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MÁSCARA SANTA
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DESIERTO SIN ORILLAS
Recuerdo que dijiste
dejo la puerta abierta.
Por aquel entonces
solo un rumor de aire denso
se atrevió a entrar,
desafiante, cortando el vacío
ensamblado al magnesio abstraído de las cosas.
Nadie aceptó las condiciones.
No hubo paz ni tregua.
Reacios, casi hostiles, a los cambios,
nos resignamos a comerciar
con lo poco que habíamos guardado.
La soledad llenó el vacío.
Las manos ofrecían el oficio del ebanista,
la fabricación de un lenguaje sin cortapisas,
descarnadamente metálico,
donde lo visible se arruinaba
ante el óxido de la arrogancia.
No supimos detener a tiempo
esa guerra insoportable
que minaba la capacidad
de evocar palabras cotidianas.
No quedó sino este extraño dominio
de dibujar la sonrisa ausente de tus labios,
de perseguir furtivamente sueños imposibles,
de existir, aunque fuese por momentos,
al margen de un tiempo concreto.
Éramos como personajes de un imperio en declive,
orgullosos, tristes, solitarios
ante el espejo barroco de los equívocos.
No tuvimos tiempo de enmendar el error.
De pronto, un viento frío
heló los gestos amables
y las últimas palabras dulces que brotaban,
convirtiendo el futuro
en este paisaje cerrado
de espesos silencios de sombra.
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LA PROFECÍA
Tú ya habías soñado
que la vida
iba a ser esto: hojas cayendo
y detritus entregado al paso
de los caballos.
Una ciudad que siempre se abandona,
o nuestras súplicas fundidas
en la oscuridad más absoluta.
Soñaste el color de la ceniza,
las afueras y las proporciones de un amanecer
difícilmente comparable. Allí,
donde crecen las espigas y se tiñe
el recuerdo de sorda tristeza.
Sí, tú ya me habías contado
que existieron ríos, puentes y fronteras,
también canciones y vanidad desconocida,
manos lentas
acariciando
agua sucia
y luces muertas.
Sí, recuerdo bien tus palabras.
Soñaste la cicatriz de tu contorno,
el beso y la batalla,
en el hondo adentro que nadie colma.
Sí, quemaste mi piel con tus palabras,
arrastrándome por las brasas de tus ojos,
y como hipnotizado
soñé también la profecía:
que vibraba la nieve
y en su modulación diatónica sentí
cómo algo se rompía.
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NOSTALGIA
A pesar de que llamábamos
a las cosas por su nombre,
no pudimos salir del engaño.
Las pequeñas cosas se agrandaron
incomodándonos tanto
que poco a poco nos fueron echando.
Nos fuimos haciendo irreales
a los ojos de los peces.
La casa dejó caer su sombra
sobre el árbol recién plantado,
sobre las réplicas de Cézanne y Kandinsky,
sobre la letra impresa de unos labios
afilados de reproches.
Las luces jamás se volvieron a encender
rodeadas de abrazos insípidos y amables despedidas.
Recuerdo que dijiste: acercarse al rencor de madrugada
con las manos frías y los pies descalzos
se parece al suicidio de los cobardes.
Pequeñas cosas esparcidas
buscan ahora la nostalgia del antiguo orden.
Inquilinos extraños sobre cuerpos desnudos
a modo de lluvia pasajera.
Yo te dije: la noche tiene brumas
que no dejan ver las estrellas.
Un pensamiento cayó sobre el abismo azul
de una caricia.
Ganamos en paciencia, aunque perdimos el humo frágil
de las palabras y su significado.
Pero dijiste: la vida es hermosa en tardes de verano
con su cielo rojo y el corazón trazado por los pájaros.
Desde aquella ventana,
como un libro abierto, dibujamos
dorados sueños, resacas de azules penumbras
y un futuro alimentado
de transcendentes conversaciones.
Quizá ese fue nuestro último acierto
antes de quedar prisioneros
de nuestras propias limitaciones.
Ahora en habitaciones alquiladas
giran viejos ventiladores en el techo
al calor de los dormidos tulipanes.
Las cosas sencillas son a veces las más complicadas,
como un dolor tibio que gangrena.
Aquellas miradas de hiedra mojada
no dejaron pasar la luz.
El vértigo de la herida
alarmó la fibra líquida del corazón,
como al delirio duro de la porcelana,
que sigue moldeando un aire circular
que cruza los cuartos vacíos de la casa.
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MUJER, PÁJARO Y ESTRELLA
Te pintabas las uñas
y con delicada y triste ternura
arañabas las paredes del cuarto,
cuando eran tus ojos cielo de lluvia.
Yo llegaba tarde y cansado
del trabajo y tenía
que descifrar esos dibujos
con resignado entusiasmo.
