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LA ERA DEL HIELO
Primera reflexión sobre el hielo, en .la .que .nuestro .héroe,
un .joven .Petrarca, recuerda aquella noche .en que, vistien-
do una camiseta de Superman (aunque .algunas .fuentes di-
cen que la camiseta .era .de .Los .Ramones), fue de botellón
al .aparcamiento .del .estadio .de .fútbol y, con una bolsa de
hielo en .la .mano, tuvo una revelación .sobre .el .verdadero
sentido del ser y .de .la .cadena .del .frío. El autor, haciendo
un juego con el hielo y la camiseta de Superman, titula este
poema (que nuestro héroe dejó sin título) como «La fortale-
za de la soledad».
Lo venden en las gasolineras, a dos euros la bolsa.
Pesa en tu mano el tiempo
detenido en forma de cubo, de diamante.
No piensas en ningún origen,
cadena de montaje, miles de bolsas avanzando.
Una sórdida industria del frío perdida en desiertos polígonos industriales
para que el agua se haga estatua de sal, geometría sin sabor
que ayuda a digerir la amarga esencia del enebro y de la noche.
Llegas al aparcamiento del estadio:
el hielo se ofrece a la sed de las manos
y al fuego de las almas.
Tras las toneladas de hormigón,
el silencio invisible de las gradas nocturnas
se congela como la sonrisa que,
también este sábado, rechazará tu amor.
De nieve será su piel, antártico su corazón,
y será su austral belleza para otros.
La música despliega su batalla de planetas sin órbita.
Tantos maleteros abiertos, para esas vidas sin equipaje.
No sabes dónde mirar, entre lo líquido y lo helado.
A veces cierras los ojos y te vas,
dejándolos a todos al otro lado de tus oídos.
Vas poniendo los cimientos de la fortaleza de la soledad:
cristales de tu memoria vacía, heladas columnas de lo que serás.
Pero siempre es breve el descanso de las visiones congeladas:
desde el planeta que dejaste,
te dan órdenes de que continúe el disimulo.
Dentro de los vasos de plástico en forma de tubo,
el hielo encaja lúbricamente y empieza a morir de frío y de calor.
Fluyen los deseos, se dibujan arroyos de tedio y máquinas de risas.
La vida se bebe en tragos baratos y amargos bajo un cielo que nadie mira.
(No importa. Es negro y aburrido y siempre ha estado ahí).
Cada vez que levantas el vaso vienen los hielos a besarte:
se posan en tus labios y susurran
su zumo ardiente hasta el fondo de tu noche, que nadie mira
(no importa, es un pozo, negro y aburrido, y siempre ha estado ahí).
Hasta que el veneno llegue demasiado profundo: entonces todo es cielo,
todo es vértigo e ignorancia impuesta por las vísceras.
Todo es líquido. Nada tiene forma, ni memoria.
En el suelo del aparcamiento,
el hielo deviene charco dentro del plástico rasgado.
Las ruedas de los coches que desaparecen en el tiempo
lo harán saltar por los aires,
como un diluvio para seres que nadie conocerá jamás.
Ponle nombre a ese charco, ponle un nombre.
Un día será el mar donde nadarás hasta la muerte.
Octava visión de «Kid A». Nuestro .héroe .escucha .la .can-
ción «Idioteque». Algunos .recuerdos .de .su .pasado reve-
larán que siempre hubo señales .de .cómo .sería el mundo
que ahora habita, junto a nosotros, en el eterno Año 2000.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxIce age coming
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxIce age coming
Escucha, escucha este silencio: el rock and roll ha muerto.
Mira, sal a la puerta, mira: viene la glaciación, la edad de hielo.
Mecanismos invisibles destrozando el cielo a golpes mudos,
cristalizando almas, esculpiendo con cinceles el vacío.
Corre, entra en el búnker, está llegando la glaciación.
Viene silbando un aliento de amanecer largo, infinito.
Viene cantando la última canción, la dura transparencia del frío.
Escucha:
también es hermoso lo que en silencio se derrumba y nos arrastra.
Mira, el rock está muriendo.
El hielo tomará posesión de todo lo que fuimos,
y no fuimos nada, y lo hemos sido todo, y seremos nada como siempre.
Entra en el búnker, hay barra libre de ceniza y aburrimiento.
El rock and roll ha muerto, entra aquí, es tu despedida de soltero.
Entra aquí, es tu cumpleaños, cumples la edad del hielo.
La noche es una fábrica de ocio y luces de colores:
producción en cadena de bocas abiertas, agujeros,
agujeros contra agujeros entre niebla de máquina, aliento de mamut industrial.
Mira toda esa gente, míralos:
morirán congeladas estas camareras y sus ombligos
de diosas del frío y alquiler compartido y novio celoso.
Mírate a ti, mírate, profesor de secundaria,
ya estás muerto y dentro de los hielos de tu gin tonic,
deshaciéndote en movimientos de serpiente y sangre fría.
El rock and roll ha muerto, así se llama esta fiesta cíclica,
este fin de semana de mil días.
El rock ha muerto,
es el humo que no hay aquí dentro.
Menos que humo, nada,
ley marcial del alcohol barato todavía.
Escucha:
las madrugadas están cayendo
con sus martillos de plomo y pluma fría.
Escucha,
caen sobre nuestros discos de los Rolling Stones
hechos digitales astillas.
Ha muerto el rock en nuestros brazos y no sabemos qué hacer con el cadáver.
Coge el dinero y corre, coge el dinero y corre.
Viene la glaciación, va a reventar los cristales de la discoteca a cámara helada.
Coge el dinero y corre.
Coge tu gin tonic y entra en el búnker.
No habrá preguntas en la era del hielo.
Nada estará pasando de verdad, y eso es hermoso, como en el cine.
Nada estará pasando de verdad, y eso es tranquilo, como la vida a los cuarenta.
Solo habrá respuestas en la cuarta glaciación.
Todo será claro, inmóvil, preciso como el hielo y sus reflejos.
Quisiste ser más que tu ciudad y eras plagio en serie, imagen congelada.
Quisiste ser joven y lo eras sin saberlo,
eras joven y eras mercado y nada sabías, en las calles de Cartagena.
No sabías que fuiste joven hasta que viste el cadáver del rock and roll
y saliste a la puerta del búnker a fumar y dijiste contra el frío:
¿Dónde está mi camiseta de los Ramones?
Las madrugadas fueron cayendo, telones blancos antes del gran hielo.
Todo se vende cuando amanece,
se levantan las persianas, empiezan los anuncios.
Tu camiseta de los Ramones, una leyenda.
Eras la hostia con tu camiseta de los Ramones.
Por ahí va Diego, con su camiseta de los Ramones.
Feliz, como en anuncio, lleno de vida,como en anuncio.
Camino de dónde, adónde ibas con tu camiseta de los Ramones.
Cuando el rock and roll estaba vivo, ibas a dónde,
dando vueltas, lleno de música,
dando vueltas, como un vinilo, adónde ibas, cantando, qué cantabas.
Las madrugadas golpean y repiten anuncios de teletienda:
la tienda en casa, la tienda en el iphone, la tienda en el alma.
Las madrugadas llevan el ritmo de la fábrica
que abre cuando te acuestas.
La fábrica de hielo,
la fábrica de frío en las afueras.
Qué hicimos con las guitarras, los rabiosos solos de guitarra.
Qué hicimos con las guitarras, levantadas al cielo como falos.
Queríamos follarnos a dios, reventar a dios a guitarrazos,
queríamos ser una tormenta, golpear esta ciudad de edificios transparentes
llenos de gente cenando y viendo tele, mucha tele.
De gente saliendo de misa, collares de perlas, abrigos de piel, ropa de domingo.
Militares erguidos y obreros derrotados, felices,
el Marca y el ABC bajo los sucios sobacos.
Retratos de Franco, de Aznar, de San Cristóbal, de Julio Iglesias.
Queríamos ser eléctricos, queríamos ser seis cuerdas,
arder en un solo suicida y glorioso.
Las guitarras, apuntando al público como ametralladoras, Wilco Johnson,
mátalos a todos, ya están muertos, ametrállalos con tu riff.
Jimmy Hendrix, ven y quema tu guitarra y quémanos a todos,
quema esta historia, quema este pueblo que nunca ha
creído en la tormenta,
este pueblo de persianas y lámparas de araña,
este pueblo lleno de miedo, de más miedo, de cobardía infinita.
Ya viene la larga era del hielo y el silencio en las ventanas.
Se nos echa encima un volcán de tiempo y cosas que comprar de oferta.
Entra en el búnker, hay un sitio con tu nombre,
disfruta del espectáculo, ponte una copa.
Qué hicimos con las guitarras sino anuncios, más anuncios.
Quisiste ser feliz y se dieron cuenta.
Siempre se dan cuenta, lo ven todo, lo venden todo.
Las madrugadas se repiten y se repiten
como cubos de hielo en tu gin tonic.
Cómo no se iban a dar cuenta.
Lo sabía todo el mundo menos tú.
Hazte otro, pásalo, hazte otro, ponla otra vez, Ziggy Stardust.
Tenías veinte años. Tenías veinte años,
como la gente de ese anuncio, blanca como el hielo,
esos bellos monstruos fotografiados con guitarras, con sus brillantes Fender.
Tocan, tocan la guitarra y saltan con camisetas de los Ramones
y son la hostia y quién no quiere comprar esa electricidad,
quién no compraría un poco de vida contra el hielo.
Entré en Zara y sonaban los Clash y lloré como un idiota.
Entré en Zara y los dependientes llevaban, uniforme de la empresa,
camisetas de los Sex Pistols, Dios salve a la reina,
dios salve el capitalismo y su anarquía.
Entré en un restaurante y comí hamburguesas Hard Rock®
bajo la camiseta de Kurt Cobain, metida en una urna americana.
Fui a ver a Bob Dylan en el festival Heineken®,
escuché a los Pixies en el escenario Ray Ban®,
vi a Suicide en el auditorio Mastercard®
y lloré como un idiota y dejé de dar vueltas, like a rolling stone.
Entra en el búnker, el hielo está llegando, mujeres y niños primero.
Porque éramos roqueros, nunca usamos la palabra amor.
Ahora que somos dinero, cómo la echamos ahora de menos.
Vámonos de aquí, me aburro, tengo frío, no soporto esta música.
Abrázame, viene la era de hielo.
Coge tu abrigo y corre.
Ya no habrá más tormentas, el rock and roll ha muerto.
Disfruta del espectáculo, asómate a la ventana, fuma el último cigarro:
la tormenta de hielo también tiene su música, y es gloriosa.
Entra en el búnker, mujeres y niños primero, luego viene el gran silencio.
Ya no habrá más tormentas.
La edad del hielo durará hasta que estemos muertos.
El día que salgamos, ya no quedará nada, salvo el frío.
El mundo será un anuncio congelado
que venderán a nuestros hijos.
Sánchez Aguilar, Diego. La cadena del frío. Cartagena; Ed. La estética del fracaso, 2020.
LA NIEVE
Primera reflexión sobre la nieve
El cielo ya no es nada.
Y de la nada emergen las cenizas,
blancas y lentas, exiliadas del tiempo.
No nos pertenece el milagro, ni el lejano incendio.
Pero, por un instante, nos cubre la alegría
aunque solo acertemos a decir:
Mira, está nevando.
Esta felicidad en silencio,
esta nostalgia de lo que no hemos conocido
y sin embargo aparece ante nosotros,
de la nada,
sobre el asfalto.
Hasta que los coches la convierten en barro
y todo vuelve a su sitio
como un reloj que vuelve a funcionar de repente,
un apagón que se arregla demasiado pronto.
Cuando todo esto arda,
cuando tú y yo ardamos de frío,
sobre qué otos campos caerán estas cenizas de invierno.
En qué otros mundos mirarán al cielo vacío
y verán aparecer de repente los copos ingrávidos,
como un don que no han pedido.
