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‘CINCO’, UN RELATO DE ANA MARTÍNEZ CASTILLO

CINCO

Clic. Clic. Clic. Clic. Clic. Ya está. Cinco veces enciendo y apago la luz de la cocina. La luz de la cocina es uno de esos elementos peligrosos. Pero puedo hacer que no lo sea. Puedo hacer que se esté quieta. Ahora voy al armario de mi habitación. Cinco. Cinco veces cierro y abro. hay que dejarlo abierto, con una rendija del tamaño de mi dedo. Es por donde se asomará ella si decide asomarse. No vendrá si solo repito cuatro. Y si no viene al armario, estará por otros rincones de la casa. Si repito cinco hay más posibilidades, así que lo hago. Cinco. Y voy después al salón y doblo y desdoblo la servilleta. Cinco veces, claro. Ni dos, ni tres, ni seis. Tienen que ser cinco y tiene que hacerse despacio. Es la servilleta que usó mamá esa noche y hay que tratarla con cuidado. Colocarla luego exactamente igual a como ella la dejó. Por si quiere sentarse a la mesa. Por si quiere. Yo le pongo la taza de café al lado y antes la enjuago en el grifo una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Así la taza ya está preparada. Y puedo ir al cuarto de baño y tirar de la cadena hasta cinco. Una detrás de otra. Y mojar su cepillo cinco veces para que lo tenga listo cuando aparezca y se dé una vuelta por los huecos que hay entre los muebles. Cinco. Es muy importante recordarlo. Para que mamá venga. Para que venga bien. A veces viene mal. En especial, si la luz de la cocina se ha vuelto peligrosa o es más anaranjada, como la noche en que le pasó eso. No sé por qué se cambia esa luz, pero se cambia. Creo que fue desde que me equivoqué y encendí y apagué tres veces. El tres es un número malo. Es un número horrible. El que la hace enfadar, gritar, desordenar. El número que enferma las cosas. No voy a pensar en él. Ni siquiera lo voy a nombrar más. Pienso en el cinco porque es el número de la suerte. Cuando iba a la escuela antes de que a mamá le pasara eso, el cinco hacía que nunca ocurriera nada. Tocaba con la mano cinco farolas por el camino y la maestra no me sacaba a la pizarra. Movía cinco veces el pomo de la puerta del aseo y ningún niño se metía conmigo ese día.. Por eso sé que es el número correcto y que los demás son solo caca de la vaca. El tres. El tres es un número mentiroso. Hace que confíes pensando que es el adecuado, hasta que de pronto te la juega. El día en que le pasó eso tan feo a mamá, por ejemplo. El día en que me engañó el tres y me creí que todo estaba en su sitio. Ese día me lavé las manos tres veces y cliqué el interruptor de la luz tres veces y tiré de la cadena del váter tres veces. Todavía no tenía muy claro que el número correcto fuera el cinco. Es decir, lo sabía, lo que pasa es que a veces la suerte cambia y los números seguros de pronto son otros. Hay que estar atenta. Pensaba que el tres era agradable y positivo, un número amigo, pero no. Era mentiroso y a mamá le pasó eso. He dicho que no iba a pensar más en el tres. No. Nunca más. Lo he dicho y voy a hacerlo, aunque esté recordando la noche de mamá.
