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Posts Tagged ‘josé óscar lópez’

HOTEL VÍA LÁCTEA

 

HOTEL VÍA LÁCTEA

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxOtro universo más allá.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLi Bai

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Esther

La forma en que mi padre me enseñaba
lo lento que maduran las cerezas,
lo que curten los golpes en la vida,
la verdadera dimensión de nuestro paso
efímero y sagrado por la tierra,
lo poco que consigues con los actos
ajenos a tu propio crecimiento
dentro de un universo en expansión,
ese animal inmenso y luminoso
del que formamos parte.

Amanece y estoy solo, es el fin
de aquello que recuerdo y el principio
del resto de mi vida.
El edificio entero está en silencio,
yo también estoy mudo. Ya no recuerdo nada,
y no me importa. El sol golpea las cosas
a través del pasillo y sus ventanas.
Voy hacia la escalera con periódicos,
la piel de los ritos diarios,
una de esas canciones que se quedan
a vivir para siempre con nosotros
y flores, fruta fresca,
y llamo a nuestra habitación
para ver si estás lista para desayunar
y darte agradecido estas cerezas,
amor, los buenos días.

 

 

 

 

UNA CASA, UN RÍO

xxxxx1

Tuvimos una casa alguna vez
al borde de un camino
hacia ninguna parte.

Después de la labor mirábamos la tarde,
veíamos pasar a los viajeros.

Debajo de la luna
el mundo era un océano
y todos nos movíamos despacio.

Algunos nos hablaban de ciudades fantásticas
al cabo de la herida misteriosa,
visiones imposibles en los ojos del nómada.

Cuando se iban, ella
era todo mi país.

Tuvimos una casa junto a un río,
recuerdo que una vez
llovió toda la noche,
caían las estrellas
hechas agua,

medusas diluidas en sus manos.

 

 

xxxxx2

Hundí mi rostro en esa tierra,
y esa tierra
era mis ojos.

Su sequía
era mi sed.

Pero hubo un mar allí
alguna vez,
lo sé.

Y yo era un río.

 

 

 

 

BESTIARIO

No confíes en nada de lo que te rodea,
todo son filtraciones de uno mismo,
así que rómpete a ti mismo y deja
que aflore lenta de entre tus pedazos
la verdad siempre ajena, innumerable.

 

 

 

López, José Óscar. Animal fabuloso. Albacete; Chamán ediciones, 2018.

 

UN MAR DE LUXACIONES EN MIS AVENTURAS CON LA BELLEZA

 

UN MAR DE LUXACIONES 

xxxxx7

Matriz, qué fortaleza.
No existir todavía,
demorarse.

Los sexos tienen élitros.

 

 

xxxxx12

Estoy tratando de explicarlo.
Por una vez, así pasó:
estás allí, y vuelas
no con un pensamiento
sino con todos a la vez.
En la montaña está el océano,
en la mano la noche.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxSales fuera.
Cómo decirlo: tenderetes.
Cosas al aire.
No es eso. El aire es una cosa.
Ir más allá, sin ser
ese lugar, es imposible.
Es eso.

 

 

 

 

[De MIS AVENTURAS CON LA BELLEZA]

PEQUEÑA TORTUGUITA, MI ANCIANA MAESTRA ZEN

He agotado todos los caminos
que conducen desde el silencio
hasta el aburrimiento que provoca
estar callada tanto tiempo,
dijo mi pequeña tortuga,
mi anciana maestra zen.

He sentido que a veces
conversar es cansado,
continuó. Malentenderse
no es ninguna tontería,
¿quién no detesta los malentendidos?
He charlado con taquilleras
de cines y clientes de parquímetros,
con todo aquel que yo creí
hubiese visto mucho mundo,
mas ¿quién ha visto el mundo, amigo mío?
Yo lo vi muchas veces, y también
me harté de verlo muchas veces.
Creo que en ocasiones
el mundo fue un lugar poco agradable.
Y le guardé rencor, pero tarde o temprano
tienes que regresar, chico, me dijo,
para arrimar el hombre.

Arrima tu caparazón, chaval.
He agotado mi reserva de especias
para el arroz de los gusanos voraces que me piden
lecciones y canciones como quien pide arroz,
como quien vuelve a casa cada tarde
y exige su ración de sueño, algún lugar
donde tumbarse y descansar, una montaña
gigantesca de arroz y de guirnaldas,
toda una cordillera mullida, confortable
para el descanso y la reparación
de la espalda del mundo, tatuada
con ideogramas y papel de arroz,
con letras muy antiguas, jeroglíficos que fabulan
con la creación del mundo, uno que sobreviva
a nuestras ganas de charlar y a nuestras ganas de dormir,
una espalda gigante cubierta por guirnaldas.

Las traeremos nosotros y tú vas a ayudarnos,
vamos, supongo, ¿no?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxY yo le respondí:
claro que sí, mi tortuguita,
te amo, tortuguita
y el mundo es necesario.

 

 

 

López, José Óscar. Animal fabuloso. Albacete; Chamán ediciones, 2018.

 

EXTRACTOS DEL LIBRO DE LAS DIEZ DIRECCIONES

noviembre 27, 2018 Deja un comentario

 

1

Elimino del verso
el brillo de la luna
para que sobreviva entre las sombras
mi pequeña falena.

Ya no busco la luz, resulta inútil.

 

 

 

 

2

El viento mece las espigas
de trigo y extiende los campos
en movimiento hasta donde la vista
alcanza. Dime, sueño,
¿estos son tus ejércitos?

 

 

 

 

4

Las grullas atraviesan el cielo cada día
igual que yo despierto cada día,
ignoro para qué.

Dejo pasar el día,
quiero saber si voy
a despertar mañana.

 

 

 

 

5

Mi siesta ha concluido,
¿por qué el mundo insiste aquí,
al otro lado?

¿Por qué me aguarda, todavía?

 

 

 

 

6

¿Cómo sigue mi historia?,
pregunto al despertar,
pregunto al sueño.

 

 

 

 

10

Mi amante es pudorosa
como la flor del jazminero,
que prefiere caer
y dejarse arrastrar
por las aguas del río
antes que ir al cielo,
multiplicarse y conquistarlo
y florecer en todas partes.

Todo pudor es un secreto
que quiere ser secreto,
¿por qué yo iría a revelarlo,
qué más podía hacer
sino caer con ella
y volcar nuestro cielo
para tratar de recoger
todas las flores?

 

 

 

López, José Óscar. Animal fabuloso. Albacete; Chamán ediciones, 2018.

 

LOS HÉROES DEL AMOR

noviembre 13, 2018 Deja un comentario

 

BUENOS DÍAS, OSCURIDAD

Amiga oscuridad,
ha sido un largo día,
¿vas a dejar a la noche que entra
que sea igual de larga?

Nos hacemos de día,
resistimos de noche.

La luz no estuvo nunca en todas partes
y allí donde no llega
no hay nombre todavía, no hay palabras
hasta que no llegamos
nosotros para cobijarnos
y ponerlo todo perdido
con nuestra desesperación.

Qué cansancio acumulan
quienes se sientan un segundo a descansar
sobre sillas eléctricas.

Musas eléctricas, hadas
de los interruptores.

Buenos días, oscuridad.
Hoy dejamos atrás un nuevo océano.

Cuántas, cuántas mañanas vadeamos
camino de la noche.

Cuántos mares y océanos cruzamos
a nado una y otra vez.

En las bañeras flotan aún las bibliotecas
de los que murieron ahogados.

Amaneceres como incendios,
anocheceres como inundaciones.

Buenos días, oscuridad.
Se acercan bestias pavorosas
y nos llaman por nuestro nombre.

Lo saben todo de nosotros,
nosotros empezamos
a sospechar ya quiénes son.

Como la sombra encaja en uno,
comparte su tamaño.

Nos ahogamos de día y, en la noche,
flotamos como nuestros muertos
sabios, a la deriva.

Buenos días, amiga oscuridad.
¿Cómo hicimos del miedo una costumbre?

Nos hacemos de día,
resistimos de noche.

Buenos días, oscuridad.

 

 

 

 

AGOSTO

No pertenezco a este lugar, pero traspaso
sus fronteras igual y merodeo
el reino cuyas puertas me franqueas
sin sospecharlo, mientras duermes.

La tarde es una jungla en un rincón
de tu universo, que sestea.

Tu cuerpo entre las sábanas: un tigre
está durmiendo en tu lugar.

 

 

 

López, José Óscar. Animal fabuloso. Albacete; Chamán ediciones, 2018.

 

ESTA TARDE, PRESENTACIÓN DEL NUEVO LIBRO DE JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ

septiembre 27, 2018 Deja un comentario

 

Esta tarde, a las 20:00 h, en la librería Colette Letras Y Tragos, estará José Óscar López presentando su nuevo libro, ‘Animal fabuloso’ acompañado por Alberto Chessa.

Si pueden, vayan a verlos.

 

AYER FUE EL DÍA DE EXIGIR UNA #BIBLIOREGIONALABIERTA

septiembre 2, 2018 Deja un comentario

Ayer nos juntamos un buen puñado de murcianos a la entrada de la biblioteca regional para pedir, o gritar, o exigir, que se deje de restringir el horario de la misma. Habiendo perdido ya el domingo, ahora quieren acostumbrar a la ciudad a tener dos horas menos de biblioteca los sábados.

Pues nada, que unos cuantos leímos poemas para dejar constancia de nuestro rechazo ante estos políticos que lo primero que recortan es en cultura y en servicios culturales básicos. Uno de ellos fue Lujo Berner, que leyó este poema:

 

DECLARACIÓN UNILATERAL DE INDEPENDENCIA

Aquí reunidos:

De esta parte, el mar océano de principios de septiembre
xxxxxxxxlastimosamente en calma para la ocasión
y el cielo tejido con costuras de ozono e imposibles quimioestelas
xxxxxxxxpermanente azul cambio climático

De la otra,
xxxxxxxxeste ser que huye en círculos
xxxxxxxxy roza la maravilla para caer en el lodo

Al fondo detrás por todos lados allí
xxxxxxxxel ruido el grito la bandera todos los otros seres desnaturalizados
los descendientes de una semilla tarada regada con ignorancia
xxxxxxxxlos malos fornicadores negacionistas consumidores de odio
tulpas siniestros que levantan muros y enmohecen el mundo

ejem

En estos momentos de extrema ligereza gravitacional
los pensamientos y los actos van de la mano por el camposanto
la religión de la ola es incluso perseguida
y hasta los puros & honrados & hermosos ven el amor como un problema

Por estos motivos
Por estos delitos lacerantes que se repiten con impunidad
Nos vemos obligados a cortar el disco y frenar la rumba

Declaramos unilateralmente nuestra independencia
xxxxxxxxindependencia para defender el rubor
xxxxxxxxindependencia para observar el reflejo de la sonrisa en el ojo ajeno
xxxxxxxxindependencia para volver a ser salvajes
xxxxxxxxcazar los ñúes que la vida esconde donde nadie mira
xxxxxxxxy rayar ufanos las noches estrellas siluros amebas

xxxxxxxxel reino animal
xxxxxxxxlas algas y los hongos
xxxxxxxxla torpeza y el edredón

Declaramos unilateralmente nuestra independencia
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy luego

la suspendemos de forma indefinida hasta que alguien abra la biblioteca

 

 

 

 

El responsable de Boria ediciones, Luis Sánchez Martín, leyó este poema:

 

LA PUERTA ESTÁ CERRADA (Tragedia en tres actos).

I

Sábado, casi las diez de la mañana.
La puerta está cerrada.
Un anciano, dos adolescentes,
un niño de apenas diez años y su padre
si miran unos a otros y se van.

Y aunque podría hacer tiempo dando una vuelta
me quedo embobado mirando el cristal…

 

II

Hay un lugar donde el espacio y el tiempo
se envuelven el uno al otro
un agujero de gusano que comunica
la Ilustración y el crack del 29
los locos años 20 y mayo del 68
la Comuna de París y
el desembarco de Normandía.

Un espacio donde conviven
el Cleveland de American Splendor
con la España de La Codordiz,
Forges y Frank Miller,
Quino y Robert Crump.

Un aleph desde el que
Chuck Berry le dice a Beethoven
que los tiempos están cambiando
Bob Dylan asiente y sonríe
y los Panteras Negras saben
que Johnny Cash siempre dice la verdad.

Y allí están todos y todo lo demás:

Ionesco, Bukowski, Sylvia Plath, James Dean, las Abuelas de Plaza de Mayo, Gloria Fuertes, Duke Ellingtong, Marie Curie, Chet Baker, Patty Smith, Buddy Holly, Janis Joplin, Rimbaud, Frida Kalho, Alfred Jarry, Gertrude Stein, Dalí, Picasso, Miró, Pollock, Da Koonin, Basquiat, Capote, Harper Lee, el Cabaret Voltaire, el Colegio de ‘Patafísica de París, la orquesta de Brian Setzer, la cumbia epistemológica de Les Luthiers, las ansiadas noticias de Gurb, érase una vez el hombre, qué fue de Baby Jane…

 

III

Mientras tanto han dado las once
y escucho el crujir de la llave al girar.

El anciano lleva un rato sentado
en un banco a cinco manzanas de aquí
cansado de andar de aquí para allá.

Los adolescentes
en la casa de apuestas de enfrente
llaman a un amigo para pedirle dinero:
si el Levante empata al Madrid
pueden ganar 500 euros.

El niño y su padre llevan una hora
dando patadas a un balón sin mirar el reloj.

La puerta está abierta
pero para ellos
la biblioteca
este sábado
sigue cerrada.

 

 

 

 

José Óscar López leyó este poema escrito para la ocasión:

 

NUESTRO templo no era exactamente un templo.
Había allí miles de libros en vez de un solo libro,
innumerables creadores y creaturas
en vez de un solo dios creador,
no una ficción pretendidamente real,
sino múltiples realidades supuestamente ficticias.
Y nadie te obligaba a creer en todo ello.
No había sacerdotes, tú eras tu propio sacerdote
y el único pecado era apartar tanta riqueza
de historias, pensamientos y emociones de la gente.
No había escaños ni sitiales
para diferenciar los ricos de los pobres,
los poderosos de los miserables.
No soy un enemigo de la fe, entiéndeme,
solo te digo que mi fe no es excluyente
y no la guardo en un solo lugar.
Y si hay un sitio que te lleva a mil lugares,
a todos los sitios imaginables,
allí, allí reside nuestro templo.
La biblioteca pública.

