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‘HUECOS’, DE ANA MARTÍNEZ CASTILLO

HUECOS

ALGUIEN vendrá. Casi con toda seguridad alguien vendrá.
xxxVerán el coche aparcado junto a la casa, con Quique durmiendo dentro, y entrarán a buscarme. Me oirán gritar, porque la carretera está aquí al lado, justo aquí al lado. un caminito de nada, una entrada de tierra ridícula. Al divisar la mansión y ver el coche, se darán cuenta de que algo pasa. Oirán mis gritos y me sacarán. Y no habrá sido para tanto. Contusiones y un mal rato y ya está. Estaremos en casa tan normales. Todo olvidado. Quique metido en su cama, abrazado a su manta favorita. Mi madre contándome historias banales. Lo que las vecinas esto y lo otro. El fluir normal de la vida fuera de este agujero inmundo.
xxxLejos del dios de los huecos.
xxxEn la otra punta del dios de los huecos.
xxxOlvidado ya que hay aquí dentro cosas que hablan y hieden y saben todo lo que pienso.
xxxCosas.
xxxQue hablan.
xxxY hieden.
xxxJoder.
xxxNo sé cómo he podido ser tan tonta. En serio. Tenía que ocurrírseme parar el coche y fijarme en la mansión en ruinas. Retrasar la llegada al pueblo. Odiar ver a mi madre. Tenía que pasárseme por la cabeza fumarme un cigarrillo junto a la casa. Qué ocurrencia tener a Quique dormido y pensar que por qué no. Por qué no ir un momento, solo un momento, aquí al lado nada más, unos minutos tan solo, y echar un vistazo. Recordar cuando éramos pequeñas y el edificio nos daba miedo. Qué locura dejarse a un niño de dos años en el coche y marcharse de visita a la casa abandonada, por muy cerca que estuviera. En qué estabas pensando, dime, en qué. Tonta. So tonta.
xxxY entrar y notar el olor. El perfume de todo lo que se pudre. Humedad y animalillos descomponiéndose. Moho y carne carcomida. Orines. Y detenerse en las pintadas de espray con nombres de gamberros, las litronas rotas tiradas por los rincones. Pensar que, después de tantos años, los chavales siguen viniendo igual que íbamos nosotras, a fumar y a beber a escondidas, con la mansión girando. A sentir cómo latía y dejarse apretar la nuca por el miedo. Como un pellizco. El miedo en la nuca al asomarse al pasillo largo, al explorar las habitaciones desnudas. Recuerda, recuérdalo ahora. Las viejas historias desdibujadas. Aquello que pasó. O que creíste que pasó.
xxxY después (tonta, son tonta) dar una calada profunda al cigarro y atravesar el salón. Mientras el olor a podredumbre te asalta. Y percibir cómo la luz de la tarde flojea y pensar que venga, vete que ya anochece. Que tu madre está esperando. Que Quique duerme en el coche. Pensarlo y no irte porque tú, tonta entre las tontas, quieres ver la habitación del fondo solo un segundo. Y recorrer el pasillo marchito. Con todo tan ajado. Con humedad y pintadas. Con la hiedra creciendo dentro y el olor inundando tus fosas nasales. Y después culminar tu gran actuación de idiota entrando en la habitación del fondo, situándote en medio para mirar y escuchar el crac. El crac, crac, crac. El suelo que se rompe bajo tus pies y te lleva hacia abajo. Entre cal y piedra y escayola y ladrillos y escombros. Haces pum como una gilipollas. Hacia el fondo con toda esa basura. Sin haberte olido siquiera que estás plantada en una puñetera ruina que se deshace en pedazos tan ensimismada en recordar estupideces. Actuación estelar, señoras, señores. Dedíquenme un aplauso.
xxxEl aturdimiento por la caída y el dolor en el hombro y en la pierna. En la espalda, en el cuello. También en la cabeza. Tratar de levantarme y no lograrlo. Mirar hacia arriba y ser consciente del suelo desplomado. De que acabo de cagarla. No ver nada a mi alrededor. Todo es polvo y cal y creo que esto debe ser la bodega. Algo así. Un sótano. y encender el mechero y comprobar que se disipa el polvo y veo un poco, porque aún entra algo de la luz de la tarde por el agujero del techo.
xxxQué locura. Qué locura más grande estar sentada sobre los escombros, con un haz de luz que pronto se irá y con Quique en el coche. La noche fuera y el niño solo. Saber que no me he matado de milagro, pero que ahora tengo que escapar de aquí.
