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Posts Tagged ‘francisco umbral’

ESTA ATENCIÓN TARDÍA

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EL gato emite silencio. Miro la avispa, al mediodía, serrando un milímetro de carne con sus dos serruchos laboriosos. Se lleva una tajada minutísima, por el aire, hacia el sol secreto de las avispas, y vuelve a por más. Ya le he dado destino a su día. El gorrión se baña en su fuente, se refresca, y luego sale huyendo hacia lo azul. El gorrión es ladrón de agua, robador del frescor del día. La paloma es poesía y resorte. Abierta y volando es un ave modernista. Caminando, o parada en una rama, es un juguete mecánico. Los perros puntean el silencio y lo dejan cruzado de mensajes, que son sus ladridos correspondientes y correspondidos.
xxLa babosa viene a veces adherida al periódico que tiran sobre la hierba, por encima de la tapia. A la babosa la pongo en mi mano y se abre paso entre el vello con ilusión de manigua. Cuando le hablo, mínima, eriza sus dos cuernos blancos y finísimos, sus antenas/ojos, se orienta y sigue, hasta que la deposito en una hoja verde, que supongo es su hábitat, donde se hará caracol.
xxDe dónde esta atención tardía a los animales, a los bichos, este descubrimiento espléndido y pequeño de su lucidez, su afán de vivir, su presente redondo. El hombre ha levantado mitologías en el cielo, dioses grandes, de una musculatura retórica, o ha erigido a otros hombres en esfinges con magia y destino, pero raramente ha descubierto esta mitología breve y populosa de los animales, que cuando son grandes se combaten y cuando son pequeños se ignoran.
xxEn mi afán por huir de lo humano peor, de los destinos consabidos, he venido en descubrir que la verdadera y realísima mitología son los animales, del tigre de Borges a la babosa que transita mi mano, como un continente, mientras leo el periódico. Sí hay vida feliz en la tierra, sí hay una manera compartida de crear el presente duradero y es la de las fieras, los insectos, las aves, los peces, los felinos, los cánidos, esa hermosa y presentísima verdad hecha de fuerza egregia, minucia alfabética, gladiolo del cielo, ave, chispazo del mar, pez, musculatura de oro, pantera, humanidad cabizbaja y sentimental, perro.
xxTodos ellos siguen en el paraíso terrenal, que es el mar con la selva, y lo traen hasta nosotros en el hocico húmedo, en el mosconeo de oro, en las alas tendidas, —ah Virgen desplegada—, sacratísimas.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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COMO UN JARDÍN

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EN la fiesta ciudadana, en la noche cortés, si hay muchas mujeres jóvenes, sólo percibo como un jardín de coños, una evidente floración de sexos femeninos que están ahí, al final de la seda y la piel, tras la gracia leve de una lencería, vivos o adormecidos, unánimes como las rosas, perfumando el pensamiento más que la carne.
xxNo puedo pensar en otra cosa. Hablo, bebo, río, juego, me comporto con «maneras delicadas» (de un cronista), pero la presencia de los sexos femeninos es fehaciente y amarga como la presencia de las estrellas o las joyas. ¿Sentimos todos lo mismo? No hay urgencia ni violencia en este sentimiento. Sólo una verdad poética y clínica que es el fondo o la superficie de la fiesta.
xxLa vida social es una congregación de coños que llegan a mi indiferencia por muy habituales o por muy incógnitos.
xxNuestra realidad siempre nos traiciona.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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CIEN AÑOS. O LOS QUE SEAN.

