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SUEÑOS LÚCIDOS, MEMORIAS DEL OTRO LADO Y FUTUROS PASADOS
INSOMNIO
Después de varios años, volvió a dormir en casa de sus padres. A media noche, se despertó sobresaltado. Creyó que había alguien en la habitación. Encendió la luz y comprobó que eran imaginaciones suyas. No había allí nadie para asustarlo. Tampoco para consolarlo.
DESORIENTADO
No importa que sea Nochebuena y haya discutido con mi mujer durante la cena. No importa que haya bebido vermut, vino, cava, ginebra y ron y ahora sienta el estómago revuelto. Tampoco que me despierte en mitad de la noche con la boca pastosa y me levante a buscar un vaso de agua. Ni que decida dejar la luz apagada y camine hasta la cocina con los ojos cerrados. No. Lo único que en esta historia importa es lo que ocurre después, cuando, al regresar a tientas hacia la cama, mi brazo no alcanza a tocar la pared y, por un instante, me desoriento en la oscuridad.
xxxNo es la primera vez que me sucede algo así. Me ha pasado en hoteles y en casas ajenas. Pero jamás me había ocurrido en mi hogar. Después de más de veinte años aquí, lo conozco como mi rostro en un espejo, cada rincón, cada pequeño saliente de la pared, cada leve desconchón de la pintura. Si algún día perdiera la vista, podría moverme sin problema guiándome con esas referencias sutiles.
xxxSin embargo, por alguna extraña razón, esta noche ese mapa mínimo no me sirve. La mano yerra al intentar tocar la pared y yo siento un vértigo momentáneo. El espacio se expande y me encuentro perdido en la oscuridad. Apenas dura un segundo, quizá menos, un instante fugaz que se prolonga eternamente hasta que un pequeño movimiento del brazo logra al fin acariciar la pared y todo vuelve a su sitio.
xxxHe alargado el brazo unos centímetros menos de lo habitual. Un mínimo error de cálculo. Nada más. La pared sigue ahí. Dónde, si no. Eso, al menos, quiero pensar.
xxxConsigo llegar a la cama y, tras dejar el vaso a tientas en la mesita de noche, logro acostarme. Tapo mi cuerpo con el edredón nórdico y siento las sábanas algo más rasposas de la cuenta. Hundo la cabeza en la almohada y mi cuello no logra ajustarse del todo. Es mi cama, es mi edredón, son mis sábanas, pero algo imperceptible parece no ser igual del todo, como si ese milisegundo de pérdida de espacio me hubiera introducido en una dimensión extraña.
xxxNo sé por qué se inicia este pensamiento, pero rápidamente me hace imaginar que esta no es mi casa y que el cuerpo que tengo a mi lado no es el de mi mujer. Una idea ingenua, lo sé, pero no por eso puedo evitar que cruce mi mente. Intento poner la cabeza en otras cosas, cerrar los ojos y dormir. Pienso en las luces del árbol —deberías haberlas dejado encendidas—, en los textos que tengo que entregar esta semana, en el coche mal aparcado, pienso en las nochebuenas rutinarias y en que a veces se me hace imposible escapar al déjà vu, pienso en la discusión tonta de esta noche y en que claro que comprendo que después de diez años es normal que el deseo se desvanezca y el amor se transforme en algo diferente. Pienso en demasiadas cosas a la vez, pero no puedo evitar dejar de pensar en lo que ahora más me preocupa: ¿Y si el espacio que se ha abierto esta noche es un portal que me ha introducido en una dimensión extraña?
xxxLa habitación continúa en la más completa oscuridad, aunque los ojos, ya acostumbrados, comienzan a percibir siluetas. Levanto un poco la sábana para mirar a mi lado y observo un bulto inmóvil. Es ella, sin duda. Aunque no la vea con claridad, la reconozco. Como también reconozco todos los contornos que poco a poco empiezan a formarse en mi retina. La mesita de noche con los libros apilados, la silla con la ropa desordenada, la hebilla del cinturón como un punto de luz apuntando al suelo, la ventana entreabierta por la que penetra la mínima claridad que me hace percibir todo esto… Con esa minúscula penumbra, la sensación de extrañeza empieza a desaparecer. Y siento que la habitación vuelve a su sitio, como si el esbozo de los perfiles y las sombras lo hicieran regresar todo al presente. Incluso siento que mi cabeza por fin logra acomodarse a la almohada.
xxxEs entonces cuando la respiración de mi mujer me sobresalta. Más que una respiración parece un gruñido. Se levanta al aseo y contemplo su figura de espaldas. Enciende la luz del baño y puedo intuir su camisón blanco con flores. Es ella. No hay duda. Oigo en el aseo algo semejante a un gemido. ¿Qué te pasa?, pregunto. No me contesta y pienso que no me ha escuchado. Al poco, sale de allí y vuelve a la cama con las luces apagadas. Conoce la casa en la oscuridad. Igual que yo. Es ella. Sin duda.
xxxCuando se recuesta junto a mí, regresa el desconcierto. Y los pensamientos absurdos vuelven a mi cabeza. De nuevo, los intento apaciguar, pero no hay manera de hacerlo. ¿Y si mi mujer ya no es mi mujer?, vuelvo a pensar. Y mientras lo hago, noto cómo ella se gira hacia mí y comienza a palpar el pantalón de mi pijama. Mete su mano en mi calzoncillo y agarra con fuerza mi polla flácida. Yo me sorprendo al sentir cómo se endurece de repente. Hago el ademán de bajarme un poco el pijama y ella acaba la operación quitándomelo todo con violencia. Acerca su cabeza a mi sexo y lo introduce en su boca. Percibo la humedad de su lengua, pero también sus dientes afilados. Su respiración ronca cuando toma aire para seguir succionando.
xxxNo hablamos. Ninguno de los dos pronuncia una sola palabra. Ella deja de lengüetear y, con un movimiento rápido, se pone a horcajadas sobre mí. Húmeda como la primera vez. Es en ese momento cuando comienzo a percibir el hedor. Pienso al principio que se trata del cruce de sexos no aseados a esas horas de la noche. Pero el olor a podrido se hace cada vez más denso y yo apenas puedo contener el vómito.
xxxA pesar de ello, mi polla continúa erecta. Como cuando follábamos en el coche después de un concierto. Nos movemos en la penumbra y en ningún momento puedo siquiera intuir su rostro. El cabello largo cae sobre sus pechos y llega incluso a rozar mi vientre. Una maraña de cuerdas empapada en aceite. Me abraza con fuerza y sus uñas se clavan en mi espalda y en mi cuello. Me excito cada vez más, en el quicio sutil entre el dolor y el placer. Me gusta. Disfruto. Pero en todo momento soy consciente de que hay algo en ese cuerpo que no logro reconocer. Es mi mujer, pero no acaba de serlo del todo. Me cercioro por completo cuando soy yo quien toca su espalda y mis dedos comienzan a introducirse en su piel, como si estuvieran modelando arcilla mojada. En ese momento ella grazna con violencia y sus movimientos se vuelven aún bruscos. Y en ese instante también me posee el terror y pienso que es mejor permanecer en silencio. Obedecerla. Seguir allí, debajo de ella, sea lo que sea ella.
xxxEs lo que hago hasta el final. Hasta que exploto en su interior y, tras dejar por fin de estremecerse, se recuesta de nuevo a mi lado. Yo me quedo inmóvil, callado, en una esquina de la cama, sin coraje para moverme de allí, esperando a que amanezca y de una vez por todas se ilumine la habitación.
xxxConforme llega el día, la oscuridad se desvanece y la luz del sol comienza a entrar por la ventana. Miro temeroso hacia mi lado izquierdo y por fin puedo verla con claridad. Es ella. Mi mujer. No hay nada extraño en su rostro.
xxx—Feliz Navidad, amor —me dice al despertarse. Y me besa en la frente como si la noche no hubiera existido.
xxx—Feliz Navidad —le respondo.
xxxSe levanta al aseo y yo me quedo un momento en la cama.
xxxDesayunamos y abrimos los regalos. Unos guantes táctiles para usar el móvil en invierno. Una billetera nueva de las que no abultan en el bolsillo. Hemos sabido acertar como cada año.
xxxNos miramos a los ojos y sonreímos sin necesidad de hablarnos. Todo continúa igual, pienso. ¿Igual que cuándo?, no logro evitar preguntarme.
