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EN EL DESIERTO
Hace algo más de un par de meses me topé con la foto que pueden ver en este post.
Hay un editorial valenciana (Ediciones Micomicona) que ha publicado uno de mis montajes, exactamente el que hice para hablar de lo segundo que leí de Pepe Ramos y que leí en la antología ‘Poemas para cruzar el desierto’ (de la desaparecida editorial Línea de fuego).
El caso es que la editorial valenciana ha publicado, muy posiblemente por desconocimiento, el montaje que hice yo y no la portada original. Y sin decir esta boca es mía.
Y lo que me parece más divertido: que yo hago estas cosas de manera privada para promocionar libros o autores que me parecen dignos de conocer. A ellos habría que preguntarles.
PRESENTACIÓN DE ‘COPLAS DE ARENA’
Esta tarde, a las 20:00 h., se presenta en el Museo Ramón Gaya un libro que la boliviana Editorial 3600 publicó el año pasado. El libro contiene los poemarios ‘La voz esencial’ (del boliviano Aníbal Crespo) y ‘Coplas de arena’ (del murciano Sebastián Mondéjar).
Si tienen la posibilidad de acercarse y escuchar a Sebastián Mondéjar no la dejen pasar, me lo agradecerán.
HORROR Y CUENTA NUEVA
Hoy dejo aquí, de momento, el último de los poemas de ‘Contra. Poesía ante la represión’, en este caso, el perteneciente a David Eloy Rodríguez.
HORROR Y CUENTA NUEVA
La masacre continúa. El olvido trabaja.
xxxxxFronteras. Ilegal. Deportaciones. La impotencia.
xxxxxTodas las formas del daño.
La masacre continúa. El olvido trabaja.
xxxxxExplotación. Inversión. Beneficios.
xxxxxLugares destruidos, gentes destruidas.
xxxxxViolencia. Crimen.
xxxxxTodas las formas de la humillación.
La masacre continúa. El olvido trabaja.
xxxxxOcultamiento. Mentiras.
xxxxxEl expolio que nunca acaba.
xxxxxEl genocidio que no acaba.
xxxxxVamos viendo pasar crucificados.
La masacre continúa.
El olvido trabaja.
APOTEOSIS DE AMY WINEHOUSE
Hoy dejo el penúltimo de los poemas que, de momento, voy a subir de ‘Contra. Poesía ante la represión’. El de hoy pertenece a Soren Peñalver.
APOTEOSIS DE AMY WINEHOUSE
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Lourdes Cobacho
La muchacha de voz inverosímil,
Que llegó con cincuenta e incluso con setenta años
De retraso (aunque también con eones de adelanto)
Ante su público de este mundo,
Al encontrarse ante la amenazante città dolente,
Va y le espeta al ángel severo apostado en el umbral:
«Sometimes I Feel Like A Motherless Child».
Los ángeles negros, legión a la diestra del Eterno,
La rodean y revelan entonces que en realidad
Amy ha sido un avatar de Sassy Vaughan,
Aparecido antes de tiempo. Ella les contesta
En una mezcla de reggae y rhythm&blues;
Pide un ron con poco hielo, y entra bailando,
De la mano de todos, a la fiesta sin fin
Que a su alma de niña corresponde.
CUATRO COPLAS DE ARENA
De la antología de la que estoy subiendo poemas los últimos días, hoy el de Sebastián Mondéjar.
CUATRO COPLAS DE ARENA
Voy a fumarme un cigarro,
porque no puedo dormir
sabiendo que voy al paro.
Ayer me quedé sin curro,
y eso merece un carné;
mañana, sin ir más lejos,
me paso por el INEM,
a ver si les queda alguno.
La causa de la pobreza
no es la falta de trabajo;
es culpa de la riqueza
que acumulan unos cuantos.
Tenemos fe en la mentira
y miedo de la verdad;
ésa es la causa primera
de que no haya libertad.
A LOVE SUPREME
Sigo con los poemas de la antología ‘Contra. Poesía ante la represión’. Hoy con el poema que en dicha antología aparece de José Antonio Martínez Muñoz.