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CIEN años de Borges, o los que sean. Borges nos fascina porque le resta toda utilidad a la cultura y la deja en juego, lo que realmente es. Se soportan las erudiciones de Borges porque no pretenden probarnos nada, sino resolverse en una sonrisa.
xxBorges ha escrito uno de los mejores castellanos del siglo, pero siempre en contra del castellano. Es una contradicción dandy que los opacos le rechazan. A uno le apasiona asistir a la lucha de Borges contra un tigre de palabras que pretende desbaratar, pero que le hechiza como todos los tigres. Su lirismo es tan intenso que hace pasar por narración lo que no son más que metáforas. Así cuando crea ciudades imaginarias: «Torres de sangre, tigres transparentes.» No ha construido nada sino dos hermosas metáforas, que yo prefiero, desde luego, a la épica de los constructores de ciudades y los constructores de novelas.
xxBorges es un escéptico irónico y dicen que el escepticismo es de derechas. Pero lo contrario del escepticismo, el fanatismo, es fascista. Borges es un genio absoluto porque es capaz de quemar un concepto en una sonrisa. Esto cabrea mucho a los filósofos de escalafón, pero es lo que el escritor —Voltaire, Montaigne, Cocteau, D’Ors, Borges— tiene sobre los demás hombres: la caligrafía de la sonrisa.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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EL ROBO COMO ADORNO DE LA VIDA

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«EL robo es la contestación al trabajo», escribe Lefebvre. (Al trabajo alienante, se entiende.) Siempre me ha fascinado el robo, en el sentido de Lefebvre y en otros. Por ejemplo, el robo como acto gratuito, gideano. El robo innecesario (tampoco el robo cleptómano, enfermo). El robo como adorno de la vida, como voluta de la vida social.
xxDe pequeño robaba fruta, calderilla, libros, como todos los niños. Y hubiera seguido robando toda la vida, hasta que tomé conciencia de que eso era peligroso, delictivo, incómodo. Hace pocos años escribí una novela sobre el tema, La forja de un ladrón, para ganar un premio, para «robar» un premio. Y lo robé. Es uno de los premios profesionales que más quiero, no por razones literarias sino biográficas. Fue una modesta manera de dar forma a la fantasía infantil del robo.
xxEl robo, como acto gratuito, nos lleva al suicidio, que es el acto gratuito por excelencia. El suicidio inexplicado e inexplicable, no el suicidio por miedo, enfermedad o dolor, pues aquí la muerte se torna utilitaria como consuelo, remedio o punto final que se pone a lo que no lo tiene. He conocido escritores que robaban. En una sociedad más abierta, al escritor debiera permitírsele robar. Todo lo que hace el escritor es literario y el robo es literatura «concebida» o literatura vivida.
xxAmo el robo limpio, escueto, nocturno. La noche es la patria de los ladrones. No me interesa, ya digo, el robo vindicativo ni el robo por necesidad. El robo debe ser poesía en acto. Mejor que cantar una joya en un poema, robarla. Viene a ser lo mismo. El artista sólo sabe moverse por razones artísticas. No sé si esto lo entienden los jueces.
xxSuicidarse es robarse la propia vida. En el robo hay una suerte de dandismo. El robo, además de lo que dijo Lefebvre, es la contestación a la norma. A la Norma. Se roba por alterar la Norma, por contrariar la vida, por interrumpir la corriente tediosa de lo razonable.
xxRobar como roban los niños, sin hambre, ni gula ni avaricia. Ellos roban fruta y uno quisiera robar manzanas de oro y plata, ésas que veo todas las noches alumbrando una cena. El robo del niño es un acto lírico. Roba por inercia y por etnia. El hombre lleva quizá millones de años robando. El chimpancé, nuestro prólogo antropológico, toma las cosas directamente. Ignora lo tuyo y lo mío. Y el robo, hoy, tiene la poesía que le viene de la gratuidad del mono. Todo robo no utilitario es un poema que está entre el mono y el dandy.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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CUCHILLADAS NOCTURNAS, SECRETOS MEDIOCRES, DELINCUENTES CON BUENA LETRA Y MERETRICES

