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USTED
Uno de los libros que me encontré el año pasado en una de las tiendas de segunda mano que hay en Murcia fue ‘Usted’, de Almudena Guzmán. Lo abrí al azar, leí una página y decidí llevármelo a casa.
Solo ya en el título se puede encontrar el primer hallazgo del libro. ¿Por qué alguien que decide escribir un libro de amor lo titula ‘Usted’? Baste decir que el libro, por supuesto, es el relato de una historia de amor ya extinta. Entonces, ese usted ¿es una manera de distanciarse? ¿Una manera de echarle en cara a la persona (ya no) amada la diferencia de edad que uno descubre en los primeros poemas del libro que hay entre ellos? Después de haberme leído el poemario en cuestión unas cuantas veces, aún no sé si la elección del título es solo seria o si hay algo de mala uva en ella.
El libro está dividido en cinco secciones. Cinco secciones en las que podemos seguir las etapas de una relación amorosa: el encuentro y el hallazgo de las primeras características del otro, la primera separación antes del primer contacto entre los dos, el primer contacto entre ambos, la aparición del desencanto como antesala de la ruptura, y una última sección en la que el yo poético recuerda la historia amorosa sin ningún tipo de sentimentalismo.
Pero es que, además, las imágenes que va eligiendo Almudena Guzmán a lo largo del libro son absolutamente deslumbrantes.
Desde aquí recomiendo dos cosas: la primera, por supuesto, que se hagan con el libro (si pueden) y la segunda, que le echen un vistazo a este trabajo de fin de máster que hizo Micaela Moya en la Universidad de Valladolid.
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Y aquí dejo una selección de poemas:
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xxxxx1
Qué hago yo aquí medio borracha
escuchando a este cretino
que sólo sabe hablarme de la mili,
mientras me tapa baboso la calle y la vida
con su espalda.
Y encima estoy sin tabaco.
(Menos mal que desconecto en seguida
pensando en ese géiser de besos
que le provocaré a usted, sin duda,
cuando su camisa se digne o se resigne
a dejarse desabrochar por mi mano.)
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xxxxx2
Señor, las horas desnudas,
como limones al trasluz,
se exprimen en mi muñeca
de una manera desesperadamente cobarde:
estoy, para variar y por no quedarme en casa,
con alguien que me aburre los besos.
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Ahora,
ahora que nos pitan envidiosos los cláxones de atrás
porque no paramos de besarnos en el cruce,
es cuando le tengo verdadero miedo
y me planteo si no será mejor
—aún estás a tiempo—
huir de sus ojos como quien huye del atasco,
porque usted me vuelve loca,
y vamos a caer en lo de siempre,
y yo no quería tal vez que esto que está pasando hubiera pasado nunca.
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Presos los dos de aquel imposible decoro adolescente,
ni yo me sonrojé ni usted tampoco hizo nada por llamarse al orden
cuando después de las risas y las aceitunas rellenas,
habiéndonos lubricado previamente el oído
con una minuciosa lista de vicios sexuales,
fuimos al amor como quien va al estanco de los primeros cigarrillos.
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Exquisita pendencia la de mi boca y la suya
por ese dedo abeja que libó entre murmullos y distensiones golosas,
las sucesivas floraciones de mi anémona nocturna.
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Reconozco que no somos muy originales,
nuestra historia es la de medio Madrid
y como todos, andamos buscando una clarita
entre la oficina y el estudio
para citarnos donde no nos conozca nadie.
¿Pasa algo?
Ah.
Porque a estas alturas y con un enamoramiento de rizos y de piernas por medio,
no seré yo desde luego la imbécil que pierda su tiempo en agradar a los poetas.
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A cada contracción del espejo
se me iba poniendo la piel preciosa
mientras cumplía
—toda ojos velados—
aquella indecente promesa nuestra de las doce.
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Señor,
hoy me han preguntado
por qué llevaba tanta prisa,
y acordándome de lo de anoche
en el coche
—salvo de la cremallera problemática,
la mota en la lentilla,
los guardias de al lado,
el frío…—
estuve a punto de decir
que un sueño muy alto muy alto
y algo gordito
había quedado con mi boca a las dos.
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xxxxx1
Señor,
ahora que mi piel y la suya
—después de las sábanas—
han formado un nuevo collage en el agua,
no es el mejor momento para hablarle,
desde luego,
pero aprovechando que estoy arriba
y usted debajo,
quisiera decirle
—casi no me atrevo con sus ojos—
que no puedo más,
que voy a pararme.
(Era el placer como una de esas muñecas rusas que se abren
y aparece otra,
y otra…)
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xxxxx2
Señor,
la lluvia del domingo
es una inmensa bañera
que me sumerge a cámara lenta
en el telón espumoso de sus rizos del sábado.
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Este hombre que ahora cerca mi cuello
con su sabia muralla de labios
quizá abandone de pronto la almena,
quizá desaparezca para siempre.
Porque tiene un tacto en la mirada
que recuerda las plumas de los pájaros.
