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‘OFRENDAS’, DE ANA MARTÍNEZ CASTILLO

OFRENDAS

 

I

ESTÁ claro lo que pasa aquí. Aquí lo que pasa es que son todos unos paletos y unos hijos de puta. Es imposible que se les meta en la mollera que ahora existe un nuevo orden mundial siendo tan catetos y tan cabrones. Míralos, qué asco dan. Jugando la partida y soltando regüeldos, ajenos a los cambios que le esperan a la humanidad. Ajenos al acabose de los tiempos. Si pudiera, los mataba a todos. Pero nada, paciencia, que arrieros somos. Pronto aprenderán a ver tu grandeza, me cago en Dios.

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II

QUE sí, que está ahí, en el corral. Os lo juro. Un bicharraco enorme. Un animalaco que más que conejo parece un gorrino de san Antón. De verdad. Y atiende lo esponjoso y blanco que es el bicho, que no parece hecho sino de algodón, como de peluche.
xxxSe conoce que vino anoche porque ayer no estaba. Me pasé toda la tarde en casa arreglándole el mueble de la cocina a la Merche y asomé varias veces por el corral a buscar alambre, y os digo que el conejo no estaba. Así que tuvo que ser de madrugada cuando vino. Tuvo que ser cuando escuché ruidos afuera, como de gente trajinando. Lo que pasa es que me volví a dormir y me pensé que los ruidos habían sido en sueños. Pero no, tuvo que ser entonces. Luego, cuando amaneció y me fui donde las gallinas, resulta que las gallinas habían desaparecido. Lo que sí había aparecido era el conejo, tan esponjoso y pelusón, hecho un ovillo en el gallinero. De primeras me quedé como petrificado, que pensé «¡¿pero qué puta mierda es esta?!», porque, claro, resulta que el gallinero estaba todo lleno de plumas y de sangre y de cabezas a medio masticar. Creí que se había colado un perro rabioso o algo y que había matado a todas mis gallinas, después supe que había sido el conejo. No había otra. Había sido el conejo porque tenía la boca llena de plumas y los goterones de sangre se le veían resecos en el pelo. Si queréis que os sea sincero, la verdad es que me acojoné. Que me cagué vivo, vaya. Coño, a ver qué hubierais sentido vosotros así de primeras.
xxxEl remate fue cuando el bicharraco movió la cabeza y me miró. Tenía los ojos rojos como todos los conejos, pero en el fondo me pareció que brillaba algún tipo de lucecilla hipnótica o como se diga. Que te atrapaba, el muy cabrón. Quiero decir que el bicho te miraba y era como si te agarrase de los huevos. Desde luego os digo que a mí se me pusieron de corbata, no me he visto en la vida en otra igual y no me oriné encima de milagro. El bicho aquel me miraba y parecía que ya no tuviera que existir nada más en el mundo. Movió las orejas y su naricilla rosada tembló. «Mi nombre es Zghoehsssgha», dijo el conejo, y entonces fue cuando sí me oriné. Lo dijo como en mi mente. Una cosa muy rara. Escuché con claridad su voz ahí entre las cejas, como si me estuviera tocando la frente con un dedo. «Zghoehsssgha». Noté cómo la orina se escapaba y chorreaba por las perneras del pantalón, caliente, mojando la pana hasta llegar a las alpargatas. «Zghoehsssgha». Me cago en la hostia. No podía atender a nada más que no fuera es apalabra. Dicha como la decía el conejo, con una voz metálica que parecía tropecientas voces. «Soy Zghoehsssgha. Y tengo hambre».