CORRER HACIA NINGÚN LUGAR
Paré de correr cuando oí el pitido del pulsómetro. «ASCI no puede encontrar su latido, vuelva a empezar.» Probablemente el dispositivo se había movido. Quizá el sudor había bajado un poco el cinturón del pecho.
xxxVolví a colocarlo sobre el esternón. Apreté el botón de comenzar y, de nuevo, el mismo mensaje: «no se encuentra latido.» Quizá sea el transmisor, razoné. Sí, seguro, el transmisor. Lo desconecté, abrí el compartimento de la pila, la recoloqué, cerré el dispositivo, lo volví a abrochar al cinturón y presioné de nuevo el botón. «No se encuentra latido.»
xxx¿Te imaginas que estoy muerto?, pensé. Y seguí corriendo antes de enfriarme y perder el ritmo. ¿Te imaginas que estoy muerto?, me repetí varias veces mientras reemprendía la carrera. Esto, consideré, como poco, da para un cuento. Y en ese momento se me empezó a ocurrir un relato sobre un corredor al que de repente le falla el pulsómetro, intenta arreglarlo por todos los medios, pero no puede. El pulsómetro no encuentra el pulso porque su corazón ha dejado de latir. Está muerto, pero sigue corriendo. Se da cuenta de que está muerto cuando se cruza con otros corredores por la carretera y nadie lo mira, cuando llega a casa, toca el timbre y nadie le abre, cuando espera en la acera a que salga su mujer, pero ella no lo ve, cuando poco a poco el mundo se va vaciando de gente y tan solo quedan las calles. Las calles y él, con su ropa de deportista, sus zapatillas y su pulsómetro que no marca el latido, pero sí el tiempo de ejercicio.
xxxNunca tiene sed y nunca se cansa. Así que sigue corriendo. Lo hace todos los días, en línea recta. No tiene la necesidad de parar. Cuando corre se siente vivo. El pulsómetro sigue sin marcar el ritmo cardiaco, pero él siente latir su corazón, o algo parecido. Es prodigioso. Lo único que le aflige es que ya nadie lo verá correr, ni jamás podrá contar sus hazañas. A nadie podrá decir que lleva ya más de doce años corriendo sin cesar, día y noche, que ha salido de España y ha recorrido toda Europa, que no le han frenado los vientos, el frío, la nieve, el desierto o las montañas, que ha cruzado incluso el océano y que hoy, solo hoy, ha llegado de nuevo al punto donde todo empezó y que ni siquiera se ha parado. Porque ya no hay meta. El mismo viento que antes acariciaba su rostro y aliviaba el sudor de su frente. El viento que lo propulsaba y lo hacía correr más deprisa. Eso ahora es él. Pero ya no hay nadie para verlo.
xxxEste es el cuento que escribí mentalmente mientras corría, o algo así, quizá era más largo, quizá más poético, quizá no acababa con el corredor convertido en el viento, pero el caso es que mientras yo corría los minutos que me faltaban y regresaba a casa tuve el cuento en la cabeza. Y también, durante todo el tiempo, el pulsómetro continuó sin poder encontrar mi ritmo cardiaco.
xxxJusto antes de llegar a casa, también yo noté que no estaba demasiado cansado y que podía seguir corriendo. Di tres vueltas más a la manzana y demoré la entrada al piso para no encontrarme con mi mujer y que me sacara de esa sensación de no estar en ninguna parte y pensar que ya todo se había acabado.
xxxAl final, sin embargo, la sed y el cansancio me vencieron y tuve que subir a casa. Abrí la puerta con sigilo y, sudado, antes de ducharme, me senté al ordenador para escribir el cuento. Lo hice directamente, sin pararme demasiado a pensar, sin detenerme mucho en las figuras y en la retórica. Quería escribirlo rápido. Por alguna razón, intuía que el pulsómetro estaba a punto de volver a funcionar. De nuevo iba a volver a la vida.
xxxFue entonces cuando mi mujer entró en la habitación y me dijo:
xxx—¿Qué mierda estás haciendo?
xxx—Cariño, estoy muerto —respondí irónicamente.
xxx—Desde luego. Para mí hace tiempo que lo estás.
DESTINO
Todas las noches la misma historia. El marido entra en la cocina, la tira al suelo y la acuchilla una y otra vez. Luego, como si nada hubiera sucedido, ella se levanta, ordena la casa y limpia los rastros de sangre. No sabe por qué sigue ocurriendo. Lo único que tiene claro es que debe limpiar con esmero. Los niños no deben enterarse de nada.
REFUGIO
Cuando vimos llegar a los hombres, propuse que nos escondiéramos en el sótano. Allí estaríamos a salvo. Aun así, lograron encontrarnos. Sin mostrar piedad alguna, nos amordazaron, nos violaron y seccionaron nuestros cuellos. Pasado el tiempo, sigo creyendo que el sótano era el lugar más seguro de la casa. Por eso me empeño en no dejarlas salir de aquí.
REENCUENTRO II
Siempre he tenido miedo de los espejos, sobre todo cuando aparece el señor calvo sin ojos que imita todos mis movimientos.
EFECTOS SECUNDARIOS
Con el lógico nerviosismo de la primera noche, el hijo del sepulturero ayudó a su padre a colocar la lápida de una tumba. Mientras sostenía el mármol, escuchó golpes y gritos en el interior del panteón. Miró a su padre con el rostro desencajado por el terror. Pero la voz de la experiencia logró tranquilizarlo:
xxx—No te preocupes. Es normal. Enseguida se les pasa.
FUTURO
Estamos llegando. Ya sabes lo que hay que hacer. Cierra los ojos y no hagas caso a nadie. Y, sobre todo, oigas lo que oigas, no pares de correr.
Hernández, Miguel Ángel. Demasiado tarde para volver. Barcelona; RIL editores, 2019.
POÉTICAS DEL FANGO
ESTA NOCHE ES DIFERENTE
Apenas logras tenerte en pie. Un regusto amargo recorre tu garganta y casi no puedes contener el vómito. Necesitas aire. Juras no volver a meterte esa mierda. Son las cuatro de la mañana y no hay un alma en las calles. Tampoco hay nada en tus bolsillos. La opción del taxi queda descartada. Pero no importa. Son cuarenta minutos. No es tanto. Además, te viene bien andar. Quizá así logres despejarte por el camino. Tan solo debes tener cuidado. Como siempre lo tienes. Como siempre lo has tenido. Cuidado y ya está. Evita el callejón. Y ya está. Evita el callejón y ya está. Hay que rodearlo. Es más largo así, es cierto. Se tarda más. Pero es mejor ser cuidadoso. Como siempre lo eres. Como siempre lo has sido.
xxxSin embargo, esta noche te sientes diferente. Esta noche no tienes miedo. Esta noche eres valiente. Qué puede pasar. Es solo un callejón. Oscuro y estrecho, sí. Pero un callejón, al fin y al cabo. Así que decides atravesarlo.
xxxNada más entrar escuchas un murmullo. Deberías alejarte. Pero esta noche eres valiente. Esta noche no tienes miedo. Y sigues caminando. Es entonces cuando ves la escena: cinco adolescentes acorralan a un mendigo al final del callejón, justo debajo de una farola. En silencio, observas cómo se ríen de él, lo tiran al suelo y comienzan a darle patadas en el abdomen. Todos a la vez, sin ningún tipo de orden. Percibes los golpes secos y se te revuelve el estómago. El vómito agrio casi vuelve a subir por tu garganta. Y entonces te quedas paralizado. No sabes qué hacer ni cómo actuar. Así que intentas pasar desapercibido y volver por donde has venido. En ese momento uno de los jóvenes se da cuenta de tu presencia y te grita algo en un idioma que no entiendes. Luego, todos te miran y comienzan a reírse de ti. No te persiguen, ni te vuelven a gritar, solo se ríen. Te hacen gestos y se ríen. Y es eso lo que te descoloca. Que se rían. Que se rían de ti. Sin saber exactamente por qué, comienzas a correr hacia los jóvenes con la cara desencajada —eso crees, aunque no te ves— y los puños en alto. Pero cuando llegas a su altura, en lugar de abalanzarte sobre alguno de ellos, gritas algo cuyo significado ni siquiera tú puedes entender y golpeas con toda tu fuerza al mendigo, que emite un alarido que se te clava en los oídos. Entonces, sin pensarlo demasiado, comienzas a darle patadas en la espalda y los jóvenes salen corriendo.