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Usted me mira
y yo recreo la forma de estar de mi gorra
en un ángulo que debe parecerle altamente propicio para besarme desnuda,
pues de inmediato apaga su cigarro y pide la cuenta a pesar de las cervezas medio llenas.
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Soy un racimo de uvas
y aguanto como puedo
este oleaje creciente de su boca
aguijoneándome al sol.
Hasta que estallo.
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Señor,
si usted sabe
que yo ahora estoy celosa
por lo que me ha dicho,
tenga al menos el detalle de no hacérmelo notar durante la cena.
(Nunca en mi vida enrollé espaguetis con tanto odio.)
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Nada.
No pegaba nada con tanta lluvia,
esa chaqueta de angorina rosa y botones de nácar
que él me regaló.
Tampoco encendimos una velita al apóstol,
porque un niño a nuestro lado acababa de darse un cabezazo tremendo contra la pila bautismal,
y hubo que consolarlo hasta que llegaron sus padres.
El museo nos desilusionó.
Yo me puse rara y él venga a mirar al cielo,
y al final un paseo dudosamente conciliador por los soportales
—hasta que a mí me hicieran gracia los punkies, para que a él lo escandalizasen—,
después de mi vaso de leche y su maniática ginebra MG
con Schweppes de naranja, por favor».
Ah,
se me olvidaba contaros
que el frío fue la nota predominante del día
y que la noche, a pesar de todo, la pasamos juntos.
Espalda contra espalda.
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Un camarero sin labios
—que ya desde el principio,
al abrir la puerta,
nos encerró en sus ojos de castillo
habitado por ratas—,
acaba de servirnos
una bandeja llena de amorosas lenguas desmigajadas
(Dicen que se llama silencio.)
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Esto va a venirse abajo
de un momento a otro
y usted lo sabe.
El amor ya no es un templo griego
sino algo parecido a un desastre de líneas
oblicuas que aprisionan todo intento de lluvia.
Y es gris. Tan gris como esta perspectiva de furias que se nos viene encima.
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Quién es esta sombra
que aterriza limpiamente en mi cuerpo
como un halcón.
Su garra me frena las muñecas y la huida.
Su aliento de niebla va sajando despacio,
los tersos y ahora bermejos visillos de mi vientre.
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Tengo toda la ropa
—revoltijo de sapos— sobre la cama;
me produce una enorme y grasosa fatiga meterla en el armario,
y no sé qué decirle a mi madre
cuando me vea llorando entre tanto desorden,
con este ataque de histeria que no me daba hace tiempo,
y escribiendo una y otra vez que la vida es el escorzo
más doloroso
que hubiera podido pintar Mantegna en sus pesadillas.
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Guzmán, Almudena. Usted. Madrid; Ed. Hiperión, 1989.
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METAPOÉTICA
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Metapoética
Ven, deja que desate tu melena;
bajo este cuerpo que muere cada vez
que advierte la lejanía de tus pasos
quiero verla esparcida entre las sábanas,
e imaginar que tú y que yo, que yo y que tú somos
dos mujeres sin nada que temer.
Corre, entra conmigo al cuarto,
en esta tarde al filo de las horas
quiero que compongamos juntas unos versos.
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Sánchez-Saorín, María. Herederas. Madrid; Ed. Hiperión, 2022.
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EL MONSTRUO DE LAS GALLETAS
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Mirando tus dibujos
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara mi hija Ana
Jugabas de mañana, cuando niña,
ante una luz naciente
con la arena y el agua,
deshacías castillos.
Las murallas de Troya
no habían sido aún
ni siquiera pensadas,
niña Homero,
ni imaginado Aquiles,
Esparta, Ulises, Héctor…
Mirando tus dibujos,
cuando escribo,
pienso si yo también,
con tanta devoción,
alguna vez tracé con tan pocos colores
palabras más exactas que ese cielo.
Y si supe escuchar ese galope
yo ya llevaba en mí
ese caballo en llamas más que el sol
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Respiración
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLas heridas me quemaban como soles.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxFederico García Lorca
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Antonio Moreno
La vida no es el pulso,
ni la muerte.
xxxxxxxxxxxxxEs la respiración.
Yo le digo a mi hija que el aire no se coge,
porque es ofrecimiento,
y que la luz se da y nos recibe
en la misma medida
en que nosotros damos lo que es nuestro.
Y ella cierra los ojos —entregada—
y siente —me lo dice riendo— que se eleva,
que se da y se recibe
lo mismo que un columpio.
Qué semillas esparces con tu risa,
los pies a ras de suelo,
limpio tu corazón
y empieza la aventura.
No seré yo,
mi vida,
quien te cuente
el viaje de Ulises.
Que te lo diga el aire
y se te abran los ojos como soles.
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Noche cerrada
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Tomás Hernández
Cierro los ojos,
me afeita
la mirada una lágrima.
No podrá la mañana arrebatarme
esta nada que soy.
Yo soy ahora
el solo corazón que late sin sentido.
