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Posts Tagged ‘editorial aguaclara’

NO QUEREMOS NADA

 

xxxEstaba soñando que hacía un calor de mil demonios y de repente me daba cuenta de que la casa ardía.
xxxLuego desperté y la habitación estaba llena de humo. Casi no me dio tiempo de percatarme del dolor que me partía en dos mitades la cabeza, porque el pánico era más fuerte que ninguna otra cosa, en ese momento.
xxxMe asomé por la puerta abierta de la habitación, que conducía directamente al salón/cocina de mi diminuto apartamento, y entonces fue cuando lo vi. Quiero decir, la vi. La sartén. Retorcida como un pedazo de chatarra encima del fuego abierto de la cocina de gas ciudad. Y el humo abrazándose al techo bajo del salón.
xxxSalí dando tumbos y, como podéis imaginar, lo primero que hice fue apagar el gas y abrir la única ventana del apartamento, que daba a un patio de luces. Es curioso lo que piensa uno en momentos así, y lo digo porque yo en ese momento pensé: «Qué extraño, toda la noche ardiendo y ningún vecino se ha enterado». Y menos mal. Sonreí, aunque más bien me salió una mueca. Podría estar muerto, gaseado, quemado, carbonizado vivo, y todo por unas patatas fritas que me había dejado en el fuego a las seis de la mañana. Allí estaban, perfectos volúmenes de ceniza intacta en la sartén, como cuando dejas un cigarrillo encendido en el cenicero y se quema lentamente hasta el final.
xxxTiré la sartén a tomar por culo en el fregadero, empuñándola con un trapo húmedo que echó vapor al entrar en contacto con el mango, me senté en el borde del sofá y encendí un pitillo. Estaba borracho todavía. Ya tendría tiempo de darme cuenta de la verdadera magnitud del desastre. Por ahora, el primer golpe de pánico se había extinguido, dejándome la cabeza tan vacía como una bolsa de plástico en una alcantarilla.
xxxMiré a mi alrededor. Una palabra: negro. Estaba todo negro. La máquina de escribir, los folios, apilados en la mesa camilla, yacían cubiertos por una leve capa de hollín, que recubría también el resto del apartamento, los muebles, las estanterías, todo. Fui al baño y me asomé al espejo. Tenía la cara como un deshollinador. Me soné con un pedazo de papel de wáter. Efluvios negros extraídos de las negras profundidades de mi alma chamuscada.
xxxDecidí que sería mejor hacer algo. El humo se había disipado. Examiné el techo de la cocina, el rincón donde se pudo haber originado un incendio que quemara la casa o una explosión que podría haber enviado al reino de Dios el edificio entero. El cable de la bombilla que colgaba del techo estaba retorcido como un muelle de caramelo fundido. Los azulejos que rodeaban la cocina, combados hacia fuera, agrietados, jodidos más allá de cualquier posibilidad de redención.
xxxFue al disponerme a salir de casa cuando me di cuenta de que estaba vestido. Bien. Me puse los zapatos, la chaqueta, que apestaba como un trapo sucio, y bajé a la calle.
xxxCreo que mi intención era remediar el desaguisado en la medida, como se suele decir, de lo posible.
xxxMe dirigí hacia el centro comercial; eran las dos y media de la tarde y todas las tiendas del barrio estaban cerradas.
xxxApenas había tráfico y el calor de agosto hacía superflua mi chaqueta, pero seguí caminando, un perro entre basuras, los ojos casi ciegos tras los turbios cristales de mis ridículas gafas de sol.