Cuarta .visión .sobre .«Kid A». Nuestro héroe escucha la
canción «How .to .disappear .completely» («Cómo .desa-
parecer completamente»). Al .otro .lado de la ventana, la
nieve hace tiempo .que .también .desapareció, completa-
mente, como un sueño inoculado por .algún .mecanismo
de control mental. Como habitante, real o paranoico (esa
diferencia desaparece a -3º), del Año 2000, nuestro héroe
siente, casi .a .diario, el deseo de desaparecer del mundo
y de sí mismo. La industria farmacéutica Kid A® está muy
cerca de conseguir un compuesto que dé respuesta a esta
demanda y, en breve, será comercializada.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxI’m not here
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxThis isn’t happening
Puedes empezar por cerrar los ojos.
Es un truco, una pequeña trampa, pero ayuda.
Deberías escuchar una voz.
Concéntrate en esa voz. No en las palabras;
en su nieve, en las ondas, en la espuma.
Escucha.
No dice nada. No cesa, y nunca ha cesado, y nunca va a dejarlo.
Siente esa voz vacía, ahora,
como si la nieve pesara sobre tus párpados cerrados.
Di esto:
No estoy aquí. Esto no está sucediendo.
Estarás tumbado en el sofá.
Es importante tu cuerpo en el sofá, las piernas extendidas.
Si quieres, ya puedes abrir los ojos.
Ese de ahí no soy yo. Dilo. Ese de ahí no soy yo.
Ahora piensa en el mundo.
Piensa en tu cuerpo, tendido en el sofá,
rodeado por el mundo.
Los metros que te separan del suelo
(el suelo de verdad, el de abajo)
donde crecen las raíces de tu edificio.
Y las alcantarillas también, y los sustratos
en capas de color y tiempo.
Y el centro de la tierra,
abierto en mil estrellas, ardiendo.
Piensa en tu cuerpo, tendido en el sofá.
Piensa en el cielo.
Y en las antenas de los edificios, con el lomo erizado
cuando sienten la ciega caricia de las nubes.
Sigue subiendo: el cielo se abre en estratos,
en capas de silencio y dioses muertos, que ardieron.
Piensa en tu cuerpo, tendido en el sofá,
en el centro del vértigo.
No sabes nada de agujeros negros.
Eso está bien.
Tu sofá es el mayor de ellos.
Piensa en tu cuerpo, tendido en el sofá,
absorbiendo constelaciones.
Di: no estoy aquí. Esto no está sucediendo.
Sabes que existe el mar. Te d igual que esté tan lejos.
Te han contado esto: tuviste cinco años.
Bebías leche. Lo has visto en los anuncios. Eras rubio.
Has estudiado Historia. Nunca cesa, nunca va a dejarlo.
Piensa en los cementerios. Miles de millones de muertos,
con sus nombres y sus apellidos.
Tu tumba es un agujero de gusano.
Ese de ahí no soy yo.
Dilo.
Ese de ahí, ese cuerpo tendido, no soy yo.
Ahora puede empezar la cirugía.
La grieta estuvo todo el tiempo.
Siempre lo has sabido.
Deja que se lleven tus órganos. No son tuyos.
Es una fábrica enferme de febriles turnos.
Un organismo hostil. Un invasor extranjero.
Te da miedo mirar su ritmo circular y asesino.
Olvida el terror de las fronteras.
No eres tú. Esto no está sucediendo.
Deja que la grieta siga abierta.
No respires. No es ese tu trabajo.
Escucha la voz. La extracción es lenta y ya no duele.
Escucha la voz, está ahí arriba, interviniendo.
Está aquí dentro, tiene la forma de una brazo.
Dilo, no dejes de decirlo.
No estoy aquí, esto no está sucediendo.
Pon luego el telediario.
Deja que te devore lentamente.
Deja que llegue ella y mírala a los ojos.
Piensa en su vida. Estuvo en un colegio.
Y tuvo amigas y recreos.
Mírala mucho tiempo. Escucha la voz. No sabes nada.
No la conoces. Es tu mujer. No es tu mujer. No la conoces.
Está mirando el telediario. Siendo devorada.
Intenta hablarle. Mira tu cuerpo en el sofá. Escucha la voz.
Intenta hablarle. Es una extraña. Es una constelación sin bautismo.
Mírate desde allí, desde aquel silencio.
Mira tu cuerpo,
tendido en el sofá, en un lugar entre planetas.
Aprendiste Historia,
y nombres de personas que han muerto.
Escucha la voz, es un agujero negro.
Deja que tus palabras salgan.
No son tus palabras. No las conoces.
Mírate. Ese de ahí, ese que habla con una mujer en un sofá.
Ese que mira el telediario, ese rostro, que es una pantalla.
Ese no eres tú.
Esto no está sucediendo.
Mírate: ya hemos cerrado la grieta.
Tienes un alma nueva,
tienes el alma de los dibujos animados.
Ese eres tú, esto no está sucediendo.
Segunda reflexión sobre la nieve, titulada «El ejército blanco».
La nieve, invisible,
ha estado cayendo durante siglos.
Nadie se dio cuenta, aunque a veces,
cuando las ruedas del carrito de la compra
deslizaban su tangencial susurro
sobre el vinilo del centro comercial;
o cuando, desde la ventana de la cocina,
fumabas un cigarro frente a la noche,
te parecía escuchar un silencio congelado,
en sigiloso descenso,
como si un ejército blanco tomara posiciones de guerrilla.
También (ahora es fácil mirara atrás y ver las señales)
te despertabas a veces congelado y, desde la cama,
mirabas el techo como si pesara demasiado,
y sentías el cuerpo entumecido, y tu nombre hecho añicos.
Una vez, al cerrar la puerta de tu casa,
estás casi seguro, escuchaste un alud de silencio
desmoronándose tras la puerta de tu dormitorio.
Pero ahora es demasiado tarde.
Por decir ahora, siempre ha sido demasiado tarde.
No intentes sacar la cabeza para respirar el aire que te falta.
Todo será blanco ahí fuera, todo será frío.
No habrá esquiadores sobre nuestras cabezas.
Ahí fuera
solo hay
pura nieve virgen, que nada anuncia.
Sexta visión de «Kid A». Nuestro héroe escucha la canción
«Optimistic» («Optimista»). En .el .año .2000 .toda .mani-
festación .es .severamente .castigada, así como cualquier
comentario que pueda .considerarse .subversivo. Nuestro
héroe conoció, .en .su .juventud, .tal .vez, .a gente que se
arriesga a luchar contra la Pirámide. Esta canción siempre
le hace pensar en ellos, esos ingenuos, optimistas.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxYou can try the best you can
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxThe best you can is good enough
Los buitres siguen girando y no vienen a por mí.
Yo ya he cerrado las ventanas.
He terminado mi turno.
La pirámide será inmensa.
Han sonado dos veces los cerrojos.
La noche está fuera y yo ya estoy dentro
de mi caja.
Alguien ha puesto todas esas bombas.
Esos optimistas de la dinamita,
haciendo ruido, como si me llamaran a las armas.
Yo he terminado ya mi turno.
Les dije que no me molestaran.
Esos personajes de película en blanco y negro,
disparando inútilmente contra los dinosaurios,
muriendo aplastados en la nieve,
con el gesto eterno de los soldados de juguete.
El pez grande se come al pequeño,
escrito cien veces en la libreta del colegio.
El pez grande se come al pequeño.
Les dije que no me molestaran,
somos buena gente,
y vine corriendo hasta mi casa.
Las bombas suenan lejos y sin nombres.
Esto de ahora debe de ser nostalgia,
y me avergüenzo.
Esto de ahora debe de ser vergüenza,
y me entristezco.
Pero aguanto bien, aguantamos bien,
somos buena gente.
Yo ya he cerrado las ventanas.
Aquí dentro el silencio se adormece.
La televisión brilla sin volumen.
Llaman en los cristales y es el viento:
gira y golpea todas las ventanas
como un borracho que cree conocerme
y tiene algo importante que decirme.
Me avergüenzo de mi nostalgia,
de mis metáforas,
de pensar siquiera.
Y también me avergüenzo de estar vivo.
Y la calle seguirá siendo negra,
de eso estoy seguro.
Y las columnas de humo
señalarán un fuego de esperanza,
que mañana se llamará ceniza.
Esos optimistas de las hogueras,
corriendo por los rincones de la noche,
perseguidos por los más negros buitres.
Su ceguera la aprendimos de pequeños,
en nanas cantadas por la radio de la infancia.
La televisión brilla con mudas explosiones,
con policías eficientes.
Yo ya he cerrado las ventanas.
Nadie, ahora mismo, está hablando de mí,
en ningún lugar del mundo.
Sánchez Aguilar, Diego. La cadena del frío. Cartagena; Ed. La estética del fracaso, 2020.
CUARTA REFLEXIÓN SOBRE LA LLUVIA
Cuarta reflexión sobre la lluvia, esta vez lejos de la ventana,
porque también nuestro héroe tiene días libres y domingos,
titulada, en un previsible alarde posmoderno, «Platón en un
cine multisalas».
Para salir de aquella deprimente y soleada tarde de domingo,
para salir de aquella realidad,
que se nos dio indiscutible y asfaltada,
habíamos pagado diez euros y un quéhacemos.
El maíz, que levantó imperios ahora llamados
Tercer Mundo, sublima su precio entre nuestros dedos
y se abre en flores blancas
que pronto estarán alfombrando el suelo de la caverna:
los restos de la boda entre la luz y la sombra.
Qué pensaría Platón del cine, de este simulacro de reflejos.
Llovía en la pantalla.
Llueve con tanta fuerza en las películas.
Aspersores ocultos que derraman
litros de ficción sobre nuestros ojos.
Qué bien llueve en el cine,
cómo llena los oídos el estruendo de gotas infinitas,
qué ganas de dormir, de estar ahogado.
Miré el reflejo de esa lluvia negra
que derramaba su luz en tu cara.
Tú tampoco existías
y estabas más guapa que nunca.
Estabas cubierta por el fantasma del agua
y por el fantasma de mi mirada.
Qué ganas de besarnos como espectros de luz
bajo la negra lluvia y la inundación de los sentidos.
Pienso en los actores terminando la escena,
quejándose mientras piden toallas.
En cada proyección vuelve a caer la misma lluvia.
La escena ha terminado en el plató,
pero sigue lloviendo en las salas más oscuras.
Han convocado a un dios,
y este ha despertado una vez más,
y el recuerdo de su reino sigue lloviendo por dentro,
cuando salimos del cine cegados por la luz
y el sol brilla sobre las señales de un solo sentido.
Sánchez Aguilar, Diego. La cadena del frío. Cartagena; Ed. La estética del fracaso, 2020.
LAS CÉLEBRES ÓRDENES DE LA NOCHE
Dejo hoy aquí algunos poemas de la primera y de la tercera sección (dividida ésta en cinco partes más un epílogo) del último libro de poemas que publicó Diego Sánchez Aguilar, ‘Las célebres órdenes de la noche’. Un libro que tiene más de épica que de lírica; según Javier Moreno, de una épica del vacío.
(De ‘CANTAR DEL DESTIERRO’)
PREOPERATORIO
El cielo está abierto en mil grietas
sobre el que yace y espera.
Todos los ejércitos (jinetes,
el viento como acero entre sus dedos)
están preparados para el asalto.
Pero
¿Para qué este silencio?
¿Para qué este calor que quema las piernas?
Como si nadie mirara
como si el cielo fuera otra tierra ajena,
inhóspita.
POSTOPERATORIO
Entonces habrá que vivir aquí.
Y así.
Absolutamente desposeído,
despojado y sin saber qué es eso:
lo que ha sido robado,
lo que sin embargo me rodea
cuatro veces
(o una sola vez,
tendida como el rocío sin significado
posándose sobre el desierto).