xxxFue cuando estábamos las dos en la cocina terminando de cenar, cuando yo lavaba los platos y ella preparaba café porque siempre se toma uno después de la cena, descafeinado, claro, para poder dormirse luego. Es que a mamá le gusta el olor y el sabor al café y ese día yo fregué la taza tres veces, enjuagué tres veces y se la di para que le supiera como el mejor día, como nunca antes, el mejor. Y entonces mamá dijo que le dolía mucho la cabeza, un dolor terrible, un dolor profundo en la sien y que apenas podía estar allí sentada, que no podría tomarse el café, que la luz de la cocina le hacía daño en los ojos y que su cabeza era como un adoquín en el que alguien golpea y golpea y golpea. Y hablaba raro. Esa noche empezó a decir cosas raras y era igual, igual al sueño que tuve, al sueño ese en que a mamá se le metía un bicho en la boca y no podía hablar porque el bicho se movía y movía y se le abrazaba a la lengua y mamá no se daba cuenta, hablaba distinto a como habla siempre y yo sí, sí que lo veía, en el sueño lo veía, y sabía que eso pasaba porque no había mirado si los bichos estaban debajo de su cama, me había dado mucha pereza ir y por eso se habían escurrido por las sábanas y se le habían metido entre los labios, abriéndose paso con sus patitas negras y era culpa mía si mamá hablaba mal y le pasaba algo malo, era culpa mía por no hacerlo bien y no mirar. Y esa noche fue lo mismo. Pronunciaba a trompicones y las palabras se le quedaban como a medio. Se le torcía un poco la cara y dijo que se iba a acostar. Que le dolía tanto la cabeza que se iba a meter en la cama ya, a ver si se le pasaba porque tenía medio cuerpo como adormecido, como hecho de arena, así, algo muy extraño. Y entonces fue cuando se metió en la cama y a la mañana siguiente todo estaba en silencio. ¿Sabes ese silencio? Parecido al de la calle en un día de nieve, como si los edificios estuvieran metidos en un bote, en un frasco cerrado y bien cerrado, como si la ciudad fuera blanda y pesada y espesa. No se había levantado y estaba fría la casa. Como era sábado, tampoco había sonado el despertador, así que me levanté y fui a llamar a mamá. Y vi que en su cuarto era donde había más silencio, más denso, un silencio como uno de esos muebles viejos de casa de la abuela: robusto, firme, enorme. Y susurré mamá. Y dije despierta. Qué te pasa. Se hace tarde mamá. Y cuando me acerqué a la cama me di cuenta de que tenía los ojos abiertos, que miraba al techo con ojos fijos, con ojos que no eran ojos de verdad, que estaba muy rígida y que su piel tenía un tono diferente. La toqué en el brazo para ver si se movía, y no, no se movía y estaba fría, helada, era su cuerpo un algo de frío helador. Y recuerdo que pensé se ha muerto mamá se ha muerto mamá no va a levantarse no va a hacer el desayuno porque mamá se ha muerto esta noche mamá. Lo pensé muy rápido y después muy despacio y me entraron ganas de llorar sin saber qué hacer ni nada, sin acordarme de pronto a quién llamar o adónde ir.
xxxAsí que fui a sentarme en la mesa de la cocina, pero antes encendí y apagué la luz cinco veces, y enjuagué su taza cinco veces y escuché los cinco golpecitos en la pared. Toc. Toc. Toc. Toc. Toc. Cinco. Cinco golpes suaves como de nudillos blanditos en la pared de la cocina. Me giré y vi la sombra y supe que la sombra era la de mamá. Recuerdo que pensé mamá está bien era todo una broma era todo una tontería porque mamá al final está bien. Lo pensé y corrí a su cuarto esperando verla como siempre y resultó que seguía allí tumbada, igual, igual que antes, con los ojos abiertos mirando un techo que no veía en realidad. Entonces pensé te lo ha parecido te ha parecido ver algo y no has visto nada realmente. Volví a sentarme en la mesa de la cocina y al rato escuché los cinco golpecitos como de nudillos blandos dar en la pared. Toc. Toc. Toc. Toc. Toc. Me giré y allí, en un rincón, hecha un ovillo como un gato enorme y raro, estaba la sombra de mamá. Asustada. Un poco enfadada también. Lo sé porque me dijo dentro de la cabeza esto no me gusta esto no me gusta nada. Noté que estaba triste y luego rabiosa y luego perdida y luego triste otra vez. Dejó de esconderse en el rincón y apareció de pie junto a la puerta. Dijo mira puedo moverme por toda la casa puedo moverme solo haciendo chas. Y dejé de verla y tuve que buscarla por todas las habitaciones. No la encontraba. No estaba en su cuarto tumbada en la cama junto a ella misma muerta, ni en el cuarto de baño, ni en la entradita. No estaba en la cocina ni en la despensa. Creí que se había ido, que iba a quedarme solo con la mamá muerta, hasta que miré en mi habitación y vi su ojo asomando a través de la rendija del armario. Vi su ojo como una sombra, aunque sabía que era su ojo. Que estaba allí escondida y que le gustaba ese lugar. De modo que dije vale mamá quédate aquí si te gusta quédate aquí. Y ella estaba triste y también asustada y también rabiosa y también perdida y también triste otra vez. Dijo sí pero no te vayas a ninguna parte quédate aquí conmigo.
