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Posts Tagged ‘pilar adón’

SOBREVIVIR EN MEDIO DEL SILENCIO

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SOBREVIVIR. Sorber sopa.
Sumar caldos y yogures. También gelatina.
Procesar el nutriente que deja vivir.
Sostener el alma, guardarla en su armadura,
y que no cesen las tripas, las pulsaciones
ni los flujos.

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MI PADRE FUE VALIENTE y ahora aún lo es.
Sin quejas ni peticiones.
Con una mueca desdentada que es infinita.
Sin querer molestar porque nada es tan grave
como para incordiar a los demás.
Lo evidente que da forma a su máscara.
Las arrugas en la cara
como geometrías labradas en carne.
Su inmersión en un pantano
y el disimulo en lo que hace
con voluntad de lucidez.
Cuando finge entenderlo todo
y me grita Feliz Año Nuevo el día de su cumpleaños
sin esperar a que le felicite yo primero.

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ME PREGUNTA LO QUE LE OYE decir a mi madre:
¿Es que no sabes lavar la ropa blanca?
Y aguarda en su silencio ansioso
para regañarme si le respondo que no.
Afirmando dos veces,
como si un único sí no fuera suficiente,
y sonriendo cuando le digo que he venido a verle
mientras repite que debería venir más.
Me resume las noticias del tiempo,
las del nuevo terremoto en un país. Italia.
Sí. Japón. También.
Le cuento lo que he comido
y le digo que aunque yo ya tenga casa,
la suya seguirá siendo siempre mía.
Y asiente. Su casa es para mí. Mi habitación y mis cosas.
Para mí.
La tabla de madera que es ahora de plástico.
El cuchillo sobre el queso.
Y el pan.
Quiere hacer tortilla y que cene.
Calentar el aceite al fuego.
Duerme bien. Se encuentra bien.
Quiere conducir e ir de caza.
Que dejemos de vigilarle. Tomar sal
y tomar vino.
Le digo que hay que esperar.
Le explicamos que es pronto.
Que no ha pasado tanto tiempo. Que no hay que tener prisa.
Y me sorprende su aire de desaliento,
la expresión de fastidio.
El escaqueo cuando le descubro con otra cerveza,
y me asegura que es sin alcohol.

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NUNCA VIGILÓ nuestra manera de movernos.
No le correspondió a él vernos crecer.
No tuvo que hacer de nosotros su obra.
Ni nos miró con los ojos del análisis,
del intelectual-terror.
Su mirada no nos escrutó.
La complicidad en la mesa y la espera sobre la alfombra
mientras acababa la cena. Aunque no se dice acaba
porque acabar es un verbo de pueblo y se dice terminar.
Pronuncia el nombre de tu amiga al saludar a tu amiga.
Aprende de mí, mas no hagas lo que yo hice.
Perro guapo. Perro bueno.
Cuando todo se transforma
y parece imposible que haya sido
lo que no volverá a ser.

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ELLA QUERRÁ OÍR que su amor es eterno
y él le dirá que su amor es de ahora.

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EN MEDIO del silencio,
el oído humano inventa una música.

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CARINTIA

En los momentos de bonanza,
cuando es fácil no creer o afirmar que no se cree,
cuando distingo la imagen del naturalista, el océano,
o en las horas del desorden,
entonces lo hago:
busco a Alice Oswald, a Jane Kenyon,
y espío sus manos, sus gestos
en distintas fotografías, bajo la pestaña Imágenes,
tras acatar los mandatos del movimiento
en rotaciones de hombros y rotaciones de cuello.
Retratos que me dan lo que sus textos,
sin interlíneas ni aprobaciones críticas
en originales por corregir. Biografía de hojas.

Cuando los brazos se estiran y hay que pensar
que no ocurre nada,
que todo lo que se ve es lo que se debe ver,
a pesar de las páginas sin hacer, las páginas previstas para hoy
que no avanzan de la 32;
cuando el cacao representa el almuerzo de la jornada
con una ración de maíz frito y queso,
y las manchas de los ojos se disipan
entre juicios de Thoreau y anécdotas familiares;
llegado el día 30, terminado el invierno,
acudo a Katherine Mansfield,
a Ingeborg Bachmann.
Cuadros en los que perseguir, como en sus libros, un reflejo,
algo que me empuje, que me hable de la levedad.
Del rojo individual. De la necesidad de escondites
sin pasar la prueba de los 15.
La de los 35.

En los momentos de beber agua,
cuando abunda el naranja, mecanismo naranja, luz y color,
en el óleo de hogares
donde fui aprendiza,
niña hipocondríaca,
ahondando en el carácter de cada individuo,
en su ira y su esperanza, su dicha y rompimiento,
rozándome con ellos, cruzando cada estado de la realidad
y de la fe,
rebasando los estados de la especie
y más allá,
para cerrar después toda búsqueda y volver al calor de lo pequeño,
al no, sí, no
de los términos que acompañan sin ser necesarios,
los adjetivos, por no mencionar los adverbios,
asediada por la ansiedad de la separación
como los perros,
entonces dejo abierta, para aliviarla, una instantánea de Alice y su flequillo
con aspecto sensible, sensitive en inglés,
porque sensible es mi palabra, como tímida es mi palabra
y retraída. Mi palabra.
Al tanto de una consciencia
que nos transporta a la desconfianza
y una desconfianza que nos transporta a la inquietud,
aunque bien puede ser a la inversa.
El entender todo daño y toda miseria
que no hace a nadie más listo sino más hostil
ni nos hace desear la proximidad sino el aislamiento.
Cómo saberlo si lo que recuerdo son nichos de amor:
a esta niña no se le mueve la ropa.
Está más en el suelo que de pie.
Cómo saberlo tras la ternura y devoción de:
llora, llora, que cuanto más llores menos meas.
A tu madre se la ha llevado un lobo en la boca.
Sentencias que aludían a mi culpa, a mi culpa,
a mi grandísima culpa,
y me hacían desear llegar a vieja
como las señoras con abrigo
que miran escaparates de zapatos
y se apresuran a los puestos de venta de libros
en primavera.
Señoras dispuestas. Que bailan,
comen sano, y se llaman
Trini o Puri o Pilar.
Cada paisaje. Cada rotura.
Comprendiendo que siempre les quedará morir
tras asentir ante cualquier explicación
o ante cualquier excusa.

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CARINTIA 3

Queda la insensatez del ánimo
cuando se sitúa en modo desorden y cree:
la próxima vez estudiaré alemán,
la próxima vez seré más fuerte, la próxima vez naceré en Viena.
La próxima vez.
En una tierra sobre la que gime la hierba
que decimos conocer.

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Adón, Pilar. Las órdenes. Madrid; Ed. La Bella Varsovia, 2018.

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POEMAS DE LA PRIMERA SECCIÓN DE ‘LAS ÓRDENES’, DE PILAR ADÓN

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REGALARLO TODO. Cada prenda. Cada adorno.
Con mentalidad de pobre. Los dedos de harina
calentando el mismo tazón
y la sonrisa rota hacia la mesa
sin frutas ni flores en la fuente.
Sin estrenar nada, sin ambición de refugio.
Habiendo perdido la energía
y el asombro.
Queriendo decir: «¿Por qué no vuelves a casa?»
Cuando lo sabe. Que volver a casa es el miedo.
Que la huida del día es el miedo.
La tapia de ladrillo y la llamada al timbre sin prever
si podrá entrar.
Cada mirada de hembra.
Cada preñez. El miedo.
El cuerpo que no se acostumbra
y que, lejos de aumentar,
reduce su tamaño y se parte en dos.

