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Posts Tagged ‘alfredo buxán’

LA LUZ ENTRE LA NIEBLA

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PLEGARIA

Que el silencio en que te recluyes sea preludio
de la primavera más fecunda de tu vida.
Que la senda que elijas te conduzca a un espacio
abierto donde reverdezca lo mejor de ti.
Que haya pájaros y nubes, que no te alcance
el rayo, que la bóveda del cielo te cuide
de la insidia de los hombres y te marque el rumbo.
Que el pétalo de la felicidad se detenga
en tu frente y te proteja de las amenazas.
Que la paz te acompañe en cada descubrimiento
y la serenidad en la hora de las dudas.
Que ningún viento te derribe, que no te pierdas
en el bosque ni te arrepientas de las caídas
que deberás padecer para seguir andando.
Que la lluvia en tu cara no oculte las lágrimas
que derramaste por amor. Que nunca olvides
lo esencial,
xxxxxxxxxxtu libertad,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxtu deseo de vivir
con los ojos abiertos. Que los dioses acepten
como suyo el noble esfuerzo de tu pensamiento.
Que nada se oponga a tu voluntad de merecer
la mejor vida y que nada te desvíe, nunca,
de la claridad.

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EL POEMA FELIZ

Hubo un día —se empezaba a hacer tarde—
en que sentí el chispazo de la dicha
en el momento mismo que saltaba.
Y me dejé quemar con alegría.

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UN TIPO CON SUERTE

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Mercedes, en los caminos de Xálima,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxixxxxxxxxxxxxen todos los caminos.

No pidas otros dones a la vida,
lo tienes todo ahí, al alcance de la mano:
buen apetito, por lo menos un sueño
que permanece inmune a las derrotas,
vino tinto a raudales, miel de caña,
membrillo recién hecho,
un hilo de esperanza que se tensa
y se tensa sin llegar a romperse,
el amor de tus hijos.
Portugal a dos pasos, un silencio de claustro,
una mujer que cura la tristeza
con su risa de oro
y el atisbo
—no digas que no es raro—
cada día más nítido de la felicidad.

Por si tanto milagro fuera poco,
entra por tu ventana, cuando tú desayunas,
un pino de cien años,
el canto de los pájaros, su vuelo,
la luna trasnochada del verano
y las estrellas todas cuando llega la hora.
El murmullo tranquilo
de la fuente que mece tu reposo,
el chafaril, el aire, las calles empedradas
por donde corre el agua hacia los huertos.
Te mira y te protege, por encima de todo,
la espalda bellísima de Xálima,
la montaña sagrada, la diosa de las aguas
que cambia de color cuando la besa
el sol
xxxxxo la acaricia la lengua de la niebla.

Todo ahí
xxxxxxxxpara llevártelo al alma
a tu capricho cada vez que se te antoje.
No tienes que hacer nada. Abrir los ojos.
Cerrarlos cuando duela.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxQué más quieres.

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SUPERVIVIENTE

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA todas las víctimas del horror.

Claro que recordaba las heridas
incurables del largo cautiverio,
el olor de los cueros calcinados,
el pan duro, la foto desvaída
de los suyos en algún escondrijo
del camastro, bajo las mantas sucias,
el frío impiadoso de la noche
y el culpable silencio —así lo siente
desde entonces— con que todos vivían
la sordidez de las humillaciones.
«No hay nada que decir, todo está escrito,
tendría que estar muerto como ellos,
los mejores, los que no consintieron
y bajaron los brazos», rezongaba
su conciencia cansada cada noche
en los duros pasillos del insomnio.
En su mirada vuelan las cenizas
de la vergüenza infinita que tuvo
que soportar como si fuera humana
la destructiva rutina del horror.
Pero guardó silencio mientras pudo
como si no quisiera recordarlo.
Sabía que contarlo era rendirse:
la aceptación tranquila de la muerte
que tardaba en llegar más de la cuenta.

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ORACIÓN

Que la llama en el fondo de tus ojos
permanezca encendida por humilde
que sea, que coseches en los míos,
bajo la tela de araña del dolor
que aspira a derrotarnos, la limpia flor
de mi aliento primero, el que tú bebes,
el que engendra tu paciencia infinita
con devoción que nunca, aunque mil años
viviera todavía sin callarme,
tendré palabras para agradecerte.

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ORACIÓN DEL DERROTADO

Si hubiera Dios, yo no estaría muerto.
No tendría que escuchar cada noche
el llanto de un niño desconocido
—podría ser el hijo que no tuve—
ni los pasos insomnes de sus padres
en el piso de arriba. No tendría
este frío metido en los huesos.
La lluvia caería mansa en la acera
para llevarse el dolor, el olvido
sería una píldora fácil de tomar,
y la curación, un puro trámite
al alcance de cualquiera, una fruta
en el árbol que solo hay que recoger
con el alma agradecida. Un regalo
que la vida nos ofrece, pródiga
y piadosa, en los momentos malos.
No tendría que vivir rodeado
de recuerdos afilados y duros
como piedras, de libros sin sentido
que no me dicen nada, de residuos
y de palabras huecas. Estaría
feliz de levantarme cada día.
No habría escrito nunca este poema
en la soledad de la madrugada.
Si hubiera Dios. Si hubiera cualquier cosa
que pudiera, sereno, llamar vida.

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VIDA COTIDIANA

No hay tragedia más pura
que enfrentarse a la luz una mañana
sin fuerzas para nada,
carraspear con el primer cigarro,
calentar el café y pensar en ella
—o al menos acordarse de su nombre—,
reconocerse, o no, frente al espejo,
vestirse muy deprisa para no darles cancha
a las preguntas que se filtran en los sueños,
tantear las llaves en el bolsillo
de la americana, darse ánimos,
sonreír al vacío que asoma la sucia jeta
en la aguja menor del reloj de la cocina,
pararse en el portal, mirar al cielo
con expresión de sabio cascarrabias,
husmear el aire y decidirse de una vez
a dar el primer paso, caminar cabizbajo
y sortear los charcos en invierno,
sonreír al vendedor de periódicos,
ponerse —requisito indispensable
de supervivencia— la máscara en el ascensor,
pulsar el quinto, tomar asiento,
soñar que somos otro (un bisnieto de Homero,
por ejemplo, o un prófugo que no regresa nunca),
y llegar derrengados y felices
al final el día.
xxxxxxxxxxxxBien mirado, no hay milagro
más limpio que tan largo viaje cotidiano.
Ni más raro misterio: que nadie se dé cuenta
de lo cerca que anduvimos de la muerte.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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UN JUEGO ANTIGUO

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CUESTIÓN DE TIEMPO

Dentro de mí, tu cuerpo se convierte
en otra cosa, un puerto solitario
entre la bruma, el silencio del bosque,
la luna quieta,
xxxxxxxxxxxxxuna llama prendida
eternamente —aunque tú no lo sepas—
en mi cansado corazón sin nadie.

