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ANALES DE LA CASA SUBTERRÁNEA

Anales de la casa subterránea

 

UNA ANTOLOGÍA

xxHabía estado hojeando durante esa noche una antología de poetas suicidas, que había dejado olvidada a los pies de la cama desde que la comprara, y sobre la que no había vuelto a depositar su atención. Esos últimos días había abandonado la casa para instalarse en la de Susanne, pero la visita inesperada de los padres de ésta le devolvían otra vez a sus húmedas habitaciones. Treinta metros cuadrados no dan para tantas familiaridades, de modo que la perra también se vino con él, porque mamá era alérgica a los pelos de perra.
xx¡Bah!, pensó, Son los de siempre: Costafreda, Maiakovski, Plath, Sá Carneiro… Pero no pudo reprimir una mueca de asco al ver su nombre colocado al final de esa antología: Eduardo Valle (Madrid, 1956-Granada, 1998). Revisó los tres poemas antologados y vio que ninguno de ellos era de sus favoritos. Alabó por un instante el mal gusto del editor, que, a su manera, había vislumbrado algo elogiable en esos cucuruchos experimentales y surrealistas de sus primeros años ochenta. También tuvo interés en retener en su memoria el canallesco anacronismo de su muerte. El editor la fechaba el 3 de febrero de 1998, cosa que le hizo sonreír, máxime cuando la primera edición valenciana de la antología se había realizado en abril de 1996.
xxAl principio lo habría tomado como una broma pesada, evidentemente. Incluso hubiera entrado a saco en el juego propuesto, pero Juan de Dios Ramos, que así se llamaba el enigmático editor, era completamente desconocido para él. Por unos minutos, dudó. No podía pedir explicaciones a la editorial «Adarga», porque, sencillamente, ésta había quebrado hace unos meses, y el libro lo había adquirido en una librería de saldo, sita en la calle Miguel de Unamuno, por 300 pesetas. Consultó con un telefonazo a Ives de la Roca, que era el único que podría ayudarle en esos momentos. Nada, no sabía él tampoco de quién hablaba Valle, quién era ese tal Juan de Dios Ramos. En esos momentos echaba de menos a Tropovski, el famoso traductor polaco, recientemente fallecido. Así que se acostó, sin querer darle mayor importancia a esa broma.
xxEsa noche soñó con mariposas rebosantes de ketchup, con aros de cebolla con sabor a los labios de su última novia y que paseaba por calles desconocidas dando besos ciegos a los relojes de pulsera de los transeúntes.
xxA la mañana siguiente, 1 de febrero de 1998, repasó su vida mientras repasaba también el periódico. Qué habían sido sus 42 años. Nada, un auténtico fracaso. Había fracasado en todo. Desde la Universidad hasta el matrimonio. Incluso en las cosas que se quedaron en un leve pensamiento había fracasado.
xxRecordó la fecha de su muerte impresa en la antología y decidió suicidarse dos días después. Pasado mañana acabo con todo, se dijo. Al fin y al cabo, esto ya estaba escrito. Buscó en internet la forma más barata de viajar desde Salamanca, donde residía, hasta Granada y un hotel donde alojarse una vez allí. Tenía además unas horas para visitar la Alhambra por última vez y la casa de Federico García Lorca. También pensó en ir al cine y disfrutar del sabor de unos donuts. Quizá llamara a Enca, a ver cómo le iba a los niños y a invitarla a un último paseo por el Generalife. Animado, se marchó al cajero más cercano, dispuesto a poner en marcha sus últimas voluntades.

 

 

Gómez Espada, Ángel Manuel. Anales de la casa subterránea. Murcia: Editora Regional de Murcia, 2002.

 

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