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Disco rayado
(Howlin’ Wolf)
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxYo soy tú cuando soy yo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPaul Celan
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Emilio Martín Vargas
Chester Arthur Burnett
nació en White Station, Mississipi,
trabajó de granjero,
hijo del algodón y de la tierra,
del amor y la ira,
de un demonio heredado en la pobreza,
porque los negros sólo heredan cosas negras
para cantarlas luego,
hasta que el cielo adquiere
ese extraño matiz de algunas nubes
que uno contempla absorto
y se deshace en ellas más arriba.
Muchas veces pensó
amarrarse a una cuerda
o clavarse un cuchillo en medio del estómago
o beber la cicuta como el que huye a Portbou.
Pero no se atrevió.
También murió de cáncer.
Me recuerda a mi padre.
Y a mi padre, tal vez,
también le recordara
al bueno de mi abuelo,
que nunca conocí.
Él me dio la pobreza en un disco de blues,
el algodón, la tierra,
la ira y un demonio.
La muerte se anticipa como un mantra.
La aguja se ha encallado
en una vena rota:
un eco lo repite y nos recuerda
ese aullido del lobo y de la luna.
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¿Cómo hacer el nudo de una horca?
xxxxxxxxxx(A medianoche)
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEl cerebro está oscuro cuando arde.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxCarlos Edmundo de Ory
Mi escritorio soy yo:
una regla sin dueño, cien exámenes,
un verso emborronado, la libreta
de notas, ese lápiz
encima de un dibujo de mi hija,
el cargador del móvil,
un paquete de kleenex,
un vaso de cerveza, el cenicero,
Resurrección de Tolstoi,
un mail en la pantalla,
el Walden de Thoreau como una mariposa
de par en par abierto,
la baraja del Uno aún por barajar,
la impresora encendida,
restos de marihuana, la taza de café
de ayer por la mañana,
los libros de semanas apilados
igual que Il Campanile,
la llamada perdida del amigo al que amo,
lo que busqué en Google la otra noche.
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Ladridos en el laberinto
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxY ya vas tan adentro que a nadie has de encontrarte.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxCésar Simón
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Aitor Luna
Sostiene mi cabeza una lucha conmigo
y toda mi atención
se contempla en el ruedo.
En esa arena está lo que más amo,
lo que me da más miedo,
ese sitio al que llegas sólo huyendo
y al que sólo, al huir, puedes llegar.
Y me he quedado allí
convertido en estatua
igual que aquella vez
en el supermercado,
con mis padres,
enfrentado a pasillos
ordenados, asépticos.
Y en esa gran locura de centauros,
de telares urdidos, de leones,
de cadenas y de espadas y de esclavos
se ha escuchado un ladrido.
En la Ítaca que digo sólo Dylan,
este perro faldero y lazarillo,
le pone a mi cabeza corazón,
me lleva con mis padres,
da su mano Penélope.
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Amanecida
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Agustín Pérez Leal
La mañana concede una revancha
y su afilada luz,
como una ensoñación,
pero más viva,
otra vez se hace carne en tu interior:
así tomas el cuerpo,
tu ser más vertebrado.
Y abres los ojos.
Qué serán esa nubes que son ya.
Qué tú.
Qué yo.
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Pellizco
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA José Mateos
Una cerilla da la magnitud de fuego.
Pellizcas su cabeza y una melena ofrece
su corazón al ojo.
Desde el lugar preciso
ningún sol es pequeño.
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Quiere la luz
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Vicente Gallego
Mis pies,
todos mis músculos,
las articulaciones,
enfermaron conmigo.
Y mis manos pequeñas se durmieron
las dos sobre mi pecho amargamente.
Las uñas me nacían
ya rotas en el vientre de los huesos
y la piel de mi cuerpo era un campo de escamas sin semillas.
Mis ojos amarillos,
una placenta estéril al mirar
y al respirar se hacía
una grieta en el aire
más grande que este mundo.
El sueño, una prisión.
Mi estómago, una boca ya sin hambre.
El esternón ya roto
era un mástil,
la vela,
la calavera negra,
la vieja arboladura del Pequod,
las monedas,
la muerte,
la barca de Caronte.
Yo me entregué a la muerte igual que un niño
se entrega por completo mientras juega.
Pero quiso la luz abrir mis ojos,
bendecir cada cosa de este mundo
con sus dedos dolientes, darme el don,
de nuevo, de la vida.
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Mirar
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA mi madre
Todo cabe en los ojos.
Y esa voz que nos calla,
que nos pone tan cerca de nosotros
que casi nos asiste
y ya nos deja
a nuestra suerte y da
la hondura y el perfil,
la levedad y el núcleo…
Mirar es entregarse,
ocupar otro espacio;
es esa casa libre
de nadie y de cualquiera que tú habitas
y le entregas tu don y tu silencio
y en medio de la noche rompe en luz.
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Los lagos de Norteamérica
xxxxx(El olor de la lejía)
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA José Daniel Espejo
José Daniel Espejo cuando hablaba de los lagos de Norteamérica
no nos decía nada del agua, de ese espejo
de la luz reflejada en la baldosa
que aún huele a lejía,
de ese merecimiento hermoso y trágico
de existir todavía más menudo.
