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Posts Tagged ‘juana castro’

ANTES QUE EL TIEMPO FUERA

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AJUAR

Una navaja siempre a mano,
colgada al delantal o en el bolsillo.
Igual corta las setas, los cardillos, las fieras
tan verdes del arroyo
que el pan en rebanadas al almuerzo.

Al casar una moza,
su regalo primero la navaja.

Escarba criadillas y collejas,
simula gorrioncillos y pequeñas cariátides
si tala las bellotas,
o pincha una tajada
de magro y en la cena
le alarga pedacitos a su niña.

Con navaja y cuchara ya el cubierto
al tajo y en la mesa.

Pelar un higo chumbo
y al gallo rebanarle su resuello,
la madre de familia
madura con navaja.

Doméstica y cerril,
fulgurante y sencilla,
primorosa.
Hoja bien afilada, recias cachas.

Una moza ya está
puesta de largo
con su fértil navaja.

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DERIVA CONTINENTAL

Náufraga es alguien
encallada de pronto en la prehistoria.
Sin casa, sin espejo, sin zapatos.
Alguien que frota desesperadamente dos astillas
para inventar el fuego,
que sorbe hojas con rocío
mientras excava un pozo entre las uñas.

Quien no haya sido náufraga no sabe
la desnudez de cada hora
ni el silencio flotando a la deriva
ni el dormir vigilante como cuando
se amamanta a un hijo en la tormenta.

Replegarse en la concha
o ir hacia la llama
ondulante del sueño y la ceniza
.

La náufraga dibuja
siluetas de carbón en una cueva
y le hablo del agua o de la luna
—por no volverse loca—
a una traza de hombre,
anegado fantasma
entrevisto en la niebla de algún árbol.

Día a día la náufraga
se hace más y más dócil
y ya no espera nada que la salve.
La náufraga está allí
a solas con su asco y con su isla
comiendo crudités del mar y de la tierra.

Ser náufraga, viajar
a un futuro de dunas esquilmadas,
aprender a vivir en una mente sola,
centrifugada y sola
como un faro de luz en la boca de un lobo.

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AGOSTO

En la hora terrible
sólo el silencio solo.
Ni un leve respirar.

El aire como un sapo
inmenso sobre el mundo.
¿Qué esperan? Qué esperamos,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsin resuello
en el día
de la devastación.

Dónde el agua, la sombra,
qué de los tantos trinos,
de la garganta ardida
de los pájaros.

No más.
Tan sólo el gran escuerzo,
su manto poderoso
ahogando la mañana.
(Y el relente, vencido, en nuestras bocas.)

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LUMINARIA

Morir con treinta años. Eso era
la vida. Desamparo, dolor,
el miedo
entre las hojas, en el río, en la boca
como un pozo de noche del mamut
o en el diente mortal de cada víbora.

El hielo y el sudor. Los veranos y un mar
de escalofríos por la espalda
y la fiebre.

Y en medio de la cueva, el milagro
novel de la belleza.
Los caballos. Su trote
esbelto y limpio, las crines
de color rompiendo el aire.
La furia.
La manada. Su fulgor en la tarde.

Alguien logra rememorar con líneas
el instante. Surge el arte, todavía
sin nombre, la pintura de luz
sobre la piedra. El cuévano
de sombra que cobija
del peligro y la llaga,
de la muerte.

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BIVALVA

Esta madre no sabe más amar.
Y ahí voy xahí va
con la cazuela en ristre
horas en el fogón xen los fogones
para darte xhijo mío xpara daros
comida xtentempiés xrebanadas
con que aliviar cadenas y sudores.

Esta madre tuya no sabe más amar.

O no sabe o no puede
aquesta madre tuya
xxxxxxxxxxxxxxxxxmegahuérfana
en besos achuchones en flor
en carne abrazos miedo.

La madre de la madre no supo no sabía
de cuerpos su rozar
encendido de sangre que palpita
que asalta el corazón y lo levanta fuera.