xxxEl hombre llora y pide clemencia. Tú quieres parar. Por supuesto que quieres parar. Pero hay algo dentro de ti que no te deja frenar. Esta noche eres valiente. Esta noche es diferente. El mendigo consigue evitar una patada y te mira fijamente a los ojos implorando piedad. Y es en ese instante cuando descubres que su rostro te es familiar. Demasiado familiar, piensas. Ves en él los ojos de tu padre. Tu padre anciano, que lleva varios años desaparecido. Te estremeces por completo. ¿Es posible que este indigente sea el hombre que tanto tiempo has estado buscando? ¿Es ese tu padre? Y la formulación de esta pregunta te hace golpearlo aún con más fuerza.
xxxLe pisoteas la cabeza una y otra vez hasta que consigues desfigurarle el rostro, hasta que la sangre salpica tus pantalones. Sin embargo, cuanto más le desfiguras el rostro, cuanto más fuerza ejerces con tus pies sobre su cráneo, más se parece a ti. Y su rostro se convierte en un espejo. Tal vez por so poco a poco comienzas a sentir un tremendo dolor en el costado y en la cabeza. Y entonces te detienes súbitamente. Pero el dolor, en lugar de aminorar, se hace más fuerte. Piensas en ese momento que la única solución es seguir pegándole, rompiéndote por dentro en cada patada, en cada pisotón en el estómago, sintiendo su dolor en todos los rincones de tu cuerpo. Hasta la extenuación. hasta extraviarte por completo. Hasta no saber dónde acaba él y comienzas tú. Hasta perder el sentido.
xxxNo sabes el tiempo que dura todo esto. Pero ahora, al salir el sol, te sorprendes dando puntapiés a una pared, con los zapatos rotos, los pies llenos de sangre, y una masa de personas mirando fijamente hacia el lugar en el que estás. Te vuelves hacia ellos y preguntas por el indigente. Nadie te contesta. Algunos dejan caer unas monedas cerca de ti.
INCÓGNITA
Decía que yo tenía respuestas para todas las preguntas. Por eso estaba conmigo. Hasta que un día me preguntó por qué estaba yo con ella. Y no supe qué responderle.
CUESTIÓN DE DINERO
Me dijo que por treinta euros no podía besarla en la boca. Por eso le compré un anillo, un vestido blanco y una casa.
xxxLo he intentado todo, pero no he encontrado el modo de acercarme a sus labios. Algunas noches, cuando la puerta de la habitación se queda entreabierta, observo cómo la besan una y otra vez.
xxxMientras escucho sus gemidos, siempre me tortura la misma pregunta: ¿Será solo cuestión de dinero?
GENTE VIL
El domador descorrió el velo y mostró la bestia a los asistentes. «Damas y caballeros, amigos y enemigos, he aquí un hombre malvado. Contémplenlo y absténganse de escupir en su rostro. No es digno de nuestra saliva.»
DUALIDAD
Resistió todo lo que pudo a los designios del Oráculo. Durante años se esforzó en ser un buen cristiano. Se desprendió de todas sus riquezas, fue misionero en Ruanda, construyó un colegio, curó a enfermos, incluso cumplió condena por un desconocido. Pero al final de su vida, no pudo escapar de su destino y tuvo que violar y matar a aquella niña de ocho años.
xxxAlgunos le guardan rencor.
VISITA INESPERADA
Dijeron que eran amigas de mi mujer y que habían quedado con ella en casa. Aunque no tenía noticias de eso y conocía a casi todas sus amigas, tuve la cortesía de invitarlas a entrar.
xxxCuando me ataron a la silla y comenzaron a golpearme sin piedad, supe que no mentían y que mi mujer no tardaría mucho en llegar.
Hernández, Miguel Ángel. Demasiado tarde para volver. Barcelona; RIL editores, 2019.
VIAJAR A NINGUNA PARTE
JUEGO
El tren llegó a la hora prevista y, como siempre, ella estaba esperando en el andén. Sin saber exactamente por qué, quise tentar la situación y descender del vagón en el último momento, como en las películas, cuando las puertas comienzan a cerrarse y ya se ha perdido toda esperanza para el reencuentro.
xxxEscondido tras una cortina, quise observar su inquietud al buscar mi rostro entre los pasajeros que abandonaban el tren, su impaciencia la mirar el reloj más de cien veces y su perplejidad al quedarse sola en el andén. Pero nada de eso ocurrió. Ella permaneció inmóvil, como si nada ocurriese, con la mirada fija en la ventana del vagón en el que yo me ocultaba.
xxxAhora, pasados los años, estoy convencido de que me vio. Quizá también estuviese jugando. Pero no me atreví a bajar para comprobarlo.
HACE TIEMPO QUE ME FUI
Hace tiempo que me fui. Tanto, que ya casi no lo recuerdo. Algunos días, no obstante, regreso a casa e intento buscarme. Me siento a la mesa, acaricio a mi gato, escucho a mis hijos y copulo con mi mujer. Duermo en mi cama y sueño que siempre he estado aquí. A la mañana siguiente, cuando observo mi rostro en el espejo, todo regresa de nuevo. Respiro hondo, me anudo la corbata y compruebo que hace tiempo que me fui.
PERSEGUIDO
Miró hacia atrás y comprobó que ya nadie lo perseguía. Entendió entonces que nunca más podría dejar de correr.
PREVISIÓN
Confirmando el peor de sus temores, encontró la casa vacía. Nadie lo estaba ya esperando. Había pasado demasiado tiempo. Tanto, que incluso le había costado trabajo recordar el camino de regreso. Sin embargo, todo estaba exactamente igual que el día en el que tuvo que partir a toda prisa. Nada había cambiado. Aunque lleno de polvo y desvencijado, todo estaba en su sitio, como si nadie más hubiera vuelto a pisar la casa desde entonces. Recorrió una por una todas las habitaciones en busca de alguna señal. Pero no había signos de vida. tan solo estaban las cosas, inmóviles, perennes, aguardando su propia desaparición. Entre ellas, le sorprendió encontrar en el mismo lugar la nota que escribió para dejar constancia de su partida: «No me esperes despierta. Llegaré tarde. Ulises».
PREMONICIÓN
El avión se estrelló con ciento quince pasajeros a bordo. Cuando vio la noticia en la tele, suspiró aliviado. La noche anterior algo le había dicho que no debía subirse a aquel avión. La noche siguiente ese mismo algo se presentó en su habitación. Lo acompañaban ciento catorce. Y habían llegado para quedarse.
TIMBRE
Aunque sabe que ya no hay nadie para abrirle, a veces, al llegar a casa, no puede evitar tocar el timbre. Después de llamar, espera unos segundos, se traga un sollozo e introduce la llave en la cerradura.
xxxHoy hace exactamente un año que comenzaron sus pequeñas esperas. Alguien cierra por dentro.
FAMILIA
El hombre consiguió subir al tren con la esperanza de escapar del lugar en el que toda su familia había perdido la vida. Como no llevaba dinero, al ver acercarse al revisor se puso nervioso. Cuando lo miró a los ojos, su rostro le resultó ligeramente familiar. Supo en ese preciso instante que no tendría que pagar billete.
MEMENTO
Tras veinte años de búsqueda surcando los mares más lejanos, el pirata encontró al fin el ansiado cofre del tesoro. Con lágrimas en los ojos y esbozando una leve sonrisa, comprobó que no contenía oro, ni reliquias, ni diamantes, ni siquiera monedas de plata, sino algo mucho más valioso y extraño al mismo tiempo, un papel amarillento que, décadas atrás, alguien había puesto en aquel lugar: el mapa de regreso.
TEMPUS FUGIT
Salió unos minutos a dar un paseo. Al poco miró el reloj. El tiempo había pasado volando.
xxxDemasiado tarde para volver.
Hernández, Miguel Ángel. Demasiado tarde para volver. Barcelona; RIL editores, 2019.