xxxTrato de levantarme y el cuerpo entero me duele. Sospecho que me he torcido el tobillo, contusionado el hombro y a saber qué más. Tengo un dolor de cabeza terrible. Me pongo de pie, pero a ver a dónde voy. A dónde. Si esto parece un espacio cerrado. Si estoy cubierta de trozos de escayola y casi ni veo. Pienso rápido. Contemplo todas las opciones. Llamar con el móvil. Llamar a mi madre, a mis tíos, a la policía, a los bomberos. Que vengan y me rescaten. Pero el teléfono está en el coche. No te has traído el móvil, tonta, estúpida, idiota. Y lo visualizo claramente sobre el asiento del copiloto. Lo tenía en la mano un minuto antes de bajar y fumar y entrar y caerme. Allí, en el asiento del copiloto. De puta madre. Todo está de puta madre.
xxxAsí que me incorporo mientras me duele hasta el alma, mientras me tropiezo con los restos del techo derruido, y examino lo que me rodea. La habitación cuadrada, vacía, una puerta en el fondo. Quizás conduzca a un pasillo que conduzca a otra puerta que conduzca a la calle. Al aire libre y al coche. Camino como puedo hacia la puerta. Tiro de ella y la puerta no se abre. La madera está hinchada por la humedad, encajada en el marco como un demonio. Quizás pueda hacer palanca con algo y reventarla. Madera, yeso, escayola. Mierda a punta pala. Lo intento con una barra de hierro que encuentro cerca, lo intento con todo lo que puedo y la puerta no se mueve, no se revienta, permanece quieta en su sitio y creo que voy a llorar. A gritar muy fuerte. Por si alguien pasa por allí y me oye, ve el coche y se acerca.
xxxGrito. Grito mucho. Como una loca. La luz de la tarde desaparece y nadie viene. Qué carretera de mala muerte es esta. Qué camino infernal es este que no pasa nadie. Y ahora se ha hecho de noche y se escuchan los grillos. Se escucha el viento entre las grietas y sigo aquí. Pero cuánto tiempo ha pasado. No mucho. Creo que no mucho. Una media hora. Todo es silencio y en el silencio Quique lora.
xxxLo oigo. Distingo al niño gritando «mamá». «Mamá». Lo imagino congestionado, la cara roja, las manos que intentan abrir el cierre de la sillita. Llorando a todo meter. Tengo que salir. Y para eso es necesario parar y pensar. Parar y pensar. Inspeccionar a fondo la sala y buscar la manera de escapar de este puto sótano asqueroso. Pero no puedo. No hay nada salvo la puerta encajada y el agujero en el techo. Nada a lo que agarrarme y volver a subir. Ni un triste mueble que sirva de plataforma. Apenas soy capaz de moverme porque me duele el cuerpo entero. Y las cervicales. Y la cabeza. Quique berrea y berrea hasta que regresa el silencio. Tal vez se ha cansado. O se ha dormido. Ojalá sea eso, que se haya vuelto a dormir, agotado.
xxxLa noche ha caído por completo y enciendo el mechero. Fumo en la oscuridad. Es raro fumar en la nada. Es raro. Quisiera la compañía de una luz, pero no me arriesgaré a gastar el mechero. Por si lo necesito para salir. Fumo a oscuras y gimoteo. En mitad de la noche, escucho de nuevo a Quique llamándome. «Mamá. Mamá. Mamá». Dios mío. Voy a volverme loca. Quiero volar. Teletransportarme. Escapar del sótano por arte de magia. Joder.
xxxNo sé cuánto tiempo pasa Quique aullando. Desgañitándose. Llamando a su mamá. Por fin vuelve a callarse y, cuando creo que voy a morir de desesperación, aparece. La sensación de que hay alguien aquí abajo, conmigo, a mi espalda. Algo que respira y huele mal. Sugestión. El dolor de cabeza. La desesperación total y los nervios como miles de agujas pinchándome. No me puedo creer que nadie venga. En serio. No me lo puedo creer.