Hablaba de mirarse más adentro.
Porque el amor iguala,
dentro de mí, Martín es hijo mío;
no quiero ese dolor pero me acoge,
me abraza, me recuerda
algo que sé y que ignoro
y que tú me repites en tu libro.
Me haces tomar conciencia.
Desde que sé de ti
mi vida es un futuro incierto de paseos,
un silencio a desgana que canto desde dentro,
una alegría indómita.
Para el que busca a Dios:
¿dónde buscar?
Temprana es esa luz para la muerte.
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xEn el supermercado
(Un paquete de chicles)
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Ismael Cabezas
He sorprendido a un niño,
me escrutaban sus ojos tan atentos
que al verse delatado
buscaba mi silencio.
Lo sé porque he mirado
muchas veces así,
buscando ese silencio redentor
con los ojos de un niño.
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La luz del comedor
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Carla González y Erika Espinel
Cada noche dejamos
una luz encendida
por si tú despertaras del silencio del sueño
y no supieras dónde,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy tan aprisa,
poner tus ojos ciegos.
Toma la luz y deja
que ella aliente tu pecho.
No tengas miedo,
niña,
aunque lo tengas;
jamás le des ventaja a ese cobarde,
aunque él la tome y crea
que tú le perteneces.
Tú céntrate en la luz del comedor
igual que cuando estás entre mis brazos.
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El monstruo de las galletas
xxx(Mirando tus dibujos)
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLos bienes más preciados no deben ser buscados, sino esperados.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxSimone Weil
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Paco y Ana, con el amor de un hijo
Quizá por esos cuadros
empezaste a colgar
tus primeras palabras, los dibujos.
Y al lado de La casa giratoria o de El jinete azul
Triki come galletas mientras pende
de su celo precario.
Cuando me fijo en ellos,
esas enredaderas de colores,
tu mano inesperada…
mi fe me avienta, soy
como una gravedad
de luto y de alegría.
Dirige mi deriva
el corazón de un niño.
Ma da la vida un monstruo.
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Luna, Sandro. El monstruo de las galletas. Madrid; Ed. Hiperión, 2020.
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NO HAY MÁS ESPACIO PARA EL CORAZÓN. DATA ERROR
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NO HAY MÁS ESPACIO PARA EL CORAZÓN. DATA ERROR.
amar era lo mismo
que destruir
el desamor que fue quedando.
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Destrucción,
erigir templos
fundar nuevas religiones
es lo que pasa cuando un cuerpo se hace memoria de otro
solo sobreviviré de tus ruinas,
de tus ruinas mi lengua amará entre las flores.
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He fundado mi casa en tu nombre,
eso que bajo ninguna circunstancia
ciudad, cuerpo humano,
debía ocurrir
pero esto es lo que ocurre:
me entregas un puñado de arena
y quiero devolverte un desierto repleto de pirámides
me hiciste creer en el choque de imposibles;
yo a cambio quiero devolverte una certeza.
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¿Recuerdas cuando te enfadabas
porque me negaba a comprender las palabras totales
amor, muerte, deseo,
soledad?
Me detenía en mitad de la calle
y te miraba sin saber qué decir,
tú seguías hablando
sin ser capaz de explicar
a qué cuento venía mi rostro triste —según afirmabas—,
mi silencio de niña mimada y caprichosa.
¿Por qué no miraste dentro de mis ojos,
por qué no adivinaste mis ganas de huir de todo aquello,
por qué no anticipaste que me escurría, poco a poco,
entre los huecos de esas definiciones?
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LANDSCAPE, IN-OUT
prometo que aún no sé qué es mejor
si amar
de fuera hacia dentro,
o de dentro hacia afuera
¿en serio no se hicieron esa pregunta?
¿qué es lo preferible?
Los dos métodos dejan heridas
y una sensación de expansión hacia el mundo
fuera de lo común.
Qué raros los animales.
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ADOLESCENS, ANÁLISIS DE DATOS
no sé quién dijo
que el gesto de dar la mano a una amiga
es un intento desesperado
por encontrar un espejo en el que reconocerse,
fuera del útero,
al haber sido expulsada.
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Cabello, Estefanía. La teoría de los autómatas. Madrid; Ed. Hiperión, 2018.
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LA TEORÍA DE LOS AUTÓMATAS
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ÚNICA ZÜRN SOBRE FONDO DE PRIMAVERA
He abrazado a Única Zürn en suelo extraño.
Me pareció una mariposa muerta
de la que se desprenden las alas poco a poco.
Yo sí habría sostenido tu miedo junto al umbral de la puerta,
te habría dicho ven, túmbate aquí
te dibujaré cruces en las palmas de las manos
para entender mejor las diferencias entre los sexos.
Sé que la soledad se nos antoja noble si estamos solas
pero se me antoja más noble cuando no dices nada
si, al menos, me devuelves la mirada
de animal asustado por la tormenta.
