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POEMAS DE TOMÁS HERNÁNDEZ MOLINA

noviembre 13, 2022 Deja un comentario

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UN PERRO A TUS PIES

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara A.

El tiempo, ese enemigo atroz que nos acecha,
es vencido por ti si te desnudas,
y el mar está en tus ojos
como un adorno innecesario;
la oscuridad redonda de tu noche
es más que el sol, y el tiempo,
ese enemigo atroz, es un perro a tus pies,
la tarde es otra noche de esponsales.

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SÍSIFO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Ana Jurado y Javier

En el puente que ha roto la riada,
dos pajarillos pugnan por un trozo de pan;
diferencio bien los gorriones pero son más pequeños,
de plumaje más claro y cuerpo más ligero,
un colibrí, un jilguero o quizá un canario.
Es más grande el mendrugo que sus dos cuerpos juntos
pero luchan por él y sólo los aleja de su empeño
el paso de los coches, las ruedas casi encima.
Luego vuelven al charco que bordean
y comienzan la lucha. Nada saben de Sísifo
ni de su cruel destino, obcecados
por el hambre, por la curiosidad o por el juego.

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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Javier y Luis Carlos Hernández Gómez

xxxxxI

En la mesa del padre congregados
celebramos la fiesta, los años que la vida
nos reúne en cada aniversario, el origen.
Un viejo rodeado de sus hijos,
los hijos de sus hijos, las mujeres
hermosas o distantes que eligieron.
La fiesta de la sangre, de la herencia
que en nosotros dejó y allí acudimos
puntuales como las estaciones,
los árboles al borde del camino
que son nuestro ataúd o nuestra mesa.
Festejamos su vida y nos regala
la mirada perdida de los ojos acuosos,
la confusión de nombres que ya no reconoce.
Reíamos, bailaban las muchachas
y los hombres más jóvenes, escogidos los vinos
que esperan cada año, lo mismo que nosotros,
el ritual que el tiempo se merece.
Y así estábamos, felices y orgullosos,
rutinarios y alegres, compartidos.

Había dos muchachos, dichosos entre todos,
dos hermanos como suelen comportarse los hermanos,
con esa afinidad de los destinos
por distintas que luego sean las vidas,
con un pasado que sólo los hermanos reconocen.
Los frutos en agraz en cuya carne
esperamos vivir nuestra memoria.
Dos hermanos como suelen comportarse los hermanos,
sin saberlo siquiera.
xxxxxxxxxxxxxxxxDetrás de los cristales
una afilada luz los hiere con su muerte.
Sabe la fecha exacta del encuentro,
y cuenta con los huesos de sus dedos
los pocos días que faltan, el instante
que eligió para ellos.

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xxxxxII

En su seno son nada, no reposan,
los muertos no abandonan el cansancio,
no sufren ni se alegran, sólo viven
en nosotros la vida que no les pertenece.
Debajo de la tierra alimentan hormigas,
hacen crecer las flores, las hierbas más comunes,
y el viento cada noche los cobija
y abrigamos su frío en nuestro lecho
con una última lágrima.

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WILLIAM Osler,
xxxxxxxxxxxxxcoleccionista de libros,
en especial de Historia de la Medicina,
y por esa pasión
lo recordamos,
dejó escrito: «Aquellos
que en la vida se inician sin los libros,
sin mapa ni astrolabio navegan.
Los que tan sólo aprenden en los libros
allí mueren,
sin emprender viaje.»

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SER LEÍDO EN 1935

¿De qué sirve a los insomnes huesos
que vengan hasta aquí desconocidos
amigos y devotos y que rindan
tributo inmerecido al polvo y a la nada?
Que las palabras con cansancio escritas
mercado sean ahora y se lean
en las lenguas posibles en que los hombres hablan.
Que den dinero y fama a oscuros descendientes
que yo nunca engendré. ¿De qué les sirve
a estos insomnes huesos que me llamara Stendhal?

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Fenêtre qu’on cherche souvent
xxxxxRainer Maria Rilke
xxxxxxxx(Versión)

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Mary Alameda

¿No eres ventana, tú, la geometría del hombre,
la forma tan sencilla que sin esfuerzo encierra
nuestras vidas tan grandes?

Jamás será tan bella aquella a quien se ama
como cuando aparece encuadrada por ti.
Eres tú, oh ventana, quien la hace casi eterna.

No existe azar alguno. El ser se alza
con este poco espacio alrededor
del que se siente dueño,
en medio del amor.

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¿Me ocurrirá como a las sombras?

Durante treinta años vivó arriba, 
en un cuarto cerrado, entre el ruido
de máquinas, los golpes del martillo
o de la gubia. Nada queda de él
en esos viejos libros que ahora exhiben
—primeras ediciones, borradores—,
que sin leer miramos con respeto y cansancio.
No hay nada en esas líneas del instante
de hacerlas, del temblor de la mano al escribirlas.

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Lloré al paso volador de las perdices

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Reinaldo Jiménez

El agua es maldición desde aquel día
en que mis pies de desterrado puse,
las finas zapatillas de palacio,
sobre la arena sucia y las piedras hostiles.

Qué pensará quien vea en esta choza
la gloria de Almotamid que con los pies hinchados,
los tobillos en carne tumefacta,
el regreso celebra de su esclava que vuelve
con unos pocos dirhams como pago
de un día de lavar ropa y secarla al carbón,
pues aquí, en donde nunca llueve,
el agua es maldición desde aquel día.

Qué pensará quien compartió conmigo
la gloria de Almotamid o me envidió pensando
en cambiar su destino por el mío.
¡Que se acerque a esta choza y que me vea!