xxxSentada sobre los escombros, la sensación crece. Alguien. Conmigo. Una respiración. La certeza de que algo me mira. Algo. ¿Recuerdas? ¿Recuerdas lo que pasó ese día? No. No lo recuerdes ahora o vas a asustarte. vas a cagarte encima. Pero, oh, amiga, para eso has entrado aquí. Para acordarte y comprobar si era tan terrible, si pasó de verdad. ¿No? No me digas que no. Atrévete a decir ahora, con este sótano como testigo, que te has caído en vano. Alegremente. Para nada. Querías, querías venir a ver y no lo has podido evitar. Ahora que eres mayor y ya no crees en fantasmas. Cuando aún era de día y estabas de paso. Vale. Vale, sí. ya no creo en fantasmas y no sé si vi lo que vi. Ha pasado mucho tiempo. Pero durante años tuviste pesadillas. Viste aquello y no regresaste nunca más a este lugar, cagada de miedo. Acojonadísima. Sin contárselo a nadie para que no creyeran que eres la loca de las flores. Iban a pensar todos que estabas como una puta cabra. Y a lo mejor es verdad que estás como una cabra porque lo viste y puede que vuelvas a verlo ahora. Has venido, ¿no? Tonta. So tonta.
xxxPero qué vi. Qué vi en realidad. Ya casi ni me acuerdo. Imaginaciones. No sé. Cualquier cosa menos un fantasma porque los fantasmas no existen. Aunque lo creí, sí, creí que era un fantasma y salí corriendo y no volví jamás. Tuve pesadillas y me obsesioné durante un tiempo, pero vaya, lo normal en una cría de quince años que ve un fantasma por primera vez. Que lo ve con sus propios ojos, con la consistencia de un cuerpo real. Ahí arriba, en la habitación del fondo de los huevos. La del suelo podrido que se acaba de derruir. Esa. Justo esa.
xxxPorque tengo quince años y he quedado en la mansión abandonada con mis amigas. Es Halloween y vamos a escuchar música y hablar y beber unas cervezas y contar cuentos de terror. Está de moda juntarse aquí, yo qué sé. El caso es que venimos de vez en cuando y esta vez he llegado la primera. No hay nadie y me fumo un cigarrillo mientras espero, sentada en el recibidor. Pienso en las historias que voy a contar. Aquella del asesino suelto. La del hombre que vivía junto a un cementerio. Historias de Todos los Santos, qué más da. Estoy pensando y fumando y escucho el ruido. Los pasos y el golpeteo de la puerta. Me creo que son mis amigas haciendo el espectáculo de Halloween. Susto y jajajá. Me levanto y voy a su encuentro. Están en la habitación del fondo, escondidas. Han dejado la puerta entornada. Entro. Todo es penumbra y lo veo allí. Esa figura. El hombre de pie tan corpóreo que al principio me creo que es un hombre de verdad. Con la cara extraña. Los brazos tan largos. Raro, raro todo él. Y desaparece delante de mis ojos. Ahí mismo está y luego no, como por arte de magia. No me sale la voz ni para gritar, el corazón encabritado, la sangre circulando a tope, y corro. Con toda mi alma inmortal corro lejos de allí y me prometo a mí misma que no voy a volver de nuevo, que los fantasmas existen y que yo he visto uno. Joder, sí, he visto uno y era real, real, real.
xxxA lo mejor ha vuelto. El hombre raro. Estaba entonces y sigue aquí. Y me observa y se mueve a mi alrededor y por eso noto esta inquietud. Enciendo el mechero y escruto la sala. Los rincones. La inmensidad oscura que parece abrirse a mi espalda cuando falta la luz. No hay nada, por supuesto que no hay nada. Los espíritus no existen y aquella vez viste una sombra o un mueble o vete tú a saber, algo que te pareció un hombre y te asustaste y luego te comiste la cabeza sin motivo. Estuviste muchas noches sufriendo pesadillas, soñando con el hombre hasta que, poco a poco, se desdibujó.
xxxPero ahora… Ahora.
xxxHas vuelto y seguramente el fantasma lo sabe. Ha bajado a visitarte. A saludar. A decirte hola, qué tal. Jamás saldrás de aquí. Quique tampoco saldrá del coche. Os van a encontrar mañana secos. A los dos. Sobre todo, a ti. Por imprudente y gilipollas van a encontrarte muerta.
xxxAgito la cabeza. Procuro no pensar. Intento no fijarme en los sonidos de la casa, Los crujidos que suenan como pasos. Alguien andando a mi alrededor. Pasos. Si enciendo el mechero seguro que está ahí.  En un rincón con su pinta rara. Mirando. Joder. Mirando.