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ELEGÍ la literatura como reino fuera de este mundo, como reducto de sosiego y silencio, al margen de la guerra y el crimen, pero no era verdad.
xxNo era verdad. La literatura está llena de cuchilladas nocturnas, secretos mediocres, delincuentes con buena letra y meretrices que han arruinado con su lepra sexual a los grandes poetas. La historia de la literatura es un vasto cementerio que todavía huele a la sangre derramada de los clásicos y al cadáver reciente del crimen erudito de anteayer.
xxSócrates y Séneca tuvieron que suicidarse por orden superior. Nuestros clásicos del XVI y el XVII se acuchillaban entre ellos y se clavaron insultos que ahí están, en las antologías, como testimonio de que uno escribe mejor cuando está dispuesto a matar. La mejor prosa sería una prosa criminal. Y el verso. A Oscar Wilde le tuvieron trenzando y destrenzando esparto, en Reading, destrozando sus manos de poeta y sutilísimo ensayista. Baudelaire es condenado por un libro inmortal e ignorado o traicionado por el gran crítico de la época, Saint-Beauve. Baroja calumnia a Valle Inclán, Sawa llama «negro» a Rubén, la Pardo Bazán dicen que mantiene relaciones esquineras con los grandes hombres de su época.
xxEn estos días, Vargas Llosa ha criticado a los críticos y los críticos han dicho al fin lo que pensaban: que el peruano es mejor ensayista que novelista. El lúcido Borges escribió cosas deliberadamente torpes contra García Lorca y tantos españoles. Eliot saquea a Joyce y a Pound, los surrealistas definen a Anatole France y a Barrès como «cadáveres exquisitos», Althusser asesina a su mujer, la asfixia, a Nerval lo cuelgan de una verja, Virginia Woolf se suicida, Byron se acuesta con su hermana…
xxTres puntos suspensivos como tres gotas de sangre. Cuando yo empecé a hacer literatura en los periódicos, me dijeron que era muy bueno, pero que era siempre igual. Unos críticos han consagrado mis libros y otros han deseado por escrito mi no existencia corporal, mi inexistencia no sólo literaria, sino física. Todos han elogiado mi estilo por ocultar mi pensamiento. Cuando algún filósofo ha reparado en mi pensamiento —Marina—, nadie se ha hecho eco. Una amante muy literaria me dijo: «Tus libros me parecen todos el mismo y con el mismo título». Un director de periódico, a mis cuarenta y tantos años, me dijo que yo estaba «muertecito». Pero en los veinte años siguientes el muertecito ha escrito sus mejores cosas y ganado sus más ásperas contiendas. Tengo en la memoria cicatrices de todos los que van armados por la literatura. El discípulo amado pronto trueca su discipulazgo en rencor. Tengo tajos en el alma de todos los jefes de grupo. La tribu literaria es la más salvaje e irritable de todas las tribus urbanas. A mi vez, conozco a mis damnificados y no me arrepiento.
xxHe sufrido condenas de silencio largo y conjuras de frivolización, incomprensión o estupidez. La única realidad, la gran paz dentro de esta tribu es la paz laboral de sentarse al sol, a la puerta de casa, a escribir sobre la belleza del mundo, de una mujer o de una palabra. Sin rencor, o purgado de todos los rencores por las enseñanzas de la edad, uno escribe su escritura, escribe la escritura, como la vieja que en cuclillas hace el guiso pobre para los perros, sin saber siquiera si pasarán los perros a comerlo. Basta con el placer de guisar.
xxEn el silencio vertiginoso de esta mañana de agosto, cuando la luz es todavía verde, cada perro literario se lame su cipote y yo me doy saliva en las heridas, en las viejas cicatrices, consciente de que la batalla de la cultura sigue por ahí fuera, con ruido y furia, cada vez más lejos de mí, que escribo el escribir como el pintor abstracto pinta el pintar, luz gloriosa que amo, inicial o final, de una prosa o un lienzo que ya no dicen nada sino que son. Que mi palabra sea y yo me coma el guiso de los perros.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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LA VOZ DE CLAUDIA EN EL CONTESTADOR AUTOMÁTICO