HOY SE PRESENTA ‘MAMÍFEROS QUE ESCRIBEN’, DE MANUEL MOYANO, EN EL MUSEO RAMÓN GAYA
Esta tarde, a las 19:30h, se presenta el nuevo libro de Manuel Moyano, ‘Mamíferos que escriben’, en el Museo Ramón Gaya. El libro, que ha sido editado por Newcastle ediciones, estará presentado Miguel Ángel Hernández Navarro.
DESPUÉS DE LA PRESENTACIÓN DE ‘CRÍMENES DEL FUTURO’ EN MURCIA
Es un lujo ver algo como lo que sucedió ayer en una ciudad como Murcia. Que, un viernes, algunos nos tuviéramos que quedar fuera de una librería por la presentación de un libro, nos parece un milagro a unos cuantos.
Con nada de suerte que tengan, la librería ‘Colette leTRAs y TRAgos‘ puede convertirse en un lugar cultural de referencia en esta ciudad.
Pues eso, que ayer se presentaba ‘Crímenes del futuro’ de Juan Soto Ivars, que estuvo acompañado en la presentación por Leonardo Cano y por Miguel Ángel Hernández Navarro, que jugaron, discutieron y teorizaron a partir del texto que la editorial publicó para esta presentación: «En un mundo preapocalíptico al borde del cataclismo social y moral, tres mujeres atormentadas luchan por sobrevivir y ser dueñas de su propio destino. Julia, Margarita y Pálida son las protagonistas de Crímenes del futuro, una fábula de inquietantes signos proféticos, en la que España se parece más a los turbulentos y miserables años 40 que a lo que desearíamos que fuera el siglo XXI.
Los estados han desaparecido y las multinacionales del Ente gestionan implacables la vida pública. La única ley vigente es la financiera, los precios de los alimentos se disparan sin control y las ciudades se convierten en arrabales separados por alambradas donde empieza a gestarse una desesperada revolución, opacada por las pasiones más turbias.
Con la osadía y lucidez que le caracteriza, Juan Soto Ivars continúa enfrentando a los lectores a situaciones límite y a dilemas éticos esenciales (la búsqueda de la felicidad, las utopías liberadoras, la épica de la supervivencia, la lucha de clases, las relaciones de poder, el culto a la imagen…), lo que convierte a Crímenes del futuro en un libro imprescindible para seguir indagando en las contradicciones de la posmodernidad y en la sinrazón de nuestro tiempo.»
Luego, ya saben, las cervezas obligatorias por la sed que dan estas cosas, y unas maravillosas horas de conversación sobre Javier Gutiérrez o Alberto Olmos, Francisco Brines o José María Fonollosa.
Y a esperar a la próxima, porque fue un absoluto gustazo.
CANDAYA Y BANDA LEGENDARIA EN MURCIA
Esta tarde, como ocurre pocas veces en Murcia, hay dos oportunidades de lujo de sentir cómo la literatura con mayúsculas pasa por esta ciudad orgullosa de ser tan paleta la mayoría de los días.
A las 7 y media de la tarde se presenta la nueva novela publicada por la catalana editorial Candaya, ‘Un final para Benjamin Walter’, de Álex Chico. La presentación correrá a cargo del autor, que estará acompañado de Miguel Ángel Hernández Navarro.
Y a las 9 y media se presentará la revista 21veintiúnversos, presentada por Juan Pablo Zapater y Víctor Segrelles.
LUNAS DE PAPEL
DIONISIA GARCÍA
PATRIAS
Recuerdo aquel lugar donde por vez primera
me besaron la frente.
El sol y las miradas calentaban mis manos,
y el olor a cereales invadía las plazas.
Es una larga historia de huidas y retornos,
de creer en la tierra pisada en los comienzos.
De pueblo en pueblo fui, de casa en casa.
Me siento de los lugares que habito.
Cada día comienzo mis trabajos.
Vivo, sin más, la lucha
entre paredes blancas, entre libros y enseres.
Sueño, puedo soñar. El porvenir espera
con la prestada luz de otros inviernos.
APUNTE GRIS
xxxxxxxxxxxxxxxxxxEn memoria
xxxxxxxxxxxxxxxde Irene Guillén
Se irá en su soledad, porque es invierno,
a un paisaje distinto,
a conocer sin límite el tiempo dela espera,
el vuelo detenido de jardines cercados,
sin ventanas azules;
y sí el milagro de la luz
que invadía la casa.
Erguida su figura,
dirá adiós a la estancia,
a su rincón caliente
que gobernó el recuerdo.
Incansable viajera, en ella viven
países y lugares, con personas amadas
que fueron compañía. Todo fue y está siendo
en su memoria clara de imágenes sensibles,
realidad persistente en sus días de ahora.
RAQUEL LANSEROS
SOBRE UNA CAMA HELADA
No es invisible el modo
en que ya no te busco,
ni esta manera nueva, sin fe ni mediodía
de llovernos despacio, -como gotas de hielo-,
xxxxde no ceder un palmo en medio del tornado.
El olvido es azul. Nunca termina
xxxxxxxxde convertirse a golpes en él mismo.
Se mide por ausencias y papeles en blanco.
Tras su paso, el silencio
deja detrás de sí un paisaje de ruinas,
una patria deshecha e inmolada
xxxxxxxxxxxxxxxa los grises fantasmas de la pérdida.
El ánimo rojizo de las uvas maduras
se apodera despacio de la tierra.
Te quise. Me quisiste. Nos quisimos.
Qué fácil es decirlo cuando no queda nada,
cuando ya ni siquiera recordamos
xxxxxxxel tacto de los sueños.
Ahora que la memoria se bate en retirada,
-vencida y silenciosa
xxxxxxxcomo un niño sin cromos-,
y lo único tangible frente a nosotros mismos
xxxxxxxxxxxxxxes lo que ya no existe.
EL VÍNCULO
Es cierto, nos dijeron muchas veces
que la vida es un juego peligroso.
No la vida de pétalos y estambres
que acunó nuestra infancia. Esta otra vida,
la de las colas y los formularios,
la auténtica existencia, nos dijeron.
En aquel tiempo teníamos nosotros
los ojos rebosantes de futuro
y una impresión confusa del amor.
Qué poco sospechábamos entonces
la lección desasida para la libertad
como un pacto sagrado: la invención de uno mismo.
Y no es casualidad que la raíz
xxetimológica del término invención
xxxxsignifique el encuentro. El mismo encuentro
xxxxxxmantenido en la eterna inmensidad del tiempo
xxxxxxxxcontra todo pronóstico. Como hiciera Penélope.
Hoy hemos aprendido que ser libres
significa luchar, imponerse al destino,
intercambiar sin miedo las identidades.
Y quizá recordar
xxxxque los dioses tiranos desoyeron a Ulises.
Los mismos que tampoco nos oirán a nosotros
el día que decidamos olvidarnos.
BOCETO DE SOMBRAS
Hoy ha debido ser viernes en todas partes.
xxxxVarios ángeles han ido resbalando
xxxxxxxxxxa las aceras desde los tejados.
El viernes no es un día, sino un tiempo compuesto,
subjuntivo, futuro, plural, pluscuamperfecto.
Un puesto de aduana en la frontera
xxxxxxxxxxque separa a los vivos de los supervivientes.
Ha debido de ser viernes
xxxxxxxxy tú no estás conmigo.
Sin embargo he sentido que tu ausencia
se ha ido haciendo viscosa al avanzar la tarde,
xxxxxxxxxxcomo un pesado dique contra el tiempo.
Tu alma está en todas partes, sonámbula, celeste,
decidida a vagar ingrávida en mi eje
xxemergiendo de todo, henchida de las cosas,
xxxxretornando a la nada, ese sinónimo
xxxxxxde una noche de viernes y una cama vacía.
JOSEFINA SORIA
[cinco poemas inéditos del poemario ‘ESTA ES MI FIESTA Y LLORARÉ SI QUIERO’]
HORA PRIMA
Un mar lleno de peces me navega.
Abro a la vida sus compuertas altas
y en resplandor me anego.
¡Soy yo la que amanece!
¡Contempladme!
Han nacido palabras en mis labios
soñando hacerse verso.
El viento mañanero
músicas va poniendo en mi garganta.
Es temprano.
Ahora mismo
el horizonte estrena una alborada
de primorosas luces.
A esta hora no se hacen reproches.
Las falaces promesas
no han comenzado a oírse todavía
dispuestas van las horas
a dejarse llenar por la hermosura.
