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CINCO POEMAS DE ‘HOMERALIA’, DE MANUEL JURADO LÓPEZ

LA CARTA DE PENÉLOPE QUE NUNCA LLEGÓ A RECIBIR ULISES

Amado esposo mío, rey de Ítaca, relámpago, trueno y rayo de Zeus.
No sé si, valeroso entre los héroes, de mí ausente, aún vives.
Han pasado diez años, mi alma permanece firme, pero mi cuerpo se resiente.
El implacable tiempo ha hecho aparecer en mis cabellos hebras de plata,
y ligeras arrugas en la frente,
y marcas en mis párpados.
Mi mirada ha perdido parte del azul intenso que tenía y a mi boca
no acude la risa con frecuencia.
Pese a todo, mis ojos no se cansan de mirar
el intenso azul de la bahía
por si pueden avistar un destello de sol en un mástil que anuncie que regresas.
A veces, el viento, en un instante deja el cielo limpio de nubes,
mi corazón se alegra entonces, pensando que ese mismo cielo está sobre tu frente
y te protege.
Y otros, los negros nubarrones del odio y las intrigas cubren el cielo de la patria
y la amenazan.
En esos momentos me siento débil, indefensa, expuesta a los venablos obscenos
de los ojos traidores.
Pululan por la plaza augures y adivinos,
como moscas que cubren el cadáver
de un cordero abierto en canal y con las tripas fuera.
Los traidores quieren poseer la prosperidad que te dieron los dioses.
Me acechan los acreedores. Me reclaman tus deudas, el pago de los préstamos
para fletar tus naves. Me piden que haga públicos los pliegos de condiciones
para calificar de suelo urbanizable todo el acantilado.
Un grupo
financiero de países del Este desean construir un complejo de ocio
para teutones
ricos y un centro geriátrico para nobles atenienses jubilados.
Piensan hacer publicidad en todas las agencias del continente.
Y, además, una Academia de Amor Arrebatado y Libre solo para mujeres,
dirigida por la hermosa poeta Nanno, porque, según dice, la belleza se esfuma
pronto y el placer es efímero, aunque quede el deseo en el corazón de las mujeres,
como el mío por ti. Mientras, la juventud se agosta.
Me siento desbordada ante tales asuntos.

Te hablo de otras cosas más sencillas:
cada otoño podo los rosales del patio trasero.
Florecen rosas del color del ocaso. Tus perros, aunque torpes y algunos
casi ciegos, están vivos aún. Te esperan.
El granero está lleno, las vides son propicias.
Telémaco alcanzó la edad de la hombría. Tiene tu misma imagen.
Hay noche que, al verlo dormido en su lecho, mi corazón se sobresalta.
Pienso que has llegado en secreto, exhausto, aunque vivo, hermosamente
vivo, y no te ha dado tiempo a llegar a mi cama.
No quiero abandonar mi alma a la tristeza de entregar mis ojos a las lágrimas
ni mi pecho a los suspiros.
Necesito ser fuerte y astuta como tú; revestirme
con escudo de espinas, aunque por dentro sea de lino y pétalos de rosas.
Solo queda decirte que los dioses felices te sean favorables, te devuelvan con vida
a tu patria, a tu familia, a tu casa; a nuestro lecho, intacto desde entonces.

CUANDO EL DESEO HÚMEDO EN LA NOCHE CALUROSA
PROPICIA LA LLEGADA DE PÁJAROS EXÓTICOS

He dormido esta noche desnuda por si llegabas en plena madrugada,
para salir de inmediato a la puerta a recibirte, despojada del sopor y los delirios.
Con mi mejor vestido: mi piel.
Pintada el alma de los ojos y los ojos del alma bien abiertos.
La corona de rosas sobre mi corazón inquieto,
alocado y febril,
y mis labios con el agua fresca del pozo para calmar tu sed de besos.
No has llegado.
Una noche más.
El sol tierno apareció entre las nubes.