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III

MARIANO nos contó que tenía un conejo enorme en el gallinero, en el corral de su casa, y yo no me lo creí. Vamos, vamos, vamos. Habrase visto qué gilipollez más grande. Pero claro, si es que donde no hay mata, no hay patata. Que Mariano es muy cortico, el pobre. Muy simplón. Ve cosas en la tele y luego, claro, se le cruza el cable. Se las cree. Es que Mariano no ha estudiado, no como yo, que estuve dos años en el seminario y algo sé de las cosas. Pero Mariano, nada. Duro de sesera. Como un pedernal. Un conejo enorme, decía. En el corral. Que vino de madrugada, decía. Que parecía que había caído del cielo. Tócate. Si hubiera sido un ovni, pues tira que te va porque esas cosas existen. A mí es que me interesa mucho la ciencia y todo eso. Con lo grande que es el Universo cómo no va a haber más gente. Que no estamos solos, no. Y mira, si lo dicen en el programa este de la tele casi todas las semanas, ese que me gusta a mí tanto. No estamos solos y eso es una realidad. Pero, ¿un conejo? No, hijo, no. Cómo va a tener el mariano un conejo gigante en el gallinero. Y que encima le habla. Qué barbaridad. Si es que, cuando el tonto agarra la linde…
xxxEso le iba diciendo yo al Benito mientras acudíamos casa el Mariano y el Benito me daba la razón. «Que sí, Rómulo, que sí. Que cómo va a tener el Mariano un conejo gigante en el corral». Me daba a mí que el Benito algo se creía. A lo mejor por eso fue al primero al que avisó, porque es un poco crédulo también. Dios los cría y ellos se juntan. Es lo que hay. Pero vamos, que en tal que llegamos a casa del Mariano la cosa cambió. Vaya si cambió. Coño, ¿pues no tenía un conejo gigante de verdad?
xxxLo tenía ahí aovillado en el gallinero y olía fatal. Se conoce que le había estado echando de comer y que el conejo no paraba. Le había echado toda la orza y el animal había devorado los lomos y los chorizos y las morcillas y todo a su alrededor estaba lleno de pringue. Y claro, viéndolo allí delante de nuestros ojos, el Benito y yo nos tuvimos que rendir a la evidencia. «Pero él quiere otra cosa», dijo Mariano. Y entonces nos contó lo de la Merche.
xxxSu mujer es que también es muy borrica y no entiende nada. No entendió lo del conejo. Por lo visto, después de que el bicho ese estuviera hablándole al Mariano telepáticamente, el hombre se metió en su casa y fue a contárselo a su mujer. Y su mujer se pilló un cabreo de mil demonios. Qué conejo ni coneja. A ver qué mierdas hacía un conejo enorme en el gallinero, que qué tontería era esa. Y encima un conejo parlante. Y encima se había comido las gallinas. Y encima parecía que había venido del cielo o vete tú a saber, algo peor, que nunca se sabe de dónde asoman esos bichos. «Saca esa cosa de ahí», le dijo torciendo el morro como lo tuerce la Merche. Porque ya lo decía su madre, que era un desgraciado y un vago, todo el día en el bar y que esto se veía venir. Así que el mariano se había ido al corral a recibir los mensajes arcanos (así los llamaba él, «arcanos». «Mensajes arcanos, Rómulo, arcanos», decía en un susurro) del conejo. Allí es donde lo encontramos y allí es donde nos lo contó. Lo de su mujer. Que iba a matarla y a dársela al conejo. «Zghoehsssgha quiere sangre. Quiere una ofrenda humana y le voy a dar a la Merche».
xxxNunca lo habíamos oído hablar así antes, tan serio. «No sé yo», dijo Benito. «Mira que eso que dices es una empresa muy seria». Pero Mariano seguía erre que erre.
xxxIntentamos quitárselo de la cabeza un rato largo hasta que el conejo algo se debió oler y nos habló. Levantó las orejas y se puso a mirarnos y esa mirada era como una hostia en toda la boca. «Ñgmhtohmd gmuyh Zghoehsssgha gha», dijo el conejo, pero en nuestras cabezas el mensaje sonó en castellano y dejó la cosa clara: no quedaba otra, había que matar a la Merche.

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IV

YA les dije a estos que la tonta de mi mujer no iba a verlo venir. Estaba muy entretenida con la novela y cuando veía la novela ya podían caer chuzos de punta que le daba igual. A mí se me figuró que lo mejor era pillar el motosierro y atacarla por detrás mientras estaba en el sillón. Un golpe de motosierro así en toda la bocha y se acabó la Merche. Pero a Rómulo, que es un poco tocapelotas y se cree muy listo, no le pareció bien. «Atízale con el martillo, hombre, no seas bruto», dijo el Rómulo y en el fondo llevaba razón. El martillo era lo mejor porque el motosierro al final era muy aparatoso y lo iba a dejar todo pringado. Ya lo usaríamos luego para cortarla en el corral antes de que se la mascara el conejo. Tiempo había para todo.
xxxAsí que nada, me acerqué por detrás con el martillo en ristre, sigiloso, mientras en la tele los recién casados de la novela se decían tonterías de esas de llorar. Me acerqué conteniendo la respiración y le arrimé un martillazo en toda la boche. Pum. Fue como abrir un melón. Pum. Como darle a una nuez. La Merche se desplomó con el cráneo abierto, que se le veía hasta el seso, cosa más desagradable.
xxxUna vez que nos aseguramos de que estaba del todo muerta, entre los tres la llevamos hasta el corral. Zghoehsssgha se debió de dar cuenta de que le llevábamos pitanza y había empezado a lamerse una pata. Benito ya le estaba dando al motosierro. Qué mano tiene, el muy cabrón. En un santiamén la había hecho trocitos. En tal que el conejo lo vio, notamos que se puso muy contento. Y cuando empezó a masticar daba gozo verlo. Olisqueaba con su morrito rosado el cacho de carne sanguinolenta y comenzaba a roerla. Se veía que le gustaba y que estaba disfrutando. Nosotros nos quedamos ahí plantados viéndolo comer. La tarde se estaba poniendo fea. Se había levantado ventolera y olía a lluvia. La guinda del pastel.

