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GRANADA BLUES

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GRANADA BLUES

xxxA todo el mundo le gusta que escuchen su historia. A Izan le hubiera gustado que hicieran una canción con la suya. Un blues. Y que lo tocara Ben Harper. Y que lo cantara, ¿por qué no?, Evaristo Páramos. Granada blues le parecía un buen título.
xxxPorque había decidido volver a aquella ciudad un día que la saliva le supo demasiado a ceniza. Porque todo el mundo tiene un sitio al que volver, pero pocos se atreven, por miedo a que las cosas hayan cambiado. O a que no cambien nunca.
xxxA los treinta y seis, nadie es bienvenido en este lugar. A los treinta y seis ya no están los amigos. Y si tienes la mala suerte de encontrarte a algún conocido, será a los aborrecidos de antaño. A la mala hierba. La que nunca se extirpa del todo y forma parte del lugar de una manera tan arraigada que, al final, se acaba deduciendo que son un apéndice más, parte del mobiliario urbano.
xxxA todo el mundo le gusta que escuchen su historia. Pero a Izan no le apetece escuchar la supuesta historia de éxito de aquel viejo desconocido que se encuentra en calle Elvira. ¿Todo bien? Sí, sí, por supuesto. Sin más que añadir. Porque no hay más que añadir. Nuestro antihéroe lleva unos meses sin trabajo y ha vuelto a la ciudad en octubre, a arañar la pared de los recuerdos con las uñas mal cortadas, a base de mordiscos.
xxxPero resulta que sí, que es octubre y está viendo caer el sol desde la Plaza del Aljibe y las calles aún calientan, o mejor dicho, mantienen el calor como si fueran una especie de termo.
xxxLa ciudad es una antigua conocida con la que mantuvo una relación intensa. Aún conserva su olor en la ropa. Y Granada huele a cuero, a piedra mojada, a incienso, a quejío jondo, a ilusiones diluidas en té, a contaminación atmosférica y a marihuana por oleadas.
xxxIzan, tumbado en la cama, se recrea en recuerdos que tienen nombre de ciudad: Praga, Madrid, Belfast, Amsterdam, Bilbao, Nantes, Rosario… En todas y cada una se dejó centímetros de suela, algunas escamas de piel en las sábanas de sus albergues, y una porción considerable de hígado en sus bares. De todas guarda un aroma en algún pliegue de su cerebro y algún tipo de regusto a chocolate y cerveza, o a cualquier otro mix de dulce y licor que quizá sirvió de aperitivo, o de preámbulo, a torpes bailes de cortejo con mujeres que andaban tan perdidas como él.
xxxRápido, más rápido.
xxxA Izan le hubiera gustado vivir toda su vida alternando ciudades a un ritmo de una por año. Pertenecer a ninguna parte y tener un bar de costumbre en cada rincón del mundo. Regresar y que te inviten a la primera ronda. Qué bueno que aún sigues vivo y dando vueltas. ¿Tú me has visto? Pues dame un abrazo de bienvenida y dame otro, que me despido ya.
xxxRápido, más rápido. El mundo gira a una velocidad demasiado alta y, como no mantengamos el ritmo, nos podemos caer.
xxxPero por esta ciudad, como por las viejas glorias del cine, no pasa el tiempo. Mientras, tú envejeces sin remedio. Ése era su mayor temor, antes de su vuelta. La distancia que ella pone entre vosotros.
xxxGra-na-da. Paladea su nombre como Humbert Humbert hacía con el de Lolita. Pero la ciudad no es ninguna nínfula, ni una pixie girl. Ni es la luz de su vida, ni su pecado. Esta ciudad no te necesita. No está pensando en casarse. Todos están de paso en ella. Juntos, podéis cometer algunos excesos. Pero ya está. A ella eso le va. A Granada la conocen todos los camareros y todos los agentes de la ley. No puede esconderse. No tiene dónde.
xxxPasa algo de tiempo y a Granada ya se le han cicatrizado todos tus rasguños, tus arañazos, tus juramentos y el descosido emocional que le hiciste.
xxxDe hecho, ella sigue con las pupilas dilatadas y ya no se acuerda ni de tu nombre. Ella sólo sabe que esta noche hay una rave en alguna parte, y que le apetece enamorarse químicamente, y que puede que se ponga mallas, o puede que se quede en casa fumando hidropónica en pijama con las compañeras de piso, y acabe masturbándose en la cama porque no puede conciliar el sueño.
xxxLento, más lento.
xxxO sea, que ha sido llegar a Granada y tener que hacer descender las revoluciones. Frente a un escaparate, Izan advierte que su piel ha perdido brillo, es más mate. Le ha crecido la barriga. le han salido canas. Ha perdido el norte en algún cruce de caminos, y no hay ningún demonio suelto por allí para orientarle.
xxxEn ningún lugar te cala mejor la lluvia que en ese maldito Paseo de los Tristes.
xxxY, para triste, él. Aunque ahora esté facturando volutas de humo sentado a solas en un banco y se sienta estúpidamente feliz.
xxxMás feliz que otra cosa.
xxxPasa su primera tarde recorriendo aquellas calles como a la búsqueda de los mendrugos de pan emocionales que fue arrojando años atrás, convencido de que nuestros actos se quedan impresos en estos suelos, en esas paredes, en aquellos callejones.
xxxRecorre de Puerta Elvira a Plaza Nueva dejándose seducir por los relaciones públicas de los bares y las teterías, para luego negarse con una sonrisa amable. La luz dorada del ocaso le da una pátina de decadencia a todo lo que está a la vista.
xxxConoce de sobra a esta vieja sirena. A la ciudad. Sabe que puede encandilarlo y machacarlo antes de que él pueda mover un maldito dedo en la dirección adecuada.
xxxEntra en una pequeña tasca y saca un folio doblado del archivador de plástico que no ha soltado en todo el día. Extiende el currículum al brazo que asoma al otro lado de la barra.
xxx«¿Qué experiencia tienes, compadre?»
xxx«La suficiente para echar a correr y no volver a pisar este sitio», no dice.
xxx«La suficiente», dice, y nombra tres empleos que podrían ser el mismo y varias habilidades más propias de un aprendiz que de un maestro.
xxx«Ahora mismo no necesito a nadie. Pero, ¿quién no necesita a alguien alguna vez?».
xxx«¿Significa eso que empiezo mañana?».
xxx«A las ocho en punto».

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Luna, Eric. El arte de mantenerse a flote. Murcia; Boria ediciones, 2021.

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