A LOVE SUPREME
ni la pasión de los amantes
ni el heroico amor de una madre
nor Coltrane’s Love Supreme
son fuerzas tan poderosas
como el amor desenfrenado
entre el poder y los mediocres
CAMBIO DE TIEMPO
Sigo con los poemas de la antología ‘Contra. Poesía ante la represión’. Hoy dejo aquí el poema de Antonio Marín Albalate.
CAMBIO DE TIEMPO
xxxxxxxxxxxxxxPara Luis Eduardo Aute y Carlos, Solito Trovador,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxgiralunas de la amistad.
xxxxxxxxxxxxxxxxxY para Leopoldo María Panero, in memoriam.
Entre brújulas locas de afonía
gritándole a la nada,
giralunas en el eje del huracán:
tor-pedo, desnortado fantasma, estoy.
Campanilla yace violada al pie
de El árbol del ahorcado.
Wendy se arrodilla ante la verga
de Peter Pank. Satán es un loquero
kamikace que sueña con destruir
la Capilla Sixtina.
Los cuervos devoran palomas
en la Plaza de San Pedro, ahora
laguna de sangre para el vampiro.
El papa baila y la mama,
lolailolailo lolailolá.
Neverland ya no existe.
El Vaticano es la pesadilla
de Los Niños Perdidos.
La pesadilla se muerde la cola.
Murió Leopoldo María Panero.
Solloza el uni-verso, intemperie
del poema, agujero negro llamado
derrota y Nevermore.
Un ciervo herido cruza la sombra
sin hueso del desierto. Bambi llora
fracaso, ante la selva arrasada.
Estoy, infierno y nadie,
entre las flores del fuego que el viento
de la noche aviva emboscándolo todo;
con la dignidad del miedo en la mirada,
mientras aguardo un cambio de tiempo.
UNA PIEDRA EN LA BOCA DISPUESTA PARA EL HAMBRE
Hace poco, la Coordinadora Anti Represión de la Región de Murcia, sacaba ‘Contra. Poesía ante la represión’.
Voy a dejar aquí algunos de los poemas que aparecen en dicha antología. Hoy empiezo con Luis Luna.
MIRAS llorar los cuervos. Su oscuridad tiene también tus ojos. Son los ojos de quien hace pan en los minutos de la carestía. Casas vacías, saqueadas por las sombras. Estos perros que ladran o que muerden según sus atributos son los mismos de siempre. Son los mismos que esperan comer de los despojos. Los mismos que disputan con los siervos las sobras del que come en la mesa su ruina y sus collares. En la pereza de los comensales ves la encarnadura de los cuerpos famélicos. Hay flores en su boca y sus ojos atraviesan la hez de la penumbra, la carne para el lirio de los inocentes. En su voz hay espina. Y sin embargo dicen sílabas ciertas como cierta es la rama que se quiebra por el peso de la nieve. En su andar de fardo hay mucho de cellisca, del pedernal doliente de los canteros, cuyo oficio es remover las osamentas y enhebrar sus esquirlas para decir a gritos lo que la piedra dice, lo que la tierra dice. Que la muerte es una piedra, una piedra en la boca dispuesta para el hambre.
HOY: ALBERTO CHESSA EN ‘MURSIYA POÉTICA’
Esta noche será la de la tercera de las lecturas del ‘Mursiya poética’ de este año. Hoy le toca el turno a Alberto Chessa, y vuelvo a recomendar que vayan a verlo. Alberto Chessa, autor de poemas como estos:
DE NOCHE
De noche,
Cuando todas las luces han cesado,
Me asomo para comprobar
Que en las casas de enfrente
Hay siempre iluminadas tres o cuatro ventanas.
Observo de reojo, como en teatro de sombras,
Siluetas de otras vidas
Carentes de atractivo y atributo mayor.
A veces les construyo diálogos imposibles,
Alguna riña destemplada,
Algún verso de amor redondeado
Por el haz que desprende a pocos metros
El aparato de televisión.
Y aunque sé que no es cierto,
Acabo dando vueltas en la cama
Pensando
Que ellos sí son felices.
ESCOMBRERAS LADY
En fecha que no sé, y me da pereza indagar, el poblado
conocido como Valle de Escombreras acabó haciendo
honor a su nombre. Quiero decir reducido a escombros.