xxxPor eso me quedo y no hago ruido ni descuelgo el teléfono ni nada. Entro en el cuarto de mamá y giro por dentro el pomo cinco veces. Cinco. Ni una, ni dos, ni tres, ni cuatro. Cinco veces giro el pomo mientras me doy cuenta de que la habitación cada vez huele peor. Pero tengo que hacer lo del pomo o no voy a poder dormir bien y a lo mejor resulta que si no lo hago mamá se va, su sombra se va. Ahora no siempre está en el armario. También se mete entre la estantería y el mueble de la tele, o se acurruca debajo de la mesa del salón. Tengo que adivinar dónde se ha escondido. Ella me da pistas haciendo con los nudillos toc toc toc toc toc y yo voy a asomarme a donde creo que viene el sonido y compruebo que sí, en efecto, ahí está. Donde nunca se mete es en la cocina, sobre todo si la luz está distinta. Le dije mamá voy a arreglarte la luz para que no te moleste para que no se transforme y puedas pasar. Y hago lo del interruptor cinco veces. Entonces se asoma y se queda en la puerta mirando hacia dentro, hacia la pila de platos en el fregadero, hacia la bolsa de la basura repleta, hacia los trozos de pan seco.
xxxTampoco se acerca mucho a su cuarto. Es porque creo que no quiere verse. Yo mantengo la puerta cerrada salvo cuando tengo que entrar para girar cinco veces el pomo. Y de todas formas prefiero no mirarla. La mamá muerta cada día que pasa está peor. Huele peor. Se le ponen los ojos peor. Un día estuve un rato largo observándola, en una ocasión en que la mamá sombra estaba escondida en el armario. Me parecía que aquel cuerpo sobre la cama era de mentira y si cerraba los ojos escuchaba el había un gato grande, gato grande, gato grande dicho con la boca de mamá, la boca que ahora está cerrada y casi se deshace, pero que cuando el gato grande se movía y daba besos y susurraba canciones y cuentos y el había una vez un lobo que buscaba una niña para comer y yo soy la niña y lo que hay ahí fuera es el lobo, todo, todo es el lobo, y por eso lo tengo que controlar, llenar la tripa de piedras como en el cuento. Por si me come. Por si se come a la mamá muerta y a la mamá sombra. Tengo que impedirlo. Tengo que impedirlo como sea. Y aunque me dé asco, entro en la habitación y muevo el pomo sin fijarme en las moscas y el olor y el color de la piel de mamá, y después cierro la puerta a pesar de que el olor se cuela por la rendija de debajo. Y mientras tanto, mamá en el armario, mamá en los rincones, mamá debajo de la mesa, acurrucada, aovillada como un gatito sombra, asustada y enfadada y triste y rabiosa y perdida y sombra muy sombra.
xxxY ahora suena el teléfono y pienso si descolgarlo. Suena cuatro veces y se para, y sé que no, no puedo cogerlo y preguntar quién es si no suena cinco. Lo mismo que el timbre de la puerta. Suena tres veces el timbre de la puerta y sé que no puedo salir a abrir. De manera que me siento en la cama y hablo con la mamá sombra, que está ahora dentro del armario y veo su ojo mirando, y le digo no te preocupes mamá no te preocupes porque voy a quedarme aquí contigo ya no iré al colegio ni nada ya no iré a ninguna parte mamá. Y ella responde como dentro de mi cabeza sí cuídame cuídame cuídame para siempre cuídame.

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Martínez Castillo, Ana. Ofrendas. León; Ed. Eolas, 2021.

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