 

 

 

 

Antonio Aguilar leyó este poema, también escrito ex profeso:

 

COMO BUKOWSKI TRAS EL INCENDIO DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE LOS ÁNGELES

Siempre quise escribir como Bukowski,
al menos, como en ese desolado poema
tras el incendio de la biblioteca
pública de Los Ángeles.
Aquí, en la puerta de otra biblioteca
donde aún miles de ejemplares arden,
me siento como el escritor americano
lleno de gratitud y desamparo.
Aquí el fuego no existe si no existen los libros,
y no existen los libros si no existen las bibliotecas.
Como Bukowski yo era entonces simplemente un lector 
que iba de sala en sala entre los libros,
en lo que ahora es un museo de arqueología,
antiguo hogar de la consumación.
Quemé las tardes de mis años jóvenes,
cada libro una tea, como Esquilo
en la propia muralla, signos de la antorcha.
Qué luz indómita prendió en mis ojos,
qué fragua en los pasillos de aquel viejo edificio,
encontró su eco para siempre en mi manera
de estar ya preparado.
Después de décadas viviendo y escribiendo,
pienso que aquel incendio estaba allí
cuando era joven y buscaba 
algo a lo que aferrarme 
para no ser suicida, 
ladrón de bancos, carnicero 
o motorista de la policía.
Ahora, en esta noche de recortes,
como el joven Bukowski,
como el bombero Montag,
tras el incendio de la biblioteca
pública de Los Ángeles,
tras el incendio de una biblioteca clandestina,
estoy de nuevo preparado,
estamos preparados para el fuego.

 

 

 

Después de ellos dos, salí yo y por dar la nota leí dos poemas. Eso sí, ninguno mío.

 

 

El primero fue ‘Empleados’, de José Daniel Espejo (que ya subí al blog hace tres años y medio).

 

EMPLEADOS

Personas educadas, bien vestidas,
limpias, atractivas, proactivas y empáticas,
peinadas a la moda y con sonrisas brillantes.
Conocen la teoría. Saben Power Point,
nuevas tecnologías, muchas redes sociales.
Han leído los libros. Han ido a los congresos.
Juegan a tenis, a pádel y a golf,
cocinan teppanyaki y viajan por el mundo,
sus sueldos son de infarto y lo que hacen,
a poco que investigues bajo la superficie
de sus pulidos discursos, es defender el derecho
que creen tener sus jefes a poseer ocho yates,
anclados a tus huesos.

Son muchos. Más guapos. Salen mejor
en las fotos, en la tele y en los carteles electorales.
Pero nosotros somos más,
y conocemos sus nombres.

 

 

 

Y después -lo tenía muy claro cuando me invitaron al evento- ‘El incendio de un sueño’, de Charles Bukowski.

 

EL INCENDIO DE UN SUEÑO

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
ha sido destruida por las llamas.
aquella biblioteca del centro.
con ella se fue
gran parte de mi
juventud.

estaba sentado en uno de aquellos bancos
de piedra cuando mi amigo
Baldy me
preguntó:
«¿vas a alistarte en
la brigada Lincoln?»

«claro», contesté
yo.

pero, al darme cuenta de que yo no era
un idealista político
ni un intelectual
renegué de aquella
decisión más tarde.

yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina
y geología.

muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado difíciles.

tenía más problemas con
Hegel y con Kant.

lo que me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y/o
interesante.
yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.

descubrí dos cosas:
a) que la mayoría de los editores creía que
todo lo que era aburrido
era profundo.
b) que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.

entretanto
mientras otros iban a la caza de
damas,
yo iba a la caza de viejos
libros,
era un bibliófilo, aunque
desencantado,
y eso
y el mundo
configuraron mi carácter.

vivía en una cabaña de contrachapado
detrás de una pensión de 3 dólares y medio
a la semana
sintiéndome un
Chatterton
metido dentro de una especie de
Thomas
Wolfe.

mi principal problema eran
los sobres, los sellos, el papel
y
el vino,
mientras el mundo estaba al borde
de la Segunda Guerra Mundial.
todavía no me había
atrapado
lo femenino, era virgen
y escribía entre 3 y
5 relatos por semana
y todos
me los devolvían, rechazados por
el New Yorker, el Harper´s,
el Atlantic Monthly.
había leído que
Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras
pero yo no tenía
cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón
y cuando estaba tan lleno
que apenas podía
abrirlo
sacaba todas las notas de rechazo
y las tiraba
junto con los relatos.

la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.
discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que
echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas
de la biblioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quien estás
casado.

bueno, yo no era realmente un
vagabundo, yo tenía tarjeta de la biblioteca
y sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el límite de lo permitido:
Aldous Huxley, D.H. Lawrence,
e.e. cummings, Conrad Aiken, Fiódor
Dos, Dos Passos, Turgénev, Gorki,
H.D., Freddie Nietzsche,
Schopenhauer,
Steinbeck,
Hemingway,
etc.

siempre esperaba que la bibliotecaria
me dijera: «qué buen gusto tiene usted,
joven».

pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.

pero aquellos estantes contenían
un enorme tesoro: me permitieron
descubrir
a los poetas chinos antiguos
como Tu Fu y Li Po
que son capaces de decir en un
verso más que la mayoría en
treinta o
incluso en cientos.
Sherwood Anderson debe de haberlos
leído
también.

también solía sacar y devolver
los Cantos
y Ezra me ayudó
a fortalecer los brazos si no
el cerebro.

maravilloso lugar
la Biblioteca Pública de Los Ángeles
fue un hogar para alguien que había tenido
un
hogar
infernal
ARROYOS DEMASIADO ANCHOS PARA SALTARLOS
LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
CONTRAPUNTO
EL CORAZON ES UN CAZADOR SOLITARIO

James Thurber
John Fante
Rabelais
de Maupassant

algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstoi, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald

Upton Sinclair me llegaba
más
que Sinclair Lewis
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate

pero tales juicios provenían más
del modo en que un hombre
se ve obligado a vivir que de
su razón.

la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motociclista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.

y cuando abrí el
periódico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido
la biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había

le dije a mi
mujer: «yo solía pasar
horas y horas
allí…».

EL OFICIAL PRUSIANO
EL ATREVIDO MUCHACHO DEL TRAPECIO
TENER Y NO TENER

NO PUEDES RETORNAR A TU HOGAR.

 

 

 

Después, por supuesto, se leyeron unos cuantos textos más y en cuanto se recogieron los bártulos nos fuimos a beber algo por la sed que producen estos eventos.

 

 

 

P.D. Lo que ha sido una caña ha sido enterarme esta mañana que una de las tonterías que le dije ayer a una periodista de La Opinión, ha servido tanto para titular la noticia como para comenzar el texto que menciona la acción llevada a cabo ayer delante de la biblioteca regional. Aquí pueden verlo.

 

LA MUERTE NO ES EL FIN

 

UN BOSQUE

Revuelvo entre mis libros más viejos, estos días, para llevar a mis alumnos de bachiller ejemplos de procedimientos narrativos. Después de años, sacarlos de sus estantes, hojearlos en el tren, llevarlos hasta el centro, mostrarlos ante los chicos… Es como devolverlos a la luz que no ven salvo aquella que tímidamente reciben en el encierro de casa, para que yo los relea de vez en cuando o, en muchos casos, que al fin los lea.
xxxPero algo me llama la atención en todos ellos, y es la forma en que el papel ha envejecido. Haciéndose más oscuro, regresan a su origen; como quiso de todas las cosas Anaximandro. Vuelven a la madera de la que una vez partieron. Pienso en mi casa, cuyas paredes van forrándose de libros desde hace años, desde que mi padre me inoculara, cuando yo era niño, el respeto y el amor por los libros, y pienso que todos estos años he estado construyendo un bosque muerto a mi alrededor, una tumba en la que yo acabaré poco a poco, espero que lo suficientemente despacio.
xxxMadera vieja, una cobertura. Como una barrica en la que el vino de la imaginación y el pensamiento ajeno envejece despacio para uno; para que uno lo deguste, y enmiende en parte, en lo posible, la insuficiencia de la imaginación y el pensamiento de uno.
xxxNo seré enterrado aquí. Pero, con suerte, sí lo hará mi inteligencia: irá desvaneciéndose, espero —poco a poco, ojalá— en esta tumba de madera que va siendo mi casa desde siempre, en esos libros que van siendo mi hogar. En esta tumba que es también un bosque, senderos abiertos, caminos de madera. El bosque multiplicado en el que quiero seguir perdiéndome, y envejeciendo.

 

 

 

 

REENCARNACIÓN

Quizás el rigor en mis ideas y en mis métodos es algo exagerado. Hace un tiempo, tuve la mala fortuna de dar con mis huesos en una pequeña ciudad donde todo el mundo creía que la muerte no era el fin: paraísos etéreos como estaciones de paso a reencarnaciones sin fin animaban sus fantasías y sus conversaciones. Mi rigor argumentativo me llevó a tratar de hacerles entrar en razón, pero el encono de estas gentes en su error no conocía límites. Pues bien, iban a disipar por sí mismos las neblinas de sus absurdas fantasías: decidí asesinar de una manera ejemplar a los oradores más exaltados.
xxxSupe entonces que aquí todos eran, además, fervientes defensores de la idea de que no existía el crimen perfecto: aguardaban que el asesino fuera pronto descubierto. Un nuevo error de todos ellos, pensé: en una suerte de reencarnación negativa, seguí asesinando impunemente, con mi rigor acostumbrado. Nunca fui descubierto.
xxxEl problema es que ahora estoy solo, he acabado con todos los habitantes de la ciudad que me acoge. Ya no me queda nadie con quien discutir. Me planteo si mudarme de ciudad, para seguir tratando de hacer entrar en razón a nuevas almas descarriadas. Pero ya soy viejo y apenas tengo fuerzas; me sobrecoge, entonces, el anhelo que halla asiento en mí: necesitaría, para ello, de una segunda vida.

 

 

 

 

LA FECHA EN LA PIZARRA

Cuando escribo la fecha en la pizarra, a principio de clase, a veces dudo con el año y pregunto a mis alumnos, más que nada por hacerlos reír. Pero hoy me ha asaltado cierto pánico al considerar que, un día, mis alumnos puedan decirme una fecha cuarenta años en el futuro y yo sea ya un anciano; o aún peor, que los chicos pronuncien una fecha sesenta o cien años en el futuro y yo lleve de repente mucho tiempo muerto, y sea solo un espectro encerrado en todos estos días repetidos tantas veces, alguna vez, de mi vida; en esta aula, entre estas viejas paredes, tiza en mano, para la eternidad.

 

 

 

 

LA MONTAÑA

Me dormí en los aledaños de la pendiente que daba comienzo a la montaña, y allí soñé que coronaba su cima. Al despertar sentí una felicidad que me duró hasta comprender que no puedes culminar una ascensión sin ascender. Caído en la cuenta empecé a subir, mas la ilusión me faltaba: ya estuve ahí hacia donde iba.
xxxTuve que dejar otra vez la cumbre a mis espaldas, regresar sin su secreto.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

REYES CANSADOS

 

EL REY DEL CANSANCIO

Soy el rey del cansancio, mis súbditos caminan por aquí: cerca, lejos, dan vueltas, creo, alrededor de mi palacio y de mis torres, mi corte del cansancio y el agotamiento, o a veces creo oírlos, hace tiempo que no les veo, los llamo y nadie viene, les ordeno que se acerquen pero nadie responde, ¿quién se detendría a escuchar una voz tan cansada?

 

 

 

 

PEQUEÑOS REINOS, GRANDES REINOS

El rey está perdido en su palacio gigantesco. Las presencias se multiplican.
xxxSu reino es tan enorme como el mundo, y su salón igual de grande que su reino. Y él, tan educado, saluda a todas las personas con quienes se cruza como si se tratase de reyes misteriosos y lejanos. ¡Lo que son!
xxxLo que siempre quiso ser él.

 

 

 

 

LOS VENCEDORES

Nuestros ejércitos desfilan por campos desolados y por reinos vacíos, por ciudades fantasma: hemos ganado. Pero detrás de este silencio, sospechamos que se mueve todavía algo invisible y gigantesco. Y es la realidad.
xxxInconfesables miedos nos asaltan de noche. Vemos sombras, fantasmas. Nos impiden dormir. Y son ellos los triunfadores.

 

 

 

 

AL FIN CABALLERO

¿Qué mal he hecho al rey, después de todos estos años de leal servicio a su corona? ¿Acaso no he defendido con esfuerzo, con todo mi empeño, nuestro pequeño castillo en el corazón del bosque? ¿Por qué entonces justo hoy, que esperaba mi ordenación como caballero, en vez de apoyar sobre mi hombro su real espada ha atravesado con ella, de parte a parte, mi cuerpo arrodillado frente a él?
xxxToda la corte ha prorrumpido en una larga ovación celebratoria. Aún me han quedado fuerzas para tratar de protestar, pero mi señor ha limpiado su espada con un paño ceremonial y me ha ayudado a levantarme entre los aplausos de su ejército. Todos nos han acompañado hasta la puerta.
xxxDejando atrás el reguero de mi sangre, hemos atravesado el foso exterior. Extraños y delgados castillos de cristal se levantaban hasta perderse entre las nubes, y cientos de caballos metálicos se deslizaban a una velocidad imposible por el aire y sobre la tierra, allí donde antes había un bosque, nuestro bosque. «Por fin has conocido la verdad», me dijo mi señor. Y añadió: «Todos estamos muertos hace mucho, bienvenido».

 

 

 

 

EL CANSANCIO

Todo lo que se interponía entre mi cansancio y yo, la resma de hojas en blanco de mi trabajo académico y las decenas de márgenes de libros anotados a lápiz, con una letra que era la mía pero que me estaba costando un infierno entender, aunque mayor infierno era la desgana, solo la gana de no hacer absolutamente nada, aunque eso tampoco resultase en absoluto satisfactorio: mirar aburrido hacia la hilera de luces en la noche, como la celebración de un nuevo año chino para una China mental y en blanco, el camino de hojas blancas como esperma de pájaro por el camino de los abedules, camino de la pizzería donde cenaría con ella, y no debería haberla llamado, no debería arruinar todo lo que ella también debe hacer, y que estaba haciendo. Ella me mordía la oreja y se reía. «Qué», le dije yo. «Qué», le decía. Y estaba todo oscuro, todo en silencio, regresaba el invierno, el invierno de pronto: todo el frío, y la lluvia. El cansancio, ¿lo ves?

