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PUERTO DE SOMBRA
GRISALLA
La palabra es insuficiente, torpe,
no es un color con múltiples matices,
que sobre la tela, sobre el papel,
adquiera una compleja realidad.
A menudo cuando hablo
hubiese querido decir otra cosa,
mostrar el relieve de la escena,
como esos pasos donde el escultor
ha expuesto el drama culminante.
Intento inútil por contar las horas,
pasar al otro el pensamiento justo.
Entonces pienso en el silencio
del perro, mientras contempla a su dueño.
EDWARD HOPPER
Habitación de hotel
Hay cuadros de tristeza casi humana
en estas habitaciones sordas
de hoteles familiares
que incluyen desayuno,
donde quienes duermen reposan
sobre las pesadillas de otros,
como si la ciudad oscureciera
el interior de las maletas.
Hay una mujer sentada en el borde
da le cama que cierra la pregunta
de una existencia innecesaria,
atenta a esos trenes que conducen
a la vieja estación de nuestra infancia,
principio del fracaso,
que nos trajo a este hotel perdido,
sombra de aquel pasado,
que siempre hemos desconocido.
BAJO LA DUCHA
Bajo la ducha improviso canciones
en una lengua sin sentido.
No tienen relación alguna
mi pensamiento y mis palabras.
Me entreno para el día.
VIEJO MÓVIL
Hay un misterio
para este viejo móvil en desuso,
que suena de continuo sin respuesta.
No es un mensaje de otro mundo
ni tampoco truco de magia,
sólo son recuerdos de un tiempo,
inservibles como piezas de un puzzle
ya roto.
Son llamadas perdidas
definitivamente
a las que no sabemos responder.
CONFUSO
Este lugar se pierde entre la bruma
de un pasado presente
tan real como el recuerdo mismo.
Rechazas entonces la duda
que humana parecía,
definitivamente acusas
al primer inocente
que encuentras a tu paso.
Estamos hechos de agua
y, con los años,
su turbiedad aumenta.
Ya no vemos el fondo
donde reposa aquel que fuimos.
Es nuestra memoria borrosa
oscura sombra.
MURO
La muerte como la erosión
quizá es la misma sombra de las cosas,
descubres
que no han sido sino efímera imagen.
Estábamos tendidos en la orilla,
mientras el agua
acariciaba nuestros cuerpos,
pero no era verdad, no era seguro
que esto mismo permaneciese.
¿Qué nos queda de aquellos años?
La mirada clara del padre,
extendida por toda la bahía.
Todo está quieto en el recuerdo:
tuvimos el rumor de los pinos,
el olor de los eucaliptos,
cuando volvíamos por las noches,
la luz siempre apagada
en aquella esquina
donde a menudo tropezábamos.
Alcemos la copa, hoy,
por quien supo mirar abiertamente
aquel pasado.
Martínez Valero, José Luis. Puerto de sombra. Murcia; Ed. La fea burguesía, 2017.
PRESENTACIÓN DE ‘CANCIONES PARA EL DÍA DE DESPUÉS’, DE ANTONIO AGUILAR
Esta tarde, a las 19:30, en la librería Diego Marín de Murcia, se presenta el nuevo libro de Antonio Aguilar Rodríguez, ‘Canciones para el día de después’, publicado por la editorial Huerga & Fierro.
EL ORO CELESTE
MONÓLOGO DEL TÍTERE
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxSólo me interesa la estimación de unos
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcuantos espíritus excepcionales.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxAndré Gide
Soy una marioneta. A primera vista, parecerá cosa increíble a todos que un ser como yo, hecho de trapo, madera e hilos, pueda dirigirle la palabra a alguien; pero —¿será preciso recordarlo?— no soy el primero de mi especie. Una larga nómina de antecesores me precede, de entre los que no hará falta citar a Pinocchio, o Pinocho, ese italiano tan afamado como algo bobalicón, ni a Kásperle, aquel polichinela insomne disfrazado siempre de arlequín.
xxxFui creado por las cariñosas manos del señor Dimas, quien en cierto modo es mi dios, pues no sólo me dio forma, sino que además me insufla vida cada día cuando me saca al proscenio para representar esa obrilla —un tanto ñoña, todo hay que decirlo— en la que debo moler a palos al brujo Picahuevos, besar a la princesa Brunilda, y ser nombrado Gran Maestre de la Orden del Higo por su padre, el Emperador de Transilvania.
xxxEn vano he tratado de hacerme oír por mi amo y señor, a quien hubiera querido proponer una serie de cambios sustanciales en la obra. Por ejemplo, que dotara de mayor complejidad psicológica al taimado Picahuevos, o que restara algo de candor a Brunilda, pues en qué cabeza cabe que pueda caer una y otra vez en las trampas absolutamente previsibles del brujo.
xxxSé que es utópico pretender esto, como es estéril pretender que Dimas represente de una vez por todas una obra de Shakespeare en la que yo, pudiendo dar al fin la justa medida de mi capacidad interpretativa, prestara vida a Hamlet o a cualquiera de los personajes inmortales creados por el egregio escritor, despertando así el fervor del público… Aunque no ignoro que la voz impostada de que hace uso Dimas, sacrificando la obligada severidad del Arte en aras de satisfacer —servilmente— a una audiencia de mocosos, tal vez no sea la más adecuada para declamar los profundos y arrebatados monólogos del dramaturgo.
xxxPero qué puedo decir del buen Dimas. Sus carencias son tan innumerables como insoportable resulta su empalagosa ternura. Este pobre hombre, transido de una melancolía espesa, no puede siquiera imaginar que yo acecho sus vigilias alcohólicas desde mi estante, que lo escucho con más asco que pena cuando le oigo decir «mis pobres muñequitos» ante el crepitar de la hoguera. Qué puedo esperar de un amo como éste, entregado a la autocompasión y esclavo de la botella y de una sensiblería tontorrona y barata. Qué puedo esperar de compañeros como los que me han tocado en suerte.
xxxMirad si no a Brunilda, con esas trenzas de lana amarilla y esos desmesurados labios rojos de papel de charol, que le hacen parecer una ramera. Mirad al Emperador: el pobre desgraciado a llegado a asumir su papel hasta el punto de creer que esa corona de papel de aluminio es, en realidad, de plata, o que su manto de fieltro blanco es de piel de armiño. Tanta ingenuidad resulta patética.
xxxY qué decir de los otros comparsas de la obra. De ese ladrón Tragapavos, un rufián de mirada abyecta, tumultuosa de cuchillos y de sangre, tan pródigo en maldades como en torpezas. O de aquel petimetre afeminado que se hace llamar, ridículamente, Marqués de Foie Grase, incansable pretendiente de la princesa Brunilda.
xxxVed sin embargo al viejo Picahuevos, tuerto, tullido, desdentado, obligado por Dimas a llevar un ridículo sombrero en forma de cucurucho. No despierta en mí aprensión, sino un sincero afecto. De esta troupe carnavalesca, él es el único al que aprecio, y cada golpe que Dimas me obliga a infligirle, alentado por un público vociferante y ahíto de sangre, me duele como si me lo diera a mí mismo.
xxxY, en cuanto a mí, el héroe insípido armado de una vana espada de madera, el pomposo caballerete vestido con un uniforme infestado de galones y charreteras, qué puedo decir sino que, vestido de tal guisa, me sé indigno de representar obras de mayor altura.
xxxSe encienden los focos. Oigo el aplauso febril de la chiquillería: pronto va a empezar la mascarada. Ya Dimas me coge de los hilos y me veo obligado a representar una vez más, infinitamente, un odio visceral por Picahuevos que no siento, un amor eterno hacia Brunilda que no he sentido ni sentiré nunca.
SIXTO Y EL SPITFIRE
En primavera, trabajando en secreto y a deshoras bajo la luz moribunda del taller, su padre le había construido una hermosa cometa de color rojo que imitaba un avión modelo Spitfire, de la Segunda Guerra Mundial. Medía más de un metro y medio de largo desde la hélice hasta la cola, y se la regaló en mayo por su séptimo cumpleaños. Sixto se presentó con ella al concurso comarcal, muy orgulloso, diez días más tarde. Sobre un prado de alfalfa recién cortada había más de treinta niños con sus cometas de colores ondeando al viento, y no pocos miraron con envidia el majestuoso Spitfire, remontándose en el cielo como si lo impulsara un motor mágico y secreto.
xxxAlgo pasó. El viento que llegaba aullando desde las colinas del Norte empezó a arreciar, y Sixto anudó el cordel de la cometa a su muñeca por temor a perderla. El viento siguió creciendo en fiereza, y pronto pareció que el Spitfire quería liberarse de sus ataduras en la tierra y seguir volando hacia el sol. Su padre se encontraba a unos cien metros, apoyado en una cerca pintada de color verde, y cuando los talones de Sixto comenzaron a despegarse del suelo, se miraron a los ojos por última vez.
xxxSixto se elevó a gran velocidad sobre las antiguas casas coloniales coronadas de buganvillas y sobre los edificios de ladrillo rojo; sobrevoló las azoteas donde había sábanas tendidas al sol, los campos ya atardecidos, los grandes meandros del río flanqueados por sauces. Se cruzó con una bandada de pájaros oscuros y atravesó la columna de humo de un incendio. Finalmente, el Spitfire siguió la estela blanquecina de un reactor hasta que ambos desaparecieron de la vista de todos los presentes.
xxxEl Spitfire pudo ser hallado seis días después, en un estanque de otra ciudad en el que nadaban carpas centenarias, pero la búsqueda de Sixto se prolongó en vano a lo largo de los años. Los cadáveres de niños encontrados en ese tiempo resultaron ser falsas alarmas, víctimas de degenerados que habían comenzado a abundar por el país en aquella época extraña. El padre de Sixto nunca había dejado de sentirse culpable por su desaparición, casi dejó de hablar y de alimentarse, y una mañana, cuatro o cinco años después del suceso, amaneció muerto en la cama con las manos enfrentadas entre sí por las palmas, como si rezara.
xxxLa madre, en cambio, pudo vivir lo bastante como para saber que el cuerpo de su hijo había sido hallado. A los veinticinco años de haberse celebrado el concurso de cometas, una pareja de campesinos escuchó a media noche cómo algo golpeaba violentamente el tejado de chapa del granero. Al salir afuera temblorosos, bajo una lluvia abrileña de estrellas fugaces, descubrieron un cadáver sonriente sobre el tejado.
xxxLos análisis forenses no dejaron lugar a dudas sobre la identidad del desconocido que había caído del cielo. Era Sixto, pero su cuerpo parecía el de un hombre de treinta años.
