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LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (170)

El lunes, tras la participación en el IV Congreso Internacional de Artes y Diversidad, promovido por la Fundación CEPAIM, Manuel Madrid, con quien estuve compartiendo mesa, tuvo a bien regalarme un ejemplar de ‘Fondo de armario’, publicado en la colección Sudeste de la editorial Balduque.
Desde aquí quiero darle las gracias públicamente por tener el detalle de darme un ejemplar del que es ya, si no me equivoco, su quinto libro.

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RECETAS PARA ASTRONAUTAS

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EL BEBÉ DEL 3ºA

Una mañana de sábado nos cruzamos en la escalera con la pareja que vive en el 3ºA. Acarreaban una cuna ya montada, por lo que les dimos la enhorabuena. Su sonrisa de padres primerizos no desapareció en las siguientes semanas, en las que les vimos con ropa de niño, juguetes o un carricoche.
xxxComo la barriga de ella no crecía, dimos por sentado que se trataba de una adopción, y que esperaban a su primogénito desde la distancia.
xxxSin embargo, los meses pasan y ningún niño llega al 3ºA. La pareja sigue con su sonrisa bobalicona y ha comenzado a pasear por el barrio un carricoche vacío. Lo más extraño de todo es que, en el silencio de la noche, un llanto de bebé se escucha tras las paredes del 3ºA.

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RUINAS

Volvía a casa de muy buen humor. La mañana en el colegio había sido muy productiva: había recibido dos buenas notas y el maestro de Educación Física lo había seleccionado para el equipo. Además, hoy tocaba comer tortilla de patatas, su plato favorito. Ya se relamía cuando, al llegar a casa, se encontró con un edificio en ruinas. Pensó que se había equivocado de calle y miró a ambos lados. las casas que vio sí eran las de sus vecinos, lo que aumentó su desconcierto. Saltó la valla, cruzó el jardín y franqueó la desvencijada puerta. Las habitaciones eran las mismas que las de la mañana, pero todo estaba medio derruido. Parecía que nadie había vivido allí en años. Llegó hasta el salón, cuya pared tenía un gran boquete, y entre los cascotes pudo ver la foto familiar de aquel verano amarillenta y llena de polvo. Anonadado y con las lágrimas a las puertas de sus ojos llegó hasta la cocina. Gritó «mamá» hasta que le dolió la garganta, pero nadie le respondió. Se sentó sobre los escombros y fue entonces, mientras las lágrimas recorrían ya sus mejillas, cuando sintió aquel olor a tortilla de patatas tan familiar.

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MISS PEDANÍA

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxTe comían con los ojos los feriantes y los malotes.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxMiguel Ángel Hernando, ‘Lichis’

Qué tristes me parecen los ojos de la reina de las fiestas de 2004. Qué gris su mirada bajo el viento del invierno y las capas de rímel, mientras espera el autobús de línea en una carretera sin cuneta.
xxxLejos queda el verano en el que fue la chica más envidiada de un rincón de la Huerta con nombre árabe. De aquello sólo resta una foto en el comedor de sus padres en la que aparece con demasiada laca en el pelo y demasiadas manos sobre su culo adolescente.
xxxQué rotas han quedado las promesas de aquel garrulo del pueblo de al lado que le prometía una tienda para ella sola minutos antes de follársela en el asiento de atrás de un descampado inmundo. Promesas que borró el tiempo. Y el paro en la construcción. Y los dos bombos que ahora se pelean a su vera en la parada del autobús.
xxxElla no tiene ni una canción de Sabina que recuerde sus años de esplendor. La época en la que yo era  el chaval que ansiaba sus besos desde debajo del escenario. El chaval que no tenía ni siquiera valentía para invitarla a salir huyendo de allí.
xxxQué triste es su media sonrisa, ya ni siquiera irónica, y su olor a limones recién cortados.
xxxQué poco queda, en sus veinticinco años de mujer divorciada, de la reina de las fiestas del año 2004.

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xxxxxxxxxDIOS
(UNA HISTORIA DE AMOR)

Partamos de la omnipresencia de Dios. Según las religiones monoteístas Dios puede estar en una piedra. O ser una mariposa. Dos mil años de Cristianismo nos han hecho creer que Dios es omnipotente, una especie de Supermán con una kriptonita llamada Ateísmo. Dios, por lo tanto, lo puede todo y está en todas partes.
xxxEn este relato, sin embargo, Dios no será ese ser inabarcable y etéreo, sino una de sus múltiples encarnaciones. Tomará la imagen de una camarera de veinte años que atiende las mesas de una cafetería de la ciudad suiza de Berna. Porque Dios está en todas partes y lo puede todo, incluso hacer capuchinos y limpiar la barra en el invierno centroeuropeo.
xxxDios se acuesta todas las noches muy temprano para poder ir a trabajar sin sueño al día siguiente. Dios sueña lo justo, ya creó una vez un mundo y considera innecesario volver a hacerlo noche tras noche en su imaginación. Dios se levanta, también, muy temprano, porque la mayoría de los días le toca abrir la cafetería suiza en la que trabaja cuando el sol aún es una ilusión lejana en el cielo.
xxxLa cafetería de Dios se encuentra en Falkenplatz, muy cerca de la universidad, y tiene un gran ventanal que da a un cruce que no podemos llamar plaza. Justo en la puerta hay una mesa y un banco para los raros días de sol y al lado una frutería atendida por unos pakistaníes. Por su cercanía al centro universitario, la cafetería está repleta, tanto por la mañana como por la tarde, de estudiantes provenientes de todos los cantones de la Confederación Helvética. Son jóvenes que ríen en voz baja con sus capuchinos hirviendo entre sus manos y con sus gorros y guantes secándose junto a los tres radiadores de la pequeña cafetería. Los estudiantes, que aprenden además de sus asignaturas a ser buenos ciudadanos suizos, pagan en la barra sus consumiciones y se despiden con un «danke» apenas mascullado.
xxxDios, en su magnánima bondad, les responde a todos con una sonrisa de muchacha rubia de veinte años y les desea un buen día con la educación de las camareras suizas. En ocasiones, alguno de los estudiantes le responde a Dios con una sonrisa más cálida de lo habitual. Porque Dios, además de regir el destino del Universo, es una muchacha muy guapa, con unos ojos azules como la reverberación de una galaxia y con unos pechos pequeños y turgentes como manzanas del pecado original.
xxxUno de estos estudiantes es Hans, un joven alumno de Derecho y aprendiz de poeta que se pasa las tardes en la cafetería entre su té con leche, su libro de Robert Walser y las miradas furtivas a Dios. Hans escribe poemas sobre aquella camarera con una piel tan blanca como la nieve que rodea los psiquiátricos suizos. Ella nunca va más allá de su fría sonrisa, un gesto lleno de cortesía pero que no le da el coraje suficiente a Hans para proponer una cita. Así que nuestro joven aprendiz de poeta vuelve tarde tras tarde a la cafetería de Berna con cristalera a la avenida y por la noche retorna a ella a través de las imágenes de Google Maps.
xxxLa perseverancia de Hans va, poco a poco, acortando la distancia sideral que les separa y Dios va aumentando la calidez de sus sonrisas e incluso acompaña con alguna palabra el «danke» de rigor. Tanto que Hans se atreve, una tarde que están solos en la cafetería, a preguntarle si le gusta Walser, y consigue conocer su nombre humano. En pocos días, Walser les lleva a Rilke y éste a la infancia de Dios en un pequeño pueblo del Jura y de allí a una mesa en una pizzería del centro de Berna, donde la cena da pie a un primer y casto beso con el que inician su relación.
xxxHans, por supuesto, no sabe que su chica, aquella a la que escribe horribles poemas con rima, es en realidad una divinidad adorada por miles de millones de personas en todo el mundo. Y Dios, por supuesto, no le da motivos a Hans para pensar que ella no es más que una joven camarera a la que le gustan las películas de Woody Allen, follar en el sofá y que se ruboriza como una niña cuando él la besa furtivamente en la cafetería.
xxxPero ella sabe que no deja de ser un ente etéreo y omnipresente hecho carne en los 55 kilos de una muchacha suiza. Un ser que algunos llaman Dios, otros Yahvé, Alá, Dinero, y que Hans bautiza «Amor» en las febriles noches que pasan juntos. Ella también sabe que, a pesar de regir el destino de la Humanidad, no puede hacer nada.
xxxNo puede hacer nada cuando él le habla de un viaje por la costa de Croacia el próximo verano. Dios sabe que tampoco puede hacer nada cuando, algunos días, Hans incluso le habla de irse a vivir juntos, de un futuro con hijos rubios y mortales y de una vejez en el Sur. Porque Dios sabe que, a pesar de que le rezan cada día millones de creyentes pidiéndole milagros, Ella no puede hacer nada contra el destino ni contra el Libre Albedrío de los conductores de autobús. Sabe que tampoco puede luchar contra la ley de gravedad ni contra la torpeza de Hans, que resbala sobre el suelo mojado y es atropellado justo enfrente de la cafetería. Incluso es incapaz de lograr que el corazón de Hans, ese que tantas veces le había ofrecido en sus poemas, siga latiendo.
xxxLo único que puede hacer Dios es abandonar la barra de su cafetería y que sus ojos azules como los confines galácticos sean lo último que vea Hans antes de morir. Antes de morir sin ver que ella es incapaz de derramar una sola lágrima. Incapaz de sentir amor por alguien minúsculo e insignificante para un Ser cuyo amor sólo es capaz de expresarse en magnitudes interplanetarias. Así que le cierra los ojos a Hans y vuelve a su cafetería porque, además de un ser inmortal, Dios es una muchacha de veinte años que quiere terminar pronto su faena para volver a casa temprano.

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COMUNIÓN
(Mi padre era un alcohólico. Mi madre, una fundamentalista cristiana. Aquel tenía que ser el mejor día de mi vida. Pero nada salió bien).

