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EL HUNDIMIENTO DEL TITANIC
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‘El hundimiento del Titanic’ fue uno de los libros que más me gustaron de los que me leí el año pasado. La maestría con la que Enzensberger va cambiando de registros según la necesidad de los poemas es deslumbrante. Como se puede leer en la página de Anagrama, «El hundimiento del Titanic es un magistral poema épico –una hazaña desacostumbrada en estos tiempos– en torno a una historia que, aunque conocida, no ha perdido un ápice de su tensión dramática. En efecto, el enorme transatlántico, gigantesca maravilla del mundo que naufragó una gélida mañana del año 1912, no fue sólo un buque, sino también un mito: la encarnación del progreso tal como se entendió en el siglo XIX, un concepto cuya vigencia ha sufrido un serio revés tras los avatares de la historia reciente. A lo largo de treinta y tres cantos, en este poema –explícitamente inspirado en La Divina Comedia de Dante, escritor que retorna a menudo entre los fantasmas evocados por Enzensberger– se efectúa una soberbia recreación de la catástrofe. Los alaridos de los náufragos, las rememoraciones nostálgicas de los muertos, los inarticulados mensajes de los supervivientes; pero también fragmentos de telegramas, las últimas informaciones meteorológicas, las desesperadas peticiones de auxilio. Asimismo, las minuciosas descripciones de los menús de a bordo, la arquitectura del buque, la decoración y las pinturas kitsch de sus salones, las inoportunas alegorías de la Paz y del Progreso. Y todo ello embalsamado en el gran vacío del agua. Pero no sólo se trata de este hundimiento registrado en los documentos de la Historia: como fantasma, el Titanic sigue navegando. Su actualidad está probada por la puntualidad con que su destino sigue reflejándose en películas, fantasías y pesadillas. El poema trata también de este Titanic imaginario, de este «naufragio mental».
La redacción de este libro se inició en Cuba en 1969, se elaboró durante casi diez años y se abandonó y reemprendió varias veces a lo largo de este tiempo. Elogio de la provisionalidad y de la duda, este poema refleja asimismo la crisis del militante marxista que ha perdido las ilusiones; no se adopta una «posición correcta», la justicia de la poesía no es de este orden: en caso de duda, está de parte de quienes sucumbieron en el naufragio.«
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Aquí enlazo una columna que publicó Mario Vargas Llosa sobre Enzensberger y ‘El hundimiento del Titanic’, por si le quieren echar un vistazo.
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Y aquí dejo algunos poemas del libro.
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CANTO PRIMERO
Hay alguien que escucha muy cerca de aquí,
espera, retiene el aliento.
Dice: Es mi voz la que habla.
Nunca más, dice él,
va a estar todo tan tranquilo,
tan seco y cálido como ahora.
Se escucha a sí mismo
en su cabeza burbujeante.
Dice: No hay nadie más
aquí. Ésta tiene que ser mi voz.
Espero, retengo el aliento,
escucho. El rumor distante
en mis oídos, antena
de carnes suaves, no significa nada.
Es tan solo el latido
de la sangre en las venas.
He esperado mucho tiempo
con el aliento retenido.
Rumor blanco en los auriculares
de mi máquina del tiempo.
Sordo zumbido cósmico.
Ni un sonido, ninguna llamada de auxilio.
La radio permanece muda.
O éste es el fin,
me digo, o es que
ni siquiera hemos comenzado.
¡Aquí, sí! ¡Ahora!
Se oye un rasguido, un crujir, algo
que se desgarra. Aquí está. Una uña helada
que araña la puerta y se queda quieta.
Algo cruje.
Un lienzo largo e interminable,
una inmaculada tela blanca
que se desgarra, lentamente al principio
y luego más y más deprisa,
se rasga en dos pedazos con un silbido.
Esto es el principio.
¡Escuchad! ¿No lo oís?
¡Agarraos bien!
Y regresa el silencio.
Solo se oye un sutil tintineo
en los aparadores,
el temblor del cristal,
más y más tenue
hasta desaparecer.
¿Quiere decir que
eso fue todo?
Sí. Todo pasó.
Eso fue solo el principio.
El principio del fin
es siempre discreto.
A bordo son ahora
las once cuarenta. Hay una grieta
de doscientos metros
en el casco de acero,
bajo la línea de flotación,
abierta por un cuchillo gigantesco.
El agua corre
hacia las escotillas.
Emergiendo treinta metros,
el iceberg pasa silencioso,
se desliza junto al barco resplandeciente,
y se pierde en la oscuridad.
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CANTO V
Tomad lo que os han quitado,
tomad a la fuerza lo que siempre ha sido vuestro,
gritó, congelándose en su ajustada chaqueta,
su pelo ondeando bajo el pescante,
soy uno de vosotros, gritó,
¿qué esperáis? Este es el momento,
echad abajo las barandas,
tirad a esos degenerados por la borda
con todos sus baúles, perros, lacayos,
mujeres, y hasta niños,
usad la fuerza bruta, los cuchillos, las manos.
Y les mostró el cuchillo,
y les mostró las manos desnudas.
Pero los pasajeros del entrepuente,
emigrantes, todos a oscuras,
se quitaron las gorras
y lo escucharon en silencio.
¿Cuándo tomaréis la venganza,
si no ahora? ¿O es que no podéis
soportar ver sangre?