LA DOBLE VIDA DE MEDARDO
Medardo Requena tenía el poder de transformarse en caballo a voluntad. Ya bajo su apariencia humana llamaba la atención su largo y morrudo perfil, similar al de los équidos, y su corpachón desgarbado. No menos su forma de caminar, como si trotara. Estaba compinchado con un tal Mouriño, gallego de Orense, quien había practicado sin fortuna la emigración a América. Juntos recorrían las ferias de ganado y Requena, transmutado en brioso corcel, era vendido por Mouriño al mejor postor. De noche, una vez en el establo, recuperaba su forma humana y salía de allí andando tan campante. Si lo sorprendían dentro de la cuadra, desnudo, hacía como que se había perdido, y su aspecto era tan extraño e inquietante —especialmente si aún no se había completado la transformación— que enseguida lo dejaban marchar sin pedirla más explicaciones.
xxxMedardo Requena se confesaba harto de aquel tipo de vida, de ir de aquí para allá, sin tener un hogar, esposa ni hijos, estafando a la gente honrada. Pero las ganancias eran tan sustanciosas que Mouriño lo convencía siempre de dar un nuevo golpe antes de retirarse. Llevaban ya un decenio trabajando juntos, cuando un año, en Medina del Campo, tras haber cerrado trato con un ganadero de Osuna, Mouriño esperó en vano a que Requena apareciera en el lugar convenido. Fue a los establos, temiendo que hubiera ocurrido cualquier contrariedad, y comprobó con estupor que su socio seguía allí, pero aún bajo la apariencia de un caballo. Cuando le preguntó qué diablos pasaba, Requena agitó las crines, piafó alegremente y, con un movimiento brusco de cabeza, señaló a una yegua que com´´ia heno a sólo diez metros de donde se encontraban. Como Mouriño pareciera no entender, Requena dibujó en el albero, con su casco aún sin herrar, la torpe forma de un corazón.
EL ORO CELESTE
Anselmo Verdejo tenía trato con los ángeles. Era un hombre forzudo y cejijunto que trabajaba en el alquitranado de carreteras, y a quien un buen día, en la comarcal de Estriégana a Sigüenza, atropelló un turismo de matrícula suiza que se dio a la fuga. Lo último que vio Anselmo Verdejo en su vida fue la cruz blanca sobre fondo escarlata de la Confederación Helvética. Después cayó en un coma profundo del que no regresaría sino seis meses más tarde: paralítico, castrado y ciego. Si sus ojos materiales dejaron de ver, no así los de su corazón. Anselmo Verdejo les contó a las enfermeras que durante su larga convalecencia había viajado hasta el cielo, y que allí, vestido con ropa de faena, había paseado por calles amplísimas cuyos adoquines eran todos de oro. También contó que había estado platicando con un arcángel llamado Ismael, rubio y de espléndidas alas blancas, quien le había prometido revelarle algún día el secreto de la Pureza. Cuando la señora de Verdejo y sus tres hijos oyeron la historia, se miraron a los ojos largamente, lloraron en silencio, y dieron a Anselmo por un caso perdido. El bueno de Verdejo, de hecho, ni siquiera se acordaba de ellos. Se lo llevaron a casa y lo tenían todo el tiempo en el salón, como a un mueble, y el turno de limpiarle las heces creaba siempre agrias discusiones entre ellos. Anselmo iba a lo suyo. No le preocupaba el mundo exterior, con el que casi se encontraba incomunicado, y en cambio realizaba con su mente frecuentes travesías al cielo, y ampliaba el número de sus conocidos por aquellas latitudes. A Ismael se sumaron Samal, Anael, Gabriel y Sabaoc, y Anselmo decía que pasaba frecuentes apuros porque los confundía entre sí, tan rubios todos, y tan altos, y con los ojos de un azul tan puro. Como una vez, harta de oírle, su mujer le mandara no contar más gilipolleces, Anselmo Verdejo se enfadó mucho y le dijo: verá señora como yo nunca miento; y al día siguiente, cuando despertaron, vieron que Anselmo tenía una pluma muy grande y muy blanca en la mano, y él dijo: ésta me la prestó Gabriel (él pronunciaba «Grabiel»), y contó que al arcángel le había dolido mucho al arrancársela. Imaginaron que pudiera ser la pluma de un cisne, que el viento hubiera arrastrado hasta la ventana, y la esposa dijo esto no prueba nada en absoluto. Al día siguiente amaneció Anselmo con una corona trenzada de flores, regalo de Sabaoc, y ya era difícil imaginar que aquello hubiera venido volando por la ventana. Pero nadie le creía, y el hijo mayor le dijo: papá, por qué no traes uno de esos adoquines de oro de los que hablas; y Anselmo le contestó: no sé si podré, caballero, porque son muy pesados para hacer el viaje. Con todo, apareció al día siguiente con un ladrillo entre las manos. El ladrillo pesaba una barbaridad y era dorado y brillante, y lo llevaron a un joyero que certificó esto es oro puro, vale una fortuna. No le dijeron de dónde lo habían sacado, pero le pidieron a Anselmo que se trajera del cielo un capazo lleno de adoquines, y que entonces le creerían para siempre, y que no volverían a poner nunca en duda nada de cuanto dijera. Anselmo dijo bueno, veremos si no me lisio al arrancarlos, porque el cemento que usan allí es muy fuerte, pero lo intentaré. Ninguno de ellos durmió esa noche, haciéndose cábalas sobre el número de adoquines que cabría en el capazo, imaginando las casas, las fincas, los coches, las joyas, las ropas de lujo que comprarían con aquel dineral. Amaneció, y hasta bien avanzado el día no se aventuraron a entrar en el salón, por miedo a interrumpir el sueño o viaje astral de Anselmo. Cuando por fin lo hicieron, encontraron allí al señor Verdejo, sentado como siempre en su silla de ruedas, pero ahora el pobre hombre estaba muerto: muerto del todo. Un hilo de baba le colgaba desde el labio inferior hasta el pecho, y sus manos, desolladas, estaban cubiertas por un polvillo muy fino que brillaba como oro bajo el sol de la mañana.
EL CENTINELA
Fue Otero quien les hizo reparar en la marquesina iluminada de la calle Ibarra. Algún vivales había tenido la idea de organizar el cotillón de Nochevieja en el viejo almacén de cerveza. De las calles colindantes, sucias y oscuras, llegaba un enjambre de hombres de etiqueta fumando cigarros puros, de mujeres vestidas con abrigos de piel. Al llegar bajo la marquesina, le enseñaban una cartulina al portero quien, con gesto displicente, les dejaba pasar.
xxxAl cancerbero había que echarle de comer aparte, como dijo Valle, quien ya estaba maquinando la forma de entrar de matute en la fiesta. Aquel hombre era una mole informe de carne, derramada sobre una sillita de la que no se levantaba en ningún momento, por mucha que pareciese la calidad del recién llegado. Tenía una expresión bovina en el rostro, y los dedos de sus manos parecían morcillas. Iba vestido como un militar de opereta, con gorra de plato y un uniforme de color púrpura que le iba dos tallas más pequeño. Valle tiró el cigarrillo al suelo y lo aplastó con la suela del zapato.
xxx—Yo me cuelo delante de esa vaca. Miradlo. Parece un besugo.
xxxValle era siempre el que escupía más lejos, el que driblaba mejor con el balón y el que tumbaba más mozas. Se tenía por bravo. Si una cosa se le metía entre ceja y ceja, no paraba hasta conseguirla. Propuso a Yepes y a Otero que simularan una pelea junto a la puerta, para colarse a una distracción del portero; pero, por más encarnizamento que mostraron en la riña, Mole de Carne no se inmutó.
xxx—Ese tío es como una estatua.
xxxSeguía el desfile de hombres elegantes, de señoritas con manguitos de piel de marta cibelina, y Valle se daba al diablo por no poder entrar allí. Por fin propuso que arrojaran una moneda a los pies del portero, y esta vez Mole de Carne sí que reaccionó. Se incorporó pesadamente y caminó seis pasos hasta alcanzar el lugar en que la moneda había caído. Mientras se agachaba, Valle se precipitó hacia la puerta como un delantero que burla la defensa. Antes de penetrar en el almacén, tuvo tiempo para volver la cabeza y guiñarles un ojo.
xxxCuando entró, la luz era escasa, y un perfume acre, como de sustancias químicas, lo invadía todo. Había grupos de personas en pie, sosteniendo copas de champán vacías, pero ni siquiera hablaban entre ellos. No le gustó la forma en que lo miraban. Sus rostros estaban distorsionados, como si hubieran sufrido una extraña metamorfosis al entrar en el local. Valle se preguntó si a él no le habría ocurrido algo parecido, o si no se trataría de un efecto óptico producido por la luz mortecina del interior.
xxxUn camarero de gesto patibulario le ofreció una bandeja de licores y, cuando Valle retiró una copa, el tipo emitió un barboteo indescifrable. En el centro de la sala, elevada sobre una tarima de tres escalones, se hallaba una gran mesa de piedra, una suerte de altar flanqueado por cirios encendidos. A su lado, una mujer ataviada con un quimono dorado bailaba en estado de trance. Valle pensó que debía de estar loca de atar. Bruscamente, la mujer abrió los ojos y señaló hacia el lugar donde él se encontraba.
xxx—¡Cogedlo! —gritó con un berrido.
xxxValle corrió hacia afuera con el corazón en un puño, pero, antes de que franqueara la puerta, Mole de Carne atajó su carrera de un palmetazo en la sien. Cayó al suelo como un edifico dinamitado. El corazón le palpitaba a un ritmo frenético; las siluetas de sus perseguidores no tardaron en rodearle. En un instante de clarividencia comprendió, ya demasiado tarde, que la misión del portero en aquella fiesta no era impedir la entrada en el almacén, sino evitar que cualquier intruso pudiera escapar de allí con vida.