Despertarse el día en el que haces la primera comunión con ganas de vomitar no es una buena señal. Quizás lo sea en algunas culturas lejanas, como la de los antiguos aborígenes australianos. Pero mi cama no estaba en la Australia del siglo XVI, sino en un pueblo de la Murcia de 1992. Y no, amanecer mareada y con náuseas no era lo mejor para un día que no iba a ser como los demás domingos. Porque en el resto de domingos íbamos a misa, sí, pero, después, la comida no era pantagruélica y la convivencia con mis primos, tíos y abuelos no se alargaba hasta la noche. Además, estaba el traje. No sé a qué pervertido se le ocurrió que las niñas vistiéramos el día de nuestra primera comunión como si fuéramos una novia a punto de casarse. Por todo ello, aquel día no iba a ser, ni de lejos, como el resto de los malditos y aburridos domingos, iba a ser mucho peor.
xxxHabían pasado ya unos minutos desde que me había despertado y yo seguía en la cama anticipando lo peor que me podía pasar durante ese día. A pesar de que apenas eran las ocho de la mañana, el teléfono ya estaba descolgado y mi madre parloteaba con alguna de mis tías sobre algo relacionado con «el traje de la cría». La cría era yo y el traje aún no estaba en mi casa porque una costurera amiga de la familia había tenido que llevárselo para terminar de arreglarlo. Mi madre se había empeñado en comprarlo con meses de adelanto y, al probármelo el día antes de la comunión, el traje me quedaba pequeño. O yo había crecido o el traje color merengue había menguado por arte de magia. Mi madre, apenas veinte horas antes de la fastuosa ceremonia, me daba vueltas y más vueltas y me tiraba de todas partes sin poder creer que el traje, guardado durante meses en el armario, no me quedara como el día en que me lo probé. Por suerte, una vecina se ofreció a arreglarlo y se comprometió a traerlo a tiempo para la comunión.
xxxPero eran «las ocho de la mañana y la Mari no me ha traído el dichoso traje, Virgen del Carmen, con lo liá que estoy yo y la peluquera sin venir». Mi madre usaba a todas las vírgenes que conocía ante cualquier veleidad que nos pasara en la familia. La Virgen del Rosario estaba especializada en hallar objetos perdidos; la del Consuelo en consolar, obviamente; la Virgen del Camino en calmar sus enfados cuando mi padre llegaba tarde a casa y la Virgen del Carmen era una especie de talismán que lo mismo valía para un roto que para un traje de comunión aún descosido.
xxxTragándome mi propia náusea me levanté y me dirigí hacia la cocina. Allí mi santa progenitora trajinaba con el teléfono, con su café con leche y con la escoba, sin poseer más que las dos manos reglamentarias. En cuanto me vio, y sin dejar de lado ninguna de sus ocupaciones, me besó en la frente y me anunció que el traje estaría listo en una hora y que no me preocupara por nada. Por supuesto, yo me preocupé, porque en un par de horas tenía que salir hacia la iglesia y no estaba segura de que el traje llegara a tiempo. En realidad, lo del vestido me daba igual, pero me ponía muy nerviosa un escenario que incluía a mi madre más histérica de lo que habitualmente estaba.
xxxAnuncié con prevención que me dolía «un poco» la barriga, a lo que mi santa reaccionó tirando de su arsenal de vírgenes y preparándome una manzanilla que no hizo sino acrecentar mi asco. Después me metí en la bañera, en aquella época aún no se había inventado la ducha, e intenté relajarme, algo que no pude porque seguía oyendo los gritos de mi madre, colgada del teléfono y de sucesivas conversaciones con cada una de mis tías. Cuando salí del baño con el albornoz que unos amigos de la familia me acababan de regalar, y que me duró más de una década, el traje-merengue ya estaba encima de mi cama. Mi madre daba gracias al «Señor» y me impelía a que me lo probara de nuevo. La costurera había hecho un buen trabajo, aunque ahora me quedaba un poco grande.
xxxLos chillidos de la glorificadora de vírgenes ante tal milagro lograron, por fin, despertar a mi padre, que tras tragarse un carajillo comenzó a afeitarse con su maquinilla eléctrica. Aquel sonido mecánico aún hoy me da miedo, ya que me recuerda el mal humor que gastaba por las mañanas y que no amainaba hasta que se tomaba su primera cerveza. Para contrarrestarlo, mi madre solía poner una cinta que contenía los grandes éxitos de su cantante favorito, Roberto Carlos, que escuchaba con una obsesión casi enfermiza. Tanto se repetían en mi casa aquellas canciones que cuando en la escuela nos pedían que escribiéramos una redacción sobre nuestra mascota, yo contaba que en mi casa teníamos un gato que estaba siempre «triste y azul», dejando anonadada a la maestra y entredicho mi salud mental.
xxxLa mañana avanzaba con esa emoción contenida que era tan propia de mi familia en los días importantes y comencé a cumplir con las distintas partes del rito de la comunión. La primera era una mezcla de ostentación y gratitud y consistía en presentar, ante una videocámara manejada por uno de mis primos mayores, los distintos regalos que había recibido y quién había sido el familiar o amigo al que le debía mi nueva cámara de fotos, mi primer globo terráqueo o aquella colección de bragas blancas (gracias, abuela). El siguiente paso en el orden del día fue la preceptiva procesión desde mi casa hasta la iglesia. Vivíamos a las afueras del pueblo, pero mi madre se empeñó en caminar los veinte minutos largos que nos separaban del templo, trayecto que siempre hacíamos en coche, para que todos nos vieran enfundados en nuestras mejores galas. Nuestras mejores galas (¿acaso hay «peores galas»?) consistían en mi vestido-merengue, el traje con hombreras de mi madre y la chaqueta gris de mi padre, que, a esa hora, aún seguía con un humor de perros y una resaca, ahora lo sé, de aúpa.
xxxJamás me he sentido, como durante aquel paseo, tan identificada con las actrices de cine que caminan por las alfombras rojas; todas las vecinas se esforzaban por ser lo más histriónicas posible en la ponderación de mi belleza y de la de mi traje. Aquello, no lo niego, me gustaba, pero no mitigaba la incomodidad que sentía dentro de aquella superposición de capas de tul y bajo aquel abrasador sol de mayo. Mi madre, orgullosa como pocos días de su familia, se dirigía hacia el templo que visitaba todos los días como si aquella fuera, es cierto que lo era, una ocasión única y que la volvía a convertir, como en el ya lejano día de su boda, en el objetivo de las miradas del pueblo entero.
xxxConforme nos fuimos acercando a la iglesia, tuvimos que compartir el protagonismo con otras familias que también realizaban aquel ridículo paseo y que sonreían como si de una competición por deformar sus mejillas se tratase. En cuanto nuestra pequeña comitiva, a la que se habían ido sumando vecinos y familiares, hubo aterrizado en la plaza del pueblo, un nuevo foco de incomodidad se cernió sobre mí. Sentadas en varios bancos y con su arsenal de miradas y sonrisitas, mis compañeras de clase comenzaron, sin dignarse a saludarme, a comentar mi vestido y mi peinado. Yo no era la más popular del colegio, pero las circunstancias de aquella mañana me habían colocado en el centro de las críticas de las arpías sin entrañas más retorcidas de mi clase. «Las circunstancias» a las que me refiero merecen un párrafo aparte.
xxxMi madre estaba obsesionada, desde siempre, con que mi comportamiento en las clases de catequesis fuera intachable. Le preocupaba menos que me formara como una buena cristiana que su reputación entre el resto de beatas y, especialmente, ante don Fermín, el cura que acaudillaba a las mujeres más fervorosas del pueblo, siguiera intacta. Por eso, reaccionó de manera tan desproporcionada cuando una de las catequistas le informó de que yo solía bostezar en clases de preparación a la comunión y de que no mostraba interés, lo cual, hay que reconocerlo, era cierto. Mi madre, herida en su orgullo ante las catequistas, montó en cólera y me obligó a pasar un año más en aquellas clases, convirtiéndome, seguramente, en la única niña de todo el universo que tuvo que repetir un curso en la catequesis. Por ello, aquel domingo hacía la comunión con un año de retraso y por eso aquellas arpías asistían con deleite a mi hundimiento social.
xxxRodeado de niños y niñas a los que sacaba un año, y una cabeza en la mayoría de los casos, intentaba atender las palabras de don Fermín, que versaban, inevitablemente, sobre «la importancia del sacramento que vais a recibir». A aquellas alturas, mi madre escuchaba al párroco en su habitual posición ascética y mi padre había huido de la iglesia en dirección a La Sacristía. Éste era el nombre que, no sin cierta guasa, habían dado al bar que estaba en la misma plaza que el templo y al que se escabullían la mayoría de los hombres del pueblo durante los sermones de don Fermín.
xxxAfortunadamente, mi padre, con alguna cerveza ya en el cuerpo, regresó justo antes del momento culminante de la ceremonia: la primera comunión de aquel grupo de niños que, en su mayoría, no volverían a pisar la iglesia en los próximos años. En aquel instante, sin embargo, todos habíamos alcanzado, gracias al calor que hacía allí y a lo sobrecargado de nuestros trajes, un estado parecido al trance. En mi caso, lo que yo creía verdadera fe era un mareo que minuto a minuto iba a crecentando mis náuseas. Yo, acostumbrada a la religiosidad teatral de mi madre, adopté una actitud mística y me dirigí, cuando me llegó el turno, hacia don Fermín. El problema es que don Fermín tenía la manía de meter la forma consagrada hasta casi la garganta del comulgante, lo que provocó en mí una arcada de dimensiones importantes. El murmullo de la gente que copaba la iglesia se tornó en crispación y los ojos de mi madre, que estaba justo al lado de don Fermín, parecían querer salirse de sus órbitas. Por fortuna, no llegué a vomitar y la oblea se deshizo en mi glotis como un iceberg en el mar contaminado.
xxxEl resto de la ceremonia se me pasó en una nube en la que se mezclaban el mareo, la vergüenza y, ya en menor medida, el fervor religioso. Cuando terminó la misa, que superó la hora y media (sin bises), mis mejillas fueron objeto de distintos tipos de succiones y tirones por parte de mis tías más sádicas. Después, vino la obligada fotografía en las escaleras del altar, en la que hoy me veo como una novia en miniatura, acompañada por una madre cargada de carmín y hombreras y un padre somnoliento. Es de las pocas imágenes que tenemos juntos y es, aunque parezca imposible, lo más cerca que jamás estuvimos de ser una familia feliz.
xxxLa salida de la iglesia trajo consigo más calor, más tías sádicas y más miradas burlonas de mis compañeras de clase, que me miraban desde la superioridad que les daba haber comulgado un año antes. Como mi madre seguía dentro con don Fermín, me encaminé con mi padre y uno de sus amigotes de vuelta a casa. Allí cogimos el Volkswagen familiar sin el 33% de nuestra familia, mi madre, que iba en el 2CV del párroco, rumbo al restaurante en el que se iba a celebrar el convite. En aquellos primeros años 90, años de desarrollismo, exposiciones universales y guerra sucia contra ETA, había varios indicativos que mostraban el nivel económico de una familia murciana. Uno de ellos era poseer dos vehículos, algo que nosotros no lográbamos; otro, celebrar los eventos no en el bajo de la casa de un familiar, como hacía la mayoría, sino en un restaurante. Mi madre se había empeñado en gastarnos el poco dinero que teníamos ahorrado en una celebración por todo lo alto, lo cual, dada la situación de nuestra economía, significaba un menú ramplón en un restaurante del polígono industrial que colindaba con nuestro pueblo. Hacia allí nos dirigíamos mi vestido-merengue y yo en el asiento de atrás de un coche en el que en la parte delantera se dilucidaba un interesante debate entre mi padre y su amigo sobre las tetas de la camarera de La Sacristía.
xxxComo en aquella época aún no se habían puesto de moda, afortunadamente para los bolsillos de mis padres, las opíparas recepciones que hoy en día reducen la comida de las bodas a un postre salado, el centenar largo de invitados a mi comunión nos dirigimos directamente al salón del restaurante. Allí, ocupamos varias mesas larguísimas y aumentamos el bullicio provocado por el resto de comuniones, cada una con su respectiva niña-merengue o niño-marinero, de las que nos separaban unos simples biombos. Los niños nos sentamos en una de las mesas, presidida de manera temeraria, por la tarta de varios pisos que coronaba una reproducción en miniatura de una niña vestida igual que yo. En la mesa de enfrente estaban mis padres, sentados uno al lado del otro, pero más pendientes de los que tenían a sus respectivos lados, don Fermín y el amigote de mi padre, que de su cónyuge.
xxxEl menú infantil pronto llenó las copas junto a la Fanta de naranja, creando un mejunje de refresco, croqueta y patatas fritas que hoy en día no desentonaría en los restaurantes con varias estrellas Michelín. En la mesa de los mayores, las gambas descongeladas y los platos de jamón salado y queso reseco eran regadas por jarras de cerveza y botellas de tinto, especialmente dadas a vaciarse en la zona que ocupaban mi padre y su amigo. Mi madre apenas probó la comida y parecía alimentarse de las palabras que salían de la boca de don Fermín, que amenizaba el convite con anécdotas de diverso pelaje sobre su época de misionero. A mí me costaba imaginarme a aquel hombre seco y calvo dirigiéndose, con la virulencia con la que lo hacía a los parroquianos de mi pueblo, a los pobres negros de África, pero jamás verbalicé estas dudas delante de mi madre, que escuchaba siempre aquellas historias como leyendas marianas y que, incluso, a veces llegaba a fantasear con la idea de hacerse misionera. Tranquilos, nunca la ha llevado a cabo.
xxxComo suele suceder en toda comunión que se precie, los niños salieron corriendo de la mesa a la media hora de haber comenzado el convite. Cuando yo me levanté para hacer lo propio, mi madre me lanzó una mirada amenazante y con un gesto me ordenó que me mantuviera allí sentada, lo cual tuve que hacer con la única compañía de una prima segunda que tenía una pierna ortopédica. Lo bueno de aquello es que no me perdí el espectáculo que, tras la ingesta de la pata de cabrito, protagonizó mi padre. Afectado ya por el Jumilla y alentado por su amigo, mi amado progenitor tuvo la feliz idea de tocarle el culo a una de las jóvenes camareras del restaurante. Reconozco que el término tocarle es un eufemismo que utilizo para minimizar el trauma que me supuso ver a mi propio padre manosear el trasero de aquella chica, que aguantó estoica dos segundos, pero que al tercero, y cargada aún con los platos que iba retirando, le pegó un codazo a mi padre en toda la cara. Éste se indignó y el «vaya modales» y el «encima que pago yo» fueron creciendo hasta llamar «putón» a la pobre chica. Para calmar el asunto tuvieron que intervenir el dueño del local y don Fermín, para bochorno de mi madre, a la que le daba igual lo que hiciera con sus manos el borracho de su marido, pero a la que le avergonzaba que aquel incidente mermara la estima que el párroco le tenía.
xxxLas aguas volvieron a su cauce, mi madre a embeberse de las palabras del cura y mi padre a seguir trajinando con el vino junto a su compinche, que a aquellas alturas me lanzaba unas miradas libidinosas, poco acordes a mi edad y al hecho de que él mismo se presentara como mi padrino. Yo, lidiaba con el desencanto y con las ganas de ir al baño sin moverme de la silla y me entretenía siendo un poco cruel con mi pequeña prima, a la que convencí de que en unos años su pierna derecha crecería y se igualaría a la izquierda.
xxxTras unos golpes de cucharas en las copas y con unos gritos, los asistentes callaron por un momento y mi madre anunció el sagrado momento del corte de la tarta. Los niños volvieron a la mesa y se arremolinaron junto a mí. Cuando el camarero se acercó con la inverosímil espada toledana con la que tendría que asesinar la tortada, me levanté de mi silla y el día se convirtió definitivamente, y tal como anunciaba de manera profética la invitación que mis padres enviaron a sus amigos y familiares, en inolvidable. Lo primero que sentí fue una humedad viscosa y nueva; lo segundo, el chillido seco de mi madre, que estaba justo detrás de mí. Aquel grito hizo que todos los invitados dirigieran la mirada hacia la parte de atrás de mi vestido, donde había nacido una flor roja, una mancha que indicaba que me había hecho mujer. Enseguida, y como siempre ocurre con cualquier catástrofe, comenzaron a sucederse a gran velocidad las acciones: las risas de los niños mayores, los lamentos de mis tías, lo rezos de don Fermín (que no paraba de persignarse), mis lágrimas y los gritos de mi madre, que me cogió del brazo y me llevó hasta el baño.
xxxDiez minutos después, salía de allí con el llanto ya calmado y vestida con el chándal de uno de mis primos, que me estaba grande y ridículo. Los invitados correspondieron a mi vuelta con un aplauso que no hizo sino aumentar mi vergüenza. En la mesa cumplí con el protocolo de la tarta, aunque me vino a la mente la idea de utilizar la espada toledana para abrir las venas de mi brazo y acabar, de una vez, con mi sufrimiento. Afortunadamente no hice tal cosa y hoy puedo disfrutar de aquel recuerdo, de aquella foto en la que se me ve con un chándal grande, una madre histérica, un sacerdote envarado, un padre borracho y un padrino que posa, disimuladamente, su mano izquierda sobre mi culo. La foto del día de mi primera menstruación.

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Pujante, Basilio. Recetas para astronautas. Cartagena; Ed. Balduque, 2016.

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CONTRAPUNTO

 

AMEN

xxxxxxEs su cuerpo blanca seda iluminada por el sol,
xxxxxxPezones de plata, pubis de ébano y materia de alabastro sus piernas.
xxxxxxEn el espejo mudo ha caído una hembra que va sangrando por los escalones.
xxxxxxMentiras de un mundo extraño que cambia pezuñas por manos.
xxxxxxTen piedad, Señor, de la mujer que ha caído del cielo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLucía Fraga
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(Mujer descalabrada, viernes 18 de marzo de 2011)

Y deja, Señor, deja que mis labios
alcancen la longitud de esa sangre,
sagrada forma de hembra deshecha
en hilos de seda, para así medir
el tamaño de su soledad tanta
desde la mudez del espejo. Deja
que recoja su desmayado, tierno
cuerpo, ya desnudo ante mis ojos.

Que su sangre contenida en el cuenco
obsceno de esta boca mía vierta
yo en su coño, deja, Dios mío, deja.
Deja que muerda en su vulva la vieja
manzana de la muerte, te lo ruego.
Haz conmigo el milagro de volverla
a la vida. Pezones, pubis, piernas,
cobren movimiento ante la dureza
extrema de mi sexo sentido. Sea
al fin su generosa entrega premio
y castigo de loca evocación.
Y así sea la ciega descalza
danza, de nuevo arriba en la escalera,
de esa mujer ya no descalabrada.

 

 

 

 

DESEXPERIENCIA

xxxxxxMirad mi cuerpo sin lujuria y sin vergüenza.
xxxxxxLiberado, al fin, de mentes lascivas y ojos desdeñosos.
xxxxxxSoy la mujer evaporada de vuestros sueños
xxxxxxQue se ha vestido con el grito del niño,
xxxxxxCon la pared deslumbrada, con la súplica del pájaro.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLucía Fraga
xxxxxxxxxxxx(Mirad mi cuerpo, martes 22 de marzo de 2011)

Mirad, soy cara triste, el hombre ese
que en su juventud solamente supo
abrir las puertas de los burdeles.
El hombre-blenorragia, el hombre-gota-
militar, el expulsado al desierto
de los coños con ladillas, el pierde-
paga de todas las putas del mundo.

Mirad, soy el infierno de quien llora
solo con el sexo en la mano todas
las noches que se llaman extravío.

Mirad mi cuerpo, su desexperiencia,
su apenas visible bulto colgando,
ya resignado, por la entrepierna.

Mirad en mí la derrota del amor.

 

 

 

 

MUJER TENDIDA

xxxxxxxxxxxxxFormas de mujer, geometría del sexo triangular.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLucía Fraga
xxxxxxxxxxxxxxx(Espejos cóncavos, lunes 11 de abril de 2011)

Reloj de arena. El tiempo de una mujer
es, triangularmente, el reloj de arena
del cuerpo donde se forma la vida
que nos sueñas y nos muere. Y es, sensual
y terrible en su belleza, epicentro
del más deseable de los seísmos,
en ese instante en que lujuriosos
relojes de hambre y sombra explotan
ante los ojos del hombre para ser,
a pie de pubis, su masculina sed.

 

 

 

 

SIEMPRE VEINTOCHO DE DICIEMBRE

xxxxxxxxxMe declaro inocente.
xxxxxxxxxNunca besé tus labios ni me deshice entre tus piernas.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLucía Fraga
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(Inocente, viernes 6 de mayo de 2011)

Nunca. Nunca el sabor de lo soñado
en mi boca. Nunca mis lujuriosos
labios poniendo su beso en tu piel.
Nunca la geometría de tu voz
escarbando sombra dura en mi sexo.
Nunca mi lengua de siete leguas
en la preciosa hendija de tu oreja,
para así medir la luz que oyes.
Nunca de cerca, siempre tan lejos tú.
Siempre yo, cercado por la locura.
Siempre a cuatro patas con tristeza
de perro abandonado a su soledad.
Siempre, siempre yo. Nunca tú.

Siempre con mucho ruido, es insufrible
oírlo, este pensamiento que arrastro
por oscuras galerías, penando.

Siempre este declararme inocente
con el juicio perdido de antemano.

Siempre, todos los días veintiocho.
Siempre esperando ese día todos
los meses que se vuelven diciembre.
Siempre un sin vivir este en escribiendo:
No podré escapar de la matanza.

 

 

 

Marín Albalate, Antonio. Contra el aplauso de un puñado de idiotas. Cartagena; Ed. Calblanque, 2019.

 

CONTRA EL APLAUSO DE UN PUÑADO DE IDIOTAS

 

ECOS DE FRANCIA CON CHAL

En los tejados las viejas antenas
se quejan del viento de la noche
y su azote.

Ladran perros y parias.

París es una lluvia de chalecos
amarillos, huele a fosforescencia
y números quebrados,
inundándolo todo.

¿Cuándo lloverá así en España?

 

 

 

 

CAMBIO DE TIEMPO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Leopoldo María Panero,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxin memoriam.

Entre brújulas locas de afonía,
gritándole a la nada
en el eje del huracán,
infierno y nadie estoy.

Campanilla yace violada al pie
del árbol del ahorcado.
Wendy se arrodilla ante la verga
de Peter Pank. Satán es un loquero
kamikace que sueña con destruir
la Capilla Sixtina.
Los cuervos devoran palomas
en la Plaza de San Pedro, ahora
laguna de sangre para el vampiro.
El papa baila y la mama,
lolailolailo lolailolá.
Neverland ya no existe.

El Vaticano es la pesadilla
de Los Niños Perdidos.

Murió Leopoldo María Panero.
La pesadilla se muerde la cola.

Solloza el universo del poema,
agujero llamado Nevermore.

Un ciervo herido cruza la sombra
sin hueso del desierto. Bambi llora
su fracaso, ante la selva arrasada.

Estoy, infierno y nadie,
entre las flores del fuego que el viento
de la noche aviva emboscándolo todo;
con la dignidad del miedo en la mirada,
mientras aguardo un cambio de tiempo.

 

 

 

 

CARA AL SOL

Oigo cómo cruje el hojaldre de tanta
bandera, sin agua, marchitándose
en los balcones de un país de risa

y me pongo a la sombra.

 

 

 

 

CURA

Casi perfecto el nudo en la garganta,
con cuerda por corbata
—la sotana en una silla—,
anduvo los pasillos de una casa,
buscando exactamente
la viga de su muerte,
no sin antes masturbarse a la salud
del último monaguillo enculado.

 

 

 

 

RECUERDO

Recuerdo el fresco rumor de las ranas,
su croar sobre el agua de la vieja
balsa en aquellas tardes de verano.

Recuerdo mi niñez en la enfermedad.
Y el terror de una casa siempre en sombra.

Y al niño aquel que mataron un día
en la flor del invierno, yo recuerdo.

 

 

 

 

A VECES SUCEDE

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEs más fácil que un camello pase por el ojo de una
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxaguja, que el que un rico entre en el reino de Dios.