 

 

 

 

LOS SIMPÁTICOS

No puede saberse de qué confín del mundo procedían, ni en qué momento exacto se instalaron entre nosotros. Quizás se trataba de algún país vecino, pero también podía ser alguno lejano, muy lejano, que estuviese inconcebiblemente lejos. Se habían ido introduciendo en nuestras fronteras, acaso sorteando distancias inimaginables, de forma paulatina. No, no, es imposible. ¿Por qué hablan, si no, perfectamente nuestro idioma? Tienen el mismo blando acento que nosotros y comparten nuestra apariencia, así como la forma de vestir. ¿Qué extraña burla es esta?
xxxDe cualquier forma, un día ya estaban ahí. Y eran simpáticos, mucho. Gente encantadora. Traían ideas nuevas, un mundo complejo y fascinante consigo, aunque también necesitaban considerar los puntos de vista de los demás, se notaba que resultaba vital para ellos. Escuchaban a todo el mundo con gran atención y uno se sentía bien porque parecían interesarse de verdad por quien tenían delante, así como por todo aquello que tú pudieses aportarles, tu diferencia.
xxxHubo una época de transición y desconcierto en la que nadie supo a qué atenerse. Si hoy preguntas por aquellos días, todos se encogerán de hombros y te preguntarán de qué estás hablando. Lo harán sin acritud, con una sonrisa franca y amable, y se esforzarán por escucharte aunque acabarán haciéndote ver de forma sutil, como quien elude una amenaza simplemente ignorándola, que no tienes razón. Y que si la tuvieras tampoco importaría gran cosa, que qué más da todo eso ahora porque ellos, los simpáticos, están para quedarse y eso es lo que importa.
xxxMe había demorado en salir de mi propio estado de miedo y confusión, de desconcierto: tardé en darme cuenta. Fue una mañana, de repente; ejerciendo cualquier gesto mecánico y cotidiano, desayunando o afeitándome, no sé, no lo recuerdo, pero sí recuerdo que me asaltó la idea, una intuición.
xxxUna intuición que ha resultado cierta, y es una certeza devastadora.
xxxLa de que aquella simpatía se contagiaba.
xxxY lo sigue haciendo, si no se ha consumado ya el contagio.
xxxCómo no iba a ser así, con ese carácter natural suyo, toda esa simpatía. A quienes no les son afines, les respetan tanto como si lo fueran y ni siquiera les evitan; les escuchan siempre que estos, venciendo sus primeras reticencias, se hacen escuchar. Hasta el individuo más tosco y brutal, sobre todo alguien así, tan solitario, gusta de que lo escuchen.
xxxPuede que no estén de acuerdo en muchas cosas, puede que no lo estén en nada. Pero los simpáticos no van a dejar nunca de escuchar a todo el mundo. Y hacerle ver que, aunque sus distancias parezcan irreconciliables, ellos no van a perder la esperanza que para el futuro supone sentarse los unos frente a los otros y escucharse con gran, gran atención.
xxxEscuchar, sopesar y valorar sus razones.
xxxHuelga decir que hasta la secta de los no afines, bastante numerosa en un principio, ha acabado asumiendo, acaso sin percatarse del todo, pero de forma irrevocable, el saber escuchar de sus contrincantes; un maldito, insensato respeto que ponen luego en práctica con cualquiera que se les cruce en su camino.
xxxY así esta larga cadena de mimetismo se perpetúa en nuestras calles, nuestras tiendas, nuestros trabajos y nuestros hogares, y yo regreso a casa después de días que me resultan largos, muy largos, pero las noches son aún peores pues son noches de miedo y agarrotamiento, noches de pura pesadilla.
xxxSé que no estoy solo, que ahí afuera hay más individuos que, como yo, se sienten al margen de este nuevo mundo de felicidad, esta epidemia laboriosa. No nos cuesta trabajo reconocernos, no se nos puede escapar ese mutuo recelo en las miradas, la manera en que evitamos la luz directa o las avenidas principales. Nos delatamos entre nosotros con los gestos sincopados e inseguros de quien teme, en cualquier momento, ser reconocido. Pero hace tiempo que no hablamos, no nos decimos nada: bajamos la cabeza y seguimos nuestro camino, para qué profundizar, y hundirnos, más allá de esa superficie, de la constatación de que todavía resistimos. Sí sabemos que, tarde o temprano, también nosotros vamos a caer; de poco nos servirá atrincherarnos juntos, relacionarnos entre nosotros conduciría inexorablemente a acabar adoptando las formas de ellos, su saber estar, esa seguridad en el hacer y su admirable asunción del mundo y de su compleja constelación de diferencias.
xxxSu simpatía.
xxxLos últimos que quedan se van transformando también y yo aguardo encerrado en mi pequeño ático mi caída. Al menos, sé que consistirá en una batalla rápida, limpia y sin dolor.
xxxCuando termine, voy a ser alguien bastante mejor.
xxxLlaman a la puerta y mi momento ha llegado, me llaman por mi nombre, no respondo. Frente a mis previsiones, no insisten y se marchan. A los dos días, suena el teléfono y no lo cojo. Tras cinco o seis timbrazos, el aparato enmudece.
xxxY no me vuelven a llamar. ¿Por qué no insisten? ¿Cuánto tiempo llevo encerrado aquí sin que nadie se preocupe por ganarme para la causa? Los días siguen transcurriendo. Y las semanas. Miro a través de la ventana para constatar que afuera hay todo un mundo nuevo que funciona a las mil maravillas prescindiendo de mí. Y siguen sucediéndose sin mí los días, las semanas, hasta que dejo de contarlas. Una mañana salgo a la calle con la misma naturalidad con la que lo hice alguna vez, hace ya tanto que pareciera una vida anterior; abro la puerta de afuera como un gesto que hubiera estado repitiendo hasta ayer mismo, como desayunar, como afeitarme.
xxxNo tardan en aparecer conocidos que me saludan sin sorprenderse, aunque me preguntan que qué he estado haciendo todo este tiempo, que dónde he estado. Y yo, entre lágrimas, mareado y confundido por la luz del sol, por todo ese espacio abierto al fin para mí, abrazo a unos y a otros.
xxxLos abrazo a todos.
xxx—Siempre he estado aquí —confieso—, entre vosotros, con vosotros, ¡siempre he estado aquí!
xxxDigo y río con emoción porque comprendo que ya soy uno de ellos, que estoy al fin salvado.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

LA CONSTRUCCIÓN DIARIA DEL AMOR & CATÁLOGO DE PATOLOGÍAS

 

VIDA EN LOS CUADERNOS

El joven que quiere ser escritor escribe en su cuaderno «una mujer desnuda» y la novia del joven siente, al leerlo, una vergüenza instantánea: sabe que es ella misma quien yace allí, desnuda, en el cuaderno.

 

 

 

 

EN SU CASA

Me la encontré desnuda en la puerta de su edificio, parecía buscar algo en el suelo y también en las paredes de la calle. Me dijo que había bajado a sacar la basura, me dijo que hacía mucho calor pero yo repuse que estábamos en diciembre, ella dijo que se alegraba de verme porque no había nadie en la ciudad, que todo estaba desierto desde hacía días y que creyó que se iba a volver loca. Pero había gente en su calle, como queriendo ahorrarme la necesidad de explicarle; nos miraban con alarma, la hice pasar al edificio y subimos hasta su casa.
xxxLa senté en el sofá y cubrí su cuerpo con una manta. Encendí las calefacciones y fui a la cocina para calentar agua y hacer té. Cuando volví al salón se había vestido y había encendido la televisión. Dijo que estaba hambrienta, que tenía frío. Subí la temperatura de las calefacciones y con el agua del fuego hice sopa. Mientras ella tomaba la sopa en silencio, absorta en la televisión, yo sentí calor, mucho calor: aún no me había quitado el abrigo. Pero lo hice y seguía teniendo calor. Me quedé en camiseta y después en ropa interior. Ella me preguntó si quería un té o un café. Le dije que no quería nada, miré la televisión y fui quedándome embobado con aquello que podía verse en la pantalla, gente hablando en torno de una mesa, gente hablando al mismo tiempo y gritándose entre sí, y un moderador que gritaba, a su vez, a todos ellos y también hacia el público.
xxxFue a la cocina y volvió al rato con un café, yo me sorprendí a través de su sorpresa cuando ella comprobó que me había quedado desnudo. Trató de entablar conversación conmigo pero de forma infructuosa, yo seguía absorto en aquel programa aunque sin enterarme de lo que sucedía, quizás más pendiente de mis pensamientos, fueran los que fueran. Le respondía apenas con monosílabos, por lo que se sentó delante de su ordenador y empezó a escribir, primero despacio pero después más animada y febril, se embebió tanto y disfrutó de tal forma con lo que escribía que empezó a reír. Al programa que yo veía le llegó su pausa para la publicidad y me levanté del sofá, con una enorme erección. Reí contagiado con la risa de ella, dejándome arrastrar, al fin, por ella.
xxx«Ahora yo soy la dueña del relato», me dijo triunfante, arrebatada por el ritmo de las ideas que tecleaba. Y siguió riendo, y yo reí con ella.

 

 

 

 

GENTE QUE CAE

Alguien cayó al suelo y me asusté. Tan largo como era, pero demasiado despacio. Como ofreciendo mucha resistencia al aire y a la gravedad, en su caída. Cuando aquel cuerpo terminó de derrumbarse, mi alarma fue aún mayor: quedó desarticulado como un guiñapo. Una o dos de sus torsiones finales me confirmaban la monstruosidad de lo que estaba presenciando.
xxxAunque estaba quieto ya, temí acercarme. Debajo de la ropa, ese cuerpo se desinflaba. Como si se desintegrara. Cuando por fin me aproximé, comprendí que aquello era, en realidad, solo un montón de ropa. No hubo nunca un cuerpo, allí debajo.
xxxSiempre que quede claro que se trataba de ropa sin gente, debo decir que continuó cayendo gente alrededor, bastante tiempo. Mucha gente, ropa sin gente. Qué ilusión más absurda, la de mi percepción. Pero me sorprendí afirmando —aferrándome a— mi verticalidad respecto todo lo demás: aquello que me rodeaba.
xxxMe repetía: no, no estoy cayendo. Después palpé mis ropas para comprobar que yo aún estaba ahí. Pero descubro que no tengo ropa puesta: estoy desnudo.
xxxAunque estoy solo, ahí en la calle, tengo un ataque de pudor. Considero un instante si coger algunas de esas prendas y cubrirme. Pero mi vergüenza crece, ahora me siento culpable. Y me alejo corriendo.

 

 

 

 

ADELGAZAR PARA PATRICIA

Siempre quise acostarme con Patricia. Patricia la monumental, el espectáculo ambulante, la catedral con piernas de la lascivia concebida como devoción. Carnes fantásticas en su turbadora prodigalidad, una materia ágil y bamboleante, eternamente en movimiento: huyendo siempre lejos, siempre más allá de mi alcance. ¿Cómo no iba a desearla? Pero a ella le gustaban los hombres delgados, muy delgados, todo lo contrario que yo.
xxxPor lo que me puse a dieta, estricta como mi deseo. En mis largas noches de hambre y de deseo, yo soñaba con ser merecedor, al fin, de su abrazo. ¡Lo iba a conseguir!, pensaba en mi delirio, porque ese no comer me sumía en un mundo muy leve donde nada pesaba. Era otra dimensión. Perdiendo toda esa carne y alejándome de la materia, empezando por mi misma carne —más leve, menos obvia cada vez—, había descubierto la espiritualidad. El tiempo y el espacio se me difuminaban mientras yo la buscaba todavía, acaso por inercia, en los mismos bares y discotecas. Hasta que una noche se me acercó. Me contemplaba, admirativa. Y sí, me señaló. Era mi turno. Me temblaban las piernas de pura inanición, más que de nervios o deseo. Se me acercó y allí, en la barra, nos besamos.
xxx—Chico, qué ímpetu —me dijo.
xxxLa callé reanudando mi demorado beso. Antes de darme cuenta, seguíamos besándonos y devorándonos dentro de un coche: mi debilidad física hacía del tiempo una sustancia maleable sobre la que yo flotaba alígero. Enfebrecido como estaba, tuve que esforzarme por volver a la realidad, reconocer un tiempo fijo, estable en mi percepción, para la noche en la que, al fin, ella se me rendía.
xxxEscupí un trozo de labio y los colores de la noche regresaron a mí. En esa oscuridad. Colores teñidos de sangre.
xxxComencé a comprender.
xxxEn mi boca tenía aún un pedazo grande y carnoso de ella, la mitad de su boca. Me retiré espantado de su abrazo, un abrazo inerte que me atenazaba solo por el peso de su cuerpo muerto. Miré a mi deseada: uno de sus pechos había desaparecido hacía rato, así como la mayor parte de su abdomen: sus costillas afloraban bajo la indudable marca de mis mordiscos.
xxxOjalá todo aquello fuese lo primero que de ella devoré, así habría muerto sin la injusta demora que le habría impuesto el hecho de que comenzara a comérmela por la pierna y el brazo que le colgaron, solo cubiertos a medias por hilachos de carne también mordisqueada, cuando abrí la puerta del coche. Solo ahora, oficial, que han vuelto a alimentarme con regularidad en mi celda, tengo la posibilidad de ser consciente de mi crimen. Y créame que lo detesto. Patricia, ¡oh, Patricia! Detesto cómo ahora ya eres carne de mi carne y me atas a esa materia de la que he querido huir. Ya no seré nunca el espíritu ligero que me enseñaste a ser, no voy a serlo nunca más.