UN PINTOR DE VIENA
Venido de provincias, huérfano de un inspector de aduanas, el joven llega a Viena y se deja maravillar por la maginificencia de los grandes palacios y de los vastos jardines imperiales.
xxxEs alto, escuálido y triste. Viste abrigo oscuro, usa sombrero negro, y lleva un bastón con empuñadura de marfil. No trabaja. Se aloja en un cuartucho pobre, oloroso a humedad y a parafina, del 31 de Stumpergasse. Le ha confiado a su madre que quiere ser pintor, un artista.
xxxTiene el rostro inexpresivo, como de cera. Pasa el tiempo a solas, en su cuarto o en los parques desiertos, y dedica las horas muertas a dibujar sobre las páginas de un cuaderno rectangular. Toma apuntes del natural o de una enciclopedia.
xxxLee mucho. Gasta su poco dinero en acudir a la ópera y apenas come: pan de nueces con mantequilla y, en las grandes ocasiones, un vaso de leche. No fuma ni bebe. Empieza a escribir obras de teatro, pero no tarda en desanimarse y romperlas. Dibuje innumerables bocetos de edificios colosales, grandiosos. Su propósito es ingresar en la Academia de Bellas Artes, alcanzar renombre, ser alguien.
xxxA veces visita un cafetín antiguo, en el que hay divanes de terciopelo y estatuas neoclásicas. Pasa la tarde entera apurando un vaso de seltz, pero no se atreve a hablar con ninguno de los artistas —consagrados o bohemios— que por allí pululan.
xxxLejana ya la pubertad, no ha conocido mujer. Se siente alejado del festín de la vida, como un eunuco en una orgía. Piensa en pintar un cuadro magistral que lo redima de su insignificancia: un paisaje bañado por la luz bajo la atmósfera pulida del verano en Viena.
xxxEn el día de la prueba de ingreso, dibuja palacios, caballos, bosques. Cree haber dado lo mejor de sí mismo, pero, tras dos días de tortuosa espera, busca en vano su nombre en la lista de aprobados. Pide ver su examen y un profesor de cara rancia, vestido de gris, le hace ver que ha dibujado «pocas cabezas».
xxxSu madre acaba de morir. Habla con su tutor, Joseph Mayrhofer, y le promete que aprobará al curso siguiente. Durante un año se afana en captar con su lápiz la figura humana: una anciana vendiendo castañas, un mendigo en un banco, el rostro de Kubizck (su único amigo). Se siente acechado por el fracaso pero, al llegar la fecha, se presenta al examen y, contra todo pronóstico, lo supera.
xxxVeinte años después es un modesto y respetado artista que vive de sus pinceles, que huele a alcanfor y a casa limpia. Imparte clases particulares y realiza algunos trabajos por encargo, como esa Anunciación —no demasiado brillante— que cuelga en un lateral de la iglesia de Sta. Maria am Gestade.
xxxLos años le han dejado como gravamen un vientre ligeramente abultado y unos ojos fatigados y dóciles. Se ha casado con una mujer frágil y honrada, quien le ha dado un hijo al que han bautizado como él: Adolf.
xxxEs un hombre de bien, honesto, cabal, que a veces finge ser feliz. Liba el vino de la vida en vasos pequeños, y tal vez no le importa. Acepta que nunca ocupará el podio de la fama, que nunca levantará en las mujeres pasiones desatadas, ni despertará en los otros hombres la admiración o el asombro.
xxxPero, en las largas noches de invierno, lo asalta desde hace ya mucho tiempo una pesadilla recurrente y atroz. En ese sueño, él no aprueba su examen de dibujo y no consigue ingresar en la academia: durante años vive como un paria, un mendigo. La gente lo desprecia. El rencor anida en su pecho y apenas le deja respirar.
xxxEn ese mismo sueño se alista en el ejército imperial, acaba por fundar un partido político, arenga a muchedumbres enfervorecidas desde un púlpito improvisado, conoce la prisión y escribe un libro, gana las elecciones al parlamento alemán.
xxxEn ese mismo sueño declara la guerra a los demás países de Occidente, dirige divisiones acorazadas desde su despacho, manda la exterminio a miles de hebreos, conquista el amor de una mujer llamada Eva Braun.
xxxEn ese mismo sueño, él es un dios terrible y pavoroso que gobierna un imperio de hierro y de sangre. Bajo su mando se decide el destino de millones de hombres; las naciones pronuncian su nombre con un terror reverencial, sagrado.
xxxEn ese mismo sueño, en la extraña e intrincada tramoya de ese sueño, hay dolor, pólvora, desembarcos, trincheras, muñones, sepulcros, lodo, rencor y lágrimas.
xxxInvariablemente, el pintor vienés despierta, sobresaltado. Se asoma a la ventana y contempla las calles silenciosas, el rostro angelical de su esposa apoyado sobre la almohada. La realidad, razona con alivio, no admite sucesos tan atroces.
xxxY, sin embargo, sabe que en él anida el germen de ese otro, del monstruo que habita en el sueño: el que pudo ser y no fue. Siente miedo de sí mismo, pero también una cierta envidia. Porque al otro, al monstruo, al caudillo que nutre millones de tumbas, nunca hubiera podido borrarlo el olvido de la memoria de los hombres.
Moyano, Manuel. El oro celeste. Zaragoza; Xordica editorial, 2003.
SIN QUE NADA NI NADIE NOS AVISE
xxxxx9
xxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx…
xxxxxxxxxxxxxxen una de esas noches memorables
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxde rara comunión,…
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxJaime Gil de Biedma
Una mañana,
sin que nada ni nadie nos avise,
todo se romperá.
Es de las pocas cosas
de las que estoy seguro.
No habrá señales.
De pronto los aviones,
la luz
atravesando el vidrio azul de las
botellas
en ciertas habitaciones de hotel,
la comunión en noches memorables
no habrán servido para nada.
Ocurrirá
y seguirás oliendo como siempre.
Ahora, mientras tanto,
volvamos a la cama,
antes
de que seas un cuerpo entre la gente.
Un nombre más:
otra mujer, tan solo.
xxxxx22
Deja que todo
vaya
ocupando su sitio.
Ella no va a volver.
Te quedan el olvido,
los días, la ginebra.
Las páginas de todos esos libros.
No puede ser tan malo.
xxxxx23
Llevas hablando todo el día,
diciendo que, tal vez, si detuviéramos
el tiempo.
Una oportunidad, has dicho;
algo así,
alguna cosa parecida.
El tiempo detenido:
solo dolor, entonces.
Vuelve a explicármelo.
Tal vez lo merecemos,
pero no sé si es eso lo
que quieres.
xxxxx6
Llamas para contarme que regresas
a visitar Atenas nuevamente,
que tu pasión por Grecia sigue intacta
y que lamentas mucho
que yo no te acompañe.
Yo trato de decirte que los siento,
que son muy malas fechas, que no puedo,
pero los dos sabemos
que ya no me apetece.
Así que irás
y volverás diciendo no sé qué
de la cultura clásica, de nuevo.
Que si la trascendencia, que si la
belleza.
Alguna cosa sobre el equilibrio,
el orden, la pureza de
sus formas. Vamos:
lo mismo que les cuentas
a tus alumnos en el instituto.
A mí, qué falta de respeto.
Yo te diré que sí, que vale, que
de acuerdo.
Que está muy bien eso de las estatuas,
pero que a ver si ves
esa película de Bertolucci
con Eva Green haciendo de
Venus de Milo (solo con esos guantes negros),
no puedo hacerte nada,
no tengo brazos,
mientras Jim Morrison aúlla,
como desde otro mundo,
I’m a spy in the house of love,
I know the dream that you’re dreamin’ of
y todas esas cosas.
Y luego ya me cuentas.
A Grecia, dices.
xxxxx7
Lo pensarás un poco
(el recuerdo de las últimas veces,
tú y yo:
todas esas heridas)
y finalmente
abrirás la puerta.
No es una buena idea, pero créeme:
no hay nada mejor
que arrepentirse.
xxxxx11
No es posible seguir con atención las explicaciones sobre
xxxla primera declinación latina
xxxla ecuación de segundo grado
xxxla influencia idecisiva ide Johann Sebastian Bach en la his-
toria de la música y su papel preeminente en la consolidación
y el desarrollo de la armonía tonal
xxxla importancia idel ipensamiento ide la escuela económica
de Chicago sobre la conveniencia del ilibre imercado iy su im-
pacto en las economías mundiales
xxxlos iefectos idevastadores de la implantación del monocul-
tivo en las zonas más pobres del planeta ien ibeneficio ide un
modelo ide iconsumo icamicace, eje de las economías capita-
listas y cómplice en la inexorable inercia idestructiva de la hu-
manidad en su conjunto hacia ninguna parte
x
con
una erección brutal entre las piernas.
No se puede.
Una erección así lo imposibilita todo.
Vidal, Natxo. Mi parte de la pólvora. Madrid. Ed. Huerga & Fierro, 2018.
ESCUELA DE ARTISTAS
ÚLTIMA VOLUNTAD
No contenta con otorgarle un talento desmesurado para la música, la naturaleza también le había dotado de una intransigencia feroz hacia los gustos del que debía ser su público. Que el silencio de este hacia su producción se prolongara a lo largo de su vida y su carrera no hizo más que aumentar su singular empeño sobre sus partituras. Desde el amanecer, y hasta altas horas de la noche, tocaba su piano y escribía hileras incesantes de notas, prácticamente sin salir de su estudio. De forma que, cuando murió, los pocos que lo habían visto en los últimos años de su vida —el servicio de la casa, un par de médicos— atestiguaron que su continua inclinación hacia el trabajo lo había dejado encorvado, incluso jorobado.
xxxUno de los criados sabía leer música y había curioseado entre sus papeles, y una tarde silbó alguna tonadilla de su señor fallecido camino de las tabernas del puerto. Hasta las bestias más broncas de esos tugurios quedaron fascinadas con aquella melodía. Pocos días más tarde, nuevas y maravillosas canciones se multiplicaron por la ciudad. Los mismos empresarios que dieron la espalda al maestro en los inicios de su carrera no tardaron en disputarse el acceso a su estudio. En apenas dos meses se estrenarían tres sinfonías y dos óperas en los mejores escenarios del país.
xxxEn medio de la expectación, un periodista dedicó una tarde y una noche a escribir una larga crónica sobre el artista, que publicó al día siguiente y tuvo un gran éxito, aunque el autor no llegó a saberlo: había aparecido muy temprano en las afueras de la ciudad, tras entregar el texto a la rotativa no durmió en toda la noche, y ahora profería un discurso inconexo, presa de una demencia súbita y fulminante: se suicidaría a los dos días en su celda, en un hospital psiquiátrico. Más tarde, se sabría que el impresor que compuso el texto salió justo después a la calle y se arrojó a las ruedas de un carromato de gran tonelaje.
xxxLlegaron las distintas noches de los ansiados estrenos: en el mismo momento en que comenzaban a ejecutarse las piezas maestras, terribles incendios fortuitos fueron prendiendo uno tras otro en los edificios hasta asolarlos. Los supervivientes hablaron de risas terribles que procedían de todas partes, así como de sombras entre las llamas donde había podido distinguirse la silueta jorobada del músico.
xxxQue muriesen en circunstancias igualmente terribles los pocos empresarios, orquestas y cantantes que, a pesar del miedo que ya se propagaba, aún se aprestaron a ensayar otras piezas de aquel ingente legado —accidentes horripilantes, determinados por inexplicables coincidencias, siempre con algún testigo que refería las mismas risas y la misma sombra encorvada— terminó de convencer al país de que la cabezonería del maestro, su determinación a dar la espalda a su público, lo había acompañado más allá del umbral de la muerte.
xxxCientos de manuscritos de papel pautado fueron entregados a las llamas; idéntico destino corrieron los pocos dibujos que, con más imaginación que otra cosa, habían publicado los periódicos para dar rostro a aquel mito que debía desaparecer tan pronto como empezaba a ser forjado.
xxxAños después, aún se daba el caso de algún infeliz que, por conservar en la memoria alguna de las melodías del maestro maldito, cometía la imprudencia de silbarlas en público, siquiera de tararearlas a media voz. Se le degollaba sin miramientos.