 

xxxLas escaleras mecánicas me izaron suavemente hasta la segunda planta del hipermercado. Aire enlatado, pestazo a embutido, a gofre caliente con chocolate, a electrodoméstico sin estrenar. Pero a pesar de esa angustiosa sensación de inminente apocalipsis que me suele asaltar en estos sitios, se estaba bien allí. Fresquito. Y la pestuza, aséptica, después de todo. Desde luego, algo mejor que en mi apartamento, aunque me sintiera perseguido por un fantasma que no acababa de localizar, por mucho que girara la cabeza por encima del hombro en mil inverosímiles direcciones.
xxxComo un jodido búho en la sala de un taxidermista.
xxxMe sumergí en la sección de artículos de limpieza.
xxxIba dando manotazos, echando cosas sin ton ni son en el carrito. Estropajos jabonosos. Un litro de Mistol. Dos botellas de lejía. Trapos. Bayetas.Paños de cocina. Pastillas de jabón Lagarto.
xxxSección de bricolaje. Dos sacos de temple. Dos espátulas. Rodillos. Brochas. Bandejas de plástico para los rodillos.
xxxMe dejé llevar. Pero iba a necesitar algo más, si quería resistir con los nervios más o menos bajo control el resto del día, y el siguiente. Pasé por la sección de bebidas antes de salir.
xxxDos tetrabriks de tinto, dos de blanco. Para hacer el completo.
xxxPagué con la tarjeta y saqué mi culo de allí.
xxxEl taxista me ayudó a cargarlo todo en el maletero; se abstuvo, cosa rara, de emitir comentario alguno. Supongo que mi cara no invitaba a la conversación.
xxxUna vez en casa, tras haber sudado y trajinado escaleras arriba y abajo, tres pisos con el ascensor averiado y los sacos de temple de 25 kilos cada uno, dejé toda aquella mierda en el suelo, en medio del salón y de la chamusquina, y me senté a fumarme un cigarro. No sabía qué hacer. Tras la primera reacción, instintiva, de salir corriendo, de intentar poner algo de orden en aquel agujero, se me habían agotado los recursos. Recursos que por otra parte nunca habían sido abundantes. El vino malo, la soledad, la lluvia, los caminos. Así que empecé, o mejor dicho seguí, sudando el morapio del día anterior y esperando a que el blanco que había comprado se enfriara un poco en el congelador, esperando el pánico, la ruina.
xxxEl sistema nervioso central es lo que tiene. Hay que darle más de lo mismo o echar el freno y morder el bocado, hasta que pase lo peor. Pero yo no estaba en condiciones de hacerle frente a nada, y menos a un bajón etílico.
xxx¿Qué hubierais hecho vosotros?
xxxYo abrí el litro de blanco y me serví una copa. Y otra. Y otra más. De trago. Luego me abrí paso hasta el teléfono. Eran las tres y media pasadas, pero podía haber suerte. Marqué un número de otra provincia y esperé.
xxx—¿Tito?
xxx—Hombre, hola, qué tal. ¿Cómo va eso?
xxxBajé la voz hasta casi susurrar.
xxx—Déjate de hostias… ¿Sabes lo que acaba de pasar? ¿Sabes lo que me ha pasado?
xxxLa hipérbole, el pánico.
xxx—No, tío. ¿Qué te ha pasado?
xxx—Pues que acabo de quemar mi apartamento. Abrasado. Carbonizado. Pasto de las llamas…
xxx—No jodas… Pero bueno…
xxx—Que sí, tío, que esta vez ha sido buena.
xxx—Pero, entonces, ¿dónde estás? ¿Qué ha pasado? ¿De dónde me llamas?
xxx—Bueno, de aquí, de casa. Estoy en mi casa, donde siempre. En realidad, más que quemado, está todo negro, chamuscado, hecho un Cristo…
xxx—¡Ah, hostia! Por un momento he pensado que estabas en un hospital, o sabe Dios dónde… Pero ¿han tenido que venir los bomberos o qué?
xxx—Bueno, hombre, no, no ha sido para tanto… Bueno, ya sabes, a lo mejor exagero un poco… el caso… es que la he armado buena, tío. Me dejé una jodida sartén puesta anoche, llena de patatas, y luego voy y me quedo frito con la ropa puesta, y las patatas friéndose en la sartén…