No importa que parezca insalvable
la distancia que media entre tu risa
y mi tristeza, entre tu dulce sueño
y mi vigilia.
xxxxxxxxxxxLo sabrás un día
sin esfuerzo, como quien inaugura
las palabras que dan cuerpo a la vida.
Como quien nace de nuevo sin dolor.

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NO SÉ VOLVER A CASA

Me ha engullido el asfalto, no sé volver a casa.
Sólo recuerdo sombras y una puerta allá al fondo.
peregrino sin rumbo, giro entre los escombros,
me cobijo en la noche, cierro los ojos, duermo.
Me despierto con frío (el portal es oscuro;
la mañana, una herida que se cierra en mi frente).
Más allá de la amnesia, recién nacido, solo,
contemplo con asombro las luces encendidas,
las grietas que el invierno destapa en las fachadas,
los balcones sin gente y el humo de los sueños.
Me cabe en la mirada la tristeza del mundo.
No queda en mi memoria la secuela de un gesto,
el calor de una palabra, una inicial, un nombre.
Ni siquiera una duda, la rumia de un misterio.
Se me borran los rostros, las caricias, las voces
que tal vez ayer mismo me llamaban con calma.
Quizá nadie me espera más allá del olvido.

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MONEDA

Todo tiene dos caras, no lo olvides:
la tristeza que te baña el corazón
—tenaz como la niebla en la montaña—
te lo guarda también del abandono.

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SÓLO EN SUEÑOS

Soñé que aún dormías a mi lado
y acaricié tus hombros en el aire.
Ya acordado de todo, no hubo nada.
Sólo el silencio espeso de tu ausencia.
La cama sin hacer. 
xxxxxxxxxxxxxxxxEl alma muerta.
Y en los labios la arena del desierto.

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UN JUEGO ANTIGUO

Cuando el miedo o la duda te despierten
en mitad de la noche, no te asustes
ni le des a la cólera carnaza.
Actúa en consecuencia, simplemente:
conoces esa lluvia de otras veces.
Levántate con calma, bebe un vaso
de agua en la cocina, acércate
al rincón donde te espera el poema
que lleva escribiéndose, con paciencia
de árbol, golpe a golpe, verso a verso,
desde el principio mismo de los tiempos.
Recuerda la vez última que viste 
el mar,
xxxxxxxrecuerda el mar y la mirada
que navegaba en él como una llama
inmortal: te devolvía la vida
que tus ojos le entregaban. Respira.
La casa te protege, saldrás de esta.
Recuerda también el tiempo de dolor
que te buscó la entraña con ahínco
pero no pudo nunca doblegarte.
De algo ha de valerte la experiencia
de incontables naufragios. Acércate
a ti mismo, no hables, sólo escucha.
Acudirán a arroparte, una a una,
las palabras. Desconocidas. Nuevas.
Tu única labor,
xxxxxxxxxxxxxxabrir el cofre
en el momento justo y ordenarlas
en la mesa como un niño que sueña.
Despacito, ya conoces el juego.
Mira a tu alrededor, espera un poco.
Te rodean, humildes, los objetos
más sencillos, el libro boca abajo,
tus cuadernos, la ropa de la plancha
encima de una silla, el lápiz rojo,
el cajón entreabierto de las fotos.
Busca entre los escombros la alegría
que el roce cotidiano de tu cuerpo
ha sabido sembrar en las baldosas.

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EN VELA

Yo velo tu descanso mientras duermes.
Ningún peligro acecha tras la puerta
mientras yo permanezca cerca de ti
con los ojos abiertos, solitario
cancerbero del abismo. Entrégate,
que te cubra el aliento de la noche
y cicatrice todas tus heridas.
Le contaré a la oscuridad, despacio,
una historia sencilla, los pequeños
secretos que guardamos, las eternas
maravillas que tu vida me ofrece:
las flores que me dejas con sigilo
en un vaso de agua a media tarde,
la sonrisa que nace en tu semblante
cada día sin pedir nada a cambio,
el celo con que riegas mi alegría.
Yo soy tu centinela, no lo olvides.
Deja que el sueño pode la maleza
y te renueve por dentro.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxNo temas
y acude a mí cuando por fin despiertes.

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EL ALMA SOLA

Me da miedo la noche que llega inesperada
como un pájaro muerto a la orilla de la playa.
Todo en el aire huye o se detiene
para siempre. Las voces y las luces
que expresaban la vida y sus promesas.
Se pudren los olores más hermosos,
las ventanas se cierran desde fuera
y un silencio fatal se apodera de los campos
como si ya no hubiera que despedir a nadie.
La música ha cesado, y con ella la vida.
Nada late en el corazón del hombre
que llegaba sin fuelle a la puerta de su casa,
carcomida también por la desgracia.
Sólo el murmullo de lo que pudo ser
hace un segundo, sólo esta noche
que en nada se parece a las que puede recordar.
Mira a su alrededor sin pánico siquiera.
Quién va a librar al alma de la trampa
si todo se ha borrado de repente,
las últimas canciones, los sueños sin cumplir,
los nombres entrañables de las cosas
que le daban aliento y compañía.
Un alma sin candil, un alma sola.
No queda nada más. Quién la rescata.

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UNA PEQUEÑA MUERTE

Una pequeña muerte sucede cada día
muy lejos de nosotros, o nos pasa rozando,
en una aldea persa o a la orilla de un río.
Abajo, en la cantina donde compras tabaco,
o en el andén del metro que tomas cada día
para ir al trabajo rodeado de gente
que también va cansada.

Una pequeña muerte que tiene su reflejo,
aunque tú no lo entiendas, en la cama deshecha,
en una bombilla que de súbito se apaga
a media tarde y lo envuelve todo en el silencio,
en tus ojos cerrados y en el día que acaba,
en el triste lamento que los muebles exhalan
cuando llega la noche.

Una pequeña muerte que te llena de asombro
cuando aceptas con pena que también es la tuya.

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LA HUELLA DE EROS

No olvida mi cuerpo las más profundas
heridas que otros cuerpos le han grabado
en lo más indefenso de la carne.
Sangran y me despiertan en la noche.
Escucho lo que vienen a decirme,
reconozco su origen, les devuelvo
el calor que me dejaron.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxAlgunas,
más que heridas, son besos inmortales
o pájaros en vuelo para siempre
(la biblioteca, al fondo, nos miraba
discreta, pura gloria entre la gente
que pasaba intranquila a nuestro lado,
no me vas a decir que no te acuerdas).
Le duelen de verdad algunas veces,
es mentira que el tiempo se las lleve
al territorio oscuro del olvido.
El cuerpo las reconoce sin temores.
No le importa sufrir. Las agradece.
Ha sabido morir cuando ha hecho falta.

