CATORCE
XIV
La dentellada del frío, como presagio de la fiebre y la enfermedad. Han descendido las temperaturas
sin darse cuenta de que yo no estaba preparado para romper este idilio que mantenía, desde que llegué a Cochabamba, con lo primaveral. La meteorología es así. Poco, o nada, le importan los pequeños desastres cotidianos de quienes nos sometemos, gustosos y sumisos, a sus dictaduras de termómetro y viento.
xxxxxxxY es que ya dejamos atrás, hace tiempo, la soberbia adolescente de la manga corta y el pecho descubierto. Ahora uno se abriga antes de salir de casa, incluso en días de sol pertinaz y nube ausente. Ya he aprendido que el sol de invierno es fraudulento, como ese beso al aire que ni roza la mejilla ni lo desea. Lo aprendí de los ancianos que poblaban mi vida cuando joven. Aprendí a descubrir mi propio reflejo en la certeza del tiempo y derrota de sus pupilas. Mi padre ya me lo advertía, no hace mucho: cuídate de las corrientes de aire, los pies fríos y el sol de invierno. Y, a pesar de todo, aún me veo sorprendido por el montaraz designio de una temperatura caprichosa. Y me resfrío, o al menos me recorren escalofríos gripales cuando menos me lo espero.
xxxxxxxPero ahora no, no me conviene enfermar. No puedo, en estos momentos, arriesgarme a implantar en casa la fraudulenta democracia de las bacterias.
xxxxxxxElla descansa en su ajetreo de mutaciones inexplicables, en la cama. La ciencia, que todo lo explica, aún no da razón al terremoto interior de la mujer embarazada. Bueno, sí, da explicaciones pero a uno, que es de letras, se le escapan o no las entiende. Ella tampoco comprende. Ella sólo se duele, sabiendo que su cuerpo moldea cavernas de pulpa en que pueda descansar su letargo de años por venir el niño que está por nacer. Y yo debería evitar la enfermedad, por no contagiarla, por no expandirla, cual bomba de racimo, bajo el techado yihadista del hogar en calma.
xxxxxxxAsí que me preparo un ron con limón. Como cuando adolescente, a la ribera del invierno, bajábamos hasta el parque desangelado para consumir alcohol, y nos animábamos unos a otros a beber más aprisa para combatir el frío. Estábamos equivocados. Es un argumento científico que, esta vez sí, comprendo: el alcohol provoca una sensación de calidez al inicio de su ingesta, producto de la dilatación de los vasos sanguíneos, que incita la huida hacia delante de la sangre (entiéndase, por hacia delante, hacia la superficie epidérmica). Pero, al poco tiempo, el cuerpo sufre, en su termostato interno, una brusca bajada de temperatura que puede acarrear dramáticas consecuencias: pensad en los numerosos indigentes que, enhebrados al sueño fatídico del alcohol para mejor desenmarañar la epopeya de sus decepciones, fallecen de frío… cada noche. La ingesta de alcohol, qué le vamos a hacer, porta todo un ramillete de tópicos y excusas con que decorar el jardín en que naufragan quienes, sin control ni límite, lo consumen. Y elijo yo, ahora, la excusa de la falsa calidez que provoca el ron con limón (por la vitamina C… la del limón, me digo).
xxxxxxxLa casa permanece joven, como las momias fosilizadas que no se han descubierto, aún, en los hielos de la Antártida. Y yo pretendo evadir su gélida juventud con otra copa de ron. Al menos así permaneceré más tiempo lejos de la cama, ahuyentando el acceso de tos que podría invadir su sistema inmunitario… y hacerla sufrir. Quiero que duerma. Que descanse, libre de las trampas de la pesadilla. Deseo que descanse. Que encuentre, bajo la primavera monocroma del edredón, ese pedazo de calma que merece la orografía rosa de su vientre. Así que, mejor, doy santa sepultura a esta botella de ron que me permitirá evadir el ansia por acomodarme en la matriz templada y crujiente de su respiración verde y oro, igual que lo hace el niño en la alcoba escarlata de su vientre.
Cerezal, Pablo. Breve historia del circo. Albacete; Chamán ediciones, 2017.