No la culpéis.
Su manera de amar es la cuchara.
Llena cuencos xla tarde xla sartén.
Comer platos xviandas xrefrigerio xsoles
rebosantes alcuzas
que espanten pesadillas
por su arteria venial.

Vuestra madre
la vieja cefalópoda sin remos
sólo sabe llenaros el mantel
colmaros la boca xla despensa
daros pan y viático.

Llorad
llorad con ella
la manca
la manca del puchero y el dolor.

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Castro, Juana. Antes que el tiempo fuera. Madrid; Ed. Hiperión, 2018.

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JUANA CASTRO

A través de Verkami, la editorial Tigres de Papel publicó hace dos años la segunda edición de ‘Los cuerpos oscuros’, libro gracias al cual Juana Castro se alzó con el XXI Premio Jaén de Poesía y que vio su primera edición publicada en la editorial Hiperión en 2005.

Esta segunda edición, con un una maquetación y un diseño soberbios, de la mano de Cristina Morano, incluye, además, una entrevista a la autora.

En el prólogo, a cargo de Ana Mañeru, podemos comenzar leyendo: «La escritura de Juana Castro es poesía viviente, nacida de su carne y de su sangre para celebrar la vida y alumbrar el dolor, poesía ofrecida desde la hondura de un sentir que estremece. Ella escribe con la palabra limpia, sin artificio alguno, poniendo vida y arte a disposición como quien derrama una gracia, un don, el don de quien sabe decir con verdad y con belleza. Y a veces duele lo que dice, como duele la vida.
En este libro, Los cuerpos oscuros, hay un continuo querer ordenar el dolor, sin disfrazarlo, para que no se desboque y lo ocupe todo, un querer frenarlo con diques de poesía levantados para contener la pena, dejando grietas para que respire también. Es el dolor sentido mientras se acompaña y se atisba el final de «esta breve Tragedia de Carne», en palabras de otra gran poeta, Emily Dickinson, en la que Juana se inspira y de quien para mí es hermana. El dolor es sentido ante la decadencia de los cuerpos amados, de la madre, del padre que, incapaces de sostenerse como antes en carne y hueso y nervio y espíritu, muestran la cercanía ineludible de la muerte.
Estar atenta entonces y lograr escribir, ser vigía que comprueba si aletea todavía un aliento, alumbrar un poema, mirar, cuidar, rumiar palabras, vivir cada día con los cuerpos queridos que casi ya ni reconoces si no fuera por ese destello del mirar, esa palabra antigua que aún reverdece, el gesto familiar que vuelve, el recuerdo olvidado que sueña con ser de nuevo dado a luz y del que ella hace nacer palabras.»

 

 

Y aquí dejo algunos poemas del libro.

 

VERANO 36

Un prodigio de sol en mi ventana.
(Y las ropas ardiendo).
Pongo apenas un pie, voy al lavabo:
Cae sobre Bagdad la primera bomba.

Mi madre no ha dormido. Dos veces esta noche
la despertó la oscuridad, y por dos veces
me la encontré sentada, helada, temblando
con más frío. Le tomo
otra vez las dos manos y le digo «descansa, madre,
es de noche.»
Pero el mal no descansa, nos sigue por la arena
y lanza sus mirage F1 sobre Inanna, la gran diosa
que dio a luz a sus hijas, millares
de mujeres que aman,
que son hijas y madres, hermanas
de los hombres que matan
y pueblan el desierto.

Hay misiles, más misiles scud
cayendo por el ojo
de la cerradura, pero dónde
la llave. La llave para abrir
y cerrar la casquería
que vuela por las nubes,
ese cuadro de mandos
para cambiar de rumbo.

Todos estamos muertos.
Todas estamos muertas.
Y mi madre, aterrada, paralizada,
no tiene ojos más que para esa mujer
que, como ella, se ha sentado a esperar
entre las lápidas.
madre, madre, vámonos a dormir,
eso no es sangre, es zumo de tomate
con pimienta.
Y mi madre, y otra madre, y la otra
apuran ese cáliz,
el altar que esta vez
se asienta entre dos ríos
testigos de otra historia.