A todas mis historias le habría puesto tu nombre
si te paras aquí conmigo a mirarlas con tus ojos
que saben cómo nombrar la oscuridad.
Desde una edad tardía avisaste:
el mundo puede morir en un incendio,
arderé antes de que eso suceda.
Las cenizas hablarán de la vida más allá de la vida.
La vida no es suficiente para hablar de la vida.
A todos los críticos que decían que en ti no había locura,
sino elección estética,
¿puede elegir la grieta no formarse
y el mudo no hablar?
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KINO MURANÓW (CINE MURANÓW)
Dejé la salud en un hospital de la parte sur de Varsovia.
Zbigniew Herbert me hablaba de todos los sitios
que pueden ser sitiados, empezando por el corazón.
Quise que me poseyera ese señor de cincuenta años, sa-
biendo que él nunca sabrá cuánto quiero que me posea,
también ella,
tuve miedo de los martes trece
(aunque suene humano, ridículo e inofensivo eso de martes y trece).
Tuve miedo de dejar los colores en el amarillento color de las paredes,
dejar mis veinte años en el amarillento color de las paredes
sin saber cómo se pronuncia en polaco pared, me muero,
¿Ha amado usted alguna vez a alguien?
Pensaba en las manos abandonadas de Kieslowski
en el cementerio Powazki,
pensaba en las palabras de mi casera del piso del barrio
Muranów donde vivía
sobre los cuerpos de los judíos caídos en el guetto
—Kieslowski murió los últimos años sin salir mucho de casa,
recuerdo verlo bajar por la escalinata de casa de mi amiga,
¿sabe? Su hija era mi mejor amiga pero ahora estoy sola—.
Recuerdo su altura y su belleza de Europa del Este, re-
cuerdo su soledad.
A decir verdad, eso es lo que más recuerdo.
Ella decía que pintaba cuadros para ahuyentar el dolor
pero que ya ni siquiera sabía si sentía o no dolor
¿qué era esa masa que sentía?
Por eso no pintaba cuadros sino que por eso
pintaba su pelo cada vez más blanco y sus uñas más negras.
Recuerdo abrazarla y que me dijese pórtate bien, cuídate mucho
quizá nos veamos, quizá haga un largo viaje, después de todo
no tengo nada que me espere en tierra
y Polonia es demasiado fría en noviembre,
también en mayo tarda en llegar la primavera.
Recuerdo, como decía, las manos abandonadas de Kieslowski
en el cementerio Powazki,
el hombre abandonado a la puerta de un kebab
que recibía por nombre the Kebab Palace.
Recuerdo el papel que lo envolvía; la policía, amontonada.
Ese día viajaba sola en el tranvía, una señora
delante de mí se persignaba.
Nadie más en el tranvía lo vio.
Recuerdo haber pensado momentos antes
ah, el transporte comunista
qué fácil era vivir de línea en línea, pensé,
qué fácil es sobrevivir en esta ciudad.
Pero después vi aquel hombre muerto
que nadie más vería más.
Polonia y los restos del comunismo
como los restos de las brasas que arden en una hoguera
y manchan los dedos calientes, si los tocas,
o sopla vengativo un poco de aire.
Pensé en ponerle un nombre
Czesar, igual se llamaría Czesar.
Así, con la z después de la c de la fonología polaca.
Igual tendría cuarenta años,
igual alguna vez viajó en tren hasta Alemania,
igual nadie le cogió alguna vez de la mano.
Pensé en Miłosz, Herbert y Szymborska
delante de mí en el hospital polaco.
Pensé en Polonia y España,
tan parecidas siempre en la historia,
en el frío que seguro haría aquel invierno.
Pensé que si aquella mañana hubiera muerto en el hospital
habría muerto un poco más cerca de todos ellos,
aunque no supiese decir amor o muerte en su misma lengua,
sabría aún distinguir la lección triste de sus ojos,
el color de las paredes, el ruido del viento que aúlla
a través de las manos abandonadas
y se filtra por los huecos de las historias
que nadie más escuchará más.
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SISTEMA COMBINACIONAL: RESITUACIÓN
xxxxxI.
Saber apartar una mirada a tiempo
es erigir un monumento al futuro.
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xxxxxII.
Crecer no es aprender a despedirse,
crecer es mirar en los ojos de alguien
y reconocer todo el tiempo que has ganado.
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xxxxxIII.
La persona menos esperada me enseñó
que también amar era
un ir viniendo por la bondad y los silencios
hasta no ser,
para luego renacer
en otra sucesión de labios y pieles
que no nos recordasen más
a nosotros mismos.
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MÁQUINAS AUTÓMATAS I
No hay más lugar para el amor
dentro de mi pequeño cuerpo de autómata.
Una cicatriz en el brazo derecho,
a la altura del codo,
y las grietas de mi infancia
son los únicos signos
que me acercan a la vida.
Soy fría como un témpano,
como el viento del norte que vuelve
dorados a los árboles y a los niños impetuosos.
Soy fría y cruel, eso repiten mis amantes
(es decir, las personas que intentaron poseer mi cuerpo,
solo algunas de verdad intentaron de verdad poseer mi mente).