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HUELLA

Ahí, junto al cenicero, invisible
para el mundo, está grabada la huella
de tu mano, más eterna que tenue.
La dejaste ayer tarde cuando, a tientas,
buscabas este verso
xxxxxxxxxxxxxxxxxxinexistente
en la maraña de versos polvorientos
que envejece a mi costa cada día.

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CELEBRACIÓN DEL DÍA

El día ha nacido hermoso como un fruto nuevo.
Acoge en tu pecho esa lenta caricia del sol
en la ventana, no es que vaya a ser la última,
eso nadie lo sabe, pero sí muy distinta
a cualquier otra de las que la vida te guarda
todavía. Presta la atención que se merece
al puro instante de esta belleza gratuita
y esta luz inesperada, ábrele de par en par
las puertas de tu casa, el corazón, los ojos
entornados por el milagro de la claridad.
No dejes de celebrar la vida porque duela
el alma y el camino se borre y se te escape
entre los dedos el agua de la felicidad
que ayer mismo te bañaba. El día se merece
el esfuerzo de tu benevolencia. No importa
que estés triste. Tampoco tu soledad
va a padecer por ello ningún daño, déjala
refunfuñar un rato, invítala a que se asome
a la terraza a respirar sin miedo, empújala,
que calle cuanto quiera o que proteste a capricho.
Que se dore su piel, que se renueve por dentro.
Ya tendrá tiempo de regresar a su guarida.
Antes de lo que espera. Cuando la luz se vuelva
un pálido recuerdo. Cuando impere la sombra.
Como siempre sucede cuando la noche llega.

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RESURRECCIÓN

En el fondo más sombrío del abismo,
en noches que no traen serenidad suficiente
para sobrevivir al vértigo del naufragio
—un madero a la deriva, una rama de olivo—,
en la frontera misma de la angustia,
en el segundo previo al abandono,
cuando hasta las palabras más bellas y más fieles
del poema vuelan despavoridas,
en el centro de la amargura,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxel hombre
que busca con la mirada un lugar apartado
donde acostarse a morir, sereno al fin
y ajeno a casi todo, contempla con asombro
el parpadeo: una pequeña luz que navega
despacio entre la niebla
le señala el camino de la vida.
Le impone, temblorosa entre las negras
olas, moribunda casi, la humilde
obligación de no rendir el campo
todavía, la pura resistencia
ante el dolor que le acorrala el alma.

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EXISTES

Levanta la mirada. Tu alma existe
más allá de la muerte, sobrevive
al silencio y al desprecio. Pierde más
el que huye del fuego por no darse.
No lamentes tu entrega. Rememora
sin vergüenza la tierra que labraste
con la pureza de tus manos limpias.
Conserva siempre la semilla, vive,
persevera en el sueño que te niegan.
Tú sabes que caer no es importante
aunque la fe se quiebre como el vidrio.
Nadie puede robarte lo que eres.
La siembra de tu herencia es haber muerto
sin rendirte.
xxxxxxxxxxxFecunda en la derrota.

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ATRÁPALO SI PUEDES

Desde la negra sombra que me asombra,
como siempre ha hecho,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxme llega el roce
de una flor hasta los labios. Recibo
el beso con asombro y alegría,
consciente de que ese fugaz instante
de belleza inesperada es la tregua
definitiva,
xxxxxxxxxla última tal vez,
la verdad que se escurre entre las manos,
el milagro que se borra una vez más
sin que sepamos verlo, el sueño puro,
la sabia pirueta de la vida
frente a la nube oscura que se forja,
tenaz, en el dolor de cada día.
La razón de vivir que ando buscando
entre los otros ciegos, hora a hora,
siempre alerta, desde que abrí los ojos
frente al mar.
xxxxxxxxxxxxAló, nos confins da terra.

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POESÍA

Solos tú y yo,
desnudo y frágiles como recién nacidos,
en el mismo páramo sin luna
donde me abriste, ¿te acuerdas?, la puerta
del misterio por primera vez,
cuando apenas era un niño
con mirada de pájaro y sin armas
frente al mundo, como ahora
que me aproximo a la vejez,
veloz como un disparo,
con las alas mojadas.

Solos tú y yo
lamiéndonos la herida
una vez más, como habías predicho,
en esta orilla abandonada,
rebuscando en los escombros
un pálido vestigio del imposible amor
que extendiera una sábana de luz
o la caricia de una seda compasiva
sobre la gran oscuridad de cada día
y se opusiera,
como un cuerpo desnudo,
vulnerable y valiente,
al eterno vacío de la vida.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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VUELTA A EMPEZAR

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PERDER EL PASO

Acaba el verano. En el río turbio
de la ciudad todo ha vuelto a su cauce:
el infernal desorden y la prisa
incoherente por llegar al mismo presidio
cada día, la mirada sin alma
en los rostros dormidos de la gente,
la extorsión a plazo fijo en los grises despachos
de los legisladores y su tropa de esclavos,
los emigrantes apiñados y su desgracia
sin tasa, la indiferencia general.
Al corazón del lobo, eternamente
segregado de ese baile macabro,
máscara que huye entre las máscaras,
llega de tanto en tanto, a trompicones,
amortiguado por la profunda melodía
que lo defiende de la desolación,
el eco de un lenguaje indescifrable.
¿Cuántos caminan sin rumbo, como él,
entre la multitud? ¿Cuántos se pierden?
Añora, a ratos, otra vida: volver
al escondrijo ignoto del que partió
una noche que no puede recordar,
reconocer las huellas que la huida
borró de su memoria, saber al fin
en qué rincón del bosque perdió el paso.

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FINAL DE CICLO

Has llegado a la edad de los achaques
más o menos entero, no te quejes.
Al fin y al cabo, te ocurre lo mismo
que a cualquiera, que no tienes tiempo
que perder y tampoco muchas fuerzas
para nada.
xxxxxxxxxxAsí que no te escondas.
Ofrécete al dolor de los buenos días
sin sarcasmo. No te ha dado —la verdad
sea dicha— demasiadas cosas:
ni siquiera lustre al odio o claridad
a tus virtudes. Ni una brizna de paz
ni paciencia ni fortaleza de alma,
a otro perro con esa zanahoria.
Si acaso, una tranquila capacidad
de resistencia, una cierta pachorra
para afrontar el caos que nos rodea.

Reconoce, sin embargo, su verdad,
concédele lo suyo: te ha sido fiel,
forma parte del juego desde siempre
y reparte sus cartas con justicia.
A cada cual su herida. Nunca falla.
En eso se parece a la alegría.