Para despistar a la policía,
un camello pasa por el ojo de una aguja
y desaparece con la mercancía.

 

 

 

 

CONCIENCIA

Siempre nunca nadie donde siempre.

 

 

 

 

HUM EDAD DEL HAMBRE

Un día más de lluvia y juro que dejo
el caracol de mi boca en tu puerta.

 

 

 

Marín Albalate, Antonio. Contra el aplauso de un puñado de idiotas. Cartagena; Ed. Calblanque, 2019.

 

LOS REGALOS DE LOS AMIGOS (LXXI)

El viernes pasado, tras la presentación en la ciudad de Murcia de éste, su primer libro de relatos, Natxo Vidal tuvo a bien regalarme un ejemplar de esta maravillosa edición que ha llevado a cabo la editorial Balduque en su colección Sudeste.

 

 

MAÑANA Y PASADO, ‘STRAVINSKY EN EL BIRDLAND’

Mañana en la Librería Circular de los Traperos de la ciudad de Murcia, y pasado mañana en la librería La Montaña Mágica, de la ciudad de Cartagena, estará Natxo Vidal Guardiola presentando su primer libro de relatos, publicado en la colección sudeste de la editorial Balduque.

 

 

Y aquí dejo dos de los relatos más breves del libro en cuestión.

 

 

INDISCUTIBLE, LIMPIA Y DEMOCRÁTICAMENTE

A mitad de camino entre la boutade y el método científico, el paradigma estadístico de los dos pollos viene a decir que si un padre, encerrado en casa con uno de sus hijos, come dos pollos y su hijo ninguno, habrán comido, oficialmente, un pollo cada uno. Y esa será la verdad que, indiscutible, limpia y democráticamente acabará por imponerse. Y no solo eso. Los vecinos, los familiares que vieron cómo padre e hijo entraban en la casa con dos pollos, los agentes de la policía local, el empleado de la pollería, todos, admitirán que había para un pollo por cabeza y que así es como debieron de comérselos. Y no solo eso. Los servicios sociales del ayuntamiento, los trabajadores que determinan la distribución de los recursos municipales, el funcionario de la seguridad social (que dispone de acceso a la base de datos de los servicios sociales del municipio, en la que se hace constar que, cada cierto tiempo,
gracias a una ayuda municipal estable, padre e hijo compran dos pollos en la pollería), todos, darán por hecho que en casa de, digamos, Antonio (el padre) y Luis (el hijo) se come un pollo por cabeza cada vez que los ven entrar con
dos pollos en casa, aunque sea el padre quien se come los dos. Y no solo eso. El médico de cabecera, la enfermera que realiza los análisis de sangre (cuando los servicios sociales del municipio les obligan a someterse a determinados chequeos para seguir cobrando las ayudas que les corresponden, ayudas con las que más tarde, entre otras cosas, compran los dos pollos con los que revientan la estadística), el endocrino (cuando la cosa comience a ponerse
complicada), todos, concluirán que el padre padece una subida de colesterol inexplicable (un pollo por cabeza cada ciertos días no da para tanto), mientras que el hijo sufre algún déficit en los circuitos de transformación metabólica (un pollo por cabeza cada ciertos días debería asegurar unos parámetros de crecimiento algo mejores). Así es como
funcionan las cosas. Indiscutible, limpia y democráticamente.
xxxPor eso estoy tranquilo. En el juego de la ruleta rusa, la estadística dice que la probabilidad de morir en el primer disparo, con un revólver de seis balas, es de un 16’6%. Y que esta probabilidad aumenta muy considerablemente cada vez que el cargador avanza una posición y que, a su vez, presenta muy distintas variantes, cada vez más peligrosas, dependiendo del número de jugadores que participan. Llevo jugando a la ruleta rusa más de medio año, cada viernes, junto a un grupo de tristes infelices (cada vez más pequeño, lógicamente), en un sótano igualmente triste y oscuro. Hace al menos dos meses que, estadísticamente, ya estoy muerto. Infeliz y triste. Tranquilo y muerto.
xxxAsí es como funcionan las cosas. Indiscutible, limpia y democráticamente.

 

 

 

 

EL NÚMERO ESTRELLA DE LA NOCHE

Yo lo vi todo. Vi a la chica meterse dentro de la caja, colocarse delicadamente sobre el terciopelo rojo, dejando a la vista, únicamente,  algunas partes de su cuerpo, coincidiendo con los agujeros que permitían comprobar que, en efecto, ella estaba realmente dentro de la caja. Vi al ilusionista darle vueltas a la caja, con la chica dentro, para demostrar que el truco era limpio, que nada había oculto ni delante ni detrás ni alrededor. Vi a la chica mirar al ilusionista, suplicarle que no se equivocara. “Ten cuidado”, creo que le dijo. Vi sus miradas encontrarse durante un segundo, como dos barcos a punto de colisionar en medio del océano, inexplicablemente. El punto culminante del espectáculo. La mujer cortada en trozos. Una última vuelta a la caja. Una última sonrisa, los dientes perfectamente alineados y blanquísimos, los labios rojos, como el terciopelo. El cabello rubio. “Contengan la respiración”. Entonces las cuchillas atravesaron su cuerpo entre gemidos espantosos de dolor y ríos de sangre ensuciándolo todo. La mujer cortada en trozos. El número estrella de la noche.

 

 

 

Vidal Guardiola, Natxo. Stravinsky en Birdland. Cartagena; Ed. Balduque, 2019.

 

LA NIEVE SOBRE LA NIEVE

 

LA NIEVE SOBRE LA NIEVE

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxSiempre hay nieve dormida
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsobre otra nieve…
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLuis Cernuda

comenzaré a escribir
cuando empiece a nevar

nieva

miro por la ventana
y veo los primeros copos caer
como pequeños dioses sin templo
planeando
contra el gris de las nubes

había dicho
comenzaré a escribir
cuando caiga la nieve
y ha llegado por fin
como una visita inesperada
en medio de la tarde

me siento en la ventana
para ver nevar
y la nieve se acumula
sobre el alféizar
xxxxxxxxxxxxxxxconstruye
contra el cristal
una mullida muralla
una frontera de nieve
entre mi cuarto y la ciudad

mi yo diminuto
recorre la muralla como Shackleton
recorría la Antártida silenciosa
escribo
xxxxxxxxun yo diminuto recorre
la muralla
un desierto de nieve
por el que camino a tientas
como Shackleton cruzó Georgia del Sur
el tramo final de su aventura
después de tres años
después de la paciencia
por el helado laberinto antártico
escribo sobre Shackleton
e intento encontrar referentes
que me ayuden a escapar

salir a la intemperie
como el que sale en busca de la vida
porque ha perdido toda esperanza
porque ya no quedan víveres
y debe salir
aunque los víveres sean sólo una excusa
aunque la salida sea
un hecho independiente
de la vida que escribo

mi yo en el alféizar
hunde los pies en la nieve
hasta la rodilla
xxxxxxxxxxxxxxse detiene
a recuperar el aliento
y como el que siente
la presencia de un dios
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxa su espalda
gira la cabeza y me mira
a través de la ventana
fija sus ojos en mis ojos
parece decirme algo en su mirada
el invierno es ensordecedor
gira de nuevo y continúa
escribo sobre el hombre
que recorre la nieve
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxel hombre
que soy sentado a la mesa
que escribe que mira
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxpor la ventana
y ve la nieve caer
xxxxxxxxxxxxxxxxxcubrirle
poco a poco decae de su empeño
reposa la cabeza en el frío
escribo que posa la cabeza
y me dejo caer sobre lo escrito
sobre el poema por venir
en el que escribo sobre el invierno
caigo como cae la nieve
sobre la ciudad
sobre las palabras
escribo en el poema que alzo
la cabeza y alzo la cabeza
para ver que mi yo
en el alféizar
xxxxxxxxxxxxha desaparecido
sus huellas en la nieve también

la ciudad fuera se adormece
hace días que la noche es perpetua

escribo que no hay nadie más
en el cuarto y que
xxxxxxxxxxxxxxxxxquizá
debería dejar la escritura y salir
escribo que a veces me gustaría amar
como aman a su país
los que llevan exiliados décadas
los que han olvidado
qué es realmente u país
los que aman un recuerdo borroso
o cómo los hijos de los exiliados
aman el país de sus padres
un amor heredado
xxxxxxxxxxxxxxxxxxun amor
construido a base de relatos

la calle fuera se adormece

hace días que el silencio es perpetuo
hay coches aparcados
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxen el poema
escribí que había coches
y que la ciudad era oscura y silenciosa
como el abandono
así es la ciudad
pienso en lo lejos que está todo ahora mismo
en lo lejos que estoy de todo
incluso del poema
que se escribe mientras pienso
en las distancias que me separan
en las líneas que hay que cruzar
para llegar a cualquier sitio
hasta los otros
hasta otros lugares
y cómo uno siempre parece no estar
en el lugar adecuado

escribí que los coches estaban fuera
aparcados en medio de la noche
guardando su meticulosa disposición
procurando permanecer a la intemperie
y yo en la ventana
intentando descubrir un leve signo
una luz que atraviese la noche
alguien que se detenga en medio de la calle
abra la puerta sin detener el motor
y me ofrezca un lugar

escribo y lo que escribo se parece a mi vida
a veces el poema es más exacto
de lo que imaginaba

me levanto de la silla y recorro el cuarto
me siento a leer lo que ya he escrito
releo que nieve y efectivamente nieva
y nevaba
la nieve en el poema es como la nieve
o es más nieve si cabe
el poema sigue escribiéndose

escribo sobre un hombre que sale a pasear
recorre las calles vacías
como si fuese un campo de batalla
en el último día de la guerra
un fantasma recorre la ciudad
quisiera pasear sin escribir
pero escribo que es imposible
que el paseo necesita de la escritura
o viceversa
la ciudad en el poema tiembla levemente
como tiembla el anciano ente el féretro de su esposa
con la emoción del que se empeña en la memoria
y la suave satisfacción de una certeza cumplida

en el poema el invierno aparece vacío
como si el invierno sólo existiese
en un mundo paralelo
donde sólo hubiese invierno y nada más
y sin embargo en las aceras hay caminos
senderos de nieve prensada
creados por el paso apresurado

llevo aquí tanto tiempo
que ya no sé cuándo llegué
ni por qué estoy aquí
ni para qué
podría
xxxxxxxquizá
xxxxxxxxxxxxxahora
llamar a los timbres
a todos los timbres
y decir a la gente que baje
que baje conmigo
que venga a caminar
caminar todos juntos
sin parar
salir del poema y caminar
pasar las calles con su iluminación tenue
farolas como estrellas desmayadas
cruzar los pasos de cebra
como el que cruza un río
caudaloso
tomar la ciudad como el escenario que es
imaginar enormes ventiladores
azuzando la ventisca
que la nieve sea sólo
trocitos de papel recortado
dónde llegaríamos si caminásemos sin parar
dónde se acabaría esta larga marcha
pensaríamos en el poema vacío
cuando estuviésemos lejos
nos acordaríamos

cuánta gente estará caminando
ahora mismo
xxxxxxxxxxxxxescribo
sobre la gente que camina entre la nieve
sobre el poema escrito en la nevada
para la nieve
que fue poema a la espera
como yo esperando fui
aguardo
xxxxxxxxincierto todavía
una mano de nieve
que acierte en su lectura
que descifre su voz
que nos lo acerque
y lo haga necesario
inútil como un dios
en la memoria

mi yo que escribe querría salir
bajar a las calles y pasear
pero debe seguir la escritura
para que yo recorra las calles

el silencio se rompe por un tintineo
que no logro atrapar
como si alguien esperase ser encontrado
en este laberinto de calles blancas
el invierno se empeña
en esconder los caminos
para el regreso
escribo sobre el empeño del invierno
y el tintineo se hace más fuerte
dos galgos gigantes cruzan la escena
con sendos cascabeles colgados de sus cuellos
un pequeño hombre oriental los pasea
el instante se alarga demasiado
y por un segundo
ha dejado de nevar
en el poema los galgos son dos personajes
una pareja intangible
que habita un lugar más allá del poema

escribo que son sueño y memoria
y no es el hombre quien los guía
sino ellos quienes guían al hombre
igual que yo no escribo el poema
pero es el poema el que me escribe
aquí sentado en el cuarto
mirando por la ventana
cómo
xxxxxxpoco a poco
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxla ciudad
desaparece

es posible
que esta situación
dure todavía mucho tiempo
el invierno se alarga de forma inesperada
hay que estar preparados
pero eso
cómo se hace
cómo hacer para estar preparados unos junto a otros
cómo hacer si somos cientos miles millones
en alguna parte
xxxxxxxxxxxxxxxxpor cierto
en este mismo instante
tal vez tiene que estar pasando algo diferente

querría encontrar en el poema
el instante perfecto
un momento en el que pueda permanecer
para siempre
pero escribo y a veces
parece que no pasa nada
ni en la vida ni en el poema
y los cuerpos quedan enganchados al éter
en el aire
vacíos en el vacío
y la nieve continúa

cruzo las calles de la ciudad
en busca de un recodo
de un hueco entre edificios
bajo puentes
en esquinas abandonadas
por grietas en las aceras
bajo el alcantarillado
donde acurrucarme en silencio
pero la nieve esconde
los lugares propicios
para el resguardo
sigo el camino y salgo de la ciudad
mientras escribo que salgo
de la ciudad silenciosa
los edificios se van espaciando
como
xxxixxse espacian
xxxxxxxxxxxxxxxxxlas palabras

en el poema
se hace fuerte el silencio
bajo la nieve

escribo que no hay caminos
y las calles se van desvaneciendo
a veces me alejo tanto
que la vida se convierte en una sombra

el poema se alarga como un siglo
me pregunto si en la nieve sus versos
sobrevivirán al invierno
como sobreviven los osos
hibernando bajo la nieve
feroces pero dormidos

dejo atrás la ciudad
primero edificios altos
luego casas
luego nada
cruzo el final de la carretera
sólo una estepa blanca
prados cubiertos
una gran sábana mortuoria
paro un segundo y dudo
de la metáfora

arde la nieve en su blanco fulgor
como si bajo ella
xxxxxxxxxxxxxxxxenterrados
hubiese palacios e iglesias
murallas y calles enroscadas
donde la gente se detiene
en el mercado y conversa
con pequeñas casas adosadas
de adobe y madera
y un cementerio con tumbas sin nombre
bajo la nieve fría
con su perfil de nube
en las que hay enterrados
palacios e iglesias y murallas

es invierno y el mundo
parece enloquecido

sube un rumor bajo mis pies
y siento un rumor en el cuarto
un rumor en el poema
si el poema terminase ahora
quedaría en los prados entre la ventisca
inmóvil como una estatua de hielo
blanco sobre blanco
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxperdido
pero escribo
pese a las ganas de acabar
que estoy cansado
pese a las ganas de acabar
y estoy cansado y aun así
me adentro más en los campos
hasta que casi desaparezco

en medio de la nada oigo una voz
y la voz dice que no sobreviviré
ni siquiera en el poema
recorre con el viento la pradera
dice que las palabras son una tragedia
y que la nieve es el silencio
dice que esto no es más
que el merodeo de los días
y que el merodeo no acaba
el merodeo es más fuerte que las palabras
y más fuerte que el silencio
un remolino se alza y me engulle
la voz dice que escriba
y escribo sobre la voz que dice
que la noche se alargará
y que mañana será lo mismo

pienso en cómo seguir
o por qué seguir
en algún momento la voz desaparece
o yo dejo de oírla
el viento se amansa
debería abrir caminos
pero la nieve se empeña en sepultar
los caminos para el regreso
cómo saber cuándo llega el final
puede que esta soledad
no sea más que un estado de la mente
y que escribir no sea más que una imposición
absurda
sin embargo escribo

en el poema soy casi un ser
y lo que leo a veces me asusta
regreso tranquilo
sin intentar encontrar las pisadas
que me trajeron hasta aquí

a las puertas de la ciudad
me cruzo con un grupo de cazadores
y sus galgos pequeños e insonoros
se me hacen minucias comparados
con aquellos fantasmas que cruzaban
la ciudad vacía y el poema
a lo lejos
xxxxxxxxxsobre el río helado
hay jóvenes que patinan en el hielo
trazan una ignota caligrafía con sus pies
que me lleva de nuevo a la escritura

dejarse como el joven que patina
en el hielo el suspiro de las cosas

pienso en el final del invierno
y del poema
si seré capaz o si esto
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxquizá
nunca termine
si las palabras como la nieve
se irán derritiendo sobre las aceras

escribo sobre el regreso del hombre
que soy
ahora la gente abarrotando las calles
regresando a sus casas
releo la parte en la que salgo a pasear
y las calles vacías se parecen
a un campo de batalla en el último día
de la guerra
y un escalofrío me recorre
aún nieva y el cielo es una sombra
pero al regresar no reconozco la nieve
como si fuese una nieve ajena
una nieve pisada por otros pies
y el caminar se me hace doloroso
como el que ama en una lengua extranjera
y sus palabras fracasan al expresar el amor

entre la gente nace otro silencio
que habla de los otros y de mí
escribo sobre la idea de los otros
sobre caminar entre la multitud
y
xsin embargo
xxxxxxxxxxxxxestar solo

subo al cuarto y en el cuarto
alguien sentado a la mesa
mira la nieve en la ventana
y escribe el poema
xxxxxxxxxxxxxxxxxdespacio
con la certeza del que sabe
que pronto llegará el final
pero que el invierno siempre regresa
y que esperará a que el invierno regrese
como Shackleton miraba
por la ventana de su casa
xxxxxxxxxxxtras su vuelta
sabiendo que si partía de nuevo
sería para siempre
empeñado en partir
incluso después del horror
o precisamente por él
meciéndose como las estaciones
el empeño de volver y volver
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxa volver
después de los tres años
la necesidad de rememorar
entender que sólo la Antártida
abriga el merodeo
y que para no quedarse atrás
no vale con permanecer
hay que caminar

pienso en Shackleton
pensando en partir de nuevo
pese a la certeza de que morirá
de que será su último viaje
que no lo terminará
escribo sobre la certeza
con la certeza del que fracasa
como el hombre que sabe
que llega el invierno la nieve los copos
e impaciente se sienta a verlos llegar
amarrado a su asiento y la ventana
aunque dentro alguien camine por la nieve

me asomo al poema
los coches aparcados siguen en su sitio
aún inmóviles pese a la intemperie
o quizá por ella
vuelvo a escribir sobre los coches
detenidos
la nieve se aligera y los copos
parecen sostener el vuelo
como una gaviota alzada al mediodía
la gaviota
xxxxxxxxxxinmóvil
introduce el mar en el poema
introduce el mar y el verano
y la distancia y lo lejos
que uno está de todo
de sí mismo

el final está llegando
o quizá haya llegado ya
o quizá haya pasado
y esté en otro momento
en otro sitio
o quizá continúe en el mismo
y realmente no sea capaz
de escapar de aquí
y el final no llegue
parece que quizá no haya final

releo el poema
y el poema dice que ha parado la nieve
entonces callo
y
sin embargo
xxxxxixxxxxxxotra voz
queda

 

 

 

Talián, Ángel. El sol sobre la nieve. Cartagena; Ed. Balduque, 2016.