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LA voz de Claudia en el contestador automático. Voz de niña crecida, voz muy femenina, con ese fondo de dulce ronquera que es todo el erotismo de una voz de chica. Deja su recado para el que llame, y lo deja con velocidad, con pueril urgencia, pero con claridad y gracia, con la seguridad de los pocos años. Ah ese laconismo juvenil, esa seguridad que luego se pierde con la timidez, que en realidad es cosa de adultos.
xxClaudia tiene lo que llamaríamos una voz de Serrano, pero es de provincias y nunca ha vivido en Serrano. Más que un estilo local debe ser un estilo generacional de hablar. A partir de su voz puedo reconstruir su cuerpo, hacer paleontología de su alma y su persona. Claudia es alta y bella, de una perfección casi tópica, parecida a todas las modelos de todas las revistas. Pero no es verdad, no hay dos seres iguales y es preciso conocer a Claudia demoradamente para ir viendo cómo se siluetea su personalidad y ella no tiene nada que ver con nadie. Sólo existe lo único. Lo colectivo es una ilusión óptica, aunque el siglo XX haya hecho tanta filosofía colectivista, para bien y apara mal.
xxLo que más personaliza a Claudia son sus ojos azules y claros, en los que de pronto se entorna una sombra de lujuria intensa y perezosa. Miro a los hombres directamente, por la calle, y un día me confesó —no era una confesión, no era nada secreto para ella— que le gustaría pasar por la experiencia lésbica. Otro día, paseando por el Retiro, pasamos por delante de uno de esos conjuntos juveniles, de ropa desvariante, que se avecindan en un banco cualquiera, chicos y chicas, y hacen música para el público, dejando un pañuelo rojo en el suelo para recibir las monedas.
xxLa vocalista, digamos, era una chica más bien gorda con un micrófono en la mano, que se agitaba mucho. Claudia la miró largamente y la otra le hizo obscenidades e invitaciones con la lengua. Claudia se cogió de mi brazo como para recuperarme, casi como una esposa mirada osadamente por un militar antiguo. Pero de ella había partido la provocación. Yo creía que sólo a Marcel Proust le había sido dado asistir a escenas de lesbianismo, y, proustianamente, mi mayor escándalo silencioso fue la dulzura cínica con que Claudia se acogía a mí, como niña asustada. «Me ha hecho cosas horribles con la cara», dijo. Y en seguida me hizo cruzar hacia el estanque, en cuya orilla los patos empezaban a dormir de pie, en un atardecer lleno de paz y luz plata. Después del atrevimiento procaz, el recurso a la ingenuidad blanca de los patos, que sabe que a mí me gustan. Los contemplé enternecido, como siempre, pero ella estaba purgando su pecado.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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CON ESE BRILLO DE POSIBLE AMISTAD

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HOY me ha mirado un perro como preguntándose por mí. Era un perro negro, grande, ya un poco viejo, sin otra nobleza que la edad. Un perro de alguien, sin duda, un perro de otro, que repentinamente se ha interesado por mi persona. Quizá es el perro de un amigo y eso basta para que él me considere continuación difusa e interesante de su amo.
xxQué dulce curiosidad en la mirada del perro, qué añosa gravedad, qué dignidad de persona que no tienen las personas. Nunca otro humano nos mira así. Entre los hombres sólo nos cruzamos miradas furtivas, o de momentánea alegría, miradas de superficie, más o menos mentidas. Miradas inquisitivas. Al perro, en cambio, se ve que le interesa todo de mí. Me mira a los ojos largo tiempo y espera que yo le corresponda con una mirada igualmente honesta, honrada, profunda, interesada, curiosa, digna. Con una mirada perruna.
xxNo hay entre las especies, y menos en la humana, un ser capaz de mirar así, con tan respetable interrogación, con ese brillo de posible amistad que hay al fondo de sus ojos negros. Quizá piensa el perro si soy digno de él, de su cariño o de una relación de hombre a hombre, de perro a perro.
xxMe ha conmovido la mirada del perro, su distante y profunda observación. Ahora comprendo que nadie me había mirado así jamás, y estoy al final de mi vida, como él, quizá, de la suya. Del fondo vil del hombre jamás puede nacer una mirada semejante. «Ya no se mira así», dirían los nostálgicos. Pero nunca se ha mirado así.
xxHace falta mucha humanidad dentro para mirar como un perro.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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COMO LOS DESNUDOS URBANOS DE DELVAUX