xxxPero basta ya. Basta ya. Se me está yendo la cabeza. Tengo miedo y solo es eso. Utilizo el encendedor para alumbrarme un rato, para comprobar que no hay nada. Y está. Está. En la esquina izquierda, frente a mí, una sombra. Alargada. Podría ser la forma de un cuerpo, la silueta de una persona muy alta. Y entonces habla.
xxxDice:
xxxSoy el dios de la bodega.
xxxSoy el dios de los huecos.
xxx¿Ves esos espacios negros que quedan entre los rincones? Yo soy su dios.
xxxY lo pronuncia como en un susurro que se escucha en mi cabeza. Como si me soplaran dentro del cráneo.
xxxDice:
xxxDebes rendirme culto.
xxxPero por qué. Por qué. Ni siquiera lo vocalizo, solo lo pienso. Y la cosa esa responde.
xxxDice:
xxxSi me rindes culto abriré la puerta.
xxxSi me rindes culto te dejaré salir.
xxxDa un paso y se acerca. Un paso nada más. Lo suficiente para distinguirse de la esquina negra y hacerse más visible.
xxxSoy el dios de los huecos.
xxxEl dios de los huecos.
xxxDe los huecos.
xxxHuecos.
xxxHuecos.
xxxVa a estallarme el corazón. Voy a desplomarme con la sangre hecha hielo en las arterias, el cerebro congelado. No puedo pensar. Solo existe esa voz presionando las sienes. A la luz del mechero es más alto, más raro, mucho más real.
xxxDice:
xxxDebes rendirme culto. Si estás aquí.
xxxPero no puedo, no puedo. No sé qué hacer. Solo quiero salir. Déjame salir. Déjamesalirsalirsalir.
xxxQuique llora de nuevo. Con fuerzas renovadas. Berrea desesperado y su llanto ocupa el lugar dentro de mi cabeza que antes ocupaba la voz. Pero el hombre raro vuelve a hacerse sitio.
xxxDice:
xxxIré a por él.
xxxPuedo escapar de la casa e ir a por él.
xxxEl mechero me quema el dedo y la luz se apaga. Escucho al dios moverse de hueco en hueco, en la oscuridad. Cuando consigo encender de nuevo está en otro rincón, un poco más cerca. Mucho más claro. El niño llora. ¿Puede realmente abandonar eso los huecos e ir a por Quique? ¿Puede de verdad? No, claro que no puede. Eso no existe. Es un producto de tu mente. Repítetelo. Dilo muchas veces. No existes. No existes. No existes.
xxxPero de pronto Quique no llora. Dijo que iba a ir a por él y ahora no llora. A lo mejor puede llenar a mi hijo de huecos. Enfriarlo. Hacer que se muera. Traerlo aquí abajo para que muramos los dos. Seguro que puede y va a hacerlo. Ya no lo veo. Solo quedan los rincones vacíos y el mal olor. Dónde estás, dónde.
xxxEl hombre raro vuelve a hacerse visible. Está en otro rincón.
xxxDice:
xxxSi no me rindes culto dejarás de respirar.
xxxVivirás en este sótano.
xxxSerás ceniza.
xxxFormarás parte de todo esto.
xxxPero cómo. Cómo se rinde culto a alguien como tú. Qué hay que hacer. Para salir qué hay que hacer.
xxxCreer en mí.
xxxPero creo. Creo en ti.
xxxNo crees bastante.
xxxMira los rincones. Observa los huecos. No te lo crees bastante.
xxxCreo. Sí. Sí que creo.
xxxEl dios de la bodega da dos pasos. Hiede.
xxxLa oscuridad cruje por la noche.
xxxEn la noche todo es el crujido.
xxxYo soy su dios. El dios de lo que cruje y crece y atisba.
xxxDebes orar.
xxxMe arrodillo. Aprieto los ojos. Cruzo las manos.
xxxDesconoces las oraciones.
xxxSácame de aquí. Por favor. Sácame de aquí. Quiero estar lejos. En casa de mi madre. En mi cama. Sin que nada haya pasado. Tranquila. Quiero estar tranquila y a salvo y con Quique durmiendo muy cerca.
xxxDebes rezar la oración de los huecos.
xxxAprieto mucho los ojos. Me concentro en el dolor del cuerpo. En los cascotes de yeso que se clavan en las rodillas. Entrelazo las manos.
xxxEn la oscuridad, algo roza mi frente. Y rezo. Rezo.

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Martínez Castillo, Ana. Ofrendas. León; Ed. Eolas, 2021.

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