 

ÁNGEL TALIÁN

 

YO CRUCÉ EL PUENTE DEL GOLDEN GATE

yo crucé el puente del Golden Gate y sentí ganas de saltar

al fondo Alcatraz como un transatlántico varado silencioso e ignoto
las olas como niños nerviosos
esperando a que se rompa la piñata
yo crucé el puente del Golden Gate el viento
yo crucé el puente rojo la niebla cubría sus torres como si del
xxxmonte Olimpo se tratase
me senté sobre la barandilla sólo para que mis pies colgaran
quería sentiros sin mi peso / libres mecidos sobre la bahía /
xxxlistos para volar
un hombre gordo se acercó hasta mí
parecía una reencarnación de Budah
dijo: el mar tiene un pez y en el pez hay una caracola y en la
xxxcaracola un cangrejo y en el cangrejo una perla y la perla es
xxxun mundo en el que hay un mar que tiene un pez y el pez una
xxxcaracola y
los coches cruzaban a mi espalda indiferentes
el hombre había desaparecido
bajé de la arandilla y terminé de cruzar el puente

yo crucé el puente del Golden Gate y sentí ganas de saltar
pero no salté
quede aquí constancia de mi fracaso

 

 

 

 

MARIPOSA, CA

viajamos por Mariposa CA como si de un anuncio de coche se
xxxtratase
nos peleamos por conducir ¿Te gusta conducir?
las lomas son olas nada más
alguien en el coche escucha el rumor del mar pero no lo comenta
todo es amarillo
una dice algo sobre Castilla y sobre Machado
otro imagina que aparecen Quijote y Sancho montando a
xxxRocinante y Rucio y
nuestros ojos se aferran a la siguiente loma como un águila se
xxxaferra a una liebre
pero
estamos en Mariposa CA y yo rezo
para que no aparezca un Kentucky Fried Chicken
yo me acuerdo de Borges y su conferencia de La ceguera en 1977
su ojo izquierdo cerrado su ojo derecho abierto
las manos sobre los reposabrazos como si fuese a levantarse
la voz temblorosa
Hay un color que no me ha sido nunca infiel, el amarillo.
miro los campos y pienso que quizá este sea el paraíso de Borges
aquí en Mariposa CA el sol se pierde y todo se tiñe aún más de
xxxdorado
Borges sobre un trono altísimo ojo izquierdo manos como
xxxlevantarse pero temblorosa
tigres y leopardos rodeándole / todo oro y sombra y una voz
que recita un poema épico en una lengua muerta
el paisaje sigue siendo el mismo que al principio del poema
pero se hace de noche
poco a poco nos vamos quedando ciegos

 

 

 

 

SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

en el sueño recorremos un campo
con grandes pacas todo es amarillo
y hay cuervos desperdigados
picoteando semillas sin cesar

caminamos en grupo no nos
separamos como si tuviésemos
que enfrentarnos al vacío
estando juntos como si estar juntos
nos salvase de la nada

es verano y atardece y en el sueño
alguien dice que quisiera quedarse
para siempre con nosotros
intentamos calcular cuál es la distancia
que nos separa de la realidad

la estampa es demasiado poderosa
y nos dejamos caer sobre las pacas
hace demasiado calor para cruzar
el verano y estamos agotados

alguien dice que esto parece un sueño
como si realmente no lo fuese
alguien apoya su cabeza sobre mi muslo
compartimos el agua y miramos
al horizonte en busca de alguna señal

todo parece estático y todo
en el sueño es inabarcable
incluso nosotros tumbados
ni qué decir el atardecer

alguien hace referencia
a la vida fuera del sueño
y el verano que cruzamos
y si será también inabarcable

el sol se va / el campo arde
los cuervos alzan el vuelo
—todo Poe y alborozo alado—
viran hacia el oeste y en bandada
arropan la tierra con la noche

 

 

 

 

COPLA

no sé Jorge Manrique si en el siglo XV el concepto del suicidio
existía
o quizá tuviese entonces un verdadero sentido: honor
perdido STOP amada fugada STOP no contrincante digno
xxxSTOP muerte inevitable

x
no sé Jorge Manrique si lo de tu padre quedó resuelto si el
xxxforense lo tuvo claro
desde el principio: muerte natural / yace en la cama / mantas
xxxcomo losas de mármol cubren su cuerpo / el primogénito
xxxagarra su mano izquierda / escucha sus últimas palabras /
xxxpromete proteger la casa y la familia / luego una lengua de
xxxhielo entra en el cuarto y

x
no sé Jorge Manrique pero hoy caminando por Yosemite
xxxValley (Parque Nacional)
estado de California (ya sé que Colón no había nacido aún
xxxcuando tú… que no me vas
a creer…
xxxxxxxxxentiendo la problemática pero)
he visto a un río suicidarse
como te lo cuento

x
no sé Jorge Manrique
el río era la vida e iba a dar a la marxxxxxxxo eso creíamos
todo era como tú lo habías descrito pero de pronto:
como el 4:33 de John Cage en medio de El lago de los cisnes
xxxde Tchaikovski

x
todo refulgía todo cuadraba los árboles inmaculados las
xxxrocas serenas cada insecto cada espora cada estambre y
xxxcada estigma la vera era la vera el lecho era el lecho el
xxxcaudal era el justo y necesario los dioses habían cumplido
xxxcon su cometido la madre naturaleza sonreía cristalina
xxxhasta que un corte abrupto un discontinuo un precipicio
xxxuna caída un silencio

x
saltar a la nada
eso es saltar a la nada y no encuentro un símil a la altura
xxxsaltar a la nada y basta
y el río ya no es río es chorro
y el chorro ya no es chorro es lluvia
y la lluvia ya no es lluvia es gota
y la gota ya no es gota es partícula
y la partícula ya no es partícula es

x
saltar al vacío sin másxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy dejar de ser

x

así se suicida un río
igual que se suicida un hombre

 

 

 

 

MOTEL SALIENDO DE DEATH VALLEY CAMINO DE LAS VEGAS

las afueras de un desierto son como las afueras
de una gran ciudad seres invisibles que miran
—comen defecan se reproducen mueren—
hacia el centro a la espera sobrevuelan
las fronteras como objetos arrastrados por un
tornado

como las afueras de la ciudad las afueras
del desierto son etéreas / móviles / nómadas
a expensas de un capricho de la naturaleza
(o los planes arquitectónicos) van y vienen
como si el desierto fuese un mar
y las dunas sus olas y subiese
y bajase
xxxxxxxxxla marea

x
no hay pueblos ni pequeñas ciudades
son sólo absurdas aglomeraciones de
chalets algún restaurante una gasolinera una granja
seres invisibles al borde del desierto
como si un dios hubiese escupido
algunos hombres en medio de la nada

la gente se esconde en las afueras del desierto
construye empalizadas y se da a la vida
interior en el motel nos damos un baño en la piscina
y nos tumbamos a cincuenta grados a mirar
cómo no pasa nada cómo las horas se van
cómo el desierto sólo es un inmenso reloj
de arena

este lugar es la mejor metáfora de la espera
que jamás he encontrado nadie habla
la piel se seca en dos segundos no soy capaz
de describir el silencio como en las ciudades
estar en las afueras también es estar dentro
del desierto

 

 

 

 

BELLAGIO, MACHADO

en una tumbona en la piscina del Bellagio Las Vegas NV
tomo un mojito mientras leo a Machado dicen
que los oasis suelen ser espejismos dicen que
del desierto sólo salen los más fuertes los más listos los más
leo a Machado a cincuenta grados
bajo una sombrilla publicitaria —luego en la noche
caeré enfermo por el frío eterno del aire
acondicionado— una chica en bikini sale
del agua y se acerca hasta mí: ¿qué lees? pregunta
Leo a Machado digo poeta español digo
que murió en el exilio y la pobreza digo
cuyas últimas palabras fueron: estos días azules
y este sol de la infancia ríe juguetona y me besa
—luego por la noche caeré enfermo por la falta de agua
y el exceso de alcohol— la chica tiene un bolígrafo
y escribe sobre mi antebrazo su teléfono
salta a la piscina y —¡cómo no!— desaparece
todo queda en un silencio desproporcionado
como si el desierto reclamase su lugar
aparto el libro y miro el cielo azul el sol
de la infancia hace demasiado calor los números
sobre mi piel la tinta sobre la carne no me baño
por si acaso

 

 

 

 

(CODA)

la cuadrícula pintada con escuadra
que son las calles de San Francisco
un tranvía desbocado
convertido en atracción de feria
los carteles de aún hay esperanza
en las pilonas rojas del Golden Gate Bridge
la ruta 1 que baja bordeando la costa
vacía
y el océano Pacífico de un azul desesperado
aquel cul-de-sac del que casi no podemos salir
idóneo para una escena de persecución hollywoodiense
los caminos de Carmel por los que circulábamos
a velocidad de obeso americano
los campos amarillos como un trigal castellano en Mariposa
y una amapola sobreviviendo en medio de la tarde
las secuoyas gigantes bordeando la carretera
muy secundaria
que lleva a Yosemite Valley y las 8 horas
que tardamos en hacer 50 km
las advertencias de cuidado con los osos
y los osos que no vimos
la recta infinita que cruza el mediodía por Death Valley
las 55 grados a la sombra
y el aire que quemaba la piel
los reflejos de la carretera que eran el mar en calma
el parking de un motel donde nos creímos fugitivos
y la vieja que nos atendió que me recordó a la madre
de Bates la ducha y el cuchillo
Las Vegas alzada en medio del desierto
y su intento de ser noche a base de bombillas enroscadas
La Vegas Blvd. con el Bellagio el Caesar palace el Flamingo el Mirage
el tramo que hicimos por la ruta 66 camino del Gran Cañón
y cómo nos empeñábamos en llamarla La Ruta Madre
porque Steinbeck así lo decía en Las uvas de la ira
nosotros dentro del coche frente al Gran Cañón y la lluvia
que nos empañó el parabrisas y el paisaje
las carreteras de regreso que nos parecieron distintas
pese a ser las mismas
las carreteras de nuestra juventud y el Dodge
al que llamábamos Mae West
tragando kilómetros sin descanso
esa luz veraniega de tiempo detenido
que nunca podremos
recuperar

 

 

 

Talián, Ángel. El sol sobre la nieve. Cartagena; Ed. Balduque, 2016.

 

CHIPMUNKS, HOMBRES, SOMBRAS, MAULLIDOS

diciembre 30, 2018 Deja un comentario

 

CHIPMUNKS

corrían por el campus pequeñas ardillas
chipmunks las llamaban revolviéndose en el césped
desesperadamente
ociosas
todos las mirábamos

salíamos del aula y paseábamos hasta los dormitorios
luego sentados en el atardecer acumulando cascos de cerveza venían
a visitarnos
pequeñas ardillas curiosas demasiado
no pensaban en las consecuencias

nos olían buscando comida en los bolsillos
yo imaginaba sus huesos costillitas uñas cortadas
sus cráneos pelotas de ping-pong sus tibias granos de arroz
qué fácil agarrar una y aplastarla con la fuerza de mi mano

tú me acariciabas y mencionaste a Chip & Chop y
fugaz viaje multicolor la infancia
aventuras diarias para salvar el mundo
ahora os entiendo un poco más

entiendo cómo exprimís las horas no os detenéis apenas
un segundo para buscaros y correr rozar vuestros bigotes apenas
un segundo olisquear el aire escarbar la tierra morder un fruto apenas
un segundo y seguir hermosas e inmisericordes ante la Historia

odio los poemas de animales
pero quién dice que yo esté hablando de animales

 

 

 

 

EL REY Y LA REINA

el rey camisa de rayas como si de un gondoliere se tratase
pantalones pitillo marca Camel bambas Adidas A-di-das
se arrastra por el césped buscando la luz el flequillo
esconde la mirada alguien comenta: demasiado europeo

la reina camiseta ancha y traslúcida asoma tímido el hombro
mini shorts para piernas como varas de bambú manoletinas
negras y un sombrero de ala corta que cae media
melena rubia unas Ray-Ban alguien comenta: demasiado europea

mirábamos por encima no sabíamos
hacerlo de otro modo venían los mendigos —harapientos y hermosos—
a agradarnos con chistes nos reíamos con/de ellos
—como un padre se ríe ante la gracia de un hijo—

luego nos dejaban solos y tú me hablabas del palacete
en Manhattan de Julian Schnabel y de veranos en la Côte d’Azur
leíamos a Borges y escuchábamos a Gershwin
yo soñaba con una mansión en Umbría para los dos

pertenecíamos a una estirpe de intocables
nuestra sangre fluía con el ímpetu del Volga
un Borgia se habría arrodillado en nuestra presencia
—éramos felices no teníamos otra opción—

el sol salía sólo para nosotros
inabarcable como un poema de Keats

ahora con el tiempo todo se ha nublado
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxinterpretábamos
un oscuro y triste papel —el que nos había tocado— actuábamos
y los comentarios que decíamos eran como frases de una obra
dichas con convicción pero ajenas Louise Gluck

no hubo nada de verdad en aquel verano nada
que pudiese hacernos daño quedamos suspendidos
intentamos salvarnos y ese fue nuestro error qué leves
fueron nuestras vidas / que no dejaron ningún rastro Ted Hughes

representantes de un viejo continente: apolillados
decrépitos incólumes y solos / igual que reyes

 

 

 

 

SIRI HUSTVEDT Y PAUL AUSTER EN UN BANCO

camino por el campus hoy de un verde lorquiano
paso por delante de una pareja demasiado vieja
para estar en un campus la estampa es perfecta
atardece y ellos miran la luz con una extraña
intensidad

me detengo mientras mi grupo se aleja hacia la Johnson
Tower para fijarme en la estampa absorbente con más deteni-
miento si os digo que no me estremezco un espasmo
mi columna al descubrir que son Siri hustvedt y Paul Auster
los viejos al atardecer

y de pronto se acumulan todas las horas compartidas
bajo la luz de un flexo en casas de alquiler pasando sus páginas
y no me decido dudo si romper su instante y no al final
corro de vuelta hasta mi grupo para contarles lo ocurrido
y nadie sabe de quién hablo

 

 

 

 

UN HOMBRE, UNA SOMBRA

en la esquina de Geary St. con Leavenworth
bajo el letrero rojo Cabernet Sauvignon de la Market &
Deli Star donde para el 27 hay un hombre solo

un sol enfermo escupe su luz sobre la mañana

el hombre apoyado en un bastón parecería
una estatua olvidada de hierro oxidado
no griega / no romana / no egipcia sólo
un retrato contemporáneo de no se sabe qué

lleva un abrigo y sobre éste otro abrigo y sobre éste
otro su gorro demasiado largo se abulta en
su cabeza como si dejase un espacio para recoger
las ideas ¿Es un hombre? ¿es una sombra?

parecería una estatua olvidada
pero al cruzar la calle se gira
—y el 27 abre sus puertas una mujer abofetea
a un hombre en la esquina de enfrente una vieja
mira su reflejo en un escaparate de lencería
dos latinos matan el tiempo en la tienda de relojes
dos turistas toman un café en el Angel Cafe
los árboles tiemblan imperceptibles—
se gira y mira a un lugar entre nosotros
y el horizonte inexistente
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcomo si fuese
capaz de atravesar los cuerpos y edificios
llegar hasta la bahía y saltar al mar
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsentimos
un breve aliento de filo ancestral luego
seguimos es un hombre ¿es una sombra?

esa noche tomando una cerveza en el Ambassador
miro por los ventanales y lo veo allí
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxde nuevo
impasible ante la noche de neón aferrándose
a la esquina apoyado en la pared
como si el mundo fuese el que está inclinado
vigilando la ciudad y su tristeza
parece murmurar algo pero sus labios apenas
se mueven como alguien que reza un rosario
ante un cuerpo muerto la camarera me explica:
fue un poeta, pero se volvió loco, ganó premios,
publicó libros, se codeó con los mejores,
pero se volvió loco. Siempre está ahí, en la esquina,
habla con Dios, con Dylan y con el Presidente de los EEUU.
¿Por qué se volvió loco? pregunto. No lo sé,
contesta es un hombre es una sombra.