Mi primera novia era de ahí.
¿Qué hacíamos montados en un coche mi amigo Carlos
y yo recorriendo aquella fantasmagoría, mientras King
Crimson nos alegraba la desvergüenza de vivir?
Calle Este, número 10. (Creo que luego su familia y
ella se mudaron a otra tal calle Ebro, número 2). Era la
primera vez que yo pisaba aquella pompeya colindante
a un paisaje lunar. También, por tanto, la primera vez
que no lo hacía.
Mi primera novia nunca me conminó a visitar su
poblado. Nuestro amor, o lo que fuera, transcurrió en
otros lugares. Pero cuántas veces soñé con sus casas, sus
tiendas, sus farolas, con la arbólbola de sus gentes en
día de verbena, mientras pasaba los días como un hurón
en mi cuarto jugando con las fechas de un calendario
perpetuo.
Estaba por entonces tan lleno de palabras por decir,
que casi no me cabía un adjetivo más en el cuerpo. Me
parece que ya en aquellos días intuía que el poeta es un
invento sin futuro.
Puede que ella (mi primera novia, he de recordar) no
tuviera más remedio que arrojar nuestro amor —o lo que
fuera— por la ventana. Pero yo me corté con cada uno de
los cristales rotos.
Está bien. Cualquier pasado es siempre incierto. No
voy a descubrir ahora que las cicatrices existen solo
para recordarnos que hay muchas formas de acceder
a un cadáver. Pero sigo sin saber qué coño hacíamos
mi amigo Carlos y yo dando vueltas en coche por un
yermo, mientras sonaba Formentera Lady y yo solo
podía pensar que haber dejado de ser lo que fuimos no
significa que hoy tengamos que ser eso que somos.
Sigo sin saber por qué siempre que la tocaba (a ella,
sí, a mi primera novia) me sentía igual que si metiera
la mano en una madriguera. Ni por qué, al dejar el
poblado, en el espejo me seguía esperando la imagen
que borré para siempre antes de no encontrar su casa
EL LABERINTO DE LA LÍNEA RECTA
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxCol sporcar, si trova
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxPiranesi
¿Cómo es que se dibuja un hombre?
Dos palitos en forma de cruz, puede.
Puede que un globo encima por cabeza
—Y esperar a que un día eche a volar.
El hombre que ahora soy
Es evidente que es el que ha creado
Al niño que no fui. Escribo —yo también—
Y dibujo trasuntos de uno mismo
Para mejor desconocerme, para
Cegar la vida que dejamos
Tan poco atrás, que estraga cada fruto
(Y fruto, pronunciado lento, suena a futuro).
¿Adónde miro cuando dejo la mente en blanco?
¿A cuándo miro? ¿A cuándo pertenece este instante?
¿Y cuántos años hay en 39 años?
El camastrón que mira por mis ojos,
Y que aún no sé quién es,
También nació un abril del mes de abril
Y anda de cabildeos con la noche
En plena bisectriz. ¿Qué parte de su cuerpo
No comprende que ayer es ya tan solo un día?
Nadie se allega al borde de la vida
Si no es para asomarse de soslayo
Y echar una moneda. Hay que mirar
Para no comprender. ¿No es acaso el silencio,
Antes que nada, una interpretación?
Porque solo se es en plenitud
Cuando olvidamos la conjugación de hollar,
Un día leeré mi necrológica
Justo antes de empezar el crucigrama.
UN HOMBRE SENTADO EN UNA PIEDRA (II)
AQUELLA JUVENTUD
Fuer hermosa nuestra juventud
derramando el tiempo en las tabernas
borrachos, seduciéndonos.
Fue divertido leer con tanta saña
y a nuestros salones llevar
a los músicos más grandes.
Y aquella última chulería
apurando sin prisa las copas
mientras el tableteo de los años
se adueñaba del aire.
UN NOMBRE
Tomo un libro que ha estado
décadas en la estantería.
En la primera página
veo una nota manuscrita:
«Recuérdame», seguida
de un nombre de mujer.
Pero no la recuerdo.
Y me aflijo pensando.
No en ella
xxxxxxxxxxsino en mí.
PERRO AL SOL
El amor de las parejas antiguas
es indolente, perezoso
y pacífico como un perro
tumbado al sol de la mañana.