¿Y la sangre de vuestros hijos?
¿Y la vuestra? Y se arañó la cara,
y se cortó las manos,
y les mostró la sangre.
Pero los pasajeros de entrepuente
lo escuchaban inmóviles.
No porque él no hablara lituano
(no lo hablaba), ni porque estuvieran ebrios
(hacía tiempo que habían vaciado
sus anticuadas botellas
envueltas en toscos pañuelos),
ni porque estuvieran hambrientos
(aunque estaban hambrientos):
Era otra cosa. Algo
difícil de explicar.
Entendían bien
lo que él decía, pero no lo
entendían a él. Sus frases
no eran las frases de ellos. Golpeados
por otros miedos y otras esperanzas,
aguardaban allí pacientemente
con sus bolsos, sus rosarios,
sus raquíticos hijos, recostados
en las barandas, dejaron
pasar a otros, prestándole atención
respetuosamente,
y esperaron hasta que se ahogaron.
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CANTO VI
Inmóvil, observo este cuarto desnudo, en Alemania,
el alto cielo raso, antaño blanco,
el hollín que cae sobre la mesa en flecos diminutos;
y mientras la ciudad que me rodea oscurece deprisa,
yo me entretengo en recrear un texto que tal vez no existió.
Restauro mis imágenes, yo soy mi propio falsificador.
Y me pregunto la forma que tendría el salón de fumar
a bordo del Titanic, si las mesas de juego tenían
taraceas o estaban cubiertas de paño verde.
¿Cómo era en realidad?
¿Cómo era en mi poema? ¿Estaba en mi poema?
¿Y aquel hombre delgado, distraído, aquel ser excitado
deambulando por La Habana, presa de discusiones y metáforas
y aventuras de amor interminables? ¿Era realmente yo?
No podría jurarlo. Y dentro de diez años no podré jurar
que estas mismas palabras sean las mías, escritas
en el lugar más oscuro de Europa, en Berlín, diez años atrás
es decir, hoy, para apartar mi mente de las noticias de la noche,
de los innumerables minutos sin fin que nos esperan
y que se extienden hasta el infinito, a medida que avanza no se sabe qué fin.
Dos grados bajo cero, en la ventana todo está negro, hasta la nieve.
Me invade, no sé por qué razón, una gran calma.
Miro hacia afuera como un Dios. No hay iceberg a la vista.
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EL ICEBERG
El iceberg avanza hacia nosotros
inexorablemente.
Vedlo cómo se suelta
del frente del glaciar.
Sí, es blanco,
se mueve,
sí, es más grande
que todo cuanto avanza
en el mar,
en el aire
o la tierra.
Sueños mortales
que una larga caravana
de icebergs atraviesa.
«A doscientos cincuenta pies de altura
sobre el nivel del mar,
destellan sus colores
que son maravillosos
y totalmente diáfanos.»
«Como si fuese un sol
multiplicado
sobre las celosías de cientos de palacios.»
Mejor es no pensar en lo que pesa
un iceberg.
Cuantos lo han visto
no olvidarán jamás tal espectáculo
aunque vivan cien años.
«Ese espectáculo agudiza la imaginación
pero llena el corazón
de un sentimiento de involuntario horror.»
El iceberg carece de futuro.
Flota a la deriva.
No podemos hacer uso de él.
Existe, sin duda.
No tiene valor.
La confortabilidad
no es su fuerte.
Es mayor que nosotros.
Siempre y únicamente
vemos su cima.
Es efímero.
No se preocupa.
Nunca progresa,
pero «cuando, parecido
a una inmensa mesa
de mármol blanco,
veteado de azules,
se mueve de improviso y quiebra lo profundo,
todo el mar se estremece».
En nada nos concierne,
sigue su ruta monocorde,
no necesita nada,
no se reproduce,
y se derrite.
No deja huellas.
Se disipa perfectamente.
Sí, ésa es la palabra:
perfectamente.
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CANTO X
De modo que ésta es la mesa a la que se sentaron.
Desde fuera puedes ver, a través del ojo de buey,
en el salón de fumar, a B., un emigrante de Rusia
que, gesticulando, envuelto en la niebla azul
del humo exquisito de tabacos habanos,
marca Partagás, torcidos a mano,
perfectamente feliz y abstraído,
en la mesa verde, sin prestar atención
a icebergs, diluvios o naufragios,
predica la revolución
atareado en la predicación del evangelio de la revolución
a un pequeño grupo de barberos, jugadores
y telegrafistas. Uno lo ve,
pero no puede oír lo que dice.
El grueso cristal convexo del ojo de buey,
que refleja el bronce de los herrajes,
está hecho a prueba de ruidos. Palabras inaudibles;
uno sabe lo que se proponen,
y que este hombre tiene razón, aunque sea muy tarde
para tener razón en algo.
Sin embargo, en la próxima mesa puedes ver
a otro caballero, encolerizado, molesto.
Es el dueño de una fábrica textil de Manchester que considera
repugnante toda esta tontería, está indignado,
y en tono severo expone
las ventajas de la disciplina más estricta
y las bendiciones de la autoridad, que,
según sostiene con bigote trémulo, a bordo de un barco
ha de ser absoluta y firme.
Tú, desde luego, no puedes estar
al tanto de esta discusión, porque no puedes oírla.