Algunas veces usabas el lápiz
de labios en los espejos del baño.
Creía ver obscenas imágenes eróticas
o preciosas constelaciones
a la manera de Miró.
Siempre fuiste muy niña,
toda una artista del descaro
y la interpretación.
Te echabas en mis brazos diciendo
que tuviste un mal día.
Luego tomabas una de tus píldoras
y te echabas a dormir,
mientras yo preparaba algo de cena.
Duramos así cinco años.
Lo dejamos en el peor momento,
lo sé, pero la situación era insostenible.
Parecía vivir en Altamira,
y además ya empezabas
a dibujarme la piel
con la precisión de un taxidermista.
Te llamaba por entonces,
y con voz rota me decías
que visitabas a un famoso psiquiatra,
que habías vuelto a tu antiguo empleo
de diseño comercial,
y que en breve viajarías a Nueva York
para asistir a un congreso de nuevas tendencias.
Hace casi un año que no te llamo.
Ayer estuve en la casa
donde para mi sorpresa no había
rastro de ti ni de los dibujos.
Y añoré no encontrarlos,
no encontrarte en sus colores
y trazos nerviosos,
en los pájaros y estrellas,
o en las lunas, de sus cielos.
Y hasta tuve la tentación
de dibujar uno de mis preferidos
y firmarlo con tu nombre.
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EL DIABLO VISTE DE PRADA
A veces juego a ser
ese tipo con el que te diviertes,
con el que vas a toda clase de fiestas,
como estrenos de cine
o nuevos perfumes.
Sí, a veces, hago como que soy
ese deportista mediático
que te vuelve loca.
Aunque hay días, cuando voy al teatro
o a una feria de arte, que pongo los pies
en la tierra, diciéndome
que una chica como tú
jamás saldría
con alguien como yo,
estando en las antípodas,
anegándose el futuro de la parte
más cómica de la vida, pues solo
te puedo ofrecer el estallido del amor,
cierta ironía humorística
y estas caricias que suenan
como la Filarmónica de Viena.
Pero te importan tanto
el dinero y la fama
que interpretas a la perfección ese papel,
realizando una versión
extrovertida y brillante
de quien no eres.
El paparazzi
de turno te lo agradece
y acude a tu reclamo:
si te han visto últimamente
subir a un auto deportivo
o te has cambiado de peinado.
Y yo me desespero
cuando te veo en la pantalla
en semejante orgía
de lujo descarado.
Anoche, por ejemplo,
me tragué un reality televisivo
porque anunciaron que saldrías.
Al final no acudiste
aludiendo una leve indisposición.
Y juré que fue por mí, por la carta
que envié a tu nueva dirección,
profesándote mi amor y admiración.
Pero más lejos de la realidad,
ya que hoy se me acusa
en todos los medios
de acosar a una famosa,
y me visita la muerte, como en mis sueños,
vestida con un uniforme sexy de policía,
clavándome una orden de alejamiento
xxxxxxxxxxxxen el pecho.
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EL JARDÍN DE LAS DELICIAS
Creo que lo nuestro sobrevivirá,
ya que pronto estaremos
al otro lado
donde se pone a prueba
a los locos enamorados.
Y nos observan
personas con bata blanca
y pelo cano que dicen
saber mucho de los males
que padecemos.
Aquí hacemos cosas de locos,
como soñar despiertos
o regalar flores que cortamos
de un pequeño jardín,
cuidado con esmero;
reír a carcajadas, o poner cara boba,
mirando el cielo con asombro
y descaro. Aquí no hay mentira
ni cansancio, ni blanda monotonía
que espese nuestras manos.
Todos los días son únicos e irrepetibles.
De cada habitación
suena un canto distinto
que nos hace alzar el vuelo
y abrazarnos con extrema ternura.
Amor, me ha dicho el doctor Martínez
que pronto firmará
el documento que nos abrirá
la puerta al eterno paraíso.
Dice que seremos muy felices.
Pero tengo miedo que no sea cierto
eso que dicen que hay al otro lado.
Amor, aquí somos tan felices,
todo es tan dulce y hermoso
que estoy pensando, si te parece,
en ponerme de nuevo a cuidar
el jardín, pronto llegará la primavera,
o escribirte un poema,
para que así, como otras veces,
sea presa de tus labios,
igual el doctor Martínez nos observa
y no firma ese papel.
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Abellán, Juan Pedro. Máscara santa. Lima; Paracaídas editores, 2016.
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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (139)
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Acaban de llegarme a casa estos cuatro libros de Juan Pedro Abellán y lo cierto es que no sé cómo agradecer estos detalles. Denme algo de tiempo y les iré enseñando cosas de los libros en cuanto pueda.
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