Un perro que ha perdido su obsesión
por parecer un perro.
Un perro que solo es un perro.
Y que sabe muy bien dónde está el sol.
REGRESO A GRANADA
Te muestro esta ciudad
porque ya es hora de que sepas quién soy.
Recorre estas calles sin decir nada
mira la luz brillar
en los rincones silenciosos.
Observa los viejos comercios
de cristales pulidos por el tiempo.
Contempla este palacio
mira sus calles
que me olvidaron hace tiempo;
yo soy todo lo que no puedes ver.
DIJISTE
Dijiste que quizá
fuera mejor
no seguir juntos.
Y me quedé mirándote
fascinado
igual que una liebre delante
de los faros de un coche.
PARA QUE YO ME LLAME
Para que yo me llame León Molina
ha sido necesario que otro
antes que yo se llame
Ángel González.
Esto que veis en mí
en buena medida no es más
que el eco de la fuerza
enloquecida de su desaliento.
NI LLUVIA NI RECUERDOS NI PARÍS
Ni lluvia ni recuerdos ni París,
César, y mira que he leído
tantas veces tu foto
aquella con sombrero
y gabán de sintaxis
triste y descoyuntada.
Una muerte sencilla, César,
el día que yo quiera
una muerte iletrada
un detenerse de la sangre
en sus cavernas y ya está
adiós gracias por todo.
La soledad, la lluvia, los caminos
de tu último verso
fueron cayendo sobre mí
a través de los años
mostrándome la diferencia
entre morirse de verdad
o hacerlo en un poema.
Después de todo este tiempo
he perdido la gracia
oscura de tu voz.
Ya solo soy un hombre.
LAS CASAS QUE HABITÉ
Todas las casas que habité
estaban en el mundo real
un barrio que me pilla lejos
de mi lunático trabajo.
Fueron casas deshabitadas
habitaciones que me vieron
pasar fugaz como un fantasma.
Escribir versos es oficio
que desluce cualquier hogar.
Molina, León. Un hombre sentado en una piedra. Sevilla; Ed. La Isla de Siltolá, 2016.
UN DÍA CUALQUIERA DEL VENDEDOR DE GAFAS
Este es uno de esos libros que me apetecía tener, pero creo que ya no podrá ser. Dejo aquí unos poemas del mismo.
UN DÍA CUALQUIERA DEL VENDEDOR DE GAFAS
A las diez de la mañana
el negro vende gafas de sol, cinturones de piel,
tallas artísticas con pezones y cuernos.
A las dos de la tarde el negro vende ébano bembón,
collares bendecidos por lejanos orishas.
Con la mirada perdida en algún punto de la otredad,
solo, en cuclillas, el negro vende.
Salió de África un lunes de peces ciegos
y maderos enmohecidos por la luna, un lunes agrio;
salió apoyado en el hombro de otros potenciales vendedores
de gafas de sol, cinturones y tallas.
Dejó una casa enorme, con rascacielos verdes,
con gigantescos animales domésticos.
Dejó una mujer rodeada de anafes,
cacerolas de barro y ojitos redondos y ahuecados
como las antiguas monedas de veinticinco pesetas.
A las seis de la tarde el negro vende collares y amuletos.
A las diez de la noche el negro vende pedacitos de música.
Vende envuelto en trapos multicolores
y con los dientes blancos.
Vende a la vez que sueña
con papeles que legalicen su rubor,
o con goles que lo rediman de visitar el mercadillo.
El negro tiene los ojos hinchados de mirar sin ver,
y los tímpanos carcomidos por palabras esdrújulas,
y la lengua deforme.
Por eso los niños se ríen
cuando lo escuchan proponer “cinturrones”.
Por eso casi nadie compra sus mercancías.
Por eso, incluso, molesta el tono oscuro de la palabra “gafas”.
Por eso, incluso, los pequeños comerciantes lo denuncian.
Por eso, incluso, abundan policías y traficantes de indigencia.
A las doce de la noche el negro cuenta las monedas que tiene.
Las gafas que le quedan. Los cinturones.
Los senos y los cuernos de madera.
