LOS SENTIDOS, UNA CICATRIZ, LA REALIDAD Y FINISTERRE
LOS SENTIDOS
Esconde cada cosa en sí el secreto
de la mejor distancia
a que debe ser vista.
Así que pienso ahora a qué distancia
he de ver cada imagen
de lo que yo viví.
Mi padre, atlante
alzado en mi memoria,
se rebelaba en mí contra lo grave
de yacer bajo tierra.
Hay quien juega a encerrarme en un arcón,
por donde empiezo a desaparecer.
¿Y qué ocultan mis ojos de sonámbulo,
que sólo intuyo con los ojos de otros
que me vieron mirar mirando a ciegas?
¿Desde dónde asomarme
a los cuerpos que amé,
a esa piel —o escritura minuciosa—
cuyo misterio quise poseer
y que hoy se me revela inagotable?
Nada dice lo mismo
contemplado de cerca,
contemplado de lejos.
La apropiación del mundo
es un giro incesante de poleas,
alzando, hundiendo los significados.
Por eso yo me muevo al observar,
para que el movimiento
de mis ojos pensantes
transforme mis sentidos,
transforme —en mí, en las cosas—
los sentidos.
CICATRIZ
Beso la cicatriz de tu dolor
sin saber lo que encierra. De algún modo
beso así la maniática, obsesiva
sangre que la besó dentro de ti.
Beso la forma de tu angustia lenta,
su dibujo en tu cuerpo, hecho temblor.
Beso una mordedura que se calla,
labios borrados por un gran silencio,
la erosión más abstracta de tu piel.
Beso la cicatriz de tu dolor.
El rastro de una historia
que por más que lo intente
jamás sabré contar
ni contará conmigo.
Y he aquí mi cicatriz
sobre la tuya:
¿Cómo en lo que se funde
puede haber tal distancia?
TANTA REALIDAD
Tensaste en la mañana
el arco del mirar,
al retar horizontes.
Sobre la arena todo
fue un delirio de huellas
que buscaban su origen.
La vida halló en el perfil de un laberinto
sin paredes ni puertas,
una trama sin orden
en febril movimiento.
Golpeó como un puño
de raíces abriéndose
la idea de distancia
perdida en más distancia.
La luz que funde el mundo y lo confunde
daban tan fuerte en ti que te redujo
a restos de erosión sedimentados
en superposición de espacios y de tiempos.
Sentiste el vaciado minucioso
de tu propia persona.
Quizá nunca hasta entonces
fuiste menos tú mismo.
Pero quizá tampoco nunca antes
fuiste, de pronto, tanta realidad.
FINISTERRE
Emprendiste aquel viaje al fin del mundo
como un modo de ahondar
en una teoría de los límites.
Un panorama en curva
permanente intentó
cerrarse sobre ti.
Aquel paisaje
viró al completo
y se volvió tu trampa.
Desde el mar, las sirenas, con sus ojos
parpadeantes, entonaban, mudas,
el canto más sutil:
el de la luz.
En Muros creció aún más el laberinto,
pues la ciudad hundía sus fachadas
bajo una inmensa red:
en el fondo de la tierra
era el fondo del mar, con sumergidos
faros, y aquellos peces
aéreos que cruzaban por tu mente
como alucinaciones.
Un niño en el asiento
de atrás —quizá Telémaco—
dormía, mas no sabes
si en él, confuso, se encerraba un símbolo
de una forma mejor de conocer
o del más puro desconocimiento.
Llegaste a Finisterre igual que a Ítaca,
para verla asediada de rivales
ávidos de su hermosa
energía, llamados ciegamente
por su norte magnético.
Y desde el centro mismo del verano,
sobre aquel mirador primero y último,
en el fin que es origen,
tú sentiste la urdimbre
de los cuatro elementos
en su danza más ebria
tejiendo y destejiendo
el saber y el sabor del desear
un kilómetro cero
desde el que ver el mundo.
x
x
Ésa fue tu aventura.
x
Eso fue lo que hallaste.
Oliván, Lorenzo. Para una teoría de las distancias. Barcelona; Tusquets editores, 2018.