Pero fíjate cómo los jugadores
y los telegrafistas mueven la cabeza,
¡como si asistieran a un partido de tenis!
A todos les gustaría ser rescatados,
a todos, incluyéndote a ti. Pero,
¿no es esto pedirle demasiado a una idea?
El juego terminará con empate.
Nadie ha notado a estos dos caballeros
en uno de los botes salvavidas, nadie a vuelto a oír
hablar de ellos jamás.
Solo su mesa flota por ahí todavía,
una mesa vacía en el Atlántico.
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CANTO XI
Déjennos salir
Nos estamos asfixiando
Nuestro furgón de ganado se estremece
Nuestro armario se tambalea
Nuestro ataúd gorgotea
Luchamos en las escaleras
Golpeamos los paneles
Forzamos las puertas
Déjennos salir
Somos muchos aquí
Cada vez somos más
luchando
por una pulgada de espacio
por un tablón
Estamos demasiado hacinados
para quitarnos los piojos
para cuidarnos o pelearnos
El carterista no puede levantar
su mano delgada
ni el asesino la daga
Nos asfixiamos unos a otros
Nuestra furia encerrada
nos levanta la piel
y expira
De pronto somos
terriblemente muchos
Aplastamos como masa blanda
a los que ya han sido atropellados
Un pudín de pánico
apestando a miedo
agrio y ratonil
Nos hinchamos y hundimos fláccidos y suaves
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CANTO XII
De ahora en adelante todo marchará según lo planeado.
El casco de hierro ya no palpita, las máquinas
permanecen quietas, el fuego se ha apagado hace tiempo.
¿Qué ocurre? ¿Por qué no avanzamos? ¡Escucha!
Alguien murmura en cubierta, rezando sus rosarios.
El mar es un cristal, negro, liso. Noche sin luna.
Por favor, no os preocupéis. Nada se ha roto a bordo,
ni un vaso, ni una copa de champán. Todos esperan
en pequeños grupos, sin hablar, inquietos, obedientes,
con abrigos de piel, batas y monos.
Los cables se enrollan, se les quitan los toldos
a los botes, se bajan los pescantes. Los pasajeros
parecen ligeramente drogados. Este músico, por ejemplo,
arrastra un violoncelo por la interminable cubierta,
arañando y desgarrando los tablones,
y uno comienza a pensar: Deben de ser alucinaciones.
¡Mira, han disparado un cohete de señales!
Pero no es más que un débil silbido, una llama azulada
que surca el cielo y se refleja en rostros vacíos.
Silenciosos, ascensoristas, masajistas y panaderos se alinean en cubierta.
A bordo del California, un barcucho decrépito,
a doce millas de distancia, el telegrafista se vuelve
en su litera y se queda dormido.
¡Atención! ¡Las mujeres y los niños primero1 ¿Por qué será?
Respuesta: We are prepared to go down like gentlemen,
Ya veo. Detrás quedan mil seiscientos. Una calma increíble
reina a bordo. Les habla el capitán. Son ahora las dos en punto,
y ordeno: Sálvese quien pueda. ¡Música, maestro!
El director de la orquesta levanta su batuta
para interpretar la última pieza.
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CANTO XIV
No es como una matanza, ni como una bomba;
no hay sangre, nadie es mutilado;
es simplemente una inundación, un aumento gradual
por doquier. La humedad se filtra.
Se forman diminutas perlas, regueros.
Lo que ocurre es que se te humedecen las suelas,
los puños de las camisas se te empapan, el cuello se torna
pegajoso en la nuca, se te empañan las gafas;
las cajas fuertes exudan, y se han manchado
las rosetas de yeso en el techo. Lo que ocurre es
que todo huele a su olor sin olor,
que gotea, se derrama, chorrea, se vierte;
no alternativamente, sino todo a la vez,
ciegamente, coincidentemente, promiscuamente,
humedeciendo el bizcocho, el sombrero de paño, los calzoncillos,
lamiendo sudorosamente las llantas de las sillas de rueda,
estancando el salobre en los urinarios, filtrándose
hacia los hornos; y ahí está otra vez,
horizontal, húmeda, oscura, callada, inmóvil, simplemente
elevándose lentamente, lentamente levantando pequeños objetos,
objetos de valor, botellas llenas de líquidos nauseabundos,
llevándoselas descuidadamente hasta que se vacían,
cosas de goma, cosas rotas y muertas; y esto continúa
hasta que tú mismo lo sientes en el esternón,
obstruyendo urgentemente, salobremente, pacientemente,
algo frío y pacífico que te sube, llegándote primero
a las rodillas, luego a las caderas, a los pezones,
a las clavículas; hasta que te toca el cuello, hasta que lo bebes,
hasta que sientes el agua sedienta
buscándote la entraña, la tráquea, el útero,
la boca; y sabes entonces lo que se propone: se propone
llenarlo todo, tragar y que la traguen.
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CANTO XV
A la hora de la sobremesa le dijimos si no le molestaba
la solemnidad negra como la tinta, de sus metáforas,
que tales significados y significantes ya no se llevaban,
que la moda era inexorable, también en el arte,
y que los excesos eran excesos. Tampoco comprendíamos
qué tenía que ver Cuba en todo ello, Cuba era una idea fija.