xxx—Hostia, tío, perdona que me ría, pero es que ya me lo estoy imaginando… Tú frito y las patatas friéndose… Lo has dicho de una forma que es que me parto… Ya te estoy imaginando, con tus típicos gestos de borracho —continuó, enfatizando las erres, con un deje de entrañable conocimiento de causa—, sincronizando perfectamente la jala, por aquí el cuchillo, las patatas, un par de salchichas, todo bien, todo en perfecto orden…
xxx—Sí, ya; sólo que esta vez no me dio tiempo de salchichas ni de hostias en vinagre… ¡Por qué tendría que meterme en la habitación! Me venció el sueño… Fue tocar la almohada y quedarme. Creo que me había sentado con la intención de quitarme las botas… El caso es que cuando me he despertado esta mañana ya sabía lo que me esperaba…; lo estaba hasta soñando. Abrir los ojos y recordarlo todo. Luego salgo a la cocina, y no veas. Bueno, en fin, supongo que no es para tanto. He ido a comprar un montón de cosas, pinturas, brochas, estropajo, para ver si arreglo esto…
xxx—Ya, me lo he imaginado nada más empezar a hablar contigo. Siempre has sido un poco exagerado.
xxxEstaba subiéndome otra vez la borrachera. No paraba de llenar el vaso. Tito seguía al teléfono. Hubo una pausa y de repente sonó el timbre. Di un salto. El teléfono estaba junto a la puerta.
xxx—Espera un momento. Creo que han llamado a la puerta…
xxxBajé el auricular y escuché, en silencio absoluto, la oreja pegada a la puerta.
xxxSonó el timbre otra vez.
xxxEstaba completamente desencajado.
xxx—¿…Q-q-qué quieren? —grité—. ¿Quién es? ¡No queremos nada!
xxxMe asomé por la mirilla. Un individuo bajito con lo que parecía un paquete bajo el brazo. Nadie conocido.
xxx¿Testigos de Jehová? ¿Asociación de Víctimas de la Salmonella? ¿Damnificados de la Colza? ¿Homosexuales en Lucha? ¿Alcohólicos Anónimos?
xxx—¡Identifíquese! —volvía a gritar, ridículamente, borracho, consciente de la ridiculez de la expresión. Pero divertido a la vez, el perfecto comediante, queriéndome quedar con todos—. ¿Quién es?
xxxLa puerta del apartamento era de ésas de seguridad. Bien gruesa. Lo único bueno de aquel agujero.
xxxAlguien respondió. Creí entender algo así como «Vengo de…», y el resto de la frase se perdía.
xxx—¿Cómo? ¿Qué dice? ¡No oigo nada!
xxxTito seguía al teléfono. El enano del otro lado de la puerta repitió algo que tampoco conseguí entender.
xxxExasperado, grité otra vez, desgañitándome:
xxx—¡¡Ya le he dicho que no queremos nada, me cago en Dios!!
xxxSilencio. Pisadas escaleras abajo. Me llevé el auricular al oído.
xxxTito se reía.
xxx—Te he estado oyendo.
xxx—Ya. Pues el de ahí fuera no parecía enterarse. No sé qué coño me contaba. Últimamente nos abrasan. Todos los días igual. Yo ya no abro, por sistema. No sabes la suerte que tienes de vivir en el campo. Nos asaltan legiones de yonquis, dándole al timbre todo el día. Cuando no son los de la liga de parapléjicos, vendiendo infames calendarios. Yo lo comprendo, sufro por la gente, pero ¿qué cojones vas a hacer? No puedo poner en orden mi puta casa, mucho menos el mundo. Y, además, ¿acaso somos nosotros los responsables? Que vuelen la Moncloa, joder.
xxx—De lo demás ya nos encargamos nosotros, ja, ja, ja.
xxx—Sí, y que lo digas.
xxx—…Bueno, ¿qué vas a hacer?
xxx—No sé, poner un poco de orden en esta pocilga, supongo. Aunque ya estoy borracho otra vez. No sé, no sé. Esto está jodido. Creo que voy a salir otra vez… Se me ha acabado el vino blanco… En fin, voy a por el tinto. Mañana ya veremos.
xxx—¿No ibas a pintar?
xxx—Yo lo único que me parece a mí que voy a pintar hoy es de rojo esta puta ciudad. Bueno, en fin…, ya te llamaré…
xxxY no pude evitarlo.
xxxColgué temblando el auricular.

