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Posts Tagged ‘pablo cerezal’

VEINTICUATRO

diciembre 21, 2018 Deja un comentario

 

XXIV

Es, ahora que la melodía de un crepúsculo incendiado en tormenta adormece mis sentidos, que la música de Quique González retorna a mis oídos como lo haría el hijo pródigo a la casa familiar (independientemente de las palizas del padre o la eterna melopea de la madre).

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxVer llover.

xxxxxxxSí, cegar la curvatura de las pupilas en el naufragio celeste de un temporal,  y comprender que has de regalarte, de alguna manera, el sentido del oído con músicas de aguacero, melodías de desagüe, armonías de naufragio. Escucho, una y otra vez, la voz de Quique González, recordándome que los olvidados fueron obligados a crecer desinformados.
xxxxxxxTarareábamos, hace ya años, esa canción del bardo madrileño, entre amigos, iguales, compañeros que compartíamos, además del gusto por la música, la dolorosa nostalgia de haber vivido de cerca la cruda realidad que relata su letra. Habíamos crecido en barrios periféricos. Habíamos sufrido la violencia del robo, el asalto, la paliza, la borrachera, el polvo a destiempo debajo del puente bajo el que hace años que no gritaba ningún río… cosas así: súbitas, veloces, sucias y urbanas: como las que relata la canción que hoy me susurra una y otra vez el citado músico. Porque habla en ella de yonquis, del pinchazo feroz/veloz, de la adicción/devoción eterna, de la muerte súbita y la redención inasequible. Así fue: eran nuestros amigos, o simplemente conocidos del barrio: amables, simpáticos, un pelín canallas, sí, pero buena gente. Hasta que arreció la tormenta de las drogas duras, la desastrosa cena de gala de la heroína, en la que muchos, tantos, demasiados, servirían de banquete a un tropel de torpes comensales que jamás fueron invitados. Cerca, siempre, estaban sus padres, sin más tiempo libre que el que los diversos empleos por obra y gracia de los cuales aparecía en la mesa del domingo el pan fragante les podían permitir. También los viandantes asustadizos que, con el ánimo de llegar un poco antes que el día anterior al hogar, decidían atravesar las calles de nuestro barrio, las vecinas de mandil cansado y chismorreo exacto como el gatillo de los cowboys de sobremesa, las chicas que inauguraban adolescencia jugando a pretender quemarse, teatralmente, en la hoguera de los despropósitos… y así, en el último extremo: los hermanos menores, los que sin comprender asistíamos al sacrificio entre aterrados y maravillados, con pupilas desmanteladas y abortos de exclamación ensuciándonos la garganta. Sabíamos que había que cuidarse mucho, al jugar en el terraplén, de las jeringas oxidadas, el óxido ensangrentado, la sangre coagulada y el coágulo de miedo que parecía haberse instalado en la mirada perdida de aquel yonqui al que todos conocíamos, con quien habíamos jugado fútbol repetidas veces en el descampado, de quien habíamos temido un bofetón pandillero e intempestivo… algo canalla pero buena gente, ya digo.
xxxxxxxY es algo de esto lo que narra Quique González en 73, esa canción que hoy acompaña con sus rabiosos acordes de niebla este aguacero cochabambino que amenaza inundar la terracita de mi recién estrenado hogar, como amenaza la citada melodía anegar el balcón de mis recuerdos. Así fue entonces. Así es hoy, de nuevo, me temo. Ayer por desinformación, hoy por necesidad de esquivar los abismos cotidianos, las calles de Madrid se oscurecen en algunas esquinas en que la jeringa y el hambre copulan a escondidas de los viandantes.