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¿QUIÉN
no ha querido abrir la ventana a los doce, trece años,
y saltar una tarde de sol
idéntica a todas las tardes en que el sol
se filtra por las persianas de madera
con un único verso
—Wake the serpent not—
alojado en el cerebro?

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LA LLAMADA DEL DÍA. La misma voz con tono diferente.
Según el tiempo, el frío, el cansancio o la estación.
Cada mañana. A las diez. Preguntando si es que sigo en casa.
Si estoy escribiendo. Si he dormido bien.
Qué voy a comer. Si el perro se porta igual.
Tan listo. Tan despierto. Con las mismas ganas de salir a la calle
y correr
hasta reventar. Desatarse y correr.
En su intento de lograr lo que más anhela
y persigue
tras su roja perspectiva de ojos llorosos:
no regresar al hogar.

También yo correría, mamá. También yo me desataría y reventaría.
En esta interminable tentación del malestar
que araña y mira como si fuera lo más normal. Venir
y quedarse.
La nevera que chirría. Las pezuñas del animal resbalando,
con correa y chapa, sobre el parqué.
Las palabras del vecino en el rellano del portal
clamando a sus hijos, clamando al portero que no recoge la basura,
el ascensor abierto en el sexto,
al presentador de los informativos matinales.

Hasta cuatro veces, pase.
Cuatro veces. O tres.
Pero ¿más?
¿Más?

La atracción del aturdimiento.
El embeleso de la apatía.
Y la lentitud. Los líquidos que humean al fuego.
Y las evasivas.
En la boca. En su misión de desterrar el encanto.
El tono anaranjado de las cosas.
El cepillado del pelo. La voluntad de estar bien.
Con un malestar que se asienta en la complacencia
(¿es que os habéis peleado?)
a lo largo de una llamada que lo deja todo desgreñado.
Y la voz que no es conversación sino pregunta
en busca de un consuelo extraño
basado en habladurías y temores.

Azufre y agua.
Y la cal con la que untan a los perros plagados de larvas
para que desaparezcan con cada quemadura en la piel.

Sí. Yo también chirriaría, mamá.
También yo clamaría en el desorden en que hemos de sobrevivir.
Cuando lo normal es la transformación
y mi espíritu quiere lo permanente.
Cuando las horas se hacen cuidados
y no queda hueco para el reproche
en esta sumisión ante lo que puedan decir
esos labios llenos de llagas.
Esa voz.
La convicción de que han muerto las expectativas
ahora que ha desaparecido el pastor
y con él los mejores recuerdos.
Los preparativos. La ceremonia. Lo que vino después.
Cuando todos existíamos caminando
tras los pasos de la soñadora.

Ahora sabemos
lo que supieron los demás desde el principio.
Que los nuestros traicionan.
Que el entendimiento y el alma se hieren con la experiencia
y que el sentido es cero. El propósito, cero.
La utilidad. Cero.
Que la indiferencia no comete pecado
ni hay ruptura en la devoción materno-filial
por este hábito que nos libra de la gravedad.
Encogidas ante el fin de las llamadas
recorriendo la austera estética de los campos
cuando en los paseos se habla de temas generales.
Asuntos que no dañan a nadie. Que no se hunden
en los huesos, la raíz,
de madres e hijas que se lancean.
Sometida una a la voluntad de la otra
todas las mañanas. A eso de las diez.

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EL AMOR EN BRUTO no sirve.
Hay que dosificarlo.
Saber domarlo y repartirlo
hasta que se extinga.

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EL SILENCIO NUNCA es tan grande
como cuando algo lo rompe.

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ESTIGMA

Nunca la vi llorar. A mi abuela.
Se le salió la matriz por la vagina
y ella se la curó con limón
porque todo lo trataba con limón. Y con saliva.
Barro, humedad y fuego.
La punta babeada de los pañuelos en el batín.
Las medias de algodón. Agujeros en su faldagris de abuela.
Y las capas de tela desdibujada
tras las que ocultar el calor enchufado a la trampa
que colgaba del techo.

No preguntar. No saber.
Metió el pulgar en la tierra y lo sacó negro.
Barro seco y disperso. Pedazos de ladrillo bajo las plantas.
Restos pegados a las púas del tenedor.

Elevaba el cuchillo por encima de los hombros.
Lo bajaba y lo hundía en la madera.
Cortaba las uñas a las niñas recién nacidas.
para que cantaran bien, como ella.
Voz de ofrenda, voz de Pascua.
Conmigo no lo hizo.
Yo era de rodillas arañadas, picaduras de avispa.
Huida de insectos y huida de juegos.
Ser orgánico que crecía. Mudaba y crecía
al tanto de mi situación.

Con las manos alrededor, las cejas sobre las piernas.
O cruzada de brazos
caminando hacia el puente.
Botas altas al borde de la presa.
Sin admitir el abandono ni la pauta.
La cólera de la herencia.
El bálsamo del humo distante. La calidez y el resguardo
de la casa. Carretera arriba.
La incertidumbre y el temblor
por si nadie volvía a buscarme.
Las burriagas del bocadillo. Las lágrimas tras el coche
que arrancaba y desaparecía.

Tanta traición. Tanta reverencia.
Sus papeles con tersura de piedra, base en los cajones.
Paños de cuadros quemados. Vasos sucios.

Perdió un hijo y un marido.
Se quedó ciega. Y la atamos a una silla
para evitar que se tirara al suelo y reptara hasta su patio
lejos de ancianos tendidos sobre las mesas,
unidos por su calidad de ancianos.
Derribados sobre falsos sofás.
Envueltos en falsas mantas y en sonrisas postizas.
Con las uñas crecidas y los labios prietos,
entre voces conocidas que arropaban en tonos azules
y por la mañana entregaban desayunos.

La piel, cápsula gris, respondiendo al pliegue
de cada dedo.
En medio del orín y el desinfectante.

La niña se llamará Julia.
¿No ves la moto ahí fuera?

Siempre quiso estar en su casa, mi abuela.
Y ahora la van a vender por 30.000 euros.

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LA IMAGINACIÓN PERSIGUE un acontecimiento.
Algo nuevo, algo limpio. La ingenuidad
que nos ha abandonado
y no se deja reconstruir.
Los ojos de antes
sumergidos en los de ahora.
La inexperiencia de un cuerpo
que siente que lo ha presenciado todo.
¿Qué le importa a la especie
que un útero reaccione o no?
¿Dé fruto o no? Exista.
Todo milimetrado en etapas: estudio, trabajo, enlace, piso.
Paso a paso. Superando cada fase.
Como en un cordel de esclavos.
Permitiendo que transcurra la estación
con la imagen de huir y cambiar
en una supervivencia que es solo a medias.

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UNA MUJER POBRE con un niño en brazos
es una mujer dos veces pobre.

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NO QUEREMOS ser madres.
La ausencia de un heredero
que deje borrones.
Seguir siempre hijas.
Que nos abracen como nos abrazaron.
Y nos peinen y presuman de nuestras notas
ante los vecinos.
Que cada libro sea para nosotras, cada pensamiento.
Para nosotras. En una habitación
de una sola cama.