 

 

 

 

LA CENA

Me costó bastante adelgazar, aproximadamente nueve meses de verdura y ensaladas, de gazpacho, alguna pequeña rebanada de paté de vez en cuando, muy de vez en cuando. Cuando por fin lo conseguí, solo me quedaba lanzarme a por una mujer. Que encontré casi en el mismo momento en que decidí que ya estaba físicamente preparado. Fue en la calle, prácticamente bajo mi casa. Se me quedó mirando de forma descarada: normal, me había estado cuidando mucho. Quedamos esa noche, le dije que si para cenar, por recurrir al tópico, ¿qué otra cosa podía proponerle?, nunca tuve mucha imaginación. Lo importante es que ella respondió que sí, que por supuesto. Se me comía con la mirada, creo.
xxxY así llegamos hasta ahora, que estamos en este restaurante italiano. Ella no deja de pedir un plato tras otro y yo me aflojo la corbata por el calor, ¿no hay aire acondicionado en este maldito sitio? Miro a mi alrededor: los adolescentes que nos rodean no parecen sufrir menoscabo alguno por la temperatura y devoran ufanos, sin asomo de sudor alguno en sus rostros, sus trozos de pizza, sus ensaladas césar, sus raviolis. «Este solomillo te va a encantar», aventura ella, que tampoco parece sudar, que hace sonar sus carcajadas estentóreas una y otra vez, también mientras la camarera hace sitio para el solomillo, para los tomates con mozzarella, para el provolone, desalojando los otros platos ya vacíos.
xxxPaso de nuevo la servilleta por mi frente, también me seco la nuca; ¿nunca cesarán estos ríos de sudor? Pronto aflojaré mi cinturón. hago esfuerzos por tragar, por sonreír. Antes de que la camarera termine de salir del comedor, mi compañera de mesa le grita que unos gnocchi, que unos tallarines, que un poco más de parmesano. Los adolescentes nos miran. Yo, por si acaso, sonrío.
xxxCreo que voy a desvanecerme, pero prefiero no pensar en ello; aprieto mi servilleta bajo la mesa con el puño, sin que nadie pueda verme. Con la otra mano agarro mi tenedor, lo aprieto entre mis dedos; miro a mi comensal, sonrío: sigo comiendo.

 

 

 

 

SOFÍA Y YO

Lo cierto es que me había enamorado de Sofía, y por mucho que sopesara todas las dificultades a las que nuestra relación debía enfrentarse, no tenía más remedio que lidiar con ellas y salir adelante. Pues Sofía era presentadora de televisión y, por lo que a mí respecta, vivía dentro del aparato.
xxxElla no debía tener nada que ver con la persona de carne y hueso que, a cientos de kilómetros de distancia, la encarnaba en pantalla. Si mi Sofía era elegante y cuidadosa al dar las noticias más terrbles o anodinas, la Sofía real bien podía tratarse de alguien zafio y brutal; si daba el parte meteorológico con sofisticado humor y distinguida dicción, la Sofía real bien podía jurar y maldecir como un camionero, no distinguir una isobara de una alambrada en un estado de excepción. Si su sonrisa pixelada era seductora, cálida y franca sin ocultar su último misterio, su carácter real bien podía ser destemplado y caprichoso en el peor sentido; mezquino, insoportable.
xxxCompro en su día el aparato del día; consigo cables, parabólicas, antenas nuevas. Y renovamos a menudo su carcasa: el último modelo siempre. Sí, estaba enamorado. Y estaba dispuesto a proclamarlo más allá de las paredes de nuestro hogar, entre las calles y el pasmo de nuestros vecinos. Para que nos diese el aire, sacaba el aparato sobre una mesa con ruedas y lo arrastraba adonde quiera que nos apeteciese prolongar nuestros paseos románticos. Lo que durase nuestra batería de luz. No nos importaba que nos mirasen raro en las confiterías y las terrazas, que susurrasen a nuestras espaldas mientras recorríamos los pasillos de grandes almacenes y bulevares. Sofía brillaba para mí, hablaba para mí, solo a mí me dedicaba sus hipnóticas miradas.
xxxEstoy enamorado de Sofía. Los que no nos entienden son los que fueron ciegos siempre. Encienden su receptor y creen matar con ello el tiempo, sin saber que así lo crean, que sucede ante ellos sin que puedan pasmarse ante el milagro. Por esa razón, de entre los millones de personas que la ven, solo a mí me habla, para mí son todos los mensajes de amor secretos, las claves que descifro con paciencia, aquellas que hablan de un mundo en el que finalmente todos nuestros semejantes habrán desaparecido, incluida la Sofía real. Y la verdadera Sofía, la del televisor, dejará que arrastre el carrito que porta el aparato a través de las ruinas de un mundo antiguo, que feneció por no entendernos.
xxxNo estoy loco, quizás el mundo no acabe nunca. En ese caso, con suerte, acabaré yo antes que ella. y si es ella quien lo hace, el día que se apague para siempre, en mi vida quedará tan solo nieve y un ruido monocorde de estática final y sin sentido.

 

 

 

 

FIN DE LA JUVENTUD

Salí pero no para emborracharme, aunque lo hice. Para que me diese el aire, aunque acabé confinado en sucesivos tugurios de viciado aire: luces estroboscópicas, ruidos atronadores. Cuando se me acercó Patricia pensaba en todo eso, en cómo me aburría después de una juventud desperdiciada entre los espejismos de la juventud y también en que, al fin y al cabo, no se estaba tan mal envuelto en ellos.
xxxSiempre tuve un sentido protocolario, en última instancia rutinario, con carácter de obligación social, de la salida y del alcohol. No hay muchas más opciones, acaso, para una juventud sin imaginación en una ciudad pequeña. De cualquier forma se acercaba el final de mi juventud, pensé exageradamente. Y allí estaba ella: me puse firme, o fingía no estarlo para estarlo más que nunca. Pensaba en la juventud al mirarla y era como si todos mis boletos perdedores hubiesen revalidado de un golpe de mano su curso legal, tras sus derrotas del pasado, para volver a probar suerte. La miré y ella me sonrió, o quizás fue al revés. Después nos fuimos juntos.
xxxSi le preguntáis negará que nos conociésemos de esa forma. Vivimos en una casa enorme, una casa enorme en una ciudad pequeña. Aún no esperamos hijos, todavía creo ser joven. Ella aún espera su golpe de suerte y yo, a ratos, siempre a sus espaldas, echo algún que otro trago.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

ASÍ ME QUEDÉ SIN CONVERSACIÓN

 

LA FRASE

Se me había ocurrido una frase fantástica. La puse en las redes sociales y en algunos foros de Internet. Mi éxito fue instantáneo, ¡nunca nada dicho por mí había gustado tanto, ni fue tan celebrado ni citado o compartido por extraños! La cosa no terminó ahí, poco más tarde me reuní con los compañeros de trabajo durante el almuerzo y aguardé el mejor momento para decir mi frase. Como si se tratase de algo que se me acababa de ocurrir, y tratando de no darle mayor importancia. ¡Menuda sensación la que provoqué! Todos me miraban impresionados y celebraban mi ocurrencia. De vuelta a los despachos, caminaba por los pasillos que forman las mesas envuelto en un silencio augusto, muy solemne, mientras mi frase se repetía junto al nombre de su autor, es decir yo, como un eco en boca del resto del personal.
xxxEsa tarde llamé a mis amigos, uno tras otro, por teléfono. Después de preparar el terreno con menudencias, soltaba mi frase. Luego llamé a mi familia, ¡ay, qué poco les llamo! También en la cola del supermercado, con aire distraído y para que me oyeran bien cajeras y clientes; en las ventanillas de los funcionarios, como broma casual; mientras el autobús nos llevaba a todos aquellos desconocidos y a mí a alguna parte mucho menos lustrosa que mi frase… Fueron tres o cuatro días de inaudita alegría, acaso la cumbre de mi vida social.
xxxMi inteligencia nunca me había llevado tan lejos, pensé. Pero pensé también: ¿volverá a hacerlo en el futuro? ¿Será capaz de brindarme otra frase así? Porque todos conocen ya mi frase, mi famosa frase. ¿No debería poner manos a la obra, para encontrar otra y prolongar, así, mi éxito?
xxxY lo intenté.
xxxPero no se me ocurría nada.
xxxSigue sin ocurrírseme. Y mira que lo intento, todavía.
xxxTodos, de cualquier forma, parecen haber olvidado el alborozo que mi frase les causó. ¿Es posible que se haya apagado, junto con su alegría y su admiración, el recuerdo de mi frase? Acaso, de forma periódica, pudiese repetirla y regresar al éxito y la consideración de los demás, de vez en cuando. Pero no ha funcionado: algunas sonrisas forzadas y un progresivo, un creciente aire de hastío es todo lo que consigo generar a mi alrededor.
xxxAsí que desisto de repetirla. Lo conseguí una vez, pienso tratando de animarme para seguir nadando en medio de este océano de días repetidos, toda esta indiferencia. Insisto: he desistido de ella, trato de olvidarla. He vuelto a mis frases banales, tan corrientes. Y he regresado, sobre todo, a mi silencio. Réplicas anodinas, en el mejor de los casos, para las conversaciones en que logro deslizarme y en las que, a duras penas, me dejan participar.

 

 

 

 

UN GORRIÓN EN MI CARTERA

Tengo un gorrión en la cartera. Lo cuido, lo alimento, y él jamás se va aunque siempre dejo la cremallera abierta. Hay espacio suficiente, hace tiempo que no llevo otra cosa, en mi cartera, más que mi gorrión. Cuando salgo de casa meto al pájaro dentro de la bolsa, la cuelgo de mi hombro y voy con ella a todas partes.
xxxMiro a menudo en su interior y el ave me devuelve la mirada. Solo sufro en las aglomeraciones, con cualquier empellón que alguien me propine en la cola de alguna caja o en los bares, en el metro, camino del trabajo…; en toda circunstancia donde pueda sufrir daño mi pequeño gorrión.
xxxSé que resulta extraño. Me cuesta, aquí y ahora, confesarlo. Hubo un tiempo en que creí que era normal, que todos ocultaban y llevaban encima alguna clase de animal, un diminuto ser en sus mochilas o en sus bolsos, sus maletas, incluso en sus bolsillos. Por eso alojé a mi pequeño gorrión en mi cartera. Cuando me di cuenta de que nadie, en realidad, llevaba ningún animal encima, era tarde: le había tomado cariño, no podía deshacerme de él. Solo le rogaba que fuese silencioso para que mantuviéramos en secreto su presencia constante, junto a mí; que por ejemplo no cantase —odio que me evidencien y llamar la atención— y que aguardara a que estuviésemos solos para salir, cantar y aletear sin obstáculos.
xxxPero tardé, como digo, en saber la verdad. Porque creía que los otros manejaban este asunto con gran discreción, yo los imitaba. Trataba de conducirme con sigilo, o así lo intenté, al menos, hasta aquel día. Pero ese día hubo un imprevisto. Me cazaron. Siento gran repugnancia al relatarlo, pero quizás sirva a alguien y a un futuro, espero que mejor, esta tragedia. Alguien se me acercó en el andén del metro, dispuesto a resolver de manera directa la sospecha que a todas luces y por su expresión le corroía. «Qué lleva usted en esa bolsa», me espetó. Negué con la cabeza. Dije no, oh no, ¡no llevo nada!
xxx—¡Usted está mintiendo! —proclamó asiendo mi cartera de repente. Traté de liberarme de su presa, mientras el resto de gente nos observaba. ¡Todos provistos de carteras y bolsas, de mochilas, maletas! ¡Y los asían muy cerca de sí, yo aún creía que con ánimo protector!
xxx—Por favor, no lo haga —rogué inútilmente, porque aquel hombre seguía forcejeando con gran violencia para arrebatarme la cartera—, ¡es solo un pajarillo inofensivo, una bestia inocente como aquella que ustedes esconden para sí!
xxxY mientras me revolvía y lloraba, todos pudieron escucharlo. ¡Ponían cara de estar en presencia de un loco! ¡Incluso muchos se reían!
xxxAh, ja, ja, ja, qué pobre loco, pensaban ¡Podía oírlos! ¡Oír sus pensamientos!
xxx¡Es solo un animal!, repito entre sollozos mientras el tipo estruja mi cartera sin ningún miramiento. ¡Y mi gorrión pía desesperado! ¡Este señor lo está matando con sus empujones! ¿Pero es que no lo oye?, me lamento tratando de hacerle comprender.
xxxEs demasiado tarde. Todo ha sucedido rápido. Mi pájaro debe de estar muerto. La cinta para el hombro de mi cartera se ha roto, y el señor la arroja con furia al suelo. Porque la llevo abierta, todos esperan con sorna a que mi pajarillo salga volando o, más probablemente, que emerja moribundo.
xxxMi pequeño gorrión.
xxxNada de eso sucede. Y el desprecio burlón con el que me miraban se ha transformado en lástima y en incomodidad, después de que hayan comprobado el alcance de mi desconsuelo. ¡Lo han matado! ¡Ustedes lo han matado!, rujo, y ellos palpan, por una absurda inercia, sus carteras y bolsos, sus maletas, sus mochilas; incluso el agresor.
xxxLa incredulidad de todos es absoluta, cuando comprueban que hay sangre en sus manos. La misma sangre que gotea de sus bolsos y forma charcos en el suelo.
xxxHay sangre en sus manos y en el suelo y hay horror en sus rostros, mientras yo continúo sollozando sin consuelo posible.

 

 

 

 

IMAGINABA UN LAGO

Imaginaba un lago y le faltaba oxígeno.
xxxSus familiares subían la escalera a toda prisa y corrían hacia su dormitorio, alertados por sus gritos y por un ruido extraño, inexplicable allí dentro, como de chapoteo.