ABRIL
Venid conmigo, entrad. Esta es mi casa.
Sobre el húmedo césped abril camina
adensando el aroma de los pinos.
Quizás queráis llegar hasta el almendro
y preguntarle qué soñó esta noche
o volver a la higuera y convidarla
a una taza de té con yerbabuena.
¿Oís esas palomas cuyo zureo escucho?
Parece que trajeran en sus alas
aromas de azahar.
¡Son hermosas las mañanas de abril!
Contemplad como vienen pintando el horizonte.
Con su perfil convoca gorriones
en el viejo tejado.
Este es el momento de encontrar
esa dicha infinita que buscamos.
Antes que alguno se levante
abra la radio
y preso ponga el tiempo en los relojes.
OIGO TU VOZ
Oigo tu voz y llego
al delirante mundo de las rosas.
Deletreo tu nombre
y las jaras se yerguen
con su salvaje aroma
y florece el aloe
sin memoria de acíbar
y azules se perfilan
los genios de la noche.
Te acercas a llamarme
y se llenan los aires de arrebatadas voces.
El espino permite
que emerja su ternura
y su ruda presencia el cierzo guarda.
Tú y yo nos encontramos
y surge la canción definitiva
su tonada llevando hasta los astros.
Para colmar de gozo
los umbrosos caminos de la noche.
VEHEMENCIA
Y luego, un día
llegaron los deseos
a ceñirme las sienes y tus manos,
tus manos cual magnolias
ocuparon mi sangre.
Estelas que marcaron los caminos
con cauces deslumbrantes.
Qué inusitado gozo fue aprenderte.
Nunca me dijo nadie
que tan hermosa fuera
esta entrega total.
Caminar
sin saber dónde llevan los caminos.
Te seguí fascinada a donde dispusiste.
Donde Dios quiere el mundo
enhebrado en su fuego.
Sin tener más noticia.
Y encontrar que ya era
tan hermoso el amor.
ASALTO A MEDIANOCHE
Cual furiosa avalancha
que invadiera mis sueños
se acerca a despertarme
un alud de palabras.
Se apoyan en mi almohada
sugerentes, impúdicas, soberbias.
Se columpian en mis pestañas.
Danzan ante mis ojos,
que apenas pueden mantenerse abiertos.
Se arrojan en tropel hasta mi frente.
Las nombro levemente
desde mi duermevela. Las acaricio
y ellas se apoyan en mis labios
que arden.
Finalmente me levanto
tomo pluma y papel
y las voy anotando en mi cuaderno.
Ya rendida
las cito para mañana
y lo hago apresurada. Antes
de que alguien despierte
abra la puerta y se pregunte
qué nueva orgía
organicé esta noche.
MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO
LO REAL Y SU DOBLE
Siempre me ha costado trabajo despertar de los sueños. Pero de un tiempo a esta parte, no sé si por el estrés, el cansancio o las preocupaciones, lo cierto es que me cuesta horrores entrar en el mundo real. la culpa la tienen una serie de sueños no reparadores, sin sentido alguno, que hacen que me levante mucho más cansado de lo que me había acostado, de modo que el cansancio se acumula y los días se me hacen interminables. Lo peor es que muchas veces los sueños son tan reales que, al despertar, se mezclan con la realidad y me duran casi toda la mañana; en alguna ocasión, incluso todo el día.
Casualmente, a principios de año tradujeron al castellano Travesía nocturna, el diario de sueños de Clement Rosset, donde el pensador francés describe una experiencia muy semejante a la mía, y propone un método para paliar el efecto real de los sueños: escribirlos. Una vez escritos, los sueños, aunque se mezclen con la realidad, no van creciendo con ésta, pues uno sabe en todo momento lo que es real y lo que proviene del sueño.
Desde que descubrí esto, he llenado más de cuatro cuadernos con mis vivencias nocturnas. Todas las mañanas paso entre media hora y una hora escribiendo el sueño. Si no lo hago, el sueño comienza a ganar terreno a mi realidad.
Escribo los sueños ara poder controlarlos, para mantenerlos «a raya», literalmente hablando. Y para que la escritura sea efectiva, he descubierto que es mejor dramatizarlos, relatarlos como si fueran historias. Así logro tomar distancia respecto a lo que pudieran ser mis vivencias personales, y los sueños se van, o al menos dejan de perturbar mi realidad. Además, muchos de ellos los puedo aprovechar para mis relatos. De hecho, este último año, gran parte de los relatos que he ido publicando en revistas provienen, ligeramente modificados, de mi archivo de sueños. Un archivo poblado de pesadillas perturbadoras que apenas puedo soportar, como ese sueño reiterativo en el que comienzo a morder mis manos y por alguna extraña razón que nunca logro encontrar, siento aquello como algo agradable. Me despierto entonces sobresaltado, con los dientes y las mandíbulas doloridas. Y tengo que ir corriendo a escribir antes de que el dolor se me extienda por todo el cuerpo. Si algún día me demoro en la escritura, puedo llegar a morderme realmente.
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Hace algo así como una semana tuve un sueño completamente diferente. Fue el primer sueño reparador en mucho tiempo, como si al final, igual que le sucedía a Clement Rosset, me hubiese recuperado.
Soñé que estaba en una estancia indefinida y que mi cuñada, la hermana de mi mujer, vestida de un blanco inmaculado, aparecía de la nada y me abrazaba con fuerza. Yo me sentía reconfortado con aquel abrazo. Luego, los rostros se rozaban y, después, ella me besaba en la boca.
Confieso que siempre me ha atraído mi cuñada. En general siempre me han atraído mis cuñadas. Primero las mujeres de mis hermanos, y luego, las hermanas de mi mujer. Sin embargo, en el sueño, el beso de mi cuñada no tenía nada de sexual. Era un beso que, sin llegar a ser casto, no pertenecía al espectro de las relaciones sexuales, al menos tal y como las entendemos.
Nunca había sentido un beso así en la realidad, ni había leído ni sabido acerca de un beso de tales características, pues, por lo general, los besos tienen que ver con la falta y no con la plenitud. Los besos acrecientan el deseo, y no lo apagan. Pero el beso del sueño era un beso de plenitud, un beso que apaciguaba todo deseo, un beso gozoso, en el que sentí que se paraba el mundo, en el que sentí condensados todos los besos.
Y lo más importante de todo, el beso del sueño tenía un sabor particular. Un sabor tan intenso que me hizo despertar. Un sabor que todavía, mientras escribo esto, puedo paladear. Eso quizá fue lo más inquietante. Que cuando desperté tenía el gusto en la boca. Sentía realmente que ese beso había tenido lugar, que había una porción de realidad en aquel sueño.
Me costó un trabajo enorme levantarme. Estuve saboreando el beso en la cama durante algún tiempo. Mi mujer ya se había marchado al trabajo y pude quedarme allí un buen rato. El problema vino después, cuando decidí -y creo que esa fue la peor decisión que pude tomar- que no iba a escribir. Había sido el primer sueño reparador en mucho tiempo. Había superado las pesadillas. Además, no recordaba una experiencia de tanta paz y plenitud como la que había vivido esa noche. Pensé que si la escribía se perdería para siempre. Y quise permanecer algún tiempo más con el sabor en la boca.
Recuerdo que esa mañana ni siquiera quise desayunar. El sabor del beso me saciaba, y no quería quitarme el gusto de la boca. Luego, al mediodía tuve hambre, aunque pude resistirlo. Y, conforme avanzaba la tarde, comencé a pensar que lo mejor sería volver a casa y acostarme lo más rápido posible para intentar encontrarme de nuevo con mi cuñada en el sueño.
Cuando llegué, mi mujer me estaba esperando para cenar. Pero yo no tenía hambre, ni quería comer. Tampoco quise besarla. Al ver su rostro de preocupación, le dije que había tenido un día muy duro y que me iba a dormir enseguida.
Intenté soñar de nuevo con mi cuñada, pero fue imposible. El sabor del beso aumentaba cada vez más. Cada vez que paladeaba, lo sentía con más fuerza. No era desagradable. Todo lo contrario. Era tremendamente delicioso. Sin embargo, así como en el sueño el beso colmó todo deseo, en la realidad, su sabor en mi boca acrecentaba la necesidad de repetirlo. La plenitud se transformaba en falta, cada vez con más fuerza, con mayor intensidad. Hasta que, a la mañana siguiente, el deseo ganó la partida a la satisfacción y la sensación se volvió insoportable. Tanto, que no dudé en intentar escribir el sueño. pero ya no era posible. El sabor del beso se había hecho tan fuerte en mí que no podía expresarlo con palabras. Ya era demasiado tarde.