A las doce de la noche se supone que los orishas despiertan
y toda África bulle entre tambores y danzas tribales.
Pero a las doce y cinco minutos de la noche
el negro cae dormido sobre su propia sombra,
entre su mercancía.
Cae dormido con los ojos redondos y ahuecados
como antiguas monedas de veinticinco pesetas,
ojos que no le sirven para nada en la época del euro.
QUIERO VIVIR MÁS DE 45 AÑOS
Da Diallo acaba de ser rescatado del mar. Su lancha chocó contra el pesquero al que se había acercado para pedir agua y gasolina. No parece afectado por la muerte de su hermano mayor, cuyo cadáver se halla a solo unos metros. Cuando un voluntario de la Media Luna Roja le pregunta por qué quiere ir a Europa, responde: “Quiero vivir más de 45 años”. (Tomás Bártulo, El País Semanal, 16 de abril de 2006, p. 53)
¿Y dónde está el poema?
¿En sus párpados mohosos como tablas náufragas?
¿En el vidrio molido de su orina reciente?
¿En las lejanas costas de Nuadibú,
en las chabolas letrinosas de Nuakshot?
¿Dónde está el poema?
Buscamos, como arqueólogos desesperados,
los restos del poema entre las rocas,
pero sólo encontramos los ojos de Da Diallo,
que sólo ve los restos del cayuco,
que sólo ve la furia de las olas,
que sólo ven el cadáver de un niño de 44 años.
¿Dónde está el poema, dónde se habrá metido?
Seguramente, el agua reblandeció sus partes,
oxidó sus signos más visibles,
y nos queda tan solo la escena del crimen,
el cadáver del poema, pero no su cuerpo.
De todos modos, convencidos de la importancia del poema,
continuamos buscando, buceamos con cámaras de vídeo,
cámaras fotográficas, bolígrafos, lápices,
SMS, emails, sonidos guturales, canciones de protesta,
con toda la parafernalia de la voz
buscamos el poema, sus huellas, sus restos,
pero sólo hallamos los ojos de Da Diallo, comidos por el frío,
salpicados de arena en una vanguardista instalación del miedo.
No está el poema, pero sí su imagen.
No está el poema, pero sí su hermenéutica salvaje.
Da Diallo estuvo meses entrenando para nadar bien.
Da Diallo nada de forma tan sublime que ahora es
la única parte del poema visible, su parte plástica.
Decepcionados, los convocados para el levantamiento del poema
nos conformamos con un único verso:
“Quiero vivir más de 45 años”,
un raro verso de trece sílabas
—nada frecuente en estas costas—
puesto en la boca de alguien
que no sabía, evidentemente, matemáticas.
ARGEL EN AGOSTO
Un mar de jabas de nailon negras, preñadas de aire,
a los pies de unos niños que juegan al fútbol.
Estamos en Argel,
bajo la blanca luz de las tres de la tarde.
Un mar de jabas de nailon rotas, colgando de la hierba.
Niñas y niños saludan desde las ventanas.
Dos adolescentes se ofrecen como guías
de este barrio sin pérdida,
de esta explanada llena de mariposas asustadas.
Al fondo, un almacén con pintadas en árabe.
Junto a nosotros, a nuestro alrededor,
el olor del cilantro y el jengibre.
Uno de los adolescente es Ammón,
dueño de un largo alfabeto gestual
y de una risa pícara y salvaje.
Ammón nada en el mar de nailon negro
como un pez conocido.
Pero a nosotros nos deslumbra la luz,
nos enceguece el polvo.
Telas de todos los colores cruzan a nuestro lado.
Sandalias de todos los tamaños nos persiguen.
Alfombras que no saben volar penden de los balcones.
Ammón traduce nuestra sed, mal interpreta nuestro hambre.
Ammón tiene catorce años y un tío en Algeciras.
Ammón tiene los dedos de los pies sucios y un hermano poeta.
Nosotros somos torpes, ingenuamente malos,
más infelices que una jaba de nailon agujereada por la hierba.
Estamos en Argel con zapatos del Corte Inglés.
Estamos en Argel con relojes de pila.
Estamos en Argel con gafas oscuras.
Estamos en Argel con cámaras digitales.
Estamos en Argel con violentos recuerdos de niños degollados.