 

 

 

 

NO, NO ERA DIVERTIDO EN ABSOLUTO

Puso un estado en Facebook muy gracioso, o al menos a mí me lo parecía, no podía parar de reír, tardé un rato en dejar de hacerlo. Fui a darle al emoticono de medivierte, pero vi que nadie lo había hecho antes que yo: decenas de megusta, muchos, muchos meencanta, pero ningún medivierte. Y esto, claro, me hizo dudar. Pero, ¿por qué había de dudar? ¿No me había reído muchísimo? ¿Qué podían tener de malo todas esas risas mías, tan reparadoras y llenas de una sana franqueza? ¿Por qué, sin embargo, a nadie le pareció gracioso antes que a mí? Me retiré de la pantalla del ordenador, desorientado, y le di vueltas a todo aquello. Básicamente, volví a considerar aquel estado, era tan… Sí, lo era: gracioso, muy gracioso. Traté de recordar las palabras exactas y acabé regresando al ordenador. Lo releí y, antes de darme cuenta, ya estaba otra vez riendo, riendo sin parar. Me limpié las lágrimas que bañaban mis ojos de tanto reír y le di al medivierte sin pensarlo más. Después actualicé la página y traté de leer los nuevos estados de la gente, las nuevas noticias que los demás enlazaban y comentaban, las nuevas bromas y ocurrencias, las nuevas reflexiones al hilo de la actualidad o del azar en las vidas de mis contactos. Pero no podía dejar de pensar en ese estado. ¿Y si a los demás no les parecía gracioso? Una pregunta fuera de lugar, nadie había indicado que le divirtiese. Pero, ¿por qué? Busqué de nuevo aquel estado, quizás mi medivierte había animado a alguien más a secundarme. No, nadie lo había hecho. Algún nuevo megusta, creo, se había añadido al marcador inferior. Tampoco puedo estar seguro. ¿A qué se debía esa tensión que, de pronto, parecía formarse en torno al estado? Pero se trataba de otra pregunta ociosa, pues ¿trataba de considerar que mi medivierte era responsable de alguna clase de tensión? Estaba llevando demasiado lejos mi imaginación, a todas luces delirante. Cerré definitivamente la página de facebook y me levanté de la mesa dispuesto a enfrentar algunas de mis responsabilidades para el resto de la tarde. Las hice como pude. Sí, las hice. Pero sin dejar de pensar en aquel estado, en mi respuesta, probablemente inadecuada, a aquel estado. Más que inadecuada, fuera de lugar. Irresponsable, inaceptable, acaso monstruosa.
xxxSon ya más de las tres de la mañana y sigo aquí delante del ordenador. Con la página de Facebook abierta por aquel estado en cuyo marcador mi mirada vidriosa sigue fija, esperando inútilmente la llegada de otro medivierte, siquiera de alguna otra reacción más ajustada a su verdadera intención, más normal, que reanude la actividad de unas palabras que solo yo debo de haber malentendido y, por lo tanto, arruinado. Pero sigue pasando el tiempo y nada de esto sucede. Pasan ya de las cuatro de la mañana. De hecho, queda muy poco para que el reloj marque las cinco. Tal y como ha ido desarrollándose la madrugada, sé que pronto serán las seis, las siete de la mañana. Y llegará así el momento de marcharme al trabajo, y no habré dormido nada. ¿Cómo podré explicar allí el motivo de mi desazón, que me haya presentado hoy en estas condiciones lamentables? Seguramente llevaré marcados en la cara los motivos de mi vergüenza y mi ignominia, aquella a la que he arrastrado al inocente autor de ese estado y también al resto de sus contactos que, inadvertidos, reaccionaron ante él con despreocupación, según el verdadero sentido de aquellas palabras, antes de que yo haya destruido para siempre, como en un juego de fichas de dominó terrorífico, su crédito y sus vidas. Dudo que nadie vaya a perdonar la monstruosidad en la que voy a vivir sumido a partir de ahora, después de haberle dado de forma tan irresponsable, tan irreparable, a ese estúpido y lamentable, sonriente y demoníaco emoticono.

 

 

 

 

LOS SILENCIOSOS

Los vemos acercarse y sentimos un odio natural y consecuente contra ellos, los silenciosos. Con su conducta incomprensible no hacen más que evidenciar el ruido constante y desagradable en que vivimos envueltos y que imponemos de manera abusiva a quienes nos rodean.
xxxPedantes del demonio, malditos pretenciosos. ¿Qué buscan con todo ese silencio, hacerse los interesantes?
xxxPrimero se trató de una modalidad igualmente siniestra, aunque algo atenuada todavía, de una falta absoluta de locuacidad. Pero pronto ingresaron en el silencio hermético que les caracteriza.
xxxHemos de suponer que hablan con cierta prodigalidad en la más estricta intimidad, para resolver de esta forma sus asuntos. Son parcos al manifestarse en público, cuando lo hacen. Hemos de suponer que entre los suyos, en privado, se extienden en largas conversaciones que a los demás quedan vedadas; reservan sus asuntos más íntimos para los pocos próximos, ¿por qué los sienten tan decisivos, tan importantes se consideran? Qué poco natural tendencia es esa, qué siniestra conspiración, ¿acaso no tienen futilidades para compartir con los desconocidos, equivocadas opiniones —por vergonzosas que resulten— que los expongan a ser, simplemente, humanos y falibles?
xxx¿Por qué solo nosotros debemos ser ridículos?
xxx¿Y ellos van a hacernos creer de esa manera cobarde y silenciosa que les caracteriza que son mejores que nosotros?
xxxUno de estos nuevos pretendidos aristócratas del estar ahí callados, tan callados, se atrevió no hace mucho a rogar a sus compañeros de viaje en un autobús, con desfachatez indecente, más inaudita aún en su infame mascarada de cortesía exquisita, que moderaran el volumen de sus voces y sus móviles. Y una señora, muy acertadamente, le recordó aquel viejo dicho italiano de la maldad de los que hablan bajito.
xxxFue así puesto en su sitio ese silencioso entrometido, que volvió a cerrar la boca derrotado.
xxxHubo un tiempo en que fueron mayoría y esos estúpidos cantamañanas que sacan conclusiones con palabras altisonantes para dárselas de sabios y filósofos decían que por fin había llegado el momento en que nuestro país, tradicionalmente atrasado e incluso intratable, empezaba —siempre según ellos— a civilizarse. La entropía social, que difumina, cuando se dan, sus estiradas formas; la que nivela de una forma deseable tales formas y nos constituye en sana y vulgar, coloradota y muy ruidosa fraternidad, ha mermado mucho sus filas. Pero todavía quedan muchos, demasiados.
xxxAvanzan por las calles ufanos, con esa tranquila, pretendidamente santa falta de estropicio. Y no hay cacofonía que los manche. Como Jesucristo sobre las aguas, ellos caminan sobre la superficie de cualesquier coprolalias. No, noli se tangere. Y a nosotros nos gustaría arrastrarlos hasta el fondo de nuestra cháchara para restregarles sus rostros impolutos, por no decir inexpresivos, en el fango de la palabra que no cesa de decir lo que quiere decir, que no es más que cualquier cosa: nuestras ganas de que se nos oiga en cualquier momento o lugar, nuestra inacabable estupidez.
xxxAfortunadamente, todo regresa al lugar que le corresponde. Nuestro futuro, dijo alguna vez un sabio muy antiguo, reside en nuestro origen. Esa es la esencia de las cosas y emerge aún más terca cuando más trate uno de ahogarla, de ocultarla. Y nuestra esencia es el ruido, el ruido, un incesante ruido. Una civilización de puro ruido. Voces que se elevan y gritan sin porqué, jamás para escucharse entre ellas, que en todo caso solo lo hacen soliviantarse y encender la excitación bronca que nos constituye y nos gusta.
xxxNosotros ocupamos los vagones de tenes y de metros charlando de forma estentórea a dos, tres, cinco, siete bandas; proclamamos nuestros asuntos, nuestras opiniones y nuestras fobias, nuestras preocupaciones y también nuestras intimidades, con la sana franqueza de quien no tiene nada de lo que avergonzarse.
xxxNo, no tenemos nada, absolutamente nada que esconder.
xxxHablamos a gritos por nuestros móviles en las salas de espera de hospitales o despachos de la administración; nuestros móviles que nos avisan de nuestra constante hermandad con otros semejantes mediante músicas estruendosas y a todo volumen, que no se avergüenzan de la sagrada misión que llevan a cabo: permitir que estemos conectados todo el tiempo para contarnos nuestras cosas, hasta las más nimias —sobre todo las nimias, las banales, y también las ofensivas, las gratuitamente ofensivas—, con la pasión de quien dirime el destino del mundo.

 

 

 

 

UN NUEVO Y REVOLUCIONARIO MÉTODO PARA LA ENSEÑANZA DE IDIOMAS

Pertinaz se ha mostrado nuestra amada nación a lo largo de su historia, siempre que hubo que aprender el idioma extranjero. Pero, ¿acaso no aprendemos todos nuestras lenguas respectivas sin aparente dificultad, en nuestros primeros meses y años, de manera natural y de nuestros padres? ¿No habrá mejor forma para que todos nosotros, tercos torpes en el jardín global babélico, reticentes al idioma extraño pero necesario, lo aprendamos más que siendo reducidos de vuelta a nuestra infancia primerísima?
xxxYo pienso dar fe porque fui partícipe del experimento pionero que habrá de terminar con esta maldición, nuestra torpeza idiosincrática. Al principio me resistí, pero pronto me sorprendí sintiéndome muy cómodo en mis nuevas circunstancias. Hace ya dos o tres horas que hemos sido abandonados a nuestra suerte, en el jardín de juegos, yo y mis nuevos compañeros: un calvo y muy grueso jefe de ventas de una empresa de gazpacho envasado; una antipática y muy estirada directora de una red nacional de gabinetes psicopedagógicos; un prematuramente envejecido profesor de economía de universidad; un sociable y también muy gordo tornero fresador… Vale, solo he empezado a fijarme en los más gordos, quizás porque yo soy muy flaco. Llega hasta la sala infantil otra remesa de estudiantes del idioma y ya parecen todos ser flacos, como yo. No hablamos entre nosotros más que con balbuceos y muy infantiles empellones, tal y como hemos sido conminados.
xxxEl tiempo comienza a pasar de manera distinta, supongo que como debe de transcurrir para la percepción inmediata, cuasi animal, de los bebés. Los gorjeos dan paso a algún llanto aquí y allá, entre mis compañeros. Se trata de parejas jóvenes, o al menos jóvenes según nuestros nuevos estándares en los que la juventud dura hasta la repentina ancianidad: cuerpos esbeltos, muy delgados, que confunden la elegancia con la malnutrición deliberada, y que a continuación harán un gran contraste cuando la cabeza se gire y ese cuerpo de apariencia adolescente se muestre monstruoso con su rostro cuarentón o cincuentón.
xxx—¿Cómo pudimos empezar de manera tan torpe nuestra casa por el tejado? —preguntó de repente uno de aquellos flacos envejecidos, de cuerpo pseudoadolescente, señalando su ajada testa. Ha contravenido las reglas al hablar, y alguien propina un collejón en su cabeza; es una de las madres, que empiezan ya a entrar y ocupan su lugar en la sala.
xxxNuestros papás y mamás impostados acarician nuestras cabezas con amor y nos persiguen de la misma forma que nosotros los perseguimos a ellos: a cuatro patas, muy ronroneantes y amorosos.Uno de los papás comienza a hablar y su locuacidad parece tímida y forzada, un defecto inherente al carácter primerizo, inédito del método. También debe tratarse de su incredulidad, contemplando a todos esos adultos que se comportan como bebés. Pero nuestro progenitor supuesto se sobrepone pronto y nos canta hermosas nanas en la perseguida lengua, aderezadas con más rudimentarias frases dotadas ya del acento extranjero, a pesar de ser primigenias: nos suenan a maná en el idioma deseado que pronto será nuestro desde su misma y secreta raíz:
xxx—Mamá, mamá, mamá me mima. Amo a mamá, ama a mamá, mamá y papá. Papá, papá. Gu-gu, gu-gú, gu-gúuuuu…
xxxPorque yo me resistía, la amable pareja que iba a encargarse de mí tuvo que servirse de recursos un poco más extremos; ella, en concreto, extrajo de su blusa uno de sus pechos y, sosteniéndolo con dos dedos cual pinzas alrededor del pezón, me lo ofreció para que me sirviese de él.
xxxY yo enrosqué como pude mi desmañada estatura sobre su regazo, y así mamé, gozoso e infantil, propiamente un bebé, de su pecho.
xxxNo sé si puedo calificar de agradable tal experiencia, pero sí supe entonces que el idioma que siempre se me había resistido iba a manar feraz y nutritivo muy pronto, igual que aquella leche, hacia mi boca.

 

 

 

 

SOLDADITO DE PLÁSTICO

Un muñequito soldado permanece en pie, prácticamente imperceptible por sus dimensiones, en medio de la calle. Solo, lejos del regimiento de plástico al que pertenece, se siente al fin salvado. No pueden acusarle de desertor, ha sido el enemigo quien lo ha arrojado aquí, en medio de la acera. La guerra que mantienen es inútil, hace tiempo que lo sospecha: acechar cada noche, siempre muy lentos, demasiado, al enemigo mientras duerme, ¿de qué les ha servido? Jamás lograron sorprenderlo, siempre se les adelantó el amanecer. Ha visto cómo han caído, uno a uno, tantos compañeros… Fundidos por el fuego de una estufa o de un mechero, deformados a mordiscos, decapitados por los dedos gordezuelos de ese niño cruel y sus amigos… ¿No debiera él, ahora, dar gracias por haber sido olvidado lejos del campo de batalla? Pero había oído hablar de otros muñecos y juguetes abandonados a su suerte, sujetos al desgaste y otras tragedias azarosas, más terribles, causadas por ese otro enemigo no menos fabuloso: la intemperie.
xxxAsió su fusil como, de hecho, ya lo estaba haciendo, como siempre lo hizo. Permaneció en su posición, altivo, rígido, con el orgullo que nunca le abandonó. Dispuesto, sí, a librar aquella nueva guerra.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

ESCUELA DE ARTISTAS

 

ÚLTIMA VOLUNTAD

No contenta con otorgarle un talento desmesurado para la música, la naturaleza también le había dotado de una intransigencia feroz hacia los gustos del que debía ser su público. Que el silencio de este hacia su producción se prolongara a lo largo de su vida y su carrera no hizo más que aumentar su singular empeño sobre sus partituras. Desde el amanecer, y hasta altas horas de la noche, tocaba su piano y escribía hileras incesantes de notas, prácticamente sin salir de su estudio. De forma que, cuando murió, los pocos que lo habían visto en los últimos años de su vida —el servicio de la casa, un par de médicos— atestiguaron que su continua inclinación hacia el trabajo lo había dejado encorvado, incluso jorobado.
xxxUno de los criados sabía leer música y había curioseado entre sus papeles, y una tarde silbó alguna tonadilla de su señor fallecido camino de las tabernas del puerto. Hasta las bestias más broncas de esos tugurios quedaron fascinadas con aquella melodía. Pocos días más tarde, nuevas y maravillosas canciones se multiplicaron por la ciudad. Los mismos empresarios que dieron la espalda al maestro en los inicios de su carrera no tardaron en disputarse el acceso a su estudio. En apenas dos meses se estrenarían tres sinfonías y dos óperas en los mejores escenarios del país.
xxxEn medio de la expectación, un periodista dedicó una tarde y una noche a escribir una larga crónica sobre el artista, que publicó al día siguiente y tuvo un gran éxito, aunque el autor no llegó a saberlo: había aparecido muy temprano en las afueras de la ciudad, tras entregar el texto a la rotativa no durmió en toda la noche, y ahora profería un discurso inconexo, presa de una demencia súbita y fulminante: se suicidaría a los dos días en su celda, en un hospital psiquiátrico. Más tarde, se sabría que el impresor que compuso el texto salió justo después a la calle y se arrojó a las ruedas de un carromato de gran tonelaje.
xxxLlegaron las distintas noches de los ansiados estrenos: en el mismo momento en que comenzaban a ejecutarse las piezas maestras, terribles incendios fortuitos fueron prendiendo uno tras otro en los edificios hasta asolarlos. Los supervivientes hablaron de risas terribles que procedían de todas partes, así como de sombras entre las llamas donde había podido distinguirse la silueta jorobada del músico.
xxxQue muriesen en circunstancias igualmente terribles los pocos empresarios, orquestas y cantantes que, a pesar del miedo que ya se propagaba, aún se aprestaron a ensayar otras piezas de aquel ingente legado —accidentes horripilantes, determinados por inexplicables coincidencias, siempre con algún testigo que refería las mismas risas y la misma sombra encorvada— terminó de convencer al país de que la cabezonería del maestro, su determinación a dar la espalda a su público, lo había acompañado más allá del umbral de la muerte.
xxxCientos de manuscritos de papel pautado fueron entregados a las llamas; idéntico destino corrieron los pocos dibujos que, con más imaginación que otra cosa, habían publicado los periódicos para dar rostro a aquel mito que debía desaparecer tan pronto como empezaba a ser forjado.
xxxAños después, aún se daba el caso de algún infeliz que, por conservar en la memoria alguna de las melodías del maestro maldito, cometía la imprudencia de silbarlas en público, siquiera de tararearlas a media voz. Se le degollaba sin miramientos.