Durante el resto de la semana apenas comí ni dormí. El beso me había quitado por completo el hambre. Y tampoco soñé. por las mañanas me levantaba y no recordaba nada de lo que había soñado. Intenté mil veces escribir el sueño… pero ya no podía describir el sabor ni la sensación. Todo estaba poblado de realidad. Había transcurrido demasiado tiempo. El sueño se había apoderado de la realidad.
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Mi mujer no hacía más que preguntarme qué me ocurría, por qué no quería comer y, sobre todo, por qué evitaba sus besos. Al final tuve que decirle que había soñado con su hermana, y que el sueño se me había ido de las manos. Le dije también que estaba desesperado. Que ya no aguantaba más, que tenía que saber si ese beso era real o sólo era parte de mi imaginación. Y ella, con su habitual templanza, me dijo que me tranquilizase, que al día siguiente buscaríamos ayuda médica. Y sobre todo que bajo ningún concepto se me ocurriera hacer lo que estaba pensando. Porque ella me conoce bien, y sabía que en ése momento sólo había una idea en mi mente.
El beso me estaba volviendo loco, y tenía que pararlo de alguna manera. Estaba claro que la escritura ya no podía hacerlo. La única solución pasaba por romper la idealización, destrozar la ilusión y caer a lo real: besar a mi cuñada, aunque eso significase poner en peligro mi matrimonio. A esas alturas, mi matrimonio era lo de menos. Después de una semana de delirio, sólo me importaba una cosa, sacar de mi cuerpo aquella sensación. A toda costa.
Ésa misma noche cogí el coche y fui a la casa de mi cuñada, que vivía en un piso de soltera. A las tres de la mañana toqué al timbre. Al verme, se asustó. Pero me invitó a pasar. Yo le conté la situación y le dije que necesitaba besarla. Pero ella se negó. Entonces intenté hacerlo por la fuerza, aunque siempre ella conseguía retirar sus labios. Por fin conseguí besarla, pero de modo muy fugaz, así que no me dio tiempo a saborear el beso. Necesitaba sosiego y calma. Necesitaba saborear su boca. Confrontar sabores. Y eso era imposible de aquel modo. Así que decidí atarla a una silla. Y para que no gritase más, la amenacé con un cuchillo. Incluso tuve que hacerle un pequeño corte en la mejilla para que se tranquilizara. Yo no quería, pero la situación me condujo a eso. Al final, cuando entendió que su vida no me importaba demasiado, accedió a mis peticiones, y logré que me besara con pasión. Probé de todas las maneras. Pero sus besos no recordaban ni de lejos al beso del sueño. Ni siquiera el roce de su rostro. nada era igual. No era ella. No era su sabor lo que yo buscaba. Se había roto la ilusión. Pero eso, lejos de salvarme, fue lo que me condenó. Porque besar a mi cuñada y constatar que no era la mujer del sueño fue como abrir la caja de los truenos, y el beso que llevaba dentro se desencadenó con una violencia tremenda.
Mi cuerpo comenzó a tambalearse de dolor. Y mientras tanto, mi cuñada me miraba con los ojos llenos de lágrimas. Yo le pedí perdón. Pero sabía que había ido demasiado lejos. Si la soltaba, llamaría a la policía. Tampoco me importaba demasiado, así que decidí dejarla allí. Desconecté el teléfono y cerré la puerta con llave. Ya la encontrarían. Todo estaba perdido.
Salí corriendo de la casa y subí al coche. No sabía dónde ir. Pero lo peor era la terrible sensación que se había apoderado de mi cuerpo. Era un dolor tan indescriptible que nunca me acostumbraba a sentirlo. Y se incrementaba cada vez más.
Pasé cerca del malecón, y se me ocurrió, en medio de la desesperación, en probar más besos, los besos más desesperados. Así que subí al coche a una prostituta, y le dije que quería que me besara. Nada más. Fue una experiencia terrible. Luego otra.. y otra más. Creo que esa noche besé a todas las prostitutas callejeras de Murcia. Pero no obtuve respuesta alguna a lo que estaba buscando. El beso cobraba fuerza en mi interior. Era como si me expulsara de mí. Hacía días que no había comido, días que no había dormido, y el beso se había apoderado de toda mi realidad.
No sabía cómo iba a volver a casa después de aquello. Mi cuerpo se entumecía poco a poco. Pero el dolor más terrible lo tenía en la boca. Ya apenas podía saborear. la boca se me había puesto densa, pastosa, como si estuviese mascando algodón. Un algodón húmedo que me envolvía y no me dejaba moverme, como si todos los poros de mi piel se estuviesen saturando. Me ahogaba. Y ya no podía salir a flote.
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Estaba claro que nunca encontraría un beso que pudiera frenar aquella metástasis. Entonces, sumido en la desesperación, decidí que lo mejor era el suicidio. Al menos, podría saber cuándo acabaría.
Conseguí llegar a la casa que mis padres me dejaron en la huerta. Todo acabaría allí. Aquel maldito sueño, aquel maldito sabor. Mi padre siempre guardó una escopeta de doble cañón. Esperaba que también hubiese guardado algún cartucho. Gracias a Dios, así lo hizo. Encontré el arma y la munición, me senté en la cama de mis padres y, alargando el brazo todo lo que pude, me metí la escopeta en la boca e intenté disparar. Juro que lo intenté. Cerré los ojos, apreté los dientes junto al cañón. Pero en el último segundo, no tuve valor para hacerlo. Ni siquiera la desesperación me hizo apretar el gatillo.
Fue entonces cuando de impotencia mordí mi mano con tal fuerza que comencé a sangrar. Y fue también en ese momento cuando sentí algo extraño en el sabor de mi sangre. Un gusto metálico que, extrañamente, se aproximaba bastante al del beso del sueño. Saboreé un poco más. Y, en efecto, mi propia sangre era lo más parecido al sabor del beso.
Cuanto más saboreaba, cuanto más fuerte mordía, más cerca estaba del sabor del beso, como si estuviese afinando un instrumento musical, buscando el tono perfecto. Sentía que a medida que me desangraba y me quedaba sin fuerzas me aproximaba más al sabor del beso. Así que mordí y succioné tanto como pude… hasta que, en un momento, perdí el sentido por completo.
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Cuando mi mujer me encontró ya casi no tenía sangre en mi cuerpo, y la mano izquierda prácticamente me la había comido entera.
Ahora tengo las manos vendadas, pero aun así el médico me obliga a escribir mis sueños. Para que no me ocurra más lo del beso. Para que en la palabra escrita pueda encontrar un saber… un sabor.
MANUEL MOYANO
TIEMPO Y CENIZA
He ahí al gran escritor y a su mujer, él repantigado en su butaca preferida y releyendo Tiempo y ceniza, la novela que publicara hace ya más de veinte años, ella viendo la televisión con el volumen muy bajo para no molestar a su marido, quien humedece la yema de su dedo índice con su propia lengua empapada en whisky para así poder pasar de la página 77 a la 78, donde acaba el tercer capítulo de esa obra que algunos críticos acogieron en su día con tibieza -pobres mentecatos-, pero que otros elevaron de modo inmediato a los altares de la literatura y que calificaron de tumultuosa y sublime: «fiel espejo de nuestra época», en palabras de R. S.; «magnífico templo verbal», según la encendida reseña de M. G.; qué importa que Tiempo y ceniza se vendiera poco, piensa el gran escritor, a quien ya empieza a fastidiarle que su mujer lleve varios minutos intentando atraer su atención hacia alguna cosa, la verdad es que le público se alimenta de bazofia, por suerte aún quedan espíritus cultivados que, año tras año, siguen promoviendo su candidatura al Cervantes (recuerda mientras vuelve a decir que no a su esposa con la cabeza) «por haber alcanzado con una sola obra las más altas cimas líricas de nuestra narrativa», recita para sus adentros el gran escritor quien, finalmente, acaba de ver rebasado el límite de su paciencia y, sin apartar la mirada del libro manoseado que tiene en el regazo, le espeta así a su mujer: «yo no pienso ir, estaría bueno. Habíamos quedado en que esta semana la basura te tocaba bajarla a ti».