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EL automóvil atraviesa el bosque, hacia la ciudad, a marcha moderada. Cientos de mulatas negrean entre los árboles. Van desnudas, con mínima lencería blanca sobre su piel ceniza. Sus pechos casi rozan los cristales del coche. Están ahí noche y día esperando al cliente, esperando el dinero de la droga, que las llevará a más droga y más prostitución. Son como ánimas de ese Purgatorio que ahora dice el Papa que no existe. Están entre los árboles, con bolsero y tacones altos, insólitas como los desnudos urbanos de Delvaux.
xxLa ciudad crece en medio de un bosque. La capital de la libertad crece dentro de un anillo oscuro de esclavitud y enfermedad. La libertad que el hombre otorga al hombre, y a la mujer, no pasa de las afueras. No va más allá del casco urbano. Somos ciudadanos de la libertad en nuestros altos pisos con moqueta. La moqueta crea un silencio igual a sí mismo que nos parece el clima perfecto y conseguido de la civilización y la cultura. Pero tres kilómetros más allá está la esclavitud, el infierno de la mujer en ridícula y patética de desnudo ciudadano. En plena libertad sexual la sexualidad busca estos aliviaderos. En la raíz profunda de los rascacielos hay un bosque —todo el bosque es raíz— de miseria, carne triste, droga sucia, prostitución y sangre.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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HAGAMOS LA EXPERIENCIA UNA VEZ MÁS

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¿LLEGA el escritor a odiar la literatura? No lo sé, pero hay días de hastío, de cansancio, de sobresaturación. ¿Por qué no abandonar el pensamiento y las palabras, si ya has escrito tanto, para vivir la vida que te queda?
xxLa noche, las mujeres, el alcohol, las desnudez y la fiesta, el cuerpo, el cuerpo. Hagamos la experiencia una vez más. Así como hay un sobre/trabajo —plusvalía— que es denunciable, hay un sobre/pensamiento que es ya un estéril pensar el pensar. Parece fascinante arrojarse hacia fuera del cuerpo, arrojar el cuerpo hacia fuera de su sistema de costumbres, rutinas y compromisos. Todavía restan unos años de fuego y sexo, de velocidad y risa.
xxPero la gente exterior dice refranes, apiña las uñas para decir que la fiesta estaba así, ha resuelto con tópicos las cuestiones más apasionantes del pensamiento como juego. De pequeño, si querías merienda en la excursión, tenías que llevarla tú. Ahora, si quieres ingenio en la gran cena, tienes que ponerlo tú. El oro es aburrido, el lujo es letárgico, la abundancia sin gracia no es más que mercancía.
xxNo hay salida.
xxVa uno aguantando, pero antes o después tendrás que volver a los libros, a tus odiados intelectuales, a vivir la carne como una huida del texto y a gustar el texto como el verdadero reposo del guerrero. Aparte el episodio amoroso, la vida social es un carrousel vacío donde los muertos más populares giran inmóviles, envejecidos. Realmente, su muerte es vulgaridad, su vulgaridad viene de que siempre han estado muertos. La única autopista al futuro es una vagina joven. Y luego vuelta a las ideas, ya sin la esperanza de pensar nada nuevo, de escribir nada estupefaciente, sino como refugio, choza del intelectual en el bosque urbano de la vulgaridad bien educada.
xxDe momento, trabajo en este libro. Escribir un libro es una aventura interior. No importa el final ni la salida. Importan las maniguas recalentadas que uno va cruzando, el pensamiento selvático y la espera inconsciente de una llamada femenina de paso hacia el crepúsculo.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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HAY UN DOLOR ERRANTE POR MI CUERPO