 

 

 

Wolfe, Roger. Quién no necesita algo en que apoyarse. Alicante; Ed. Aguaclara, 1993.

 

EL PROBLEMA ES MUY SIMPLE

 

(…) El problema es muy simple: hay un exceso de información absolutamente vacía de contenidos, y una alarmante falta de conocimiento. Comida rápida, polvos rápidos, noticias rápidas, muertes rápidas. ¿Sabéis cómo llama Gore Vidal a los Estados Unidos de América? «Los Estados Unidos de Amnesia». Pues eso es aplicable al mundo entero. Por lo menos, al supuestamente civilizado. Dos patadas en el culo, y a otra cosa. No se trata de que la gente ya no recuerde la última guerra. Se trata de que a la hora de comer ya no recuerdan a los muertos que les pusieron en el plato a la hora de desayunar. Totalmente insensibles. Pedazos de látex con dos ojos, una boca y un culo. Y el cerebro, prestado, envenenado, regurgitado. Somos una raza de antropófagos emocionales. De vampiros. Nos vampirizamos unos a otros porque no soportamos vernos nuestra propia cara en el espejo, revolvernos en nuestras propias heces. Siempre son más reconfortantes las del vecino. ¿Un hatajo de borrachos? ¿De politoxicómanos? Sí, ¿y qué? Todo el mundo está enganchado de algo, y la sociedad entera, esquizofrénica paranoide. ¿Con qué derecho juzga nadie nada? ¿Por qué cojones no es posible divertirse un poco en medio del infierno…?

 

 

 

Wolfe, Roger. Quién no necesita algo en que apoyarse. Alicante; Ed. Aguaclara, 1993.

 

QUIÉN NO NECESITA ALGO EN QUE APOYARSE

 