PENÉLOPE ESCUCHA CON POCA ATENCIÓN
LAS PALABRAS DE UN JJOVEN POETA ERRANTE

Aún no sé bien por qué. Tal vez por aburrimiento o desgana.
Esta tarde, entre dos luces, he aceptado la visita de un joven poeta errante.
Creí que era uno de esos poetas pedigüeños que amenizan
los banquetes de mis pretendientes, pero no: venía por expreso encargo
de mi amiga Attis. Dijo que era Elpideo de Paros.
Le ofrecí una jarra de vino dulce que fue bebiendo como beben
los gorriones; y comenzó a hablar:
«Hay quien defiende que la tare del poeta es la revelación; ¡qué osadía
concedernos la condición de oráculo!
No escribo sobre lo que veo o lo que siento; escribo sobre lo que no veo
y desearía ver y sobre lo que desearía sentir y no siento.
El que escribe oscuro es un impostor y el que claro escribe
es un mendigo de la palabra. Las palabras no mantienen caliente la cama
en las heladas noches de invierno ni dejan correr el aire fresco
en las cálidas noches de verano.
Cualquier poema, por sencillo que parezca, esconde una trampa
del pensamiento, una falacia encubierta.
El poema no es más que un vertedero donde van a parar las palabras
inútiles.
Míreme bien, señora: no soy más que un pobre poeta errante
que vaga por el bosque de las palabras perdidas».
Le serví otra jarra de vino y se quedó dormido como un niño.

UN GRUPO DE HÉROES Y DIOSES ASISTEN COMO INVITADOS
AL FESTIVAL DE CINE GRIEGO EN LA CIUDAD DE PHOENIX

La furia de los héroes nacidos de los dioses qué mal se ven en los cuerpos
de actores italoamericanos que confunden los tracios de ojos azules
y pelo rojo con los etíopes feroces, chatos y oscuros.
¡Qué lengua tan nefasta ese inglés americano!
¡Qué mal dicen los textos sagrados!
¿Qué son esos monstruos de cartón-piedra, mecánicos y artríticos?
¿Dónde están los verdaderos colosos, los dragones, las sirtes, las sirenas,
los cíclopes?
¡Qué afectado el tono de generales y caudillos!
¡Qué afeminado el gesto, la posición del pie adelantado, el vuelo
de las túnicas, el manejo de las armas! ¡Las caderas qué desmayadas!
¿Y el vigor, la ira, la violencia, la fuerza subcutánea que levanta
la sangre hasta los ojos o el filo de la espada?
¿Y esas actrices vestidas como hetairas que besan y seducen
como muchachas de barra americana? ¡Cómo recitan el texto!
Alumnas torpes del primer curso del Actors Studio.
¿Consultaron a Homero para los guiones? ¿Y a Ulises?
Beben whisky como si bebieran ouzu en plena madrugada
mientras Penélope teje la trama del engaño.
¡Qué falso queda todo en la literatura peplo del cine americano!

Homero y Ulises, al acabar las sesiones, beben Four Roses
en el bar del hotel y guardan silencio. Huyen los dioses.

POETAS Y PÁJAROS ACUDEN AL CEMENTERIO A DESPEDIR
A UN ESCRITOR DE MALA MUERTE

Los pájaros que beben en los charcos después de la lluvia o cuando
ha pasado el camión de riego por las calles céntricas de Atenas, en agosto,
no entienden de cantos fúnebres ni de discursos huecos.
Alguno ha sido tan irreverente que ha dejado la huella
de sus excrementos en los papeles del orador de turno. Un modo
poco educado de decirle que le importa un bledo la muerte de un poeta.
Los pájaros, como los poetas, siempre van a lo suyo.
Son insolidarios.
Se disputan un grano, una baya, un verso mal criado, un hijo respondón,
la lágrima postiza en el entierro, un insecto sobre una fruta,
un arvejón, la gota de sudor que baja por la frene de una poeta gorda
que ha olvidado el abanico en la guantera del coche de su amante,
o un premio de provincias.
Los pájaros de bandas de poetas,
de organizaciones mafiosas que controlan los versos,
matones y sicarios.
Hay honrados poetas que, una vez muertos —de soledad—
se vuelven de espaldas para no escuchar las falsas palabras de elogio
ni recibir en el rostro el agua hipócrita del hisopo del pope.
Si pudieran, abrirían la trampilla secreta de la muerte
y escaparían a un entierro de pobre.
La negra tierra de la tumba huele a retsina.
Alguien, escondido entre las tumbas —¿acaso Homero?— entona entre verdaderas
lágrimas O kri Adonis, y en sus labios se dibuja una sonrisa irónica.

Jurado López, Manuel. Homeralia. Murcia; Aula de poesía de la Universidad de Murcia, 2023.

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