El miedo, los dátiles, mis hijos,
proyectiles rodando, yo nunca estuve allí,
pero era eso.
Los hombres se mataban
como lobos de azufre, las Cruzadas,
la Gran Revolución, la Reconquista,
la de los Treinta Años.
Memoria de aquel tiempo, las cavernas, su frío.
Cuando aún no había fuego.
Está la calle en llamas,
un F16 le ha volado los techos
al salón de mi casa
y ahora voy, culo al aire, mostrando mis vergüenzas.

Madrecita, mi madre…
La bajo de la cruz, aún está caliente,
y la llevo, mi niña, a la mezquita, al zoco, al templo,
mi hospital de campaña.
Poco a poco, no llores, le limpio
las heridas, le saco la metralla,
tomo en mí sus bacilos,
la reanimo con leche
y le digo este sueño.

Yo también soy culpable.
Porque extiendo un dibujo
sentada en la impudicia,
con las manos manchadas,
pisando los cadáveres.

Y el fulgor de los patriot nos levanta en el viento
y nos tira en la mesa, donde está
el desayuno. Mermelada de fresa y un cortado.
Muñones de mi madre.

Ya no se siente nada. Las palabras de siempre.

Hoy, aquí en la tierra, a veinte
de marzo, la víspera
de otra primavera.

 

 

 

 

CELADA

He atrapado bisontes, y patos y cerezos
hasta tapiar la luz del frigorífico.
Almacené manteles, calabazas y truchas,
y le puse agua fresca
al corazón de todos los relojes.

La flor de las esquinas rebosando en mi casa.

Ahora estoy bajo cero: pasó la cuenta atrás
y su relámpago. Limpias —sucias
sólo de prisa— las toallas, las sábanas.

Y yo que corro al tren, a la estación,
al barco, al bus, al metro,
a la arena de mí…

Ayuna, con todas las viandas del adiós:
mi menú de por vida
para vivir de restos.

 

 

 

 

RETORNOS

Apuntan los primeros
incisivos de azúcar
en la primera encía:
la boca es una fiesta.

Se estrenan por el aire
las piernecitas breves:
el suelo es una fiesta.

Sonidos que de pronto
forman besos, violines arrullando
temblores y sentencias:
el mundo es una fiesta.

El mundo es una fiesta.
Lo inauguran hallazgos, caracolas,
flor de carne, batir
de mariposas.

x

Pero acaba el viaje.
Y hay que ir hacia atrás
des-aprendiendo nombres,
des-conociendo pájaros y trenes,
des-memoriando calles,
rubores y palabras.

Des-acordar el gesto
infantil de sentarse.
Ignorar en los pies
su sostén y aquel ritmo
prodigioso de andar.
Des-tragar, el enigma
que venciera al instinto
del pan y de la sed.
Des-dormir, la aventura
de un vuelo de pañales, su dolor…

x

Y el mundo es una fiesta.
El mundo es esa fiesta
que nos deja desnudos,
ave-estrella
xxxxxxxxxxxo lombriz
desplumada
xxxxxxxxxxxxlatiendo,
latiendo todavía en la condena
de un amor ensañado
que en su vergüenza olvida
también la sola fiesta de morir.

 

 

 

 

PALOMA MORTAL

Es hermosa la casa y está en pie.
Tiene presencia y planta.
Es alta en la colina
de la calle, y orgullo todavía
le crece en la fachada y el balcón.
Parece que respira, que está abierta
a la luz, al tintineo
febril de cada día.
Su historia la revive, intacta en los recuerdos
felices de la piel.

Mejor que no la toques, sin embargo.
Acumula en su seno tantas huellas,
tanta capa en sus muros
de pinturas antiguas y de cal,
que si intentas pasarle
un amor o una escoba,
se te puede quedar entre las manos.

Igual que esos vampiros de película
que al clavarles la estaca en el costado
se deshacen de pronto, y se convierten,
primero en esqueleto, y luego en un puñado
de arena o polvo, o cieno o ilusión.