YO ME QUEDÉ A VIVIR EN EL LENGUAJE
Yo me quedé a vivir un tiempo en el lenguaje. Sentí de esa manera, en mis paseos y bajo mis pies, los sólidos cimientos de la etimología: la rara exactitud de las raíces griegas, la ubicuidad un poco prepotente de la vieja Roma; la música enmarañada y perturbadora de las músicas árabes y hebreas. Arañaba mi cuerpo, cuando yo pasaba, el enramado exótico de la lejana Persia y la violenta sequedad de la cercana África; divisaba también, aquí y allá, de vez en cuando, místicos faros indios, la gravedad primera del sánscrito, y pude oír en la lejanía voces más viejas que Europa.
xxxDespués sentí cómo la flecha del tiempo que me impulsaba cambiaba su curso.
xxxAl fin, los ecos del pasado se van terminando y hay un silencio ahí delante que yo identifico con el futuro. Si en el pasado ha habido las voces discordantes, ruidosas y babélicas, en el futuro no logro oír nada. Y no sé si lo debe interpretar como la página en blanco de lo que debe ser dicho todavía en formas aún inconcebibles, acaso una telepatía que confirma ese silencio, un silencio preñado de ideas y sentimientos proyectados a la velocidad de la luz, la luz del pensamiento, la luz del corazón; o acaso es el silencio de una especie que por fin ha logrado su vieja aspiración de aniquilarse a sí misma.
xxxNo, no estaba equivocado.
xxx¿Había llegado la hora de la telepatía, allí en el demorado calendario futuro?
xxxNo, no, me equivocaba. Yo no podía oír ningún futuro.
xxxEstaba en el pasado como siempre. Y traté de servirme de la ciencia para escapar de allí.
xxxHay quienes creen que la telepatía prescinde del lenguaje y no es así, tal sistema crece y se extiende por los mismos vasos y ramas, desde las mismas raíces del lenguaje. El dolor y la distancia, el órgano y el impulso nervioso. Pero huyo al pensamiento tratando de explicármelo y dejo de oír también hablar a todas aquellas voces antiguas, ya solo me oía a mí mismo. ¿No era ya la hora de salir al presente y escuchar la voz de los otros? Oí el balbuceo de un mono y comprendí que era yo otra vez, que había regresado a la casilla de salida.
ILUSTRACIÓN, ROMANTICISMO
Todo el ruido del mundo confluye en una sinfonía, escribió el ilustrado en su último delirio. Y más tarde el romántico, ya sordo, compuso la última, definitiva sinfonía.
EL LIBRO QUE ALGUIEN SUBRAYÓ
Tomo prestado un libro de la biblioteca pública y compruebo con fastidio que algún lector previo ha ido subrayando, en casi cada página, sus muchas frases sentenciosas, ciertamente ingeniosas y con indudables atisbos de sensibilidad, de inteligencia o de verdad, pero que acaban pareciéndome, en su acumulación, un exceso de fuegos de artificio. Bueno, no me gusta demasiado, pero tampoco me disgusta lo suficiente como para abandonarlo y sigo navegando sin demasiada curiosidad por su chisporroteante, inocua trama.
xxxA mitad de novela me sorprende descubrir que aquel lector previo dejó de repente de subrayar, lo que me sorprende y me fastidia, y me sorprende ahora, sobre todo, mi fastidio. ¿Por qué dejó de hacerlo? Sigo encontrándome prácticamente en cada página todas aquellas sentencias y frases que, estoy convencido, aquel lector había subrayado si no hubiera sido víctima de su pereza súbita.
xxxAntes de darme cuenta, tengo un lápiz en la mano y sigo leyendo el libro subrayando aquí y allá todo aquello que ese lector que me precedió debía haber subrayado. Y esta también te habría gustado, ¿no es así?, me digo. Y esta, y esta, y esta. Procuro terminar pronto la lectura de aquella novela intrascendente, acelero el pasar de sus páginas conforme me acerco a su final: cuarenta páginas, veinte, diez, cinco, sin dejar de hacer todos aquellos subrayados hasta llegar a la última página, su última palabra, momento en que corro a la biblioteca para devolver aquel libro fastidioso, ya terminado de subrayar, y olvidarme, librarme de una vez de él.
ILUSIONISTA
Un mago y su prodigio: hacer que aparezcan o desaparezcan del escenario objetos, animales, un ayudante, algún que otro miembro de su público. Él tenía un talento diferente, pues solo podía hacer que fuese él mismo quien desapareciera; de una forma tan absoluta que sus espectadores jamás se hartaban de su número: también lograba desparecer de la memoria de todos.
xxxPor eso, solo cambiaba de ciudad si se aburría. Nadie lo conocía nunca. Noche tras noche, de teatro en teatro, su vida se repetía como una eterna novedad para los otros mientras él soñaba con su desaparición definitiva.
EL METÓDICO LECTOR
Era un lector metódico, de los que ya no quedan; incapaz, por ejemplo, de dejarse a medias una novela, cualquiera de ellas, por mediocre que resultase. Pero su talón de Aquiles lo constituían los periódicos: podía prescindir de la ficción, mas ¿cómo iba a procesar la realidad de ahí afuera sin devorar la prensa diaria de cabo a rabo, cada uno de sus artículos y reportajes, sus columnas y editoriales, hasta la más mínima nota?
xxxPoco a poco, la variedad y la extensión de los tabloides existentes en el mercado lo fueron sobrepasando y debió dejar para el día siguiente los ejemplares del día de hoy. Durante varias semanas se esforzó por recuperar ese día perdido, un hoy que huía sin remedio, pero sus trabajos y obligaciones ampliaron la demora: dos, tres, cinco días, una semana… Su actualidad fue atrasándose despacio, de forma irrevocable; se hacía más y más grande, insalvable, la grieta que separaba el día del que trataba de informarse, hasta el más mínimo detalle, del día en que su cuerpo, que no su mente, habitó sin remedio, con una inconsciencia y una ignorancia que le producían un vértigo irresistible.
xxxTerminó arrojándose al vacío desde el séptimo piso de su casa. Las hojas de un periódico con fecha de cinco o seis años atrás revoloteaban alrededor de su cuerpo destrozado, todas ellas con noticias de un mundo extinto hace mucho salvo aquella, inexplicable para quienes encontraron su cadáver, que daba la noticia exacta de su caso y su suicidio.
López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.
UN SOPLO DE TODOS NOSOTROS BASTARÍA
xxAgasajando el cuerpo, con la durmiente tarea de olvidarlo casi todo, me dejo caer entre las sábanas mientras arde parte de una región de este país. Las secuencias que me llegan tratando de acomodarme al silencio interior son de una luminosidad destructora. Un feo hombre, que da órdenes sin saber cómo coordinar tanta desgracia, se fuma un cigarrillo mirando por el ventanal de su bien amueblada oficina. Ayer cenó parrillada de mariscos y sangría. Baja la mano para buscar algo en el cajón, unos papeles que le comprometen. Más allá unas familias salen corriendo mientras giran la cabeza como la mujer de Lot, temiendo que todo cuanto poseen lo arrasen las llamas. La naturaleza se ceba de nuevo donde la sal cayó hace tiempo, la que vertieron «ellos». Comienzo a sentir una profunda tristeza por los pinos que no volverán a crecer, ni las orugas que se arrastraban sobre sus rasposos troncos. Miro de cerca las mariposas que ayer volaban y ya no están. Siento la brisa de un intenso revolar de pájaros a lo lejos. Los hombres que custodian la ciudad se precipitan para apagar las llamas, pero el incendio camina hacia nuestros corazones. Un soplo de todos nosotros bastaría para alejarlos, para que las llamas se inclinasen del otro lado y ardiesen del revés. (Ante el televisor)
García, Concha. Los antiguos domicilios. Sevilla; Ed. La Isla de Siltolá, 2015.
LOS POEMAS 1 Y 21 DE ‘MI PARTE DE LA PÓLVORA’
xxxxx1
Los mejores hoteles.
Los locales de moda, solamente.
Ginebras importadas, cigarrillos
caros.
Únicamente marcas exclusivas.
Entradas VIP, pasajes preferentes.
Me acuerdo bien de todo.
De modo que
vamos a hacerlo como a ti te gusta.
No te mereces un dolor cualquiera.
xxxxx21
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Noelia Illán
Habrás oído
todas esas canciones, hablando de cosas tan hermosas.
De todas, Aunque no sea conmigo
es
mi favorita.
Ya sabes, todo aquello
de que si ahora tienes
tan solo la mitad/ del gran amor que aún te tengo/
puedes jurar/ que al que te tiene lo bendigo,/ quiero que seas feliz/
aunque no sea conmigo.
O Confesión, ¿recuerdas?
Un tango anti persona
que te rompe el alma:
Hoy, después de un año atroz, te vi pasar:/ me mordí pa no llamarte./
Ibas linda como un sol…/ Se paraban pa mirarte./ Yo no sé si el que
te tiene así se lo merece,/ sólo se que la miseria cruel que te ofrecí/
me justifica al verte hecha una reina,/
pues vivirás mejor,/
lejos de mí.
O esa ranchera milagrosa,
con la letra más cursi de la historia:
Ojalá que te vaya bonito,
ojalá que se acaben tus penas.
Que te digan que yo ya no existo,
que conozcas personas más buenas.
Habrás oído
todas esas canciones, todo lo
que dicen.
Olvídalo:
yo también he pensado mis deseos,
ahora que me han dicho por ahí
que estás muy guapa
y que lo vas contando:
que yo soy el pasado,
que todo es diferente y es mejor
(comer
dormir
tumbarte sobre el césped)
desde que no soy yo quien te acompaña.
Voy a decirte algo:
durante mucho tiempo
te quise
como quieren los perros a su dueño.
Pero no te equivoques
(cuesta mucho decirlo,
ponerlo por
escrito):
yo te deseo lo peor,
una espiral sin fin de sufrimiento.
Cien dolores pequeños cada noche,
todas las noches de tu vida.
Y que todos los dientes se te caigan
cuando sea otra lengua y no la mía
la que se meta dentro de tu boca.