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DORMITORIO

La cabeza apoyada en el cristal
al ritmo del movimiento de las ruedas,
y un olor a desinfectante girando con el calor del motor.
El abrigo que ya sobra.
Casas de ladrillo en los bordes
por un paseo sin bancos.

Ningún cuerpo reluce. No hay rastro
de perfección
en el alargado espacio de este territorio
de materia orgánica y horas de espera.
Color berenjena en las mejillas.
Clínex en los bolsillos.
Zapatos de un marrón plástico.
Y el espacio de luz.
La supervivencia del espíritu
en este autobús que me habla: próxima parada.
Aunque solo haya tres.
Paseo de Extremadura.
Cortes de pelo sujetos en recogidos de goma
y las dudas en la cara.
Preparándome en el recibidor para entrar
y oír a mi madre exponer de nuevo
lo que ha comido mi padre a lo largo de la semana.
Purecito, verduras.
Pescado. Yogurcito. De fresa.
Detenida un minuto al pie del portal.
Sin teorías ni afirmaciones.
Añorando de mi yo joven
la noción de perspectiva. El pensar ya lo haré.
La amplitud de las horas. La observación de cada posibilidad.
En la distancia. Temporal. Espacial.
Yo
salvando vidas. Yo
oceanógrafa. Yo
espía.
Yo
embajadora en París.
Sin reconocer los ojos que me estudian
desde el espejo del ascensor.

Tanto tiempo ansiando escapar en cada trayecto
y ahora este regreso. Esta expedición de siempre
a la vida de siempre.

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ELLOS NO lo advierten
pero arrastramos un rencor en los genes
heredado de cada mujer.
Su hacha clavada en el cuerpo,
integrada en él. Donde persiste.
Observadoras y observadas.
Actuando a solas y ante el mundo.
Ansiando un descanso
sin saber descansar.
Acusando un odio que no se cura
por palabras que no tendrían que existir.
Sin responder tal sin comportamientos cual,
aprovechando más.
Sin enfrentarnos a.

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ESO ESPIRITUAL que ves en mí es miedo.

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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxNo descuido la escritura,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsino a mí misma.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxIngebor Bachman

¿QUIÉN ME VA A CUIDAR cuando sea vieja?
¿Quién me va a esperar, feliz de verme?
Cabello de nudos. Sin cepillados nocturnos.
Peines y espejos de plata.
Sola en mi sillón. Harta del cansancio y los sermones.
Sin hijos que me bañen,
me cocinen asado con puré,
me traigan jerséis de talla grande,
me laven los pies y las axilas
cuando queden ya pocos motivos para existir.
vencida por los razonamientos
sobre aquello de recoger lo que se ha sembrado.
Celebraciones, cumpleaños y fiestas
en perspectiva de una soledad redonda.
¿Quién va a venir a verme
los fines de semana?
Si no soy madre.
Si vivo sin reconocer la devoción, el auxilio.
La ternura. Las visitas a los amigos dolientes.
Entre evasivas, papeles y libros,
alejada del sentimiento original.
Escapando de la llamada primera.
Sin saber qué es la entrega.
Qué la piedad. Qué la delicadeza
de los niños fotocopia. Su mente dulce y sencilla
como trozos de manzana asada. Como bolsas de osos Haribo.

¿Quién va a abrazarme cuando sea vieja?
Y esté sola. Y no haya quien quiera hablarme. Y las cortinas se prendan fuego
y las llamas asciendan al techo. Y nadie pueda acercarse
al teléfono. Para llamar al servicio de extinción de incendios.

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SOLO QUIEN TIENE el amor
lo cree prescindible.

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DOS LÍNEAS en cada mejilla.
Dos más en el cuello, en el centro de la frente.
Pintura de guerra sobre una piel en trazado imperfecto.
Rayas
de color granate. Y el rezo aprendido
del que no desentrañamos la lógica,
el significado ni las consecuencias.
Elegimos las piedras y las cargamos en la mochila
aunque lo único que pueda salvarnos
sea la ligereza.

Demasiada luz es ceguera.
Cuando siempre se ha sido hija
y de pronto hay que renunciar a serlo.
Sin dejar de repetirnos que si no nos esforzamos lo suficiente,
nadie se esforzará en nuestro lugar.

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ES UNA PULSIÓN: un hombre encuentra agua
y tira una piedra.

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Adón, Pilar. Las órdenes. Madrid; Ed. La Bella Varsovia, 2018.

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UN POEMA DE ‘MENTE ANIMAL’, DE PILAR ADÓN

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XVII

He visto algo grandioso e inexplicable
y no por ello he cambiado.
El mar se mantiene y el mesías podría estar aquí.
Pero el mar persiste.
¿Dónde la profecía?
¿Dónde la distinción del hombre?
He visto la sucesión de esferas
en un plano liso de sutilidad y abandono.
Sin sonidos ni distancias.
Y sigo comiendo y durmiendo,
sin más pretensión que la de recordar lo que sé
y que no lo descubran los demás.

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Adón, Pilar. Mente animal. Madrid; Ed. La Bella Varsovia, 2014.

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INSUMISAS (I)

agosto 9, 2020 1 comentario

 

BEGOÑA ABAD

 

Bajo qué bandera tendré que esconderme
cuando te mire muerto,
cuando tenga que sujetar tu cuerpo
el resto de los días de mi vida,
que sólo serán tu ausencia.
Con qué uniforme abrigaré mi pena
que me justifique
el absurdo ciclo de haberte parido,
para entregarte luego a una causa perdida.
Qué ejército, de qué lugar,
defenderá mi miedo a seguir viva,
la angustia de mirar a otras madres,
la procesión insufrible de ataúdes,
la indecente firma de otras paces
que construyan sobre nuestros huesos
un futuro en el que no cabemos.

 

 

Escucho a un político explicar
cómo cerrará una empresa
y dejará a mil doscientas personas en la calle.
Sus palabras hábiles, elegidas, complicadas y equívocas,
me hacen dudar sobre si cerrará la empresa
o nos está salvando la vida.
Pienso si yo seré capaz de decir a mis hijos,
con la misma habilidad,
que esta noche ya no hay nada para cenar
y que mañana se me termina el paro.

 

 

En la fila de hormigas
el único horizonte posible
es la hormiga que camina delante.

 

 

Estudia, estudia
o terminarás fregando escaleras.
Desde niña la amenaza, el miedo.
Ahora, que sí friego escaleras
porque lo elegí, parece,
miro alrededor y veo
a muchos de los que entonces estudiaron
en qué vertederos andan metidos.
Otros aparecen en la prensa salmón,
es cierto, es cierto,
pero no sé cuál de las dos cosas
me parece más triste.
En las escaleras que friego
me puedo mirar la cara.

 

 

 

 

 

PILAR ADÓN

 

Ellos no lo advierten
pero arrastramos un rencor en los genes
heredado de cada mujer.
Su hacha clavada en el cuerpo,
integrada en él. Donde persiste.
Observadoras y observadas.
Actuando a solas y ante el mundo.
Ansiando un descanso
sin saber descansar.
Acusando un odio que no se cura
por palabras que no tendrían que existir.
Sin responder tal sin comportarnos cual,
aprovechando más.
Sin enfrentarnos a.