 

 

 

 

YO ME QUEDÉ A VIVIR EN EL LENGUAJE

Yo me quedé a vivir un tiempo en el lenguaje. Sentí de esa manera, en mis paseos y bajo mis pies, los sólidos cimientos de la etimología: la rara exactitud de las raíces griegas, la ubicuidad un poco prepotente de la vieja Roma; la música enmarañada y perturbadora de las músicas árabes y hebreas. Arañaba mi cuerpo, cuando yo pasaba, el enramado exótico de la lejana Persia y la violenta sequedad de la cercana África; divisaba también, aquí y allá, de vez en cuando, místicos faros indios, la gravedad primera del sánscrito, y pude oír en la lejanía voces más viejas que Europa.
xxxDespués sentí cómo la flecha del tiempo que me impulsaba cambiaba su curso.
xxxAl fin, los ecos del pasado se van terminando y hay un silencio ahí delante que yo identifico con el futuro. Si en el pasado ha habido las voces discordantes, ruidosas y babélicas, en el futuro no logro oír nada. Y no sé si lo debe interpretar como la página en blanco de lo que debe ser dicho todavía en formas aún inconcebibles, acaso una telepatía que confirma ese silencio, un silencio preñado de ideas y sentimientos proyectados a la velocidad de la luz, la luz del pensamiento, la luz del corazón; o acaso es el silencio de una especie que por fin ha logrado su vieja aspiración de aniquilarse a sí misma.
xxxNo, no estaba equivocado.
xxx¿Había llegado la hora de la telepatía, allí en el demorado calendario futuro?
xxxNo, no, me equivocaba. Yo no podía oír ningún futuro.
xxxEstaba en el pasado como siempre. Y traté de servirme de la ciencia para escapar de allí.
xxxHay quienes creen que la telepatía prescinde del lenguaje y no es así, tal sistema crece y se extiende por los mismos vasos y ramas, desde las mismas raíces del lenguaje. El dolor y la distancia, el órgano y el impulso nervioso. Pero huyo al pensamiento tratando de explicármelo y dejo de oír también hablar a todas aquellas voces antiguas, ya solo me oía a mí mismo. ¿No era ya la hora de salir al presente y escuchar la voz de los otros? Oí el balbuceo de un mono y comprendí que era yo otra vez, que había regresado a la casilla de salida.

 

 

 

 

ILUSTRACIÓN, ROMANTICISMO

Todo el ruido del mundo confluye en una sinfonía, escribió el ilustrado en su último delirio. Y más tarde el romántico, ya sordo, compuso la última, definitiva sinfonía.

 

 

 

 

EL LIBRO QUE ALGUIEN SUBRAYÓ

Tomo prestado un libro de la biblioteca pública y compruebo con fastidio que algún lector previo ha ido subrayando, en casi cada página, sus muchas frases sentenciosas, ciertamente ingeniosas y con indudables atisbos de sensibilidad, de inteligencia o de verdad, pero que acaban pareciéndome, en su acumulación, un exceso de fuegos de artificio. Bueno, no me gusta demasiado, pero tampoco me disgusta lo suficiente como para abandonarlo y sigo navegando sin demasiada curiosidad por su chisporroteante, inocua trama.
xxxA mitad de novela me sorprende descubrir que aquel lector previo dejó de repente de subrayar, lo que me sorprende y me fastidia, y me sorprende ahora, sobre todo, mi fastidio. ¿Por qué dejó de hacerlo? Sigo encontrándome prácticamente en cada página todas aquellas sentencias y frases que, estoy convencido, aquel lector había subrayado si no hubiera sido víctima de su pereza súbita.
xxxAntes de darme cuenta, tengo un lápiz en la mano y sigo leyendo el libro subrayando aquí y allá todo aquello que ese lector que me precedió debía haber subrayado. Y esta también te habría gustado, ¿no es así?, me digo. Y esta, y esta, y esta. Procuro terminar pronto la lectura de aquella novela intrascendente, acelero el pasar de sus páginas conforme me acerco a su final: cuarenta páginas, veinte, diez, cinco, sin dejar de hacer todos aquellos subrayados hasta llegar a la última página, su última palabra, momento en que corro a la biblioteca para devolver aquel libro fastidioso, ya terminado de subrayar, y olvidarme, librarme de una vez de él.

 

 

 

 

ILUSIONISTA

Un mago y su prodigio: hacer que aparezcan o desaparezcan del escenario objetos, animales, un ayudante, algún que otro miembro de su público. Él tenía un talento diferente, pues solo podía hacer que fuese él mismo quien desapareciera; de una forma tan absoluta que sus espectadores jamás se hartaban de su número: también lograba desparecer de la memoria de todos.
xxxPor eso, solo cambiaba de ciudad si se aburría. Nadie lo conocía nunca. Noche tras noche, de teatro en teatro, su vida se repetía como una eterna novedad para los otros mientras él soñaba con su desaparición definitiva.

 

 

 

 

EL METÓDICO LECTOR

Era un lector metódico, de los que ya no quedan; incapaz, por ejemplo, de dejarse a medias una novela, cualquiera de ellas, por mediocre que resultase. Pero su talón de Aquiles lo constituían los periódicos: podía prescindir de la ficción, mas ¿cómo iba a procesar la realidad de ahí afuera sin devorar la prensa diaria de cabo a rabo, cada uno de sus artículos y reportajes, sus columnas y editoriales, hasta la más mínima nota?
xxxPoco a poco, la variedad y la extensión de los tabloides existentes en el mercado lo fueron sobrepasando y debió dejar para el día siguiente los ejemplares del día de hoy. Durante varias semanas se esforzó por recuperar ese día perdido, un hoy que huía sin remedio, pero sus trabajos y obligaciones ampliaron la demora: dos, tres, cinco días, una semana… Su actualidad fue atrasándose despacio, de forma irrevocable; se hacía más y más grande, insalvable, la grieta que separaba el día del que trataba de informarse, hasta el más mínimo detalle, del día en que su cuerpo, que no su mente, habitó sin remedio, con una inconsciencia y una ignorancia que le producían un vértigo irresistible.
xxxTerminó arrojándose al vacío desde el séptimo piso de su casa. Las hojas de un periódico con fecha de cinco o seis años atrás revoloteaban alrededor de su cuerpo destrozado, todas ellas con noticias de un mundo extinto hace mucho salvo aquella, inexplicable para quienes encontraron su cadáver, que daba la noticia exacta de su caso y su suicidio.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO, SEGÚN JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ

 

SALA DE ESPERA

Están en una sala de espera y son siete. Uno de ellos sufre un repentino ataque al corazón, que termina con su vida en menos de tres minutos. Cuando comprenden que nada pueden hacer por él, buscan la puerta de salida. No la encuentran. Es entonces cuando cae el siguiente al suelo, entre espasmos y ojos inyectados en sangre hasta que los cierra y deja de respirar. Saben que el siguiente en morir puede ser cualquiera de ellos, que puede llegarles la muerte igual de repentina que a los otros, en los próximos diez minutos o dentro de unos años, quizás de muchos años, pero siempre allí dentro, encerrados en esa sala de espera; solo entonces reflexionan con gravedad, cada uno de ellos para sí y sin hablarlo con los demás, sobre el verdadero significado, el alcance devastador, del término que designa el lugar en que se encuentran.

 

 

 

 

EL BOSQUE

Perseguido por la justicia de los hombres, me refugié en el bosque. El invierno ese año no fue duro, y pensé que podría sobrevivir allí durante un tiempo. Oía el rumor de las ramas que se agitaban día y noche y, en mi soledad, llegué a creer que los árboles parlamentaban entre sí. Que comentaban mi caso y se apiadaban. Llegué a creer muy pronto que el bosque era mi amigo.
xxxFue evidente el prodigio cuando escuché cómo convocaban a las bestias salvajes y les pedían que me ayudaran: estas me dieron su calor y su alimento. Cuando una partida de mis enemigos se adentró en el bosque buscándome, los árboles y la maleza crearon una tupida red para que me ocultase.
xxxMe arrullaron y tranquilizaron aves de sonoros cantos. Cayó el día y llegó la noche, pero las aves no cesaron de cantar. «¿De qué te han acusado?», me preguntaron las lechuzas. No quise recordarlo, pero estaba relajado, en paz y relajado. Empezaba a dormirme. Los ciervos y los lobos me miraban fijamente, mientras me embargaba el sueño, y las hojas me susurraban: «dínoslo, pero no con palabras si no quieres. Tan solo ábrenos tus pensamientos y tu corazón».
xxxTratando de esforzarme en despertar, y adormilado todavía, comprobé que todas las bestias habían huido y que la maleza y las ramas de los árboles se habían retirado: ya no me protegían. Traté de hablarles, pero no me escucharon. El viento acariciaba las hojas y las ramas, pero sin arrancarles ya palabra alguna. La luz de los hachones de aquellos que me habían juzgado y condenado me alcanzó.
xxxRisas malévolas se desataron, pero ¿eran mis captores o los árboles quienes reían? Mientras los lugareños me escoltaban armados con palos y con piedras, con sus antorchas y cuchillos, se levantó un viento terrible que arrastró la hojarasca e hizo temblar con fiereza las copas de todos los árboles.
xxxSentí el miedo a mi alrededor, mas yo sabía la verdad: todo el bosque estallaba en carcajadas.

 

 

 

 

LOS QUE NOS SUICIDAMOS

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLos tejados ignoran que existen las ciudades.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxMicharmut

Paseo caviloso por estas azoteas: son mi hogar. Me asalta, a veces, el deseo de mirar ahí debajo y ver lo que sucede en esas calles. Vigilar a toda esa gente y ver qué hace, cómo son, adónde van.
xxxSi es que queda alguien, todavía, ahí abajo.
xxxLos que nos suicidamos arrojándonos desde los edificios, al vacío, estamos condenados a residir aquí, post mortem: en un mundo de tejados continuos. Paseo todo el día y, por la noche, sueño con traspasar esta cárcel de tejas, pizarras y uralitas. E ir abajo al fin, y ver de nuevo el mundo.
xxxAbajo, al fin.
xxxAbajo.

 

 

 

 

DIGAMOS QUE UN RELATO DE TERROR

Pruebas a combinar un montón de palabras, lo haces al azar. Dejas que se relacionen entre sí y, sin tu ayuda, hagan sus conexiones. palabras ordinarias, en ningún caso extrañas, técnicas o demasiado cultas: crees que no lo necesita aquello que resulte, finalmente. Sea lo que sea. Te retiras, lo miras a distancia y es como esperar que vaya a emerger algún tentáculo de allí. te acercas otra vez, intentas releer el texto por encima, solo un breve vistazo. Te d la sensación de que hay varias historias latiendo como posibilidades: senderos de sentido que van multiplicándose, abriendo abismos de duda que corroen toda la realidad.
xxxBueno, empieza a darte miedo. Era el efecto que buscabas, digamos que un relato de terror: una muy breve narración. Abstracta y sin ningún significado cierto. Pero ahora te resulta insoportable.
xxxCierra el cuaderno, haz otra cosa. Es ya muy tarde, duérmete. Pero todas esas palabras permanecen ahí, extendiendo su sombra de sentido, haciendo nuevas conexiones. ¿Qué decían? Tratas de imaginarlo, no lo logras. ¿Cómo poder dormir? Te levantas y buscas el cuaderno, arrancas el pequeño texto, lo destruyes. Pero es tarde. En un lugar de tu memoria, sus tentáculos se siguen extendiendo. Van poseyendo lentamente todo lo bueno que podía haber en ti. Pasan las horas. La posibilidad del nuevo día yace ahí, en el final de toda esa oscuridad: posibilidades aterradoras. Escribes este otro breve texto, donde lo explicas todo, lo confiesas. Quizás alguien lo lea y le sirva como aviso para que nadie vuelva a hacerlo. Y me perdonen por todo lo que vendrá.

 

 

 

 

EXTRAÑOS EN UN TREN

Lo conocí en un tren. Porque yo leía en un periódico sobre el estreno de una ópera, él me habló con devoción de su voz protagonista. Hasta ese momento había realizado todo mi viaje solo, un viaje de varias horas; así que acepté su invitación de acompañarlo a cenar: terminé mi café y fuimos hasta el vagón restaurante. Allí me comentó su descabellada idea.
xxxNo recordaba si la había leído en alguna novela o la había oído en una película. Se trataba de un plan para un crimen perfecto. Dos absolutos desconocidos, residentes en ciudades lejanas, pactan para asesinar a dos personas de su entorno. Cada uno de ellos se encarga de la persona que odia el otro: la distancia y la falta de móvil, me explicó, preservan del deber de pagar por el crimen. Llenó mi copa con más vino y alzó la suya para un brindis. Yo dudé.
xxx«¿No tiene usted a nadie del que desee librarse?», me espetó. Yo traté de pensar en alguien próximo y fastidioso, el viaje había sido muy aburrido, hasta ese momento, y el vino y su compañía me embriagaban. La idea terminó seduciéndome, y levanté mi copa. La luz del vagón desapareció. Sonaba el viento como si todas las ventanillas hubiesen sido abiertas. Con un escalofrío, dejé la copa sobre la mesa; noté que aquel vino tenía un regusto demasiado amargo.
xxx«Quizás alguien ya lo ha elegido a usted, lo ha hecho por mí, y es usted la víctima», me dijo. Sus ojos brillaban. El resto de ocupantes del vagón se volvió hacia nosotros en un silencio sobrenatural. Todos aquellos ojos brillaban como ascuas del infierno.
xxx«O acaso usted ha cometido ya su crimen, y se encamina hacia el infierno», afirmó. El ruido del viento se fundía con el de las risas de quienes nos rodeaban. Miré con pavor los rostros que nos miraban, desfigurándose como máscaras de cera sobre el fuego. La luz había vuelto, pero era la luz de unas llamas. Todo, a nuestro alrededor, ardía. Las risas eran ya carcajadas, y el rictus de sus bocas grotescas se agigantaba hasta tornarlas monstruosas. «Cada noche», continuó, «usted debe recordar una y otra vez el crimen que su conciencia insiste en olvidar. Y lo recuerda aquí, en el tren donde todo comenzó. El tren que lo lleva de vuelta, a cada instante, al infierno».