 

 

 

 

MAULLIDO

he visto a las mentes más maravillosas de mi generación
xxxdestruidas por el turismo alucinados mirando mapas
xxxvueltos del revés
familias obesas arrastrándose por Embarcadero en busca de
xxxun McDonald’s que se aferran a conos de crema a un
xxxdólar veinte centavos derritiéndose en el muelle 39 junto
xxxa los leones marinos rubios teñidos de piel quemada
xxxadictos a la protección solar factor 330
que emprenden la tarea cumbre de engullir langostinos
xxxgigantes en cajas de cartón que sudacas han pescado
xxxen las tormentas del Océano Pacífico seducidos por los
xxxneones de la Bubba Gump Shrimp Co. y el olor a fritanga
que se pierden entre los decorados de cartón piedra que
xxxocultan la visión de la Bahía en la vorágine sudorosa del
xxxverano como Ariadnas recreadas en la pérdida absortas
xxxen la estimulación visual / rojo / azul y / amarillo muy
xxxamarillo
que pisan sobre chanclas de plástico fucsias y cargan con
xxxvarices y camisas anchas incluso más anchas que ellos
xxxmismos y pechos muy caídos y sombreros de los
xxxpescadores que nunca serán y gafas de sol de marcas
xxxfalsas y lorzas de grasa alimentada a base de sándwiches
xxxde tres pisos con extra de mayonesa
americanos paletos de estados olvidados de Montana,
xxxMinnesota, Missouri que se sientan en el Fisherman’s
xxxWharf a comer sopa de cangrejo en platos de pan y se
xxxvisten de domingo para salir un viernes y cenan en el
xxxKentucky Fried Chicken con collares de perlas falsas falsas
xxxfalsas
que miran con desdén a japoneses histéricos que revisan
xxxabsortos las fotos del día en sus Nikon D3X que luego
xxxmanipulan y retocan y retocan y manipulan hasta que la
xxxRealidad desaparece y todo es imagen de la imagen que
xxxprefieren mirar las vistas a través de lentes gordas creadas
xxxen laboratorios ópticos construidas en Tailandia
que pasean en Japan Town por Geary Boulevard como quien
xxxpasea por casa y cenan en el Yoshi’s y mezclan sushi mal
xxxhecho con jazz mal tocado pero no les importa porque
xxxestán de vacaciones rasgados con fajos de dólares
xxxmanoseados en los bolsillos que dejan a su mujer y sus
xxxhijas en el hotel y salen de putas con medio cigarro
xxxapagado entre los dientes
que se han olvidado de la Segunda Guerra Mundial y se
xxxvisten de Tommy Hilfiger reprimidos silenciosos
xxxrecopilando la ciudad en su disco duro para volver a su
xxxpaís y follarse a sus criadas mientras las fotos pasan en el
xxxPower Point una tras otra tras una tras otra
espaldas mojadas que han cumplido el Sueño Americano
xxxy dan propinas miserables a espaldas mojadas que no lo
xxxhan hecho que se envuelven en banderas americanas en
xxxlas primeras vacaciones de su vida para que nadie dude
xxxde lo patriotas que son morenos con bigotitos y tatuajes
xxxborrosos tatuajes de lo que fueron pero que ya no
xxxquieren ser que se van disipando en sus pieles costrosas
que van a la feria a disparar en los puestos y las pistolas
xxxde aire les recuerdan a las pistolas de vida con las que
xxxantes cargaban pero no dicen nada y besan a sus esposas
xxxporque han visto en las películas de Hollywood cómo se
xxxbesan las esposas y les regalan osos de peluches gigantes
xxxy comen algodones dulces y cubos de palomitas con
xxxextra de mantequilla
adictos al deporte que se calzan las mallas y alquilan
xxxbicicletas y calzan las mallas y alquilan bicicletas para
xxxsus niños rubios y vigoréxicos para cruzar el Golden Gate
xxxBridge que van y vienen y vuelven a ir y no se detienen ni
xxxun segundo a mirar la bahía que comentan al aire
xxxtenemos que ir a ver La Roca y vuelven a cruzar y no ven
xxxlas olas pero saludan a sus clones montados en piraguas
xxxagitando sus brazos lechosos que mañana estarán
xxxquemados
maricones europeos que se gastan los ahorros de su vida
xxxpor pasar unas semanas en Castro y se ponen los
xxxpendientes que sus abuelas les dejaron en su lecho de
xxxmuerte y esperan en las esquinas de Dolores Street a que
xxxalguien los recoja y se los lleve a follar a una mansión
xxxcon mayordomos en calzoncillos y pecho descubierto /
xxxafeminados / paletos que cruzan a Mission como de safari
para fotografiar a latinos enfrente de las iglesias los
xxxdomingos como si fuesen chimpancés en la jaula del zoo
xxxy entran en los restaurantes chicanos para beber el
xxxmismo tequila que venden en todos lados pero aquí entre
xxxvírgenes y esqueletos de colores y murales que imitan a
xxxDiego Rivera
viejas operadas que pasean a sus chihuahuas en sus bolsos
xxxde pasear chihuahuas marca Gucci por Nob Hill y Pacific
xxxHeights y se sientan en los pequeños parques parques
xxxrepresentación de parques parques de juguete plástico
xxxpoliespán a succionarle al Sol los pocos rayos que le
xxxquedan que suben por Brodway y se cruzan con
universitarios con grados y publicaciones en revistas que
xxxestán haciendo un degree en Berkeley que al pasar por
xxxColumbus Avenue entran en CIty Lights y se compran
xxxtodos los ensayos sobre la Generación Beat que
xxxencuentran pero no se han leído ninguno de sus libros
xxxy luego en tertulias hacen comentarios incomprensibles
xxxque si On the road tal que si On the road cual y sueñan
xxxcon escribir ellos su propio ensayo e ir a cócteles con el
xxxdecano y su mujer todos
todos aquí reunidos
juntos y hermanados en la noble ciudad de San Francisco
estado de California
con el Océano Pacífico como banda sonora y el recuerdo de
xxxlo que fue patinando en las retinas
pasando las vacaciones
mediocres
malheridos
mentirosos
gatos
que maúllan

 

 

 

Talián, Ángel. El sol sobre la nieve. Cartagena; Ed. Balduque, 2016.

 

IDA Y VUELTA

diciembre 28, 2018 Deja un comentario

 

IDA

Las nubes eran sólo acompañantes de pago
y el motor una canción de cuna.
Yo estaba cansado y tu voz era mi cama:
te acordaste de aquel poema de Quiñones,
la eterna dialéctica entre el Sur y el Nor
y luego de la Guerra de Secesión.
Dijiste algo sobre la esclavitud
que a veces el futuro nos impone
pero yo me empeñaba en la nostalgia.
Cruzamos Wyoming y decidiste entretenerme:
un dependiente de una zapatería que finge su muerte,
llama a su familia y le dice adiós,
toma un avión y cruza el Atlántico hasta California
—un francés,
xxxxxxxxxxxxxcasado,
xxxxxxxxxxixxxxxxxxxxcon hijos,
xxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxxxxxfeliz—.
Mientras tú me contabas aquella historia
nos dieron de comer una pasta insulsa
y nos ofrecieron vino con tapones de rosca.
Las azafatas nos sonreían con sus dientes de sol.
Volábamos en Delta pensando en el regreso.

 

 

 

 

VUELTA

Volábamos en Delta pensando en el regreso,
las azafatas nos sonreían con sus dientes de sol
y nos ofrecieron vino con tapones de rosca.
Nos dieron de comer una pasta insulsa
mientras tú me contabas aquella historia:
un francés,
xxxxxxxxxxxcasado,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxcon hijos,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxfeliz,
toma un avión y cruza el Atlántico hasta California,
llama a su familia y le dice adiós,
—un dependiente de una zapatería que finge su muerte—.
Cruzamos Wyoming y decidiste entretenerme
pero yo me empeñaba en la nostalgia
que a veces el futuro nos impone.
Dijiste algo sobre la esclavitud
y luego de la Guerra de Secesión,
la eterna dialéctica entre el Sur y el Nor
te acordaste de aquel poema de Quiñones.
Yo estaba cansado y tu voz era mi cama
y el motor de una canción de cuna,
las nubes eran sólo acompañantes de pago.

 

 

 

Talián, Ángel. El sol sobre la nieve. Cartagena; Ed. Balduque, 2016.

 

LA MUERTE NO ES EL FIN

 

UN BOSQUE

Revuelvo entre mis libros más viejos, estos días, para llevar a mis alumnos de bachiller ejemplos de procedimientos narrativos. Después de años, sacarlos de sus estantes, hojearlos en el tren, llevarlos hasta el centro, mostrarlos ante los chicos… Es como devolverlos a la luz que no ven salvo aquella que tímidamente reciben en el encierro de casa, para que yo los relea de vez en cuando o, en muchos casos, que al fin los lea.
xxxPero algo me llama la atención en todos ellos, y es la forma en que el papel ha envejecido. Haciéndose más oscuro, regresan a su origen; como quiso de todas las cosas Anaximandro. Vuelven a la madera de la que una vez partieron. Pienso en mi casa, cuyas paredes van forrándose de libros desde hace años, desde que mi padre me inoculara, cuando yo era niño, el respeto y el amor por los libros, y pienso que todos estos años he estado construyendo un bosque muerto a mi alrededor, una tumba en la que yo acabaré poco a poco, espero que lo suficientemente despacio.
xxxMadera vieja, una cobertura. Como una barrica en la que el vino de la imaginación y el pensamiento ajeno envejece despacio para uno; para que uno lo deguste, y enmiende en parte, en lo posible, la insuficiencia de la imaginación y el pensamiento de uno.
xxxNo seré enterrado aquí. Pero, con suerte, sí lo hará mi inteligencia: irá desvaneciéndose, espero —poco a poco, ojalá— en esta tumba de madera que va siendo mi casa desde siempre, en esos libros que van siendo mi hogar. En esta tumba que es también un bosque, senderos abiertos, caminos de madera. El bosque multiplicado en el que quiero seguir perdiéndome, y envejeciendo.

 

 

 

 

REENCARNACIÓN

Quizás el rigor en mis ideas y en mis métodos es algo exagerado. Hace un tiempo, tuve la mala fortuna de dar con mis huesos en una pequeña ciudad donde todo el mundo creía que la muerte no era el fin: paraísos etéreos como estaciones de paso a reencarnaciones sin fin animaban sus fantasías y sus conversaciones. Mi rigor argumentativo me llevó a tratar de hacerles entrar en razón, pero el encono de estas gentes en su error no conocía límites. Pues bien, iban a disipar por sí mismos las neblinas de sus absurdas fantasías: decidí asesinar de una manera ejemplar a los oradores más exaltados.
xxxSupe entonces que aquí todos eran, además, fervientes defensores de la idea de que no existía el crimen perfecto: aguardaban que el asesino fuera pronto descubierto. Un nuevo error de todos ellos, pensé: en una suerte de reencarnación negativa, seguí asesinando impunemente, con mi rigor acostumbrado. Nunca fui descubierto.
xxxEl problema es que ahora estoy solo, he acabado con todos los habitantes de la ciudad que me acoge. Ya no me queda nadie con quien discutir. Me planteo si mudarme de ciudad, para seguir tratando de hacer entrar en razón a nuevas almas descarriadas. Pero ya soy viejo y apenas tengo fuerzas; me sobrecoge, entonces, el anhelo que halla asiento en mí: necesitaría, para ello, de una segunda vida.

 

 

 

 

LA FECHA EN LA PIZARRA

Cuando escribo la fecha en la pizarra, a principio de clase, a veces dudo con el año y pregunto a mis alumnos, más que nada por hacerlos reír. Pero hoy me ha asaltado cierto pánico al considerar que, un día, mis alumnos puedan decirme una fecha cuarenta años en el futuro y yo sea ya un anciano; o aún peor, que los chicos pronuncien una fecha sesenta o cien años en el futuro y yo lleve de repente mucho tiempo muerto, y sea solo un espectro encerrado en todos estos días repetidos tantas veces, alguna vez, de mi vida; en esta aula, entre estas viejas paredes, tiza en mano, para la eternidad.

 

 

 

 

LA MONTAÑA

Me dormí en los aledaños de la pendiente que daba comienzo a la montaña, y allí soñé que coronaba su cima. Al despertar sentí una felicidad que me duró hasta comprender que no puedes culminar una ascensión sin ascender. Caído en la cuenta empecé a subir, mas la ilusión me faltaba: ya estuve ahí hacia donde iba.
xxxTuve que dejar otra vez la cumbre a mis espaldas, regresar sin su secreto.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

REYES CANSADOS

 

EL REY DEL CANSANCIO

Soy el rey del cansancio, mis súbditos caminan por aquí: cerca, lejos, dan vueltas, creo, alrededor de mi palacio y de mis torres, mi corte del cansancio y el agotamiento, o a veces creo oírlos, hace tiempo que no les veo, los llamo y nadie viene, les ordeno que se acerquen pero nadie responde, ¿quién se detendría a escuchar una voz tan cansada?

 

 

 

 

PEQUEÑOS REINOS, GRANDES REINOS

El rey está perdido en su palacio gigantesco. Las presencias se multiplican.
xxxSu reino es tan enorme como el mundo, y su salón igual de grande que su reino. Y él, tan educado, saluda a todas las personas con quienes se cruza como si se tratase de reyes misteriosos y lejanos. ¡Lo que son!
xxxLo que siempre quiso ser él.

 

 

 

 

LOS VENCEDORES

Nuestros ejércitos desfilan por campos desolados y por reinos vacíos, por ciudades fantasma: hemos ganado. Pero detrás de este silencio, sospechamos que se mueve todavía algo invisible y gigantesco. Y es la realidad.
xxxInconfesables miedos nos asaltan de noche. Vemos sombras, fantasmas. Nos impiden dormir. Y son ellos los triunfadores.

 

 

 

 

AL FIN CABALLERO

¿Qué mal he hecho al rey, después de todos estos años de leal servicio a su corona? ¿Acaso no he defendido con esfuerzo, con todo mi empeño, nuestro pequeño castillo en el corazón del bosque? ¿Por qué entonces justo hoy, que esperaba mi ordenación como caballero, en vez de apoyar sobre mi hombro su real espada ha atravesado con ella, de parte a parte, mi cuerpo arrodillado frente a él?
xxxToda la corte ha prorrumpido en una larga ovación celebratoria. Aún me han quedado fuerzas para tratar de protestar, pero mi señor ha limpiado su espada con un paño ceremonial y me ha ayudado a levantarme entre los aplausos de su ejército. Todos nos han acompañado hasta la puerta.
xxxDejando atrás el reguero de mi sangre, hemos atravesado el foso exterior. Extraños y delgados castillos de cristal se levantaban hasta perderse entre las nubes, y cientos de caballos metálicos se deslizaban a una velocidad imposible por el aire y sobre la tierra, allí donde antes había un bosque, nuestro bosque. «Por fin has conocido la verdad», me dijo mi señor. Y añadió: «Todos estamos muertos hace mucho, bienvenido».

 

 

 

 

EL CANSANCIO

Todo lo que se interponía entre mi cansancio y yo, la resma de hojas en blanco de mi trabajo académico y las decenas de márgenes de libros anotados a lápiz, con una letra que era la mía pero que me estaba costando un infierno entender, aunque mayor infierno era la desgana, solo la gana de no hacer absolutamente nada, aunque eso tampoco resultase en absoluto satisfactorio: mirar aburrido hacia la hilera de luces en la noche, como la celebración de un nuevo año chino para una China mental y en blanco, el camino de hojas blancas como esperma de pájaro por el camino de los abedules, camino de la pizzería donde cenaría con ella, y no debería haberla llamado, no debería arruinar todo lo que ella también debe hacer, y que estaba haciendo. Ella me mordía la oreja y se reía. «Qué», le dije yo. «Qué», le decía. Y estaba todo oscuro, todo en silencio, regresaba el invierno, el invierno de pronto: todo el frío, y la lluvia. El cansancio, ¿lo ves?