OTOÑO DE 2013
Y aquí tienen algunos textos del número 14 del Manifiesto Azul.
ANDRÉS GARCÍA CERDÁN
ELLA SUEÑA CON NUBES
[Karmina Ramírez]
Ella sueña con nubes altas, sueña
con Joe Strummer, con Londres ardiendo,
con las noches del punk. Sueña que Joe
le regala un banjo y que pesa tanto
que no puede llevárselo a casa: se le cae
siempre. Despierta. Traza, con los trazos
de una niña, increíbles escaleras,
siluetas urbanas, muñecos apresados
en una habitación verde, ventanas
abiertas al vacío, chicas de pelo largo.
Sueña que toca el banjo con joe Strummer.
En las cristaleras de todas las tiendas viven
matriuskas y juguetes de segunda mano,
clicks muy antiguos. Sueña con Malta:
allí la esperan ejércitos de olas.
Bajo un cielo absolutamente azul,
con suavidad cruzado por dos o tres islas
blancas, la veo volar sobre esas olas
y comprarse un vestido transparente.
En secreto la oigo cantar una canción
para que no se acabe nunca el sueño.
Quiere despertar para siempre en brazos
de un guerrero de plástico irrompible.
JOAQUÍN PIQUERAS
ENSEÑAR A LOS CLÁSICOS
Y mostrando la mejor de sus sonrisas,
confesó la alumna de Filología Hispánica
a su profesor de Literatura:
-Si hay algo que humedece mis ojos
y hace palpitar mi cuidado hasta hundirme
en las entrañas de la tierra
es aprender literatura hincada de rodillas,
porque no hay, no existe placer
más grande que tu enhiesto
surtidor de sueños iniciándome
en el suculento sabor de los clásicos,
sentir a través de su plectro sabiamente meneado
a berceo tocándome la campanilla
con su alejandrino cesurado;
al Arcipreste templando mis cuerdas vocales,
al tiempo que susurra entre espasmos
«sírvela, no te canses, sirviendo el amor crece»;
a Manrique con sus ríos que van a dar a mi boca,
a se acabar e consumir;
a Fray Luis, enfurecido león cuando
frecuenta la escondida senda de mis labios;
a San Juan, hiriendo mi cuello,
dejándome despeinada y sin sentido;
a Garcilaso, que de sí mismo él se corre agora;
a Cervantes, Góngora, Lope, Quevedo,
cuatro glandes a mi lengua pegados,
¿y Calderón?, ay, infelice de mí,
apurar a todos los clásicos pretendo.
NOELIA ILLÁN CONESA
BILBO
xxxxxxxxxxxxxxxxxContigo he descubierto
xxxxxxxxxxxxxxxxxque soy un tipo débil.
xxxxxxxxxxxxxxxxxCarlos Ann
Imagíname borracha por esas calles,
con un vaso apurado en la mano,
buscando el taxi que me lleve al hotel
porque no recuerdo el camino de vuelta.
Imagíname con el pantalón a medio abrochar,
con el rímel esparcido y tecleando el móvil a tientas
para mandarte un mensaje.
Imagíname así,
perdida en la ciudad de las siete calles,
entre Sondica y Zamudio,
testigo del libertinaje más obsceno que puedas,
con los ojos abiertos al júbilo
y la palabra certera de una noche poética.
Y ahora, cuando tengas esa imagen clara,
nítida,
imagínate tú ahí,
inmerso en la noche norteña,
camino del hotel de mala muerte,
militante de mi cuerpo luego,
si encontramos, claro, un taxi de vuelta.
DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR
HIDROCARBUROS
Tenía ganas de pasear. no podía soportar otra noche frente al televisor. Ese parloteo estridente de películas donde hombres y mujeres se afanan en tramas sin sentido. Qué tenían ellos que ver conmigo. Qué tenía yo que ver con sus amores, sus celos, sus crímenes avariciosos. Desde pequeño me ha pasado. No sentirme parte de este mundo, ver a todas las personas como a través de un grueso cristal; observar cómo, desde su mundo extraño y luminoso, etéreo, mueven sus labios, gesticulan.
El ascensor abrió sus puertas en medio del silencio del edificio. Todos los vecinos estaban encerrados en sus cuevas a esta hora, tras sus puertas con mirilla. Entré en la cápsula, dentro de su zumbido y su luz reveladora. La luz del ascensor sabe exactamente quién soy, lo susurra en un zumbido apenas audible. Fue una inmersión larga; tuve tiempo de pensar. No pensé nada salvo en mi respiración simétrica. Por fin se abrieron las puertas y salí a la madrugada.
Las calles estaban desiertas. Los semáforos vigilaban un tráfico fantasma, invisible, que recorría en silencio el asfalto más negro de la ciudad, respetando estrictamente el sincronizado ritmo rojo y verde de las luces. Seguí caminando y desaparecieron las calles. Luego pasé el río, los caminos de la huerta y los ladridos de los perros sondeando las constelaciones, hasta que ya no se veían más que algunas luces lejanas. Era una noche húmeda, costaba respirar ese aire mojado. Los pies se hundían en una especie de fango suave y viscoso.
Cuando mis piernas se cansaron de luchar contra la porosidad del fondo, decidí tumbarme. Encendí un cigarro y, bajo la luz del mechero, la noche se hizo tan alta que me aplastó como a un luminoso pez abisal. A varios miles de metros sobre la brasa de mi cigarrillo, el viento peinaba la superficie del mar.
A mi lado, otros esqueletos blanqueados por la noche y el tiempo reposaban en el fondo, con sus espinas y sus cabezas sin ojos y los pequeños dientes afilados de sus bocas. Mi espalda empezaba a ser engullida por el limo. No puedo expresar con palabras la infinita alegría que me inundó cuando me imaginé en una fosa oleaginosa de hidrocarburos, descomponiéndome entre el carbono inmortal de ballenas, de dinosaurios, de otros peces abisales que encendieron sus lucecitas hace milenios y que serán extraídos junto a mis restos negros y serán luego convertidos en gasolina, que moverá los coches que, allá arriba, empiezan ya a circular, un poco antes de que amanezca.
