delante de un libro, como una suerte de defensa que su imaginación esgrimía contra la rutina y el estrés cotidiano.
xxLa calefacción evitaba que el frío exterior se colara dentro del coche. Pensó en la última frase que había pronunciado su padre. De algún modo se sentía ofendida. Le habría gustado que su padre reservara esos dos minutos de intensidad para el instante de su nacimiento, o el de su boda, o para algún instante todavía futuro, algo más romántico que estar boca abajo buscando un cinturón de seguridad.
xx—Y conseguisteis salir por vuestro propio pie.
xx—Nunca lo habríamos hecho. Resulta difícil orientarse cuando uno está boca abajo, y más aún después de un golpe.
xx—Te estás acercando mucho al arcén.
xxEra de nuevo su madre la que había interrumpido la charla, empeñada en que el recuerdo no estropease la acuciante realidad. Una familia viajando a cien por hora en una carretera poblada de curvas. la ley de inercia. la gravedad. Se visualizó a sí misma como ese elefante que podía aplastar a su familia en caso de un frenazo repentino. El alquimista Newton y sus zafios divulgadores.
xx—El arcén.
xx—Estábamos a punto de pisar el arcén.
xx—Estar a punto…
xxSu madre había girado la cabeza y lo miraba con una mezcla de interés e irritación. Él, sin embargo, seguía con la mirada concentrada en la carretera. Se le cruzó por la cabeza, fugaz, la imagen de un saltador a punto de lanzarse desde un trampolín.
xx—¿Crees que estábamos a punto de pisar el arcén, Elena?
xxGuardó silencio, sin ánimo para terciar en una discusión que la alejaba del hilo original, para tomar partido por ninguno de los dos contendientes.
xx—Elena no puede ver la línea desde atrás.
xx—Tal vez la rama de un árbol estuvo a punto de rozarla. ¿Confías en tu padre? —preguntó, y vio sus ojos reflejados en el retrovisor. Unos ojos que la requerían, colmados de un irrepetible deseo de constatación de bondad.
xx—Confío en la probabilidad.
xx—¿La probabilidad?
xx—En que la probabilidad de que un hombre acabe dando dos vueltas de campana a lo largo de su vida es prácticamente nula.
xx—Ésa es buena.
xx—Os habéis puesto de acuerdo para amargarme el viaje. ¿Echaste la bufanda roja a la maleta?
xxNo estaba segura de haberlo hecho. Era una ley que uno no recordase lo que había metido en la maleta. Todo viaje implicaba cierta imprevisión. Como si todo desplazamiento entrañase una parte, siquiera infinitesimal, de aventura. Como si el ser humano estuviese abocado a un tanto de intemperie para, a partir de ella, tratar de hallar algo nuevo, otros modos —tal vez mejores— de supervivencia.
xx—No lo recuerdo.
xx—Lo hice yo. La dejabas sobre la cama. Pareces olvidar que el pueblo más cercano está a quince kilómetros de la cabaña.
xx—Déjala tranquila. Es probable que yo también haya olvidado algo. Incluso tú misma.
xxEra su padre quien intervenía a su favor. Su padre, tan estricto en otras ocasiones, estaba dispuesto a disculparla. Intuía un halo de irresponsabilidad alrededor de su figura, la de un niño al que estorban las reglas de los adultos, la de un hombre temporalmente fuera de la ley.
xx—¿Cómo sigue la historia? Si no pudiste desprenderte por ti mismo del cinturón, ¿quién te ayudó?
xx—Basta ya.
xxEra su madre de nuevo la que intervenía.
xx—Una mujer. Una desconocida. Apenas unos minutos después de salir del coche otro vehículo colisionó con el nuestro. Salvamos la vida de milagro.
xxPudo escuchar una leve risa. Una especie de gorgoteo humorístico, como si en lugar de narrar una escena terrible acabase de contar un chiste. Un mal chiste que no hace reír a nadie sino que más bien produce un efecto trágico de soledad e incomprensión.
xx—No estoy dispuesta a seguir escuchándolo.
xx—Ya vale, mamá. La historia se ha acabado.
xx—Te equivocas, no ha hecho más que comenzar.
xxSu padre seguía riendo, con más fuerza. Parecía estar divirtiéndose de verdad. Tal vez fue la risa lo que hizo que perdiese la atención en la carretera. El volantazo hizo que el coche derrapase. Salió despedida hacia el lado contrario. Sintió el impacto de su hombro contra la puerta, la inercia del frenazo arrastrando su cuerpo como un muñeco en manos de un niño furibundo. Entonces vino el dolor, la inquietud por sus padres.
xxVio la cabeza de su madre asomando junto al reposacabezas, una expresión de horror tan perfecta en su rostro que sólo podía corresponder a alguien que no estuviese herido. Supo de inmediato que su madre estaba bien. Al incorporarse pudo ver a su padre fuera del coche, de pie en el arcén, doblado sobre sí mismo. A través de la puerta abierta escuchaba el sonido de las carcajadas. El coche había girado ciento ochenta grados. Los automóviles los rebasaban, circulando en dirección contraria. Pensó en la extraña estampa que ofrecerían a los viajeros. Dos mujeres en el interior y un hombre en el arcén, partiéndose de risa. Abrió la puerta. Una ráfaga de aire limpio y frío golpeó su rostro. Debían de ser pinos aquellos árboles. Se acercó a su padre y depositó una mano en su espalda. Poco a poco sintió cómo la agitación de su pecho decrecía al contacto con la palma de su mano abierta.
xx—Papá.
xxGiró su cabeza y le costó reconocer el rostro de su padre. Sus ojos estaban enrojecidos y sus labios parecían soldados en un rictus de amargura.
xx—Papá.
xxInsistía en llamarlo así, como si aquella elemental palabra pudiera hacerlo regresar a su condición, al hombre que llea conocía, con la vaga esperanza de quien pronuncia un sortilegio.
xx—Era tu madre —dijo.
xx—Quién.
xx—La mujer que me salvó la vida.
xxGiró la cabeza para mirar el asiento donde seguía sentada su madre. Ocultaba su rostro con sus manos. No quería ver lo que ocurría o tal vez lloraba.
xx—A veces ocurre, Elena.
xx—A qué te refieres.
xx—Que todo se pone boca abajo.
xx—¿Boca abajo?
xxUn pájaro salió volando de la rama de un árbol cercano. Les sobresaltó el batir de sus alas, aquella intrusión animal e inesperada. En silencio lo vieron planear por encima de los árboles y desaparecer de nuevo en la espesura.
Moreno, Javier. Un paseo por la desgracia ajena. Madrid; Ed. Salto de página, 2017.
MENTIRAS, POEMAS Y HOTELES
SEXO, MENTIRAS Y FACEBOOK
«Tu sexo alimenta mi sueño»,
te escribía yo, sin saber que, en realidad,
escupías en el sexo de otra.
Sexo, veneno y sangre,
entre lobos estremecidos a
dentelladas no hermosas.
«Tu silencio es una niebla
que mi voz no rompe»,
te escribía yo llorando
en medio del ruido de silencios.