 

 

 

 

LOS SIMPÁTICOS

No puede saberse de qué confín del mundo procedían, ni en qué momento exacto se instalaron entre nosotros. Quizás se trataba de algún país vecino, pero también podía ser alguno lejano, muy lejano, que estuviese inconcebiblemente lejos. Se habían ido introduciendo en nuestras fronteras, acaso sorteando distancias inimaginables, de forma paulatina. No, no, es imposible. ¿Por qué hablan, si no, perfectamente nuestro idioma? Tienen el mismo blando acento que nosotros y comparten nuestra apariencia, así como la forma de vestir. ¿Qué extraña burla es esta?
xxxDe cualquier forma, un día ya estaban ahí. Y eran simpáticos, mucho. Gente encantadora. Traían ideas nuevas, un mundo complejo y fascinante consigo, aunque también necesitaban considerar los puntos de vista de los demás, se notaba que resultaba vital para ellos. Escuchaban a todo el mundo con gran atención y uno se sentía bien porque parecían interesarse de verdad por quien tenían delante, así como por todo aquello que tú pudieses aportarles, tu diferencia.
xxxHubo una época de transición y desconcierto en la que nadie supo a qué atenerse. Si hoy preguntas por aquellos días, todos se encogerán de hombros y te preguntarán de qué estás hablando. Lo harán sin acritud, con una sonrisa franca y amable, y se esforzarán por escucharte aunque acabarán haciéndote ver de forma sutil, como quien elude una amenaza simplemente ignorándola, que no tienes razón. Y que si la tuvieras tampoco importaría gran cosa, que qué más da todo eso ahora porque ellos, los simpáticos, están para quedarse y eso es lo que importa.
xxxMe había demorado en salir de mi propio estado de miedo y confusión, de desconcierto: tardé en darme cuenta. Fue una mañana, de repente; ejerciendo cualquier gesto mecánico y cotidiano, desayunando o afeitándome, no sé, no lo recuerdo, pero sí recuerdo que me asaltó la idea, una intuición.
xxxUna intuición que ha resultado cierta, y es una certeza devastadora.
xxxLa de que aquella simpatía se contagiaba.
xxxY lo sigue haciendo, si no se ha consumado ya el contagio.
xxxCómo no iba a ser así, con ese carácter natural suyo, toda esa simpatía. A quienes no les son afines, les respetan tanto como si lo fueran y ni siquiera les evitan; les escuchan siempre que estos, venciendo sus primeras reticencias, se hacen escuchar. Hasta el individuo más tosco y brutal, sobre todo alguien así, tan solitario, gusta de que lo escuchen.
xxxPuede que no estén de acuerdo en muchas cosas, puede que no lo estén en nada. Pero los simpáticos no van a dejar nunca de escuchar a todo el mundo. Y hacerle ver que, aunque sus distancias parezcan irreconciliables, ellos no van a perder la esperanza que para el futuro supone sentarse los unos frente a los otros y escucharse con gran, gran atención.
xxxEscuchar, sopesar y valorar sus razones.
xxxHuelga decir que hasta la secta de los no afines, bastante numerosa en un principio, ha acabado asumiendo, acaso sin percatarse del todo, pero de forma irrevocable, el saber escuchar de sus contrincantes; un maldito, insensato respeto que ponen luego en práctica con cualquiera que se les cruce en su camino.
xxxY así esta larga cadena de mimetismo se perpetúa en nuestras calles, nuestras tiendas, nuestros trabajos y nuestros hogares, y yo regreso a casa después de días que me resultan largos, muy largos, pero las noches son aún peores pues son noches de miedo y agarrotamiento, noches de pura pesadilla.
xxxSé que no estoy solo, que ahí afuera hay más individuos que, como yo, se sienten al margen de este nuevo mundo de felicidad, esta epidemia laboriosa. No nos cuesta trabajo reconocernos, no se nos puede escapar ese mutuo recelo en las miradas, la manera en que evitamos la luz directa o las avenidas principales. Nos delatamos entre nosotros con los gestos sincopados e inseguros de quien teme, en cualquier momento, ser reconocido. Pero hace tiempo que no hablamos, no nos decimos nada: bajamos la cabeza y seguimos nuestro camino, para qué profundizar, y hundirnos, más allá de esa superficie, de la constatación de que todavía resistimos. Sí sabemos que, tarde o temprano, también nosotros vamos a caer; de poco nos servirá atrincherarnos juntos, relacionarnos entre nosotros conduciría inexorablemente a acabar adoptando las formas de ellos, su saber estar, esa seguridad en el hacer y su admirable asunción del mundo y de su compleja constelación de diferencias.
xxxSu simpatía.
xxxLos últimos que quedan se van transformando también y yo aguardo encerrado en mi pequeño ático mi caída. Al menos, sé que consistirá en una batalla rápida, limpia y sin dolor.
xxxCuando termine, voy a ser alguien bastante mejor.
xxxLlaman a la puerta y mi momento ha llegado, me llaman por mi nombre, no respondo. Frente a mis previsiones, no insisten y se marchan. A los dos días, suena el teléfono y no lo cojo. Tras cinco o seis timbrazos, el aparato enmudece.
xxxY no me vuelven a llamar. ¿Por qué no insisten? ¿Cuánto tiempo llevo encerrado aquí sin que nadie se preocupe por ganarme para la causa? Los días siguen transcurriendo. Y las semanas. Miro a través de la ventana para constatar que afuera hay todo un mundo nuevo que funciona a las mil maravillas prescindiendo de mí. Y siguen sucediéndose sin mí los días, las semanas, hasta que dejo de contarlas. Una mañana salgo a la calle con la misma naturalidad con la que lo hice alguna vez, hace ya tanto que pareciera una vida anterior; abro la puerta de afuera como un gesto que hubiera estado repitiendo hasta ayer mismo, como desayunar, como afeitarme.
xxxNo tardan en aparecer conocidos que me saludan sin sorprenderse, aunque me preguntan que qué he estado haciendo todo este tiempo, que dónde he estado. Y yo, entre lágrimas, mareado y confundido por la luz del sol, por todo ese espacio abierto al fin para mí, abrazo a unos y a otros.
xxxLos abrazo a todos.
xxx—Siempre he estado aquí —confieso—, entre vosotros, con vosotros, ¡siempre he estado aquí!
xxxDigo y río con emoción porque comprendo que ya soy uno de ellos, que estoy al fin salvado.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

LA CONSTRUCCIÓN DIARIA DEL AMOR & CATÁLOGO DE PATOLOGÍAS

 

VIDA EN LOS CUADERNOS

El joven que quiere ser escritor escribe en su cuaderno «una mujer desnuda» y la novia del joven siente, al leerlo, una vergüenza instantánea: sabe que es ella misma quien yace allí, desnuda, en el cuaderno.

 

 

 

 

EN SU CASA

Me la encontré desnuda en la puerta de su edificio, parecía buscar algo en el suelo y también en las paredes de la calle. Me dijo que había bajado a sacar la basura, me dijo que hacía mucho calor pero yo repuse que estábamos en diciembre, ella dijo que se alegraba de verme porque no había nadie en la ciudad, que todo estaba desierto desde hacía días y que creyó que se iba a volver loca. Pero había gente en su calle, como queriendo ahorrarme la necesidad de explicarle; nos miraban con alarma, la hice pasar al edificio y subimos hasta su casa.
xxxLa senté en el sofá y cubrí su cuerpo con una manta. Encendí las calefacciones y fui a la cocina para calentar agua y hacer té. Cuando volví al salón se había vestido y había encendido la televisión. Dijo que estaba hambrienta, que tenía frío. Subí la temperatura de las calefacciones y con el agua del fuego hice sopa. Mientras ella tomaba la sopa en silencio, absorta en la televisión, yo sentí calor, mucho calor: aún no me había quitado el abrigo. Pero lo hice y seguía teniendo calor. Me quedé en camiseta y después en ropa interior. Ella me preguntó si quería un té o un café. Le dije que no quería nada, miré la televisión y fui quedándome embobado con aquello que podía verse en la pantalla, gente hablando en torno de una mesa, gente hablando al mismo tiempo y gritándose entre sí, y un moderador que gritaba, a su vez, a todos ellos y también hacia el público.
xxxFue a la cocina y volvió al rato con un café, yo me sorprendí a través de su sorpresa cuando ella comprobó que me había quedado desnudo. Trató de entablar conversación conmigo pero de forma infructuosa, yo seguía absorto en aquel programa aunque sin enterarme de lo que sucedía, quizás más pendiente de mis pensamientos, fueran los que fueran. Le respondía apenas con monosílabos, por lo que se sentó delante de su ordenador y empezó a escribir, primero despacio pero después más animada y febril, se embebió tanto y disfrutó de tal forma con lo que escribía que empezó a reír. Al programa que yo veía le llegó su pausa para la publicidad y me levanté del sofá, con una enorme erección. Reí contagiado con la risa de ella, dejándome arrastrar, al fin, por ella.
xxx«Ahora yo soy la dueña del relato», me dijo triunfante, arrebatada por el ritmo de las ideas que tecleaba. Y siguió riendo, y yo reí con ella.

 

 

 

 

GENTE QUE CAE

Alguien cayó al suelo y me asusté. Tan largo como era, pero demasiado despacio. Como ofreciendo mucha resistencia al aire y a la gravedad, en su caída. Cuando aquel cuerpo terminó de derrumbarse, mi alarma fue aún mayor: quedó desarticulado como un guiñapo. Una o dos de sus torsiones finales me confirmaban la monstruosidad de lo que estaba presenciando.
xxxAunque estaba quieto ya, temí acercarme. Debajo de la ropa, ese cuerpo se desinflaba. Como si se desintegrara. Cuando por fin me aproximé, comprendí que aquello era, en realidad, solo un montón de ropa. No hubo nunca un cuerpo, allí debajo.
xxxSiempre que quede claro que se trataba de ropa sin gente, debo decir que continuó cayendo gente alrededor, bastante tiempo. Mucha gente, ropa sin gente. Qué ilusión más absurda, la de mi percepción. Pero me sorprendí afirmando —aferrándome a— mi verticalidad respecto todo lo demás: aquello que me rodeaba.
xxxMe repetía: no, no estoy cayendo. Después palpé mis ropas para comprobar que yo aún estaba ahí. Pero descubro que no tengo ropa puesta: estoy desnudo.
xxxAunque estoy solo, ahí en la calle, tengo un ataque de pudor. Considero un instante si coger algunas de esas prendas y cubrirme. Pero mi vergüenza crece, ahora me siento culpable. Y me alejo corriendo.

 

 

 

 

ADELGAZAR PARA PATRICIA

Siempre quise acostarme con Patricia. Patricia la monumental, el espectáculo ambulante, la catedral con piernas de la lascivia concebida como devoción. Carnes fantásticas en su turbadora prodigalidad, una materia ágil y bamboleante, eternamente en movimiento: huyendo siempre lejos, siempre más allá de mi alcance. ¿Cómo no iba a desearla? Pero a ella le gustaban los hombres delgados, muy delgados, todo lo contrario que yo.
xxxPor lo que me puse a dieta, estricta como mi deseo. En mis largas noches de hambre y de deseo, yo soñaba con ser merecedor, al fin, de su abrazo. ¡Lo iba a conseguir!, pensaba en mi delirio, porque ese no comer me sumía en un mundo muy leve donde nada pesaba. Era otra dimensión. Perdiendo toda esa carne y alejándome de la materia, empezando por mi misma carne —más leve, menos obvia cada vez—, había descubierto la espiritualidad. El tiempo y el espacio se me difuminaban mientras yo la buscaba todavía, acaso por inercia, en los mismos bares y discotecas. Hasta que una noche se me acercó. Me contemplaba, admirativa. Y sí, me señaló. Era mi turno. Me temblaban las piernas de pura inanición, más que de nervios o deseo. Se me acercó y allí, en la barra, nos besamos.
xxx—Chico, qué ímpetu —me dijo.
xxxLa callé reanudando mi demorado beso. Antes de darme cuenta, seguíamos besándonos y devorándonos dentro de un coche: mi debilidad física hacía del tiempo una sustancia maleable sobre la que yo flotaba alígero. Enfebrecido como estaba, tuve que esforzarme por volver a la realidad, reconocer un tiempo fijo, estable en mi percepción, para la noche en la que, al fin, ella se me rendía.
xxxEscupí un trozo de labio y los colores de la noche regresaron a mí. En esa oscuridad. Colores teñidos de sangre.
xxxComencé a comprender.
xxxEn mi boca tenía aún un pedazo grande y carnoso de ella, la mitad de su boca. Me retiré espantado de su abrazo, un abrazo inerte que me atenazaba solo por el peso de su cuerpo muerto. Miré a mi deseada: uno de sus pechos había desaparecido hacía rato, así como la mayor parte de su abdomen: sus costillas afloraban bajo la indudable marca de mis mordiscos.
xxxOjalá todo aquello fuese lo primero que de ella devoré, así habría muerto sin la injusta demora que le habría impuesto el hecho de que comenzara a comérmela por la pierna y el brazo que le colgaron, solo cubiertos a medias por hilachos de carne también mordisqueada, cuando abrí la puerta del coche. Solo ahora, oficial, que han vuelto a alimentarme con regularidad en mi celda, tengo la posibilidad de ser consciente de mi crimen. Y créame que lo detesto. Patricia, ¡oh, Patricia! Detesto cómo ahora ya eres carne de mi carne y me atas a esa materia de la que he querido huir. Ya no seré nunca el espíritu ligero que me enseñaste a ser, no voy a serlo nunca más.

 

 

 

 

LA CENA

Me costó bastante adelgazar, aproximadamente nueve meses de verdura y ensaladas, de gazpacho, alguna pequeña rebanada de paté de vez en cuando, muy de vez en cuando. Cuando por fin lo conseguí, solo me quedaba lanzarme a por una mujer. Que encontré casi en el mismo momento en que decidí que ya estaba físicamente preparado. Fue en la calle, prácticamente bajo mi casa. Se me quedó mirando de forma descarada: normal, me había estado cuidando mucho. Quedamos esa noche, le dije que si para cenar, por recurrir al tópico, ¿qué otra cosa podía proponerle?, nunca tuve mucha imaginación. Lo importante es que ella respondió que sí, que por supuesto. Se me comía con la mirada, creo.
xxxY así llegamos hasta ahora, que estamos en este restaurante italiano. Ella no deja de pedir un plato tras otro y yo me aflojo la corbata por el calor, ¿no hay aire acondicionado en este maldito sitio? Miro a mi alrededor: los adolescentes que nos rodean no parecen sufrir menoscabo alguno por la temperatura y devoran ufanos, sin asomo de sudor alguno en sus rostros, sus trozos de pizza, sus ensaladas césar, sus raviolis. «Este solomillo te va a encantar», aventura ella, que tampoco parece sudar, que hace sonar sus carcajadas estentóreas una y otra vez, también mientras la camarera hace sitio para el solomillo, para los tomates con mozzarella, para el provolone, desalojando los otros platos ya vacíos.
xxxPaso de nuevo la servilleta por mi frente, también me seco la nuca; ¿nunca cesarán estos ríos de sudor? Pronto aflojaré mi cinturón. hago esfuerzos por tragar, por sonreír. Antes de que la camarera termine de salir del comedor, mi compañera de mesa le grita que unos gnocchi, que unos tallarines, que un poco más de parmesano. Los adolescentes nos miran. Yo, por si acaso, sonrío.
xxxCreo que voy a desvanecerme, pero prefiero no pensar en ello; aprieto mi servilleta bajo la mesa con el puño, sin que nadie pueda verme. Con la otra mano agarro mi tenedor, lo aprieto entre mis dedos; miro a mi comensal, sonrío: sigo comiendo.