 

 

 

 

LACERÍA

Cuando atardece el campo
y apacigua la parra su penacho de briega,
se me confiesa madre
entre las luces malva de su duelo.

Una niña la escucha,
pero le llueven piedras, y en el pecho
le crece una maroma que la llaga.

Y otra vez y de nuevo, madre,
en este aturdimiento de las horas oscuras,
en tu empeño porfías
y me hurtas tu amparo,
y a cambiarlo me obligas por las alas
que ni tengo ni tuve
más que en aquella fábula.

Fuese locura hacerme
fingida confidente en tus afanes,
y locura es mirarme
tan huérfana de ti,
con tu locura sola.

 

 

 

 

ASECHANZA

La serpiente se enrosca como un naipe de oro
en mi memoria,
y yo le doy mi frío.

La serpiente es un dado
de seis cabezas romas
que duerme en las orillas de mis ojos
y me roba las lágrimas.

La serpiente no sabe que la espío
cuando baja en la sombra,
envuelta en la maraña de la duda
a beber en mis labios.

La serpiente es mi hija.
(Que no lo sepa nunca).

 

 

 

 

LOS OTROS

Imagínate un manco. Alguien pone
con cuchara de fuerza
sopa helada en su boca
o le pican zorzales
un hilillo de sangre
sin piedad por el pecho.

Imagínate un cojo. Como a un saco
de piedras o cristales lo transportan
de la noche a la silla,
desde un sol extraviado hasta la música
o del pozal al frío.

Imagínate un mudo. Nadie sabe
deslizar por su curva la exacta mecedora,
ni dar con las estrías
de ese largo dolor de los deseos.

Imagínate un topo. Pero un topo
paralítico y negro, enjambre terminado
en su pudor de frío.

Ese topo que es ciego,
y cojo, y manco, y mudo.
Ese topo atrapado
que muere cada día
en los brazos, el juicio, la mirada,
la ilusión y hasta el beso
terrible de los otros.

 

 

 

Castro, Juana. Los cuerpos oscuros (2ª ed.). Madrid; Ed. Tigres de papel, 2016.

 

LOS CUERPOS OSCUROS

 

LOS ENCERRADOS

Los atrancados. Los encerrados vivos.
Oscurecidos, aherrojados en el último cuerpo
de la casa, se consumen y hablan.
Corre la muerte afuera.
Hablan con el televisor y con sus muertos.
Olvidan los plazos del futuro
igual que olvidan hoy
qué cosas les dolieron ayer tarde.
No abren las ventanas
porque no entren el sol ni los ladrones,
y el cielo está techado de uralita,
y no quieren saber a cuántos años
se murieron su madre ni su padre.
Por olvidar, olvidan enfadarse, se tragan
las horas, el caldo, las pastillas, y arrastran
su nombre y sus dos pies como un misterio.
Y leen y releen, una vez y otra vez,
tercos como funambulistas,
la cuenta de la luz, el testamento,
la invitación de boda de una sobrina nieta.

—Anda, padre, hay que andar.

Y se levanta, y sale, y anda, porque su hija
le ha dicho que hay que andar cada día
si no quiere oxidarse.
Mientras madre, para no ver el filo,
para no ver la muerte,
olvida que hoy es miércoles, olvida que es agosto.
Olvida que ha vivido.
Y se afana, y trajina, y se ríe y se ríe.

—Cómo voy a tener yo ochenta años.

 

 

 

 

VIGÍA

Bajo el cerco de luz, escupidera en mano,
repicáis aún más lejos,
perdidos en la barca
de la orilla y la cama.

Soy ave carroñera:
os vigilo en la noche
a cientos de retinas,
vidrieras estas alas
de murciélago herido por los golpes.

A coraza mi sueño: con vosotros expira.
Color de rosa y palo se esculpe vuestra boca
al calor de esta noche,
y me muero de espanto
porque sé que estáis solos,
porque rugen gaviotas de sofoco en el pecho
y hay gorriones sin lengua
estrellándose ciegos en la luna
de nieve del armario.