Y tú estallando en mitad de la noche,
llorando los silencios de aquella
mientras yo aparecía en tu vida
cantando nanas estúpidas
para dormir a los amantes
que no se conocen.
Un coño emputecido
—febril urgencia entre mis muslos—,
un coño desinhibido,
un coño bien enseñado,
detonante de tu semen y mis lágrimas.
Una simple paja
cuando venías, ya de mañana
y el alcohol y el solipsismo de la noche
te pedían mi triste sexo
en un privado.
Ahora sal, jodido demonio,
estoy cansada.
Podría matarte por facebook
pero te has adelantado
y me has matado tú a mí.
Sé que cuando vuelves a casa
repasas mis fotos.
Que me sigues
a escondidas.
Que no puedo salir
de tu vida.
Que no te excitas
si no es con drogas
o conmigo.
Y que ella no te da
lo que necesitas.
Y que no sabe nada.
TU POEMA
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Manu Anarte
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«Y todo tu único patrimonio fue siempre
xxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxtan sólo la más vulgar de tus derrotas»
xxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxIsmael Cabezas
Tu rencor visceral
sobrepasa tu tamaño.
Yo, sin embargo ni me acuerdo
de lo que tanto me reprochas:
mi soberbia, mi desprecio intelectual.
Es lícito que te creas con mundo,
tú sabes qué decirle a Pilar
o a Fermín (que te caló en un vistazo).
Aún así me rindo a tu conquista,
De eso sabes, el hombre de mundo,
el hombre de la vida rota,
con todas tus derrotas tatuadas
con sus nombres perfectos.
Pero la verdad de tu vida es
la soledad.
Querías un poema, como si fuera
una medalla: un poema sobre ti.
Aquí lo tienes ¿te gusta?
Si lloras esta noche,
no estaré para beberme
tus fracasos,
como lágrimas de ácido sulfúrico.
Creo que me gusta
que me odies.
Así terminaremos con esta sinrazón
tan intensa y tan vacía.
Soy ese cactus y todas sus espinas:
gobierna mi imperio de aloe vera.
Te quiero y eso que no te lo mereces.
Realmente no te conozco para que crezcan
estos reproches. Porque aquí el rencor se mastica.
¿Cuándo volveré a besarte?
Voy contando las horas.
LOS CLONES
Teníamos dos amigos.
Ellos querían ser nosotros.
Creen haberlo conseguido
e, incluso, creen ser una versión
mejorada.
No nos hablamos.
Pero sé que nos espían.
Querían ser nosotros:
a veces no puedo conmigo misma,
y a ti, cariño, a veces
no te soporto.
LEYENDO A MAR 20 AÑOS DESPUÉS
Entonces no estábamos heridas de mundo,
sólo heridas superficiales
y todo el mundo por hacer,
tan grande y tan bonito.
Pero ahora estamos tan rotas
como muñecas muertas:
ya no podemos llorar,
y por eso escribimos;
es gratuito y necesario.
Tu camino y mi camino
se han cruzado en una alianza
infecciosa. Mal caldo éste.
Y me hiere verme en tus ojos,
porque el fracaso no es bonito ni joven.
Pero aquí estamos, con tantos años malhechos
y estos poemas de sangre,
como una ruina que encuentras otra ruina
en un vertedero.
Has sufrido: lo veo cuando te ríes.
Yo también.
Sólo soy una perra de tres patas
con cicatrices de tiempo.
Pero antes no, no estábamos
rotas de fracaso,
y hoy competimos por ser las más
golpeadas;
¿Dónde aprendimos esta competencia?
¿De qué sirve ser la que más sufre?
Y las expectativas… No viajamos.
Tuvimos hijos,
trabajamos tanto que se nos olvidó
la vida, ésa con tantas promesas.
Ahora vivimos pero se nos olvidó
ser felices.
Y éramos tan buenas chicas…
Ahora no lo sé, dime, Mar,
¿seguimos siendo buenas chicas?
¿Podremos seguir siendo amigas?
HOTEL VIVIR
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Ismael Cabezas
Ya no necesito agendas.
Llevo un libro de poesía en el bolso
con papeles donde anoto
las citas del psicólogo
o algún esquema sobre la terapia.
Papeles como un ojos abierto.
En ellos anoto lo anónimo.
Lo insignificante cargado de significado.
Metáforas de Szymborska
o de los yonkis de Isla,
como heroicos autómatas
de la supervivencia crónica.
Papeles que hablan más de las esquinas
que del centro:
esta forma mía de leer
la vida ajena en los tendederos
o en los gestos de la gente cuando ríen
o cuando comen sin dirigirse la mirada ni la palabra.
La vida en minúsculas,
la que no se ve o se olvida.
Vidas sin fotos ni voz.
Vidas que no brillan.
Gente demasiado doméstica
que se llaman «cari» o «gordi» o cosas peores.
Gente corriente que se sienta
a tu lado en el médico
o delante de ti en el supermercado.
En un libro de poesía:
en mi bolso,
la vida,
todos los días.
Vaz, Eva. Trabajo sucio. Sevilla; Ed. La Isla de Siltolá, 2016.
D – E – F
De tanto escuchar su propia voz se persuadió de que no había otras voces.
Del sueño a la pesadilla hay un paso, de la pesadilla al sueño hay un muro.
Demoliciones. A fuerza de esperar un golpe de suerte, tienes la cara llena de moratones.
¿Desde qué lugar veías mi dolor? Sé desde qué lugar veía el tuyo.
Dicen que no hablas, pero no dicen que si hablas no te responden.
Dices de verdad lo que otros dicen de mentira y pasas por mentiroso.
«Dios aprieta pero no ahorca»: disfruta de la larga agonía.
Echas la vista atrás y ves tu futuro.
El silencio como una de las bellas artes.
En cada alegría, un zarpazo.
¡Es increíble cómo todo el mundo te ayuda a hacer lo que no quieres!
Es paradójico que piensen que te has malogrado porque no has alcanzado las metas que ellos habrían deseado que alcanzaras.
¿Evitar un suicidio es salvaguardar una vida?
Fraternidad. 1. Más caro que una francesa; 2. Engañar como a un chino; 3. Fumar como un turco; 4. Beber como un cosaco; 5. Despedirse a la francesa; 6. Entrar a la portuguesa; 7. Peste española; 8. Mal francés; 9. Hacerse el sueco…
Fraude. «Contigo pan y cebolla…»
Vitale, Carlos. Duermevela. Barcelona; Ed. Candaya, 2017.
‘ÓRBITA’, DE MIGUEL SERRANO LARRAZ
No sé por qué no había hablado antes de esta joya en el blog.
Hace unas semanas fuimos a la presentación en Murcia del nuevo libro de Miguel Serrano Larraz, ‘Réplica’. Yo, que aún no había leído nada suyo, pero había oído hablar tan bien de él, no tenía la más mínima duda de que tenía que ir a verlo. Además, la editorial que lo publicaba, la catalana editorial Candaya, es una de esas editoriales que todo lo que publica es auténtica literatura.
Total, que cuando terminó la presentación, decidí comenzar por el principio, que es por donde se empiezan las cosas, y me compré su primer libro, ‘Órbita’.