Miro el animal que ovillado en el rincón
aún espera que amanezca,
respirando,
oyéndose respirar y sabiendo que ese es el canto del mundo,
su viejo aliento
que sigue cobijando la pregunta.
AMANECER
En unas horas amanecerá sin sentido.
Con dedos bruscos e indiferentes de cirujano,
la luz sacará, sin asco ni compasión,
lo que mis entrañas escondían
esperando que creciera como un nombre.
(De ‘EVANGELIO DEL DOCTOR FRANKENSTEIN’)
[SEGUNDA PARTE: CUMPLIMIENTO DE LAS SEÑALES]
xxxxx3
Mira, Fritz, toca esta carne.
Mira esta sangre oscura,
estas grietas de donde nace el silencio:
esto eres tú,
esta mesa es un espejo.
El asco que sientes es el asco de ser tú,
el asco infinito de estar muriendo.
Fritz, sí, estamos muriendo.
Escucha el silencio:
mira cómo se hace carne.
[TERCERA PARTE: INFANCIA Y VIDA OCULTA]
xxxxx3
Gemir, mugir hacia el fondo del bosque.
Avanzar palpando la noche, sus cristales fríos.
Desmentir a manotazos el engaño de lo visible.
No hay imagen, no hay palabra, no hay camino.
No hay más senda que el latido.
No hay más reino que el bosque, que el desierto.
La lluvia está cayendo sobre el barro,
y sobre el dorso de las manos.
xxxxx5
Los cadáveres no tienen nombre.
Padres e hijos graban letras sobre piedras.
Las llaman lápidas:
es el cartón piedra de la memoria.
Debajo del nombre y de la piedra,
se extiende el hueco.
Si te pones una lápida junto al oído,
puedes escuchar el viento de la tierra:
está dentro y está fuera;
igual que fluye el tiempo
entrando y saliendo de las letras de tu nombre.
[QUINTA PARTE: PASIÓN Y MUERTE]
xxxxx11
Mira, Fritz, todo ha sucedido dentro del silencio.
No ha habido Padre, por qué me has abandonado.
Y no ha habido Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
No hay Padres en la muerte.
Solo mugidos,
gargantas atragantadas de tierra.
Sánchez Aguilar, Diego. Las célebres órdenes de la noche. Madrid; Ediciones La Palma, 2017.
DIARIO DE LAS BESTIAS BLANCAS
EL VIEJO MITO DEL AMANECER
Mientras las cosas giran y yo arrugo las sábanas
amanece en algún desierto.
Amanece sólo para las aves
para el innumerable murmullo de sus alas
y el negro de sus ojos,
el reposo de un lago desbordándose.
Aquí en mi apartamento suena el despertador
y en la cocina esperando el café
oigo vaciarse la cisterna de mi vecino.
Cae el torrente de agua, queda inaugurado el día
y el sentido del tiempo,
que pese a todo siempre tiende al círculo.
Me asomo a la ventana.
El aire está vacío y envasado, y lleno
como si se hubieran marchado todos los pájaros.
Las farolas siguen encendidas contra el alba.
Miro mi reloj: en unos minutos
estaré ahí abajo, respirando ese aire,
conduciendo sin ver el horizonte.
Escuchando noticias en la radio.
Dando nombre a los días y número a las horas.
PSICOSIS
Bajo la ducha el mundo es un estruendo.
Detrás de la cortina, dentro de los párpados,
sin un solo reflejo ni una sombra,
una inmensa luz negra como el vértigo.
Un estruendo sobre un cuerpo desnudo
con los pies pegados a una tierra de mayor gravedad
y sin embargo cayendo.
Debe haber un cielo intenta pensar y nada
oye, tampoco ninguna música de
ninguna esfera salvo el torrente desatado
también, que no tiene imagen ni está conectado
y no tiene hogar ni descanso salvo el ruido y la furia
y a lo único que podría parecerse pero
tampoco es a un loco huérfano
y el único reflejo sería el de su cuchillo.
ROTHKO
Y a pesar de todo aún amamos a los suicidas
que tanto aman a lo otro
y lo pintan en paisajes de nada
que miramos desde un sofá
con ganas, todavía, de llorar
erróneamente, por el yo muerto.
Y a pesar de todo aún nos parecen hermosos los acantilados
en cuyo fondo el mar parece una fotografía a cámara lenta
y dirigimos nuestros coches hacia ellos los fines de semana.
Y a pesar de todo aún sentimos vértigo frente al significado del abismo
cuando no pensamos en nada más,
cuando la tele está apagada y el mundo calla ante nosotros
negro sobre azul.
DESAYUNO CON DIAMANTES Y FRESAS SALVAJES
Todas las mujeres que he conocido
añoraban con lágrimas su infancia
y así regaban, por goteo, como Apolo a Dafne,
ese perdido paraíso que por fin empezaba a serlo.
Mientras, yo miraba el televisor.
Hoy, mi pantalla está llena de niños.
Qué película extraña la memoria:
el único argumento es un pronombre.
Ese que está sentado en el patio de una casa
que ya no es la mía debe ser Yo
y no tiene rostro ni extremidades
ni un cuerpo que se tumbe en un sofá.
Tiene una raqueta y tiene un muro
una pared muy alta y amarilla
que siempre devolvía el peso de la pelota.
Nunca he llorado por ese sonido.
Nunca lloré por el eco lejano y cercano
que llenaba el patio a todas horas.
Por eso tengo un paraíso-desierto
y un sofá, un cuerpo, un mando y la distancia,
y por eso, mientras llorabas,
yo miraba la tele
y mi mano, rítmicamente, acariciaba tu pelo
que olía, según los cánones del género,
como el de Audrey Hepburn cantando Moonriver
(desde entonces es el hilo musical
de la sala de espera de un extraño paraíso).
TORMENTA
Hoy la tormenta ha pasado sobre la ciudad
buscando los cadáveres de sus hijos.
Las bombillas responden en código morse:
la electricidad también tiene sus raíces.
En el sofá, yo acariciaba mi propio brazo
y veía iluminarse pedazos de una tierra desierta
revelados en mi ventana.
Veía, un solo instante,
el cielo como una inmensa caverna;
solo un instante, sin llegar a ver su fondo
en la breve luz del relámpago.
Mientras subía el volumen de la tele
pensé en la piedad de lo fugaz,
en su generosa manera de mostrarnos y ocultarnos
ese infierno eterno de una sola galería
habitado por este profundo eco
al que alguien convino en llamar silencio.
Y pensé también en la caricia de la forma
en todos los finales de películas,
en todos esos perfectos desenlaces
que nos atan todavía al paraíso
en el que el silencio es solo una pausa en el guión.
DESAYUNO CON TIGRETÓN Y PANTERA ROSA
xxxxxxxxxxxPuestos a ser, ¿por qué no una pantera rosa?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxDeleuze
Mientras en las demás cadenas el telediario de la mañana
sigue girando hasta hacernos aparecer en él
correctamente vestidos, peinados y despiertos,
en otra cadena la pantera rosa corta el césped de su jardín;
encuentra un pequeño arbusto
le molesta
lo corta
y entonces se cae todo.
Desaparecen el horizonte y la pantera aferrada a sus tijeras,
mirando fijamente a la cámara.
Arriba queda el trozo de arbusto que sostenía al mundo.
Despeinado por la caída y con un zumbido en los oídos
sigo viéndolo:
se hace cada vez más pequeño
sus hojas parecen agitar una despedida.
Empezamos bien el día.
Despierta el tigre que hay en ti.
NOT DARK YET
Por otro lado, la palabra Pérdida
sigue estando asociada
a inmensos campos lejanos y crepusculares
de hierba nadando dentro del viento,
fotografiada por Tarkovski.
Aunque lo que hoy le falta y ahora piensa
que le ha faltado siempre,
lo busca con el mando a distancia
o en el ritmo hipnótico de los limpiaparabrisas,
en el sonido del ascensor escuchado desde el sofá
y el anuncio de Audi
con aquella canción en que Bob Dylan
dice que su alma se está convirtiendo en acero.
EL DESIERTO ROJO
A veces es la muerte quien ocupa el Pronombre,
el ojo de la cámara.
Como esta tarde mientras volvía a casa
mis zapatos negros, la acera roja
y mi respiración sonaba como cansada
como si hablara con algo oscuro y extrañamente atmosférico.
Aprende a dibujar una serpiente
y escucha el viento entre los coches entre las piernas
entra en el ascensor no mires atrás
cualquier viaje es eterno
y está lleno de bestias blancas, de rostros, de nombres,
de árboles y papeles girando
de fábricas abandonadas y un cielo en blanco y negro
con una densa capa de silencio que nunca se resuelve en lluvia.
Luego el telediario recuerda al mundo
que esta noche se atrasan los relojes
y que hay grandes retenciones en el valle de las sombras.
PERSISTENCIA RETINIANA
Ahora salgo del cine.
Ahí estuve a oscuras frente a una inmensa imagen proyectada
desde un mundo inexistente pero todavía pegado a mis ojos
y a los del resto de espectadores que salen a mi lado.
Camino hacia la parada del autobús, miro pasar los coches.
Miro fijamente las caras de las personas con las que me cruzo.
Qué pasaría si un día nuestra retina fuera perfecta
y en la pantalla la fluida sonrisa que Audrey Hepburn dedicaba al infinito
se fragmentara en una serie de fotografías congeladas:
la fría imagen sobre el continuo de la oscuridad,
interrumpida 24 veces/segundo por un rostro inmóvil y gigante.
Icebergs flotando en un mar negro y sin límites.
Quedan tres calles para mi parada.
Acabamos de pasar el Mac Donald’s.
Dentro de poco estaré sobre mi sofá y frente a mi televisor.
Ahora mi rostro está en el vidrio
proyectando débilmente sobre la oscuridad del túnel:
tiembla como si estuviera hecho de agua, de noche.
LOCUS AMENUS-BARRIUS SÉSAMUS
Aquí la tarde cae como una araña.
Las chicharras y los ciclomotores intentan entenderse en vano
bajo un viento que arrastra niños, mochilas y gritos.
La programación infantil inyecta su psicosis a través de la tele:
un monstruo azul crea las coordenadas espaciales
ahora está arriba ahora está abajo, arriba, abajo, arriba, abajo.
Un emisor y millones de receptores ante el mismo mensaje,
arriba, abajo, están dentro de la tarde y las meriendas.
El mundo vuelve a nacer cada segundo.
Yo estoy tumbado encima del sofá
y sin embargo cayendo como una pantera rosa.
Yo estoy dentro de la tarde y su música estridente
y llena de alegría, payaso multicolor.
Un monstruo rojo en algún lugar tras los cristales
destruye las coordenadas espaciales:
yo estoy fuera de la tarde y su burbuja
y también estoy dentro de la tarde y sus mensajes
dentro, fuera, dentro, fuera.
Alguien llama a dios con su claxon una y otra vez implorando
en el altar de la Felicidad inaccesible como toda divinidad.
Hay un helicóptero en mi cabeza,
millones de emisores y un solo receptor, yo,
estoy dentro de todos los mensajes
estoy fuera de todos los mensajes
estoy dentro del silencio,
el mensaje de ningún emisor,
el código circular: la sangre dando una vuelta más
en mi sistema circulatorio.
VUELTA A CASA
Conduzco de noche de vuelta a la ciudad.
Atravieso la oscuridad, el informe animal inmenso
que habita estos espacios indefinidos entre los núcleos urbanos
y ahora frota sus espaldas contra los faros.
Conduzco como un borracho aunque no he bebido nada.
Pero la noche es densa y ligera como la niebla del alcohol,
y este cansancio de ir a llegar a mi casa y a mis muebles
es un estado de la materia desconocido por la física.
Vengo de ver los acantilados porque ha sido domingo
(ahora ya no es nada) y vengo de ver mi colilla cayendo
como si no pesara,
en un espacio vertical más ligero que el del cenicero
o el que hay entre mi mano y el suelo.