xxxxxxxPero ahora vivo en Cochabamba. Vivo Cochabamba. Y aquí la única heroína conocida es la madre que amamanta a sus retoños entre montones de desperdicio. O la niña que baila al son de músicas ancestrales para obtener la simpatía del paseante y, de paso, un puñado de lustrosas monedas o un caramelo usado. Hay otras drogas en Bolivia, además de la denostada cocaína, que aquí tan sólo sirve de laburo a un puñado de campesinos y de inocuo vicio a un menos grupo de ídem. Eso no es droga, salvo cuando cruza la frontera, a base de química y dólar, para apaciguar a los occidentales que la esperan al filo de una madrugada sin fin, al calor de los cuerpos sudorosos que se contonean al ritmo de la eterna juventud en cualquier discoteca de metrópoli que celebra la fiesta mentirosa del fin de semana. Aquí, ya digo, pensando en Quique González, en su canción 73, en los conocidos a quienes devoró la heroína en aquellos aciagos años 80, deduzco que la única droga de tal calibre es la clefa con que mutilan sus pulmones, su pobreza, su latido y su juventud tantos y tantos chavales que no, no tienen la edad de mi hermano, más bien la que debería tener el hijo que aún no decidió nacerme. Ignoro la composición de ese industrial pegamento de saldo que aspiran una y otra vez tantos niños que hacen de la calle hogar y de sus esquinas cementerio.
xxxxxxxNo vine aquí a hacer sociología de andar por casa. No pretendo desentrañar causas ni motivos. Sólo afirmo que la droga —como el cáncer o las fiestas de fin de curso— es universal, y los féretros en que viajan los cuerpos de quienes a ella toman por esposa en las lunas de hiel del abandono no son tallados por quienes la producen, siquiera por quienes la venden. Tal vez, quizás, quién sabe, sólo por quienes ignoran su todopoderosa capacidad para lograr que este mundo no alcance de inmediato la sobrepoblación y prefieren pasear su indolencia en el automóvil de lujo de la relevancia social. Puedo verlos aquí como los veía allá: pasean el carrito en que ronronean sus hijos gemelos, sorteando charcos y compradores de última hora, y apartan la mirada cuando amenaza encontrarse de frente con la de ese chiquillo que podía ser, mañana, en un par de años, cualquiera de los que ellos mismos han engendrado, en caso de fallecimiento de ambos progenitores o caída en desgracia laboral o abandono de puesto de trabajo o inminente pobreza o alcoholismo provocado por el recién descubierto fraude de una vida desechada o simplemente, en un pasado no muy remoto, en caso de haber nacido ellos al albur de la luna llena sin más techo que el aullido de dos perros que copulan al ritmo de un viento imprevisto, y en tal caso: niño, a la calle pues, ganate unos pesos, trae de comer a casa, ni modo, aunque tengas que esnifar clefa para soportar el frío, la necesidad, el hambre, la macana, la joda infecta de una niñez que nunca tendrás y un juego del que jamás llegarás siquiera a conocer las normas… todo igual, ya ven, quizás algo peor aquí, en el Planeta Sur, donde la edad de los adictos es sensiblemente inferior. hablo de niños de 6 años, o… menos.