Y nada más empezar a leérmelo cayeron uno tras otro los relatos que componen ‘Órbita’. Hasta tuve que dejarme el último relato, porque quería saborear el libro un poco más y no terminármelo de una sentada.
Uno tras otro, los relatos de ‘Órbita’ muestran de manera magistral los problemas que conllevan fiar el resultado de nuestras acciones a eso tan débil que es el lenguaje.
Aquí dejo el relato con el que se abre el libro y que le da título al conjunto.
ÓRBITA
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara B.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxTras la ventana está lo peor.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxFranz Kafka, Diarios.
En junio de 1991 Samuel Soriano terminó la Educación General Básica, el octavo curso, lo que entonces todavía se conocía como «el colegio». Acababa de cumplir catorce años. Sus padres discutieron con él diversas posibilidades para su futuro inmediato, posibilidades que incluían el acceso directo a la universidad, desde luego, pero también escuelas privadas en Estados Unidos o en Holanda, un centro de investigación en Barcelona, colegios especiales para niños superdotados. Durante tres semanas, durante cada una de las noches de las tres semanas siguientes a la conclusión de la E.G.B., Samuel no fue capaz de dormir, o sí, pero cuando dormía sus sueños se poblaban de sensaciones líquidas y Samuel se despertaba en mitad de la noche mareado y atónito, como si acabara de sobrevivir a un naufragio. Pensaba: no quiero ser diferente. Pensaba: no quiero madurar, no quiero crecer, no quiero que mi situación se modifique. Pensaba: no quiero dejar el colegio. Pensaba: ojalá fuera un mal estudiante y hubiera repetido este curso, para no tener que decidir, para no tener que decidir ahora. Pensaba: me gustaría ir a un instituto público con el resto de los chicos y chicas de mi edad, y que no hubiera ninguna otra posibilidad. Pensaba: no quiero morirme nunca, no quiero que nadie muera nunca, no quiero saber qué cosa es la muerte. Pensaba: todavía no he hecho en mi vida nada que merezca la pena.
xxSus padres hablaron con él una mañana, la misma mañana en que los tres salían de viaje hacia Tarragona a pasar una semana de vacaciones. Le comunicaron que habían decidido que tenía que ser él mismo quien eligiera su futuro, o su destino, que él era el único que podía enfrentarse a esa decisión, o soportar esa decisión, pero que no iba a estar solo para tomarla, porque lo asesorarían, o aconsejarían, además de sus padres, una cierta cantidad de profesores, una cierta cantidad de psicólogos, una cierta cantidad de pedagogos. Durante esos siete días de vacaciones en Tarragona, pero también las tres semanas siguientes de vuelta a Zaragoza, Samuel, que acababa de cumplir catorce años, leyó a Bakunin, pero también leyó a Platón, y leyó a Marx, y leyó a Bertrand Russell y a Piaget, y leyó, con entusiasmo e incredulidad, las experiencias utópicas de educación libre de A. S. Neill, y además escuchó con atención los dictámenes y los consejos, titubeantes o contradictorios, de al menos una docena de «doctores» que lo examinaban y entrevistaban siempre con una delicadeza distante que podía interpretarse como sorpresa o como interés, pero también como prudencia o incluso como desconfianza.
xxUn día de finales de julio, por casualidad, o por lo que él entonces entendió como una casualidad, cayó en manos de Samuel Soriano un artículo de un tal Bernardo R. que llevaba por título «Comunicación y cables». El artículo, que aparecía en el suplemento dominical de un periódico madrileño, llenaba diez páginas con fotografías en color y letra apretada, pero sin titulares ni párrafos subrayados. Una fotografía, la primera fotografía del artículo, mostraba una cabina telefónica con un chimpancé en su interior, un chimpancé ensimismado que observaba el teléfono con expresión de incertidumbre, como si dudara sobre si valía la pena o no hacer cierta llamada telefónica internacional. En otra fotografía, una de las últimas (había siete u ocho en total) se distinguía apenas la silueta oscura y encorvada de un anciano, que sin embargo podía ser también la silueta de un niño subido a una silla, o incluso la de otro chimpancé (¿el mismo de la cabina?) camuflado bajo una máscara de apariencia humana. Al principio, durante unos segundos, antes incluso de comenzar a leerlo, antes de empezar a comprenderlo, Samuel creyó que ese artículo era un artículo divulgativo, que mostraba y explicaba hasta el más mínimo detalle la función de los satélites, o el modo en que se diseñaban y construían los satélites, o la localización de todos y cada uno de los satélites que pululan por las infinitas órbitas de nuestro planeta. Después, sin embargo, descubrió, o razonó, que no podía ser eso, creyó que tenía que ser, sin ninguna duda, otra cosa, tal vez un breve ensayo sobre los medios de comunicación y el poder de los medios de comunicación y las negligencias de los medios de comunicación y las miserias de los medios de comunicación, y después (pero todo fue en un momento, no pasó más de un minuto), después intuyó, o supo, que en realidad el artículo, ese artículo, «Comunicación y cables», que aparecía en el suplemento de un periódico de tirada y distribución nacionales, hablaba de él, de Samuel Soriano, el niño superdotado, hablaba de él y de sus padres y del colegio que acababa de abandonar y de la ciudad de Zaragoza donde él vivía, y supo también que Bernardo R. le estaba mandando a través de ese artículo, voluntaria o involuntariamente, una señal, o una orden, o un comentario, o una sugerencia, y esa señal, o esa sugerencia, o esa orden, decía: «matricúlate en un instituto público, no te dejes convencer, lucha, mézclate, resiste, comunícate«.
xxSamuel Soriano, que tenía catorce años, habló tranquilamente con sus padres aquella misma tarde, en el salón de su casa, dialogó con sus padres y convenció a sus padres, y les hizo saber que él era ya un adulto, que era un adulto o podía ser considerado un adulto desde algún punto de vista, desde al menos un punto de vista, pero que no por eso debía dejar de probar y diversificar la experiencia de la vida, porque sus recursos, sus conocimientos, sus vivencias, no eran los de un adulto, no eran los de un adulto en absoluto, sino los de un niño de catorce años que apenas se introduce en los enigmas de las relaciones personales, así que sus padres asintieron en silencio, impasibles, y dijeron que sí, que cómo no, y prepararon los trámites para que su hijo superdotado (que a los dos años sabía escribir, que leyó Rojo y negro a los nueve, que a los trece años demostró sin ayuda el teorema fundamental del álgebra) ingresara en un instituto público cercano al domicilio familiar.
xxLo que sigue es previsible: Samuel Soriano buscó información sobre Bernardo R., sobre el autor de aquel artículo que había modificado su vida, o su manera de ver la vida, y le envió (por medio del periódico que había publicado aquel artículo) una carta, le envió una carta en la que explicaba, con una prosa diáfana, aunque no exenta de metáforas indescifrables, quién era, y cuántos años tenía, y qué esperaba de la vida. «Tengo catorce años y no quiero morirme jamás», decía la carta de Samuel Soriano, «mis padres no podrán comprenderme nunca, ni ninguna mujer podrá comprenderme nunca, aunque todavía no conozco el sexo, aunque todavía no sé siquiera si me gustará el sexo, si el sexo será suficiente motivo para que yo me confiese y me exponga. Sin embargo, ya he encontrado en usted un alma gemela, que me motiva y me justifica. Usted escribió ese artículo para mí, y yo he escuchado lo que usted me decía y lo he interpretado y le he hecho caso».