Vengo de los acantilados donde finjo tener un alma como la de las películas.
Y hay coches que me adelantan que también vienen de allí,
y que han fingido un alma como la mía.
Estoy demasiado cansado hasta para poner música.
Lo que hoy escucho es el rozamiento de los neumáticos contra el asfalto
y el continuo impacto del volumen de mi coche contra lo oscuro,
y el cansancio es también una forma de parálisis
provocada por esta música infinita de la materia.
Dentro de veinticinco minutos estaré guardando el coche
en el garaje,
y mientras suba en el ascensor pensaré en el despertador a las siete
y pensaré en mí mismo con un café delante de la tele.
Pero ahora conduzco sin conducir y la oscuridad, estado líquido de la luz,
se cierra sobre sí misma al paso de mi coche y sus débiles faros
y me siento abandonado como un cristal que nada transparenta.
Dentro de veinte minutos estaré entrando en mi apartamento
y seguiré estando apartado como ahora pero más quieto,
de una forma paradójica porque todo seguirá girando,
hasta que llegado cierto punto del giro
la mano contraria a la que sostendrá un café, encenderá la tele.
El telediario del lunes se tomará a sí mismo más en serio
y querrá dar la impresión de que algo empieza.
Como si algo hubiera sido interrumpido,
como si hubiéramos disfrutado de un merecido descanso.
Sánchez Aguilar, Diego. Diario de las bestias blancas. Murcia; Univ. de Murcia, Servicio de Publicaciones, 2008.
DESDE EL VIENTRE DE LA BALLENA
xxxxxIV
El mensaje en la botella era mucho
más hermoso que yo con su flotar
cadente y tan lleno de palabras de amor.
Por su culpa intenté dejarme barba
como el náufrago que desde la orilla
confía en ser mecido por las olas
confía en su papel esperanzado
y se duerme dulcemente soñando
su regreso.
El náufrago y su hermosa barba sueñan.
Y yo reconozco que sí, quise tener barba
y fracasé como un libro nunca abierto,
como un recuerdo mal inventado, una música olvidada.
Pero es que aquí dentro el tiempo no pasa
y así es imposible que algo crezca.
Pasaba el mensaje con su botella
y pasan las cosas que quiero ser
desde el vientre de la ballena.
Pasan flotando y cantando alegres
las cosas que van de la vida hacia la muerte
mis ojos las miran y me interrogan
como si yo tuviera
que darles permiso para salir a jugar
camino de la muerte.
Parece mentira que todavía
no me conozcan no sepan ya de memoria
mi cara vacía sin barba alguna
sin culpa alguna de que avergonzarme.
Si al menos tuviera barba o culpaa
seguramente escribiría algún mensaje hermoso
algún día
si al menos tuviera culpa buscaría un espejo
para mostrar la vergüenza a estos ojos.
Y algún día pasarían los días
como pasó el mensaje en la botella
con su amor y su barba
y su muerte mirando el horizonte.
xxxxxVI
Pero un día vino alguien de verdad.
Yo estaba flotando o buscando mi cabeza
cuando apareciste justo detrás de tus pasos
como hacen las personas de verdad.
Entonces quise hablar, abrir la boca
sólo para decirte cualquier cosa.
Fue hermoso verte ahí parada donde
tantos días solía yo encontrar pájaros
muertos falsas botellas sin mensaje.
Tuve mi oportunidad antes de que cruzaras
antes de que la esquina volviera a estar vacía.
Pero seamos serios:
desde dónde se puede hablar para decir qué
siendo quién.
Sí, a veces intento abrir la boca
con poca fe, por ver salir algunas palabras;
sólo por verlas decir algo tal vez de algo
que pueda ser yo o cualquier otro pronombre:
tú podría servir, aunque ya no estés.
Seamos serios podría haberte dicho
resignémonos juntos, podría haberte dicho,
a ver cómo me traviesan los coches
estos autobuses llenos de rostros
las palomas también y algunos peces
suavemente pasan por este cuerpo
que mira una esquina ahora vacía,
llena de lo que en el silencio es verdad.
xxxxxVII
Si al menos hubiera llovido
una de esas lluvias de asfalto mojado
de farolas amarillas tristeza
en serie, recuerdos de infancia.
Oh, amor mío cogido de mi mano
mi alma de lluvia mi amor tanto habría hablado
y entonces tú habrías cogido esta mano
mientras en la esquina ahora vacía
mi boca se abría y decía Amor Mío.
Si al menos la niebla hubiera envuelto este mundo
yo habría sido un hombre en la niebla y tú me estarías esperando.
Si cualquier fenómeno meteorológico pudiera
eficazmente sustituir al alma.
Oh mi alma de lluvia mi amor tanto hablaría, mi alma de niebla
tendría hasta infancia hasta manos para acariciar las tuyas
para engañar un poco el silencio de esta esquina.
xxxxxVIII
Los ascensores transportan lo que me falta de alma.
He encontrado cosas, he recorrido el vientre oscuro
lejanamente escuchando y aquí cerca respirando pero
debería haberlo sabido antes como doblando una esquina oscura
como viendo claramente la escena clave
que contiene luces y un nombre que todo lo resuelve.
Todo el tiempo estuvieron murmurando mis silencios
subiendo y bajando como una marea falsa de lo que soy.
Lo que me falta de día lo descubrí de noche,
mirando mis pies que escuchaban el ascenso y
descenso interminable.
Todo el mundo lo escuchaba menos yo
mis oídos lo escuchaban y yo respiraba demasiado para
oírlos.
Los ascensores eran columnas de verdad y yo estaba
atento a tus mentiras, tus fríos pies, tus pies pequeños,
mi infancia mojada,olvidadas músicas.
Como doblando una esquina oscura,
como un espejo de repente en un pasillo
que no lleva a ninguna parte.
Sánchez Aguilar, Diego. Desde el vientre de la ballena. Murcia; Los cuadernos portátiles, 2001.
NACIONALIZADO BONOBO
Hace nada ha publicado la cartagenera editorial Balduque, en su colección B49, el primer libro de Hugo Cano Fernández, un libro que lleva por título ‘Nacionalizado bonobo’.
El libro está acompañado de un texto del escritor Diego Sánchez Aguilar en el que se puede leer:
«Se dice que el mono bonobo es capaz de manifestar altruismo, compasión, empatía, amabilidad, paciencia y sensibilidad. Nacionalizarse bonobo resultaría la única salida digna para el hombre, que habita un mundo que Hugo Cano describe como un infierno en el que la esperanza se abandona ya desde los primeros versos. El libro comienza con un hombre tirando de la anilla de una granada en una sucursal bancaria. Y esa explosión suicida con la que el poeta dinamita cualquier esperanza para nuestra especie y nuestra sociedad sigue resonando en cada una de las páginas del libro.
Con un estilo y un tono que van desde el Romanticismo social y nocturno de Espronceda hasta la perversión baudeleriana y la oscuridad carnal de Leopoldo María Panero, Hugo Cano nos golpea sin piedad retratando una sociedad cuya crisis económica encubre en realidad una crisis moral para la que no hay salida y un mundo en el que el único amor posible es la necrofilia, la búsqueda del placer negando al otro.
Nacionalizado bonobo es el primer libro de un jovencísimo poeta que se expresa con originalidad, al margen de tendencias y modas, y que nos regala toda la fuerza de su ingenuidad perdida y añorada todavía.»
Y aquí tienen algunos poemas del libro.
UN hombre se encuentra sentado
En la sala de espera de un banco
Con una granada de fragmentación entre las manos
Ya ha tirado de la anilla
Sólo quedan tres segundos
La gente huye de esta OPA hostil
Sin saber que sus acciones ya no valen nada
Los cajeros recurren al mercado sumergido
Sin saber que los mostradores no pararán la metralla
La bolsa va a bajar
Pero al hombre no le importa
CUANDO el calambre encarnado
Resbaló por las piernas
Dela pequeña niña judía
Ella subió al monte sagrado
E imprecó a Dios enfurecida
¡Ahora préñame viejo bastardo
Si es cierto que me creaste
Para joderme la vida!
UN cigarro después de un trabajo bien hecho
El humo empieza a juguetear con sus cabellos rubios
La nicotina y el alquitrán inundan sus pulmones
Y un pequeño síntoma de orgasmo aflora en sus ojos azules
El humo encuentra otro compañero de juego
En aquel que brota del cañón del subfusil
Las manchas de sangre empiezan a secarse sobre su ropa
Marcando a la asesina sin que a ella le importe lo más mínimo
Ya está cansada de tanto criajo estúpido que quiere jugar a ser nazi
Harta de tanto insulto vacío tan sólo para meterle mano
Decide abandonar al gilipollas de la cabeza reventada
No sin antes regalarle una última patada en las costillas
Como un último beso de amor
NO hay cielo en las palabras de mármol
Ni en los ángeles cadavéricos
Tampoco en este hombrecillo estéril
Que han puesto de sepulturero
Pica, silba y llora
Pica, silba y llora
Se interna en un hoyo eterno
Donde va a buscar lo que añora
¡Toc, toc! ¿Quién es?
Una joven bastante bella
Hace tiempo que el aire
No empuja sus senos al amor
Y entre sus piernas ya no reluce
Un cohibido y húmedo calor
Del que disfrutaron muchos otros
Antes del enterrador
No hay besos en una boca
Que soporta todo el peso de la sobredosis
Que ya acabó con su nariz en vida
No hay caricias sino tirones
Al quitarle la ropa
Luchando contra el rigor mortis
No hay testigos del romance
Entre la prostituta y el enterrador
Este pequeño hombrecillo estéril
Que ya no silba, pero sí llora
Mientras se interna en el hoyo eterno
Buscando comprensión
JUEVES por la noche
Hay que rellenar un expediente
Que certifique que otra maldita yonqui
La ha palmado al inyectarse demasiada felicidad en vena
El ayudante la ha desnudado por protocolo antes de irse
Y el forense se encuentra solo en medio de un silencio hiriente
Pasa sus dedos por lo que un día fue un antebrazo
Llega a su hombro y no se detiene
Acaricia sus senos fríos y excita su sexo inerte
Disfruta de unas formas que ya jamás pasarán de ser púberes
Llega a su cara y se detiene
Y este viejo médico, que podría ser usted o yo, la besa
La besa porque en el fondo la ama
Porque ama esta juventud suicida y funesta
Cano Fernández, Hugo. Nacionalizado Bonobo. Cartagena; Ed. Balduque, 2016.