Vidal, Natxo. Mi parte de la pólvora. Madrid. Ed. Huerga & Fierro, 2018.
DIRTY REALISM
DIRTY REALISM
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxRaymond Carver. In memoriam.
Raymond Carver relata. Escribe cuentos.
No del brillo letal que riza el oro
o pule la esmeralda —u otras piezas
de valor similar—.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxSu voz se adhiere
a lo que siempre tuvo
esa condena eterna de lo anónimo.
También de lo cercano:
el abismo y el vértigo —segura-
mente el vértigo más duro:
la soledad acompañada—
de unos seres normales:
vacíos personajes que devoran
su angustia en la hamburguesa
frente a un televisor que muestra astillas
de un mundo amurallado
junto a una carretera solitaria
en Minnesotta. Equivalente muestra
de lo que no muy lejos de tu casa,
a miles de kilómetros de aquéllo,
tristemente sucede.
Relata. Escribe cuentos.
El duro desencanto
de un divorciado frente al whisky
que lentamente mata, o el oficio
de un viejo y repetido oficinista
—una misma desidia, un mismo tedio,
una idéntica angustia ante la noche
repartida en el aire
del colectivo anonimato—.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxRosas
mustias, fragancias sin retorno, huecos
de luz confusa, calles sin salida,
cuerpos hacia el abismo
que solo se conocen por llevar en los ojos
un parcial anticipo de ese abismo.
Nacido en Oregón. En su paisaje
habita la grandeza de lo próximo.
Con un borde de asombro percibimos
su rara condición de americano.
Rico, Manuel. El muro transparente. Madrid; Ed. Libertarias, 1992.
RENGO WRONGO
Durante el tiempo
que dure este poema
te vas a llamar Wrongo.
Yo me llamaba Jorge,
ahora igual que tú
soy Wrongo.
Wrongo, el que sospecha
que DECIR SÍ A LA VIDA
CON TODOS SUS ABISMOS
no deja de ser pose grandilocuente
o autoengaño romántico
¡Una tarta de crema contra el rostro de Nietzsche!
Wrongo, el que intuye
que lo que sí tendría mérito
es decir sí a la vida
con todas sus miserias.
En fin, el cojo Wrongo, el rengo Wrongo.
La dinámica de acumular poder
y la dinámica de cuidar la vida
mal que le pese a Nietzsche 5.0
o a cualquiera de las versiones anteriores
no son —barrunta Wrongo—
compatibles
Reemprender el diálogo —defiende Wrongo—
entre cumbres y valles
entre arado y besana
Armonizar de algún modo
el topo con el águila
el saltamontes con el león marino
Reivindicar que la convivencia es posible
entre pleamar y bajamar
entre selva y cartero
entre cristal y espuma
Equilibrar
aquellas tres nubes casi perfectas
en aquel cielo casi vacío
Y no olvidar
aquella sublime declaración de amor
plasmada en un grafiti madrileño
que evocaba el poeta Eugenio Castro:
Te quiero porque tienes los pies planos
Wrongo hizo la mili
con el soldado Schweik
aprendió a montar en bicileta
con Alfred Jarry
estudió coctelería y apicultura
con Sócrates el griego
y fue iniciado
en el más salvaje erotismo místico
por Emily Dickinson
Con tal colección de antecedentes
no debería sorprender
que sus capacidades de adaptación social
dejen que desear
Ha llegado el momento
—estimaron Fiodor Dostoievski y Gabriel Celaya—
de tirarles una botella a la cabeza
Pero en vez de eso
cogieron la botella
y se sirvieron una copa
dispuestos a urdir una alegría provisional
Con timidez, Wrongo solicitaba que le dejasen sentarse
a aquella mesa grasientamente hospitalaria
Wrongo sufría
verdaderas dificultades para tomarse en serio
los paradigmas dominantes
No era afán de protagonismo
ni ganas de joder:
se trataba más bien de una auténtica incapacidad
¿Incapacidad congénita
para el aburrimiento consensual
o síndrome de hiperactividad infantil
no diagnosticado no reconocido no tratado
hasta hoy?
Hypotheses non fingo
Constatemos sólo
su afición por las veredas laterales
el ajoblanco con uvas
y las trochas comidas de zarzal
Quienes creen
que en el mundo sólo hay cazadores y presas
contribuyen eficazmente a crear ese mundo abominable
donde sólo hay cazadores y presas
Pero en el mundo, claro, hay mucho más
—se decía Wrongo absorto en la belleza
de los tres pájaros posados un instante
sobre la antena de televisión
Si se le pide a Wrongo
una definición de ser humano:
animal que camina al borde del abismo
Un adolescente espigado
y deseoso de hacer carrera como DJ
pregunta a Wrongo
qué es la vida.
Vaya pregunta imposible
antes del siglo XX:
ninguna contestación honesta
hubiera bajado de mil páginas.
En cambio ahora
—también en este ámbito hay progreso,
quod erat demonstrandum
frente a quienes querrían arrinconarnos
dentro de su fosca caverna imaginaria—
en cambio ahora
seré breve:
la vida es sencillamente
lo contrario del marketing
Wrongo dice:
qué haremos
con las montañas de cenizas tóxicas
de los deseos no realizados
la rebañadura de los envidiosos
y el daño a los inocentes
Amigos y amigas
de lo posmoderno:
¿recordáis —interroga Wrongo—
que el introductor de Lyotard por estos pagos
fue aquel joven y brillante intelectual español
llamado Federico
Jiménez Losantos?
Tanta pantalla de plasma
—suspira Wrongo— impide ver
lo que uno tiene delante de los ojos.
Conocimiento es poder:
y quien se entrega al poder
traiciona al conocimiento.
Con diecisiete años
una generosa infusión de datura
lo transportó muy lejos
Conversó con el Diablo en la calle Doctor Esquerdo
recibió una importante confidencia de Rimbaud
llegó a su casa sin pantalones
y durante tres días con sus noches todas las superficies
fueron brillantes enjambres de luciérnagas
trabajando para que la vida psicodélica
desbordase cualquier frontera o límite
Desde entonces sabe
que no hay ningún alucinógeno
más potente que la poesía
Wrongo habla con pocas imágenes
porque es harto consciente
del poder titánico de las mismas
Una imagen con la espoleta equivocada
puede matar a un hombre
Una imagen con el temporizador alterado
puede hacer saltar por los aires
toda una ciudad
Wrongo aconseja:
si te aburres, no escribas.
Si te diviertes, no escribas.
Aguanta. Y sólo
cuando estés más allá de tedio y diversión
echa mano del lápiz
y anota entonces
sólo una palabra
Los novelistas hablan
de la felicidad que supone terminar una novela
Porque ellos y ellas
sí que terminan:
punto final, y ved:
soy el creador de este mundo
responsable como dios
autosuficiente como dios
inalcanzable como dios
En cambio
un poema —o un libro de poemas—
no tiene punto final
Se escribe la última línea
y no se siente una felicidad especial
y desde luego se encuentra uno
en las antípodas de la autosuficiencia
Es alimento
pero da más hambre
Tiene sustancia
pero acerca al vacío
Ni publicado —aunque entonces
se desentiende uno—
está terminado
en ningún sentido significativo
Wrongo lo dice muchas veces
sin la menor coquetería:
sólo acaba de escribir el poema
el encuentro con el lector
con la lectora
Esa forma de escritura
mucho más vacilante y frágil que la novela
no crea mundos como ella:
los celebra
los interroga
los goza
los cuestiona
los atraviesa de parte a parte
como rayo de sol
o entrega urgente
o puntada de hilo
y sólo al incorporar alguien
el poema a su vida
éste puede darse
provisionalmente
por terminado
Wrongo escribe frenéticamente cartas
a los jóvenes poetas
«Mi querido señor Wappus
o Rappus
ya no recuerdo bien, pardiez
en mi neuronal estrechez
cómo se llamaba usted:
No piense tanto en lo que quería decir
Oiga en cambio de verdad
lo que realmente ha dicho
y déjese sorprender»
A los poetas
que de verdad empuñaron un revólver
—Wrongo piensa en René Char
o en Roque Dalton—
no se les ocurría fantasear
con que la poesía fuese
ningún arma cargada de futuro
Wrongo sigue pensando
que Brecht y Juan Ramón
no son antagonistas
sino complementarios
Riechmann, Jorge. Rengo Wrongo. Barcelona; Ed. DVD, 2008.
CASA DE CAMPO
Las mañanas de invierno,
esas mañanas frías,
sin celaje, ni niebla, cuando el aire
es pura transparencia y los objetos
despliegan su forma y colorido
con la violencia propia
del desnudo absoluto, extienden
por la Casa de Campo un anticipo
del tiempo posterior, una avalancha
de lo que el viejo marzo
nos dejará en la mano cuando arribe.
Respiramos la luz. Hacemos propia
la duda que se arrastra
en los ojos gastados de esa joven
que, con medido ritmo, avanza
alrededor del lago, busca acaso
tu rostro entre los árboles.
Probablemente sea
el chandal amarillo, el salto leve
de los senos ocultos e intuidos
—oh vaivén reiterado
de lo abundante, tenso e inmaduro
que su carne delata—,
el hueco donde habita
lo que te identifica con su duda.
Es la Casa de Campo
de la fría mañana de febrero.
Rico, Manuel. El muro transparente. Madrid; Ed. Libertarias, 1992.
TODAS LAS COSAS PRONUNCIAN NOMBRES / MURO CON INSCRIPCIONES
DESAPARECEN las eras
y se construyen chalés adosados
desaparecen los ríos
y se construyen autopistas
desaparecen los hombres y las mujeres
y da miedo mirar oler decir
lo que están construyendo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«get ready for the future: it is murder»
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLeonard Cohen
EN PAÍSES donde no hay televisión
hay escuadrones de la muerte
Donde hay televisión
suele bastar con el fútbol
el body-building
y los programas-concurso
Pero si no basta el fútbol
siempre pueden volver como último recurso
los escuadrones de la muerte
incluso en los países donde hay televisión.
EL BIEN ya no es lo que era
el mal ya no es lo que era
la identidad ya no es lo que era
la alteridad ya no es lo que era
la posmodernidad nunca fue lo que era
el sujeto ya no es lo que era
el objeto deja mucho que desear
la ciencia ya no es lo que era
el mito de ninguna manera es lo que era
la verdad ya no es lo que era
y la ficción para qué contarles
el capitalismo
caníbal
sigue siendo
lo que era.
SOMOS casi cuarenta millones de seres humanos.
No digo que sobre nadie.
Somos menos de noventa osos pardos.
Digo que faltan muchos.