xxLa respuesta llegó diez días después. El remite no era una calle de Madrid, de cualquier calle de Madrid, como Samuel había previsto, sino de Barcelona, de una calle cualquiera de Barcelona, o al menos de una calle de Barcelona que Samuel no había oído nombrar jamás y que por lo tanto le pareció una calle cualquiera. En la carta, en los dos folios de letra apretada que llenaba el sobre, Bernardo R., o la letra de Bernardo R., reconocía el estupor y el desasosiego y la sensación de responsabilidad que le habían provocado las palabras de Samuel Soriano. Después, sin motivo aparente, Bernardo R. parecía olvidarse de que el origen de la correspondencia había sido un artículo en una revista, en el suplemento dominical de un periódico, y parecía olvidarse además de que le estaba escribiendo a un niño de catorce años recién cumplidos, y la carta se perdía en una rememorización confusa de un viaje a París que había realizado en su primera juventud, y que había durado demasiado tiempo (al leer aquello, Samuel no pudo entender si Bernardo R. había ido a París en viaje de novios, o si por el contrario había viajado a París huyendo de algún peligro que no se mencionaba; tampoco pudo entender si la estancia en parís se había prolongado durante dos meses o durante treinta años). La carta, el autor de aquella carta, recordaba también, con multitud de detalles innecesarios, la imagen borrosa de una muchacha, «azulada y fumadora», de la que había estado enamorado a los quince años. «Te deseo lo mejor, Samuel», concluía, «y que tu decisión haya sido la acertada, y que no sufras, o que sufras lo suficiente para entender cuánto vale la vida, o que sufras tanto como para enseñar a los demás la lucidez de sufrir sin quejarse». Estas últimas líneas concluyentes hicieron pensar a Samuel que no existía la posibilidad de una respuesta, que Bernardo R. le había comunicado ya todo lo que tenía que comunicarle, o todo lo que quería comunicarle o, en términos más abstractos, todo lo que un hombre podía llegar a comunicar a otro hombre.
xxLlegó septiembre y Samuel comenzó sus clases en el instituto, no precisamente desconcertado, pero sí, en todo caso, alerta, preparado contra el previsible rechazo y contra el previsible sufrimiento de los que le había hablado Bernardo, aunque también receptivo ante todos los estímulos exteriores, que eran estímulos que él todavía no era capaz de reconocer ni discriminar, la continuada novedad de los libros, el tabaco, los pupitres, los profesores, las camisetas ajustadas. Samuel hizo amigos muy pronto, antes del primer mes, casi todos varones, muy diferentes de él, pero también distintos entre ellos: el hijo de su profesor de matemáticas, por ejemplo, o Víctor, un chico rubio y miope con el que Samuel desperdiciaba los recreos jugando al ordenador (a un juego de ordenador que se llamaba Italia 90, y que era por lo tanto un juego de fútbol). Esos amigos, que eran amigos normales, amigos que no se apartaban de la media nacional, le hicieron sentir, en algunos momentos concretos, una dicha inmotivada y misteriosa, que lo llevó a pensar que había acertado al elegir un instituto de bachillerato, porque esas sensaciones de desconcierto y autoafirmación adolescentes no podían experimentarse en ningún caso fuera de las paredes de un centro de enseñanza público. Los profesores, a quienes no se había prevenido de que tenían un niño superdotado en clase (a pesar de que el jefe de estudios lo sabía, a pesar de que el psicólogo del centro lo sabía), lo trataron al principio con precaución, acaso con temor, pero después se impuso en todos ellos (en casi todos, en realidad) la idea de que Samuel iba a ser el salvador de la enseñanza pública, el ideólogo posible de la enseñanza pública y acaso la prueba futura de la validez de la enseñanza pública. Comenzaron a dirigirse a él con respeto y admiración, casi con entusiasmo, con una actitud y unas formas serviles que ayudaron a Samuel a establecer una jerarquía docente en la que él ocupaba un escalafón superior al de los profesores y superior al del jefe de estudios y superior al del director, y sin embargo al mismo nivel del resto de los alumnos, de todos y cada uno de los demás alumnos, los de los primeros cursos y los de los últimos cursos, lo que contribuyó, por una parte, a una democratización invisible pero tangible de los modos docentes y, por otra parte, a que Samuel se convirtiera, contra todo pronóstico, en el alumno más popular del centro.
xxEn diciembre apareció el primer libro de Bernardo R., Gravedad, un libro de astronomía divulgativa que Samuel leyó en una sola noche, en un delirio agarrotado que se parecía mucho a la devoción. El libro trataba sobre el big-bang, sobre las enanas blancas, sobre los agujeros negros, sobre el paso del tiempo, y describía todos ellos como «flores que se abren y se cierran al ritmo de la respiración del caos». El libro trataba también sobre la formación de los planetas, sobre los neutrinos, sobre la radiación de fondo del universo, sobre la imposibilidad de la existencia de Dios, y lo explicaba todo con palabras y conceptos sencillos e intuitivos, de modo que a nadie extrañó que tuviera una enorme repercusión en los medios de comunicación, especialmente en ese submundo informativo que constituyen los suplementos dominicales de los periódicos. Había al menos otro motivo para el éxito o la difusión del libro: en uno de los capítulos, «Constelaciones posibles», que en la primera edición apareció como un apéndice, Bernardo R. se separaba de todo rigor científico y se lanzaba con pasión a la tarea exhaustiva de inventar y describir planetas inexistentes de los que, a pesar de su inexistencia, proporcionaba una cantidad vertiginosa de datos físicos y fenomenológicos. El planeta «Benedetto», por ejemplo, situado entre Venus y Marte, se caracteriza por una atmósfera densísima de nitrógeno y metales pesados que impide la aparición de cualquier sonido, y también por su órbita helicoidal, notoriamente inestable, que provocará su desaparición, o un alejamiento infinito, en menos de cien mil años. Algunos de los datos eran tan precisos, tan sumamente inverosímiles, tan absolutamente tangenciales, que el lector tenía la sensación de que podrían ser ciertos, o de que eran sin ninguna duda ciertos, o de que el autor de aquel libro se había vuelto loco. Algunos periodistas, aturdidos, probaron un acercamiento literario al libro, mencionando figuras de la talla de Jorge Luis Borges y Diego de Torres Villarroel. Un crítico avezado o temerario del periódico El País invocó incluso, desde las páginas de «Babelia», los nombres de los argentinos César Aira y Ricardo Piglia, que todavía eran completamente desconocidos en España. En cualquier caso, el libro era ameno e informativo y no demasiado caro, y además apareció en diciembre, así que se vendieron más de veinte mil ejemplares, y el nombre de Bernardo R., así como su rostro y sus circunstancias biográficas, empezaron a ser de dominio público. Samuel Soriano supo así que Bernardo R. había emigrado a Francia con sólo diecisiete años y que no había regresado (que no había querido regresar, o que no había podido regresar, o que no había sido capaz de regresar) hasta después de la muerte de Franco, o hasta la reinstauración simultánea de la democracia y la monarquía. Samuel supo también que Bernardo R. había estudiado las carreras de Ciencias Matemáticas y Ciencias Físicas en la Sorbona, que había pasado hambre, que había pasado frío, que había trabajado en el instituto Curie (donde coincidió con Ernesto Sabato), y que había sido amigo, entre otros, de Enrico Fermi y de Samuel Beckett, o tal vez era sólo que había conocido (las biografías siempre exageran) a Enrico Fermi y a Samuel Beckett. Varios de sus artículos de la dilatada etapa parisina, publicados en revistas especializadas, habían gozado de una reputación más que moderada en el mundo científico, y había quien aseguraba que él había sido el verdadero precursor, veinte años antes, del grupo de renormalización de Wilson (por el que a Wilson le concedieron el premio Nobel en 1982). Desde su regreso a España, sin embargo, Bernardo R. había abandonado por completo la investigación seria y el mundo académico en general. Vivía, a sus casi setenta años, de redactar artículos de divulgación, mientras trabajaba sin descanso en una reformulación completa del álgebra (una reformulación en la que ningún científico creía, y que tendría como rasgo más destacable la desaparición TOTAL de los sistemas de coordenadas, y por lo tanto de los números, y de todos los objetos matemáticos convencionales).