Déjalo que murmure por tu cuerpo
su triste letanía de miserias
y celebra, de ahora en adelante,
los goces que la vida te reserve.
No te distraigas, sigue tu camino.
Sólo es un calcetín desparejado
en la maleta, un rastro de lenguas
que has andado —perdido— por el mundo,
la huella necesaria de un recuerdo.
Un peso más: exceso de equipaje
que tendrás que llevar a tus espaldas
sin rencores
xxxxxxxxxxxhasta el fin de los tiempos.

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INTIMIDAD

Sólo el aceite de una lágrima derramada
en silencio, sin atender a la deformación
de los espejos, conduce a la isla hospitalaria
del recogimiento.
xxxxxxxxxxxxxxxSólo el sollozo callado
de la dignidad frente a la hiel de la vileza
impide que se oxide el corazón y desarma
la cadena del odio, restaña las heridas,
traza en el aire una veladura de esperanza
que nos devuelve, intacto, el fulgor de la fábula.

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GATO MAULA

Muere la tarde sin que la música
consuele el dolorcito del poeta
lírico. Son muchos años de lucha
sin cuartel en una batalla loca
que no entiende. Quizá porque no es suya
ni de nadie con dos dedos de frente.
Llueve detrás de los cristales, muere
el día y está solo, gato maula
que sólo caza ya de tarde en tarde
(ni mísero ratón ni verso libre,
sólo grumos de niebla, sólo sombras),
cuando sueña que no ha pasado el tiempo
y puede dar el salto de su vida.

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PESADILLA
Con el dorso de la mano me limpio
las lágrimas del sueño.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxMe inclinaba
despacio sobre el mármol de una losa
vacía de inscripciones y sin flores
hasta que aquel desconocido, parco
en palabras, me ha invitado a abandonar
el camposanto.

xxxxxxxxxxxxxNo he visto el rostro
de ese hombre enigmático y distante,
no ha visto él la angustia de mis ojos
ni ha llegado a saber por quién lloraba.

Sólo escucho, tenaz, a mis espaldas,
cada vez más lejano, el chapoteo
de las olas en la proa del barco
que me trajo en volandas a este sueño
en el que apenas soy un extranjero.

Sólo veo, en la niebla, una huella
de hace ya muchos años, la difusa
silueta de un fantasma: la estela
de mi vida perdiéndose en el agua.

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VUELTA A EMPEZAR

No dejes de intentarlo. Aunque la mano
permanezca anclada en la inactividad
total, casi suicida,
de los últimos meses, aunque el alma
se empeñe en encogerse
y casi no respiren los pulmones,
aunque todo rehúya el contacto con el cofre
donde guardas las palabras mejores,
las que no dejan de resonar en tu memoria
algo desvencijada, las que no pueden morir
como no muere quien deja en nosotros
la simiente diminuta de su voz,
las que de tanto en tanto te recuerdan
que sólo importa eso, estar alerta,
abrir los poros al aire que las trae
en volandas como un eco lejano,
estar alerta —como quien no quiere la cosa—
y alzar alrededor del corazón, con paciencia,
una frágil muralla de palabras amigas,
un palacio hecho de arena en el que hallar cobijo
una tarde cualquiera, cuando de pronto llueva,
cuando la mala suerte, la falta de talento
o la desgracia que acecha siempre tras la puerta
se ceben en nosotros con hambre de pirañas.

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ESPERA UN POCO

Mira, buxán, hay tantas maneras de rendirse
como días de sol a lo largo de los siglos,
así que haz el favor de disfrutar de la vida
y elige una a voleo para más adelante.

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EN PAZ

En este día gris de primavera,
algo cansado de esperar un alto
en el camino o tal vez el silencio,
cuando la sombra de la vejez roza
mi piel, cuando he perdido para siempre
la compañía irrepetible de aquellos seres
que le daban sentido al universo con su voz
y su manera tímida o cordial de sonreír,
cuando sé que la desdicha del hombre
no reside en su costumbre de dudar
o en la humilde ignorancia que rodea su vida,
sino en la absurda sed de destrucción que de pronto
se apodera de sus manos, en el torpe anhelo
de tenerlo todo a buen recaudo en la bodega
del sótano y en el miedo a la verdad,
ahora, en esta pequeña cuesta que mis pasos
empiezan a acusar, cuando el alma reconoce
en las antiguas heridas de la incertidumbre
el único camino transitable,
el atajo de siempre,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxquiero hacer el esfuerzo
de mirar a los ojos a la palabra muerte
y cumplir sin agobios el resto del viaje.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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APARICIÓN

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APARICIÓN

Te vi salir con la sonrisa puesta
como un broche y me quedé mirándote
perdidito de asombro y alegría.
No creo que vuelva a verte, ya lo sé.
Pero tampoco creo que te olvide.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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INSOMNIOS

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INSOMNIOS

1

Lo grave no es quemarse las manos en tu cuerpo,
morir de tristeza en una esquina de tu cama.
Lo que duele es no llegar al corazón del fuego.

2

No sirve para nada la belleza del día
si el corazón, enfermo, no sabe aprovecharla.

3

Buscaba el mar como un ciego el tacto de las cosas.

4

Una sonrisa como un faro entre la niebla.
Una luz intermitente en la temible noche
de la vida. Una cascada de agua en el desierto.
Una luciérnaga en el corazón del insomnio.

5

El tigre del tiempo nos acecha silencioso.
He visto hace un instante sus garras en la alfombra.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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CONTEMPORÁNEOS

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CONTEMPORÁNEOS

Los poetas que admiro hablan a todas horas
de la soledad. Del frío que les roza el alma
cuando escriben sus versos. Casi siempre de noche,
cuando ya nadie espera el ardor de su palabra.

Me parece que fingen. Saben mejor que nadie
que sin esa distancia —a resguardo y en casa—
para sentir a solas el misterio del mundo
(el horror de la vida, la vaciedad de todo,
la herida del amor, los gozos y las sombras,
el rostro de la muerte, todo lo que ellos quieran)
no serían capaces de darnos casi nada:
la magia de un consuelo, la esencia de las cosas.

Es una dulce trampa que mis contemporáneos
se tienden a sí mismos para salir indemnes
de tanta desventura, de tantísimo miedo.
Es verdad y es mentira, nada es lo que parece.

Porque ahí justamente, detrás de la tristeza
—quizá donde más duele, yo también lo he probado—,
cobra vida el milagro, se agazapa ese tigre.
El zarpazo inesperado de la felicidad.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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ALGUNOS POEMAS DE ‘TIRAR DEL HILO’, DE ALFREDO BUXÁN

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COSAS QUE NUNCA MUEREN

El crujido de la madera al correr
en estampida hacia el salón en sombras,
tropa feliz sin jerarquía alguna.
Los butacones altos y el chinero
donde la porcelana tintinea
su frágil polonesa, su música
de agua para todos. El presagio
de la tormenta en la engañosa quietud
que tiene el mar. Esa aldaba de bronce
que ilumina tu mesa de trabajo
y el roce vivo de sus dedos largos
en el fuego fraterno de los tuyos.