 

 

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxNo descuido la escritura,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsino a mí misma.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxIngebor Bachman

¿Quién me va a cuidar cuando sea vieja?
¿Quién me va a esperar, feliz de verme?
Cabello de nudos. Sin cepillados nocturnos.
Peines y espejos de plata.
Sola en mi sillón. Harta del cansancio y los sermones.
Sin hijos que me bañen,
me cocinen asado con puré,
me traigan jerséis de talla grande,
me laven los pies y las axilas
cuando queden ya pocos motivos para existir.
Vencida por los razonamientos
sobre aquello de recoger lo que se ha sembrado.
Celebraciones, cumpleaños y fiestas
en perspectiva de una soledad redonda.
¿Quién va a venir a verme
los fines de semana?
Si no soy madre.
Si vivo sin reconocer la devoción, el auxilio.
La ternura. Las visitas a los amigos dolientes.
Entre evasivas, papeles y libros,
alejada del sentimiento original.
Escapando de la llamada primera.
Sin saber qué es la entrega.
Qué la piedad. Qué la delicadeza
de los niños fotocopia. Su mente dulce y sencilla
como trozos de manzana asada. Como bolsas de osos Haribo.

¿Quién va a abrazarme cuando sea vieja?
Y esté sola. Y no haya quien quiera hablarme. Y las cortinas se prendan fuego
y las llamas asciendan hacia el techo. Y nadie pueda acercarse
al teléfono. Para llamar al servicio de extinción de incendios.

 

 

 

 

 

MADA ALDERETE VINCENT

 

LA MUÑECA RUSA (2) LA LISTA MACABRA (1)

se sienta a mi lado
para hacer la entrevista
«en profundidad»
que tiene también una larga
y macabra lista
de posibilidades
patadas
mordiscos
empujones
bofetadas
estrangulamientos
puñaladas
violaciones

ella me va diciendo sí o no
con la cabeza agachada
dice casi todo sí

 

 

cuando algún ex
hace de las suyas
las demás son una piña
«todos son iguales»
y una larga lista de adjetivos
que se quedan entre estas paredes

pero cuando conocen a un hombre
uno nuevo
les brilla la mirada
enseguida se ilusionan
se enseñan los mensajes del móvil
«este es diferente»
«no me pegaría nunca»

es difícil este trabajo

enseña a confiar
con la seguridad intacta

a enamorarse
sin perder la identidad

a dar otra oportunidad a la vida
sin repetir la historia

 

 

 

 

sólo tiene 10 años
pero ha visto muchas cosas
le han dicho que es malo
malo de naturaleza
que es mucho peor
que cualquier otro tipo de malo
eres imposible
serás un maltratador
como tu padre
nadie te va a querer

tiene 10 años
se clava los cuchillos de la cocina
se esconde durante horas
enciende el horno
rompe cosas
se pinta con témperas el pelo de azul
agujerea su oreja con chinchetas oxidadas

a veces le acaricio la cabeza
y sonríe
igual que si tuviera
10 años

 

 

 

 

PILAR ASTRAY BOADICEA

 

TENER LA REGLA

Tener la regla como las gatas que maúllan
cosiendo sus ásperas lombrices en silencio
en un desgarrador grito congelado.

Manchar las bragas como María Magdalena
y lapidarse ante las miradas ajenas.
Frotar, frotar, sin tregua.

Sentarse en el suelo del vagón
como un gran orbe rojo y señalarte,
esta es mi sangre,
yo soy una mujer que sangra
y chapotea en su basura.

Exhibir las compresas,
preguntar a las vecinas por la cantidad
y el color como quien pregunta del tiempo.

Exigir un té caliente en los días no nombrados,
morirse,
autosuicidarse
un largo siglo al mes,
romper la infinitud,
sellar para después la risa.

Ser tu muerte,
tu no vida desparramada por el wáter,
ser la niña que no olvida
el día del comienzo de esa herida
y los susurros del recreo.

Cu-chi-chear.
Casi podría ser Cuchi una nueva marca de tampones,
pero tú quieres entregarte a lo salvaje
e huir de todas tus glaciaciones.
Sabes que no eres la bella oveja blanca
porque eres mujer que sangra
y se cuelga del espejo.

A veces no hay nadie
y no danzan los esqueletos.
Coges un pañuelo y te lo pones en el pelo
y posas como para una madre
y te haces tierra de cajón.

Solo es un instante
antes de la montaña rusa
y el vértigo del golpe
en los ovarios.

Tú sabes de tu pozo
y cómo se apellidan sus esquinas.
Bajas sin cuerda sola
a descubrirte
en tu fragilidad de mujer asaltada
por el ciclo natural
que te asesina las entrañas
y te exime de la culpa,
de la creación y de la duda.

Otra vez será cantan ebrias las luciérnagas de tus ancestros
y te recuestas desnuda sobre tu caballo indomable,
desnuda, con tu vestido favorito,
bajo cirios de abismos.

Eres tu eco de feminidad
mártir de una juventud que se silencia
en la fachada que desboca su pintura
en una revolución por tener nombre de aldea
y ser termita en estampida.

Mírame,
construyendo mi nido, temblorosa
con todos mis caminos recorriéndome la piel,
como hoy nunca será este trueno
que me deja en esta zanja
y mis cenizas consumiendo mi absurda vergüenza
ante el olor
de mi sacrificio natural
de antigua marea.

Somos la cinta de sal
y somos las ballenas de árboles gigantes
estas noches de erizo
en la humedad de nuestro sexo eterno en flor
rebosante de escondites sin cerrojos.

Esta sangre
no es un bodegón que se intuye cereza seca y suave,
es mi realidad abierta,
mi cierva a salvo de las balas,
sin discordia entre mis dunas de diamante
me desagüo,
me desagüo,
no preguntes.

Mi penumbra
yace intacta para el insaciable cosmos,
es por esto que nos vallaron el paraíso
y nos hicieron extranjeras que relinchan
una vez al mes
encogidas como huesos miserables
ya marcadas para caldo de virtudes.

Hoy somos milagro sin siembre
que se repliega
testarudo ante sus crímenes.

Danzamos con un fulgor de algas en los ojos,
nos reducimos,
nos endurecemos,
nos sabemos mortales
bailando en círculos.

Habiendo esquivado el incienso
no somos polvo
ni nos dirigimos a la borda con un salto,
con la tranquilidad de habernos traicionado
como las sumisas yeguas que jalean
siempre cerca y siempre lejos,
siempre nosotras,
nos reconocemos en los miles de rostros
y nos abrazamos para recomponer
el inmenso gong que hoy nos nombra.

Oigo la rebelión exacta de las estatuas,
la cadencia perfecta del ahora
y el instante vital que se desploma
y me sujeta a este planeta
está llenando de amapolas mis gusanos
con un pigmento de campana.

Deshilvano mi fingida inocencia
en este cementerio macabro rutinario
que solo yo conozco
y en el que todas me acompañan
con sus molestias de hembra y sus rastrojos.

En nuestro interior
hay un ejército de semáforos impertinentes
erigiéndose con burla ante el silencio de las olas.

Nos amordazaron,
nos asesinan y sabemos
que hay mucho ruido para seguir tecleando,
para seguir componiendo,
para seguir sangrando,
pero sangramos,
menstruemos o no
y este es nuestro sagrado linaje
donde nadie puede talar el inmenso bosque
que forma nuestra única voz
cuando nos hermana la madre
y allí todas, somos una.