QUIENES ponen
el cartón dentro del contenedor de plástico
y el vidrio lo mezclan con la basura orgánica
sencillamente son incapaces de poner el corazón en el viaje
la verdad en la calle
la mano en la caricia.
VIVIR es pasar
de una prisa a una urgencia
de un terror a un naufragio
de un golpe a otro
pero sólo vives
si en medio de ese tránsito
sabes construir un nido.
LOS LABIOS
no desgastan el cuerpo:
lo recrean
La luna nace
cada plenilunio
La derrota
no es el final de una lucha
sino el comienzo de otro aprendizaje
Nada de esto lo ignoras
Hace años que vivimos juntos
pero si abres los ojos ahora
sé que veré una luz desconocida
UNA VEZ
por encima del tiempo, dice la lengua inglesa
para abrir desde dentro las puertas de la fábula.
Una vez por encima del tiempo
nos encontramos.
De una vez por todas
por encima del tiempo o a su lado
abrir el panal de la luna
beber la leche de la memoria
sosegar la premura del cerezo
fundar una morada.
«LA VIDA comienza a novecientos kilómetros por hora»
dice el eslogan de una compañía aérea.
«Damos respuesta a todas tus necesidades»
dice el eslogan de una transnacional de las telecomunicaciones.
Sé que volverse peatón anoréxico
no es una solución muy elegante
e incluso si se piensan las cosas hasta el fondo
no es una solución en absoluto.
Pero hoy once de noviembre de mi rabia
a las dieciocho cincuenta y cinco de mi asco:
quien por acaso sepa de algún otro remedio
capaz de aliviar la náusea
abismal
que me derrumba hacia dentro
que levante la mano.
xxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxxxxxxOtro poema de la experiencia:
xxxxxxxxxel encontronazo con la realidad sucedió en este caso
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen la Embajada de Francia en Madrid
EN la ontología dominante
los seres del mundo se dividen en empresas
y particulares. Yo
no existo
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen los días en que juzgaba a Scilingo
CUÁNTOS fueron
Cuántos fueron
No basta que me digan treinta mil
Yo necesito saber
si 29.998
ó 30.112
Díganme cuántos fueron
SUFRIR no sirve de nada
dice el poeta: yo
me lo repito una y otra vez
Sufrir no da derechos
no mejora el corazón ni la cabeza
Sufrir no da derechos
Sufrir es sufrir
es no estar muerto todavía
no da derechos
sufrir es sufrir
todavía.
ME GUSTARÍA no saber palabras
como lixiviación
autosoma
disruptor endocrino
actínido
efecto Grenzach
pero una vez las sé
lo que no puedo hacer es vivir
como si no las conociera.
HAY demasiada autocomplacencia
demasiado exhibicionismo
demasiada imprecisión
demasiada cobardía.
Hay demasiados gestos
demasiadas reticencias
demasiada iluminación nocturna
demasiada penumbra diurna.
Hay demasiada moral
demasiada grasa
demasiados sustantivos tomados en vano
demasiado convencionalismo anticonvencional.
Hay demasiado esfuerzo
demasiada avaricia
demasiada prisa
demasiado pesimismo autogratificante.
Hay demasiado de mí en estos poemas.
Pero no hay
la suficiente rabia
ni el suficiente amor.
De eso
nunca hay bastante.
LA LUCHA
no se decide en las calles
sino en los callejones
de la conciencia
NO IMPORTA quién lo dice.
Importa lo dicho
y cómo dialoga con la piel del mundo.
Si la rasga o la cura,
si calor o veneno.
Riechmann, Jorge. Todas las cosas pronuncian nombres. Muro con inscripciones. Barcelona; Ed. DVD, 2000.
CHAQUETA DE PANA
CHAQUETA DE PANA
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«Grandola, vila morena
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxterra da fraternidade…».
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxXose Afonso
xxxxxI
No raída. Si acaso
un brillo matizado en las coderas, restos
de una hierba inicial, tenues señales
de tabaco de pipa, tal vez briznas
de un pétalo anterior, aquel que supo
a Portugal y a nube, a beso urgente,
quién sabe si a domingo, a tarde plana
y a papeles exhaustos, derribados
sobre el puro escritorio adolescente.
Abandonada.
xxxxxxxxxxxxxSometida
en la quietud de sombra del armario
a la muda pasión de la polilla, vieja prenda
por fin acostumbrada al pozo informe
que nutre el aposento del olvido.
xxxxxII
La hueles a traición y con urgencia.
Como si un voyeur, tras la cortina,
pudiera sorprenderte en ese acto
y azuzar los caballos de la culpa
al gesto o tentación que es un instante.
La hueles. Tocas
el brillo frío de su forro ajado.
De súbito, a ti acude
un extraño temor, rondan preguntas
por tu mente vencida, por tus ojos
cazados por la luz deshabitada
de la humilde chaqueta que hace tiempo
dejó de ser costumbre.
Y te asedian. Te cercan las preguntas.
Te someten.
xxxxxIII
¿Qué buscas? ¿Qué gozo o qué desaire,
qué traición o qué manos, qué perfume
o canción, qué golfería
intentas retener mientras contemplas
su tono de melaza algo apagado
por tiempo y abandono?
¿Qué preside tu sed?
¿Qué incierta geografía, qué canto entre la hierba
de los años tempranos,
qué perdida pasión entre sus hebras
te conduce o te acampa
en sus proximidades?
¿Qué gesto colectivo, qué mañana bebida
con cerveza, qué amenazada noche,
qué maraña de asombros y de hazañas?
xxxxxIV
Todo un tiempo resume: aquel que crece
en el turbio portón que derribamos
sólo un poco. El que tuvo un clavel,
mustia materia a pesar nuestro,
en la solapa. El que compuso
un horizonte de imperfecto vuelo.
Oh símbolo del viento derrotado.
Oh chaqueta de pana sorprendida
entre ropa de desuso y viejos discos.
Rico, Manuel. El muro transparente. Madrid; Ed. Libertarias, 1992.
EL DÍA QUE DEJÉ DE LEER EL PAÍS
PRIMEROS BROTES DE PRIMAVERA, 1996
¡El mérito que tiene ser árbol
en una ciudad como Madrid!
Pero pensándolo bien:
¡el mérito que tiene ser cartero
oficinista limpiadora dependiente médico homeópata
o simplemente ser humano
en una ciudad como Madrid
y no les digo en otras!
MENINA DA RUA, 1994
¿No sería posible
que yo
volviera a nacer?
pregunta
una niña de la calle en Brasil
y lo transmite el periodista Dimenstein
que ha investigado esa masacre
—»un proceso sistemático de aniquilamiento:
a los niños se los tortura
se los aterroriza
se los prostituye»—
con riesgo de su vida.
Consideradas las cosas fríamente
y tras un somero cálculo de probabilidades
se impone la conclusión de que habría
que devolver a la realidad
a esa chiquilla:
¿cuántas veces
desgraciada
cuántas veces
tendrías que volver a nacer?
COMPETITIVIDAD (II)
Quienes van muy deprisa hacia ninguna parte
cierran el paso sin un sólo resquicio
a quienes queríamos llegar lentamente a un destino.
ISLA DE BEDLOE, 1996
La libertad se halla
dentro de una estatua francesa
confinada en una pequeña isla
en la desembocadura del río Hudson.
El resto del país
se las arregla como puede.
LUCHA DE CLASES, 1995
La gran noticia
de 1995: la prensa burguesa —redundancia
en 1995— descubre
las historias de cama de Bertolt Brecht
con un retraso de sesenta años.
MILITANTES, 1996
Son la sal de la tierra
pero la tierra
necesita también
un poco de pimienta
y quizá otras especias.
ESTADÍSTICAS, AÑOS NOVENTA
Entre 1975 y 1990
murieron más personas asesinadas
en las calles de Nueva York
que norteamericanos en la guerra de Vietnam.
Cuando acabe el siglo
más españoles habrán muerto en accidente de automóvil
que en la guerra de España.
Las luchas por la libertad
no se detienen.
NUEVO GOBIERNO, 1996
Los mismos que empobrecen a los pobres
tachan la fertilidad de la tierra
privatizan lo que es de todos
desforestan el sentido de las palabras
cercenan los vínculos entre aquí y allá
se presentan como príncipes de la cultura.
Eso no me hace desconfiar de la cultura
pero sí me hace
aborrecer doblemente a tales príncipes.
HUMANISMO ARMAMENTISTA, 1995
El diario anuncia que
las minas antipersonales
causan 26.000 víctimas al año
en todo el mundo
xxxxxxxxxxx(«existen i350 itipos de minas, con un costo que varía
xxxxxxxxxxxentre ilas i250 ipts. iy las 30.000pts; las más macabras
xxxxxxxxxxxson las fabricadas para los niños, en forma de maripo-
xxxxxxxxxxxsas o juguetes. (…) Se han encontrado minas de fabri-
xxxxxxxxxxxcación xespañola xen xMarruecos, xMauritania, xIslas
xxxxxxxxxxxMalvinas o Irak…»)
informa también que
las empresas que
fabrican las minas son las mismas que
venden también costosos programas de desminado
programando así sus beneficios
por partida doble
y titula el conjunto ARMAS INHUMANAS
Lo leo hasta el final
curioso por averiguar cuáles son las armas
HUMANAS
pero no salgo de dudas.
LA RELIGIÓN EN NUESTRAS ESCUELAS, 1994
El problema
es intentar enseñarles cómo orar
sin enseñarles antes a inventar al dios.
ELEGÍA, 1996
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen memoria de Francisco Tomás y Valiente
Si pudiera
corregir la mañana del 14 de febrero
como quien corrige un poema
a las 10’48 no se hubiera encontrado
tu cuerpo
con las tres balas del asesino.
Todos hablan de lo que simbolizabas
de la importancia de tu obra
Los símbolos no inspiran piedad
La obra no da calor
odio a quien con tres balas
te convirtió en un cuerpo muerto.
Nunca más compartiré con los asesinos
ni con los amigos de los asesinos
el vino ni la leche que dan al cuerpo substancia.
Si pudiera
corregir mis sentimientos como quien corrige un poema
el desprecio de hoy lo dejaría intacto
sin cambiar ni un acento.
HOW TO SAVE THE WORLD
Poetas escribiendo
incontables poemas
para salvar el mundo
El mundo que se ríe
halagado
y les pasa la mano por el pelo
antes de ponerlos en su sitio
con un cáancer
una erupción volcánica
o una guerra mundial
RETRATO DE GRUPO CON PESTILLO, 1995
En la fotografía estamos
Gonzalo Rojas y su hijo Rodrigo;
Mestre y Aleja la del arcoiris, Fernando Beltrán,
Parreño aparreñando libro nuevo, Natividad
con el collar que todas desean,
yo indirecto en cuclillas.