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LA cabeza se deshoja, el esqueleto es todo dentadura, los riñones laboran en la noche, la garganta duele en un ladrido mudo, los ojos arden llamas interiores, hay un dolor errante por mi cuerpo, se me desprenden las manos, se quedan aferradas a cualquier cosa que intento sujetar, mis oídos son caracolas tristes de una tormenta que me va por dentro, canta la orina en la vejiga, más las enfermedades que imagino, enfermedades no inventadas aún, que en mí se inician.
xxHay un día en que la vejez se junta con la enfermedad. Ya no se sabe si duelen los años o si consisto en mis enfermedades. Los males son rotatorios y me rondan todo el cuerpo. Como cuervos merenderos, cada día se posan en una rama del fino árbol de sangre. Pero entre tanta negrura variada y venidera, veo con lucidez que envejecer es recuperar el presente. De niño se vive en el presente. Luego, de hombre, abandonamos aquella tarde de vencejos y campanas, aquellos juegos, y nos vamos una temporada, esa momentánea ausencia, esa llamada urgente de la vida, que llama como una mujer (a lo mejor son la misma cosa), resulta que es la existencia entera. De viejo se ve, de pronto, que ahí, allí, allá, nos dejamos todo el calendario desbaratado de nuestra biografía.
xxDías, dineros, viajes, mundos que no son el mundo, políticas, lluvias y ferrocarriles, siempre con la cabeza baja, leyendo, mintiendo, fornicando, pensando confusamente en quiénes somos.
xxHasta que un día, ayer o anteayer, vuelve uno a levantar la cabeza, mirar al cielo largamente, tras una ausencia de más de cincuenta años. Y de pronto recuperamos aquello, reanudamos aquella tarde que dejamos a medias cuando nos llamó nuestra madre para un recado urgente, para una noticia sospechosa: el colegio, el trabajo, el estudio, yo qué sé.
xxPero aquella tarde estaba ahí, situada en su cielo, como entonces, esperando mi vuelta, con sus campanas y sus vencejos, con su luz de un otoño que tiene el oro quieto de la vida. He perdido mi vida viviendo. Ahora soy un rebaño de enfermedades, pero recupero lentamente el presente, el ahora mismo, tanta belleza no atendida como olvidamos a través de la vida.
xxA lo más que ha llegado uno es a sustituir los crepúsculos salvajes y hermosos del cielo por los crepúsculos tipográficos de los poetas. Qué sinsentido, qué juego «adulto». Pero el presente existe, es el mismo de la infancia y tiene una segunda epifanía en la vejez. El hombre es ser de lejanías, como dijera el filósofo, porque vive del proyecto del pasado o la memoria del futuro, que sólo es el revés de lo mismo. (Y luego, la definitiva lejanía de la muerte.) El presente existe, digo, y está ahí a la vista. Son las mismas luces matinales, la misma cultura de oros de la tarde que dura. El presente existe y lo desatendemos toda la vida, llevados de la urgencia falsa de vivir. He envejecido y tengo enfermedades porque aquella tarde de la infancia/adolescencia me escapé del paraíso o de mi barrio. Hoy he vuelto a ser rehén de la luz, quieto en lo quieto, y se reanuda para mí, visible y hermosa, la elipse de los cielos, la nada mitológica, el viento mismo, el mismo viento, la luz que siempre vuelve en figura actualísima y ociosa de tarde con vencejos, de gran noche.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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UN MIEDO MUDO QUE NUNCA NOS DIRÁ NADA