NATXO VIDAL
LOLITA
Hay cosas que no puedes decirle nunca a tu mujer. Dicen. Por ejemplo me gustan tus cartucheras. Aunque sea cierto. O esa papada me pone como loco. Aunque te ponga. O desde que estás más rellenita me gusta más cogerte. Aunque te guste. Hay cosas que no puedes decirle nunca a tu mujer. Yo estaba a punto de decirle una. Escuché cómo metía el coche en el garaje, cómo, con el motor apagado ya, dejaba terminar la canción que estaba escuchando y cómo, apenas un minuto después, apagaba el equipo, bajaba del coche, cerraba la puerta y subía las escaleras, con ese ruido de tacones que, últimamente, yo ya no soportaba. Luego abrió la puerta que unía la cocina con el garaje, dejó las llaves dentro del frutero, colgó la chaqueta de la percha y se quitó los zapatos. Hay cosas que no debes decirle nunca a tu mujer. Aunque sean ciertas. Aquella tarde, además, todo apuntaba a que su estado no era el idóneo para encajar según qué cosas. Alerta de fuego. Nivel rojo. En realidad, su estado nunca era óptimo para encajar según qué cosas, para ser rigurosos. Concretamente, nunca lo era desde que atravesamos la barrera de los diez años de casados. Pero aquel día, especialmente, entró en el garaje con el volumen demasiado alto, tardó en cerrar la puerta demasiado tiempo, subió las escaleras a un ritmo demasiado lento, lanzó las llaves dentro del frutero demasiado fuerte, colgó al ropa en una percha demasiado alta y comenzó a quitarse los zapatos demasiado tarde. Demasiados presagios. Me gustan tus cartucheras. Esa papada me pone como loco. Desde que estás más rellenita me gusta más cogerte. Dime que has hecho algo interesante, me dijo. Yo la miré como miran los niños a la noria, sin saber muy bien dónde mirar, exactamente. He sacado Lolita de la biblioteca. Me gustan tus cartucheras. Esa papada me pone como loco. Desde que estás más rellenita me gusta más cogerte. He sacado Lolita de la biblioteca. Si tu vida sexual no es satisfactoria no debes decirle a tu mujer que has sacado Lolita de la biblioteca. Yo la miraba sin mirarla. Dime qué has hecho tú, cariño. ¿Lolita? Puedes llamarla Lo, si quieres. O Dolores. Estás enfermo. ¿Enfermo? ¿Por sacar un libro de la biblioteca? No. Por sacar un libro de la biblioteca no. Por sacar un libro de la biblioteca donde un cuarentón como tú se lo monta con una niña de doce años y un metro y medio de estatura. Debo reconocer que lo del metro y medio de estatura me sorprendió. Muchas de nuestras amigas no miden mucho más de metro y medio de estatura y no creo que por eso sus maridos, goteando deseo por ellas, sean unos enfermos, como tú dices. Lo de los doce años, vale. Aunque en España las relaciones sexuales consentidas con adultos son legales desde los trece años. Las mujeres de nuestros amigos no tienen doce años. Lo de los doce años, vale. Ya te lo he dicho. Pero no entiendo lo del metro y medio de estatura. Estás enfermo. ¿Enfermo? ¿Y todos estos que han sacado el libro antes que yo? (le enseñaba la hoja pegada a la solapa donde se registran los préstamos del libro) ¿También están enfermos? También. Peri so no los conoces. Me da igual. Enfermos. La gente sólo quiere leer, ¿lo entiendes? Enfermos. Nadie quiere montárselo de verdad con una doceañera de metro y medio por leerse un libro. No seas exagerada. Me gustan tus cartucheras. ¿Y cómo se te ha ocurrido? ¿Has salido a la calle, esta mañana, y has pensado voy a sacar Lolita de la biblioteca? Imbécil. Y a partir de ese momento hizo hacia atrás todo lo que antes había hecho hacia delante. Volvió a ponerse los zapatos, descolgó la chaqueta de la percha, cogió las llaves de dentro del frutero, abrió la puerta que unía la cocina con el garaje, bajó las escaleras con ese ruido de tacones que, últimamente, yo ya no soportaba, subió al coche, puso la música a todo volumen y se fue. Y yo me quedé a solas con Lolita. Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita. Hacía tiempo que la sangre no se me agolpaba en la entrepierna tan deprisa. Me gustan tus cartucheras. Esa papada me pone como loco. Seguro que lo has hecho por motivos literarios. Imbécil.
MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO
NOCHE DE FIESTA
Sales algo mareado de la fiesta. Apenas logras tenerte en pie. Un regusto amargo recorre tu garganta y casi no puedes contener el vómito. Necesitas aire. Juras no volver a meterte esa mierda. Son las cuatro de la mañana y no hay un alma en las calles. Tampoco hay nada en tus bolsillos. La opción del taxi queda descartada. pero no importa. Son cuarenta minutos. No es tanto. Además, te viene bien andar. Quizá así logres despejarte un poco por el camino. Sólo debes tener cuidado. Como siempre lo has tenido. Cuidado y ya está. Evita el callejón. Y ya está. Hay que rodearlo. Es más largo así, es verdad. Se tarda más. Pero es mejor ser cuidadoso. Sin embargo, esta noche te sientes diferente. Esta noche eres valiente. Esta noche no tienes miedo. Qué puede pasar. Es sólo un callejón. Oscuro y estrecho, sí. Pero un callejón al fin y al cabo. Así que decides atravesarlo. Se escucha un murmullo a lo lejos. Deberías alejarte. Pero esta noche eres valiente y sigues caminando. Entonces ves la escena: cinco adolescentes acorralan a un mendigo al final del callejón, justo debajo de una farola. En silencio, observas cómo se ríen de él, lo tiran al suelo y comienzan a darle patadas y puñetazos. Todos a la vez, sin ningún tipo de orden. Violencia en estado puro. Percibes los golpes secos y se te revuelve el estómago. El vómito agrio casi vuelve a subir por tu garganta. Y entonces te quedas paralizado. Odias la injusticia, no toleras lo que está ocurriendo. Pero ahora no sabes qué hacer ni cómo actuar. Así que intentas pasar desapercibido y volver por donde has venido. En ese momento uno de los jóvenes se da cuenta de tu presencia y te grita algo en un idioma que no entiendes. Es rumano, piensas. Luego, todos te miran y comienzan a reírse de ti. no te persiguen, ni te vuelven a gritar, sólo se ríen. Te hacen gestos y se ríen. Y eso es lo que te descoloca. Y sin saber exactamente por qué, comienzas a correr hacia los jóvenes lleno de rabia, con la cara desencajada y con los puños en alto. Pero cuando llegas a su altura, en lugar de abalanzarte sobre alguno de ellos, gritas algo cuyo significado ni siquiera tú puedes entender y golpeas con toda tu fuerza al mendigo, que emite un alarido que se te clava en los oídos. Entonces, sin pensarlo demasiado, comienzas a darle patadas en el estómago con tal intensidad y violencia que los jóvenes se asustan y salen corriendo. El hombre llora y pide clemencia. Tú quieres parar. Por supuesto que quieres parar. Pero hay algo dentro de ti que no te deja frenar. Esta noche eres valiente. Esta noche es diferente. El indigente consigue evitar una patada y te mira fijamente a los ojos implorando piedad. Y es en ese instante cuando descubres que su rostro te es familiar. Demasiado familiar, piensas. Ves en él los ojos de tu padre. Tu padre anciano, que lleva varios años desaparecido. Te estremeces por completo. ¿Es posible que este mendigo sea el hombre que tanto tiempo has estado buscando? ¿Es ése tu padre? Y la formulación de esta pregunta te hace pegarle aún con más fuerza. Le pisoteas la cabeza una y otra vez hasta que consigues desfigurarle el rostro, hasta que la sangre salpica tus pantalones. Sin embargo, cuanto más le desfiguras el rostro, cuanto más fuerza ejerces con tus pies sobre su cráneo, más se parece a ti. Y su rostro se convierte en un espejo. Un espejo en el que te ves reflejado y que acaba poseyéndote. El rostro eres tú. Quizá por eso poco a poco comienzas a sentir un tremendo dolor en el costado y en la cabeza. Y entonces te detienes súbitamente. Pero el dolor, en lugar de aminorar, se hace más fuerte. Y la única solución para paliarlo parece seguir pegándole, haciéndote un daño terrible, sintiendo su dolor en todos los rincones de tu cuerpo. Hasta la extenuación. hasta extraviarte por completo. Hasta no saber dónde acaba él y comienzas tú. Hasta perder el sentido.
No sabes el tiempo que dura esta locura. Pero ahora, al salir el sol, te sorprendes dando puntapiés a una pared, con los zapatos rotos, los pies llenos de sangre, y una masa de personas mirando fijamente hacia el lugar en el que estás. Te vuelves hacia ellos y preguntas por el indigente. Nadie te contesta. Algunos dejan caer unas monedas cerca de ti.
LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (IV)
El martes, mientras el personal se dejaba lobotomizar por las procesiones y/o el fútbol, un puñado de desertores de este sinsentido generalizado nos acercamos al local de la Asociación Artística y Cultural ‘La Azotea’ para disfrutar de la presentación de la nueva novela de Javier Moreno, ‘2020’.
Tanto José Óscar López, como Miguel Ángel Hernández Navarro, los dos presentadores del acto, hicieron dos presentaciones magistrales. Además, fueron maravillosamente complementarias: mientras uno habló desde un punto de vista esencialmente personal, el otro diseccionaba técnicamente la novela. Y ambos regalaban referencias y relaciones sin hacerse pesados en absoluto (algo que empieza a ocurrir con demasiada frecuencia en las presentaciones).
Aquí tienen algunas de las fotos que hice en la presentación.
Después, ya saben, el ritual de siempre de tomarse unas cervezas porque estas cosas dan muchísima sed. Y cuando uno se iba a casa recibir como regalo de manos del autor la novela que ahora mismo forma parte de casi la obra completa de Javier Moreno en mi biblioteca particular. Sencillamente, un lujo.
Y si quieren saber por qué es un lujo tener esta novela en casa lean ésta crítica sobre ‘2020’, una de las tantas que podrán descubrir tanto en internet como en papel sobre este grandísimo escritor y su última obra publicada.