Al fondo las tetas cósmicas de la estatua
y en manos de Gonzalo el pestillo
que Fernando rescató del contenedor de basura.
La hicimos porque sí, por estar juntos.
No hay ninguna puerta
que no pudiera abrir este pestillo.
Esta foto es el país
donde yo quiero estar.
LO QUE UN POETA PUEDE HACER
CON LAS MANOS ATADAS A LA ESPALDA
Pegarle
una patada en los cojones
al enemigo de clase que lo ató
Hacerle
concienzudamente el amor
a su chica maliciosa que lo ató
Riechmann, Jorge. El día que dejé de leer El País. Madrid; Ed. Hiperión, 1997.
EL MURO TRANSPARENTE
EL AZAR ESPERADO
Si, por azar, me tocas.
Si tus dedos encuentran el abismo
de mi piel cuando el último
cigarrillo del día nos revela
la senda oscurecida de la cama,
ten la certeza, dama irresponsable,
de que habrás desbocado
la feria del instinto,
de que el paso inmediato de mis manos
será buscar el límite inseguro,
la frontera adorada
que tu duda dispone por la ingle
hasta desbaratarte.
TINTA Y PIEL COMPLEMENTARIA
En la tinta se arriesga
el acierto o la luz de la palabra.
Cuando la voz se prende o se obsesiona,
baja al papel movida por tu mano,
tórnase en escritura,
nada tiene remedio. Es tuya, propia,
tan sólo parcialmente.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxAsí tu carne,
es invento feraz que adquiere cada día
el brillo peculiar que precipita
sobre tu cuerpo tembloroso la nevada
de mínimos detalles, quién sabe si insolencias,
nacidos en el piélago cansado
del crepúsculo.
xxxxxxxxxxxxxxxAsí tu carne,
flor extensa, sometida
al maleficio torpe de mis manos,
es tuya
tan sólo parcialmente, en la medida exacta
que la caricia ordena,
ese afán prodigioso
—teñido por la magia del cointreau
y por la voz quebrada de Brassens—
de hurgar tus curvaturas poco antes
de salir a la calle a conocernos
más allá de la piel investigada
con pasión en el blando territorio
que habita en los divanes.
AMOR EN AUTOMÓVIL
El coche detenido,
isla o cala o desierto,
como un vagón inútil
bajo asedio de estrellas.
Tus muslos,
ah remanso de fiebre voluntaria,
a su luz sometidos, a la sed
de la inexperta mano que despieza
la euforia no esperada
de un amor descubierto en el tumulto
de la noche.
xxxxxxxxxxxxxBuscábamos
la oscura soledad de las afueras
—carreteras desiertas,
antiguas estaciones, descampados,
dunas donde el prodigio del contacto
sembraba de parejas no visibles
la bruma ilimitada, el territorio
de la provocación oscura, acaso
la vieja latitud
donde pasión y urgencia se articulan
en el procaz reverso
de la ropa interior investigada
con loca obcecación—.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxBuscábamos
la magia de la bruma para hacernos
algo más dioses,algo
más libres, algo más insolentes.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxFértil
candil de aceite largo, vieja
y tenaz vocación que nos alumbra,
a pesar de los años transcurridos,
en el fuego y el agua del presente.
Rico, Manuel. El muro transparente. Madrid; Ed. Libertarias, 1992.
ITINERARIO
CUBILETES DE MUSEO
En qué cenas sirvieron para jugar a dados,
cuando hacían sus dueños un alto en el camino
de la fiesta perenne, yo no puedo saberlo,
ni aun lo quiero; el misterio del pasado perdure
y el verso ofrezca al alma lo que la historia niega.
Expuestos en la aséptica sala de algún museo,
han perdido el sentido que en su tiempo tuvieran.
Los describe algún crítico de la siguiente forma:
«Respondiendo a la escueta idea que tenemos
de lo clásico ahora,
un corro de esqueletos baila en altorrelieve
alrededor del vaso».
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx¡Contrapeso perfecto
en la fiesta nocturna donde, quizá, se usaron
entre risas y mofas!
Podéis imaginar a aquellos comensales
embotados de vino, con sus risas de mosto,
fétidas y patéticas.
¡Cuánta copa escanciada para ahogar el espíritu:
esa conciencia trágica, insaciable, del hombre!
Pero antes se consigue herir con hierro el mar
o el viento que rendir la inquietud de una mente.
Tristes hombres que arrastran su vida se han reunido
en una finca rústica, en el Boscoreale.
Ninguno de ellos piensa en la mañana impúdica,
la que con frescos dedos levanta cobertores
y destruye el letargo con sus alas de frío.
Sin término imaginan la noche, ¡tan propicia
a la desesperanza! La penetran, se enfondan
en la espiral fantástica de la inconmensurable
tiniebla, y en las chácharas groseras se deleitan;
se pierden entre juegos…
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxSuenan los cubiletes
—que aún no son de museo—
en sus manos deformes y grasientas, artríticas.
Y, en el mínimo ámbito del cubilete, muestra
su presencia de muerte el ruedo de esqueletos.
Iguales en la forma post mortem, algún rasgo
distintivo desvela su rango cuando, vivos,
los cubría la carne:una lira, una máscara…
Y una inscripción, punteada a estilete, a su lado,
simula la existencia, a quien ya no la tiene,
por la gracia de un nombre que los hombres recuerdan:
Algo así es la gloria.
Sin duda, entre el clamor de risas y de dichos,
se infiltra algunas veces
la gélida consciencia del sinsentido trágico
en uno de los césares del báquico festejo;
es quizá al recoger el vaso con los dados,
pues, en vez de al instante alzarlo por los aires
en volteo sonoro, se detiene a mirarlo
y va entre las guirnaldas del relieve leyendo
los nombres de los hombres que fueron los espectros.
Junto al nombre de Mosco o Menandro, más amplia
inscripción en la base del vaso así le dice:
«Los grandes escritores, los profundos filósofos,
incluso ellos mueren;
sus lectores, nosotros, sepámoslo y bebamos».
Seguramente entonces la tirada es más rápida,
gesto lleno de rabia que nadie al fin podría
interpretar como acto de desesperación,
pues el instante lúcido en un trago de vino
zozobrará y el césar reflexivo, escapado,
se lanzará de nuevo al juego, a la inconsciencia.
ANTON WEBERN
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Luis Antonio de Villena
¿El ángel de la muerte o el ángel del destino?
Acaricias tu obra con manos de nodriza,
mimas su perfección en días que no acaban
sino con un cansancio que los ojos acusan;
ignota, mas no importa —porque tú eres consciente
del poder de convocatoria que le insuflas—.
Un día llegará en que venga la gloria.
Mientras tanto soportas persecución, penuria,
dos guerras, remoquetes de cualquier tipo y tono
porque eres judío, como Schöberg y Mahler,
encerrado en la obsesa búsqueda inexcusable
cada día, cada hora, del perfecto absoluto.
Y cuando en la mañana de ese día esperado,
con su alba de periódicos, que vienen de New York
y London propalando el genio de tu arte,
al salir al jardín de tu casa una bala
cerrada te da muerte; nos preguntamos todos:
¿El ángel de la muerte y el ángel del destino
son uno mismo? Y nadie contesta a la pregunta
desde que el mundo es mundo.
EJERCICIOS DE SOLEDAD
xO ARIADNA DEL AMOR
(PRIMER SOLILOQUIO)
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Ernesto Sánchez-Grey Venegas
«Afrontaré los lechos, ¡tan grandes y tan fríos!,
otra vez solitaria.
El deseo de nuevo hará presa en mi carne
y el hombre más ridículo me podrá poseer.
Me verán, como loca, en mi terraza, abrir
al fresco de la noche veraniega mis gasas,
ansiosa de varón, después de tantos días
de carencia de cuerpo. Todos los centinelas
del palacio del rey saciarán sus instintos
contemplando mis carnes.
Seré la hembra de toda esa grosera legión
de miradas lascivas, en la lobreguez húmeda
de los puestos de guardia.
Y cada vez que encuentre al amante de un día,
con él también vendrá la inevitable angustia
de volver a afrontar cara a cara el vacío.
El cuerpo para siempre tibio; y esos amantes…
¡migajas de los dioses menos misericordes
que buscan alargar por tiempo indefinido
la absoluta frialdad que conduce a la tumba!
Ya no podré ocuparme en ningún quehacer lento.
Será apresuramiento mi angustioso vivir.
Mi instinto violará de nuevo toda ley
y la culpa, de nuevo, sin amor que me ofrezca
la justificación,
volverá a mantenerme en ansiosa zozobra.
Me morderá la envidia junto a toda pareja.
Dudaré ante el espejo de mi hermosura y me
entregaré de forma desmedida al afeite.
No podré vivir sin la compañía de brujas,
de solitarios mágicos y de ritos a Venus.
Y, aunque sepa distante al traidor de mis sueños,
no empezará el tristor, unido al desengaño,
que la esperanza informe su fantasma
—en conjuración necia con el torpe deseo—
por todas las esquinas de calles y moradas,
para sobresaltarme eternamente en un
inútil aguardar
y porque ni aun los dioses soportan estar solos».
EL HOGAR DEL PEREGRINO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Ángel Paniagua
¿Por qué, ante estas piedras de los templos
de Grecia, afluye el llanto al rostro una vez más?
¿Por qué de entre estas ruinas aún se nutre
todo mi ser?
¿De dónde nacerá mi orgullo altivo?;
¿de dónde provendrá
que en tan nobles lugares siempre encuentre
mi corazón respuesta a sus conflictos—
él, que vive distinto entre los hombres?
Se ha esfumado el recuerdo,
si es que hubo alguna vez algo que recordar.
Como perfume al sol y al tiempo, se ha perdido.
Y no obstante una mancha en mi espíritu queda,
un suave tornasol en mi alma dormida:
esa seguridad (o quizá terquedad) de pertenencia
a otros tiempos sin nombre
cuando veo sus restos esparcidos,
como hoy veo los restos de los templos de Grecia.
¿Acaso habré olvidado
por esencial necesidad mi origen:
obligado equipaje de ese nuevo camino por la vida?
Todo está en mi interior, al parecer,
como ya estaba Grecia antes de verme en Grecia.
Y sueño que, por tanto, en algún tiempo
por llegar, no sé si todavía muy lejano,
tras la última revuelta del camino,
nacerán nuevamente de mi entraña
el rosal y el geranio primigenios;
que alentará mi paso
un constante saludo de campos de amapolas,
de nuevo en el levante;
que volveré a mi tierra
dejando este brumoso atlántico feroz
del triste exilio.