Vampiros, el arroyo
revienta y llega al hueco
corazón de las sábanas.

Arroyo y la cuchilla, sangre vuestra
para el dique del aire
que contra el suelo rema.

Aún calientes, respiro.
Toda la casa en calma.
Ya podéis levantaros: otra vez
xxxxxxamanece.

 

 

 

 

LOS CUERPOS OSCUROS

Para el trazo del miedo he viajado hasta el norte.
Me he sentado en la hierba
y he puesto en pie la música
del estilete blanco.

Ya no tengo mentiras.
Vuestros cuerpos oscuros se desangran sin verme,
y me alejo y no os miro
porque aquí no hay sepulcro,
ni ronquido ni escara
que me lleven temblando
al país de las dunas.

Que el hilo azul del sauce
se destrence en el agua
y el carmín de los patos
haga fuego en el agrio
resplandor de la orina.

Ya el canal tiene frío
y amanece en las nubes
y pongo en vuestros ojos
carcomidos de espanto
este aroma de lilas resonando en la niebla.

La culpa, el filo, el mango.
Mis dos pájaros negros.
(Sólo la mirla canta).

 

 

 

 

BRASAS

Él es alto y derecho,
le saca dos cabezas a la lámpara,
tiene ojos azules
y un ciento de estorninos en el pelo.

Él trabaja en el sol y saca al aire
su pecho que domina el viento y la camisa,
su pecho como un dulce
almiar tabaco malva.

Él canta por la aurora
cuando aún es de noche
y me deja en la cama
la nuez de sus rodillas
y en la nuca el temblor
de un ramo de poleo crepitando en la jara.

Él tiene dos columnas
de miel junto a su hacha
y extiende cara al frío
la vara de su fuerza.

Pero éste es un viejo
arrugado, maltrecho y con dos dientes
que ladea los pies y la cadera
y que comba la espalda como un preso.
Y ya ves, ni me habla:
veintitrés telarañas en los párpados.

—Cómo va a ser éste mi marido.

 

 

 

 

VIENTO NORTE

Porque arrastran los pies, el aire se ha dormido
y no recuerda ya su condición de rosa.
Abres la puerta, y te azotan los ojos
trescientos metros cúbicos de moho y de despensa.

Y porfías con marcos y fallebas
y maderas que guardan
un último relincho
de asfixia y carne mustia.

—Que entre el sol, que entre el sol hasta el fondo.

Pero el fondo
se ha quedado sin límites
y es oscuro y se pierde
como una caja china entre la niebla.

Y a más lavanda, espuma y limón verde,
más se instala y se abre y se revela
la vaharada cúbica que emana
la terca flor del aire por la casa.

 

 

 

 

CANTILENA

Ella se ríe como los niños tontos.
Si le preguntas si cantó hoy el pájaro,
se ríe,
y si le dices que no corte el tapete,
también ríe.

Con su cara de luna y su sigilo
se embarca en los papeles y se pierde,
y tengo que llevarla de la mano
como si el piso fuera un laberinto.

Y nunca sabe si se llama Antonia,
o María Petra o Carmen,
ni si es domingo o martes,
y a veces se queda suspendida
a medio movimiento, tal si un yelo frío
le congelara el músculo o el juicio.

Pero, de tarde en tarde,
atisbo en su mudez una campana,
la sombra de otro tiempo que cercana cruzase
un pliegue de su risa o de su olvido.

 

 

 

 

SUSTANCIA AMILOIDE

Ese perro que ladra cada noche
tiene lengua soez, y me busca la cara.
Ese perro que muerde las meninges.

Los dientes de la cama son azules
igual que los dos ojos de su padre:
«me duele aquí en la luna».

Hace frío y es negra
la colcha de la luna del lavabo.

Muerde aquí, padre mío,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen los pies
de las lágrimas.

 

 

 

Castro, Juana. Los cuerpos oscuros (2ª ed.). Madrid; Ed. Tigres de papel, 2016.

 

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