COMIDA DE EMPRESA
xxJosé Luis tiene una erección tremenda. Damián le ha susurrado que se fijara en Cristina, ¿qué Cristina?, la de tu izquierda, la nueva, mira, no lleva bragas. Mirando con disimulo hacia su izquierda, ha comprobado que, efectivamente, la fina tela de su vestido no transparenta marca alguna. Por un instante, el mundo a su alrededor, entendido como un conjunto coherente de imágenes y conceptos, desaparece. Lo sustituye un febril e imaginario torrente táctil, que mezcla esa caricia ajena de la tela sobre las nalgas desnudas de Cristina con la soñada caricia de sus propios dedos deslizándose bajo el vestido, sin encontrar ningún obstáculo entre la cara interior de sus muslos y el calor húmedo de ese coño desconocido.
xxJosé Luis tiene 39 años. Ahora mismo está borracho, además de erecto. La cantidad de alcohol que ha ingerido es la siguiente: dos cañas, tres copas de vino tinto, un chupito de licor de hierbas y un gintonic de Bombay Saphire. Su nivel de alcohol en sangre es de 0.45 gramos. A su derecha, en la larga mesa que el restaurante ha preparado para el grupo, se encuentra Damián, el subdirector de su oficina, con quien comparte afición por el golf. Esto lo convierte en su mejor amigo de la oficina, puesto que garantiza un tema de conversación cuando no tienen nada más que decirse. Es, además, el único compañero con el que ha quedado alguna vez fuera del trabajo, también a través de su común afición golfista. A su izquierda se sienta Cristina, que tal vez no lleva bragas. Cristina es una cajera con contrato de prácticas que lleva dos semanas en la sucursal y con la que apenas ha hablado. Nunca se había fijado en ella hasta esta noche, hasta que Damián la ha desnudado con su comentario susurrado como un pequeño demonio de dibujos animados flotando junto a su oído. Un pequeño demonio de halitosis y vapores de alcohol mal metabolizado.
xxJosé Luis ha planeado su situación en la mesa haciendo que parezca azarosa. Ha tomado las cañas previas en la barra con Damián, asegurándose de que este no se dispersara demasiado entre el resto de compañeros. Sobre todo, José Luis no quería acabar sentado al lado del Director, como le sucedió el año pasado. Esta vez no estaba dispuesto a soportar otra sesión de Intereconomía y La Gaceta. Le había salido bien la jugada: esta noche era Ignacio quien, como uno de esos perritos de juguete que antes se veían en los Simcas, en los Seat Ritmo, asentía mecánicamente junto al director, sin atreverse a levantar la mirada, jugueteando con las migas de pan junto a la servilleta arrugada, intercalando monosilábicas afirmaciones de coaccionada conformidad. Le dio un poco de pena Ignacio, pero no hizo nada para rescatarlo. Nadie lo rescató a él el año pasado.
xxEn el restaurante suena una canción que José Luis reconoce porque su hija de nueve años la canta en casa al compás de la música de su smartphone. Apenas puede oírse sobre el murmullo que se eleva desde las mesas del restaurante. Más que un murmullo, es una masa compacta y heterogénea a la vez, una densa nube de contaminación acústica que parece descender del techo y hace imposible que pueda escuchar lo que Cristina le está diciendo a Javier, sentado a la izquierda de esta. Desde su lado derecho, Damián le está contando cómo se la follaría, a Cristina, ahora mismo, ahí, en los aseos, y como ella disfrutaría de sus acometidas. José Luis le pide que baje la voz y levanta mucho las cejas para recalcar la cercanía de la aludida por tan grosero comentario. Sobre el mantel blanco hay una mancha de café que no puede dejar de mirar, un semicírculo perfecto. El aliento de Damián huele a ginebra o a colonia y le provoca un malestar en el estómago que se confunde con un miedo indeterminado en el que no indaga más. De la oreja izquierda de Damián sale una frondosa mata de pelo canoso como un pequeño jardín abandonado a su suerte. Ahora Cristina está riendo y él no sabe por qué. De repente le entran ganas de empujar a Damián, de tirarlo al suelo, de dejar de ver sus entradas ceñidas por hilos de grasiento pelo negro. José Luis se mete la mano en el bolsillo y encuentra su erección todavía ahí, tras el forro del bolsillo. Le pregunta a Damián si podrá jugar al golf la semana que viene. No puede, le tocan los niños. Hizo un cambio con su exmujer para poder venir a la comida. Piden otra ronda de gintonics. José Luis está a punto de preguntarle a Cristina si quiere algo, pero está completamente girada sobre su silla, dándole descaradamente la espalda, hablando sin cesar con Javier. Se queda mirando la curva de su espalda y la estrechez de su cintura. Calcula que debe de tener unos quince años menos que él. Le pregunta a Damián que cuántos años más o menos tendrá Cristina. Damián se ríe y bebe y luego clava sus ojos en el culo de Cristina sin ningún disimulo, inclinando su cuerpo sobre los codos apoyados en la mesa y girando su cabeza. José Luis mira a los demás compañeros con el temor de que se estén dando cuenta de la atenta observación lasciva de su amigo. Parece que solamente Ignacio puede haber notado algo. Pobre Ignacio, mataría por estar aquí mirándole el culo a Cristina. O tal vez no, es muy raro este Ignacio, siempre tan callado. Es el único de los veteranos, de los que están en la oficina desde que él llegó, con el que no tiene ninguna relación. Siempre solo. Llega, hace su trabajo y se va. Solamente interviene en las conversaciones sobre fútbol, y siempre haciendo unas precisiones técnicas que no interesan a nadie, que fastidian la conversación, en realidad. Es muy raro. A lo mejor es maricón. José Luis le pregunta a Damián si alguna vez ha pensado que Ignacio era maricón. Pues claro, más claro agua. Si vive con su madre. Pero le gusta el fútbol. Es verdad. Bueno, será para ver piernas. Pues claro. El ventanal del fondo del comedor se ha teñido de pronto de un color azul oscuro, como si el cielo pesara veinte toneladas y estuviera a punto de caer. José Luis siente ese peso en algún lugar indeterminado entre su erección y su esternón, y conlleva cierto grado leve de asfixia o de insuficiencia respiratoria. Mira su reloj. Las seis y cuarto. Llevan ya casi cuatro horas sentados en esa mesa. Mañana es Nochebuena. No quiere pensar en la cena de mañana. En sus silenciosos suegros, siempre fuera de lugar con su familia. En su madre llorando en la cocina, cómo se echa de menos en estas fechas a tu padre. El ventanal sigue oscureciéndose. Los coches empiezan a pasar con los faros encendidos. Mirar, desde ese lado de los ventanales, ese mundo silencioso y pesado de ahí fuera se parece a mirar una televisión sin voz en el rincón de un bar, en la que dan una película que reconocemos vagamente pero cuyo título hemos olvidado. Ignacio se ha levantado para ir al aseo. El Director aprovecha para llamar al camarero y pedir la cuenta. Cristóbal, otro de los históricos de la empresa, aprovecha para bromear. Paga la empresa, paga la empresa. Cristina lo mira y sonríe desde el fondo de la conversación con Javier, moviendo solo la cabeza hacia Cristóbal, dejando el cuerpo todavía girado hacia aquel, el culo ligeramente levantado para los ojos de José Luis, la semicircunferencia doble de sus nalgas sin bragas suspendida un centímetro sobre la madera de la silla. El Director se ríe, como hizo el año pasado, la crisis, la crisis, ya me gustaría, antes sí que eran cenas de empresa, pero ya se sabe, pero treinta por cabeza, treinta. José Luis pone cincuenta, Damián pone un billete de diez sobre el de cincuenta y le da uno de veinte a José Luis. El susurro de los billetes suena por un instante sobre las conversaciones que han hecho un paréntesis y la música que ha cesado como si pidiera respeto al sagrado momento del dinero. Damián dice que crisis los cojones, trece por ciento más de beneficio este año. José Luis asiente con cansancio. Tras el cristal todo es negro pese a las luces navideñas en las farolas. Un color negro recién nacido del azul oscuro, como el anuncio de una mala digestión.
xxEn la puerta del restaurante empieza la ronda de besos y despedidas. Se encienden los cigarros, me estaba fumando vivo. Mientras se despide de Ignacio, que murmura feliznavidad con la cabeza baja, sin mirar a los ojos, José Luis mira la cristalera y ve el interior del restaurante, los camareros recogiendo la mesa en la que hace un momento estaba él y estaba Cristina; los camareros de camisa blanca moviéndose como a cámara lenta bajo la luz blanca de los halógenos, cogiendo de tres en tres las copas que no hacen ningún ruido. Damián dice que la penúltima en el 21 ¿no? Lo dice junto a José Luis, pero elevando la voz con la intensidad suficiente para que Cristina pueda oírlo. José Luis piensa en el 21, en su interior oscuro, en su música atronadora e incomprensible para él, en toda la gente de su edad, separados o casados, alargando esa costumbre adolescente de reunirse en bares-de-marcha hasta más allá de toda caricatura y de repente un cansancio enorme le recorre las piernas convirtiéndolas en mantequilla. En su bolsillo ya no hay erección. Tiene frío. El sofá y una película, su mujer y su hija en pijama, se convierten en un paraíso cercano y accesible. Cristina pregunta qué es el 21. Damián responde eres demasiado joven, jovencita, es un sitio de gente bien, con categoría, hacen unos gintonics que no los has probado en otro sitio. José Luis dice el 21 es un coñazo y me voy a mi casa. Cristina lo agarra del brazo y le canta aquí no se va nadie, navidad, navidad… José Luis vuelve a sentir indicios de una erección. Cristina se ha puesto guantes de lana que han apretado su brazo izquierdo como el mordisco de un delicioso animal sin dientes. Una serpiente de peluche. José Luis mira la cara de Cristina, a unos centímetros de la suya, y se da cuenta de que la está viendo por primera vez. No es demasiado guapa, pero tiene la nariz roja y pequeña como en las comedias románticas americanas y en los ojos un brillo que su vida ha sepultado en un rincón casi inaccesible. Apenas le llega al hombro, y su pelo huele a pelo de chica, como olía antes el pelo de las chicas.
xxLos escaparates están llenos de nieve artificial en spray, de renos de peluche, de enormes ampliaciones de la estructura microscópica de un copo de nieve colgando de sedales que deberían ser invisibles. Los escaparates están llenos de productos que José Luis sabe que tiene que comprar entre hoy y mañana, por amor a sus familiares y seres queridos. El regalo de su mujer costará 100 euros, 70 el de la niña, 50 el de su madre, más o menos como el año pasado, a pesar de la bajada de sueldo.
xxEn los escaparates está también Cristina, un fantasma sin peso reflejado sobre todos los adornos y colores. Suelta el leve mordisco de su brazo y se detiene frente al escaparate de una tienda de ropa. Damián y Javier les alcanzan y bromean. Elige el que quieres y te lo regalo, dice Damián. Los Reyes son los padres, canturrea Javier. José Luis sugiere avanzar y buscar refugio, hace frío ¿es que no tenéis frío, joder? Cristina ya no se agarra a su brazo cuando vuelven a caminar. Javier se ha situado al lado de Cristina y le ha preguntado algo que José Luis no ha podido oír. Damián pasa la mano sobre el hombro de José Luis. Esta noche triunfas, cabrón, he visto cómo te cogía el brazo, y luego vas de mosquita muerta. José Luis sonríe. No quería sonreír. Se ha convertido en un niño pequeño sofocado de vanidad y de vapores de ginebra. Vamos. Aprieta el paso. Pero si es una cría. Aparenta buen humor. Está de buen humor. La cabeza le da vueltas, ligera, agradablemente. La gente que se cruza con ellos lleva la cara tapada con bufandas. Parecen pequeños. El tiempo cuenta para todos. Nunca volverás a ver esas caras. Estás solo en medio del tiempo y eso está bien. Es agradable caminar dentro del frío, deslizarse bajo las luces con que el Ayuntamiento ha adornado las calles, el gasto, el gasto. Dentro de su largo abrigo lleno de parches de colores, Cristina también se desliza junto a Javier. El guante de Cristina agarra el brazo derecho de Javier. José Luis siente de nuevo el mordisco leve y punzante de la serpiente, aunque no sea su brazo el elegido, como en un brazo amputado. Ella se da la vuelta y les sonríe, les pregunta si hay que girar ya. Damián imita la voz de un GPS. En la próxima intersección gire a la derecha. Se ríe. Se ríen.