Pero ¿no estoy aquí porque se anudan
los tiempos de las vidas de los hombres
por sutiles razones ignoradas?
¿No surgen las colmenas, en los huertos
del naranjo feraz,
porque son resonancias doradas y lejanas,
murmullo de los vientos
que aquí envuelven los faros de los cabos atlánticos?
En fin de cuentas, quién sea yo, no sé.
Emerjo en la maraña de causas y de efectos desbordante.
No sé si me hizo Grecia,
si otros mundos antiguos ya me dieron
el aliento que arrastro:
ese que ahora se encrespa y desordena
en ansiosa poesía,
buscando un conocer que nunca logro,
oculto entre las nieblas—
inevitables nieblas del horizonte humano.
¿Cómo darle sentido a este rosario
interminable de hechos ensartados
en un hilo de olvido?
¿Cómo alumbrar la frágil
ambición de saber lo que seamos
con la luz engañosa del recuerdo?
¿Cómo recuperar la plenitud
tras la acción destructora de la muerte?
Mientras creo este ensueño de lenguaje,
cruzo ansioso la vida,
observo entusiasmado
picarse el mar, bajar las gaviotas
chillando junto a mí,
y, sobre todo, aguardo temeroso,
sin saber qué se oculta detrás de tanto olvido.
AQUÍ TE AMO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA J., en el recuerdo de Mercedes
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy en el mío propio.
No sé si te gustaba la poesía
o si era un encuentro fortuito con su mundo
saberte de memoria
que se fatiga inútilmente hambrienta
la vida, en el poema dieciocho de Neruda,
de los veinte poemas de amor y la canción desesperada.
La verdad es que entonces esos versos
ayudaban muy bien a tus anhelos
de revolucionaria en todo,
aunque tu hermoso rostro era ya
una tierra prometida encontrada y perdida.
Incendiaste el armario de tu casa, fue el comienzo.
Con esa gran fogata
contra todos los candados,
contra todos los modos impuestos del vestir,
ascendiste al Olimpo misterioso de los locos
para olvidar el mundo, allí
donde no toca el grito
del último niño que ha muerto en Sarajevo.
Muchas mañanas antes, hace ya tantos años
(¿nos hemos vaciado? ¿quiénes somos ahora?)
subiendo a la Fuensanta, el monte que da sombra a tu ciudad,
me dijiste el poema dieciocho de Neruda
mientras que una gaviota de plata (yo no creo
en la casualidad) se descolgaba entonces
de un cielo tan azul como tu amplia sonrisa.
Ya eras del Movimiento Comunista.
¡Qué extremismo más sensual y alegre el tuyo!
No lo entendieron en tu casa de silencios pautados.
Nada entendieron en tu casa de ti.
No había sido un éxito el matrimonio temprano,
el piso comunitario:
aún quedan octavillas de entonces por los suelos,
amarillearon ya antes de que estallara la vieja Unión Soviética.
Allí sola en la clínica donde a veces te visito,
allí, donde andan días iguales persiguiéndose,
nada sabes del presente,
del neonazismo, de los cabezas rapadas,
del silencio diluido de las libertades,
del eco distante de Nicaragua,
del cetro poderoso de Juan Pablo II,
de una Polonia asombrada por su error insolidario,
del fantasma del muro, que estaba en todos los corazones
y aún está, sin piedras ya que derribar.
Pero no voy a decir que es mejor para ti
ignorarlo todo.
Si estuvieras en este nuestro puerto,
aquí nos amarías.
Nos estarías amando, aun entre estas frías cosas.
Los días que amanecemos y hasta el alma está húmeda,
nos estarías amando. Como en ese poema dieciocho
que sigo recitándote las tardes de visita.
Ese eterno poema.
Un ritual para doblar el tiempo
como un paño, e intentar volver a ser los que un día fuimos,
con la fuerza de entonces, con el cielo de entonces, con los años de entonces,
tan sólo en el recuerdo.
LA ISLA O LOS VERSOS DEL MUNDO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Antonio Durá
xxxxxI
Dicen viejas historias —como indelebles dedos que señalan
a un Destino ignorado—
que existe una antesala para entrar a este mundo;
una antesala, ni siquiera fría como la muerte; una antesala
como son esas épocas del año en que las hojas aún no han verdecido
pero ya no hay escarchas.
Ni mañanas heladas ni mañanas de sol en ese espacio inerte y en espera.
Un mundo antes del mundo para el hombre,
sin ninguna estación del regocijo o la melancolía.
Al espíritu humano, anidado en la sombra,
no le gusta la espera inhabitable, la angustia contenida,
aquel no ser de escalofrío, helado,
la blanca voluntad precipitada en recipiente inocuo.
y desde el descontento del vivir sin vivir,
llama con una mano sin forma
a una puerta sin dimensión
para abrirse a la temporalidad de la vida.
Entonces se proyecta, desde su estado previo,
al incendio del ser, al centro del sentido,
al ansioso habitar bajo la enorme bóveda celeste
de estrellados ensueños;
y se inicia la ronda de la vida.
Bajan uno tras otro, los hombres, a habitar en este mundo.
x
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx*
x
Un profesor romano, llamado Fadigatti,
acaba de mirar por vez primera
la deslumbrante juventud de mundo.
Con su aterrado gesto de amor por lo que ve,
decide la ebriedad de su existencia.
Ha caído en la trampa del amor por la vida.
Con sombrero marrón, calada el ala ancha,
baja otro noble rostro decidido:
baja hasta el norte de África,
para olvidar las lenguas que fraguaron
su infeliz juventud,
y volver convertido en André Gide:
castillo personal en el París de siempre,
cuyas murmuraciones ni le importan
ni le afectarán ya.
No tiene nombre y puede ser cualquiera
ese otro personaje que el tiempo y el espacio
hacen nacer en medio de una lucha
de etnias enfrentadas por viejas religiones.
Será un soldado más de cualquier tiempo,
que —demasiado humano—
no llega a comprender el sinsentido
de la palabra honor.
x
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx*
x
Caen las almas al mundo, una tras otra,
sobre el roto escalón de lo imprevisto.
Soportan chaparrones —porque han querido hacerse con la vida, entenderla—,
llevan con gusto a cabo la batalla diaria,
se someten al cambio constante de la suerte y de los otros.
Nuevas almas gozosas, obsesionadas o desencantadas,
que vienen a nacer y a crecer fuertes
en la continua ronda del vivir.
Mapplethorpe es fotógrafo
porque todo lo invita al homenaje:
le gustan las rotundas cabezas de los negros
afeitadas al cero,
la tierna contundencia de una mirada niña,
un melón con cuchillo,
las manos de un artista, las hojas de una orquídea,
y el activo silencio del deseo
buscando en las braguetas o en las bragas
el corazón sin límites del mundo.
Hart Crane muestra su fortaleza humana
—el reactivo afirmarse entre muertes pequeñas: la calumnia, el desprecio—
cuando vuelve la espalda a la penuria
del mundo en que creció y que lo persigue,
para encontrar su tregua en la Isla salvaje de los Pinos,
el Caribe encendido que todo lo comprende.
El propio Dostoievski —igual que el conde Mischkin, su otro yo—
puede alzarse a la cima de sus límites;
trascender las fronteras del mapa primigenio de la vida y su escollo.
Mirar al otro lado, sorprendido.
Por esa fulgurante, momentánea consciencia,
se entrega a espumarajos y a babeos,
al compulso desplome de la carne. Y no le importa.
Brahms, el músico, llega tarde a todo
—al amor, a la fama y también a las grandes estructuras sinfónicas—,
mas sabe equivocarse lo exacto, justamente
para poner en hora el reloj de sus últimos días, y al final ser feliz.
LIEV NIKOLAYEVICH MISCHKIN
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«Recordó los síntomas que anunciaban los
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxataques de epilepsia tantas veces sufridos.»
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(Dostoiewski)
«¡Me encuentro sobre un monte sin cimientos!
¡No sabía que en esta oscura noche,
redonda como el mundo, humedecida,
donde estoy prisionero,
se podían abrir tantas compuertas,
cruzar sin tregua el viento,
penetrar por la luz
y comprenderlo todo!
Ese todo, al que creo hoy encontrarle
un exacto perfil,
en esta aurora mágica.
»Me duele la cabeza; mi cerebro parece incandescente.
Ya no llueve en la noche. Ya no hay noche.
Los cielos se han abierto. Hace una luz magnífica.
¿Se ha recompuesto o se ha multiplicado
el plenilunio roto
en los mil charcos que dejó la lluvia?
No sé nada de mí ni de mi entorno
cuando al fin lo sé todo. ¿Qué sucede?
»No importará si un momento después
retornan a mi alma
agonía y negrura, y la peilepsia
se muestra convulsión y espumarajo nuevamente.
Pues, por acaso extraño y misterioso,
la enfermedad me ha abierto en un instante
la puerta que conduce a la armonía
del universo, y un instante (al menos un instante)
ha diluido todas las preguntas,
me ha liberado, con su atrocidad,
de esta roma normalidad diaria,
que me ahoga, vergonzosa.
»No me importará luego ya anegarme
en el vómito verde para siempre,
pegado contra el suelo, idiota Mischkin,
solo, humillado, tras tanta grandeza
mirando nuevamente el plenilunio,
pobre, roto en los charcos de la lluvia,
y a merced de la bota del que pase y me insulte.»
LA VISITACIÓN DE MISTER HYDE
¿Vas a escandalizarte una vez más,
porque has visto que apunta esa oreja lobuna en tu cabeza,
al mirarte al espejo?
¿Vas a seguir luchando y angustiándote
cada vez que proyecten tu sombra puntiaguda las noches de tu vida?
En ellas, y al amparo de la extraña palmera,
te buscan unos ojos encendidos
de otro animal que quiere devorar tu deseo con el suyo,
desleírte en su enhiesto silencio, que te aguarda.
Cada vez que recorras
el filo de la plata del suburbio; o, aún más lejos,
el calor de la pólvora
en otros campos y en otras ciudades,
¿habrás de censurarte por la mueca feroz de tu persona?
¿Siempre que vuelvas a tu ser primero
(que es un decir, ¡se impone siempre un orden!),
vas a necesitar justificarte?
¿No aceptarás jamás
al demonio que vive con el ángel?
En tanto que te llega la respuesta,
procura inocularte sentimientos de culpa en dosis no letales,
y prosigue escribiendo tus justificaciones
desde tu otra naturaleza, culta,
digna, la que recita a poetas importantes,
la que convoca alumnos y públicos diversos,
la que busca el aplauso.
¡Tu gran naturaleza!
La que tanto te gusta, aunque es notorio
que se alimenta y vive del lobezno.
Pujante, David. Itinerario. Murcia; Editora Regional de Murcia, 2003.