INSOMNIO

xxMe revolví en la cama y le di al botón de Sleep de la radio. Dormir, eso era lo que yo no conseguía hacer. El presentador hablaba de Berlioz. Que había nacido a principios del siglo XIX. Que se había enamorado de la primera actriz durante la representación de una obra de Shakespeare en inglés, idioma del que no entendía una palabra. Que se habían casado. Flechazo fulgurante, al parecer. Que había compuesto la obra que íbamos a tener el placer de escuchar, Romeo y Julieta, como una especie de homenaje a Paganini.
xxLa de cosas que aprende uno.
xxMe di la vuelta.
xxDio comienzo la función. Por un momento, creí adormilarme. De repente, un barbudo me perseguía blandiendo unas enormes tijeras de podar árboles en medio de una pesadilla de opio. Creí que era Berlioz hasta que me di cuenta de que el barbudo era Verdi, sombrero de copa y bufanda incluidos. Lo sé porque tengo un disco suyo con un retrato en la portada. y además, he visto la serie de televisión.
xxLuego me incorporé de un sobresalto. Verdi siguió corriendo por la pared en sombras de la habitación. La bufanda coleteaba como una estela tras él. Manoteé en la mesilla, localicé el tabaco, el mechero, encendí un cigarrillo en la oscuridad. La llama del mechero me iluminó la punta de la nariz, que me asomaba por el ojo derecho como un pegote que no me perteneciera.
xxMe acodé en la cama.
xxInhalé, exhalé.
xxContemplé cómo la tenue columna de humo se aplastaba contra los pliegues de la colcha, desapareciendo para volver a aparecer. Como esa broma, la de soplarle el humo de un cigarrillo a alguien por el pelo, desde atrás. Siguen andando sin enterarse, y parece que les arda la cabellera.
xxA mí lo que me ardía era el estómago. Demasiado café. Demasiados cigarrillos. Aplasté el que había encendido en el cenicero y me levanté de la cama. Busqué a tientas las zapatillas por el suelo alfombrado de la habitación, me puse la bata y bajé por el pasillo, palpando como un ciego la pared.
xxEl tubo fluorescente parpadeó con un crujido sucio y llenó de luz grasienta la cocina.
xxEntreabrí los ojos, los cerré.
xxEncendí mi otra radio. Tengo dos. Romeo y Julieta seguían dando voces.
xxNada interesante, así que por qué no tomar otro café.
xxY eso fue lo que hice.
xxMe senté a la mesa de la cocina, sorbí un trago de café y abrí el libro que estaba leyendo.
xxSuelo dejar los libros que estoy leyendo en la mesa de la cocina, porque me gusta leer un poco después de cenar.
xxAunque ya sé que la mayoría de la gente los deja en la mesita de noche.
xxYo no. Yo los dejo en la mesa de la cocina.
xxEl protagonista de la novela, porque se trataba de una novela, era un detective borracho que vivía en un hotel y leía tratados de hagiografía.
xxLa hagiografía es la historia de las vidas de los santos.
xxEl detective tenía que averiguar los motivos por los cuales la hija de un tío rico había aparecido cosida a navajazos en la bañera de su apartamento. El supuesto asesino había sido arrestado bailando en plena calle, empapado de sangre, con una navaja de afeitar en una mano. También llena de sangre, evidentemente. Como una especie de hare krisna de ésos, completamente salido de madre, bailando en plena calle. Y la navaja llena de sangre en una mano.
xxPero el tío luego va y se cuelga en el calabozo de la comisaría. Cómo lo hizo no está muy claro, porque la verdad es que yo he estado en comisaría más de una vez y más de dos, y te lo quitan todo de encima. Te quitan los cordones de los zapatos.
xxEso, lo primero.
xxPero bueno, el tío se colgó. Y la otra, cosida a puñaladas en la bañera. En pelota picada, por cierto.
xxPero la cosa no estaba clara. La cosa distaba mucho de estar clara.
xxEl caso es que el detective habla con el tío rico y lo somete a un interrogatorio inexorable y le dice que bien, que bueno, que está dispuesto a seguir adelante con el caso, pero que a lo mejor le va a resultar desagradable. No al detective, sino al tío rico.
xxEl tío rico le pregunta que por qué y el detective le mira fijamente a los ojos, enciende un cigarrillo, y le dice con una voz que me imagino que suena parecida a la de Humphrey Bogart que porque a lo mejor descubre cosas que es preferible dejar sin remover. Eso de cosas que es preferible dejar sin remover me pareció particularmente bueno.
xxEl tío rico le dice al detective que cuánto le va a cobrar, y el otro le dice que no cobra, que se limita a hacer favores a la gente a cambio de dinero. Un tipo duro, el tío. También le dice que podría empezar con tres de los grandes, para ir tirando y para gastos, y que más adelante ya la diría cuánto le iba a costar exactamente el favor. Cuando acabara de hacérselo, si es que decidía seguir adelante. Así que el tío rico le da un talón de tres mil y el detective le da la mano y se va.
xxSe va a uno de sus bares favoritos, y le pide a la camarera un café solo con bourbon y se sienta con ella en uno de los reservados y charlan un rato. La camarera es una de esas camareras típicas de mediana edad que salen en las películas, que llevan no sé cuántas separaciones y fracasos sentimentales a cuestas y que están de vuelta de todo. Suelen haber tenido hace años una aventura con el protagonista, y lo quieren mucho, aunque ahora se limitan a ser buenos amigos, y suelen sufrir mucho por el protagonista porque el protagonista suele estar pasándolo muy mal, y le aconsejan y se preocupan por él, y le preparan emparedados y café caliente cuando está borracho o deprimido o echando lágrimas en la cerveza. Bueno, pues la camarera esta del libro que estaba leyendo era como ésas de las películas que os digo, y charla un rato con el detective y acaba diciéndole que tiene que dejar de beber tanto bourbon, buscarse una buena mujer y empezar a cuidarse un poco.
xxY el detective le dice que las mujeres son lo que le ha arruinado en esta vida y que tiene que beber para olvidar que tiene un problema con el alcohol.
xxUn tipo duro, el menda.
xxY ya no sé qué más pasó porque en ese momento empecé a cansarme del libro, y había terminado el café, y a pesar del café, cosa curios, sentía un poco de sueño, así que cerré el libro, apagué la luz de la cocina y me volví a la habitación.
xxMe metí en la cama y las sábanas estaban un poco frías y eso me fastidió.
xxPero bueno. Me dormí en seguida, y creo que soñé que el de las tijeras de podar, el Verdi, se estaba peleando con Berlioz en un bar de Nueva York (nunca he estado en Nueva York, pero ya sabéis cómo son los sueños; simplemente sabía que estaba en Nueva York) y que la camarera intentaba separarlos. Yo estaba en un rincón de la barra con un vaso de bourbon en la mano, y quería escaparme del bar pero cuando intentaba levantarme las piernas me fallaban y no podía. Era como si estuviera pegado al taburete o algo así. Luego entra un tipo gordo con gafas y una corbata a cuadros y aparta a la camarera y empieza a ofrecerles al Verdi y al Berlioz un talón de tres mil dólares, y no sé muy bien qué pasó, si dejaron de pelearse o si Verdi al final le clava las tijeras al otro, o si empiezan a discutir por el dinero o qué narices pasó.
xxLo que sí sé es que debieron de dejarme a mí tranquilo y que seguramente acabé pudiendo escapar del bar, porque esta mañana me he despertado a las once y media y me sentía realmente descansado.
xxFresco como una lechuga, sí señor.