xxDamián coge del brazo a José Luis. No una serpiente de peluche: un profesor que te va a hablar de tu futuro, un compañerismo obligatorio. Vamos al aseo. Esta noche lo petamos. Saca una bolsita con cocaína. José Luis lo había sabido desde que le agarró del brazo. Igual que el año pasado. José Luis piensa que no son tan amigos. En realidad no son amigos. Los únicos amigos son los que se hicieron en la adolescencia, luego todo es pereza, cálculo y compromiso. José Luis no quiere meterse la raya. No quiere la ansiedad, el insomnio, las arritmias. Hace ya muchos años que dejó de tomar drogas, por pura pereza, en definitiva. Desde la Universidad. Entonces sí, de todo, pero con sus amigos a los que ya casi no ve. Con ellos era divertido y era un verano largo en el que siempre está a punto de amanecer. Ahora, en este mismo instante, le apena haber dejado prácticamente de ver a sus amigos. Casi nunca le importa. Qué fácil fue perderlos. El aseo huele profundamente a orina por encima y por debajo del perfume de los ambientadores. Nadie mea dentro de la taza más de un 60% de lo que sale de sus penes fláccidos y ebrios. Damián se apoya en el borde del lavabo y prepara las rayas. La música, dentro del aseo, suena amortiguada y mucho más grave, revelando así una falsedad esencial que el volumen atronador trataba de encubrir. José Luis sabe que se meterá la raya porque no sabe decir que no. Porque Damián le da un poco de pena. Porque no sabe decir que no. Porque Damián le sonríe exageradamente haciendo muecas con todos sus músculos faciales y le considera su amigo. Porque la primera vez que quedó con él fuera del trabajo, José Luis lo admiró como a un hermano mayor y pensó que serían grandes amigos. Porque no sabe decir que no. Porque Damián sigue pensando que José Luis es su amigo débil al que él debe enseñar a divertirse. Porque José Luis, para impresionarlo aquella primera vez, le contó todas las drogas que había tomado. Porque se siente culpable. Porque sabe que Damián está muy solo desde el divorcio, y no quiere la responsabilidad y el esfuerzo de ser su mejor amigo. Porque está mirando a Damián y sintiendo un poco de asco. Joder, qué buena es. Ya verás. Se le duerme el paladar. La saliva se llena del sabor de la Universidad. La luz es más brillante. Mira a Damián y su sonrisa que espera el veredicto, su sonrisa quétehabíadicho, su sonrisa somoslahostia. Mira a través de Damián y se da cuenta de repente de que está buscando lugares en el aseo en los que podría follarse a Cristina, levantar ese vestido sin bragas. Porque se siente culpable, pregunta a Damián si cree que Cristina llevará el coño rasurado. Pues claro que sí, José Luis, joder, qué pardillo eres. Todas las de menos de treinta se lo afeitan. Te lo digo yo. La camaradería masculina. Qué bonita es, en los aseos de los bares de cuarentones. José Luis piensa en el tacto del coño depilado de Cristina bajo su lengua y vuelve a notar la erección. La luz no deja de subir de intensidad. Los músculos de la mandíbula hacen movimientos extraños que no sabe si se notarán desde fuera. En el espejo están los dos reflejados, José Luis y Damián, se miran, se pasan los brazos por encima de los hombros, como si posaran para una foto hecha desde el otro lado del espejo. Se ríen.
xxLa música le golpea en la base del cráneo y en la médula, como si tuviera los ojos cerrados. El bar está oscuro y lleno de cabezas y cuerpos que obedecen a movimientos regidos por una lógica sin instrucciones de uso. José Luis ve a Cristina y a Javier apoyados en la barra. Llega hasta ellos atravesando un mar de rostros semiconocidos. Abogados, funcionarios, maestras, empleados de bancos, médicos de ciudad pequeña antes de nochebuena, bocas que dicen cosas que no puede escuchar. Bocas que quieren estar en sexos de otras personas y que están ahora hablando entre hilos que se cruzan y que él rompe al pasar. Historias de divorcios y custodias. De regalos y de cunas. De maxicosis y pádel. De colegios concertados. De golf. De crisis. De corrupción. De dinero. De fútbol. Nadie habla de sexo. José Luis no mira hacia atrás. No quiere saber si Damián le está siguiendo o no. Desea que no. Cristina ha mirado de lado, mientras habla con Javier. Le ha mirado a los ojos y, girando un poco su cuerpo, crea un espacio para su llegada, un espacio virtual con su nombre, hacia el que se dirige rápidamente. La música sigue percutiendo en órganos que no están hechos para recibir sonidos. José Luis se convierte en una sonrisa y un gintonic. José Luis se convierte en una vida que entra en el espacio de Cristina-Javier como una gaviota cayendo en picado sobre la superficie del mar. Debajo del mar todo está oscuro y brillan las pequeñísimas manos sin guantes de Cristina. Debajo del mar, el tiempo no tiene límites sino corrientes, y todas van hacia alguna parte, todas se pierden en lejanías musicales de sirenas. José Luis no quiere sacar la cabeza. Quiere entrar en todas las corrientes. Quiere entrar en la corriente de Cristina, en los ojos de Cristina, que le miran. En la boca de Cristina, que le dice algo que no escucha. Y acerca su cara a la de ella para oler sus palabras y le roza la mejilla. José Luis tiene problemas con el equilibrio y la verticalidad. Debajo del mar, el suelo se mueve demasiado. José Luis encuentra un taburete y se sienta. Cristina está delante, de pie. Pequeña y borracha. Damián se ha encontrado con una divorciada con la que se acuesta cuando ni uno ni la otra tienen algo mejor que hacer. Javier está saludando a un antiguo compañero de la facultad de Económicas. Ríen. Todos ríen. Cristina está contando una historia y también se tambalea, como una sirena al borde de una roca. La boca de Cristina se mueve y José Luis solo escucha la música y es feliz. Debajo del mar, no hay nochebuena ni mañana ni navidad; no hay hogar sino fluidos. Cristina es pequeña y agarra el vaso de tubo lleno de ron cola con las dos manos, como si fuera lo único que la mantiene de pie. José Luis consigue escuchar a Cristina: le está contando aalgo sobre profesores de la facultad. José Luis tiene anécdotas de probada eficacia sobre cada uno de los nombres que ella va dejando caer, y encuentra gran placer en volver a contarlas a alguien que nunca las ha escuchado y las celebra con carcajadas que hacen peligrar el contenido de su copa. La camarera mira con desgana cuando Cristina suelta la carcajada; levanta la vista de su móvil un instante y vuelve a teclear. La camarera lleva un gorro de Santa Claus y una chaqueta roja y blanca que deja ver su ombligo. Cristina se tambalea con la última carcajada, se recupera, pero refuerza su verticalidad bípeda con un apoyo inesperado. Su pubis descansa ahora sobre la rodilla derecha de José Luis, que sigue sentado en el taburete. José Luis siente todo el peso de Cristina sobre su rodilla. Todo el leve peso de ese pequeño cuerpo concentrado en el centro de su pubis y transmitido en ondas y corrientes marinas desde su rodilla hasta el resto de su cuerpo. Entre su rodilla y el pubis rasurado de Cristina solo una fina tela manufacturada en China para una multinacional textil. Las manos de las obreras explotadas a miles de kilómetros de aquí nunca supieron que toda la energía del mundo, que todas las corrientes de la realidad, pasarían por esos centímetros de tela cosidos en algún minuto indistinto dentro de su infinita jornada laboral. José Luis siente ahora la erección con toda la fuerza añadida de la dilatación vascular de la cocaína. La sonrisa de Cristina cae cada vez más del lado del alcohol y la languidez. Se mece sobre las palabras y la música. Aprieta su cuerpo contra la rodilla como una niña que o sabe masturbarse todavía. A través de la ruda tela vaquera de su pantalón, procesada por las torpes y ciegas terminaciones nerviosas de su rodilla, José Luis puede sentir la mayor suavidad que nunca hubiera imaginado en un pubis femenino. Una duna cálida por la que deslizarse hacia dentro del mar. Cristina está ahora hablando del futuro. De la brevedad de la vida. Del sentido de las hipotecas. Está definitiva, filosóficamente, borracha. José Luis imagina con su rodilla el peso de ese cuerpo levantado por sus brazos. José Luis imagina ese peso cálido sentándose sobre su erección, encajando en su erección con un suspiro definitivo. Javier llega cantando, poniendo sus manos sobre el costado de Cristina, obligándola a una parodia de baile. El peso de Cristina desaparece de la rodilla de José Luis, dejando un frío y enorme vacío. Cristina le dice a Javier que necesita tomar el aire. Se van fuera. José Luis se queda sentado. Se toca la rodilla, sin pensar en nada. Está caliente. La camarera mira desde detrás de su barra como un dios burlón. La música vuelve a ser insoportable. Damián ha conseguido un gorro de Santa Claus. Ve su cabeza adornada pasear por el fondo de la sala. Está bailando como un cuarentón borracho, siendo rechazado con asco o con simpatía por todas las mujeres a las que acerca su alegría química y consentida por la empresa y el calendario laboral. José Luis se levanta. Se pone junto a Damián. Le quita el gorro y comienza un grotesco baile navideño con los dedos índices levantados mientras su cuerpo gira sobre sí mismo.
José Luis llega a casa intentando no hacer ruido. La cocaína ha desaparecido de su cerebro, pero no de su organismo, convertida ahora en erección priápica. Todo está en silencio. La niña duerme en su habitación. Ninguna luz se advierte en la rendija de la puerta tras la que duerme su mujer. Camina hacia la cocina sin encender ninguna luz salvo la que emana el interior de la nevera cuando la abre para beber varios vasos de agua fría. Se sienta a oscuras en el sofá del salón con una servilleta de papel en la mano. Se desabrocha el pantalón y, cerrando los ojos, intenta recuperar el tacto del pubis de Cristina. Su imaginación se esfuerza en recordar el baño del 21, a Cristina apoyada contra la pared de ese baño, a él levantando el vestido para encontrar su culo sin bragas. Quiere sentir la caricia de sus manos sobre esa piel que ha estado toda la noche junto a él. Pero las sensaciones se pierden. El rostro de Cristina se desvanece. No hay imagen fiel que pueda devolverle esa visión que nunca ha tenido de levantar el vestido y encontrar su coño como un manantial. Coge el iPad que está sobre la mesa baja de sofá. Abre Youporn. Busca rasuradas. Busca el vídeo protagonizado por la chica de cuerpo más leve. Las imágenes ginecológicas del miembro penetrando el coño inmaculado de la chica actúan de inmediato.
xxEn el momento del orgasmo, mientras preparaba la servilleta sobre su pecho para que la eyaculación cayera pulcramente dentro, le fue revelada la visión del rostro del placer de Cristina, claramente, como si fuera ella la actriz. Vio, como un relámpago, el gesto de Cristina, el que ella hubiera tenido si él la hubiera llevado al baño del 21 y se hubiera corrido en sus brazos. José Luis sintió, brevemente, un gran amor, un gran alivio. Luego se quitó los zapatos y, con el sigilo de los calcetines sobre el suelo de madera, tiró la servilleta en el cubo de la basura y se metió, completamente a oscuras, en su habitación. Su mujer no se despertó cuando él se metió en la cama por el otro lado, intentando no hundir el colchón, manteniéndose lo más lejos posible de su cuerpo, mirando fijamente el techo que era una mancha negra sobre un fondo negro.
Sánchez Aguilar, Diego. Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino. Cartagena; Ed. Balduque, 2016.
SÁBADOS DE LITERATURA Y MÚSICA
Qué maravilla lo del sábado pasado. Ojalá la mitad fueran así.
Todo comenzó a las 8 de la tarde, con la presentación de ‘Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino’, el libro de relatos que la editorial Balduque le ha publicado a Diego Sánchez Aguilar. La presentación, que corrió a cargo de José Óscar López fue magnífica, sencilla, incidiendo en los temas más esenciales de los relatos del libro y con dosis perfectas de humor y seriedad.
Y después, a ver a Patricia Lázaro. Y a alucinar en el concierto más multitudinario de los que ha dado en Murcia, disfrutando con lo que está creciendo en sus letras y en sus composiciones, y en cómo se mueve encima del escenario. Y después lo de siempre, unas cervezas y unas conversaciones impagables.