 

 

 

 

SOFÍA Y YO

Lo cierto es que me había enamorado de Sofía, y por mucho que sopesara todas las dificultades a las que nuestra relación debía enfrentarse, no tenía más remedio que lidiar con ellas y salir adelante. Pues Sofía era presentadora de televisión y, por lo que a mí respecta, vivía dentro del aparato.
xxxElla no debía tener nada que ver con la persona de carne y hueso que, a cientos de kilómetros de distancia, la encarnaba en pantalla. Si mi Sofía era elegante y cuidadosa al dar las noticias más terrbles o anodinas, la Sofía real bien podía tratarse de alguien zafio y brutal; si daba el parte meteorológico con sofisticado humor y distinguida dicción, la Sofía real bien podía jurar y maldecir como un camionero, no distinguir una isobara de una alambrada en un estado de excepción. Si su sonrisa pixelada era seductora, cálida y franca sin ocultar su último misterio, su carácter real bien podía ser destemplado y caprichoso en el peor sentido; mezquino, insoportable.
xxxCompro en su día el aparato del día; consigo cables, parabólicas, antenas nuevas. Y renovamos a menudo su carcasa: el último modelo siempre. Sí, estaba enamorado. Y estaba dispuesto a proclamarlo más allá de las paredes de nuestro hogar, entre las calles y el pasmo de nuestros vecinos. Para que nos diese el aire, sacaba el aparato sobre una mesa con ruedas y lo arrastraba adonde quiera que nos apeteciese prolongar nuestros paseos románticos. Lo que durase nuestra batería de luz. No nos importaba que nos mirasen raro en las confiterías y las terrazas, que susurrasen a nuestras espaldas mientras recorríamos los pasillos de grandes almacenes y bulevares. Sofía brillaba para mí, hablaba para mí, solo a mí me dedicaba sus hipnóticas miradas.
xxxEstoy enamorado de Sofía. Los que no nos entienden son los que fueron ciegos siempre. Encienden su receptor y creen matar con ello el tiempo, sin saber que así lo crean, que sucede ante ellos sin que puedan pasmarse ante el milagro. Por esa razón, de entre los millones de personas que la ven, solo a mí me habla, para mí son todos los mensajes de amor secretos, las claves que descifro con paciencia, aquellas que hablan de un mundo en el que finalmente todos nuestros semejantes habrán desaparecido, incluida la Sofía real. Y la verdadera Sofía, la del televisor, dejará que arrastre el carrito que porta el aparato a través de las ruinas de un mundo antiguo, que feneció por no entendernos.
xxxNo estoy loco, quizás el mundo no acabe nunca. En ese caso, con suerte, acabaré yo antes que ella. y si es ella quien lo hace, el día que se apague para siempre, en mi vida quedará tan solo nieve y un ruido monocorde de estática final y sin sentido.

 

 

 

 

FIN DE LA JUVENTUD

Salí pero no para emborracharme, aunque lo hice. Para que me diese el aire, aunque acabé confinado en sucesivos tugurios de viciado aire: luces estroboscópicas, ruidos atronadores. Cuando se me acercó Patricia pensaba en todo eso, en cómo me aburría después de una juventud desperdiciada entre los espejismos de la juventud y también en que, al fin y al cabo, no se estaba tan mal envuelto en ellos.
xxxSiempre tuve un sentido protocolario, en última instancia rutinario, con carácter de obligación social, de la salida y del alcohol. No hay muchas más opciones, acaso, para una juventud sin imaginación en una ciudad pequeña. De cualquier forma se acercaba el final de mi juventud, pensé exageradamente. Y allí estaba ella: me puse firme, o fingía no estarlo para estarlo más que nunca. Pensaba en la juventud al mirarla y era como si todos mis boletos perdedores hubiesen revalidado de un golpe de mano su curso legal, tras sus derrotas del pasado, para volver a probar suerte. La miré y ella me sonrió, o quizás fue al revés. Después nos fuimos juntos.
xxxSi le preguntáis negará que nos conociésemos de esa forma. Vivimos en una casa enorme, una casa enorme en una ciudad pequeña. Aún no esperamos hijos, todavía creo ser joven. Ella aún espera su golpe de suerte y yo, a ratos, siempre a sus espaldas, echo algún que otro trago.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

ASÍ ME QUEDÉ SIN CONVERSACIÓN

 

LA FRASE

Se me había ocurrido una frase fantástica. La puse en las redes sociales y en algunos foros de Internet. Mi éxito fue instantáneo, ¡nunca nada dicho por mí había gustado tanto, ni fue tan celebrado ni citado o compartido por extraños! La cosa no terminó ahí, poco más tarde me reuní con los compañeros de trabajo durante el almuerzo y aguardé el mejor momento para decir mi frase. Como si se tratase de algo que se me acababa de ocurrir, y tratando de no darle mayor importancia. ¡Menuda sensación la que provoqué! Todos me miraban impresionados y celebraban mi ocurrencia. De vuelta a los despachos, caminaba por los pasillos que forman las mesas envuelto en un silencio augusto, muy solemne, mientras mi frase se repetía junto al nombre de su autor, es decir yo, como un eco en boca del resto del personal.
xxxEsa tarde llamé a mis amigos, uno tras otro, por teléfono. Después de preparar el terreno con menudencias, soltaba mi frase. Luego llamé a mi familia, ¡ay, qué poco les llamo! También en la cola del supermercado, con aire distraído y para que me oyeran bien cajeras y clientes; en las ventanillas de los funcionarios, como broma casual; mientras el autobús nos llevaba a todos aquellos desconocidos y a mí a alguna parte mucho menos lustrosa que mi frase… Fueron tres o cuatro días de inaudita alegría, acaso la cumbre de mi vida social.
xxxMi inteligencia nunca me había llevado tan lejos, pensé. Pero pensé también: ¿volverá a hacerlo en el futuro? ¿Será capaz de brindarme otra frase así? Porque todos conocen ya mi frase, mi famosa frase. ¿No debería poner manos a la obra, para encontrar otra y prolongar, así, mi éxito?
xxxY lo intenté.
xxxPero no se me ocurría nada.
xxxSigue sin ocurrírseme. Y mira que lo intento, todavía.
xxxTodos, de cualquier forma, parecen haber olvidado el alborozo que mi frase les causó. ¿Es posible que se haya apagado, junto con su alegría y su admiración, el recuerdo de mi frase? Acaso, de forma periódica, pudiese repetirla y regresar al éxito y la consideración de los demás, de vez en cuando. Pero no ha funcionado: algunas sonrisas forzadas y un progresivo, un creciente aire de hastío es todo lo que consigo generar a mi alrededor.
xxxAsí que desisto de repetirla. Lo conseguí una vez, pienso tratando de animarme para seguir nadando en medio de este océano de días repetidos, toda esta indiferencia. Insisto: he desistido de ella, trato de olvidarla. He vuelto a mis frases banales, tan corrientes. Y he regresado, sobre todo, a mi silencio. Réplicas anodinas, en el mejor de los casos, para las conversaciones en que logro deslizarme y en las que, a duras penas, me dejan participar.

 

 

 

 

UN GORRIÓN EN MI CARTERA

Tengo un gorrión en la cartera. Lo cuido, lo alimento, y él jamás se va aunque siempre dejo la cremallera abierta. Hay espacio suficiente, hace tiempo que no llevo otra cosa, en mi cartera, más que mi gorrión. Cuando salgo de casa meto al pájaro dentro de la bolsa, la cuelgo de mi hombro y voy con ella a todas partes.
xxxMiro a menudo en su interior y el ave me devuelve la mirada. Solo sufro en las aglomeraciones, con cualquier empellón que alguien me propine en la cola de alguna caja o en los bares, en el metro, camino del trabajo…; en toda circunstancia donde pueda sufrir daño mi pequeño gorrión.
xxxSé que resulta extraño. Me cuesta, aquí y ahora, confesarlo. Hubo un tiempo en que creí que era normal, que todos ocultaban y llevaban encima alguna clase de animal, un diminuto ser en sus mochilas o en sus bolsos, sus maletas, incluso en sus bolsillos. Por eso alojé a mi pequeño gorrión en mi cartera. Cuando me di cuenta de que nadie, en realidad, llevaba ningún animal encima, era tarde: le había tomado cariño, no podía deshacerme de él. Solo le rogaba que fuese silencioso para que mantuviéramos en secreto su presencia constante, junto a mí; que por ejemplo no cantase —odio que me evidencien y llamar la atención— y que aguardara a que estuviésemos solos para salir, cantar y aletear sin obstáculos.
xxxPero tardé, como digo, en saber la verdad. Porque creía que los otros manejaban este asunto con gran discreción, yo los imitaba. Trataba de conducirme con sigilo, o así lo intenté, al menos, hasta aquel día. Pero ese día hubo un imprevisto. Me cazaron. Siento gran repugnancia al relatarlo, pero quizás sirva a alguien y a un futuro, espero que mejor, esta tragedia. Alguien se me acercó en el andén del metro, dispuesto a resolver de manera directa la sospecha que a todas luces y por su expresión le corroía. «Qué lleva usted en esa bolsa», me espetó. Negué con la cabeza. Dije no, oh no, ¡no llevo nada!
xxx—¡Usted está mintiendo! —proclamó asiendo mi cartera de repente. Traté de liberarme de su presa, mientras el resto de gente nos observaba. ¡Todos provistos de carteras y bolsas, de mochilas, maletas! ¡Y los asían muy cerca de sí, yo aún creía que con ánimo protector!
xxx—Por favor, no lo haga —rogué inútilmente, porque aquel hombre seguía forcejeando con gran violencia para arrebatarme la cartera—, ¡es solo un pajarillo inofensivo, una bestia inocente como aquella que ustedes esconden para sí!
xxxY mientras me revolvía y lloraba, todos pudieron escucharlo. ¡Ponían cara de estar en presencia de un loco! ¡Incluso muchos se reían!
xxxAh, ja, ja, ja, qué pobre loco, pensaban ¡Podía oírlos! ¡Oír sus pensamientos!
xxx¡Es solo un animal!, repito entre sollozos mientras el tipo estruja mi cartera sin ningún miramiento. ¡Y mi gorrión pía desesperado! ¡Este señor lo está matando con sus empujones! ¿Pero es que no lo oye?, me lamento tratando de hacerle comprender.
xxxEs demasiado tarde. Todo ha sucedido rápido. Mi pájaro debe de estar muerto. La cinta para el hombro de mi cartera se ha roto, y el señor la arroja con furia al suelo. Porque la llevo abierta, todos esperan con sorna a que mi pajarillo salga volando o, más probablemente, que emerja moribundo.
xxxMi pequeño gorrión.
xxxNada de eso sucede. Y el desprecio burlón con el que me miraban se ha transformado en lástima y en incomodidad, después de que hayan comprobado el alcance de mi desconsuelo. ¡Lo han matado! ¡Ustedes lo han matado!, rujo, y ellos palpan, por una absurda inercia, sus carteras y bolsos, sus maletas, sus mochilas; incluso el agresor.
xxxLa incredulidad de todos es absoluta, cuando comprueban que hay sangre en sus manos. La misma sangre que gotea de sus bolsos y forma charcos en el suelo.
xxxHay sangre en sus manos y en el suelo y hay horror en sus rostros, mientras yo continúo sollozando sin consuelo posible.

 

 

 

 

IMAGINABA UN LAGO

Imaginaba un lago y le faltaba oxígeno.
xxxSus familiares subían la escalera a toda prisa y corrían hacia su dormitorio, alertados por sus gritos y por un ruido extraño, inexplicable allí dentro, como de chapoteo.

 

 

 

 

NO, NO ERA DIVERTIDO EN ABSOLUTO

Puso un estado en Facebook muy gracioso, o al menos a mí me lo parecía, no podía parar de reír, tardé un rato en dejar de hacerlo. Fui a darle al emoticono de medivierte, pero vi que nadie lo había hecho antes que yo: decenas de megusta, muchos, muchos meencanta, pero ningún medivierte. Y esto, claro, me hizo dudar. Pero, ¿por qué había de dudar? ¿No me había reído muchísimo? ¿Qué podían tener de malo todas esas risas mías, tan reparadoras y llenas de una sana franqueza? ¿Por qué, sin embargo, a nadie le pareció gracioso antes que a mí? Me retiré de la pantalla del ordenador, desorientado, y le di vueltas a todo aquello. Básicamente, volví a considerar aquel estado, era tan… Sí, lo era: gracioso, muy gracioso. Traté de recordar las palabras exactas y acabé regresando al ordenador. Lo releí y, antes de darme cuenta, ya estaba otra vez riendo, riendo sin parar. Me limpié las lágrimas que bañaban mis ojos de tanto reír y le di al medivierte sin pensarlo más. Después actualicé la página y traté de leer los nuevos estados de la gente, las nuevas noticias que los demás enlazaban y comentaban, las nuevas bromas y ocurrencias, las nuevas reflexiones al hilo de la actualidad o del azar en las vidas de mis contactos. Pero no podía dejar de pensar en ese estado. ¿Y si a los demás no les parecía gracioso? Una pregunta fuera de lugar, nadie había indicado que le divirtiese. Pero, ¿por qué? Busqué de nuevo aquel estado, quizás mi medivierte había animado a alguien más a secundarme. No, nadie lo había hecho. Algún nuevo megusta, creo, se había añadido al marcador inferior. Tampoco puedo estar seguro. ¿A qué se debía esa tensión que, de pronto, parecía formarse en torno al estado? Pero se trataba de otra pregunta ociosa, pues ¿trataba de considerar que mi medivierte era responsable de alguna clase de tensión? Estaba llevando demasiado lejos mi imaginación, a todas luces delirante. Cerré definitivamente la página de facebook y me levanté de la mesa dispuesto a enfrentar algunas de mis responsabilidades para el resto de la tarde. Las hice como pude. Sí, las hice. Pero sin dejar de pensar en aquel estado, en mi respuesta, probablemente inadecuada, a aquel estado. Más que inadecuada, fuera de lugar. Irresponsable, inaceptable, acaso monstruosa.
xxxSon ya más de las tres de la mañana y sigo aquí delante del ordenador. Con la página de Facebook abierta por aquel estado en cuyo marcador mi mirada vidriosa sigue fija, esperando inútilmente la llegada de otro medivierte, siquiera de alguna otra reacción más ajustada a su verdadera intención, más normal, que reanude la actividad de unas palabras que solo yo debo de haber malentendido y, por lo tanto, arruinado. Pero sigue pasando el tiempo y nada de esto sucede. Pasan ya de las cuatro de la mañana. De hecho, queda muy poco para que el reloj marque las cinco. Tal y como ha ido desarrollándose la madrugada, sé que pronto serán las seis, las siete de la mañana. Y llegará así el momento de marcharme al trabajo, y no habré dormido nada. ¿Cómo podré explicar allí el motivo de mi desazón, que me haya presentado hoy en estas condiciones lamentables? Seguramente llevaré marcados en la cara los motivos de mi vergüenza y mi ignominia, aquella a la que he arrastrado al inocente autor de ese estado y también al resto de sus contactos que, inadvertidos, reaccionaron ante él con despreocupación, según el verdadero sentido de aquellas palabras, antes de que yo haya destruido para siempre, como en un juego de fichas de dominó terrorífico, su crédito y sus vidas. Dudo que nadie vaya a perdonar la monstruosidad en la que voy a vivir sumido a partir de ahora, después de haberle dado de forma tan irresponsable, tan irreparable, a ese estúpido y lamentable, sonriente y demoníaco emoticono.

 

 

 

 

LOS SILENCIOSOS

Los vemos acercarse y sentimos un odio natural y consecuente contra ellos, los silenciosos. Con su conducta incomprensible no hacen más que evidenciar el ruido constante y desagradable en que vivimos envueltos y que imponemos de manera abusiva a quienes nos rodean.
xxxPedantes del demonio, malditos pretenciosos. ¿Qué buscan con todo ese silencio, hacerse los interesantes?
xxxPrimero se trató de una modalidad igualmente siniestra, aunque algo atenuada todavía, de una falta absoluta de locuacidad. Pero pronto ingresaron en el silencio hermético que les caracteriza.
xxxHemos de suponer que hablan con cierta prodigalidad en la más estricta intimidad, para resolver de esta forma sus asuntos. Son parcos al manifestarse en público, cuando lo hacen. Hemos de suponer que entre los suyos, en privado, se extienden en largas conversaciones que a los demás quedan vedadas; reservan sus asuntos más íntimos para los pocos próximos, ¿por qué los sienten tan decisivos, tan importantes se consideran? Qué poco natural tendencia es esa, qué siniestra conspiración, ¿acaso no tienen futilidades para compartir con los desconocidos, equivocadas opiniones —por vergonzosas que resulten— que los expongan a ser, simplemente, humanos y falibles?
xxx¿Por qué solo nosotros debemos ser ridículos?
xxx¿Y ellos van a hacernos creer de esa manera cobarde y silenciosa que les caracteriza que son mejores que nosotros?
xxxUno de estos nuevos pretendidos aristócratas del estar ahí callados, tan callados, se atrevió no hace mucho a rogar a sus compañeros de viaje en un autobús, con desfachatez indecente, más inaudita aún en su infame mascarada de cortesía exquisita, que moderaran el volumen de sus voces y sus móviles. Y una señora, muy acertadamente, le recordó aquel viejo dicho italiano de la maldad de los que hablan bajito.
xxxFue así puesto en su sitio ese silencioso entrometido, que volvió a cerrar la boca derrotado.
xxxHubo un tiempo en que fueron mayoría y esos estúpidos cantamañanas que sacan conclusiones con palabras altisonantes para dárselas de sabios y filósofos decían que por fin había llegado el momento en que nuestro país, tradicionalmente atrasado e incluso intratable, empezaba —siempre según ellos— a civilizarse. La entropía social, que difumina, cuando se dan, sus estiradas formas; la que nivela de una forma deseable tales formas y nos constituye en sana y vulgar, coloradota y muy ruidosa fraternidad, ha mermado mucho sus filas. Pero todavía quedan muchos, demasiados.
xxxAvanzan por las calles ufanos, con esa tranquila, pretendidamente santa falta de estropicio. Y no hay cacofonía que los manche. Como Jesucristo sobre las aguas, ellos caminan sobre la superficie de cualesquier coprolalias. No, noli se tangere. Y a nosotros nos gustaría arrastrarlos hasta el fondo de nuestra cháchara para restregarles sus rostros impolutos, por no decir inexpresivos, en el fango de la palabra que no cesa de decir lo que quiere decir, que no es más que cualquier cosa: nuestras ganas de que se nos oiga en cualquier momento o lugar, nuestra inacabable estupidez.
xxxAfortunadamente, todo regresa al lugar que le corresponde. Nuestro futuro, dijo alguna vez un sabio muy antiguo, reside en nuestro origen. Esa es la esencia de las cosas y emerge aún más terca cuando más trate uno de ahogarla, de ocultarla. Y nuestra esencia es el ruido, el ruido, un incesante ruido. Una civilización de puro ruido. Voces que se elevan y gritan sin porqué, jamás para escucharse entre ellas, que en todo caso solo lo hacen soliviantarse y encender la excitación bronca que nos constituye y nos gusta.
xxxNosotros ocupamos los vagones de tenes y de metros charlando de forma estentórea a dos, tres, cinco, siete bandas; proclamamos nuestros asuntos, nuestras opiniones y nuestras fobias, nuestras preocupaciones y también nuestras intimidades, con la sana franqueza de quien no tiene nada de lo que avergonzarse.
xxxNo, no tenemos nada, absolutamente nada que esconder.
xxxHablamos a gritos por nuestros móviles en las salas de espera de hospitales o despachos de la administración; nuestros móviles que nos avisan de nuestra constante hermandad con otros semejantes mediante músicas estruendosas y a todo volumen, que no se avergüenzan de la sagrada misión que llevan a cabo: permitir que estemos conectados todo el tiempo para contarnos nuestras cosas, hasta las más nimias —sobre todo las nimias, las banales, y también las ofensivas, las gratuitamente ofensivas—, con la pasión de quien dirime el destino del mundo.