xxDurante todo el año siguiente, Samuel Soriano tuvo que contenerse para no volver a escribirle a Bernardo R., o para no tratar de llamar por teléfono a Bernardo R., o para no viajar a Barcelona a conocer a Bernardo R. Le habría gustado decirle: «Yo he entendido tu libro, yo he entendido los motivos de tu libro», y hacerle además algunas preguntas (cientos de preguntas, en realidad). En lugar de eso, en lugar de escribir esa carta, se dedicó a profundizar en la astrofísica. Estudió Gravedad, desde luego, pero también leyó a Kepler, a Galileo, a Claude Cohen-Tannoudji. Pensaba: si algún día llego a encontrarme con Bernardo R., si logro conocerlo antes de que muera, tengo que estar preparado. No puedo decepcionarlo.
xxSamuel se despertaba cada día a las siete y media de la mañana, se duchaba, iba andando hasta el instituto. Dedicaba las tardes, como cualquier adolescente de su edad, a hacer los deberes, y también a jugar al baloncesto o a jugar al tenis o a jugar al ordenador, pero por las noches, después de cenar, estudiaba durante horas manuales universitarios de álgebra y de mecánica celeste. Los sábados salía a dar una vuelta, o al cine, con los amigos del instituto, o con los antiguos compañeros del colegio. A pesar de las múltiples evidencias, no se sentía especial, no se sentía distinto, no se sentía para nada mejor que sus amigos, ni siquiera más listo. Los domingos por la mañana se quedaba hasta tarde en la cama leyendo novelas de ciencia-ficción (sobre todo de Phillip K. Dick), y de misterio (sobre todo de Patricia Highsmith). Alguna vez trató de leer a los llamados «clásicos de la literatura universal del siglo XX», pero todos lo aburrían profundamente.
xxAlgo después apareció el segundo libro de Bernardo R., que era un libro de texto, o que parecía un libro de texto, y que provocó un minúsculo escándalo en la comunidad docente, y también en la comunidad política, e incluso en la comunidad civil. El libro, decimos, parecía un libro de texto, y de hecho su título, Matematica C.O.U., no dejaba lugar a dudas, como tampoco dejaba lugar a dudas el formato, o el modo en que estaban organizados los capítulos. Y sin embargo no era un libro formativo, que provocara certezas, sino más bien al contrario, un libro que sembraba las incertidumbres en todos los ámbitos. Cada capítulo constaba, sin excepciones, de seis partes:
xx1) Una breve introducción.
xx2) Dieciséis teoremas.
xx3) Dieciséis ejemplos (uno por cada teorema).
xx4) Una nota histórica.
xx5) Cuarenta problemas o ejercicios.
xx6) Un acertijo en el que el alumno debía desenmascarar a un asesino basándose tan sólo en igualdades matemáticas relacionadas con la teoría expuesta en el capítulo correspondiente.
El libro, de hecho, incluía, o contenía, todo el programa oficial del Ministerio de Educación para el Curso de Orientación Universitaria, pero en sus 900 páginas había mucho más: teoremas indemostrables o falsos o contradictorios, ejercicios en los que faltaban o sobraban datos para llegar a una conclusión, innumerables incitaciones a la desobediencia civil. Las notas históricas, en concreto, provocaron la ira de varios historiadores y políticos. La ley de la relatividad, por ejemplo, en palabras de Bernardo R. había sido descubierta «por casualidad, un día en que un judío con bigote estaba transportando una bombona de butano para gasear a su esposa y a varios de sus primos». Acto seguido, en ese mismo capítulo, en esa misma «nota histórica», se decía de Albert Einstin que era «el más grande científico que ha dado el siglo XX, el más genial, el más intuitivo, el más humilde, el más conmovedor». En cuanto a los problemas, algunos carecían de datos suficientes para ser resueltos, y en otros los datos se contradecían, y en otros no había ningún dato en absoluto. Había varios ejercicios (al menos uno por capítulo) en los que el alumno debía inventar un enunciado para un problema a partir de su resultado, que muchas veces era ambiguo. En otros, la geometría se sustituía por simbología, y las preguntas no eran de orden matemático, sino meramente cotidianas. El dibujo de tres círculos concéntricos representaba «un huevo frito en una sartén sin mango», mientras que un rectángulo se convertía en «la imagen de una ventana en un día despejado».