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Hernández Molina, Tomás. Peñón de las caballas. Murcia; Ed. Tres fronteras, 2009.

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HABLANDO DE AMOR

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LOS VIEJOS NUNCA HABLAN DE AMOR COMO LOS JÓVENES

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Pepe Hernández

Los viejos nunca hablan de amor como los jóvenes,
pues el peso de uno o varios cuerpos
en sus vidas, les trae la confusión.
Es motivo de escarnio o pasatiempo
esa charla en los viejos. Ellos vienen
al sol cada mañana, y en verano
a la dorada piel de las bañistas,
a su fervor de oro. Hablan
de incidentes domésticos, de muertos
o pasiones con esa indiferencia
con la que regatean el pescado
en las barcas pequeñas que llegan a la playa.
Regresan cada día a estos bancos al sol
y nunca hablan de amor como los jóvenes.

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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Mireya

LOS amantes furtivos se parecen,
se buscan por las mesas de los bares,
o cruzan la mirada mientras brindan.
Los amantes hacen lo mismo siempre,
persiguen igual sueño y aman los mismos rostros.
Su secreto los hace más ingenuos, más frágiles,
más torpes en los gestos o en la risa,
la urgencia por los ojos como un rímel de súplica.

Los amantes se esconden y no saben
que su huida los hace más gloriosos,
que el tiempo es un fervor sólo dado al furtivo.

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TERRAZA DE UN BAR

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Sonia y Pepe Ruiz Campos

Reflejos amarillos del sol en los cristales,
el cuadro representa la terraza de un bar,
quizá al atardecer. Tulipanes y nardos
al fondo de la barra. La transparencia
del agua de las flores. Son imprecisas sombras,
quizá reconocibles por un gesto,
la forma de sentarse o de cruzar las piernas,
quienes aquí bebieron aquel día.
De las cosas, firme constancia queda,
los manteles de cuadros, el pan recién cortado,
los platos sin comida y los vasos vacíos,
las botellas de marcas no legibles,
esperando una mano que las convierta en vino.
Todo está quieto y fijo en ese cuadro,
el ajetreo, las voces, y parece
que está la vida a punto de empezar,
que alguien va a levantarse para beber contigo.

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SON momentos fugaces las ventanas ajenas,
rutina son aquellas que suyos nos hicieron,
nos traen la luz del día, el color de los cielos,
y en la noche se vuelven oscuras en nosotros.

Las otras, las fugaces, nos dieron un asombro,
recuerdos de un viaje o una visita breve,
un río o la belleza de una calle habitada.

La desnudez nos dieron las ventanas,
el ansia inmerecida de un deseo heredado
y una primera obscenidad en los ojos.

También las lentas tardes las ventanas cobijan,
los breves días de inviernos melancólicos
y un desnudo rosal en el jardín diario.

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LOS POZOS MÁS ESQUIVOS

Por qué sucederá que sean los ojos luego
los pozos más esquivos, los ríos más helados,
si se enciende el amor en sus hogueras.

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Hernández Molina, Tomás. Peñón de las caballas. Murcia; Ed. Tres fronteras, 2009.

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CUATRO POEMAS DE ‘PEÑÓN DE LAS CABALLAS’, DE TOMÁS HERNÁNDEZ MOLINA

noviembre 13, 2021 Deja un comentario

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PEÑÓN DE LAS CABALLAS

Dicen que hace ya muchos años, las mujeres
venían al Peñón de las Caballas. Que venían
descalzas por la arena del mar y que traían
el almuerzo a los hombres.
Después junto a la orilla, uno a uno
destripaban los peces, los lavaban
en el agua salobre donde antes nadaron,
y dejaban al sol durante días
sus lomos ensartados en cañas como lanzas.
Y dicen que por eso se llama así esta roca.
Y cada primavera las mujeres
volvían al Peñón de las Caballas,
dormían cada noche su corazón de cuarzo
y una humedad en la piel, a salitre y a pez.
Ahora su nombre queda, incomprensible,
en antiguos reclamos de turismo
o da nombre a una calle aboliendo el pasado.

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A LA IZQUIERDA DE LA BELLA TORRE, LA TORRE DE UGOLINO,
xxxxxxxxxxixxxxxMASTICÓ LA CABEZA DE SU HIJO

En Pisa, en las afueras, muy lejos de la luz
dorada de los mármoles de pórticos e iglesias,
alzaron unas jaulas a la altura del hombre,
con barrotes de hierro,
descubiertas al sol y al frío de la noche,
a la lluvia y al viento, al viento interminable.
Allí vivió enjaulado y cantaba sus cantos
y los llamó pisanos mientras los transcribía
en el papel higiénico que su guardián le daba.
Así honró a la ciudad y aniquiló los nombres
de aquellos que lo habían encerrado.

Son esas mismas jaulas de Guantánamo.

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COLINAS y colinas hasta el mar.
Acantilados bruscos, quebradizos,
y matas de lentisco entre sus grietas.
Pitas solitarias,
chumberas. Esta es la tierra que pisamos,
pizarras y cuarcitas por el azul hendidas
y que nunca del todo abrazará
la alegría de las piedras al sol.

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DE estas secretas playas los viajeros
comentan su rareza, hablan del infortunio
que los retiene lejos e infelices los hace,
y dicen que aquí el tiempo es liviano
y no maltrata al hombre. Se equivocan.

También aquí la muerte nos busca hasta encontrarnos,
y los días se llevan la luz de las muchachas,
nuestras hijas. Náufragos incapaces
en este paraíso que otros sueñan.

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Hernández Molina, Tomás. Peñón de las caballas. Murcia; Ed. Tres fronteras, 2009.

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