¿Y qué quieres decir -literalmente- con tus historias
sobre la pintura, sobre Gordon Pym, Bakunin y Dante?
Sois vosotros, gritó y se puso a lanzar trozos de pan y carne,
quienes lo recogéis, lo amalgamáis y lo desmenuzáis todo
con vuestros cuchillos de trinchar;
yo ciertamente no, continuó irritado, yo me embrollo,
balbuceo, hablo a trompicones, mezclo, contamino,
pero os lo juro:
¡Este barco es un barco! -ahora se mostraba más exasperado-
y la lona rajada en dos -esta parte casi la cantó-
simboliza una lona rajada en dos, ni más ni menos,
¿me entendéis? Os digo que yo soy como este lienzo,
que se tensa hasta no poder más. Y arrebató el mantel de la mesa.
Tonterías, respondimos, puro galimatías. ¿Una locura!
Pero se puso de pie de un salto. No discuto, dijo bajito,
enseño. Se puso de pie y se disponía a marcharse.
Tuvimos la idea de apuñalarlo por la espalda con nuestros cuchillos de pan,
tan airados estábamos. Pero al llegar a la puerta se volvió
y empezó otra vez: ¡Olvidáis (dijo en su forma más desdeñosa)
que también yo he comido carne humana, como vosotros y Gordon Pym!
He escuchado los estertores del viejo anarquista
sobre la sucia almohada en la habitación contigua,
mientras yo abrazaba a su esposa, sonriente.
Precisamente vosotros no podéis burlaros de mí. Además
(no acababa de irse), ¿qué podía hacer yo?
¿Creéis que he sido yo el que inventó este cuento
del barco que se hunde, que es un barco y a la vez no lo es?
El loco que se cree Dante es Dante.
Siempre hay un pasajero a bordo con este nombre.
Las metáforas no existen. No sabéis de lo que estáis hablando.
Mera confusión, gritamos confundidos. Esto no es un poema,
es un embrollo. Al fin se marchó. Se fue,
y nos miramos y miramos nuestros cuchillos de fruta,
y nos preguntamos si puede haber metáforas
con tanto filo. Entonces seguimos comiendo peras y albaricoques.
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CANTO XVI
El naufragio del Titanic consta en acta.
Es tema para poetas.
Libre de impuestos al cien por cien.
Es otra prueba de que las enseñanzas de Vladimir Ilich Lenin son correctas.
Lo exhibirán por televisión después de los deportes.
Es valiosísimo.
Es inevitable.
Es mejor que nada.
Hace fiesta el lunes.
Es ecológico.
Muestra la vía hacia un futuro mejor.
Es Arte.
Crea nuevos empleos.
Comienza a alterar los nervios.
Está legalmente registrado.
Tiene sólida base en la clase obrera.
Llega justo a tiempo.
Funciona.
Es uno de esos espectáculos cuya belleza deja sin aliento.
Es algo que debería hacer meditar a los responsables.
Ya no es lo que fue.
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CANTO XVII
Nos hundimos sin hacer ruido. Como en una bañera
el agua está quieta en los alumbrados salones de palmeras,
en las canchas de tenis, en los vestíbulos reflejados en los espejos.
Trascurren minutos oscuros que cuajan como gelatina.
No hay riñas, ni disputas. Diálogos a media voz.
Usted primero, señor. Saludos a los niños.
Cuídese del catarro. En los botes se oye el crujir de los cables
y se ven sobre el remo fosforescente gotas de agua
que como a cámara lenta del mar emergen y al mar vuelven.
Solo cuando se acerque el fin —la proa oscura levantada
perpendicularmente desde la profundidad cual absurda torre,
apagada la última luz, nadie pregunta la hora—
entonces un sonido jamás oído quebrará la calma de cristal:
“Fue un estruendo, o más bien un chacoloteo, un fragor o más bien
una sucesión de golpes, como si desde una bóveda enorme
se precipitaran toneladas de cosas pesadas desde lo alto,
agolpándose en los escalones y arrastrándolo todo en su caída.
Fue un ruido jamás escuchado
y que nadie quiere volver a oír en su vida.”
A partir de este momento, ya el barco no existía.
Después solo se oyeron los gritos.
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CANTO XXI
Después, como siempre, todo el mundo lo había visto venir,
excepto nosotros, los muertos. Después abundaron
los presagios, los rumores y las versiones cinematográficas.
Alguien mencionó las carreras de perros
celebradas en la cubierta C, deporte bastante raro
para un barco; habían preparado liebres metálicas
con pintura brillante, movidas por un ingenioso mecanismo,
para incitar a los galgos a realizar esfuerzos ilícitos;
se cuenta que muchos pasajeros menesterosos perdieron
sus últimas guineas en este monótono pasatiempo. Y qué decir
de la grieta en la campana del barco, y del hecho
de que se había tornado agrio el burdeos Château Larose del 88
utilizado en el bautismo del barco; la conducta misteriosa
de las ratas en Queenstown, última escala del viaje;
y el silenciado caso de la furia sanguinaria
en la capilla del barco. Ominosos accidentes,
vicios innombrables; pero ¿por qué hemos de cargar
con la culpa? ¿Cómo sospechar que se daban latigazos
a las duquesas debajo de las mesas de juego? ¿Que las niñas
menores de edad pedían auxilio por los conductos
de ventilación y que en los baños turcos había hermafroditas
mostrando sus orificios? Ahora, retrospectivamente,
todo el mundo alega haber oído el sonido de un órgano,
sin que lo tocaran manos humanas, y que pasó la noche
emitiendo profanas tonadas, como última advertencia
a todos nosotros.