xxxxxxx…y no, yo no nací en el 73, pero casi… podría tener la edad de mi hermano… o la de mi hijo…

 

 

 

Cerezal, Pablo. Breve historia del circo. Albacete; Chamán ediciones, 2017.

 

CATORCE

 

XIV

La dentellada del frío, como presagio de la fiebre y la enfermedad. Han descendido las temperaturas
sin darse cuenta de que yo no estaba preparado para romper este idilio que mantenía, desde que llegué a Cochabamba, con lo primaveral. La meteorología es así. Poco, o nada, le importan los pequeños desastres cotidianos de quienes nos sometemos, gustosos y sumisos, a sus dictaduras de termómetro y viento.
xxxxxxxY es que ya dejamos atrás, hace tiempo, la soberbia adolescente de la manga corta y el pecho descubierto. Ahora uno se abriga antes de salir de casa, incluso en días de sol pertinaz y nube ausente. Ya he aprendido que el sol de invierno es fraudulento, como ese beso al aire que ni roza la mejilla ni lo desea. Lo aprendí de los ancianos que poblaban mi vida cuando joven. Aprendí a descubrir mi propio reflejo en la certeza del tiempo y derrota de sus pupilas. Mi padre ya me lo advertía, no hace mucho: cuídate de las corrientes de aire, los pies fríos y el sol de invierno. Y, a pesar de todo, aún me veo sorprendido por el montaraz designio de una temperatura caprichosa. Y me resfrío, o al menos me recorren escalofríos gripales cuando menos me lo espero.
xxxxxxxPero ahora no, no me conviene enfermar. No puedo, en estos momentos, arriesgarme a implantar en casa la fraudulenta democracia de las bacterias.
xxxxxxxElla descansa en su ajetreo de mutaciones inexplicables, en la cama. La ciencia, que todo lo explica, aún no da razón al terremoto interior de la mujer embarazada. Bueno, sí, da explicaciones pero a uno, que es de letras, se le escapan o no las entiende. Ella tampoco comprende. Ella sólo se duele, sabiendo que su cuerpo moldea cavernas de pulpa en que pueda descansar su letargo de años por venir el niño que está por nacer. Y yo debería evitar la enfermedad, por no contagiarla, por no expandirla, cual bomba de racimo, bajo el techado yihadista del hogar en calma.
xxxxxxxAsí que me preparo un ron con limón. Como cuando adolescente, a la ribera del invierno, bajábamos hasta el parque desangelado para consumir alcohol, y nos animábamos unos a otros a beber más aprisa para combatir el frío. Estábamos equivocados. Es un argumento científico que, esta vez sí, comprendo: el alcohol provoca una sensación de calidez al inicio de su ingesta, producto de la dilatación de los vasos sanguíneos, que incita la huida hacia delante de la sangre (entiéndase, por hacia delante, hacia la superficie epidérmica). Pero, al poco tiempo, el cuerpo sufre, en su termostato interno, una brusca bajada de temperatura que puede acarrear dramáticas consecuencias: pensad en los numerosos indigentes que, enhebrados al sueño fatídico del alcohol para mejor desenmarañar la epopeya de sus decepciones, fallecen de frío… cada noche. La ingesta de alcohol, qué le vamos a hacer, porta todo un ramillete de tópicos y excusas con que decorar el jardín en que naufragan quienes, sin control ni límite, lo consumen. Y elijo yo, ahora, la excusa de la falsa calidez que provoca el ron con limón (por la vitamina C… la del limón, me digo).
xxxxxxxLa casa permanece joven, como las momias fosilizadas que no se han descubierto, aún, en los hielos de la Antártida. Y yo pretendo evadir su gélida juventud con otra copa de ron. Al menos así permaneceré más tiempo lejos de la cama, ahuyentando el acceso de tos que podría invadir su sistema inmunitario… y hacerla sufrir. Quiero que duerma. Que descanse, libre de las trampas de la pesadilla. Deseo que descanse. Que encuentre, bajo la primavera monocroma del edredón, ese pedazo de calma que merece la orografía rosa de su vientre. Así que, mejor, doy santa sepultura a esta botella de ron que me permitirá evadir el ansia por acomodarme en la matriz templada y crujiente de su respiración verde y oro, igual que lo hace el niño en la alcoba escarlata de su vientre.

 

 

 

Cerezal, Pablo. Breve historia del circo. Albacete; Chamán ediciones, 2017.

 

EL GATO SE OBSERVA

 

el gato se observa,
desconcertado,
en el espejo vacío
del cristal de la terraza

como me miraba yo,
no hace tanto,
en el tintineo falso
de la economía
y el salir a flote

después pasea,
se retuerce
persiguiendo
su propio cuerpo

como yo,
ya digo,
hace tiempo

como tantos,
hoy

 

 

 

Cerezal, Pablo. Breve historia del circo. Albacete; Chamán ediciones, 2017.