HOY ES UNO DE ESOS DÍAS QUE MOLAN
ANIMALES ENTRE ANIMALES
GUADALUPE GRANDE
GATAS PARIENDO
Así escuchas las cosas de tu vida como el maullido de un gato al fondo del jardín
Te despiertas de madrugada y oyes al fondo muy al fondo ese remoto maullido de gato recién nacido
Y un verano y luego otro y otro más hasta llegar a esta noche
xxal fondo del jardín al fondo
Así escuchas las cosas de tu vida así escuchas las cosas del mundo a oscuras de noche palpando el susto de no entender o el de no querer hacerlo
y ese gato no para de maullar y es una pequeña herida no sabes de qué no sabes de quién pero ahí está insistiendo clamando de hambre y noche al borde del peligro al borde del abismo al borde del jardín Un coche un faro
luego nada
Y continuarán los maullidos más obcecados que tú y si no al tiempo al próximo verano hasta la próxima canícula sonido desvalido como una onomatopeya tan poco lírica que no la puedes escribir
Qué pensaría nadie y quién es nadie al leer esa onomatopeya tan líricamente escrita tan ridículamente sonora tan de viñeta de posguerra
pero suena cada noche
y tú para bordear la herida dices que así empezó todo cono una onomatopeya con un sonido tan innombrable como ahora el insistente maullido del gato recién nacido convocándote a dónde pidiéndote qué
O quizá algo peor tal vez nada te convoque y tan solo te despiertas en medio de la noche para ser el precario testigo que no puede traducir una onomatopeya Eso te dices para bordear la herida
Escuchas el maullido del gato Has visto un hombre sin brazos al borde de la limosna has rozado la pierna perdida del animal en el pantalón doblado sobre el muslo has comprendido que la muerte es un ramo de rosas de plástico atado a un farol
y te has preguntado qué palabra no es una onomatopeya indescifrable, una persecución en la sombra
Un verano y otro al fondo de la vida al fondo del jardín al fondo del sonido
Y las gatas siguen pariendo sin parar y paren onomatopeyas que al fondo del jardín resuenan como las tablas de la ley
DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR
PERRO, CADENA Y ESTACA (πr2)
El perro del almacén de palés
ladra cuando pasas frente a la valla.
Es un mastín que ladra desde el suelo,
tumbado bajo el sol,
muy cerca de su estaca.
No hay fiereza
en esa voz que lanza para nadie.
No hay alarma
en la profunda trinchera de sus ojos.
Hay campos en barbecho, y ráfagas de tierra.
Hay un calor de trigo y espejismo.
Hay noches, que no has visto ni verás,
donde a cada ladrido
responderá el inservible brillo de una estrella.
Que esto quede claro:
las estrellas no parecen ojos,
ni de divinos jueces son testigos.
Y también es inútil tu mirada.
Tú tienes una voz prestada, y él, un aullido sin respuesta.
Y estáis, los dos, muy dentro del silencio,
clavados en el centro de mil hectáreas de silencio y vallas.
Y sin embargo, calculas, como humano y racional,
la distancia entre el perro y la estaca.
Necesitas ese número que alguien dijo una vez
en el mostrador de una ferretería:
déme cuatro metros de cadena.
Recuerdas, porque eres descendiente de los griegos,
la fórmula del área de la circunferencia.
Pi por el radio al cuadrado.
Luego el perro, dada la longitud de la cadena, que es el radio,
tiene una superficie vital de 16pi metros cuadrados.
El perro del almacén de palés
ladra mientras calculas delante de esta valla.
Sigue ladrando sin rabia, sin voz,
desde una circunferencia real e imaginaria,
y tú quieres seguir inundando de números el desierto.
Calcular ahora los años, cuánto tiempo
lleva el perro ladrando desde 16pi metros cuadrados;
para multiplicar por 365 y por 24 y por 60,
y hallar la inabarcable cifra del dolor que va sumando ese ladrido,
y luego seguir multiplicando hasta dejar de ser humano,
hasta que los números se ovillen de cansancio.
Te gustaría saber, porque perteneces a la gran cadena humana,
que parcela, calcula y progresa,
si preferirá el mastín girar en el sentido de las agujas del reloj o en el contrario.
Pero también sabes que no importa:
El sentido de las agujas es siempre clavarse en el tiempo y la conciencia.
Lo que sabes, tras los números, es esto:
el ladrido del perro es una bóveda cansada
bajo la que se resuelven, con indiferencia,
viejas controversias de geometría, de alquimia,
del alma de los indios, las mujeres,
los perros, los ángeles y demonios,
así como la historia del hombre en estos campos.
Donde tú eres el eslabón,
e innecesario.
Te gustaría pensarte bajo el sol como una estaca.
Y que sean tus ojos la cadena,
y el perro el dios donde termina el mundo.
El alcance de tu mirada pi metros cuadrados
es el círculo de lo humano, antes de que empiecen
a tensarse en tu lengua los ladridos.
Y también hay cosas que no quieres imaginar.
Porque eres humano,
heredero de una larga estirpe de cobardes.
Me refiero
al mostrador de la ferretería,
al sonido de las monedas, de las cadenas,
y al eco de la estaca
mientras era clavada en una tierra
que no era todavía el centro de ninguna circunferencia.
Me refiero,
sobre todo,
a la incondicional alegría del mastín,
una vez cada dos semanas,
cuando se abre la puerta de la valla.
VV. AA. Animales entre animales. Murcia; Ed. Raspabook, 2015.
DESPUÉS DE LA PRESENTACIÓN DE ‘LA IMAGEN Y SU SEMEJANZA’ DE JAVIER MORENO EN MURCIA
Como siempre: los que no estuvieron ayer en la presentación en Murcia del magnífico último libro de Javier Moreno no sabrán lo que se perdieron.
Los que estuvimos ayer disfrutamos de la presentación de ‘La imagen y su semejanza’ y de la conversación que mantuvieron el autor y Diego Sánchez Aguilar (uno de los mejores lectores de su obra, según el propio Javier Moreno).
Conocer la génesis, los estadios y el resultado final de este libro fue una gozada para los que estuvimos ayer en AB9.
Aquí tienen algunas fotos.
PRESENTACIÓN DE ‘LA IMAGEN Y SU SEMEJANZA’ EN MURCIA
Mañana se presenta en Murcia el nuevo libro de poesía de Javier Moreno, ‘La imagen y su semejanza’; libro que le ha publicado la editorial La Garúa, con una magnífica portada de Cristina Morano.
Si quieren tener motivos para ir a la presentación sólo tienen que leer esta disección que hace Diego Sánchez Aguilar.
OTOÑO DE 2013
Y aquí tienen algunos textos del número 14 del Manifiesto Azul.
ANDRÉS GARCÍA CERDÁN
ELLA SUEÑA CON NUBES
[Karmina Ramírez]
Ella sueña con nubes altas, sueña
con Joe Strummer, con Londres ardiendo,
con las noches del punk. Sueña que Joe
le regala un banjo y que pesa tanto
que no puede llevárselo a casa: se le cae
siempre. Despierta. Traza, con los trazos
de una niña, increíbles escaleras,
siluetas urbanas, muñecos apresados
en una habitación verde, ventanas
abiertas al vacío, chicas de pelo largo.
Sueña que toca el banjo con joe Strummer.
En las cristaleras de todas las tiendas viven
matriuskas y juguetes de segunda mano,
clicks muy antiguos. Sueña con Malta:
allí la esperan ejércitos de olas.
Bajo un cielo absolutamente azul,
con suavidad cruzado por dos o tres islas
blancas, la veo volar sobre esas olas
y comprarse un vestido transparente.
En secreto la oigo cantar una canción
para que no se acabe nunca el sueño.
Quiere despertar para siempre en brazos
de un guerrero de plástico irrompible.
JOAQUÍN PIQUERAS
ENSEÑAR A LOS CLÁSICOS
Y mostrando la mejor de sus sonrisas,
confesó la alumna de Filología Hispánica
a su profesor de Literatura:
-Si hay algo que humedece mis ojos
y hace palpitar mi cuidado hasta hundirme
en las entrañas de la tierra
es aprender literatura hincada de rodillas,
porque no hay, no existe placer
más grande que tu enhiesto
surtidor de sueños iniciándome
en el suculento sabor de los clásicos,
sentir a través de su plectro sabiamente meneado
a berceo tocándome la campanilla
con su alejandrino cesurado;
al Arcipreste templando mis cuerdas vocales,
al tiempo que susurra entre espasmos
«sírvela, no te canses, sirviendo el amor crece»;
a Manrique con sus ríos que van a dar a mi boca,
a se acabar e consumir;
a Fray Luis, enfurecido león cuando
frecuenta la escondida senda de mis labios;
a San Juan, hiriendo mi cuello,
dejándome despeinada y sin sentido;
a Garcilaso, que de sí mismo él se corre agora;
a Cervantes, Góngora, Lope, Quevedo,
cuatro glandes a mi lengua pegados,
¿y Calderón?, ay, infelice de mí,
apurar a todos los clásicos pretendo.
NOELIA ILLÁN CONESA
BILBO
xxxxxxxxxxxxxxxxxContigo he descubierto
xxxxxxxxxxxxxxxxxque soy un tipo débil.
xxxxxxxxxxxxxxxxxCarlos Ann
Imagíname borracha por esas calles,
con un vaso apurado en la mano,
buscando el taxi que me lleve al hotel
porque no recuerdo el camino de vuelta.
Imagíname con el pantalón a medio abrochar,
con el rímel esparcido y tecleando el móvil a tientas
para mandarte un mensaje.
Imagíname así,
perdida en la ciudad de las siete calles,
entre Sondica y Zamudio,
testigo del libertinaje más obsceno que puedas,
con los ojos abiertos al júbilo
y la palabra certera de una noche poética.
Y ahora, cuando tengas esa imagen clara,
nítida,
imagínate tú ahí,
inmerso en la noche norteña,
camino del hotel de mala muerte,
militante de mi cuerpo luego,
si encontramos, claro, un taxi de vuelta.
DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR
HIDROCARBUROS
Tenía ganas de pasear. no podía soportar otra noche frente al televisor. Ese parloteo estridente de películas donde hombres y mujeres se afanan en tramas sin sentido. Qué tenían ellos que ver conmigo. Qué tenía yo que ver con sus amores, sus celos, sus crímenes avariciosos. Desde pequeño me ha pasado. No sentirme parte de este mundo, ver a todas las personas como a través de un grueso cristal; observar cómo, desde su mundo extraño y luminoso, etéreo, mueven sus labios, gesticulan.
El ascensor abrió sus puertas en medio del silencio del edificio. Todos los vecinos estaban encerrados en sus cuevas a esta hora, tras sus puertas con mirilla. Entré en la cápsula, dentro de su zumbido y su luz reveladora. La luz del ascensor sabe exactamente quién soy, lo susurra en un zumbido apenas audible. Fue una inmersión larga; tuve tiempo de pensar. No pensé nada salvo en mi respiración simétrica. Por fin se abrieron las puertas y salí a la madrugada.
Las calles estaban desiertas. Los semáforos vigilaban un tráfico fantasma, invisible, que recorría en silencio el asfalto más negro de la ciudad, respetando estrictamente el sincronizado ritmo rojo y verde de las luces. Seguí caminando y desaparecieron las calles. Luego pasé el río, los caminos de la huerta y los ladridos de los perros sondeando las constelaciones, hasta que ya no se veían más que algunas luces lejanas. Era una noche húmeda, costaba respirar ese aire mojado. Los pies se hundían en una especie de fango suave y viscoso.
Cuando mis piernas se cansaron de luchar contra la porosidad del fondo, decidí tumbarme. Encendí un cigarro y, bajo la luz del mechero, la noche se hizo tan alta que me aplastó como a un luminoso pez abisal. A varios miles de metros sobre la brasa de mi cigarrillo, el viento peinaba la superficie del mar.