«Divina Némesis» ¡Fácil decirlo una vez ocurrido!
Las penúltimas palabras de un grave caballero
poco antes de hacernos a la mar:
¡Ni Dios mismo podría hundir este barco! Bueno,
no lo oímos. Estamos muertos. Nada sabíamos.
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CANTO XXIII
¡Contradicciones! ¡Discrepancias, dudas!
El número de bajas, por ejemplo: ¿1635?
¿1715? ¿1490? Se había abierto paso hasta el frente,
y había tomado el micrófono para formular su pregunta:
Señoras y señores, distinguido público, ¿dónde colocaremos
nuestra fe? Se trataba de un poeta musculoso,
que, empujando a un lado a los demás, poetas también
más o menos, gritó: ¡Oh, empirismo! ¡Estoy perdiendo
la razón! ¡Eterna discordia de los expertos!
¡Ay de los especialistas! ¡Bibliógrafos, qué lástima me dais,
os hundiréis también, pero pero nadie se dignará en haceros objeto de estudio!
¡Y os hundiréis sin gloria, amén! Tonterías, grito otro
del grupo. Creedme, gritó y tiró del cable hasta
que su colega soltó el micrófono: Todos ellos solo creían
lo que al día siguiente leyeron en los periódicos; después, nadie,
ni siquiera testigos y víctimas, creían
lo que vieron sus ojos, y, de acuerdo con ellos,
decimos: Debe de haber sido como en el cine.
Luego ocupó el estrado un colectivo de poetas,
cogidos de los brazos, gesticulando y coreando a una voz:
Bienvenidos seáis rumores, bienvenidas leyendas
y hasta mentiras, mientras más locas mejor. Silencio
en la sala. Un aplauso para Edward J.Smith,
nuestro capitán de barba blanca, treinta y ocho años de servicio,
quien, desoyendo los radiomensajes,
corrompido por codiciosos armadores y ávido
de implantar récords, se abalanzó a toda velocidad
contra el iceberg. Ahora, antes de colocarse
el cañón del revolver en la boca, grita: «Be British.»
¡Bravo! Después de todo, ¿qué clase de poeta es aquel
que no es capaz de tragarse la sopa salada,
lamer las gotas que se derraman de la sala de calderas,
que no sienta en los mismos huesos el sudor frío del pánico,
la viscosa llovizna de la historia?
En verdad, en verdad, os digo: Silencio en la sala.
¡Tres vivas a la condesa Rothes en camisón de noche,
bruja, sufragista, lesbiana depravada,
que se adueña de un bote salvavidas
y proclama el matriarcado! ¡Vivas a los oficiales
que se tambalean borrachos por la pasarela, disparando
sus armas contra la chusma del entrepuente. Judíos,
camelleros y polacos! ¡Deberíamos darles una lección!
Un tropel de fogoneros con caras tiznadas es obligado
a regresar al fondo de la sala de máquinas
donde el agua negra ya alcanza la rodilla,
mientras a menos de cuatro millas de allí,
recostado en la baranda
de su podrido barcucho, con los motores parados,
el capitán Lord manda retirarse al telegrafista
para poder disfrutar a solas de las señales
de auxilio y de los gritos de los ahogados,
sin que ningún mensaje le moleste.
¡Viva, mis queridos amigos! Siempre hay alguien
que se limita a mirar impasiblemente
para formarse una opinión equilibrada con ese conocido
gesto de la comisura de los labios.
Los poetas bramaban, exigían, concedían:
un grupo totalmente descontrolado.
¡Detenedlo!, gritaron, ¡detened al millonario disfrazado
de mujer, con turbante y velo, que está
entrando en el último bote salvavidas antes de que el barco
se haga pedazos! «Cerca, más cerca, oh Dios, ¿de quién?»,
toca la orquesta; no, «Ragtime», «Un último cigarrillo,
y todo queda dicho y hecho», no, «Señor de misericordia
y compasión», nada de eso toca,
ya la banda no existe,
no había sonido, no se oía una palabra,
ya no quedaba quien gritara tres vivas,
tres vivas, señoras y señores, para ustedes,
para los poetas, para todos nosotros.
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CANTO XXXII
Más tarde, cuando el inmenso cuarto
se oscureció del todo,
nadie quedó
excepto el muerto y una desconocida.
Amiga y enemiga
se confundieron en otra persona.
Y la desconocida, escuchando su aliento apacible,
se inclinó sobre él entre las sombras
y, cerrando su boca con un beso,
se lo llevó muy lejos con su única boca.
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CANTO XXXIII
Calado hasta los huesos, diviso gentes con baúles chorreantes.
Los veo, de pie sobre un plano inclinado, recostados al viento.
Bajo una lluvia oblicua, borrosos, al borde del abismo.
No, no es un sexto sentido. Es el tiempo,
el mal tiempo el que los empalidece. Les advierto,
les grito, por ejemplo,
señoras y señores, andáis por mal camino, estáis al
borde del abismo.
Pero solo me otorgan una débil sonrisa y responden altivos:
Gracias, lo sabemos.