xxEl libro provocó un minúsculo escándalo, y sin embargo, o tal vez precisamente por eso, se vendió casi tanto como el anterior, y recibió incluso un premio a la divulgación científica concedido por una caja de ahorros. Quién pudo comprar 15.000 ejemplares de aquel libro, y para qué, es algo que tal vez no se sabrá nunca. Bernardo R. comenzó a dar conferencias por todos los países de habla hispana, o al menos por los países de habla hispana que podían permitírselo, que es como decir que empezó a dar conferencias por medio mundo. El libro se tradujo, antes de un año, al francés y al inglés y al italiano y al portugués, y en cada caso Bernardo R. trabajó con el traductor del idioma respectivo para introducir ciertas modificaciones o ciertas mejoras que hicieran el libro más comprensible para los alumnos, o para los lectores, o para los críticos, de los diferentes países. El libro conservó sin embargo, en todas sus versiones, la dedicatoria del original español, que decía «Para S. S., mi único alumno». Las interpretaciones, como se comprenderá, fueron muchas, la mayoría inverosímiles, casi todas disparatadas. Hubo quien sugirió, como no podía ser de otra forma, que S. S. eran «Las SS», y que todo el libro era una convocatoria en clave para un cuarto Reich internacional, una suerte de cábala antisemita. Samuel Soriano, sin embargo, supo desde el primer momento que aquel libro de texto SÍ era un libro de texto, y que Bernardo R. lo había escrito para él, para instruirlo o para enseñarle o para formarlo, o para conseguir que aprendiera algunas cosas de la vida. Al principio eso lo sorprendió, que alguien fuera capaz de escribir un libro para una sola persona, y más aún que esa persona fuera él, pero después razonó que Bernardo R. era un hombre solo, y que él, Samuel Soriano, era después de todo un adolescente superdotado, y que las relaciones entre genios adultos y genios incipientes tomaban siempre caminos complicados o extravagantes. Después empezó a aterrorizarlo la idea de que debía estar a la altura, de que no podía defraudar las esperanzas de Bernardo R. Así que estudió el libro de principio a fin. Lo aprendió de memoria. Dio solución a todos los problemas y a todos los ejercicios y demostró los teoremas que habían quedado sin demostrar, y resolvió también todos los ejercicios. En el acertijo del primer capítulo, el asesino era el cartero. En el acertijo del segundo capítulo, el asesino no era una persona, sino el mero azar. Poco a poco, las soluciones se complicaban. En el capítulo octavo, por ejemplo, había que descubrir que el asesino era el herrero, pero también que la culpa de todo la tenía Dios, o que la culpa de todo la tenía una mala interpretación de los designios de Dios. En el décimo, la supuesta víctima había cometido a su vez un crimen, cuyas causas y circunstancias no podían llegar a conocerse. En los cinco últimos temas o capítulos, el asesinato lo habían cometido diversos entes monstruosos: la Guardia Civil, una multinacional dedicada a la fabricación de electrodomésticos, el Ministerio de Agricultura y Pesca, la O.M.S., el Rey de España. Cuando tuvo todos los enigmas, o acertijos, resueltos, Samuel escribió las soluciones en un folio y se las envió a Bernardo R. Después de haber puesto el sobre en el buzón, pensó: no debería haberlo hecho, no tengo ningún motivo para hacerlo. Esperó una semana, y otra semana, y varios meses, pero no recibió ninguna respuesta. Samuel creyó que se había equivocado, que él no podía ser el S.S. de la dedicatoria, o tal vez creyó que se había confundido en la respuesta a alguno de los acertijos, y Bernardo R. había descubierto por lo tanto que era un impostor, o tal vez creyó que aquellos acertijos eran sólo un juego o una broma y no tenían solución y ahora Bernardo R. lo despreciaba y se reía de él y de sus respuestas y de sus aires de grandeza.
xxPasó un año sin grandes novedades en la vida de Samuel. Tuvo su primera novia, una chica de su clase que se llamaba Rebeca (la relación terminó por un malentendido, se enfadaron sin ningún motivo real y ninguno de los dos se atrevió después a pedir perdón). Por lo demás, iba cada día al instituto, trató de aprender a tocar la guitarra, fue por primera y única vez en su vida a Venecia (una ciudad que le dejó la impresión desoladora de una dicha decadente, eterna e irremediable).
xxAlgo después de este viaje a Venecia, el nombre de Bernardo R. volvió a infiltrarse en las páginas de la sección de cultura de varios periódicos. Se publicaron diferentes versiones de los acontecimientos, plagadas de dudas y de rasgos circunstanciales, y que por lo tanto (pensó Samuel) no podían ser falsas. Además, los relatos de los distintos periódicos no se contradecían, sino que se complementaban, y aquello constituía una prueba definitiva de la veracidad de los hechos. Por lo que se ve, Bernardo R. había escrito un nuevo libro divulgativo de matemáticas. Cierto profesor del departamento de Física Teórica de la Universidad Complutense, que tuvo acceso al manuscrito original antes de su destrucción, no dudó en asegurar que aquel texto, de haber salido a la luz, habría cambiado el rumbo de las matemáticas, pero también el rumbo de la literatura, y tal vez el rumbo de la historia. El libro se iba a llamar Santiago Chopin, por motivos que posiblemente nunca se conocerán. El editor, que era el mismo de los dos libros anteriores de Bernardo, comenzó a preparar, enardecido por la perspectiva de un best-seller, una campaña publicitaria masiva que incluía, además de anuncios en prensa y radio, una entrevista a Bernardo R. en un prestigioso programa televisivo de madrugada. Pero la entrevista no se realizó jamás, porque el libro no llegó a publicarse. En el último momento, antes de firmar el contrato definitivo, antes de empezar a imprimir las pruebas, Bernardo R. comunicó a su editor que quería cambiar el título (según el propio editor, un hombre poco dado a las declaraciones públicas, Bernardo lo llamó por teléfono a su casa un martes a las dos y media de la mañana sólo para decirle que quería cambiar el título, que era necesario cambiar el título). Bernardo R. decidió, había decidido, que quería que su libro saliera a la venta como Matemáticas, Mierda y el Presidente del Gobierno, en vez de como Santiago Chopin. El editor, como puede imaginarse, se negó. Aquella noche discutieron durante horas en el teléfono, hasta que el editor, exhausto, le dijo que era mejor que «lo hablaran cara a cara», o que «lo resolvieran cara a cara», o que «solventaran este asunto absurdo cara a cara». Fijaron una cita para la mañana siguiente, en una cafetería de la calle Tallers. El editor, asustado por el tono con el que Bernardo se había dirigido a él, y asustado también por el tono con que Bernardo se había despedido de él, decidió asistir al encuentro acompañado, o escoltado, por tres conocidos, o por tres amigos, o tal vez por tres empleados de una empresa de seguridad, el caso es que asistió escoltado por tres hombre jóvenes y fornidos, convocados de urgencia y vestidos con traje oscuro y corbata, que simularon en la mesa de al lado hablar de mujeres o de fútbol, o que simplemente contemplaron la escena sin pudor, a la espera de un ataque inminente y violento que no llegó a producirse. Bernardo R. llegó a la cafetería veinte minutos después de lo convenido, con un maletín que contenía, íntegros, los dos millones de pesetas que la editorial le había pagado como adelanto de los derechos de autor. El gesto fue, además de teatral, efectivo. El editor había preparado un discurso disuasorio para con las intenciones de su autor más rentable: el ver el maletín, al ver el contenido del maletín, pidió dos cafés con leche (Bernardo bebía siempre café con leche, a cualquier hora del día) y prefirió no pronunciar ni una palabra, renunciar por completo al libro y a la idea del libro y a los beneficios que ese libro podría haber llegado a producir. Durante las horas anteriores al encuentro había imaginado infinitas escenas de violencia, había agotado el repertorio de las posibles escenas de violencia. Creía que, una vez imaginadas, perdían toda posibilidad de convertirse en ciertas, pero no se le había pasado por la cabeza, no había previsto, la opción del dinero, y por tanto la opción del dinero, la opción «devolución del dinero por parte de Bernardo R.» se produjo, precisamente porque no la había previsto (eso fue lo que pensó el editor en ese momento de desconcierto: debemos recordar que apenas había podido dormir, y que tenía miedo). El dinero concluía y minaba y desestabilizaba cualquier posible solución al problema. Bernardo R. exigió a su editor, a cambio de la devolución del adelanto, que le enviara a su casa de Barcelona todos los ejemplares del libro, antes de dos días («antes de 48 horas», dijo en realidad). Amenazó con acciones legales. Estaba nervioso y sucio, y uno de los acompañantes del editor aseguró después que tenía «toda la pinta de no haber dormido en varias noches». Pasaron unos minutos, en los que ninguno de los presentes dijo nada, y tras los cuales Bernardo R. se levantó (e café con leche intacto sobre la mesa), cogió uno de los billetes de cinco mil pesetas del maletín y lo dejó sobre la barra. Sonrió a la camarera (una argentina guapísima que había estado mirando toda la escena sin disimulo) y se alejó caminando lentamente. Cuatro días después, la editorial envió, por correo certificado, las tres únicas copias existentes del libro. Bernardo R. las quemó, junto con todos los apuntes y borradores previos, en presencia de varios testigos (dos vecinos homosexuales con los que quedaba a veces para conversar en francés, la mujer del portero, un profesor de instituto que lo había ayudado a conseguir cierta información sobre la infancia de Gauss y a mecanografiar el libro). Esa misma tarde, la misma tarde de la incineración simbólica de todos sus papeles, Bernardo R. juró a un periodista, en una entrevista por teléfono, que jamás escribiría otro libro, que jamás aceptaría que nadie le impusiera el título de una obra, que jamás le volvería a dirigir la palabra a un editor, a ningún editor.
