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CÓMO HEMOS LLEGADO A ESTO

CARDIFF

Paso cada día por tu casa.

Como si fuese algo que pudiera
seguir haciendo toda la vida.

Se me hacen cada vez más familiares
las calles que me llevan hacia ti.

Y pienso: es extraña la facilidad
que algunas ciudades tienen
para hacernos creer que ya son nuestras.

De saber el calor ignoro la lluvia,
por el espesor de las paredes
te excitas.

Y es una situación feliz en general,
aunque en ciertas tardes melancólicas
ante la certitud improrrogable de un final
no puedas evitar correrte con tristeza.

Quizás sea este el modo en que funciona
la secreta mecánica de las pasiones,
la fuerza irresistible con que tiran
de mí los edredones.

Ya te habrás dado cuenta a estas alturas
de que ninguno de los dos podemos
darle cumplimiento a la promesa
que nos hicimos en la playa de Penarth.

No podemos perseguirnos
toda la vida ni cruzar nuestras miradas
con esa facilidad que tenemos luego
para fingir no habernos visto.

Solo depende de nosotros
alargar esta agonía de llamadas y de aviones.

Cuando venga la muerte a recogerme en ambulancia,
sin tiempo para apagar el gas ni recoger mis cosas,
es probable que no me acuerde de tu nombre.

Reconozcamos que mereció la pena:
que esto es todo y seguiremos en contacto.

Pequeñas mentiras para que no acabe
nuestro amor también en gritos.

UNIVERSITARIOS

Estudiabas, lo recuerdo bien, una de
esas carreras de letras. Trescientos
créditos, puede que más: querías
dedicarte a las novelas.

A escribirlas, a mandarlas a editoriales,
a escupir sobre ellas.

No me pareció una mala idea.

Conocí a escritores de poca monta:
gente que hablaba sobre murallas
que sólo traspasaba en sueños.
Nuestros pequeños dioses de infancia.

El plan lo establecimos de antemano: tú
serías Bolaño y yo, Nicanor Parra. Con
esa idea nos hicimos universitarios.

Con esa idea.

(Pasaron después algunos años,
ganaste varios premios de provincias.
Leímos tal vez demasiados libros
y creímos poder hacer lo mismo.)

Busquemos ahora, en nuestra defensa,
pruebas que atenúen la condena:
adolescencia, enajenación mental transitoria…

Y escribamos juntos una última vez
a la sombra de esta cárcel eterna.

Como Oscar Wilde.

Como Hitler.

MAGI STERI O

Comparto muy pocas
opiniones en los bares,
he perdido el rumbo de lo que debiera ser
una vida decente o, al menos,
desapercibida.
Odio a los estudiantes
de Magisterio, las manos
que hacen sangrar
las manos de esos críos
no están limpias.

Creyendo que no habría
negocios más tristes
mi tío abrió
una agencia de viajes
que hiciera soñar a las clases medias,
pero todos
los recuerdos de mi infancia son ahora
bloques de edificios.

Casi todas las noches
las paso a solas, a veces
con alguna estudiante,
chicas a las que sus padres
enviaron a una residencia
universitaria femenina.

DECEPCIÓN

De nada sirve andar de un sitio a otro,
visitar lugares para olvidarlos poco a poco,
conocer personas a las que sólo puedo
echar de menos, llamar por teléfono.

De nada sirve esa jauría de ideólogos
persiguiéndome para que compre apologías,
la infinidad de hijos de puta dedicados
a la redacción de manifiestos y evangelios.

No creo en lo que dicen las noticias,
ni en la extensión tan comercial de una novela,
ni en los versos de relleno en un poemario.

Ni en todo el que se empeña en convertirme,
a mis veintipocos años, en carnaza ya de oposiciones.

Me cansé de dormir contigo
para que luego te vayas al trabajo.

De la insistencia inútil con que buscamos
personas que ocasionalmente se funden,
se separan, nos abrazan.

Para acabar a gritos, que no es un mal final,
pero que es un final desesperado.

ALGUNAS FORMAS DE DECIR ADIÓS

Con calma llegarán,
como se van las palabras,
las otras palabras que estamos esperando.

Como he aprendido
algunas formas de decirte adiós,
aprenderé otras nuevas.

Llegarán nuevos versos despacio y casi en silencio
se irán.

Martín Iglesias, Víctor. Cómo hemos llegado a esto. Cáceres; Ediciones liliputienses, 2014.

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