Estamos en Argel y nos negamos a comer lechuga.
Estamos en Argel compadeciendo a las muchachas.
Estamos en Argel bebiendo Coca-Cola.
Estamos en Argel pensando en el hachís.
Estamos en Argel recordando qasidas y moaxajas.
Estamos en Argel perdidos,
descalzos, desnudos, temerosos,
rogándole a este adolescente que nos diga
la edad de las alfombras,
la afinación real de los laúdes.
Pero nada es posible.
Mucho menos ahora que Ammón
acepta una gorra de béisbol y dice “gracias”,
como si comprendiera.
El viento sopla, levanta polvo,
envuelve a Ammón y se lo lleva lejos.
De los balcones se desprenden las alfombras más tristes.
En las ventanas los rostros infantiles se apagan.
Ahora somos reclusos incomunicados en medio de la hierba,
a las tres de la tarde, bajo la luz blanca de Argel,
en una ciénaga de jabas negras preñadas de aire.
LA MEJOR HORA PARA IR A CARREFOUR
A las tres de la tarde las cajeras
se turnan para tomar café (o ir al servicio).
De pronto, mudas, con los ojos,
las bocas y las cajas abiertas,
miran entrar a un grupo de cadáveres.
Los ven coger los carros de la compra,
descalzos, con la ropa mojada
y manchada de arena. No tienen ojos,
sino peces nerviosos en las cuencas vacías.
No tienen voz, sino un gritillo lánguido,
como de tabla rota.
Unos son negros, otros verdes, otros azules,
la mayoría color travertino.
Tranquilos, los cadáveres se dispersan
por los departamentos.
Una cadáver embarazada va,
apoyándose en otra,
a ver la ropa de bebé.
Los hombres van, de tres en tres,
a escoger frutas,
pantalones, electrodomésticos.
Todo normal, hasta la frialdad
del cantante de moda por los altavoces.
Entre los cadáveres no hay ninguno que fume.
Sólo uno bebe alcohol.
Y un tercero sabía que existía el látex.
“Son más de quince”,
piensa la muchacha de la caja número 1.
“Son más de treinta”,
piensa la muchacha de la caja número 2.
“Son cientos, miles, cientos de miles”,
piensan las muchachas de las cajas 3 a la 8.
“Son negros”, piensan las muchachas de la 9 a la 15.
“Son muertos”, piensan las muchachas de las 16 a la 22.
“Son jóvenes”, piensa la muchacha de la 23.
“Son negros muertos jóvenes”, piensan todas,
y continúan mirándolos.
Los cadáveres deambulan por Carrefour,
llenan los carros de panes y peces,
de latas, frutas, ropa sport, confituras.
No hablan con nadie. Y nadie habla con ellos.
Sólo las cajeras observan, atónitas,
cómo pasan por caja sin pagar,
desdentados y frágiles,
y se alejan hacia los botes
que los aguardan en el aparcamiento.
“Es increíble cómo ha avanzado
el mar en los últimos años”,
comenta la muchacha de la caja número 24.
“Sí, es increíble”, repiten a coro las demás,
y se quejan de haberle puesto sal
en vez de azúcar al café, y sonríen.
REFLEXIONES DE SIESTA
Estamos tan acostumbrados a ver África
en los documentales de La 2, en colores,
que nos asustamos de ver al vendedor de gafas
siempre en blanco y negro.
Estamos tan acostumbrados
a los festivales de música étnica
que nos asustamos de los camerunenses
que tocan en el Metro.
Estamos tan acostumbrados a ver tetas famélicas
y niños fideiformes en los documentales de La 2
que nos asustamos de las tetas famélicas
y los niños fideiformes de las otras cadenas.
Estamos tan acostumbrados a donar
un euro diario para el Tercer Mundo
que nos asustamos si las gafas de sol
cuestan seis euros.
Estamos tan acostumbrados
a ver a los xenófobos y a los skinheads en colores
que apenas nos conmueve la violencia cercana,
en blanco y negro.
TENÍA RAZÓN EL BRUJO DE LA TRIBU
I
El vendedor de gafas se acuesta en su cortijo
sobre una lona fría, tapado con la manta
que Cáritas le dio; se acuerda de su hijo,
tiene ganas de hablar con Dios pero se aguanta.