La humedad de las sábanas, el cielo
que baila recortado en la ventana
como un cuadro que cambia con las horas,
el gran armario lleno de secretos,
los libros de los cursos ya vencidos
en el cuartito ciego del pasillo,
exiliados y tristes a la espera
de nadie.
xxxxxxxxxLa lámpara de lágrimas
y el negro interruptor de baquelita.
El as de la baraja en el espejo
al lado de unas fotos muy antiguas,
el olor a lejía los domingos
—la huella de los pies en la tarima—
y el montón de periódicos doblados
en la silla de anea, junto al fuego.

La radio a todo trapo algunas noches
—y la colcha en los ojos— para espantar
el miedo y hacer frente a la leyenda
del fantasma que llora en el tejado
su abandono,
xxxxxxxxxxxxsu vida ya cumplida.

El silbido que anuncia la llegada
de abuelo, siempre pródigo en juegos
y regalos, en risas y palabras.
El hambre de dragones que arrastramos
al volver excitados de la playa,
la música callada de la tarde
—los primeros poemas, el silencio—,
el tranquilo latido de la casa
cuando se apaga en la cocina la voz
de los mayores y siguen las cosas
donde siempre,
xxxxxxxxxxxxxxcultivando el misterio
de la felicidad que permanece
incólume dentro de ti aunque todo,
según dicen, haya sido borrado
de la faz de la tierra para siempre.

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ELOGIO DE LA PACIENCIA

Es difícil regresar cada día
con el turbio latido de las horas
vacías en las sienes, despedirse
del intruso que ha sido entre esos otros
que ignoran, Dios los guarde, la condena.
Desprenderse del morbo que recubre
la piel —como si fuera una camisa—
en esa alcantarilla de la esquina.
Cargar con ese lastre de miseria
cotidiana sin perder la sonrisa,
conservar la confianza, resistir
un poco más, regar el mismo sueño.

Es difícil seguir, hacer la compra
a toda prisa, fumar menos que ayer,
entrar en casa a tientas, beber agua,
leer tranquilamente hasta la noche
y escuchar un ratito a Caetano
tumbado en el sofá —¡beleza pura!—,
contestar una carta, sacar fuerzas
del humilde fulgor de ese recuerdo
que vuelve de repente y, por ejemplo,
sentarse a redactar este poema
que habla, con la misma fe de siempre,
aunque no lo parezca, aunque se esfumen
las palabras, del corazón enfermo
que renace. De una luz que está viva.

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VISTO Y NO VISTO

¿Cuántas veces ha pasado de largo
en el desamparo de los andenes
la promesa fuga de una mirada?
¿Qué partícula muere en el corazón
de quien recibe el susto?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx¿Qué célula
se desvanece? ¿Qué Dios impávido
se hace responsable del desastre?

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27 DE AGOSTO

Ni el viejo amor que arrastro por los barcos de pesca
desde que vine al mundo, ni la belleza herida
de la tarde y su humedad, ni el calor del verano,
ni el vino compartido que me sabe a tu boca
en la vieja taberna donde te despediste
de la vida —la risa como siempre a flor de piel—,
podrán contener nunca el temblor de mis manos
cada que presienta que baja la marea.

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POÉTICA

Contra la muerte, sí, cada poema.
Aunque respire el lodo de su aliento.
Aunque la invoque. Aunque me arriesgue al beso
que la insaciable anhela en cada roce.

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LA VISITA

Hoy ha llegado a casa muy cansado.
Se limpia con un pañuelo el sudor de la frente
mientras contempla, triste, los lomos de los libros.
Le sirvo una copa, pongo un disco, le pregunto
qué ha sido de su vida en estos últimos años,
si alcanzó el objetivo de vivir sin vergüenza,
si pudo compartir, como quería, el aceite
de las palabras con los suyos:
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxpájaros, libros,
relámpagos o voces en medio de la noche,
tardes fecundas junto a la ventana, música
y alguna cosa más, la belleza de los campos
que ha podido recorrer con emoción,
la pena de un fracaso inesperado,
la conciencia de la soledad y sus secuelas
de pánico en el temblor de las manos,
un rastro perdurable de los mejores sueños,
la plenitud del gozo que llega por sorpresa
y renueva las arterias como una transfusión.
Todo eso que junto nos hace como somos.
Todo lo que conforma la vida de cualquiera.

Me mira dubitativo al fondo de los ojos:
quién te crees que eres para que yo te cuente
que he caído en la trampa demasiadas veces,
que nada es lo que parece aunque me sienta viejo,
que allá en el ama, en el fondo del alma,
bajo las aguas turbias de los años pasados,
sigue intacta y brillante la gema de la vida,
la misma desnudez en la mirada
de aquel niño que no sabe qué decir
para salir del paso y explicar las razones
de una conversación que entablamos cada día
con cautela. Como si fuera a ser la última.

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UN SUEÑO

Se me ha ocurrido proponerte un sueño:
cierra los ojos frente a la ventana.
Tras el cristal ruge un abismo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxDuerme.
Cuando el sol primero de la mañana
o el sutil arañazo de la pena
te despierten, no dudes: busca mi olor
en la almohada o un rastro de mi sien
—pongo por caso— en tu cadera.

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PRIMAVERA

Cuando todo huele a pólvora, el café
del desayuno, las plantas del jardín,
la alfombra donde pongo los pies cada mañana,
el mes de marzo, el sueño entrecortado
de las madres en el refugio oscuro,
busco entre los escombros un resquicio
de luz, el calor de una palabra que nos salve.
El esfuerzo es inútil: no quedan en el libro
sílabas con aliento, ni siquiera rescoldos.
Si acaso, con las luces que estallan irreales,
signos indescifrables en la noche cerrada.
Entrego a los que lloran una lágrima seca.
Asisto junto a ellos al enésimo entierro
de la vida. Con el humo en los ojos
y el corazón enfermo de tristeza.
han huido los pájaros del cielo de Bagdad.
Ni siquiera el silencio me consuela. Está muerto.
No existe.
xxxxxxxxxxTambién ha sucumbido al bombardeo.

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CADA DÍA

Que cuando entres en tu casa, desabrigado
y solo,
xxxxxxxmás triste que las ratas,
no te salte a la cara la alimaña
de la soledad.
xxxxxxxxxxxxQue te reciban cada día
los espejos, los libros, las paredes,
la escasa luz que a esa hora pueda entrar
por las ventanas, los cuadros del salón,
los ceniceros humeantes,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxGerry Mulligan,
la silla en que te sientas cada día
—y, por supuesto, claro, las personas,
si no están de viaje, si te esperan—,
con los brazos abiertos y la risa en los labios.