 

 

 

Wolfe, Roger. Quién no necesita algo en que apoyarse. Alicante; Ed. Aguaclara, 1993.

 

COMO LA NOCHE QUE NUNCA AMANECIESE

 

¿ESTÁS ahí, Job?
Soy yo:
Lola López.

Hablo contigo, Job.
Estoy aquí.
Trago saliva, Job,
estoy muriendo.

Soy yo:
Lola López,
tragando saliva
emparedada y sola,
muerta a caballo,
Job:
muerta a caballo.

Entablillada y muerta
y con ganas de hablar
de mi cansancio.
Carcomida en los bordes.
Arrodillada en la desesperanza.
¡Tiesa!
Ciega de vodka
y paz sin esperanza.

Traigo los ojos
que el tiempo me ha dejado.
Estos ojos desnudos
como un cielo vacío,
hundidos en las cosas
como un calor sin sangre,
picoteados deprisa
por la desolación.

Traigo estos ojos sucios
que no comprendo,
ni amo,
ni me gustan.
Votivos,
para que tú los veas
y me escuches por ellos,
me ayudes a morir
y me acompañes, Job,
y me acompañes.

Soy yo:
Lola López llorando para nadie.

 

 

 

 

ME ha matado la vida
y es que no hay nada, Job,
sólo esta grieta pútrida
que ha abierto el tiempo en mí,
tempranamente en mí,
tempranamente.

Yo nunca estuve.
Tardé mucho en saberme,
en descubrir quién era,
dónde estaba.
Por las noches dormía
y un hombre triste
—ahora lo intuyo quieta
aquí llorando—
se fumaba cigarros junto a mí.
Era mi padre muerto,
que todavía me amaba
y venía hasta mi cama
para llorar por mí
y el hijo que no tuve.