 

 

 

 

EL DILUVIO

En esta región, los diluvios son habituales. Nos hemos acostumbrado desde siempre a una lluvia furiosa que vuelve una y otra vez, y a una perpetua inundación.
xxxHay quien dice que morimos ahogados hace tiempo, que las calles de nuestra ciudad son las calles de nuestro cementerio y que nuestras casas son nuestras tumbas. «Solo cuando vemos cómo el sol sale», añade este insensato, «recordamos la verdad, una verdad tan horrible que, al instante, huimos de ella y soñamos, en nuestro sueño eterno, con la luz de una superficie imposible ya para nosotros».
xxx¿Crees, le respondemos, que a un montón de muertos les puede resultar grato que les recuerden que están muertos? Es lo que le decimos antes de que, furiosos, acabemos con su vida una vez más. Con palos y con piedras, lo matamos. El sol vuelve a brillar mientras las nubes se disipan y lo enterramos junto a una dehesa. Vemos el sol y lo admiramos: es tan extraño, aquí. Es extraño y hermoso. Sabemos que debemos disfrutarlo lo poco que vaya a durar. Pronto regresará la lluvia, una lluvia terrible: el diluvio. Es el castigo a nuestro crimen. Moriremos ahogados y olvidaremos nuestra muerte, y vagaremos otra vez por estas calles sumergidas escuchando a aquel sombrío, enfermo agorero: nuestro ejecutor.

 

 

 

 

BRUJERÍA

Es sabido que las brujas, hace siglos, para ejercer sus siniestras artes sobre las comunidades, se servían de sus escobas. ¿Por qué entonces nadie recela de los barrenderos, que tejen durante la noche, por toda la ciudad, la misteriosa red de trayectorias que nos atrapará durante el día, todas esas rutas absurdas que seguiremos como sonámbulos, preocupados e infelices para siempre a causa de sus maleficios?

 

 

 

 

EL AFILADOR DE CUCHILLOS

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLo peor son las noches
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxafilando cuchillos.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxJosé Daniel Espejo

Durante toda la mañana, oigo cómo mi vecino, el afilador de cuchillos, afila sus cuchillos. Al comienzo de la tarde, sale con su carromato repleto de cuchillos, centenares de ellos, para devolvérselos a sus propietarios perfectamente afilados y recoger a su vez otros tantos cuchillos por afilar.
xxxSe explica ante el cliente, lo puedo imaginar, lo hago en mis largas noches de insomnio: los afilaría en el momento, pero le gusta tomar su trabajo con esmero y paciencia, en la tranquilidad de su taller, ese taller que colinda con mi casa. Sale y regresa al caer el sol, para seguir trabajando durante buena parte de la noche, haciendo ese ruido metálico y mortal que me desvela y me pone nervioso. Es su trabajo y se muestra muy amable siempre que nos encontramos, ¿cómo quejarme? Pero lo imagino allí recluido, en su casa, cuando no puedo verlo, afilando sin cesar todos esos cuchillos, y siento miedo.
xxxA veces llama a mi puerta para pedirme sal o harina, huevos, algún condimento o especia. Yo trato de ocultar el miedo que me inspira, me tiemblan las manos mientras recojo de mi cocina todo lo que me pide, salgo con todo ello y se lo doy tratando de sonreír, correspondiendo a la amabilidad de la que, en verdad, hace gala siempre en nuestro trato, aunque también me mira serio, con sospecha, cuando le deseo buenas noches, como si intuyese que no soy del todo sincero. Regresa a su casa y, muy pronto, vuelvo a oír el ruido de sus cuchillos restallando en la noche mientras los afila, ese ruido incesante que me impide pegar ojo.
xxxCuando consigo dormir, mi sueño me sume en pesadillas con cuchillos que él afila con una paciencia que tiene algo de maníaca y mortal. Es un miedo constante el que me inspira el afilar de sus cuchillos, miedo que se prolonga desde el día y la noche, en mi vigilia, hasta el lugar fantástico al que me conducen mi sueño deteriorado y mis deseos de descansar.
xxxDespierto y sigue ahí el ruido de todos esos cuchillos, la actividad de mi vecino, que no cesa, devolviendo a los instrumentos de nuestros paisanos el filo que les da toda su razón de ser. Confesaré que, harto de no poder dormir y de este sobresalto continuo que me está volviendo loco, imagino que lo asesino. Con sus mismos cuchillos.
xxxPuedo oír el ruido de esos cuchillos, mientras los afilo antes de hundirlos en su cuerpo. Los oigo ahora, en mi imaginación, de la misma forma que, sí, lo sé, lo sé, y por eso no lo cometeré nunca, los oiría mucho después de mi crimen, de nuevo sin poder dormir, presa de mis remordimientos.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

PRINCIPIOS DE ASTRONOMÍA

 

LA DESAPARICIÓN DE KELLERMAN

El cosmólogo Thomas Kellermann recibió una visita inesperada la noche del tres de diciembre de 1974. Su sirvienta habló de unos bisbiseos demorados, que ella pudo oír desde su dormitorio, muy cerca de la entrada. Tras media hora oyó también que la puerta de casa se cerraba y no le dio más importancia, entendiendo que el viejo profesor regresaba a su dormitorio. Así les explicó a los investigadores del caso. Dos semanas después, el anciano seguía sin aparecer. Solo entonces, los medios empezaron a prestar atención a una carrera menor, y muchas de sus teorías empezaron a discutirse por primera vez en las universidades y en los medios.
xxxCuanto más lo hacían, más conspiraba el cosmos por adecuarse a ellas. Ahora que todos leían sus principios y teorías, por fin se entendían muchos movimientos misteriosos de la materia que no habían logrado ser explicados hasta entonces. Todo encajaba en los papeles del desaparecido Kellermann. Las estrellas y todo el universo se movían en homenaje a él.
xxxPero el investigador apareció una buena noche en un descampado a las afueras de su ciudad, sin guardar recuerdo de los meses que había sido dado por desaparecido. Parecía con buena salud. Los distintos patrones y sistematizaciones que poblaban sus libros y apuntes dejaron de encontrar reflejo en el funcionamiento de la realidad. Nuevas apreciaciones y consideraciones devolvieron sus diagramas, ecuaciones y concepciones a su diminuta condición previa.
xxxTodos abandonaron y olvidaron sus teorías. Ignorante de que durante un breve espacio de tiempo sus estudios habían determinado la gran sinfonía del universo, Kellermann vivió bastantes años más en su modesta laboriosidad y la felicidad de su vida solitaria y tranquila, inofensiva, perfectamente anónima e irrelevante.

 

 

 

 

UN SUPERHOMBRE

Cayó desde el espacio, siendo un niño. Venía de un planeta moribundo. Fue acogido por una amable pareja de granjeros. En la pubertad, y como efecto de las radiaciones de nuestro sol sobre su cuerpo alienígena, manifestó unos poderes extraordinarios. De forma que, cuando llegó a la vida adulta, se transformó en el formidable guardián de nuestro mundo.
xxxTodos lo amaban, hasta que fue descubierto su terrible secreto: no había sido el único superviviente del colapso de su planeta, sino que otros muchos niños fueron cayendo detrás de él, a lo largo de los años, en la Tierra; para continuar erigiéndose en nuestro único guardián fue buscando uno a uno a todos esos otros seres formidables y, en sus pequeños cráteres, los fue estrangulando.

 

 

 

 

LA TORRE

Querían construir una torre, la torre más alta jamás construida, una que llegara hasta el cielo. Pero apenas empezamos a trabajar en ella, comenzaron los problemas económicos. Nos pagaban cada vez menos y había meses que ni siquiera nos pagaban. No paramos de trabajar, pues hacerlo estaba castigado con la muerte; pero perdimos el miedo a desentendernos de quienes nos dirigían: no solo fingíamos no entender, sino que respondíamos al azar, frases cualesquiera y sin relación alguna con las preguntas o las órdenes de nuestros patrones.
xxxLa verdad es que empezó a parecernos divertido, tanto que jugamos a hacerlo entre nosotros. Pronto probamos a inventar palabras, y de ahí a tratar de crear idiomas nuevos había un paso. Imposible el acuerdo para un proyecto tan fenomenal, y antes de que ese monstruo de piedra crezca amorfo y en todas direcciones, hemos sido todos devueltos a nuestras casas. Un ejército de albañiles y obreros, decenas de miles, volvemos al hogar con una sola idea: enseñar a nuestras familias cada una de nuestras nuevas lenguas, únicas e intransferibles, y seguir con esta broma magnífica que supera, sin duda, en fantasía y en fenomenal al proyecto de esa torre insensata.

 

 

 

 

OTRA CREACIÓN DEL MUNDO

xxxxx1

Hubo un tiempo en el que los seres de aquel universo evolucionaron lo suficiente como para vivir en paz. Pero fue un tiempo breve, y todo regresó pronto a como estaba al principio. Muy cerca del final, un ser aficionado a las ciencias y las preguntas se preguntaba por qué el creador de todo, si lo hubo, permitió que el mal germinase de forma insistente y siempre regresara.
xxxMás que preguntarlo, lo imprecó de forma rabiosa e insultante. Fue muy cerca del fin, pronto la guerra perpetua de los otros seres llamó a su puerta para acabar con él.
xxxPero él logró acabar con ellos. Con todos ellos. Los destruyó con su ciencia. Contaba con el conocimiento y con la técnica, una derivación sofisticada de la quijada de asno con la que Abel cayera a manos de Caín; la sofisticación que le permitió a un individuo defenderse, de forma final, del resto de individuos.
xxxY así, se encontró solo. Lo estaba para siempre.
xxxEso mismo le dijo la instancia superiora y creadora, cuando se le apareció un instante. Una aparición, acaso, producto de su delirio.
xxx—Bienvenido a la soledad eterna.
xxxLe dijo. Y para que su soledad fuese aún más definitiva, dicha instancia le cedió el poder de crear nuevamente el universo.
xxx—Es tu turno, yo también debo ahora desaparecer para siempre. Quizás tu tengas más suerte —añadió con sorna antes de despedirse.

 

xxxxx2

El universo comenzaba, una vez más. Vio seres devorarse los unos a los otros, en ese mar primigenio que se agitaba, pequeñito, allí debajo de sus manos: recién creado a sus dictados.
xxxLe llevaría mucho tiempo observar cómo evolucionaba todo aquello.
xxxPero tenía tiempo, mucho tiempo, pensó con aprensión.
xxxPensó también en quien le había precedido, y sospechó que a él no le iría mucho mejor.

 

 

 

 

BIG BANG

¿Fue con un estallido, que comenzó el universo, o terminó con él y nosotros tan solo somos su demorado eco?

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

HISTORIA DE LAS GRANDES IDEAS

 

LA MÁQUINA

Al final de verano, empezamos a construir una máquina. Nos sentíamos muy inspirados, quizás por el buen tiempo; tanto, que trabajamos febriles y con gran aplicación, pero sin plantearnos en ningún momento para qué podía servir. La terminamos pronto, a finales de septiembre, y una gran alegría nos embargó. Solo entonces nos preguntamos, perplejos, para qué demonios serviría. Dudamos antes de encenderla, pero había sido un trabajo apasionante y sentíamos urgencia por comprobar el resultado.
xxxEncendimos la máquina. Funcionaba a la perfección. Nos felicitamos, estábamos exultantes. Creo que con ningún otro de nuestros trabajos habíamos obtenido una satisfacción así. Pero quedaba sin resolver el problema de su finalidad. Le dimos muchas vueltas, pero nos esperaban más trabajos. Casi todos nosotros debíamos colaborar con otros equipos, cambiar de compañeros, y no sabíamos cuándo iríamos a coincidir todos de nuevo en otro proyecto. Así que decidimos guardarla —¿esconderla, olvidarla?— bajo tierra.
xxxYo aún trabajo aquí, muy cerca del lugar que elegimos para enterrarla. A veces paso sobre ella, caminando, y la sé ahí abajo: perfectamente operativa, aunque la tierra no deje escapar de su vientre su ruido, su pequeña música repetitiva y mecánica. Me basta con saber que sus motores y engranajes insisten dando vueltas, y arrastrando sus correas y los émbolos. Me basta con saber que van a hacerlo siempre. Ya no me proporciona solamente alegría, al pensarlo, sino también seguridad. De hecho, saber que esa máquina funciona todavía es lo único que me hace sentir seguro, la única garantía de que la realidad va a estar ahí cuando despierte, cada mañana.
xxxSé que los otros constructores, desde sus rincones respectivos del planeta, también piensan en ella en estos términos. Sospecho que, como yo, tienen miedo, Miedo de que, alguna vez, la máquina se pare. Que deje de funcionar. Y que el resultado sea impredecible, desastroso.