 

 

 

 

 

MONTSERRAT CANO

 

Esa larga, larguísima cadena.
Una .mujer .sueña .una .palabra, .un .beso, .una .canción, la
luna. En .su .vida .hay .una .palabra, .un .beso, una canción,
la luna, pero .no .son .el sueño, .ni .siquiera .su .sombra. Sin
embargo, ella entrega a sus hijas la memoria de una palabra,
un beso, una canción .y .una .luna perfectos. Ellas esperan el
gozo que describió su madre, .no .saben .nada .de .palabras,
ni .besos, ni canciones, ni .luna .y .sienten una cierta tristeza
cuando palabras, besos, canciones y .la .luna no son el sueño
ni .la .sombra .del .sueño. Callan su desilusión y su fracaso y
sus hijas heredan el .sueño .inalcanzable de palabras, besos,
canciones .y .una .luna .muy .falsa… Y ahí estás tú, el último
eslabón. O tal vez el penúltimo.

 

 

El misterio de la sala de estar: sé sincera, te leían cuentos
cada xnoche xy xhacían xcontigo xlos .deberes, dibujaban
en tu alcoba .cien .peces .de .colores y un barco, repetían,
incansables, las virtudes del estudio y del saber, diseñaban
para ti .un .futuro .de .trabajo .y .prestigio, te hablaban de
independencia y libertad. Pero, entonces, ¿por qué solo las
recuerdas enseñándote .a .colocar algodones entre los pies
para pintarte las uñas de color naranja claro?

 

 

Las encontraba en todas partes, .como .manchas .de .grasa
sobrenadando la existencia.
Mujeres sombra, envueltas .en .el .fulgor de sus padres, sus
hijos, sus hermanos, contagiadas por .el .éxito y la gloria de
los otros, miraban desde lo alto y se sentían ricas. Lanzaban
como dardos .el .triunfo .de .su prole, prendían una hoguera
de .vanidad .y xadmiración xpara xinmolarse xgozosamente
en ella, observaban .la .plenitud .de .los .demás .y .no veían
su vacío. Las encontraba .en .todas .partes .y .ante .ellas se
juraba tener .siempre .algo propio, una vida, un dolor o una
esperanza. Pero suyo.
Luego, .a .solas, .se .miraba .las manos y auguraba la única
posesión indudable: el error.

 

LOS SERES EFÍMEROS

 

LOS SERES EFÍMEROS

Cuando Scott regresó a Inglaterra no entendió la ausencia de vítores. ¿Es que sus compatriotas habían olvidado cómo se recibe a los héroes? Nadie había ido a esperarle. Así que tomó un coche y, de camino a casa, empezó a preocuparse.
xxEl inmenso silencio de su hogar hizo madurar esa semilla inicial de preocupación. Vagó por la salita y, súbitamente, dio con la portada del periódico vespertino. En ella aparecía una fotografía que ilustraba la hazaña que él mismo había consumado. Se acercó, contempló la imagen y parpadeó repetidas veces. El titular estaba equivocado. Todo aquello era un terrible error… Leyó: «El noruego Amundsen regresa a casa sano y salvo. La Historia le reserva ya el inmenso honor de ser el primer hombre en llegar al Polo Sur».
xxScott cerró los ojos y se dejó caer en una silla.

 

*  *  *

xxSegundos más tarde volvía a abrirlos. El frío extremo no había disminuido. Y tampoco su agotamiento. Nevaba. Scott recordó que Evans y Oates habían muerto, y ahora sabía que tampoco él regresaría jamás a Inglaterra. Buscó su diario y, en el interior de su tienda, escribió: «Si hubiéramos sobrevivido, habría podido narrar la historia de la audacia, la resistencia y el valor de mis compañeros; una historia que habría conmovido el corazón de cualquier inglés…».

 

 

 

Adón, Pilar, El mes más cruel. Madrid; Ed. Impedimenta, 2010.

 

CLARA

 

CLARA

A veces, sin decir ninguna palabra, me abre la puerta de la habitación y yo, que suelo estar sentada en el pasillo cazando mariposas al vuelo, con algún libro en la mano de los que ella me dejó hace tanto, o contando las baldosas grises y blancas que me acercan a su puerta mientras pienso qué podría yo contarle esa noche antes del paseo, entonces, me levanto y voy tanteando la penumbra hacia el hueco que ha quedado abierto entre madera y pared. Y acerco tanto mi cara a la tan estrecha rendija que nos separa que puedo sentir el vaho del vacío oscuro que hay en su habitación y el aliento de su soledad no forzada, aunque mucho menos querida de lo que las dos creímos al principio. Respiro de su mismo aislamiento y le pregunto entonces que si hoy tampoco. Le digo: «Clara, Clara, ¿hoy tampoco?», y ella me susurra que no, que hoy tampoco. «¿Y el paseo?», le digo casi sin voz. Y ella primero calla y luego me dice que caminará al llegar a la página ciento ochenta y tres de su libro, el que ahora lee o escribe. No sé. No sé qué hace. Pero entonces le pregunto si me dejará pasear con ella y, a veces, después de años de espera, me dice que sí. Y a veces me dice que no. Y vuelve a cerrar la puerta. Y entonces, cuando se encierra de nuevo, me ahogo de ansiedad y me sorprendo tendida de cuerpo entero sobre las heladas baldosas grises y blancas del pasillo. Porque, ¿qué sé yo cuándo va a volver a abrir? Y porque, ¿qué sé yo si ella querrá verme en su próximo paseo o no?
xxVoy a la cocina y preparo una taza de leche. No la bebo porque es para ella, que tampoco la bebe.
xxNo sé qué hace en la habitación. Al principio se lo preguntaba: «Clara, Clara, ¿qué haces?», y no me contestaba. Y yo pensaba que estaría dormida y la dejaba dormir. También al principio, otros amigos —los afables amigos que antes solían venir a casa— se acercaban lentamente a su puerta y se interesaban con voz festiva por ella. «Vamos, Clara, Clarita», decían, «Sal de ahí, que queremos verte y hablarte. Queremos hablar contigo, Clara. Pero así no podemos. Anda, sal de ahí.» Y ella no contestaba ni tampoco salía. Yo a veces le oía susurrar a kilómetros de distancia un sonido triste, perdido, que se iba transformando en la palabra mentira. Y nuestros amigos, los amigos tan amables que antes venían a casa, me comentaban durante la cena fría que qué pena, con lo deliciosa que era Clara. Y lo inteligente. Y también a veces decían que con un futuro tan brillante, y que con lo bien que hablaba. Y yo me confundía y pensaba: «Pero si nunca la escuchabais, si nunca creísteis lo que decía, si nunca mirabais sus ojos, si nunca prestabais atención».
xx«De todos modos, yo creo que Clara sigue siendo una dulce y triste damita…»
xx«Encantadora y lángida..»
xxY a veces, entonces, podía caerse la lámpara de arriba o llegar hasta nosotros el estruendo de un vidrio al quebrarse contra algún muro.
xx«¿Es Clara, Clarita?», preguntaban.
xx«No. Será el gato.»
xxNuestros buenos amigos ya no vienen tanto a casa. Yo no sé si era el gato, pero tampoco sé si era Clara. Ella ya no salía de la habitación y el gato apareció muerto en la despensa una mañana de invierno hace ya dos años. Lo encontramos al amanecer. Hacía tanto frío y el pobre gato estaba tan tieso y con los ojos tan abiertos, mirándonos fijamente, rogándonos que lo sacáramos de allí. Clara lo recogió del suelo, lo miró y se lo acercó un poco. Lo mantuvo junto a su pecho durante un breve instante y dijo «ha muerto». A continuación lo tiró al contenedor de basura y cerró la ventana. «Te preparé el desayuno y luego podemos ir a pasear hasta el lago.»
xx—Pero si llueve —dije yo.
xxElla me miró y se fue hacia el armario de las tazas.
xx—Si no quieres venir, puedes quedarte leyendo o también puedes empezar a buscar el espíritu del gato. Seguramente estará por el piso de arriba. Si no lo haces tú ahora, tendremos que hacerlo las dos esta tarde o mañana. No podemos dejar que vagabundee solo por ahí, sin saber en qué parte de la casa va a querer quedarse. Tendremos que poner su comida allí donde él esté, y supongo que se decidirá por el piso de arriba. Siempre le ha gustado más.
xxDesayunamos y fui con ella hasta el lago. No quería buscar el espíritu del gato yo sola por las habitaciones oscuras de escaleras arriba.