Me pregunto si se trata de unas cuantas docenas de personas,
¿o está allí todo el género humano, sobre un barco
decrépito, digno de la chatarra, dedicado tan solo
a una causa, el naufragio?
Lo ignoro. Yo chorreo y escucho. Es difícil
decir quiénes son estas gentes asidas a un baúl,
a un talismán de color puerro, a un dinosaurio, a una corona de laurel.
Les oigo reír y les grito palabras incomprensibles.
Aquel desconocido con la cabeza envuelta en periódicos mojados
supongo que sea K., un viajante vendedor de galletas;
de aquel barbudo no tengo la más ligera idea; el hombre del
pincel se llama Salomon P., la dama que estornuda sin cesar es de seguro Marylin Monroe;
pero el hombre de blanco, el que sostiene un manuscrito
envuelto en una tela negra, encerada, seguramente es Dante.
Esas gentes rebosan esperanzas, están llenas de una energía criminal.
Bajo la lluvia a cántaros, se ponen a pasear sus dinosaurios,
abren y cierran sus maletas mientras cantan a coro:
«El trece de mayo el mundo se hundirá,
todo acabará, todo acabará.»
Es difícil decir quién se ríe, quién me observa, quién no,
en esta niebla, a no sé que distancia del abismo.
Los veo hundirse poco a poco y les grito:
Veo cómo os hundís poco a poco.
Y no hay respuesta. En lejanos barcos, leves y corajudos,
suenan las orquestas. Todo es tan lamentable; no me gusta mirar
cómo mueren empapados en la lluvia y la niebla. Es tan penoso.
Les podría gritar, les grito: «Pero nadie sabe
en qué año acabará el mundo; ¿no es maravilloso?»
¿Pero adónde fueron los dinosaurios? ¿Y de dónde provienen
aquellas miles y decenas de miles de maletas empapadas,
flotando a la deriva, sobre las aguas?
Nado y gimo.
Todo, como de costumbre, gimo, todo bajo control,
todo sigue su curso, todos, sin duda, se habrán ahogado
en la lluvia sesgada, es una pena, ¿y qué? ¿por qué gemir?
Lo raro, lo difícil de explicar, es: ¿por qué sollozo
y sigo nadando?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLa Habana 1969 – Berlín 1977
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Enzensberger, Hans Magnus. El hundimiento del Titanic. Ed. Plaza y Janés, 1998.
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MODELO PARA UNA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO
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MODELO PARA UNA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO
Aquí tienes una caja,
una caja grande
con una etiqueta que dice
caja.
Ábrela,
y dentro encontrarás una caja,
con una etiqueta que dice
caja dentro de una caja cuya etiqueta dice
caja.
Mira adentro
(de esta caja,
no de la otra)
y encontrarás una caja
con una etiqueta que dice…
y así sucesivamente,
y si sigues así,
encontrarás
tras esfuerzos infinitos
una caja infinitesimal
con una etiqueta
tan diminuta,
que lo que dice
se disuelve ante tus ojos.
Es una caja
que sólo existe
en tu imaginación.
Una caja
perfectamente vacía.
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Enzensberger, Hans Magnus. El hundimiento del Titanic (Trad. Heberto Padilla). Barcelona; Ed. Plaza y Janés, 1998.
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NUEVOS MOTIVOS POR LOS QUE LOS POETAS MIENTEN
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NUEVOS MOTIVOS POR LOS QUE LOS POETAS MIENTEN
Porque el instante
en que la palabra feliz
se pronuncia
no es nunca el instante de la felicidad.
Porque los labios del sediento
no hablan de sed.
Porque por boca de la clase obrera
nunca oiréis la palabra clase obrera.
Porque el desesperado
no tiene ganas de decir
«estoy desesperado».
Porque orgasmo y Orgasmo
son incompatibles.
Porque el moribundo, en vez de decir
«me estoy muriendo»
no emite más que un ruido sordo
que nos resulta incomprensible.
Porque los vivos
son los que rompen el tímpano de los muertos
con sus terribles noticias.
Porque las palabras acuden siempre demasiado tarde
o demasiado pronto.
Porque de hecho es otro,
siempre otro,
el que habla,
y porque aquel de quien se habla
calla.
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Enzensberger, Hans Magnus. El hundimiento del Titanic. Ed. Plaza y Janés, 1998.
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MAGRO CONSUELO
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MAGRO CONSUELO
La lucha del hombre contra el hombre,
según fuentes fidedignas
cercanas al Ministerio del Interior,
será nacionalizada en su momento,
hasta la última gota de sangre.
Saludos de Thomas Hobbes.
Una guerra civil librada con armas desiguales:
la declaración de impuestos de un hombre
es la cadena de la bicicleta de otro.
Envenenadores e incendiarios
deberán organizar un sindicato
para proteger su puesto de trabajo.
Nuestro servicio carcelario
es abiertamente liberal.
Ofrecen El Sistema de Ayuda Mutua
en el Mundo Natural, de Kropotkin,
encuadernado en plástico negro, lavable,
como un manual de estudios.
Magro consuelo.
Para desaliento nuestro, nos hemos enterado de
que no existe la justicia, y más aún,
para nuestro mucho mayor desaliento,
fuentes informadas rebosantes de placer
nos han comunicado
que nada remotamente parecido
puede o debe existir, ni existirá jamás.