Al vendedor de gafas ya el brujo se lo dijo:
“no siempre crece bien árbol que se transplanta”,
cuando lo vio lanzarse al mar sin rumbo fijo.
Por eso a veces llora; por eso cuando canta
o golpea el yembé siente que África entera
se revuelve en su sangre cimarrona, salvaje.
Huele a sudor ahumado. A pan duro. A estrecheces.
Se arrebuja en la manta, habla en sueños, se altera.
El vendedor de gafas ha dado un solo viaje
que repite una vez y otra vez y otras veces…
II
El vendedor de gafas duerme con gafas puestas.
Triple nocturnidad: noche óptica y cutánea
sumándose a la cálida noche mediterránea.
Sombra en la sombra con la sombra a cuestas.
El vendedor de gafas —según varias encuestas
entre gruesas marujas de sonrisa espontánea
y granjeros que llevan de forma simultánea
reciedumbre en la voz, la piel y las respuestas—
es un hombre tranquilo, no molesta, no riñe,
es negro pero limpio; vende gafas y punto.
¿Que duerme con las gafas? Normal que se encariñe.
¿Que duerme sobre el suelo? No sé, no le pregunto.
¿Que a veces pasa hambre? Yo también cuando fiñe.
¿Que si somos racistas? ¿No ve que andamos juntos?
III
El vendedor de gafas odia el invernadero
(por eso vende gafas, no recoge hortalizas).
Lleva siempre una gorra y sandalias de cuero.
Siente que lo persiguen miradas fronterizas.
Tiene manos enormes —manos de bongosero—,
tiene dos piernas largas que parecen macizas.
Para alquilar un piso no le basta el dinero,
ni el blancor de los dientes, ni las uñas mestizas.
El vendedor de gafas malvive en un cortijo,
duerme con gafas puestas, sueña que es deportado,
llora en el locutorio cuando habla con su hijo,
aunque nadie le compre, no parece enfadado.
El vendedor de gafas tiene un trabajo fijo,
un miedo fijo, un fijo silencio esperanzado.
ÚLTIMA EXCURSIÓN DE YUSUF Y FÁTIMA
El pequeño Yusuf se levanta a las seis de la mañana,
desayuna, le da un beso a su madre
y sale al encuentro de la pequeña Fátima.
Tomados de la mano,
entran por la boca de una largo túnel
que los lleva hasta Ceuta.
Lo atraviesan a gatas,
descansando cada doscientos metros,
compartiendo el oxígeno con los roedores.
Cuando llegan a Ceuta,
Yusuf y Fátima se sacuden la ropa,
estiran las piernas,
y comparten una manzana que Fátima
lleva en una bolsa negra.
El resto del día piden y venden por la calles ceutíes,
entre semáforos y peatones apurados.
Así llevan dos años. Tal vez tres.
Pero hoy, jueves 12 de agosto,
al llegar al final de su túnel lo encuentran tapiado.
Y las cámaras de la televisión delante.
Y los guardias civiles mirándolos.
Para colmo, a Fátima se le ha caído la manzana
y las ratas se escurren silenciosas,
mordisqueando los trozos.
Dos ratas marroquíes que pasan sin problemas
entre las piernas de los guardias y los periodistas.
D.E.P. INMIGRANTE Nº.2
«Europa no quiere noirs muertos en sus playas, ¿eh? Mejor noirs muertos ici” (Tomás Bártulo, El País Semanal, 16 de abril de 2006, p. 53)
Nicho 72. Cal y cemento.
Medialuna de sombra sobre un jarrón
con varias flores secas.
Sobre el nicho, asomados al vacío,
el escuálido silencio del ciprés y alguna nube.
Rayados en la pared, al fondo,
una cruz y tres letras.
Bajo las letras, el nombre del cadáver:
“Inmigrante Nº. 2”.
Y la noticia llega a Nuadibú,
a Cité Snmin, a Kairane,
a Nuakshot, a Marrakesh, a Ceuta,
al tronco de un baobab milenario,
al pico de un buitre congolés,
al cuero de un yembé maliense,
a un anafe encendido,
al marfil de dos colmillos curvos,
al piojo de un mamífero sagrado,
a los oídos de la madre del Inmigrante número 1.