 

MUNAY – I

noviembre 30, 2018 Deja un comentario

 

MUNAY

xxxI

El maullido de la gata juega a ensordecer los goznes sorprendidos de la noche, mientras su pelaje invertebrado esconde estrellas a la luna. La gata entre los arbustos, perdida en el laberinto del jardín, descubriendo escondites que no existen o nada tienen que esconder.
xxxxxxxYo juego a enredar humedades de nube recién nacida en mi pecho. A falta de humedades de nimbos, cúmulos y estratos (no recuerdo bien qué nombres les otorgan a los falsos algodones que pasean el cielo esta noche), no han de considerarse despreciables las otras. Mientras la gata ensaya una coreografía de viento y crepúsculo, yo siento la piel de mi pecho enardecerse de ritmo procaz. Mis dedos simulan sorprenderse ante el vello que me equivoca los músculos pectorales, y acaricia los abruptos milímetros de gloria que sepultan mi latido. Mi pecho erizado, el cabello enredado en la brisa de la noche, la gata abandonando sus movimientos en la centrifugadora carnívora de la luna… todo incita a acariciarse, ya ven.
xxxxxxxEl fulgor inverso del verterse en la hierba.
xxxxxxxHay noches en que deberíamos cerrar la puerta a la gata como quien cicatriza una frontera, y dejarla afuera. Abandonaríamos el cuerpo al tierno abandono del tálamo conyugal. Olvidaríamos que tenemos una piel de animal superviviente moldeándonos el pecho, y que habitan erupciones de libido su geografía de corazón inverso. Pero en noches de luna llena es preferible abandonar las horas extra del hogareño laburar, y salir a pasear a la gata, aunque sea ella quien nos pasee a nosotros, guiándonos por los caminos irresolutos del crepúsculo. Llegados a algún jardín ausente ya de ninfas entregadas a la confidencia adolescente, evadiremos el juego de uñas como alfileres de la gata, y acariciaremos a esa otra gata frívola que nos ronronea el pecho.
xxxxxxxEl fulgor inverso del verterse en la hierba.
xxxxxxxDebería pedir disculpas. No es correcto utilizar la segunda persona del plural para aludir a mis inofensivos vicios de prematuro viejo verde (lo digo por el párrafo anterior, el largo). Yo me masturbo, aún, para sentirme vivo. Sí, pero también, sobre todo, para saber que aún conservo algún aprecio hacia lo que se supone debe ser mi persona. Después puedo excusarme de otra noche sin retomar la escritura de lo que debería ser mi tercera novela. Ese abandono de marioneta sin sonrisa que provoca el orgasmo egoísta de la masturbación. Pero es que hay días en que no apetece encerrarse en la cárcel argumental de la novela. Así, llegada la noche, he tomado la decisión de abandonar el bailoteo táctil de mis ideas a la carencia de ideas, de argumentos, cosas, no sé, simplemente abandonar la escritura al propio hecho de escribir. Sin planes, sin líneas que seguir. Tan sólo el placer de escribir para sentirme vivo… o menos muerto. Como la masturbación es el sexo por el sexo, yo ahora masturbo palabras por ver si humedecen de tinta fresca y loca esta página en blanco. El texto por el texto (claro está: metaforizo, ya que escribo en pantalla plana, no en papel, y la tinta vertida porta el exótico nombre de píxel). Inocuas consecuencias de un orgasmo insensato a la luz de la luna, mientras la gata me descubre un universo de reptiles opacos en su incansable danza nocturna.
xxxxxxxEl fulgor inverso del verterse en la hierba, que lo único que tiene de fulgor es la fantasía de imaginar hierba donde sólo hay rastrojo, escueto vertedero de pasto que la gata juega a ordenar con sus movimientos de diosa egipcia a la hora del amor.
xxxxxxxPero tal vez no deba considerarme viejo verde por acometer la batalla de latidos insurrectos y carne resurrecta de onanismo. Creo que fue Carlos Marx, quien afirmó que la filosofía es al estudio del mundo real lo que el onanismo al amor sexual. Lo afirmaba, el barbado revolucionario de la nada, para denigrar a sus coetáneos hegelianos. Ya ven, al fin toda revolución es sólo una contienda íntima contra aquellos que, pensamos, pretenden hacernos sombra. Defendía, el teórico del comunismo, que la masturbación no es más que patente muestra de la angustia juvenil que aún atenaza al mundo. Así que, por tanto, debo sentirme joven por entregarme a la placidez egoísta del roce de la propia piel. Al fin y al cabo, lo lamento por Carlos Marx, siempre he pensado que no hay revolución si esta pretende restituir a los hombres al yugo imbécil del trabajo. Angustia juvenil, por eso me masturbo.