A mi lado, otros esqueletos blanqueados por la noche y el tiempo reposaban en el fondo, con sus espinas y sus cabezas sin ojos y los pequeños dientes afilados de sus bocas. Mi espalda empezaba a ser engullida por el limo. No puedo expresar con palabras la infinita alegría que me inundó cuando me imaginé en una fosa oleaginosa de hidrocarburos, descomponiéndome entre el carbono inmortal de ballenas, de dinosaurios, de otros peces abisales que encendieron sus lucecitas hace milenios y que serán extraídos junto a mis restos negros y serán luego convertidos en gasolina, que moverá los coches que, allá arriba, empiezan ya a circular, un poco antes de que amanezca.
NATXO VIDAL
LOLITA
Hay cosas que no puedes decirle nunca a tu mujer. Dicen. Por ejemplo me gustan tus cartucheras. Aunque sea cierto. O esa papada me pone como loco. Aunque te ponga. O desde que estás más rellenita me gusta más cogerte. Aunque te guste. Hay cosas que no puedes decirle nunca a tu mujer. Yo estaba a punto de decirle una. Escuché cómo metía el coche en el garaje, cómo, con el motor apagado ya, dejaba terminar la canción que estaba escuchando y cómo, apenas un minuto después, apagaba el equipo, bajaba del coche, cerraba la puerta y subía las escaleras, con ese ruido de tacones que, últimamente, yo ya no soportaba. Luego abrió la puerta que unía la cocina con el garaje, dejó las llaves dentro del frutero, colgó la chaqueta de la percha y se quitó los zapatos. Hay cosas que no debes decirle nunca a tu mujer. Aunque sean ciertas. Aquella tarde, además, todo apuntaba a que su estado no era el idóneo para encajar según qué cosas. Alerta de fuego. Nivel rojo. En realidad, su estado nunca era óptimo para encajar según qué cosas, para ser rigurosos. Concretamente, nunca lo era desde que atravesamos la barrera de los diez años de casados. Pero aquel día, especialmente, entró en el garaje con el volumen demasiado alto, tardó en cerrar la puerta demasiado tiempo, subió las escaleras a un ritmo demasiado lento, lanzó las llaves dentro del frutero demasiado fuerte, colgó al ropa en una percha demasiado alta y comenzó a quitarse los zapatos demasiado tarde. Demasiados presagios. Me gustan tus cartucheras. Esa papada me pone como loco. Desde que estás más rellenita me gusta más cogerte. Dime que has hecho algo interesante, me dijo. Yo la miré como miran los niños a la noria, sin saber muy bien dónde mirar, exactamente. He sacado Lolita de la biblioteca. Me gustan tus cartucheras. Esa papada me pone como loco. Desde que estás más rellenita me gusta más cogerte. He sacado Lolita de la biblioteca. Si tu vida sexual no es satisfactoria no debes decirle a tu mujer que has sacado Lolita de la biblioteca. Yo la miraba sin mirarla. Dime qué has hecho tú, cariño. ¿Lolita? Puedes llamarla Lo, si quieres. O Dolores. Estás enfermo. ¿Enfermo? ¿Por sacar un libro de la biblioteca? No. Por sacar un libro de la biblioteca no. Por sacar un libro de la biblioteca donde un cuarentón como tú se lo monta con una niña de doce años y un metro y medio de estatura. Debo reconocer que lo del metro y medio de estatura me sorprendió. Muchas de nuestras amigas no miden mucho más de metro y medio de estatura y no creo que por eso sus maridos, goteando deseo por ellas, sean unos enfermos, como tú dices. Lo de los doce años, vale. Aunque en España las relaciones sexuales consentidas con adultos son legales desde los trece años. Las mujeres de nuestros amigos no tienen doce años. Lo de los doce años, vale. Ya te lo he dicho. Pero no entiendo lo del metro y medio de estatura. Estás enfermo. ¿Enfermo? ¿Y todos estos que han sacado el libro antes que yo? (le enseñaba la hoja pegada a la solapa donde se registran los préstamos del libro) ¿También están enfermos? También. Peri so no los conoces. Me da igual. Enfermos. La gente sólo quiere leer, ¿lo entiendes? Enfermos. Nadie quiere montárselo de verdad con una doceañera de metro y medio por leerse un libro. No seas exagerada. Me gustan tus cartucheras. ¿Y cómo se te ha ocurrido? ¿Has salido a la calle, esta mañana, y has pensado voy a sacar Lolita de la biblioteca? Imbécil. Y a partir de ese momento hizo hacia atrás todo lo que antes había hecho hacia delante. Volvió a ponerse los zapatos, descolgó la chaqueta de la percha, cogió las llaves de dentro del frutero, abrió la puerta que unía la cocina con el garaje, bajó las escaleras con ese ruido de tacones que, últimamente, yo ya no soportaba, subió al coche, puso la música a todo volumen y se fue. Y yo me quedé a solas con Lolita. Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita. Hacía tiempo que la sangre no se me agolpaba en la entrepierna tan deprisa. Me gustan tus cartucheras. Esa papada me pone como loco. Seguro que lo has hecho por motivos literarios. Imbécil.
MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO
NOCHE DE FIESTA
Sales algo mareado de la fiesta. Apenas logras tenerte en pie. Un regusto amargo recorre tu garganta y casi no puedes contener el vómito. Necesitas aire. Juras no volver a meterte esa mierda. Son las cuatro de la mañana y no hay un alma en las calles. Tampoco hay nada en tus bolsillos. La opción del taxi queda descartada. pero no importa. Son cuarenta minutos. No es tanto. Además, te viene bien andar. Quizá así logres despejarte un poco por el camino. Sólo debes tener cuidado. Como siempre lo has tenido. Cuidado y ya está. Evita el callejón. Y ya está. Hay que rodearlo. Es más largo así, es verdad. Se tarda más. Pero es mejor ser cuidadoso. Sin embargo, esta noche te sientes diferente. Esta noche eres valiente. Esta noche no tienes miedo. Qué puede pasar. Es sólo un callejón. Oscuro y estrecho, sí. Pero un callejón al fin y al cabo. Así que decides atravesarlo. Se escucha un murmullo a lo lejos. Deberías alejarte. Pero esta noche eres valiente y sigues caminando. Entonces ves la escena: cinco adolescentes acorralan a un mendigo al final del callejón, justo debajo de una farola. En silencio, observas cómo se ríen de él, lo tiran al suelo y comienzan a darle patadas y puñetazos. Todos a la vez, sin ningún tipo de orden. Violencia en estado puro. Percibes los golpes secos y se te revuelve el estómago. El vómito agrio casi vuelve a subir por tu garganta. Y entonces te quedas paralizado. Odias la injusticia, no toleras lo que está ocurriendo. Pero ahora no sabes qué hacer ni cómo actuar. Así que intentas pasar desapercibido y volver por donde has venido. En ese momento uno de los jóvenes se da cuenta de tu presencia y te grita algo en un idioma que no entiendes. Es rumano, piensas. Luego, todos te miran y comienzan a reírse de ti. no te persiguen, ni te vuelven a gritar, sólo se ríen. Te hacen gestos y se ríen. Y eso es lo que te descoloca. Y sin saber exactamente por qué, comienzas a correr hacia los jóvenes lleno de rabia, con la cara desencajada y con los puños en alto. Pero cuando llegas a su altura, en lugar de abalanzarte sobre alguno de ellos, gritas algo cuyo significado ni siquiera tú puedes entender y golpeas con toda tu fuerza al mendigo, que emite un alarido que se te clava en los oídos. Entonces, sin pensarlo demasiado, comienzas a darle patadas en el estómago con tal intensidad y violencia que los jóvenes se asustan y salen corriendo. El hombre llora y pide clemencia. Tú quieres parar. Por supuesto que quieres parar. Pero hay algo dentro de ti que no te deja frenar. Esta noche eres valiente. Esta noche es diferente. El indigente consigue evitar una patada y te mira fijamente a los ojos implorando piedad. Y es en ese instante cuando descubres que su rostro te es familiar. Demasiado familiar, piensas. Ves en él los ojos de tu padre. Tu padre anciano, que lleva varios años desaparecido. Te estremeces por completo. ¿Es posible que este mendigo sea el hombre que tanto tiempo has estado buscando? ¿Es ése tu padre? Y la formulación de esta pregunta te hace pegarle aún con más fuerza. Le pisoteas la cabeza una y otra vez hasta que consigues desfigurarle el rostro, hasta que la sangre salpica tus pantalones. Sin embargo, cuanto más le desfiguras el rostro, cuanto más fuerza ejerces con tus pies sobre su cráneo, más se parece a ti. Y su rostro se convierte en un espejo. Un espejo en el que te ves reflejado y que acaba poseyéndote. El rostro eres tú. Quizá por eso poco a poco comienzas a sentir un tremendo dolor en el costado y en la cabeza. Y entonces te detienes súbitamente. Pero el dolor, en lugar de aminorar, se hace más fuerte. Y la única solución para paliarlo parece seguir pegándole, haciéndote un daño terrible, sintiendo su dolor en todos los rincones de tu cuerpo. Hasta la extenuación. hasta extraviarte por completo. Hasta no saber dónde acaba él y comienzas tú. Hasta perder el sentido.
No sabes el tiempo que dura esta locura. Pero ahora, al salir el sol, te sorprendes dando puntapiés a una pared, con los zapatos rotos, los pies llenos de sangre, y una masa de personas mirando fijamente hacia el lugar en el que estás. Te vuelves hacia ellos y preguntas por el indigente. Nadie te contesta. Algunos dejan caer unas monedas cerca de ti.
PRESENTACIÓN DEL FANZINE ‘ABISAL’
Ayer tarde se presentaba públicamente en Murcia el fanzine ‘Abisal’ en El duende del parque.
Con alrededor de 70 personas (algunas se tuvieron que quedar fuera del local), las dos encargadas del fanzine fueron dando paso a cada uno de los poetas que leyeron sus versos en la puesta de largo de este nuevo fanzine.
Entre otros, estuvieron leyendo José Óscar López (que leyó fragmentos de su ‘Vigilia del asesino’), Diego Sánchez Aguilar (que leyó su magnífico ‘Idioteque’) y Manuel Torres (probablemente, de lo mejor que se escuchó).
Y aquí tienen uno de los poemas que leyó Manuel Torres:
DE LOS ELEATAS, siglo V a. J.C.
I
son días en que el prodigio
camina unos pasos
xxxxxxxxxxxxxxxxxdelante tuya
como una fisura en el vacío
días en que una gota de agua
puede devanarte la cabeza
en dos partes
diferentes
idénticas
simetrías
con que el universo reemplaza
su herencia
como fantasmas siderales
como supernovas en el día de su nacimiento
en estos días
según dicen
precisamos para poder sobrevivir
de 30 kilómetros
tan solo
18 millas
arriba o abajo
para poder sobrevivir
un vacío
tan preciso
tan bien delimitado
¿nos hace eso menos nobles?
II
en efecto
existe quien precisa de tanto
movimiento
como pájaros en continuo transportarse
arrastran su cuerpo
no ya solo su cuerpo
sino aquello que se lleva
con silencio
fuego vivo en movimiento
por el borde la aguja
que es el centro mismo del universo
si te paras a pensarlo
una partícula es una nave espacial
en el desierto
un puñado de arena
instalada en los zapatos
un chacal perforando la luna
de este modo
una gota derramándose a la boca
en una fonda en Buenos Aires
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxademás en Cabo Verde
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxun rincón del Barrio Rojo
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcon sus luces de color rojo
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy sus prostitutas jugando a las cartas
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsudando calle
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxixxxxxxxxxxxxxxabajo en una tarde en Yokohama
habría de saltar de una nube a otra nube
de trasatlántico a trasatlántico
para caer a este vacío tan exacto
que arrastramos desde dentro
como nebulosas hinchadas
como hormigas mirando la pared
30 kilómetros
en días como éste
literas subacuáticas
polizón milenario
18 millas
arriba o abajo
en que notar nuestro legado
unos pasos
xxxxxxxxxxpor delante
III
si es tu cuerpo el que alimenta
casi todo lo que odio.