Y la madre del inmigrante número 1
no puede creerlo,
no quiere aceptarlo,
y se lo comenta a la madre del inmigrante número 5.
Y la madre del inmigrante número 5,
no puede creerlo, ¡pero cómo es posible!,
si ella había visto al inmigrante numero 2 hacía una semana.
Y se lo dice a la madre del inmigrante número 13.
Y la madre del inmigrante número 13 a la del 24.
Y ésta a la del 30. Y ésta a la del 59.
Y ésta a la del 120. Y ésta, doblada de dolor,
a la madre del inmigrante número X,
que ya no puede más, y se arrastra,
y llega a la puerta de un kimbo sombrío
y escarba con sus uñas delante de la puerta,
araña con sus lágrimas en la pared de tablas,
rasga con sus gritos las vasijas de barro y tizne sempiterno.
Todos contienen la respiración.
Todos saben que allí vive,
desde hace muchos años,
la abuela del inmigrante número 111.
La esposa del inmigrante número 34.
La tía del inmigrante número 75.
La hermana del inmigrante número 18.
La prima del inmigrante número 61.
La madre del inmigrante número 2,
esa misma, la pobre,
que ahora tendría que cambiar las flores del jarrón
y llorar agua de mar sobre esta parte del poema,
que reduce una cifra el espanto sin nombre.
HACE SÓLO DOS AÑOS…
Hace sólo dos años María Dolores ponía
copas toda la noche por treinta y seis euros.
Pero llegaron las ecuatorianas
y comenzaron a ponerlas por quince.
Hace sólo dos años Marujita hacía
la limpieza del bloque por seis euros la hora.
Pero llegaron las subsaharianas
y comenzaron a limpiar por tres.
Hace sólo dos años nos tocaba
cruzarnos con un negro cada cinco manzanas,
pero ahora en la cafetería de Paco,
“la de toda la vida”,
tocamos en el desayuno a tres per cápita.
SUCULENTAS VENTAJAS
Pensándolo bien,
vender gafas no es tan mal oficio.
Otros andan y desandan cargados de alfombras
por las costas del Mediterráneo;
en los años sesenta hubo andaluces
cargados de cemento por las calles de Zürich,
actualmente hay lituanos cargados de armas en Marbella,
saharauis cargados de nostalgia en Rabat y en Órgiva,
guineanas cargadas de bombillas en Madrid,
yonquis cargados de agujas desechables,
gitanos cargados de rechazo,
cubanos cargados de incertidumbre,
hindúes cargados de exotismo,
paquistaníes cargados de sospechas.
No, no puedo quejarme.
Todos los días aparecen cadáveres entre las rocas;
todas las noches duermen en las aceras
niños tapados con periódicos,
protegidos del frío con fotos de otros niños que tiritan.
No, no puedo quejarme.
Las gafas no pesan,
las gafas no matan,
las gafas no contagian enfermedades,
las gafas no afectan a la higiene,
las gafas no son armas peligrosas.
Es cierto que ennegrecen la visión del mundo,
que enceguecen un poco, pero no es para tanto.
Además, yo no molesto a nadie.
Llego a una plaza, o a la Estación de Trenes,
despliego mi escaparate móvil en cualquier esquina,
y los transeúntes se detienen o no,
compran o no, es asunto suyo.
No puedo quejarme.
En África estaría peor.
En el fondo del estrecho estaría peor.
En un ingenio azucarero del siglo XIX estaría peor.
En una plantación algodonera del sur de California estaría peor.
Si fuera una mujer estaría peor.
Si fuera una mujer negra vendedora de gafas estaría peor.
Si fuera una mujer negra vendedora de gafas
y con dos hijos pequeños estaría peor.
Si fuera una mujer negra vendedora de gafas
con dos hijos pequeños y sin papeles estaría peor.
No, no puedo quejarme.
No se puede ser negro, pobre, inmigrante
y al mismo tiempo, malagradecido.
LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (XLIII)
Acaba de llegar a casa la maravilla de libro que pueden ver en la imagen, del que ya subí algunos poemas hace unas semanas.
En nada subiré alguno más.