 

 

 

 

UN NUEVO Y REVOLUCIONARIO MÉTODO PARA LA ENSEÑANZA DE IDIOMAS

Pertinaz se ha mostrado nuestra amada nación a lo largo de su historia, siempre que hubo que aprender el idioma extranjero. Pero, ¿acaso no aprendemos todos nuestras lenguas respectivas sin aparente dificultad, en nuestros primeros meses y años, de manera natural y de nuestros padres? ¿No habrá mejor forma para que todos nosotros, tercos torpes en el jardín global babélico, reticentes al idioma extraño pero necesario, lo aprendamos más que siendo reducidos de vuelta a nuestra infancia primerísima?
xxxYo pienso dar fe porque fui partícipe del experimento pionero que habrá de terminar con esta maldición, nuestra torpeza idiosincrática. Al principio me resistí, pero pronto me sorprendí sintiéndome muy cómodo en mis nuevas circunstancias. Hace ya dos o tres horas que hemos sido abandonados a nuestra suerte, en el jardín de juegos, yo y mis nuevos compañeros: un calvo y muy grueso jefe de ventas de una empresa de gazpacho envasado; una antipática y muy estirada directora de una red nacional de gabinetes psicopedagógicos; un prematuramente envejecido profesor de economía de universidad; un sociable y también muy gordo tornero fresador… Vale, solo he empezado a fijarme en los más gordos, quizás porque yo soy muy flaco. Llega hasta la sala infantil otra remesa de estudiantes del idioma y ya parecen todos ser flacos, como yo. No hablamos entre nosotros más que con balbuceos y muy infantiles empellones, tal y como hemos sido conminados.
xxxEl tiempo comienza a pasar de manera distinta, supongo que como debe de transcurrir para la percepción inmediata, cuasi animal, de los bebés. Los gorjeos dan paso a algún llanto aquí y allá, entre mis compañeros. Se trata de parejas jóvenes, o al menos jóvenes según nuestros nuevos estándares en los que la juventud dura hasta la repentina ancianidad: cuerpos esbeltos, muy delgados, que confunden la elegancia con la malnutrición deliberada, y que a continuación harán un gran contraste cuando la cabeza se gire y ese cuerpo de apariencia adolescente se muestre monstruoso con su rostro cuarentón o cincuentón.
xxx—¿Cómo pudimos empezar de manera tan torpe nuestra casa por el tejado? —preguntó de repente uno de aquellos flacos envejecidos, de cuerpo pseudoadolescente, señalando su ajada testa. Ha contravenido las reglas al hablar, y alguien propina un collejón en su cabeza; es una de las madres, que empiezan ya a entrar y ocupan su lugar en la sala.
xxxNuestros papás y mamás impostados acarician nuestras cabezas con amor y nos persiguen de la misma forma que nosotros los perseguimos a ellos: a cuatro patas, muy ronroneantes y amorosos.Uno de los papás comienza a hablar y su locuacidad parece tímida y forzada, un defecto inherente al carácter primerizo, inédito del método. También debe tratarse de su incredulidad, contemplando a todos esos adultos que se comportan como bebés. Pero nuestro progenitor supuesto se sobrepone pronto y nos canta hermosas nanas en la perseguida lengua, aderezadas con más rudimentarias frases dotadas ya del acento extranjero, a pesar de ser primigenias: nos suenan a maná en el idioma deseado que pronto será nuestro desde su misma y secreta raíz:
xxx—Mamá, mamá, mamá me mima. Amo a mamá, ama a mamá, mamá y papá. Papá, papá. Gu-gu, gu-gú, gu-gúuuuu…
xxxPorque yo me resistía, la amable pareja que iba a encargarse de mí tuvo que servirse de recursos un poco más extremos; ella, en concreto, extrajo de su blusa uno de sus pechos y, sosteniéndolo con dos dedos cual pinzas alrededor del pezón, me lo ofreció para que me sirviese de él.
xxxY yo enrosqué como pude mi desmañada estatura sobre su regazo, y así mamé, gozoso e infantil, propiamente un bebé, de su pecho.
xxxNo sé si puedo calificar de agradable tal experiencia, pero sí supe entonces que el idioma que siempre se me había resistido iba a manar feraz y nutritivo muy pronto, igual que aquella leche, hacia mi boca.

 

 

 

 

SOLDADITO DE PLÁSTICO

Un muñequito soldado permanece en pie, prácticamente imperceptible por sus dimensiones, en medio de la calle. Solo, lejos del regimiento de plástico al que pertenece, se siente al fin salvado. No pueden acusarle de desertor, ha sido el enemigo quien lo ha arrojado aquí, en medio de la acera. La guerra que mantienen es inútil, hace tiempo que lo sospecha: acechar cada noche, siempre muy lentos, demasiado, al enemigo mientras duerme, ¿de qué les ha servido? Jamás lograron sorprenderlo, siempre se les adelantó el amanecer. Ha visto cómo han caído, uno a uno, tantos compañeros… Fundidos por el fuego de una estufa o de un mechero, deformados a mordiscos, decapitados por los dedos gordezuelos de ese niño cruel y sus amigos… ¿No debiera él, ahora, dar gracias por haber sido olvidado lejos del campo de batalla? Pero había oído hablar de otros muñecos y juguetes abandonados a su suerte, sujetos al desgaste y otras tragedias azarosas, más terribles, causadas por ese otro enemigo no menos fabuloso: la intemperie.
xxxAsió su fusil como, de hecho, ya lo estaba haciendo, como siempre lo hizo. Permaneció en su posición, altivo, rígido, con el orgullo que nunca le abandonó. Dispuesto, sí, a librar aquella nueva guerra.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

ESCUELA DE ARTISTAS

 

ÚLTIMA VOLUNTAD

No contenta con otorgarle un talento desmesurado para la música, la naturaleza también le había dotado de una intransigencia feroz hacia los gustos del que debía ser su público. Que el silencio de este hacia su producción se prolongara a lo largo de su vida y su carrera no hizo más que aumentar su singular empeño sobre sus partituras. Desde el amanecer, y hasta altas horas de la noche, tocaba su piano y escribía hileras incesantes de notas, prácticamente sin salir de su estudio. De forma que, cuando murió, los pocos que lo habían visto en los últimos años de su vida —el servicio de la casa, un par de médicos— atestiguaron que su continua inclinación hacia el trabajo lo había dejado encorvado, incluso jorobado.
xxxUno de los criados sabía leer música y había curioseado entre sus papeles, y una tarde silbó alguna tonadilla de su señor fallecido camino de las tabernas del puerto. Hasta las bestias más broncas de esos tugurios quedaron fascinadas con aquella melodía. Pocos días más tarde, nuevas y maravillosas canciones se multiplicaron por la ciudad. Los mismos empresarios que dieron la espalda al maestro en los inicios de su carrera no tardaron en disputarse el acceso a su estudio. En apenas dos meses se estrenarían tres sinfonías y dos óperas en los mejores escenarios del país.
xxxEn medio de la expectación, un periodista dedicó una tarde y una noche a escribir una larga crónica sobre el artista, que publicó al día siguiente y tuvo un gran éxito, aunque el autor no llegó a saberlo: había aparecido muy temprano en las afueras de la ciudad, tras entregar el texto a la rotativa no durmió en toda la noche, y ahora profería un discurso inconexo, presa de una demencia súbita y fulminante: se suicidaría a los dos días en su celda, en un hospital psiquiátrico. Más tarde, se sabría que el impresor que compuso el texto salió justo después a la calle y se arrojó a las ruedas de un carromato de gran tonelaje.
xxxLlegaron las distintas noches de los ansiados estrenos: en el mismo momento en que comenzaban a ejecutarse las piezas maestras, terribles incendios fortuitos fueron prendiendo uno tras otro en los edificios hasta asolarlos. Los supervivientes hablaron de risas terribles que procedían de todas partes, así como de sombras entre las llamas donde había podido distinguirse la silueta jorobada del músico.
xxxQue muriesen en circunstancias igualmente terribles los pocos empresarios, orquestas y cantantes que, a pesar del miedo que ya se propagaba, aún se aprestaron a ensayar otras piezas de aquel ingente legado —accidentes horripilantes, determinados por inexplicables coincidencias, siempre con algún testigo que refería las mismas risas y la misma sombra encorvada— terminó de convencer al país de que la cabezonería del maestro, su determinación a dar la espalda a su público, lo había acompañado más allá del umbral de la muerte.
xxxCientos de manuscritos de papel pautado fueron entregados a las llamas; idéntico destino corrieron los pocos dibujos que, con más imaginación que otra cosa, habían publicado los periódicos para dar rostro a aquel mito que debía desaparecer tan pronto como empezaba a ser forjado.
xxxAños después, aún se daba el caso de algún infeliz que, por conservar en la memoria alguna de las melodías del maestro maldito, cometía la imprudencia de silbarlas en público, siquiera de tararearlas a media voz. Se le degollaba sin miramientos.

 

 

 

 

YO ME QUEDÉ A VIVIR EN EL LENGUAJE

Yo me quedé a vivir un tiempo en el lenguaje. Sentí de esa manera, en mis paseos y bajo mis pies, los sólidos cimientos de la etimología: la rara exactitud de las raíces griegas, la ubicuidad un poco prepotente de la vieja Roma; la música enmarañada y perturbadora de las músicas árabes y hebreas. Arañaba mi cuerpo, cuando yo pasaba, el enramado exótico de la lejana Persia y la violenta sequedad de la cercana África; divisaba también, aquí y allá, de vez en cuando, místicos faros indios, la gravedad primera del sánscrito, y pude oír en la lejanía voces más viejas que Europa.
xxxDespués sentí cómo la flecha del tiempo que me impulsaba cambiaba su curso.
xxxAl fin, los ecos del pasado se van terminando y hay un silencio ahí delante que yo identifico con el futuro. Si en el pasado ha habido las voces discordantes, ruidosas y babélicas, en el futuro no logro oír nada. Y no sé si lo debe interpretar como la página en blanco de lo que debe ser dicho todavía en formas aún inconcebibles, acaso una telepatía que confirma ese silencio, un silencio preñado de ideas y sentimientos proyectados a la velocidad de la luz, la luz del pensamiento, la luz del corazón; o acaso es el silencio de una especie que por fin ha logrado su vieja aspiración de aniquilarse a sí misma.
xxxNo, no estaba equivocado.
xxx¿Había llegado la hora de la telepatía, allí en el demorado calendario futuro?
xxxNo, no, me equivocaba. Yo no podía oír ningún futuro.
xxxEstaba en el pasado como siempre. Y traté de servirme de la ciencia para escapar de allí.
xxxHay quienes creen que la telepatía prescinde del lenguaje y no es así, tal sistema crece y se extiende por los mismos vasos y ramas, desde las mismas raíces del lenguaje. El dolor y la distancia, el órgano y el impulso nervioso. Pero huyo al pensamiento tratando de explicármelo y dejo de oír también hablar a todas aquellas voces antiguas, ya solo me oía a mí mismo. ¿No era ya la hora de salir al presente y escuchar la voz de los otros? Oí el balbuceo de un mono y comprendí que era yo otra vez, que había regresado a la casilla de salida.

 

 

 

 

ILUSTRACIÓN, ROMANTICISMO

Todo el ruido del mundo confluye en una sinfonía, escribió el ilustrado en su último delirio. Y más tarde el romántico, ya sordo, compuso la última, definitiva sinfonía.

 

 

 

 

EL LIBRO QUE ALGUIEN SUBRAYÓ

Tomo prestado un libro de la biblioteca pública y compruebo con fastidio que algún lector previo ha ido subrayando, en casi cada página, sus muchas frases sentenciosas, ciertamente ingeniosas y con indudables atisbos de sensibilidad, de inteligencia o de verdad, pero que acaban pareciéndome, en su acumulación, un exceso de fuegos de artificio. Bueno, no me gusta demasiado, pero tampoco me disgusta lo suficiente como para abandonarlo y sigo navegando sin demasiada curiosidad por su chisporroteante, inocua trama.
xxxA mitad de novela me sorprende descubrir que aquel lector previo dejó de repente de subrayar, lo que me sorprende y me fastidia, y me sorprende ahora, sobre todo, mi fastidio. ¿Por qué dejó de hacerlo? Sigo encontrándome prácticamente en cada página todas aquellas sentencias y frases que, estoy convencido, aquel lector había subrayado si no hubiera sido víctima de su pereza súbita.
xxxAntes de darme cuenta, tengo un lápiz en la mano y sigo leyendo el libro subrayando aquí y allá todo aquello que ese lector que me precedió debía haber subrayado. Y esta también te habría gustado, ¿no es así?, me digo. Y esta, y esta, y esta. Procuro terminar pronto la lectura de aquella novela intrascendente, acelero el pasar de sus páginas conforme me acerco a su final: cuarenta páginas, veinte, diez, cinco, sin dejar de hacer todos aquellos subrayados hasta llegar a la última página, su última palabra, momento en que corro a la biblioteca para devolver aquel libro fastidioso, ya terminado de subrayar, y olvidarme, librarme de una vez de él.

 

 

 

 

ILUSIONISTA

Un mago y su prodigio: hacer que aparezcan o desaparezcan del escenario objetos, animales, un ayudante, algún que otro miembro de su público. Él tenía un talento diferente, pues solo podía hacer que fuese él mismo quien desapareciera; de una forma tan absoluta que sus espectadores jamás se hartaban de su número: también lograba desparecer de la memoria de todos.
xxxPor eso, solo cambiaba de ciudad si se aburría. Nadie lo conocía nunca. Noche tras noche, de teatro en teatro, su vida se repetía como una eterna novedad para los otros mientras él soñaba con su desaparición definitiva.

 

 

 

 

EL METÓDICO LECTOR

Era un lector metódico, de los que ya no quedan; incapaz, por ejemplo, de dejarse a medias una novela, cualquiera de ellas, por mediocre que resultase. Pero su talón de Aquiles lo constituían los periódicos: podía prescindir de la ficción, mas ¿cómo iba a procesar la realidad de ahí afuera sin devorar la prensa diaria de cabo a rabo, cada uno de sus artículos y reportajes, sus columnas y editoriales, hasta la más mínima nota?
xxxPoco a poco, la variedad y la extensión de los tabloides existentes en el mercado lo fueron sobrepasando y debió dejar para el día siguiente los ejemplares del día de hoy. Durante varias semanas se esforzó por recuperar ese día perdido, un hoy que huía sin remedio, pero sus trabajos y obligaciones ampliaron la demora: dos, tres, cinco días, una semana… Su actualidad fue atrasándose despacio, de forma irrevocable; se hacía más y más grande, insalvable, la grieta que separaba el día del que trataba de informarse, hasta el más mínimo detalle, del día en que su cuerpo, que no su mente, habitó sin remedio, con una inconsciencia y una ignorancia que le producían un vértigo irresistible.
xxxTerminó arrojándose al vacío desde el séptimo piso de su casa. Las hojas de un periódico con fecha de cinco o seis años atrás revoloteaban alrededor de su cuerpo destrozado, todas ellas con noticias de un mundo extinto hace mucho salvo aquella, inexplicable para quienes encontraron su cadáver, que daba la noticia exacta de su caso y su suicidio.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

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