x
A veces Clara se quedaba toda la noche sentada ante su mesa sin dormir, pero a la mañana siguiente seguía siendo ella quien venía temprano a mi habitación para despertarme y para contarme: «Hoy pasearemos hasta el lago». «Hoy dormiremos hasta la hora de comer.» «Hoy contaremos los libros de las estanterías y leeremos primero los que tengamos dos veces, porque eso quiere decir que nos gustaron mucho en dos momentos distintos.» «Hoy escribiremos sentadas en las escaleras, yo arriba y tú abajo.» «Hoy iremos a la ciudad a comprar un perro.» «Hoy no nos vestiremos y saldremos así, en camisón.» Y yo solía decir: «Pero si llueve». Entonces ella me miraba: «Hoy bailaremos danzas turcas», «Hoy daremos ración doble al gato.» Y una mañana dijo: «Hoy no hablaremos». Y otra mañana dijo que hoy se encerraría en su habitación para siempre y que no saldría jamás. Y yo pensé: «Pero si hoy no llueve».
xxY se encerró.
xxYo imaginaba lo que podía estar haciendo. Estaría sentada en el suelo con un libro delante, o en la silla mirando una hoja blanca de papel que nunca empezaba a escribir, o frente a la ventana cerrada, atontada con las nubes grises, y pensé que saldría por la noche a la hora de la cena porque venía gente.
xxPero no salió. Y la gente llegó, cenó y se marchó.
xx—Qué pena que Clara esté indispuesta.
xx—Sí —decía yo.
xxY miraba hacia arriba, con la esperanza de verla aparecer en cualquier momento.

x
Cuando desapareció el último de sus amigos, supe que Clara se había encerrado. Y el espíritu del gato atravesó velozmente la casa ante mis ojos.
xxEntonces me dejé caer al suelo y me deshice el pelo.

 

 

 

Adón, Pilar, El mes más cruel. Madrid; Ed. Impedimenta, 2010.

 

EL VIENTO DEL SOL

 

EL VIENTO DEL SOL

Las rutas de Anne-Marie en busca del lugar perfecto podían coincidir en algún momento, pero eso no era lo normal. Lo normal era que tomara caminos muy diferentes para llegar hasta el rincón que reuniera las mejores condiciones para sacar el violín de su caja y empezar a tocar con un pequeño recipiente delante —podía ser un sombrero—, en el que recoger las monedas.
xxNunca se situaba en el mismo sitio porque había estado a punto de perder su violín para siempre en el país del que había salido sólo tres días antes para, desde allí, llegar a Portugal. Con un tono no demasiado amable y en un inglés bastante malo, le dijeron que hiciera el favor de largarse a tocar a otra calle o, mejor aún, a otra ciudad, y eso fue exactamente lo que hizo. Dejó atrás casas salpicadas a ambos lados de la carretera, con las luces encendidas y las persianas medio bajadas. Hombres y mujeres viendo la televisión, cenando, dejando pasar el tiempo hasta quedarse dormidos en el sofá… Y ahora se perdía por las estrechas y húmedas calles de Oporto, en busca de cualquier lugar apropiado en el que poder apostarse y, después de un breve instante, empezar a tocar. Recorría los jardines, subía y bajaba las escalinatas, y atravesaba las plazas con la mirada siempre puesta en la localización de algún rasgo peculiar que le sirviera para identificar con cierta exactitud las tiendas, los restaurantes o los monumentos que iba dejando atrás. Aquélla era la mejor manera de evitar futuras confusiones. Debía reconocer los lugares en los que ya había estado y en los que no debía volver a tocar jamás.
xxAl principio todos los barrios parecían el mismo, todos los edificios resultaban similares, y cada sombra era idéntica a la anterior. Pero, con el tiempo, se iría acostumbrando a definir las características particulares de cada zona, las diferencias de cada ángulo y la inclinación de cada cuesta.
xxEstornudó. Era verano, pero Oporto es una ciudad húmeda. El río la inunda y la enmohece. Anne-Marie recordaba en la piel el frío de Polonia, seco, completo, que también, muy a menudo, hacía que estornudara. Se pasó un dedo por el borde de la nariz y razonó de nuevo, una vez más, que aquel verano por el sur de Europa, la Europa cálida, con su violín bajo el brazo, no era lo que había imaginado. No estaba resultando ni didáctico ni interesante. En ocasiones ni siquiera parecía auténtico. A veces la realidad no se le presentaba de forma muy coherente y no veía mucha relación entre los comportamientos y los ambientes… En cualquier caso, no regresaría a Polonia hasta mediados de septiembre y entonces, a la vuelta, seguramente todo aquello, con la distancia, le parecería irrepetible, tierno y entrañable. En septiembre regresaría a casa y volvería a la rutina. A las conversaciones con su madre, que se acercaría a ella e, invariablemente, preguntaría:
xx—¿Qué tal hoy en la universidad, cariño?
xx—Igual que ayer, mamá.
xx—¿Todo bien? —insistiría su madre, intentando mirar a su hija a los ojos.
xxY ella apartaría la cabeza.
xx—Perfectamente.
xx—Hija… Te pasa algo. Lo sé. ¿Por qué no me lo cuentas? Sé que te pasa algo y no me gusta. No quiero verte así.
xx—Mejor hablamos de otra cosa, ¿de acuerdo?
xxSería entonces cuando la nostalgia, con todas sus armas, atacara el conjunto de lo pasado, y las líneas defensivas de Anne-Marie resultarían inútiles, debilitadas desde la raíz. Los recuerdos del verano nómada serían tan implacables como destructores, arrancarían toda certeza de lo vivido para dejarlo limpio, puro, y eliminarían cualquier aspecto desagradable o peligroso, presentando una imagen de completa armonía y de un entorno perfecto. Sería en ese momento cuando apareciera la inevitable sensación de no haber sabido aprovechar los placeres que el viaje pudo haber ofrecido, y cuando cierto desconsuelo se asentara, durante algún tiempo, en sus actos y en su ánimo.
xxPero eso sería en septiembre. Hasta entonces seguiría acordándose de las notas múltiples que repercutían por los callejones de la ciudad de Polonia que había dejado hacía dos meses, en junio, a principios del verano europeo, cuando creyó que había llegado el momento de viajar, observar y permitir que esas notas sonaran por callejones distintos, más lejanos. Hasta entonces tendría ante sí una perspectiva tan imponente como, en ocasiones,indeseable: Oporto, Lisboa, Roma, tal vez… Cuando todo hubiera terminado, Polonia sería, una vez más, el lugar monótono y hasta aborrecido de siempre. Y Oporto, desde la distancia, con todos sus puentes y todas sus torres, la cima del arte.
xxVolvió a estornudar. Algunas parejas se tomaban de la mano al pasear por delante de ella o al sentarse debajo de alguna sombrilla en las terrazas que los dueños de los bares colocaban a la orilla del río. Caminaba sin rumbo, mirando cómo una mujer bajaba los escalones de una casa encalada y cómo otra saludaba con la cabeza desde un banco de piedra. Ambas iban vestidas de negro. Ambas tenían el rostro arrugado y la piel oscura. Ambas sentirían la humedad del Duero en los huesos. Se cambió el violín de brazo y se acercó a una fuente. Bebió. El agua refrescó su cara y sus manos al instante, y, al erguirse de nuevo, reparó en que, de repente, no reconocía el paisaje que se abría a su alrededor. Cerró los puños con fuerza y supo que estaba demasiado cansada. De albergar deseos mediocres; de la intensidad de su propio desfallecimiento; de su sonrisa, que no era la sonrisa de la felicidad espontánea. ¿Alguien iba a dedicarse alguna vez a escuchar lo que ella pudiera interpretar? ¿Esperaba que alguien real fuese a hablar con ella, en voz baja, pronunciando sólo frases inteligentes? ¿Hasta qué punto podía desear que la gente se fijase en ella y escuchase con atención lo que tenía que contar con su violín?
xxHabía llegado a la puerta de una iglesia. Pocos lugares eran tan buenos como aquel para ponerse a tocar. Estaba en la iglesia de San Antonio y, por el momento, allí sólo había un hombre sentado en el umbral, con la mano extendida. Pero sabía que pronto llegaría alguien más. Asomó la cabeza, y al principio no pudo ver nada a causa de la profunda oscuridad del interior. Vaciló un instante, pero finalmente se decidió a entrar. Lo primero que sintió fue el repentino frescor de las piedras, la autoridad del fuerte olor y el silencio ancestral y eterno. Con sólo sacar el violín y comenzar a hacer vibrar sus cuerdas, ella podría romper ese silencio perpetuo. Podría hacer que en aquel lugar donde sólo se oían rezos, murmullos y expresiones lentas, de repente, sonara la melodía osada, casi irreverente, de su violín. Pero, por supuesto, no lo haría. Había una mujer en el primer banco, arrodillada y reclinada sobre las dos manos unidas para la oración.
xxAnne-Marie permaneció un segundo de pie, observándola. Luego se acercó, se arrodilló como ella, con la misma postración, en el banco posterior, y, dejando el violín sobre el asiento, a su lado, se echó a llorar.