 

 

 

 

AQUÍ estoy, Job,
lánguida y sin fe,
revolcándome entera
en el sucio saber
de los adultos,
proyectando palabras para ti,
como tipos de úlcera,
construyendo lasamente las frases,
restregándome, Job,
en el desinterés,
la imbecilidad
y esta nada común,
silenciosa y doméstica
de días porque sí,
irme gastando
en este acabamiento,
palpándome la parte más cansada,
hurgándome esta herida
que crece en los motivos,
oyéndose ambulancias y sirenas
y palomas zurear en el alféizar.

 

 

 

 

VEO la vida y el mundo
como si estuviesen detrás de un cristal,
verdes, quietos,
húmedos, fríos,
más fríos de lo debido.

Veo siempre
la misma pobre luz,
siempre gangrena.
Estoy acostumbrada
a ver morir despacio mis pedazos,
a presentir un enorme tumor
en medio del presente,
acampado y moviéndose
con ritmo de babosa
por mis labios.

Se me ha acabado el hambre por la vida,
Job,
por eso estoy aquí,
hablo contigo,
me quiebro en las palabras que pronuncio
y me desangro, Job,
y me desangro
despacio en esta ruta
sin orillas.

 

 

 

 

CADA uno fabrica su papel
y éste es el mío
y lo juego sin gracia,
bajo el envejecimiento
y la costumbre,
lo juego, Job,
sin ganas de jugarlo.
Equivocadamente,
de una vez para siempre,
sin revancha,
como aquella gitana
que me dijo:
Tendrás hijos raquíticos
y ciegos…

 

 

 

 

AQUÍ,
convertida en mentira,
con los ojos muy próximos
de un Cristo que me mira en majestad
desde un cuadro barato
hecho de un almanaque
de Espigas y Azucenas.

Aquí,
junto al olor de pasto
que emanan las despensas,
cerca de la ceniza,
con la saliva llenándome la boca,
solitaria en Madrid
en un décimo piso
de cuatro habitaciones
del que puedo tirarme libremente,
libremente morir contra el asfalto.

Aquí,
siendo tan sólo
una triste presencia,
para el mundo
y los hombres
y las estadísticas.

 

 

 

 

NO soy:
huyo.
Bajo las bóvedas y el miedo
cierro los ojos
y huyo para siempre
apilada en la nada
sin un resto de amor
ni de conciencia.

 

 

 

 

AHORA me lavo, Job,
y lavo un muerto.
Tengo la sensación
mientras me lavo,
de estar lavando un muerto
con paciencia.

la vida se acabó.
No queda nada.
Es una polvareda
partir yéndose,
arrastrando recuerdos
y cristales,
como un chorro de angustia
partir yéndose,
cayendo
haciendo charco
en los espejos,
llevándose consigo
sin perdón
los otros porque sí
que nunca tuve.

 

 

 

 

TODO es siempre un lugar
que se derrumba
y eso soy yo:
yedra que se desploma,
carne blanca en el suelo,
empachada de tardes amarillas,
harta de iguales diálogos
en iguales sitios,
de iguales risas,
en iguales sitios,
de iguales vicios,
en iguales sitios,
todo igual
siempre igual
y yo en el suelo
como un gran animal
paciendo su vacío.

 

 

 

 

EL sabor de la angustia
se alimenta en mis ojos
y me apaga los días.

Es más dulce el suicidio
que esta diaria gangrena,
esta melancolía
dentro del corazón
queriendo reventarlo,
o esta cosa innombrable
que me hace casi aullar
cuando estoy sola
y pienso
que tuve dieciocho años.