xxSamuel Soriano leyó y comprendió y confeccionó esta historia, esta versión de los hechos, reuniendo o amontonando las distintas versiones de los periódicos Creyó que todo eso había sucedido de verdad, y no le sorprendió lo más mínimo. Bernardo sólo escribe ya para mí, pensó, es absurdo que trate de publicar sus libros. Debería enviármelos a mí, sólo a mí, directamente, sin intermediarios que dificulten la comunicación.
xxDurante los meses siguientes no se volvió a hablar de Bernardo R. Incluso sus breves ensayos o reportajes científicos en la prensa dominical dejaron de aparecer. La editorial que había estado a punto de publicar el libro de matemáticas pertenecía al mismo grupo de empresas que controlaba el periódico madrileño en el que solían aparecer los artículos de Bernardo R. La explicación de ese silencio era por lo tanto sencilla, o al menos parecía sencilla, desde un punto de vista empresarial, y a pesar de eso Samuel pensó que podía haber otros motivos, motivos más profundos. Tal vez Bernardo R. había dejado realmente de escribir. Tal vez Bernardo R. había muerto. Tal vez Bernardo R. se había marchado de Barcelona y de España para siempre.
xxEn 1995, Samuel se enfrentó otra vez con la necesidad de una decisión. Iba a terminar el bachillerato con calificaciones brillantes, pero no sabía qué iba a hacer después, qué carrera universitaria. Su adolescencia había empezado y había avanzado y se había desarrollado sin que él, que después de todo era el protagonista, hubiera sido capaz de percibir los cambios y las modificaciones y los avances. De alguna manera, tenía la impresión de que su adolescencia, y toda su vida, transcurrían al margen de él, sin que él interviniera. Ahora debía elegir otra vez, y no le gustaba elegir. No quiero elegir, pensó. No quiero cambios en mi vida, pensó. Había logrado que le permitieran examinarse de todas las asignaturas posibles de C.O.U. (incluido el Dibujo Técnico), para no cerrarse ninguna puerta. Dudaba. Llegó a considerar la opción de abandonar los estudios (de abandonar los estudios oficiales y restrictivos) para dedicarse a la pintura, o a la cocina, o a la fontanería. Quería vivir, desde luego, pero sólo quería vivir, o existir, pasivamente. No quería involucrarse, no quería contaminarse del mundo. El mundo no le interesaba, fuera de unas pocas cuestiones que incluían su relación con Bernardo y la idea recurrente de la muerte. Samuel tenía miedo, sobre todas las cosas, a morirse sin haber hecho algo que valiera la pena, sin haber ejecutado un acto (siquiera simbólico) que justificara su existencia. Entonces, en mayo de 1995, en medio de todas estas reflexiones, Samuel Soriano recibió la invitación. Recibió un sobre sin remite que contenía una cartulina azul que era una invitación para un ciclo de conferencias de Bernardo R. en Barcelona. Las conferencias iban a durar cuatro días, del 3 al 6 de junio. La primera trataría sobre espacios no lineales, la segunda sobre la métrica de Minkowsky, la tercera sobre el cardinal de los espacios de Heger (que el propio Bernardo R. había definido cuando trabajaba para el instituto Curie), la cuarta sobre hipersuperficies no conexas. Al leerla por primera vez, al leer por primera vez la invitación (y el programa) Samuel Soriano no sintió nada, y aquel día continuó sin modificación su vida normal (fue al parque a jugar un partido de baloncesto, fue al cine a ver una película de Clint Eastwood, actividades después de todo de un joven de diecisiete años), pero al llegar a casa por la noche, después de la cena, mientras veía una película en la televisión (una película japonesa, en blanco y negro, sobre un niño huérfano que trabajaba con su tío en un taller de zapatería), sintió un mareo rápido y extraño que lo arrastró casi al desmayo. Dejó la comida en el plato. Se tumbó en el sofá con ayuda de su madre, boca arriba, con los ojos muy abiertos, y lo asaltó una sensación de irrealidad que era también una sensación de cansancio y una sensación de asco. No voy a ir a Barcelona, pensó, no debo ir a Barcelona. No le seguiré el juego, pensó después. Cree que yo tengo la culpa de todo, pero yo no tengo la culpa de nada. ¿Qué podría haber hecho yo?, pensó. ¿Cómo podría haberlo ayudado? Después, de pronto, lo tuvo claro: todo era una emboscada, o una trampa. Bernardo R. estaba enfermo y lleno de rencor, y quería que él fuera a Barcelona para asesinarlo, para matarlo, para acabar con él, que era el testigo de su fracaso, el único testigo cualificado de su fracaso. Bernardo R. quería arrastrarlo con él a la muerte, quería que murieran juntos. Bernardo R. no soportaba la idea de que él, Samuel Soriano, le sobreviviera para triunfar, y había decidido asesinarlo. Quiere matarme, pensaba una y otra vez, Bernardo R. quiere matarme. Todo es una trampa para matarme. Se arrastró hasta la cama y durmió una noche sin sueños.