 

 

 

 

LOS MALOGRADOS

Entré en la enorme sala y vi a esos seres terribles y perfectos, observándome en silencio. Tuve miedo. Me di la vuelta hacia unos ventanales por los que pude contemplar las montañas que yo había atravesado para llegar aquí, a este lugar que había confundido con el pajar de la granja de al lado. Y vi a alguien, normal en apariencia, saliendo de la granja y acercándose.
xxx—Seres igual a dioses —dijo cuando entró—, es lo que he estado construyendo desde el albor de las eras.
xxxTraté de enfrentarme a él sin enfrentarme a esos seres. Notó mi pánico. Seguía acercándose.
xxx—Comprendo tu temor —continuó—. Son lo que tú jamás podrás llegar a ser. He logrado tan solo dos decenas, a lo largo de milenios. En cuanto a los seres fallidos…, debo contarlos por millones. Por miles de millones.
xxx—¿Y qué hace con ellos?
xxx—Los he ido soltando. Se han extendido por la Tierra —respondió mientras recogía una pala del suelo, ya junto a mí—. Al principio, los enterraba tras sacrificarlos. Pero sentía lástima y decidí dejarlos que se escaparan, que se reprodujeran lejos. Son los que tú llamas tus semejantes, ni más menos que la raza humana.
xxxHabía alzado la pala sobre su cabeza, tensando sus ancianos músculos.
xxx—Es extraño, ninguno supo hasta ahora desandar el camino de vuelta —añadió antes de golpearme.

 

 

 

 

UNA INVESTIGACIÓN EN EL TIEMPO

No era más que una, entre tantas culturas del pasado, de las que practicaban el asesinato ritual de uno de los suyos para aplacar a sus divinidades. La víctima debía elegirse al azar, un muy estricto azar, según los libros religiosos que, desde hace muchos años, un antropólogo estudia con detenimiento. Hoy, ha recibido una gran noticia. Le ha sido concedido uno de los más codiciados bienes para cualquiera que se haya especializado en los albores de la historia: un viaje en una máquina del tiempo.
xxxTras cruzar el espacio y los siglos y llegar a aquella aldea, no ha tardado en refutar todas las teorías construidas sobre ellos, así como las más terribles discusiones que a lo largo de décadas habían hecho correr ríos de tinta y de papel. Todo gracias a su rápida inmersión entre la tribu. Lo han acogido como a uno más, conoce a la perfección su lengua y sus costumbres; incluso ha oscurecido su piel y modificado sus rasgos, antes del viaje, en una clínica de cirugía morfogenética. Y ha descubierto, entre otros detalles no recogidos en aquellos libros que estudiara, que una tranquila y absoluta ociosidad se erige en la verdadera religión de esta gente.
xxxHa resuelto, en definitiva, un trabajo de inmersión admirable: todo lo que ha conseguido se lo debe a su celo profesional; y se lo debe para bien, pero también para mal. Ahora sabe que no hay motivo religioso alguno para esos sacrificios, sino que más bien los acometen por diversión. Cada año nuevo, el brujo de la tribu redacta en los anales de la comunidad una nueva e imaginativa historia al respecto, para leerla después en voz alta y entre las risas de los demás. Sabe también tan solo ahora, cuando es demasiado tarde, que la elección de la víctima no se debe a azar alguno, sino que tras una improvisada votación se decide por quien haya resultado, a lo largo de ese año, el miembro de la tribu más pesado y aburrido. Él ha pasado meses formulando preguntas y metiendo las narices en todo aquello que podía. Las llamas ascienden en torno al mástil donde su cuerpo permanece atado, entre los vítores y las crueles risas de todo el poblado.

 

 

 

 

POLICIACO

El hombre que inventará el futuro sigue en busca y captura en el pasado.

 

 

 

 

ELLA ABRE LA PUERTA

Gira varias veces la llave antes de que la puerta pueda abrirse. Y se abre: la veo envuelta en su albornoz, o es una toalla. Debajo está desnuda. Mojada todavía por el agua de la ducha. No me reconoce, al menos al principio. Ruego por que lo haga enseguida.
xxxDe dónde vengo, puedo imaginar que me pregunta, pero no que me pregunte quién soy, eso sería regresar a un inicio demasiado demorado y no tendría fuerzas para atravesar aún más tiempo, esforzándome por remontar su curso habitual, no tengo tiempo para hacerlo.
xxx—Vengo desde muy lejos —digo. Trato de hablar despacio, de una manera que resulte inteligible para ella, que ella me vea tranquilo.
xxx—Necesito que me recuerdes —continúo.
xxxElla duda, lucha por no alarmarse ante este desconocido. Forcejea disimuladamente con la laxitud de su toalla, para restablecer esa tensión que la cubre y la viste de manera precaria: me proporciona un último vistazo a esa intimidad nuestra que acaso no se repita jamás.
xxxCubre el cuerpo desnudo, hermosos, ansiado, que yo había acariciado tantas veces en el futuro.
xxxElla duda. Definitivamente, duda.
xxxY yo empiezo a desaparecer.

 

 

 

 

HISTORIA DEL BESO

Allí, en la caverna, nacía un sentimiento nuevo para la especie. Ella, queriendo protegerlo a él y solo a él de los peligros que acechaban ahí afuera —demasiados para su mala cabeza y su cortedad—, hablaba y le reconvenía sin parar. Y él, cansado aún del acto físico de ese sentimiento para el que aún no había nombre —amor, se llamaría algo más tarde—, pero cansado mucho más de la estridente voz de ella, halló una forma de callarla: fue así que nació el primer beso.
xxxOtra versión cifra ese nacimiento un poco después: la especie ya ha descubierto la cosecha de los campos, las ciudades y la plusvalía. Él come sin parar y ella añora al hombre esbelto. Es a ese hombre esbelto pero también al señor obeso que está en camino, cada vez más cerca, y para impedirle que siga comiendo, a quien estampa en su boca el primer beso.

 

 

 

 

TURBACIÓN

Trabajé durante años en un largo y terrible relato con el único fin de convertir a todos los hombres que lo leyesen en perturbados. Bastó que lo leyeran dos o tres para que me encerraran, tras juzgarme y sentenciar que yo era un perturbado.

 

 

 

 

INVISIBLE

Sus experimentos con la invisibilidad no parecían haber tenido éxito, después de todos esos años recluido y trabajando. Ni bebedizos extraños ni electrodos, tampoco la exposición a salones de espejos cuánticos: años perdidos, sí, pensó, en todas estas estrategias para burlar la luz. Su entusiasmo lo abandonó y, por primera vez, se sintió muy abatido: tan solo entonces, comprobó, su materia comenzaba a tornarse invisible.
xxxCorrió hacia la calle para cerciorarse de que, efectivamente, nadie podía verlo. Paseó inadvertido un buen rato y comprendió que, por fin, lo había conseguido. Tan solo la tristeza había obrado el milagro. Pero ahora, ¿debía alegrarse de su éxito? Hacerlo lo condenaría al regreso a la luz y a la opacidad, a que todos pudieran verlo exultante por un logro que, justo al alegrarse, se disiparía pírrico.
xxxLa paradoja lo sumió en una larga meditación triste, muy triste, mientras seguía alejándose de su laboratorio y de su hogar, perdiéndose en su noche a plena luz del día. Invisible por fin, en esa forma de triunfo y alegría que iba a ser su tristeza perpetua, de ahora en adelante.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

DESPUÉS DE LA PRESENTACIÓN DE ‘LA ZARZA Y LA CENIZA’

Ayer presentaba Manuel Pujante su primer libro, ‘La zarza y la ceniza’; publicado por la cartagenera editorial Balduque. Acompañanado a Manuel Pujante estaban Cristina Morano y José Óscar López.

 

 

La presentación de Cristina Morano fue, sencillamente, excepcional. Y aquí dejo parte de la presentación en cuestión, que es el prólogo que se puede leer en el libro:

 

«No conozco al poeta. Conozco al que escribe: un tipo delgado, con el pelo largo color castaño que vive en mi barrio. Me pregunta cosas, por eso yo creo que es un ser curioso, de una cierta madurez, que quiereaprender aún más, que indaga y cuestiona. Pero después de mis respuestas me dice siempre: «Pero ¿por qué?» Entonces, me parece que es casi un niño.
xxA veces yo no tengo respuestas para sus preguntas y ahí nos quedamos los dos, un poco como se quedan los críos, pensando, callados, mirando al frente. Ambos quisiéramos, en esos momentos, tener delante un bosque o algún tipo de horizonte arbolado, pero tenemos un edificio de ladrillo o una plazuela con sillas de bar de plástico. (…)
Desconozco la razón (…) por la que un contemporáneo mío elige una imagen bíblica para explicar su desazón y a eso contrapone, para distorsionarla o añadirle contradicción, el caballo o el ciervo. Animales no bíblicos, o no completamente en esa tradición: ni el caballo ni el ciervo prosperan en los desiertos donde se gestó el oema que ahora llamamos Biblia, libro de libros.
xxAsí describe su edad:

xxxxlos caballos airados
xxxxque se ataban a un hombre
xxxxcorrían en distintas direcciones
xxxxhasta despedazarlo.

Porque es la edad del desasosiego. Y nos destrozamos en esa época, destruimos todo lo tranquilo que haya podido tener la infancia. (…)

El libro de Manuel —y, al enunciar esto, resuena una cierta manera bíblica— despliega una voz mezcla de muchas cosas, presenta un argumento, como gustan de decir muchos críticos, oscuro. Hay citas antiguas, hay imágenes prestadas, hay quiebros en el lenguaje, hay sufrimiento y hay, sobre todo, expiación.
xxEn el libro de Manuel expiamos una culpa que nadie salvo nosotros mismos ha puesto a nuestras espaldas. Una culpa primigenia, que parece nacer, casi, con cada uno de nosotros.Que vuelve nuestras acciones más inocentes, pecados, ofensas contra nosotros mismos.
xxY he usado la palabra pecado.
xxEntonces debe ser que tampoco yo estoy lejos de la tradición judeocristiana, esa que dice que el que desobedece al padre (que luego será la autoridad legal, o estatal, o como queráis llamarla) comete un delito, y que este delito no se expiará públicamente, con el castigo, sino que le perseguirá en la memoria el resto de la vida. (…)

Pero ¿de qué tenemos culpa?

Si lo único que hacemos es construir una vida, tratar de ser felices.
xxY para eso, ¿tenemos que abandonar familias, ciudades, países? De qué huimos cuando huimos de lo que nos hace. Por qué la madurez supone siempre —en el occidental blanco, de clase media, sano— un momento de rebelión antes de la normalización en uno u otro grupo social. La edad de la adolescencia, la primera juventud, se conforma como un tiempo de sacudirse las riendas de las leyes, buen gusto, lazos sociales, relaciones. (…)

Al que atraviesa la culpa y en ella no se reconoce y lucha, y huye, o trata de huir, le llamamos joven poeta. El autor de este libro me ha pedido un prólogo. Pero yo le conozco.
xxNo es tan joven.

Habla de su historia, pero no para ponerla en claro; no necesita eso. Él ya sabe lo que pasó. Lo escribe para ponerlo en oscuro. Para mezclarlo, diluirlo, ponerlo en abismo —y qué exacta es aquí esta cita de Gide, que no solo alude al abismo o vértigo, sino al punto central de la composición de un escudo, el sitio donde perdemos pie y a la vez re-componemos, re-ubicamos los datos—.
xxDecía la Pizarnik: «Para mí el jardín o el bosque es sobre todo el silencio». El ciervo, rey del bosque, representa la frescura de ese silencio. Y me gusta encontrar dentro del frescor de los árboles, la palabra cura. (…)

Lo malo es que aunque Manuel se cure seguirá diciéndome: «Pero ¿por qué?». Y yo: «Busca un trabajo». Porque soy una adulta, ya estoy acostumbrada a esa lucecita incómoda.

xxxxEsta luz velocísima
xxxxque alumbra con su histeria
xxxxrincones que querrías
xxxxdejar en sombra siempre
xxxxtambién está en constante
xxxxhuida de sí misma.

Un poco de algo nuestro, pedimos. Tenernos.»

 

 

 

El libro, que para mí tiene momentos muy altos, tiene su punto fuerte en el cierre: dos poemas de magnífica factura y de una gran altura poética, sobre todo el último: un endecasílabo para quitarse el sombrero. Aquí dejo una selección de los mismos (incluidos los dos últimos, por supuesto).

 

 

Con su recomenzar,
su claridad de círculo,
todo el polvo y su danza
de muerte sobre el soplo
de luz que la persiana
entrecerrada enhebra,
cada mañana
toda la mañana
se hace nudo.

 

 

 

 

IGUAL que se abre fuego o como se abre
una grieta o un hueco o una herida,
cada mañana hay algo que se abre
por encima del sueño
y que un instante espera,
desdibujado, ciego,
a que un rayo
quebrado
de memoria
ordene en su regazo sin aristas
las sombras de los árboles,
el eco de su forma,
disuelva en la torpeza de los ojos
su distancia y sus nombres
para asumir el bosque,
para decir
xxxxxxxxxxYo soy
con toda la ceniza del mundo en la garganta.

 

 

 

 

INCLUSO los remotos
relatos del origen
ya recogen la trampa:
se nos hizo de barro
para habitar diluvios.

 

 

 

 

QUISE cegar al ciervo
de una vez para siempre,
que el punzón en sus ojos
limpiara de los míos
el fractal oscuro.
Y decirme en la luz,
en una luz distinta.

Después se aprende ardiendo
que el fuego que se afana
en arrasar el bosque,
sus ecos y sus sombras,
se extingue con el bosque
y al final solo quedan
caminos de ceniza.

 

 

 

 

La zarza ardió,
hay ceniza en lo que fue la voz de nuestro padre y un campo inmenso
xxxxx[de higueras sin fruto y de semillas muertas por exceso de luz.
No quiero pozos dentro de los pozos, conozco bien el sótano del
xxxxx[sótano del sótano:
la noche ocupa oscura como música litúrgica el aire y lo enrarece con
xxxxx[ese olor a muerte del jabón en los ancianos.

 

 

 

 

ADEMÁS, a diario
la blanca calma fúnebre
inunda con su luz
espesa, macilenta,
el silencio e inflama
el recuerdo del fuego.
Esa calma angustiosa
del rostro del cadáver,
esa calma de muerto
que lenta nos impregna
como entumece el polvo
las cortinas, despacio.

 

 

 

 

CON ese vuelo roto
del pájaro lisiado,
otro
xxxxdía.

 

 

 

 

LAS lenguas de fuego
dejaron un día
de sobrevolarnos,
de arder,
se apagaron.

Volvió renacido
aquel miedo sordo
que trajo el silencio
la noche remota de la primera muerte.

 

 

 

 

DE la zarza
solo sobrevivieron al incendio
las espinas.

 

 

 

 

DICHOSOS
los que enfrentan la noche
con los ojos cerrados
pues es suya
y no de afuera
la oscuridad que abrazan.

 

 

 

 

QUIEN tenga oídos
para oír
que huya.

 

 

 

Pujante, Manuel. La zarza y la ceniza. Cartagena; Ed. Balduque, 2018.

 

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