 

 

 

Adón, Pilar, El mes más cruel. Madrid; Ed. Impedimenta, 2010.

 

¿DÓNDE LA TEORÍA DE LA CONSERVACIÓN?

 

No puedo abrir los ojos.
Cerrados persisten con un peso que duele e inquieta.
Ya no ensayo más amplias sonrisas.

Los labios secos de ayuno y de sed.
El irrespirable sol irrespirable. Sol.

Estudié el origen de la energía.
Ejemplos de dilatación del tiempo,
anomalías excéntricas y anomalías medias.
Calculé el área de un círculo (πr²).

Las marcas de los agujeros negros.
El horizonte de sucesos.

Y, sin embargo, ¿dónde la fórmula de la existencia?
¿Dónde la teoría de la conservación?

¿Y la ecuación del acabamiento?
¿Dónde la permanencia?

 

 

 

Adón, Pilar, El mes más cruel. Madrid; Ed. Impedimenta, 2010.

 

DOMINGO DE REFLEXIÓN

 

Me gustaría saber quién se encargar de expurgar las bibliotecas. Es una duda que me corroe desde hace unos días. Las montañas de best-sellers arrinconan a esos pequeños diamantes en bruto que algunos creemos que es la literatura. ¿Cómo se puede exhibir orgullosamente a la entrada de un biblioteca uno de esos libros que no alcanza el mínimo de calidad literaria y deshacerse de algunos clásicos o de algunas joyas de coleccionista? ¿Qué tipo de lectores quiere crear una biblioteca comportándose así? En serio ¿una biblioteca puede deshacerse de ‘The Pearl & The Red Pony’ de Steinbeck (en inglés), del ‘Castilla’ de Azorín, del ‘América’ de Franz Kafka, del ‘Nueva Etiopía’ de Bernardo Atxaga, de la ‘Autobiografía de Alice B. Toklas’ de Gertrude Stein (!!), de los ‘Cuentos completos’ de Alfredo Bryce Echenique, del ‘Paradiso’ de José Lezama Lima, del ‘Hau da ene ondasun guzia’ de Joseba Sarrionandia o de ‘El mes más cruel’ de Pilar Adón, entre otros, y seguir llamándose así?

No sé. Quizá el que esté equivocado sea yo…

ÚLTIMA LECTURA DEL CICLO DE LECTURAS POÉTICAS EN NdelT

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Hoy se clausura el ciclo de lecturas poéticas en NdelT, un ciclo que abrió Javier Moreno y por el que han pasado Javier Temprado, David Sarrión, Andrea Aguirre o Andrea Mazas, entre otros. Esta novena y última lectura correrá a cargo de Pilar Adón.

Aquí tienen uno de los poemas que aparece en la plaquette (con diseño de Cristina Morano) con la que se obsequiará a los asistentes:

 

LA salvación no está en los niños
ni en las palabras. Tal vez en la espera.
En el hueco de un primer tronco
que asciende estriado desde el suelo
hacia las ramas. Ratones por las paredes.
Despojos y rocas.
Se han visto zorros este año.
También lobos. Caza de octubre.
Las flechas sobre maderos
muestran las rutas de huida. A 2,5 km, el embalse.
A 4 km, el albergue de leños, madriguera.
Prohibido hablar allí de sombras, de culebras.
Golpearlas en el centro
y mostrarlas antes de lanzar al aire el palo
para que vuelen.

 

MAÑANA: PILAR ADÓN EN EL CICLO DE NdelT

Cartel definitivo Pilar Adón

 

LOS HIJOS DE ULISES (de Ángel Manuel Gómez Espada)

noviembre 16, 2015 Deja un comentario

Hace algo más de un mes se presentaba en Murcia ‘Los hijos de Ulises’, de Ángel Manuel Gómez Espada.

Dice Pilar Adón en el prólogo del libro que ‘Los hijos de Ulises’ es un poemario de esta época, del aquí y el ahora, en el que cada verso es un reflejo del atropello y la indefensión que salpican el paisaje de seres perdidos que lo recorren. Un poemario que es el fruto maduro de un tiempo de sometimientos pero también de rebeliones. De reveses y de descubrimientos. De aplastamientos y de reinvenciones. Que alza la voz para reclamar lo prometido. Para protestar y reivindicar lo que nos fue ofrecido años atrás a cambio de empeño, de sacrificios y renuncias, aunciando que ya se recorrió ese sendero, el del esfuerzo, pero que la recompensa anunciada no ha llegado.
Añade que en el libro nos podemos encontrar con una visión que se recrea en los escenarios de la realidad y que se ve impulsada por ellos, por la cotidianidad más cercana, matizada por la enérgica voz de una queja que surge de lo más profundo. De lo más visceral. Y que nos recuerda que estamos en la hora de llorar. En la hora de mentir a los padres para que no sufran por los infortunios de sus hijos. En la hora de la precariedad. La hora del desengaño.

