EL ÁNGEL DE LA PESTE
LLUVIA DE HOMBRES
Te lanzan ascuas esas nubes torvas, negras, profusas.
Y no buscas refugio
porque deseas que la lluvia
te asalte rauda en plena cara:
nunca has visto una cascada de pavesas.
Quieres mirar de frente el manto que te acoge,
que te horada lento las entrañas.
En este día la lluvia es de cenizas,
y sabe a hombres.
Se asombra la ciudad con el prodigio.
Se echan a la calle los ancianos y los niños,
y guardan el polvillo en tarros de cristal.
Las nubes, interminables,
expelen con más fuerza las recientes cremaciones.
LA CARNE TE DERRUMBA
Oliendo la muerte bajas.
La calle desciendes.
Y se te van cayendo los brazos
y los hombros y la piel entera.
Olor intenso el olor a muerte.
A podrido. La carne te derrumba.
La calle entera con el eco de tus pasos
como toque de ánimas, de muerto, de infecto.
Y aún desciendes y desciendes,
y el hedor no se te va, y ya ni el cuerpo encuentras.
Tres faroles en la calle fúnebre,
en la oscura calle que no para y se abandona.
Tres luces que te arrojan, que te invitan.
Allí la muerte,
viéndote empezar.
También ahora,
aguardando en la penumbra
tu paso distraído.
EL ORIGEN
Tú eres la brasa que inflama
todas las entrañas,
la que aguarda con paciencia
a que acabe la función,
la que vigila
y cuyo rostro la gente
mira en tus ojos.
Eres quien se inclina
para comprender;
eres quien se busca
y desentraña los enigmas,
origen y final
de los trayectos.
Tú, que sientes que algo
fue de ti, que ya no está,
ni encuentras.
Tú, que habitas los cipreses
de tu propio cementerio
y aprendes por fin a no temerte,
a no inquietarte,
porque sabes que te tienes,
sin remedio.
QUE ALGUIEN SE LO DIGA
Decidle que la fiesta terminó;
que alguien se acerque y se lo diga.
Decidle que ya todo pasó,
que adiós, muy buenas y hasta mañana,
o que en la próxima nos vemos.
Acompañadle hasta la puerta
y dadle un gran abrazo,
habladle de las cosas de la vida…
Sacad de las botellas su tristeza y que se olvide,
decidle que las penas son una carga,
un lastre inútil, qué sé yo.
Mostradle otros paraísos, otras vidas,
que se distraiga con mil historias;
¡que salga a la noche y que llore!,
pero aclaradle que la fiesta ya terminó.
Que alguien se acerque y se lo diga, por favor.
RUINA
Reconstruirse o sucumbir.
Ser amado por las hiedras,
huésped de líquenes e insectos
ociosos, asomarse al tiempo,
pedestal de glorias anteriores a la edad.
Ser estatua, esfinge,
y contemplar el mundo
con la locura de los años.
Ser museo, fósil,
curiosa muestra de las hazañas,
lápida, tumba, inscripción.
Ruina,
o comenzar desde el principio.
EL DESTINO MÁS AMARGO
El destino más amargo es aquel que no escribí,
el que destruyó con su silencio
la posibilidad de lo vivido.
Su agrio sabor me deja
en la incertidumbre
de que las cosas pudieran ir mejor.
Pero sobra el tiempo aquí,
me digo,
para rehacer y llevar los pasos
que marca el corazón,
porque lo espantoso del destino,
lo terrible que tiene la fortuna,
es que casi siempre puedo
cambiar el color de mis apuestas.
MÁSCARAS DE ODIO
Las máscaras del odio
se asoman a todos los canales
para observarte.
Te miran. Te espían.
Están quietas desde la pantalla,
y aunque parezca que se han ido
permanecen,
siguen siendo ellas,
las mismas máscaras del horror
y de la envidia que te miran,
te miran.
Y lo peor es que de tanto vigilarte
acaban conociéndote y amoldándose
sobre tu rostro,
sin que lo notes.
HIJOS DEL AZAR
A nosotros, los hijos del azar,
han venido las aves y las aguas de los ríos,
los pantanos y las nieves,
las cordilleras, el insecto, la rosa
y los jardines, los parques naturales de África
y el Amazonas, el gato en el salón,
los tigres de Bengala
y el canguro, el azor, las ballenas
de las mesetas oceánicas,
el grillo, los arrecifes de coral,
a recordarnos, a nosotros,
los hijos predilectos del azar,
ellos desde Siberia
a Nueva Guinea y los Andes,
a recordarnos a voces
de lenguas infinitas,
en un susurro moribundo
que nosotros, los más irresponsables hijos,
llevamos demasiado tiempo
jugando con su azar.
Plata, Francisco. El ángel de la peste. Valencia; Ed. Germanía, 2002.