Qué otra cosa más prudente y a la vez arriesgada que dejar
salir el silencio que habla desde mí
a riesgo de que no lo escuchen,
a riesgo de que no lo entiendan,
el silencio en mis ojos,
como tampoco se puede entender a veces
el silencio de las hojas cayendo a mi lado
ni el silencio de todos los dioses
que un día escuché
merecer veneración.
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MÁQUINAS AUTÓMATAS II
Soy una autómata del siglo XXI,
analizar fríamente la situación
máxima discreción
no creer en relaciones.
Si incurro en juicios de valor
ordeno los sucesos
me marcho a los bosques
detengo el paso
observo mi cuerpo pálido
bajo la sombra de los árboles.
Si amo, amo sola,
no me gusta sentir mi cuerpo en una urna
de palabras y juegos de azar.
Qué fría eres, lo reiteran así, sin escrúpulos,
con voces de piedra, arrastrando las sílabas
y esperando causar algún peso en mis párpados
(así, por la forma de entonar se sabe lo que buscan).
Entonces me marcho.
Abro las Metamorphoseon libri
pienso en Ovidio escribiendo estas líneas, leo:
muchas veces encogió sobre el agua sus pies
de niña y temió el contacto del agua que salpicaba, muchas veces
el Dios prudente agachó hasta el agua su lomo para que ella pudiese
agarrarse más fuerte a su cuello
y lloro humanamente y pienso en todas cada una de las
personas a las que amo
y les dedico dentro de mí
las transformaciones de los dioses de Ovidio,
el frío de la noche,
mi poca humanidad —a veces—
y mi silencio.
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CONTRADICCIÓN
xxxxxI.
Todos los cuerpos tienen el tacto
de un silencio que existió
hace miles de millones de años.
Qué fácil es amar a un hombre,
también a una mujer
solo hay que adaptarse a su forma de luz, dejar
que te golpee su oscuridad en el cielo de la boca.
Olvidar ser tú, romper el molde
del que estamos hechos,
estar hecha de él y de ella
cuando arañan tu sangre;
nada más que eso,
volverse menos humana,
dejarse acariciar en las sombras.
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xxxxxII.
Debe ser un pecado ser una fuente de placer
—al menos eso es lo que alguien
al que no ponemos rostro, nos enseñó—
un canal para que el placer se pasee por ti, manso,
se apiade de ti, de tu forma humana tan absolutamente
prescindible y tonta.
Pero amo el placer, eso es lo que amo
¿quién dijo que amar no era una forma de verdad,
una de nuestras manías absolutas?
Que el amor me vuelva un canal constante,
natural, abierto en dos,
vulnerable y también prescindible,
pero que nadie venga a tocarme esta noche.
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ALGUIEN PREGUNTA POR LA PALABRA PATRIA
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxUno: estamos en peligro, un peligro mortal.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxDos: ya casi no podemos distinguir entre lo que
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxnos acaricia y nos aplasta.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxJorge Riechmann («Isla de Nuncaria»)
Las ventajas de no tener un hogar
es que puedo vivir en todo lo habitable
incluso lo que otros conocerían como ridículo,
esas montañas, ese montoncito de tierra
que se convierte en mi nombre,
los labios que me vieron besar por última
vez, un fragmento de aire, una fotografía,
un país, —ninguna patria,
ningún reino reconocible—,
toda la belleza alrededor.
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HIPÓTESIS
Por qué solo tú y yo
por qué no tú y yo y todos los que fuimos,
por qué no tú y yo y todos los que seremos.
Mira mi cuerpo inclinarse roto en furia
ante el peso de otros cuerpos
donde amar la vida.
Qué no aprendimos de los griegos.
Qué no aprendimos del pasado.
Estaré entonces hecha de tus manos más que nunca,
pero no me exijas tiempo,
es la única moneda con la que no puedo comerciar,
ni extiendas ante mí un mapa
repleto de nombres propios y reproches.
Volveré entonces a ti para refugiarme de las lunas
si sabes leer la intención de mis ojos en silencio,
aprenderemos a diferenciar la presencia de las sombras.
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Cabello, Estefanía. La teoría de los autómatas. Madrid; Ed. Hiperión, 2018.
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ANTES QUE EL TIEMPO FUERA
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AJUAR
Una navaja siempre a mano,
colgada al delantal o en el bolsillo.
Igual corta las setas, los cardillos, las fieras
tan verdes del arroyo
que el pan en rebanadas al almuerzo.
Al casar una moza,
su regalo primero la navaja.
Escarba criadillas y collejas,
simula gorrioncillos y pequeñas cariátides
si tala las bellotas,
o pincha una tajada
de magro y en la cena
le alarga pedacitos a su niña.
Con navaja y cuchara ya el cubierto
al tajo y en la mesa.
Pelar un higo chumbo
y al gallo rebanarle su resuello,
la madre de familia
madura con navaja.
Doméstica y cerril,
fulgurante y sencilla,
primorosa.