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ABAJO LAS MÁSCARAS

Eres el viejo actor que descubre de repente
la dura verdad del personaje que interpreta
y la protege, celoso, de la voracidad
obscena —sin máscara— de los espectáculos.

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LA VENTANA ABIERTA

Desde aquel último poema desangelado
de un domingo remoto, ¿qué instante de tu vida
ha merecido la celebración de un sencillo
recuerdo, la intimidad
de una alegría, el vino casi carnal
de una sola palabra?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxParece que llegaste
a renunciar al contagio para sobrevivir.
Como si no esperaras la visita.
Hasta que hoy, mira por dónde, casi de noche
—la escena carece de misterio: te sentabas
a leer, como siempre, cerca de la ventana—,
con esfuerzo semejante a las primeras veces,
anotas una emoción que ha venido despacio.
Como el calor de marzo a la terraza
o una de aquellas olas que borraba la tarde.

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QUIÉN ERES TÚ

No te he visto llegar hasta la puerta
de mi casa, dormir sobre mi lecho.
Por eso me sorprende el abandono.

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LAS OCASIONES PERDIDAS

Me he cruzado en la vida con miles de personas.
Aún siento la angustia que nublaba la mirada
de algunos, no sé si criminales al acecho
o sólo perseguidos por el aliento espeso
de la muerte.
xxxxxxxxxxxxMe hubiera gustado relatarles
el gozo de aquel tiempo, los barcos atracados,
el olor de las algas al volver de la isla.
Decirles que también el dolor es fortuito
y se acaba olvidando. Como pasa la vida.
Ofrecerles mi brújula o las últimas horas
de la tarde, un resto de la cena o una herencia
de palabras calientes para seguir viaje.
Pero nunca llegamos a compartir el miedo
ni ninguna otra cosa —un buen trago de vino,
la consabida historia de un amor imposible—
porque también yo andaba sin rumbo por las calles.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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MANERAS DE RENDIRSE

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Si notas que en el hombro se duerme una caricia.
Si un aliento tímido te calienta la nuca.
Si te toma del brazo una mano invisible.
No aclares el misterio. Solamente sonríe.

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Alcanzaremos un día la ciudad dormida.
Exhaustos, sin palabras y con la lengua seca.
Maniatados e inermes en el alma del otro.
La piel de nuestros cuerpos bañada de saliva.
Una llaga en los labios de maltratarnos tanto
(un pétalo de fuego en el paladar: un beso).
Inmortales, cautivos, dispuestos a perdernos.
De noche. Me da los mismo Tánger que Lisboa.
Una isla en el mapa que un rincón de tu casa.

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Claro que se puede ser feliz y estar muy triste.
Como se puede ser el primero y llegar tarde.
Hablar al silencio y esperar una respuesta.
No dormir porque en el pecho hay pájaros con frío.

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Bendita sea la furia del poeta persa.
Bendita su defensa suicida del instante.
Bendita la lectura que tus ojos hicieron.
Bendito mi corazón que recibió el disparo.

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Mi ambición es humilde: arder como la pisada
de un pájaro en la nieve. Acariciar una hierba
en tus pezones. Celebrar en tu piel el gozo
de la lentitud. Acostumbrarme a ese pecado.
Disolverme en el mar de tu sangre como el vino.
Perderlo todo en un ángulo de tu cocina:
un libro, el pánico, la camisa y el destino.
Encontrarlo en la penumbra de tu dormitorio.
Resucitar desnudo en un pliegue de tu cuerpo.

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Vive el instante con la voracidad de un niño,
como si construyeras un sueño con las manos,
como si no supieras que tampoco la belleza
tiene sustento en nada. Es una máscara. Un disfraz.
Demorarme en tus labios casi me hace olvidarlo.

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Busca mis manos en el abismo de la noche.
Inclúyelas en lo más cálido de tu sueño.
Vigila su vuelo en tu callada duermevela.
Háblales de los altibajos de tu corazón.
Arrúllalas con el loco aliento de tu boca.
Protégelas del frío de la vida. Bésalas.

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Quemar el día como si fuera leña seca.
Mirarte como si temiera la extinción del sol.
Cerrar los ojos para olerte en cada ráfaga
de viento. Beber en el sudor de tus axilas.
Quemar el tiempo en tu piel como si se acabara.

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La luz de tu rostro, ¿es un sueño de ébano
o el rastro de una figura que baila en la pared?

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He vivido estos días con los ojos cerrados.
Para pensar en ti. Para no dejar de verte.

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¿Hacía falta que el tiempo se esfumara
para legar hasta ti, para reconocerte?
¿No había señales inequívocas en torno:
el hechizo de tu sonrisa desde la puerta,
el sarcasmo maduro que bailaba en tus ojos,
el vuelo de tu mano demorado en mi brazo,
tu nombre, la misma resonancia de tu nombre
mil veces repetido a lo largo de los años
como una luz entre la niebla, como un aviso?
¿Hacía falta que el tiempo casi se rindiera?

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Sueño que te construyo con la lengua. Despacio.
Sumerjo las manos en el barro de tu cuerpo
con fiebre de artesano. Te creo y te descreo.
Derribo con parsimonia todas las murallas.
Descubro una cabaña en un pliegue de tu vientre
y me quedo allí a vivir hasta el fin de los tiempos.
Un río pacífico en el cauce de tu espalda.
Una fuente en tu boca. Una luz entre los pinos.
Nieve en tus caderas que retiro con mis manos.
Una frontera en tu piel que me aparta del miedo.

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Negra tu espalda como la espalda de la noche.
Negro el misterio de tu mirada. Negro el iris.
Negras las manos que se cobijan en mi cuerpo.
Negros tus pechos como la música del tiempo.
Negrísima tu voz como el mapa de África.
Negra la sombra de tus axilas y tu cuello.
Negro el temblor de tus caderas. Negro tu sueño.
Verde la línea que asoma en tu mirada oscura.
Roja la cruz de los pezones. Negro mi estupor.
Negro el azúcar jugoso y turbio de tu boca.
Negro el zumo de tus piernas y la faz del miedo.
Negrísima la sangre. El alma negra. Negra tú.
Libre. Sin amarras. Como un prófugo en la noche.

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Cuando la noche entre en tus huesos con afán de herir,
cuando la vida muestre su lado más oscuro,
piensa en mí, no te rindas, recuerda aquel minuto.
Busca en tus sábanas un residuo de mi sueño.
Atrapa en el aire el humo de nuestra mirada,
un ala de aquel milagro que detuvo el tiempo.
Protege la belleza de tu tez africana
bajo la luz del rincón donde yo te escribía.
Husméame sin miedo. Cierra los ojos. Duerme.
Me verás llegar desnudo a acariciar tu espalda.
Como llegaste tú. Como siempre estás llegando.

