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INMINENTE Y AJENO
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Detrás de la ventana
el patio mide sus silencios.
La mesilla de noche
y su carga dispar
—las gafas de leer, el libro, el móvil—
es un pulmón que se apacigua
y moje nervios
y celdillas
en la tinta basal de la renuncia.
Doblar las alas
y recogerse:
así la comprensión del nadador
que guarda bien su ropa,
la querencia del pájaro.
El invierno da fruto al despertarse.
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¿De quiénes eran las certezas
que no heredamos?
La piedra de amolar está en su sitio,
como entonces,
pero nadie se acuerda
de afilar los cuchillos.
Así la casa se distiende
y abdica de sus ángulos,
sus aristas. Todo es más fácil
—vivir, el hambre, las idas y venidas
bajo el ojo sin párpado
del tiempo.
La mesa no se ha puesto sola.
Por las cortinas entra una luz incorruptible
y el relieve tranquilo de platos y cubiertos
es una ilustración
de la serie de Fibonacci.
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Y en la casa, de pronto,
hay una habitación que falta,
que nadie encontrará porque no existe
aunque ayer mismo estaba ahí
y su puerta se abría sin cautelas,
con el aire de los automatismos.
Entrábamos y salíamos, así de fácil,
y el ritual de los encuentros
era un modo de hacernos más veraces,
como viejos actores. Ahora
buscamos esa habitación en sueños,
en el recuerdo infiel,
pero no está. La niebla
la borró de este mundo
y cuelga en el vacío de sí misma.
Nos descuidamos un instante
y no está,
cayó muy lejos,
al otro lado de esta voz.
Entrábamos y salíamos
sin darnos cuenta del peligro.
De pronto, entre nosotros,
la muerte se movió a placer,
sin señal de advertencia,
sin huella delatora:
casa tomada.
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El cuerpo es esta plaza soleada
donde unos viejos hacen tiempo
y el café de la esquina
con su toldo raído y sus sillas metálicas
es el castillo de los indolentes
que han hecho su negocio
del hablar por hablar.
Tu oído, demasiado humano,
no capta lo que dicen:
carece de la astucia del animal terrestre.
Ahora un perro dispersa las palomas
que bullían unánimes
entre migas de pan.
Es un trabajo diurno: una mano de luz
sobre el muro encalado del verano,
el volumen del campanario
barriendo con su sombra el pavimento.
La salud de los vínculos
es esta sencilla homeostasis.
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Doce, Jordi. Inminente y ajeno. Madrid; Ed. Galería Luis Burgos, 2021.
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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (130)
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Qué honor recibir regalos en casa como el que pueden ver en la imagen. Si algo puedo agradecerle al blog es el haberme puesto en contacto con tanta gente que hace cosas magníficas en poesía en este país.
Mi biblioteca acaba de aumentar algunos enteros al incorporarse estas dos joyas que son ‘Inminente y ajeno’ de Jordi Doce (un libro en el que sus poemas dialogan con las fotografías de José R. Cuervo-Arango) y ‘Veracidad del mapa’ de Marta Agudo (cuyos poemas mantienen a su vez un diálogo con las fotografías de Cano Erhardt), ambos publicados dentro de la colección El Lotófago de la Galería Luis Burgos de Madrid.
Gracias, gracias, gracias.
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