 

 

 

 

LO que nos rodea
está tan etiquetado
que quisiera escupir.
Luego lleno otro vaso,
pienso,
deduzco que estoy viva
y siento una tristeza
de peces desovando
herrumbre sobre mí
y sobre las cosas.
Delante de mis ojos
así es la Vida, Job:
días interminables
como la vejez,
afasia
y cáncer.
Premorir,
sonámbula sin causa
premorir;
en mitad de timbales
y graznidos
como un remo en el fango
estoy muriendo.

 

 

 

 

SIENTO cerca cuajarse
los desperdicios mismos
de mi respiración
y esa eterna tristeza
de mis dedos tocando
el rostro del cansancio.
Todas las ratas
comiéndose mi nombre,
el tedio de mi nombre
y su sonido.
Me anida una gangrena
de carne y amargura.
Oh tiempo de suicidio,
tiempo pastoso,
cruel,
estar aquí bulléndome
como los doce mil ojos
de la avispa.
Quiero alargar la mano
hasta tocar un pájaro.
Quiero dormir cansada
de algo que no sea
esta nada pastosa de los días,
de días silenciosos y vacíos
cada vez más monótonos
y muertos.

 

 

 

 

SOY Lola López,
adicta a la tristeza,
embarrizada
y tiesa,
masticando recuerdos
como sogas,
esos recuerdos densos
que nos devuelve el Tiempo
como cadáveres ahogados
a la orilla venir
de una playa
sin pájaros
ni espuma.

Lola López,
padeciendo domingos
como orugas,
bebiendo tragos largos,
añorando en secreto
otro contexto
o comprender acaso
qué cosa fue la vida,
dónde estuve.

 

 

 

 

(ME recuerdo lamiéndome.
Enloquecida en los vientos disipados
de mi juventud
aceptando monedas
y besos con alcohol.)

 

 

 

 

SOY yo, Job,
Lola López,
cansada de ser
todo el tiempo yo misma,
como una inflamación,
como un tormento,
todo el tiempo yo misma
aquí encerrada
en este cuerpo mío
canceroso
y estólido,
repleto de varices
y de llagas.
Todo el tiempo yo misma,
disecada,
enorme y verde,
como una aparición
enorme y verde,
todo el tiempo yo misma
como una letanía aborrecible.
Todo el tiempo yo misma Lola López
víctima de un degüello general.

 

 

 

 

LOLA López,
Estabulada
y muerta,
al cabo de los años
perramente llorándose
a sí misma.

Lola López
borracha,
emborrachada,
con el alma agredida
por el vodka
y una laja de piedra
en cada ojo.

Lola López
cadáver insepulto
viendo las calles, Job,
quedarse solas
y un gran montón
de luces para qué.

 

 

 

 

MI porvenir
se aloja en la gangrena
es un puñado de hastío
creciendo,
introduciéndose
adentro de mi boca.

 

 

 

 

TODA mi vida he estado
esperando, Job, que algo sucediera.
No ha sucedido nada.
El suicidio y el asco
planean sobre mí
como la sombra trágica
de un pájaro gigante,
porque decir mañana
es decir sólo
una vana palabra
de seis letras.

 

 

 

 

¿ADÓNDE lleva, dime,
esa escalera, Job, de la paciencia?
¿Alguien muere
y nace una amapola?
¿Sientes tú también, Job,
la muerte estar aquí,
verla,
sentirla,
tocarla con las manos
y la lengua?
¿Mientras duró el encanto,
dónde estuvimos, Job,
dime qué hicimos?

 

 

 

 

SIENTO el azufre
gastándose en mis labios
y el caballo del ansia
perdiéndose a lo lejos
llevándose el sentido de mi vida.
La vida, Job,
ese trozo que pasa
con andar de elefante
y fondo de penumbra.
El mar quiere vencernos
y no podemos, no,
no podemos drogar
todos los actos.

 

 

 

Sánchez Robles, Miguel. Como la noche que nunca amaneciese. Alicante; Ed. Aguaclara, 1995.

 

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