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El poso de unas gotas de vino en el paladar.
Un paisaje inmortal en la cueva del corazón.
Un puñado de poemas para leer en paz.
Algo de cine. Una canción de Joan Manuel Serrat.
Un paseo junto al mar a estribor de tu cuerpo.
Basta con cuatro cosas para una vida buena.
Al final, con gratitud, contemplar en la huerta
la olorosa flor de la albahaca. Tu figura.
La caricia de tu mano en los últimos brotes
que la tierra restituya al sol de tu sonrisa.
Muy al final. Cuando hayamos derrotado al tiempo.
Cuando lo hayamos compartido todo sin dolor.

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Aunque un día se acabe la dicha de mirarte,
aunque se estreche el cauce de los besos que me das,
aunque la garra interior desate la cólera
y me impida dormir, aunque se apague la llama
de tus ojos, nada es imposible. Ni siquiera
que el corazón te permanezca para siempre fiel.

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El tiempo carcome el alma de las utopías.
Devora sin compasión el lustre de los sueños.
No merece el regalo de una sola ventaja.
Gocemos, por eso, del resplandor efímero
de cada pétalo que se extinga en nuestras manos.
Entra en mis ojos con la audacia del primer día.
Hagamos el camino paso a paso. Sin prisa.
Sin prever el destino. Pero también sin temor.

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Hurga de vez en cuando en mi rincón de tu casa.
Descubrirás fragmentos de mi mejor caricia.

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Nadie puede acariciar el día de mañana,
interpretar el rumbo de lo que no respira,
buscarle un sentido a lo que ni siquiera late.

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Del postrero aliento que desvalija el corazón
del caos, de entre la incertidumbre de voces
que agita el universo, casi como un milagro,
se destila la tuya como un gas venenoso
que yo respiro con el placer de los suicidas.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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EL MAR DE TU MEMORIA

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EL MAR DE TU MEMORIA

Escribo para aprender el llanto que te debo.
Ni una lágrima vertí sobre tu cuerpo muerto,
como si la sal toda de los siglos
se hubiera calcificado al fondo de mis ojos
para siempre.
xxxxxxxxxxxxMi voz, habituada
al trigo de tus palabras más confidenciales,
se desfondó en la sombra de las aguas
a las que vuelvo ahora, solitario,
para anunciarte que la mansa lluvia
—cauce imperecedero de tu herencia
que veo caer una vez más sobre los campos—
no ha podido disuadirnos del dolor.
También para que sepas que alguno de tus hijos
punteaba en la ventana un blues interminable
mientras tú te morías al terminar agosto.
Mis dedos arañaban el llanto de la arena
para achicar el agua de tus ojos abiertos.

Desde entonces, casi todos los jueves
me pongo con cautela tu camisa de muerto,
huelo el sudor de tu último minuto,
oigo la conocida letanía de tu voz
—que la impiedad del mar no ha podido arrebatarme—
y me salpica su ronquido final,
mi propio nombre ahogándose triste
en la raíz del grito pronunciado
tal vez sin esperanza, como un salmo tardío
que no supo recoger la mano del apóstol.
En el vientre apacible de las olas,
frágil, ¿será arrastrado eternamente
hasta las simas de lo desconocido, donde
podrá encallar al fin junto a tu nombre?

Me prometí regresar a acumular la espuma
para sentir tus dedos en las algas
enredadas de los pies y el fuego
de las sienes, acostumbrar la vista
a la desolación de tu pupila
—prisionera en los castillos de arena
que deshizo la marea—, aceptar que el salitre
de tu lágrima inauguraba la luz
en la inocente roca que escondía la muerte.

¿Habrá sido tu queja, tu mirada sin odio,
cuando la noche cuida a los que sufren,
un fragmento del bramido que, insomnes,
temen los navegantes en los sueños?
¿Tiene la noche la piel erizada de costras
como mi corazón? ¿Arden restos de la tuya
en lo más profundo de la arena removida
por el ritmo imperturbable y callado
de los días? ¿Pasó por tu garganta?
¿Disgregó las sílabas quebradas en tu boca?
¿Quemó tu lengua y tu saliva? ¿Te acariciaba
el mar, te acariciaba como quisiste siempre?
¿Pudo la indiferencia de las olas arrastrar
tus sandalias nuevas, olvidadas bajo el techo
de caña que cubría las mesas del quiosco?
¿Lamías tú la conmovida médula del mar?
¿Te dio tiempo a llorar? ¿Viste la sombra
de mis ojos y aquel esfuerzo inútil
por tenderte la maroma podrida
de mi brazo, la impotencia y el miedo,
mi carrera de loco entre la gente?

Era engañosa y dulce la luz de la bahía.
Mis ojos lo ven todo cada noche
desde entonces: el trémulo desmoronamiento
de las nubes, el llanto de Martín, las botellas
vacías, las camisetas azules
de las adolescentes y el inseguro paso
de tus pies descalzos hacia la sal de la muerte.
Te habías demorado en la penumbra del portal
para mirar con pena tus últimos zapatos.

Salgo con ellos a la calle como si huyera
de las luces del verano. Me ha costado tanto
admitir que las piedras están vivas
en los alrededores de la playa.
Regreso con el ruido del mar en la cabeza.
Mis manos escribían tu nombre entre las nubes
y en los árboles y sangraban mis pies
de escarbar con ahínco entre los restos
del naufragio. Las gaviotas, torpes,
huyeron de la ira que nacía en mis ojos,
lanzaron a los cielos su graznido inexperto,
repitieron tu nombre, propagaron tu grito.

Me desperté del sueño para saberme ciego:
comenzaba la ancianidad en aquel
atardecer. No pudiste cultivar
la palabra reservada con pudor
para el momento de la despedida.
La buscaré en el patio trasero de los días,
en el huerto callado de tu infancia
o en la quietud azul del cementerio,
bajo la lápida que se extraña de tu nombre.
Donde la muerte duerme.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx¿Se renueva
ese rito cuando por un momento
me olvido del misterio que me veló tu rostro?
¿Se desvanece, muere? ¿Es el olvido el hueco
por el que yo me adentro en el mar de tu memoria?
¿Es el olvido solamente orfandad
o también tregua, eco de aquella luz
que nos incita a reanudar la charla?