Todavía no está claro
dónde reside la culpa. ¿En el pecado original?
¿En la genética? ¿En los cuidados a los recién nacidos?
¿La falta de educación sentimental?
¿El capitalismo? ¿Una dieta poco saludable?
¿El diablo? ¿El machismo?
Averiguarlo sería bueno, sería
un bálsamo en las heridas de la Razón.
Lamentablemente, no podemos abstenernos
de violentarnos, de crucificarnos unos a otros
en el cruce más próximo
y de engullir después los despojos.
Estamos molestos, pero no sorprendidos
por nuestras diarias atrocidades.
Lo que nos anonada
es la tácita ayuda,
la generosidad infundada
y la dulzura angelical.
Es hora ya, por lo tanto,
de exaltar con verbo encendido
al camarero que escucha horas enteras
los lamentos del hombre impotente;
la misericordia del representante de galletas
que rompe a última hora
la orden de ejecución;
a la beata que oculta
inesperadamente al desertor que llama a su puerta;
y al secuestrador, súbitamente fatigado,
que renuncia a su enmarañada tarea
con una débil sonrisa de complacencia.
Dejamos el periódico encogiendo los hombros,
llenos de alegría, la alegría
que sentimos cuando termina la película,
se encienden las luces en la sala de cine, afuera
la lluvia ha cesado, y anhelamos
dar una calada al cigarrillo.
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Enzensberger, Hans Magnus. El hundimiento del Titanic (Trad. Heberto Padilla). Barcelona; Ed. Plaza y Janés, 1998.
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PURA MÚSICA
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LA ILUSIÓN DE LOS OJOS
Tú dices:
abro los ojos y veo lo que está ahí
por ejemplo allí en la pared esa mujer desnuda
o aquí este aburrido lápiz
o el ojo que me mira fijamente sin cesar para volverse loco
Cierro los ojos y veo lo que no está ahí
Tan simple es la cosa
Tan fácil es engañarte
Pues en realidad la realidad está cabeza abajo
también tu cabeza también el cine en tu cabeza
¿De dónde sabes tú si el ojo se mueve y el cuadro está quieto
o el ojo está quieto y el cuadro se mueve?
Seguro es sólo que lo desaparecido no ha desaparecido
y lo presente no está presente
O bien ves el cine o bien la película
o el ojo o el cuadro.
Y por eso miras fijamente sin cesar a esa mujer desnuda en
la que no se mueve nada
con los ojos desorbitados para volverse loco
esa mujer que no está ahí
y miras con los ojos cerrados estas aburridas gafas aquí
esta carnicería en el cine
estos objetos que danzan ante ti sobre la mesa
Tan simple es la cosa
tan fácil es engañarte
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O miras en un par de ojos en los que se reflejen los tuyos
en los que se reflejen un par de ojos en los que tú miras
Abro los ojos y lo que aparece desaparece
Cierra los ojos y lo desaparecido aparece
Pero eso no lo quieres ver
Tú dices :
Abro los ojos y veo lo que está ahí
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxetc. ad infinitum
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CONSISTENCIA
El pensamiento
detrás de los pensamientos.
Un guijarro, habitual,
sin mezcla, duro,
no venal.
No se diluye,
no se
discute,
es lo que es,
no aumenta o disminuye.
Irregular,
no variopinto, veteado.
Ni nuevo, ni viejo.
No necesita pruebas,
no exige ninguna fe.
No sabes de dónde
lo tienes, a dónde
va, para qué
sirve. Sin él
serías poco.
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PARTICULARIDADES DE UN VERTEBRADO SUPERIOR
Siempre el mismo grito de júbilo,
apenas explicable biológicamente:
kmer, zulú, rabe, alemn.
Siempre a la búsqueda de la gloire
del santo enano,
del genio con bigotes,
de la rata amada.
Distintivos, gorras, ídolos.
Minuciosos, con la respiración contenida,
los preparativos para la masacre.
Fervor sólo no es suficiente.
Para mutilarse
se necesita prudencia y disciplina.
Normas y trámites oficiales
para abrir con exactitud
las fosas comunes. Paciencia.
Primero tienen que creerlo otros,
bastantes, si es posible millones,
si es posible todos,
antes que la canalla de los mártires
se pueda dejar caer suspirando
en la fosa que ella misma se ha cavado.
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VIEJOS MATRIMONIOS
Quien tanto tiempo se ha quedado
se hace pocas ilusiones.
«Sólo sé que no sé nada»:
También esto es exagerado.
Los viejos matrimonios
no tienen el menor interés
por lo superfluo,
dejan en suspenso
lo indecible.
Curiosamente distanciada,
esta mirada lúcida.
Retiradas valientes,
planeadas
bien de antemano.
Por otra parte obstinados
como el equiseto.
Resignación –
una palabra extranjera.
Muletas improvisadas,
autoabastecimiento, patatas
en el propio huerto
y en caso de duda
en la encrucijada
la máscara de oxígeno a mano.
Cuando se va la luz
se ven algunas cosas.