xxxxxxxY es ese mínimo arrebato animal del onanismo lo que me conduce a la pantalla en blanco, con más oscuridades que las que deseaba imprimir a las páginas aún nonatas de una novela que deberá esperar mejor momento. Lo dicho: revolución fracasada esta que me retorna al trabajo. Nada de revolucionario tiene el trabajo, aunque se limite este a teclear palabras que nada pretenden decir y nadie deseará leer.
xxxxxxxEs por ello que escribo como poniendo grapas urgentes al silencio de la noche. Sólo por el placer de emborronar una ausencia de sonido sorprendida, por momentos, en la respiración entrecortada por las pesadillas que, ¡ay!, espero no esté sufriendo aquella que debería dormir a mi lado. Por eso es, imagino, que escribo: por continuar oxigenando la atmósfera de pensión barata de mi escritura. Pienso que podría dar inicio a otra novela, hoy, con la gata como argumento. O con los inocentes capítulos del sueño de mi amada sirviendo de pretexto a una trama que no existe. Tal vez con la masturbación como irreverente premisa. Al fin y al cabo, no son pocos los que, hoy, logran suculento rédito garrapateando frases procaces, con el ánimo exclusivo de epatar a un ejército de lectores que perdieron la batalla de la imaginación y el buen gusto ante las poderosas huestes del mercado. Pero descubro que solo quiero escribir por dar algunas puntadas al trapo descosido de los días. Escribir, hasta que venga el patrón ebrio del sueño a recomponerme las horas perdidas con un grito de tierra a la vista.
xxxxxxxNo fueron pocos los que escribieron, a la sombra inerte del sueño, gloriosas páginas que perdurarán en la memoria y la emoción de aquellos que aún podamos mantenerlas a salvo del naufragio de identidades en que estamos convirtiendo la vida. Sueño del hachís… y pienso en Baudelaire. Sueño del ego… y recuerdo a Dalí (el escritor, más valioso y menos valorado que el pintor). Sueño de la esquizofrenia… y alguien escupe puñales como versos tras la sombra de Leopoldo María Panero. Sueño de querer alcanzar el sueño para poder dar por terminada esta página… he aquí este contenedor de insatisfacciones en que me ha convertido la noche, sí, a pesar del clímax de gomaespuma del onanismo. La gata, que enrosca su osamenta de nube pasajera en mi regazo, me hace sentir culpable por encontrarlo aún húmedo, incómodo.
xxxxxxxEl fulgor inverso del verterse en la hierba recién podada de la página en blanco.
xxxxxxxDespués el beso. Un fugaz vuelo de labios que reprimen su deseo de abrevar en el regato fresco de tu piel. Un buenas noches susurrado hacia los adentros culpables del escritor frustrado. Y mis dedos enredándose en la celeridad mecánica del interruptor de la luz, como queriendo prolongar el instante en que te muestras desnuda y ausente ante mí, cautiva tu respiración tras los barrotes del sueño.
xxxxxxxBuenas noches, amor… o el fulgor inverso el verterse en la pesadilla del insomnio. Mientras tanto, me pregunto: ¿qué vine a hacer a Bolivia?

 

 

 

Cerezal, Pablo. Breve historia del circo. Albacete; Chamán ediciones, 2017.

 

LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (LXIV)

noviembre 16, 2018 Deja un comentario

 

Ayer tuve el lujo de que llegaran a mi biblioteca los dos libros que pueden ver en la imagen: ‘Breve historia del circo’, de Pablo Cerezal y ‘También vivir precisa de epitafio’, de Javier Sánchez Menéndez.
Públicamente quiero darle las gracias al poeta gaditano por regalarme un ejemplar de esta antología poética que le ha publicado Chamán ediciones, y al responsable de la editorial por regalarme el ejemplar del escritor madrileño.

En nada les muestro por aquí cosas de los dos libros.

 

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