Hoja bien afilada, recias cachas.
Una moza ya está
puesta de largo
con su fértil navaja.
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DERIVA CONTINENTAL
Náufraga es alguien
encallada de pronto en la prehistoria.
Sin casa, sin espejo, sin zapatos.
Alguien que frota desesperadamente dos astillas
para inventar el fuego,
que sorbe hojas con rocío
mientras excava un pozo entre las uñas.
Quien no haya sido náufraga no sabe
la desnudez de cada hora
ni el silencio flotando a la deriva
ni el dormir vigilante como cuando
se amamanta a un hijo en la tormenta.
Replegarse en la concha
o ir hacia la llama
ondulante del sueño y la ceniza.
La náufraga dibuja
siluetas de carbón en una cueva
y le hablo del agua o de la luna
—por no volverse loca—
a una traza de hombre,
anegado fantasma
entrevisto en la niebla de algún árbol.
Día a día la náufraga
se hace más y más dócil
y ya no espera nada que la salve.
La náufraga está allí
a solas con su asco y con su isla
comiendo crudités del mar y de la tierra.
Ser náufraga, viajar
a un futuro de dunas esquilmadas,
aprender a vivir en una mente sola,
centrifugada y sola
como un faro de luz en la boca de un lobo.
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AGOSTO
En la hora terrible
sólo el silencio solo.
Ni un leve respirar.
El aire como un sapo
inmenso sobre el mundo.
¿Qué esperan? Qué esperamos,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsin resuello
en el día
de la devastación.
Dónde el agua, la sombra,
qué de los tantos trinos,
de la garganta ardida
de los pájaros.
No más.
Tan sólo el gran escuerzo,
su manto poderoso
ahogando la mañana.
(Y el relente, vencido, en nuestras bocas.)
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LUMINARIA
Morir con treinta años. Eso era
la vida. Desamparo, dolor,
el miedo
entre las hojas, en el río, en la boca
como un pozo de noche del mamut
o en el diente mortal de cada víbora.
El hielo y el sudor. Los veranos y un mar
de escalofríos por la espalda
y la fiebre.
Y en medio de la cueva, el milagro
novel de la belleza.
Los caballos. Su trote
esbelto y limpio, las crines
de color rompiendo el aire.
La furia.
La manada. Su fulgor en la tarde.
Alguien logra rememorar con líneas
el instante. Surge el arte, todavía
sin nombre, la pintura de luz
sobre la piedra. El cuévano
de sombra que cobija
del peligro y la llaga,
de la muerte.
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BIVALVA
Esta madre no sabe más amar.
Y ahí voy xahí va
con la cazuela en ristre
horas en el fogón xen los fogones
para darte xhijo mío xpara daros
comida xtentempiés xrebanadas
con que aliviar cadenas y sudores.
Esta madre tuya no sabe más amar.
O no sabe o no puede
aquesta madre tuya
xxxxxxxxxxxxxxxxxmegahuérfana
en besos achuchones en flor
en carne abrazos miedo.
La madre de la madre no supo no sabía
de cuerpos su rozar
encendido de sangre que palpita
que asalta el corazón y lo levanta fuera.
No la culpéis.
Su manera de amar es la cuchara.
Llena cuencos xla tarde xla sartén.
Comer platos xviandas xrefrigerio xsoles
rebosantes alcuzas
que espanten pesadillas
por su arteria venial.
Vuestra madre
la vieja cefalópoda sin remos
sólo sabe llenaros el mantel
colmaros la boca xla despensa
daros pan y viático.
Llorad
llorad con ella
la manca
la manca del puchero y el dolor.
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Castro, Juana. Antes que el tiempo fuera. Madrid; Ed. Hiperión, 2018.
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UN POEMA DE MIGUEL POSTIGO
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AMOR SACRO Y AMOR PROFANO
Ella es lo etéreo, el alma, el sentimiento
sutil, la delicada inteligencia,
el callado fluir de la conciencia,
el amor, el dolor y el pensamiento.
Pero es también la carne, y los olores,
y la sangre menstrual, y las riadas
del cuerpo, y las palabras jadeadas
en la fiebre del coito, y el vientre, y la negrura
que oculta entre los muslos la fisura
que es fuente del placer y de la vida.
Carnal, tumultuosa, arrebatada,
y celeste, intangible, indefinid.
El animal y el dios. Ésa es mi amada.
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EL ORIGEN DEL MUNDO
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EL ORIGEN DEL MUNDO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Felipe Benítez Reyes
No se trata tan sólo de una herida
que supura deseo y que sosiega
a aquellos que la lamen reverentes,
o a los estremecidos que la tocan
sin estremecimiento religioso,
como una prospección de su costumbre,
como una cotidiana tarea conyugal;
o a los que se derrumban, consumidos,
en su concavidad incandescente,
después de haber saciado el hambre de la bestia,
que exige su ración de carne cruda.
No consiste tan sólo en ese triángulo
de pincelada negra entre los muslos,
contra un fondo de tibia blancura que se ofrece.