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V

SI el Mariano se ha cargado a su mujer, yo quiero cargarme al cabrón del Aurelio y dárselo al conejo. Qué coño. Yo no tengo mujer y el Aurelio de los huevos no para de tocarme las narices con las lindes, mira que es cansino. Que no, joer, que no. Que el bancal es mío y punto. Si el conejo quiere sangre humana la tendrá y la del Aurelio vale como ofrenda igual que cualquier otro. Conque sean humanas ya le vale al animal. Pues eso. Así de claro se lo dije a estos y lo vieron bien. El bicho se había zampado ya a la parienta del Mariano y quería más sangre. Nos lo dijo y de fondo resonaban los truenos. A lo tonto se había formado una tormenta de tres pares y la tarde estaba oscura.
xxxNos metimos en la casa a cambiarnos de ropa, lavarnos un poco y a pensar cómo íbamos a hacer para cargarnos al Aurelio. Rómulo, que tiene muchas luces, determinó que lo mejor era hacer que viniera a la casa. A hablar del bancal. Invitarlo a un chatico vino y pillarlo desprevenido. El procedimiento después era el mismo: martillazo y motosierro. Si una cosa funciona bien, ¿a qué cambiarla? Así que me acerqué a su casa. Me abrió y puso esa cara que pone él, de expresión cejijunta y desconfiada. A veces daba la impresión de que el Aurelio se creía más que nadie y que nos odiaba a todos, que se cagaba en nuestros muertos. Vaya un tío cenizo. Solía ir al bar y mirar a los parroquianos fijamente, como si le tuviera ojeriza a todo el mundo. Teníamos claro que nos ponía a caer de un burro.
xxxEl caso es que me abrió la puerta, me miró y se sacó el palillo de la boca. Traté de ser amable. Le dije que ya estaba bien de la tontería esa del bancal, que éramos personas civilizadas y que las cosas se hablaban. Que Mariano y Rómulo me habían aconsejado zanjar ya ese tema tan desagradable. Que le esperábamos allí, casa el Mariano, para invitarle a un chato vino y tratar el tema. Por cómo me miró, pensaba yo que me iba a echar de allí a patadas, pero no. Ojeó primero el cielo oscuro de tormenta y después el reloj. «Venga. Estaré allí a las ocho», dijo y casi que me cerró la puerta en las narices.
xxxAsí que nada, ahora a esperar a que venga ese cabrón. Que verás qué sorpresa se va a llevar, verás qué sorpresa. Pero oye, mira, que se joda.

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VI

DATE cuenta, maestro, qué hijos de puta. Son unos brutos incapaces de ver tu grandeza. Pero tú vas a arrasarlos a todos cuando llegue la fin del mundo y a hacerlos tus siervos. No veo el momento, de verdad que no lo veo. Porque entonces dará igual de quién eran las viñas y si las lindes están más p’acá o más p’allá. Dará igual todo porque empezará tu reinado. Si mientras tanto quieres ofrendas, yo te daré ofrendas. Sé que soy el elegido porque me hablas y me has contado tu historia, me cago en Dios. Zghoehsssgha de las praderas de Hiperbórea, de antiguo linaje. Hijo de Ktzhedheenporgthuchulu, nieto de Jhatzethu, sobrino de Zhithekkojothavio. El dios verdadero y no la mierda esa a la que le cantan las beatas en la iglesia. Yo es que no soy de misas, ya lo sabes. Una vez le dije al cura que era un hijo de puta y un cabrón y me quedé tan pancho. Y se lo volvería a decir, me cago en Dios.
xxxVoy a llevarte ofrendas buenas, las mejores. Y después te voy a trasladar a mi casa para que estés más cómodo, que mira que materializarte allí, en ese sitio de mierda, cuando podías haber aterrizado en otro lugar más propio de tu grandeza. Pero no importa, tus caminos son inescrutables manque me joda.
xxxA lo que iba. Que ya lo he organizado todo. He quedado con los tres en la casa del Mariano. No se huelen nada. Son tan cortos que ni se lo ven venir, me cago en Dios. Les voy a dar de hostias hasta en el cielo de la boca y después te los llevaré para que te los comas. Como a ti te gusta.
xxxPorque eres grande, coño, Zghoehsssgha, eres grande.
xxxY yo tu servidor.

Martínez Castillo, Ana. Ofrendas. León; Ed. Eolas, 2021.

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