xxAl día siguiente no fue al instituto. Su madre, preocupada, pidió el día libre y se quedó con él. Llamaron al médico, un hombre alto de unos cuarenta años que le tomó el pulso,o fingió tomarle el pulso, sin dejar de hacerle a Samuel preguntas absurdas. Le preguntó que si tenía novia. Le preguntó que si escuchaba la radio. Le preguntó qué estudiaba. Estas preguntas parecieron animar a Samuel. También hablaron sobre fútbol. Decidieron que el Real Madrid tenía pocas opciones de acabar ganando la liga. Antes de marcharse, el médico prescribió un antipirético de nombre impronunciable, a pesar de que no había comprobado si tenía fiebre o no, o cuánta fiebre tenía (apenas colocó el dorso de su mano sobre la frente de Samuel, por insistencia de su madre, y concluyó que «no percibía indicios de pirexia»). Después de que el médico se hubo marchado, Samuel se levantó y tomó un café con leche y galletas. Estuvo viendo un rato la televisión y volvió a la cama, porque se sentía otra vez mareado. Su madre le puso entonces el termómetro y esperó un par de minutos, cada vez más nerviosa (Samuel había empezado a temblar). Cuando miró la temperatura que marcaba el termómetro, no pudo evitar un escalofrío: superaba los cuarenta grados. Le colocó algunos paños con agua fría sobre la frente, y no se separó de él más de un minuto. Trató de hacer que bebiera un poco de agua, bajó la persiana y le puso otra manta. Empezó a hablarle. En algún momento se dio cuenta de que Samuel ya no la escuchaba, de que había perdido la consciencia, de que estaba muy grave. Marcó el teléfono de urgencias y pidió una ambulancia.
xxEn su delirio, Samuel soñó que se encontraba con Bernardo R., o que conocía a Bernardo R., o que iba a Barcelona a ver a Bernardo R., a escuchar las conferencias de Bernardo R.
xxEn Barcelona, después de una de las conferencias, que no trataba sobre ninguno de los temas del programa, sino sobre los infinitos («uno puede añadirle más infinito a un infinito, y sigue siendo infinito», dijo Bernardo R., entre otras cosas) Samuel se acercó a Bernardo R. y le dijo: «Soy Samuel Soriano». Al principio Bernardo no lo reconoció, o fingió no reconocerlo, fingió desconocer el nombre, o tal vez fingió no haber oído bien el nombre que aquel joven pronunciaba, pero un segundo después se inclinó hacia él y levantó los brazos. Durante un instante Samuel pensó que Bernardo R. iba a golpearlo, o que iba a tratar de golpearlo, pero, en lugar de eso, lo abrazó con un abrazo firme que Samuel apenas sostuvo. «Por fin», dijo Bernardo R. «Por fin», repitió Samuel. Bernardo R. comenzó a moverse hacia la puerta. Samuel caminó a su lado, y salieron juntos de la sala. Bajaron unas escaleras. Al pie de las escaleras, Bernardo R. se detuvo a conversar con una joven. A pesar de que la conferencia había sido multitudinaria (había acudido un centenar de personas, y una docena de periodistas), al salir a la calle se encontraron solos. Samuel entendió que nada de todo aquello era extraño, en general, y que tampoco era extraño, más en concreto, que se hubieran quedado solos. Bernardo R. era la única persona que podía entenderlo a él, y él era la única persona que podía entender a Bernardo R. Resultaba lógico que al fin estuvieran juntos. Había empezado a llover, caminaron hacia la Plaza de Cataluña, sin decir nada. En algún momento, sin embargo, comenzaron a hablar de Newton, y en algún momento Samuel le preguntó a Bernardo sobre la reformulación del álgebra en la que llevaba tantos años trabajando, y Bernardo le dijo que aún le faltaba un poco, que aún tenía algún detalle por determinar, y entonces Samuel le preguntó que si veía el final, y Bernardo R. contestó que el final lo había tenido claro desde el principio, que el final era lo único que siempre había tenido claro, que el final era siempre lo primero que consideraba al enfrentase a cualquier proyecto.
xxNo hablaron más. Llovía poco. Cruzaron una calle de cuatro carriles que Samuel no recordaba haber visto nunca, pero no cruzaron por el paso de cebra, no cruzaron por el semáforo, sino por el centro, y desde uno de los pocos coches que pasaban alguien les gritó un insulto en catalán. Entonces, en ese justo momento (Bernardo R. se quedó un poco atrás, desconcertado por el grito, y Samuel tuvo que detenerse a esperarlo), en ese momento Samuel supo, al verlo en mitad de la calzada, perdido, que Bernardo R. estaba viejo o enfermo, o tal vez viejo y enfermo, y supo también que en algún momento de la noche, en algún momento de las tres o cuatro horas siguientes, tendrían que despedirse, y que esa despedida sería tal vez para siempre, y que jamás ya iba a poder hacerle ninguna de las preguntas que llevaba años preparando. Samuel Soriano, mientras esperaba que Bernardo lo alcanzara, miró hacia el cielo, hacia las gotas de lluvia que se abalanzaban hacia él, y pensó: «Ya puedo morirme tranquilo, mi vida tiene una justificación, he paseado bajo la lluvia con Bernardo R. que es la única persona que podría entender mi vida, y no hemos hablado porque no era necesario, porque no es necesario decir nada más. Este paseo me justifica y me define. Ya no me queda nada por hacer aquí».
xxCuando Bernardo lo alcanzó por fin, Samuel volvió a caminar a su lado, sin mirarlo.
Serrano Larraz, Miguel. Órbita. Barcelona; Ed. Candaya, 2009.
‘TRABAJO SUCIO’, DE EVA VAZ
Antes de ayer, mientras esperaba con M a que comenzara la presentación del nuevo libro de Javier Moreno, estuvimos echando un vistazo por la sección de poesía de la librería en la que se llevaría a cabo la presentación, cogí el último libro de Eva Vaz, ‘Trabajo sucio’, publicado por La Isla de Siltolá, y con leer un solo poema decidí llevármelo.
El poema en cuestión era éste:
BRUXISMO
Vivir apretando y rechinando
los dientes
es como cargar con 90 kgs. de peso
sobre mis mandíbulas.
Mis dientes son pequeñas astillas,
gastadas como piedras de arena.
Menudos y devastados.
Tengo que llevar una férula dental,
una brida,
un bozal,
un trozo de plástico
que te escupiría ahora mismo
como un reproche inaudito.
Trituraría tus paabras
como bolas de cristal
rompiendo mis dientes planos
como lijas de carne.
Te escupiría con los maxilares de piedra
porque no tengo dientes
pero sí veneno y calcio.
Me duelen las encías
por no sangrar de pasado:
cada diente es una miseria,
una piedra más en la maleta,
dentro de mi boca.
Bruxismo: parafunción mandibuar
del comportamiento bruxópata.
El recuerdo y el asco
de tus dientes perfectos.
Mi forma de sacarle los dientes
al mundo, así,
como un potaje cálcico.
Sé que me estoy quedando sin dientes,
pero nunca, oídme, nunca,
me quedaré
sin voz.
REGALOS DE CUMPLEAÑOS
Siguen aumentando mi biblioteca y mi discoteca particulares. Parte del resultado de que ayer fuera mi cumpleaños.
ESTA NOCHE; ‘UN PASEO POR LA DESGRACIA AJENA’ EN MURCIA
Esta tarde, a las 20:00 h, estará Javier Moreno presentando su nuevo libro en la Librería Educania de la ciudad de Murcia.
Cualquier libro de Javier Moreno es una fiesta así que, si les interesa, allí nos vemos.