No es tan fácil tratar de reducirlo
al único argumento que se esconde
detrás de los trabajos amorosos
y de las efusiones de la literatura.
El cuerpo no supone un artefacto
de simple ingeniería corporal;
también es la tare del espíritu
que se despliega sabio sobre el tiempo.
El arca que contiene, memoriosa,
la alquimia milenaria de la especie.
Así que los esclavos del deseo,
aunque no lo sospechen, cuando lamen
la herida más antigua, cuando palpan
la rosa cicatriz del brillo acuático,
o cuando se disuelven dentro de su hendidura,
vuelven a pronunciar un sortilegio,
un conjuro ancestral.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxNos dirigimos
sonámbulos con rumbo hacia la noche,
viajamos otra vez a la semilla,
para observar radiantes cómo crece
la flor de carne abierta.
La pretérita flor.
Húmeda flor atávica.
El origen del mundo.
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‘TERAPIA’, DE JUAN LÓPEZ-CARRILLO
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TERAPIA
A mí me hechizan
y me enamoran
la belleza
y la dulzura
de tus hermosos labios,
tanto los unos
como los vándalos,
tanto los que
me contagian
el molesto resfriado
como los que
después,
con sabor a ti,
medicinales
y arrasantes,
me lo curan todo.
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FERNANDO ARAMBURU
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Las pinacotecas enseñan que la mujer sólo está de verdad desnuda cuando abre las piernas.
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COÑO AZUL
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COÑO AZUL
Mi coño es negro como carbón evaporado. Pero se vuelve azul
a la luz de la tele y de la luna.
La característica más peculiar que explica su color y forma
es
que tiene una circulación lenta y estremecida que va navegando hacia la
tinta de las venas y se abre al desamparo de mi dormitorio como si
comprendiese que un dedo impenetrable, masculino,
no pasará por él, ni por las sábanas.
Sería una esperanza considerar
que sobre mi coño solitario aún pueden caber volúmenes remotos
o
un pañuelo azul que penetrase las dos mitades húmedas y abiertas
y así pasar, esta tela azul, ensangrentada, quedándose,
rompiéndome,
porque mi coño ya es invencible,
mi enemigo.
Aislado del amor
cualquier coño es violento.
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UN POEMA DE PACO NOVELTY
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IMAGEN DE MARCA
Las comisuras de sus labios hablan
marcadas por la seda
de húmedos paraísos
a cada lado de la cremallera.
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‘CÁMARA SUBJETIVA’, DE ÁNGELES MORA
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CÁMARA SUBJETIVA
Una mujer sentada en la terraza
se seca el pelo.
La cabeza inclinada
sobre un albornoz
entreabierto.
Los dos senos redondos
en los muslos dormidos.
Una sombra se asoma
al resplandor del suelo.
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‘SOLSTICIO’, DE MARIA-MERCÈ MARÇAL
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SOLSTICIO
Son tu sexo y mi sexo un par de bocas.
¡Qué beso de rocío sobre el musgo!
¡Qué mordisco con luz de almendra viva!
¡Qué habla, con relente de hoya abierta!
¡Qué baile de las lenguas, y sin brida!
¡Qué secreto de alfoz! Pues nuestros sexos,
son dos bocas, amor. Y otros dos sexos
ahora nos laten donde están las bocas.
Ya sin pavor, con eco de la brida
que domaba la danza de ese musgo,
de par en par está la playa abierta:
botemos el deseo de espuma viva.
El sexo tuyo y mi boca viva,
entrelazándose como dos sexos,
mezclando su licor de fruta abierta
y, en pleno desvarío, ya son bocas.
Bocas, corales en marjal de musgo.
La hora pace el azar; pierde la brida.
La hora y el azar pierden la brida
donde, a lomos de la marea viva,
sin velas se deslizan, surcan musgo,
mi sexo y tu boca: ambas con sexos
en el rostro, y en la entrepierna bocas.
Todo, un descalabrar de sal abierta.
Torres de mar en fiesta, a noche abierta
los signos borran y le dan la brida
de todo a la locura de las bocas.
Se vuelve cualquier hoja muerta viva
a la luz del sol negra en nuestros sexos
que pinta de carmín llamas de musgo.
¡Que en un torrente todo arda de musgo
y sobetee nuestra savia abierta!
¡Que hagan el solsticio nuestros sexos,
que en lluvia el corazón se vuelva brida!
¡Todo bancal estalle en sazón viva!
¡Que los bosques florezcan en mil bocas!
¡Y que logren las bocas que ese musgo
arraigue cual la piel, viva y abierta,
sin brida espejeando en nuestros sexos!
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UN POEMA DE PIEDAD BONNETT
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NOCTURNOS, I
V de volar
de ver
vértice
vórtice
lugar para nacer
nódulo ciego.
Como dos altas cejas sobre un mundo de asombros
como las manecillas
marcan las once y cinco en el reloj
como dos piernas que se van abriendo
y allí la rosa del amor. Bisagra
ojo y herida.
puerta que abre sus alas en mitad de la noche
¿y quién
quién viene?
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