De los abismos del sueño, aún convaleciente,
me dirijo a la roca batida por las olas,
me hiero una vez más en sus aristas,
me decido a rescatar tu cuerpo aprisionado
en los argazos, limpio tus rincones
de escamas adheridas y moluscos absortos
en la serena tenacidad de tu nostalgia.
Envidio el baile desprevenido de los peces
adormeciéndose sobre el cuenco de tus manos.
Me aproximo a tu hombro muy despacio,
lo rozo con la yema de los dedos
y no puedo llorar. Te acerco nuevas
de los once hijos congregados a la mesa
y te pido una palabra para nutrir la paz
de sus cuerpos, una palabra que te vincule
al insomnio temeroso de sus almohadas.
Una sola palabra: no siento frío, llueve
una vez más sobre mis manos, el mar me arrima
el llanto de mis huérfanos, me trae la resaca
de sus voces indecisas, el puro sonido
del dolor. Una sola palabra interminable
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.
Sabed que ya no sufro. Bañaros en mi nombre
sin temor a morir. Repartiros la caricia
de la luna
xxxxxxxxxxy el postrero aliento de mi beso.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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LITURGIA DE LA HEREDAD

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LOS DÍAS MALOS

Hay días que no piso la tierra
sino el latente vacío de la vida:
médula calcinada. Nada son
—vaho fugaz en el espejo—
si al arrimo de la noche
me aguarda el sol de tu sonrisa,
la belleza sin tacha de tu rostro.

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ESTAR EN PAZ

Todo es olvido pronto y a deshora.
Nadie ha sabido nunca lo que los niños callan.
Eres tú la que guía mmi torpeza de adulto
por las amables sendas de la claridad
y la alegría, es tu voz y tu seña la que ríe
en mis labios, es tu mano en mi mano
el último retazo de belleza que enaltece
mi declive y me conduce, por pacíficas
llanuras, a la espuma de la consolación,
a la sabia quietud
de lo que empieza, leal, a concluir,
y no se alarma: espera sin argucias
el tañido final, el eco breve
del último silencio.

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PARA LLEGAR A VIEJO

Los años han pasado. No cabe ya aducir
que todo fue un engaño, que no tuviera tiempo
de pasar la página para hallar el consuelo
del trabajo bien hecho. De nada me lamento,
puesto que sigo solo frente al papel en blanco,
como quise en el sueño. Atribuye a los dioses
la gracia del fracaso. Queda mi huella,
ahora que lo pienso, si la muerte es propicia,
en tu manera sobria
de mirar estos libros, la manta
arrebujada en el respaldo de la silla,
la caja de los lápices. Debo hacer el esfuerzo
de dotar a cada cosa de un rincón vitalicio
para afrontar la ausencia, predisponer
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxel cuerpo
al último designio, recibir de la vida
el contagio de la decrepitud, esa droga
sedante además de letal, en austero silencio,
con mesura, sin dar pasos en falso, en fin,
con indolente dignidad.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLo haré
de buen talante, sin reproches,
como un terco artesano que labra su plegaria
de cartones, como un dios jubilado
que baraja el polvo de sus dogmas en el sótano
del templo, como un enfermo dócil
vagamente incurable,
si vienes a pedirme, cuando te venga
en gana, la suave tolerancia de escuchar
(tal vez un poco ido, no lo tengas en cuenta)
el desbordamiento de tus ilusiones,
el fervor impaciente de unas palabras
que te parecen inmortales. Que lo son
en tus labios. Seguramente como lo fueron
siempre, siempre,
las primeras palabras.

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LA DUERMEVELA

No sé si te imagino o sólo te recuerdo
como tú me enseñaste,
echada en el silencio con los ojos abiertos,
en aparente dejadez sobre el desorden
de la sábana
pero en el fondo en actitud de acecho,
abierta a la pasión del aire que libere,
una vez más, el anhelo de tu inteligencia.

Como una víbora feliz en la intimidad
de su guarida, enroscada en ti misma
y soñolienta,
vigilas sin tregua la mudez engañosa
de los muebles, la dosis de carcoma
que acarrean las horas. Te cabe la sospecha
de que la vida miente, o se desdice,
cuando se muestra avara. Tú la miras
con perseverancia, segura de que bulle,
bajo el hábito del fingimiento,
bajo la hez del tedio, una presencia
vacilante,
xxxxxxxxxuna hendidura: la limpia estela
de lo que está todavía por cumplirse.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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CUATRO POEMAS DE ‘LOS DIOSES BALBUCIENTES’

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LOS DIOSES BALBUCIENTES

xxxxxI

Se apaga, envejecido,
el párpado de un dios
que en otro tiempo derrochaba ira.

Se arrepiente,
mendigo de sí mismo,
del antiguo vigor de su soberbia.

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xxxxxV

La génesis del mundo es una cueva
donde llueve el silencio:
el humo de los bosques es ceniza,
los pájaros se arrastran por el fango,
las noches se apoderan de la vida.
La horadan. Nos la devuelven ciega.

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xxxxxVI

No hay una dulce mano
que nos reparta el pan
en la tarde del sábado.

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xxxxxVII

Fue una larga enfermedad,
un fuego que colmaba la vida de los hombres
y mermaba su gozo: una llama incorpórea,
el balbuceo lento de unos dioses cansados.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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LEGADO DE TERNURA PARA UN CANTAR DE CIEGO

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HUELLA INICIAL

¿Seré eternamente el pávido muchacho
que cubría sus pies, su sed, su cuerpo
todo, con aquellas algas ocres
de la orilla, enfangado (como el musgo
en la piedra) de penumbra fatal
y atardecida,
un poco triste ya por la ausencia
de lo que entonces quise palabras verdaderas,
arena ávida de poseer la piel escurridiza
de aquellas mustias niñas
que no he reconocido muchos años después,
ya casi lobo famélico y huraño?

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DEL FUEGO EFÍMERO

Aquel breve poema de juventud,
¿qué amargo trago de alquitrán
lo sepultó a la orilla del agua,
en la honda ensenada
de los años perdidos?
Son otros ojos ya los que memoran
el amor que lo produjo, difusos
los límites que lo trasladan hoy
a tu recuerdo. Te cuesta pronunciar
un solo verso de aquel tiempo
angosto y derruido, aquel feraz incendio
que vagamente suena en tus adentros.
No dudas, sin embargo, que fue una tarde hermosa
entre mil de tristeza. Amabas el fuego
de la vida con un fervor absorto
y solitario…

xxxxxxxxxxxxSon otros ojos cansados ya,
xxxxxxxxxxxxy están cansados.

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Todo lo que es fue desde el principio.

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SÁBADO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Florentino González

Me he sentado frente al silencio
del atardecer —donde no llega
el granizo de la modernidad—
a indagar en el sentido de la vida,
a contemplar la belleza
de las piernas que pasan, distraídas,
por mi puerta, ajenas al alboroto que levantan.
Como si fueran pájaros que emigran.

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ESPEJISMO

Quizá haya para mí un lugar al sol,
un cubil de soledad donde extender,
como mantel de olor, el fluir de la duda.
Una sola palabra, un ademán, un rito
que diluya el murmullo del pavor
que se acrece por dentro y disminuye
la fuerza de los músculos, la sangre
ya gastada por el severo tránsito
que nos conduce, ciegos, de la vida
a la muerte, de la nada
a la nada.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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