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LA CONFUSIÓN
Bien lo sabes, fue entonces en Praga, hemos ido a los alrededores
con el anciano Trata, cómo era el nombre del hostal junto al río,
Orlik, Horlik, algo con k, los colchones
los echamos al suelo, hacía tanto bochorno,
las ranas cantaban en el agua, ah vamos, por poco
me quedo helada en las sábanas tiesas, seguro que era en otoño
cuando cayó el muro, o no, vivíamos en Viena,
no sé cómo no te extrangulé, cuánto tiempo,
era la crisis del golfo, en Mödling, no teníamos dinero
para el alquiler, no debería haber ido contigo, aj,
borrón y cuenta nueva, de una puta vez, me engañaste,
cómo, sencillamente al principio, ésa fue la falta,
en Praga, déjate de viejas historias, allí junto al río
ha comenzado todo, ya lo tengo, Odradek era el nombre,
qué nombre, el del hotel, ahora lo recuerdo, olía
a heno, con astas de ciervos en el corredor, no me toques,
allí fuera por el estanque los patinadores parecían diminutos
bajo el sol brillante, bueno, como quieras,
olía a podrido y además yo estaba enfermo, de ictericia,
la farmacia estaba cerrada, era domingo, un domingo de julio,
y nos paseamos en barca, y tú dijiste no quiero el niño,
mientes, y prefiero quitarme la vida,
esa no era yo, quién era entonces, ah así es eso, tú
me confundes, sin duda, con esa Carla o Carola,
o como se llame, tú estás loca, y yo, y yo
idiota he limpiado las escaleras mientras tú, durante años,
está bien, no lo soporto más, no te excites,
eso dices siempre, déjame al menos hablar, eso
ya lo dijiste entonces en Praga, por Dios Santo,
cállate ya con eso, con tu heno y tu memoria,
qué Odradek ni qué niño muerto, ahora, cuando ya es tarde, sí,
como quieras, llevas razón, sí, eso fue entonces, eso ya pasó.
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FUGA DE PENSAMIENTOS
Provisionalmente sigue la cosa,
sigue bien,
sigue su curso.
Nuestras victorias
pasan de largo ante nosotros.
Incluso nuestras derrotas
han resultado fugaces.
Precursores somos,
que cojean detrás de la posteridad
o retrasados
que se adelantan a su tiempo.
También el final del mundo
puede que sea
sólo un provisorium.
Provisionalmente morimos
con el alma en paz
en nuestras tumbonas.
Después ya veremos.
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SOMNÍFERO
Variopinta cápsula espacial
diminuto grano de mostaza de la amnesia
que descubre su núcleo
al final del diluvio
Blanco taifún en el vaso de agua
catarata química
que bebo hasta el fondo
que me anega.
Adormilado chiaroscuro
Nilo azul
que jaspea mi cerebro
hasta que me hundo.
Silente milagro
de milígramos pesados como quintales
en el que des-
aliento mi miedo y mi alegría
hasta bien entrado
el día estridente.
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UNA OBLIGACIÓN DE LARGO ALIENTO
Messieursdames, nunca ser pronto
para que Vds. puedan comenzar
a despedirse.
Agradables decenios
en mitades de casas de dos familias,
poco antes del segundo del horror.
O piensen Vds. en las cáscaras de huevo
de los saurios, cómo se han vuelto
cada vez más finas en el transcurso
de los eones. Nadie sabe
por qué. Pero esto sí que lo conocemos,
este tumulto rico en energía:
una generación tras otra,
ocupada con su adiós,
tal como en el cielo estrellado
las galaxias entregadas diligentemente
a su propia autocremación. ¡Sí,
dejar la vid! Un deporte que exige mucho tiempo.
¡Así que nunca es pronto! También
morirse de una vez ha de aprenderse.
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SISTEMA LÍMBICO
Es viejo, es blando,
no se comprende,
no sabe lo que significa limbus,
lo que es un sistema.
Entre las cavidades y el cuerpo calloso
un limbo, diminuto.
Hipocampo, cíngulo, amigdaloide:
una memoria oscura,
que no puede acordarse
de sí misma.
Incontrolable
controla
el miedo, el placer, el crimen y el vicio.
Sus lazos y fibras,
un árbol de cables
en lo hondo del cerebro
intra y extramural.
Corrientes ocultas, incendios sin llamas,
cortocircuitos.
Pequeños defectos
que escalan rápidos.
Un impulso en el mando
y es la venganza.
Una descarga eléctrica
y Amok se desata.
Unos billones de células
en la oscuridad. El género humano
un ovillo diminuto
entre origen y olvido.
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VALORES LÍMITES
Se necesita menos de lo que piensas:
tres días de hipo
una calefacción rota
pérdidas de confianza en Tokio
fisuras de un cabello en la circulación primaria,
mareo
falta de oxígeno
dolor de muelas
Y ya no cuenta el siglo 21
ya pierdes el conocimiento
y ni siquiera logras
leer esta línea hasta el final
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MÚSICA DEL PORVENIR
Que no podemos esperar,
nos lo enseña.
Brilla, es incierta, lejana.
Que dejamos venir hacia nosotros,
no nos espera,
no nos toca,
no nos suena,
está por ver.
No nos pertenece,
no pregunta por nosotros,
no quiere saber nada de nosotros,
no nos dice nada,
es pura música.
No estuvo,
no está ahí para nosotros,
nunca ha estado ahí,
nunca está ahí,
nunca está.
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Enzensberger, Hans Magnus. Pura música. Madrid; Ed. Visor, 1993.
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