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TENGO miedo. El miedo está en mi vida, en mi no/vida. No es un miedo fijo, frío, quieto, sino un miedo que va y viene por mi cuerpo y mis sueños, por mis despertares. ¿Miedo a qué, miedo de qué? Miedo al miedo.
xxMiedo del miedo. La vejez, la enfermedad, el fracaso —¿el fracaso a estas alturas?—, la soledad, el dolor, no sé. Es un miedo móvil, un miedo que a veces duele en la espalda, en la cabeza, que brujulea por los sueños, que se fija en un ojo y parece que ya está acorralado, explicado, pero luego desparece, lo olvido, y reaparece a la noche siguiente en cualquier otro sitio. Necesitamos el día para vivir sin miedo. La luz es una lanza. El miedo no es que venga de noche, sino que en la noche se deja ver, como un animal nocturno, como una inmóvil y destellante iguana.
xxEl miedo, como el dolor, desaparece con la luz, se hace soluble en los ademanes de mi vida, en el ballet de la escritura. ¿El miedo es el dolor? El miedo se experimenta como un dolor, pero es otra cosa. El dolor se experimenta como un miedo, pero es más fácil de cercar, de limitar, de curar. El miedo duele donde no debiera, sólo la noche lo ilumina con diafanidad y entonces es un miedo populoso, con mucha gente y muchos recuerdos, un miedo habitado, pero otras veces es un miedo solitario, sólo miedo, un miedo fijo que nos mira, un reúma del alma, una idea que viaja sombría por todo el cuerpo, el miedo de seguir, el miedo de parar, el frío efluvio de todos esos miedos juntos.
xxYa sé que para siempre, desde ahora, me acompañará ese miedo, este miedo, que es el arrepentimiento de haber vivido, el arrepentimiento de no haber vivido, el odio que mi yo, ese desconocido, reparte por mi vida, la tristeza y el escepticismo de lo vivido, lo viviente y lo por vivir. El miedo, quizá, no sea sino el olor de la muerte, como huele a tierra podrida y buena a medida que nos vamos acercando a un cementerio.
xxEs muy fácil razonar contra la muerte, el animal racionante que somos puede hacer la muerte soluble en palabras. Pero el otro animal, el verdadero, el instintivo, sólo percibe la muerte como miedo, un miedo mudo que nunca nos dirá nada. Nos salvamos por la palabra, y por eso el miedo no habla.
xxNo hay salvación.
xxA medida que escribo sobre el miedo se me pasa el miedo. La escritura, que me ha dado tantas cosas, me da también consuelo. El miedo y hasta el dolor se curan escribiendo. El miedo no lo cura la noche, sino que se introduce en el sueño. A veces pruebo a escribir mentalmente, sobre la almohada, por conjurar el miedo. Pero no hay sino elegir entre el miedo despierto y el miedo dormido.
xxCon la primera claridad escribo cosas. Con el día ya hecho escribo artículos. La actualidad es tiempo en acto. La actualidad me sana. Dicen que es una escritura fugaz, pero es la más curativa, como esas saludadoras que sanan sólo con su paso.
xxTengo miedo de no haberlo dicho todo sobre el miedo. Pienso que arrojando palabras se arroja el miedo. Sé que no es verdad. Pero el sol de diciembre, tan claro, tan evidente, en complicidad con la escritura, van diluyendo el miedo de mi cuerpo bajo el beneficio del día, la quietud de la hora, esa cordillera de cosas cotidianas y sabidas que es la realidad.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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SIEMPRE QUE EL ESCRITOR SEPA HACER EL TAPIZ

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xxCervantes escribió el Quijote con libros de caballerías y Shakespeare construye sus tragedias plagiando a los griegos o a los normandos. De modo que esa idea ruda de «obra libresca» se ha superado para siempre y en su lugar aparece el concepto más fino de intertextualidad, que no es sino la literariedad conseguida mediante un entretejido de otros autores y otras lecturas. Intertextualidad hicieron el Alighieri, la Biblia, Virgilio, Quevedo, que está lleno de Marcial, Góngora, que está lleno de mitologías, y, entre los modernos, (…) Joyce, que va de los jesuitas a Homero y vuelta. Y, después de Joyce, lo que ustedes quieran. El concepto de intertextualidad no es peyorativo sino todo lo contrario: se ha convertido en un valor. La intertextualidad lo acoge todo, siempre que el escritor sepa hacer el tapiz (…)

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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UN ZUREO EFÍMERO EN DIRECCIÓN CONTRARIA DE LA MUERTE