 

Si esto no les pareciera suficiente, aquí tienen lo que publicó José Daniel Espejo sobre el libro.

 

La presentación del libro fue uno de esos acontecimientos a los que, si uno está interesado en la poesía, no debería faltar.

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Y aquí dejo algunos poemas del libro.

 

Ángel Manuel

 

LAS NIETAS DE LAS COSTURERAS

Como solo ellos saben hacerlo, nos fueron usurpando cualquier poder.

Con la misma pauta que cuando aprenden a pedirnos la sal con un golpe de mirada seco.

Nos taparon la boca, de nuevo.

Eran los tiempos nuevos, había que plegarse.

Cedimos.

Siempre acabamos cediendo para sostener el equilibrio del Mundo.

Cedimos para que no se fuera todo al carajo.

A su manera, nos castigaron por habernos atrevido a quitarnos el velo.

Nos castigaban por empuñar las palabras como antaño ellos empuñaron las cimitarras.

O las espadas.

O las ballestas.

O el arco.

O la piedra afilada.

Por la noche, Penélope nos leía historias ancestrales.

Nos enseñaba el arte de la costura, la estrategia del paciente.

Mientras nos íbamos limpiando la sangre.

Mientras mirábamos cómo cauterizaban las heridas.

No era para tanto.

Morderse los labios un poco más fuerte y ya.

Era lo primero que nos enseñaban nuestras abuelas.

A cantar mientras cosías.

A cantar mientras llorabas.

A cantar mientras sangrabas.

La Historia de la Humanidad se sostiene por los cantos de las nietas de las costureras.

Si todo esto sigue en pie, al fin y al cabo, es porque nosotras aprendimos a coser.

Por mucho que les duela.

Por mucho que nos duela.

 

 

 

 

CURRÍCULUM VITAE

Tres másteres.

Dos en lenguas eslavas y uno en psicología criminalística.

Un doctorado en Teoría de la Lengua.

Dos licenciaturas.

Cinco idiomas con fluidez.

Doce artículos en publicaciones internacionales especializadas.

Simposios por toda el ala oeste de la geografía nacional.

Ponencias y congresos en tres continentes.

En definitiva, mano de obra barata.

Cambiar de país cada tres o cuatro años para probar fortuna.

Mentiras a la familia cada vez que te llama.

Todo va perfectamente, mamá.

Ya sabes, papá, de aquí para allá, como un tunante.

Soy culo de mal asiento, siempre me lo habéis dicho.

No, mamá, me las apaño.

No me hace falta dinero.

Recordad que sé decir bigmac, chips y coca-cola en cinco idiomas diferentes.

Recordad también que he pasado por diecisiete McDonald’s distintos, con cuatro franjas horarias entre alguno de ellos.

 

Aunque esto último nunca se lo dije.

 

 

 

 

FUMADORES DE OPIO

Somos los fumadores de opio.

Vivimos en las cavernas que horadaron con sus uñas nuestros ancestros en busca de agua.

El Ministerio nos proporcionó una paga vitalicia para que no saliéramos de esta isla en cien años.

La Oposición tampoco vio nunca con buenos ojos nuestra presencia por las calles de la Metrópolis.

También nos puso un embarcadero y canoas.

Accedimos a todo esto a cambio de no ultrapasar nunca las boyas.

Las boyas, límite amarillo reflectante de nuestra frontera.

 

Pero llegó la crisis.

Y las presiones de las multinacionales.

Y adentraron las boyas quinientos metros hacia nuestra costa.

Una noche de invierno vinieron a por las canoas.

Dejaron inservible el embarcadero.

 

Ahora somos los olvidados.

El último peldaño de la sociedad, muy por debajo del umbral de la pobreza.

En algunos medios locales comienza tímidamente a escucharse la palabra «genocidio».

En la isla calculamos que en unas semanas se acabarán las provisiones.

Mucho nos tememos que se abrirá entonces la veda para el canibalismo.

Desde el otro lado del mar solo nos llega hedor y silencio.

Se lleva peor lo primero.

Pero el silencio asusta más, aunque nadie se atreva a decirlo.

 

 

 

 

BENEFICIOS DE LAS CICATRICES

Hay cicatrices que son obras maestras de la literatura.

Si posas los dedos sobre ellas, podrás leer

La cara oculta de las estrellas, el misterio,

La ideología de las tormentas, las culpas

De los dioses, la tetralogía de la hiel;

Podrás saber dónde se encuentra

Todo aquello que siempre quisiste.

Cicatrices que valen su peso en oro.

Que muestran el camino interestelar,

Que nos obligan a no mirar atras.

 

Los hombres que se pierden en su laberinto,

Consiguen cruzar el bosque, atraviesan

La noche más negra y fría de cualquier hemisferio.

No lamentan el esfuerzo.

No reniegan nunca de la hendidura.

Bendicen el momento del tajo.

 

Bienaventurados los cicatrizados.

Porque tendrán todo de su parte,

Porque nunca tendrán miedo a las sombras.

 

 

 

 

SOLILOQUIO DE UN JOVEN VOTANTE DE LA DEMOCRACIA

A veces me pregunto si no estaríamos mejor bajo el gobierno de Darth Vader.

Él infundía respeto y daba miedo, pero no tenía la sonrisa permanente de la hiena.

No ejecutaba las hipotecas de los inocentes.

Si ideaba algo, era para darle un uso determinado y bien definido.

Como la Estrella de la Muerte, por ejemplo.

Y no para abandonarlo como a un Resort o a una autopista de peaje tras haberse llenado las alforjas de la capa con comisiones millonarias.

Sus seguidores le temían, sí.

Pero al menos sabían de qué palo iban.

No como estos.

Que da lo mismo que les bailes el agua o les des coba como que le tires un zapato en una rueda de prensa.

Ni se les inmuta la sonrisa cínica.

 

Él, al menos, nunca habló de democracias ni de salvar a nadie.

Iba a lo suyo.

Conquistaba planetas.

Según corriera el viento, los colonizaba o los destruía.

Si estabas con él, sobrevivías.

Si te ponías contra él, eras destruido por la Fuerza.

Pero no te prometía nada y luego te dejaba tirado en la cuneta.

No te engatusaba para acompañarle en la victoria y luego te quitaba el trabajo y la morfina.

De hacerlo, al menos te daba la oportunidad de defenderte con una espada láser.

No como estas hienas, que esperan pacientemente a que termines de desangrarte para rebuscar entre los restos de tus fauces.

Pero es una pena. Darth Vader no se presenta en estas elecciones.

Tenemos que conformarnos con lo que tenemos.

Pero algún día.

Y entonces.

 

 

 

 

THE OTHER SIDE IS THE SAME SHIT

xxxxxxxxxxxxxxxxxxx«El que derrota al monstruo / y ocupa
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsu lugar / se vuelve el monstruo»
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxJosé Emilio Pacheco

Entonces, dígame.

Estamos de acuerdo en eso, al menos.

Todo lo que usted me reprocha es a lo que aspira.

Forma mi patrimonio parte de sus sueños.

Repítame de nuevo, pues, si es usted tan amable,

En qué nos diferenciamos.

 

Eso mismo me había parecido a mí.

 

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