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ARREGLO DE CUENTAS MÁS UN EPÍLOGO
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EL TOPO
xxxxxEstaba ahí,
acorralado en el ruedo de los curiosos. Sus garras
escarbaban inútilmente el cemento de la vereda,
xxxxxy sangraban. No avanzaba,
sólo esponjaba y contraía su cuerpo
xxxxxxxxxxxxsegún su miedo. Y con su hocico,
rosado y móvil, husmeaba,
xxxxxxxxxxxxlejos de sus oscuras galerías,
el aire soleado de los hombres.
Jamás habíamos visto un topo.
Habían capturado un mito, un animal
de bestiario. Por eso
nuestra mente demoraba, se estremecía,
xxxxxxxxxxxxno podía creer
que bajo la realidad estridente del sol
hubiera otro animal
xxxxxde carne lastimada como la nuestra.
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EL PAN
Perdonen que lo diga sin pudor,
pero mi madre y yo vivíamos en un pueblo
xxxxxxxxxxxxxxxxxxde hambrunas.
Las carencias
nos llevaban a todos a una especie de inocencia,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxa un vivir
en el centro puro de nosotros mismos.
Así es cuando ya no queda nada, salvo
la postura orgullosa de mi madre
xxxxxxxxxxxxxxxque dormía como saciada.
Cada cierto pasaban profetas
que repetían monsergas en nombre de un dios
xxxxxxxxxxxxxxxprometedor, pero cruel.
Ninguno trajo lluvia sobre los campos yermos
xxxxxxxxxni hizo el milagro de una simple lechuga.
Una tarde se asomó a nuestra puerta
un extranjero de mirada llameante, otro agorero,
pero no supimos quién ardía en él, si su dios
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxo su demonio.
Dijo llamarse Elías y tenía gran hambre como nosotros.
xxxxxxxxxSe quedó mirando a mi madre
que en la artesa mezclaba un puñado de harina Santa Rosa
xxxxxxxcon una cucharada de manteca sin nombre.
Estoy haciendo un pan para mi hijo y yo. Lo comeremos
y después, con la dignidad de los pobres satisfechos,
nos moriremos de hambre, dijo mi madre
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen Reyes 17:12
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EN ESA CASA…
En esa casa, a puerta cerrada,
xxxxxxxxxxxmataban chanchos.
Ver muertes y destripes
nos hubiera sido más benigno:
xxxxxxxxxxxya habríamos olvidado.
Pero no: sentados en la vereda rota
xxxxsólo oíamos gritos desesperados,
largos vagidos de agonía. Nuestra imaginación
xxxxxcreó un animal casi humano.
Los ruidos de la muerte venían por el aire.
xxxxxxxxxxxNo respires, dijo alguien.
¿Fui yo el que habló? No lo sé, pero todos intuimos
que esa agonía
entraba en nosotros
xxxxxxcomo un oscuro veneno
que algún día tenemos que devolver.
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EL MIEDO
El burro hace girar la rueda del molino
y a cada vuelta cierra
xxxxxxxxese círculo vicioso
que durante años ha hollado en la tierra.
El polvillo blanco de la molienda
flota en el ambiente. Se asienta
en todo,
pero en las pestañas del burro
xxxxxxxxxes toda la tristeza
xxxxxxxxxxxxxxy la condena.
Me alejo silbando del molino, silbando
para disimular
el temor de poner el pie
xxxxxxxxen una huella sin esperanza.
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HE DICHO
Qué rico es ir
de los pensamientos puros a una película pornográfica
y reír
xxxxxxxxxdel santo que vuela y de la carne que suda.
Qué rico es estar contigo, poesía
de la luz
xxxxxxxxxen la pierna de una mujer cansada.
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Watanabe, José. La piedra alada. Valencia; Ed. Pre-textos, 2005.
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LA PIEDRA ALADA
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LA PIEDRA DEL RÍO
Donde el río se remansaba para los muchachos
se elevaba una piedra.
No le viste ninguna otra forma:
xxxxxxxxxxxsólo era piedra, grande y anodina.
Cuando salíamos del agua turbia
trepábamos en ella como lagartijas. Sucedía entonces
algo extraño:
xxxxxel barro seco en nuestra piel
acercaba todo nuestro cuerpo el paisaje:
xxxxxxxxxxxel paisaje era de barro.
En ese momento
la piedra no era impermeable ni dura:
xxxxxera el lomo de una gran madre
que acechaba camarones en el río. Ay poeta,
otra vez la tentación
xxxxxxxxde una inútil metáfora. La piedra
era piedra
y así se bastaba. No era madre. Y sé que ahora
asume su responsabilidad: nos guarda
en su impenetrable intimidad.
Mi madre, en cambio, ha muerto
xxxxxxxxxxxy está desatendida de nosotros.
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LA PIEDRA ALADA
El pelícano, herido, se alejó del mar
xxxxxxxxy vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
xxxxxxxxxxxxxxxde una danza.
Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus
xxxxxhuesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
xxxxxxxxxxxxxxxExtrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
xxxxxcomo si fuera un cuerpo.
Durante varios días
xxxxxel viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
xxxxxxxxxxxxpero no hacerla volar.
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JARDÍN JAPONÉS
xxxxxLa piedra
entre la blanca arena rastrillada
no fue traída por la violenta naturaleza.
xxxxxFue escogida por el espíritu
de un hombre callado
xxxxy colocada,
no en el centro del jardín,
sino desplazada hacia el Este
xxxxxxxxxtambién por su espíritu.
No más alta que tu rodilla,
la piedra te pide silencio. Hay tanto ruido
de palabras gesticulantes y arrogantes
que pugnan por representar
xxxxxxxxxxxxsin majestad
las equivocaciones del mundo.
Tú mira la piedra y aprende: ella,
xxxxxxxxcon humildad y discreción,
en la luz flotante de la tarde,
representa
xxxxxuna montaña.
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Watanabe, José. La piedra alada. Valencia; Ed. Pre-textos, 2005.
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EN LAS AGUAS TERMALES
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EN LAS AGUAS TERMALES
Las aguas termales afloran
entre bocanadas de vapor blanco y denso.
xxxxxxxxCuando se disipa
deja ver las piedras que rodean la fuente, caprichosas
formas erosionadas por el agua hirviente
xxxxxxque sólo se muestran un instante,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxy luego
como un grupo de seres extraños
xxxxxvuelven
a su territorio brumoso.
El agua desciende burbujeando hacia los baños,
se entibia en canales y pozas
donde ancianos adormecidos y tullidos
xxxxxxxxxxsueñan un nuevo vigor.
Aquí arriba, en la fuente,
yo vivo otro engaño: los vapores
me permiten entrever la silueta de una mujer,
no bíblica
xxxxxxsino de bien moldeado culo (ay nostalgia),
xxxxxxxxxxxxpero ya se desvanece
entre el humo y mi doliente memoria.
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Watanabe, José. La piedra alada. Valencia; Ed. Pre-textos, 2005.
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