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FIESTA en casa del gran hombre, en el campo. Los mismos y las mismas. Los mismos con las mismas. Nos reunimos para estar alegres, pero la alegría es siempre siniestra. La alegría es un zureo efímero en dirección contraria de la muerte. Luego, en seguida, el pájaro humano vuelve a posarse en la rama negra de la muerte. La alegría tiene risa de calavera, la risa es un desnudamiento obsceno del esqueleto.
xxxLos mismos con las mismas, sí. Y no sólo porque nuestro común pasado esté confuso de aventuras cruzadas, de amores confundidos, sino porque hemos vivido juntos miles de noches como ésta y actuamos ya sobre lo sobreactuado, sobre el recuerdo o el olvido de lo que fuimos e hicimos y seguimos haciendo, sobre ese fondo de estanque que es el pasado.
xxxEs como si todos estuviéramos desnudos, ellas y nosotros (como alguna vez lo hemos estado en el desnudo colectivo), sólo que ahora sin lujuria, sin deseo, con una alegría sosa y un cansancio que es el poso de la fama. Todas guapas y famosas, todas muy vestidas, como que las hemos visto desnudas hasta el alma y ya sólo pueden sorprendernos o halagarnos con la ropa. Nos transparentamos unos a otros. Se habla y se habla, se ríe, se cuenta, pero lo que está al fondo de los besos y los saludos y el whisky es el pasado y el olvido, la memoria y el miedo.
xxxAcude uno a estas fiestas, cada vez menos, como asistiendo a ese carnaval que es el envejecimiento en Proust. Los mismos y las mismas, pero con treinta años más y una mirada de memoria y colesterol.
xxxCon el tiempo, uno va consintiendo en sus amigos, en sus amigas. Si ellos desapareciesen o se fueran de viaje para siempre, dejaría uno de ser, de existir, pues somos despiezables: parte de un cuerpo social, de un sistema endogámico que nos convoca y dispersa y vuelve a convocar periódicamente. Actrices y escritores. Todo clan humano, todo oficio es endogámico. Pasó el tiempo de buscar exotismos / erotismos. La mujer con quien mejor se acuesta uno es la del oficio, la del clan. Pero esta endogamia total está en su fase degenerativa, en su esquelatura, que es la nuestra, y en el rumor rosa de la fiesta se hacen vacíos de rememoración, de fatiga, la fatiga de ser uno mismo, una misma. Qué hospitalarias, qué íntimas y qué poco incitantes, ya, las mujeres de siempre, que hoy son famosas y casi viejas. En cuanto a los hombres, se respira entre ellos la melancolía de los triunfadores, ese saber último que es saber que el triunfo tampoco remedia nada ni quita soledad. Hay la frustración de triunfar.
xxxAl gran hombre le miran como me mirarán a mí dentro de unos años. Con amistad, condescendencia y un cariñoso respeto. Lo que entendemos por gloria no es sino condescendencia de unos cuantos amigos para con nosotros, o ancha condescendencia social. Se «condesciende» con el triunfo de otro. Es a lo más que puede llegar la generosidad humana. Anoto estas cosas mientras la fiesta sigue, saturándonos de nosotros mismos. Esbeltas, bellas y privilegiadas calaveras famosas, femeninas, me sonríen muy de cerca y a la luz del whisky se les ilumina el escote y el pasado.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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ME PREGUNTAN CÓMO PUEDO

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(…) me asombro cuando me preguntan cómo puedo escribir todos los días. Lo que no podría es no escribir. Dentro de mí está el idioma como dentro de un reloj de pared está el tiempo. Es angustioso un reloj parado, con todo su tiempo dentro. Me siento angustioso yo, con toda la prosa dentro. De modo que no me pongo, sino que me arrojo a escribir.

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Umbral, Francisco. Un ser de lejanías. Barcelona; Ed. Planeta, 2001.

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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (115)

diciembre 23, 2020 Deja un comentario

Alguien acaba de regalarme todo lo que pueden ver en la fotografía de (y sobre) Umbral.

 

 

¿Cómo se da las gracias por algo así?

 

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