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ALGUNOS POEMAS DE ‘TIRAR DEL HILO’, DE ALFREDO BUXÁN

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COSAS QUE NUNCA MUEREN

El crujido de la madera al correr
en estampida hacia el salón en sombras,
tropa feliz sin jerarquía alguna.
Los butacones altos y el chinero
donde la porcelana tintinea
su frágil polonesa, su música
de agua para todos. El presagio
de la tormenta en la engañosa quietud
que tiene el mar. Esa aldaba de bronce
que ilumina tu mesa de trabajo
y el roce vivo de sus dedos largos
en el fuego fraterno de los tuyos.

La humedad de las sábanas, el cielo
que baila recortado en la ventana
como un cuadro que cambia con las horas,
el gran armario lleno de secretos,
los libros de los cursos ya vencidos
en el cuartito ciego del pasillo,
exiliados y tristes a la espera
de nadie.
xxxxxxxxxLa lámpara de lágrimas
y el negro interruptor de baquelita.
El as de la baraja en el espejo
al lado de unas fotos muy antiguas,
el olor a lejía los domingos
—la huella de los pies en la tarima—
y el montón de periódicos doblados
en la silla de anea, junto al fuego.

La radio a todo trapo algunas noches
—y la colcha en los ojos— para espantar
el miedo y hacer frente a la leyenda
del fantasma que llora en el tejado
su abandono,
xxxxxxxxxxxxsu vida ya cumplida.

El silbido que anuncia la llegada
de abuelo, siempre pródigo en juegos
y regalos, en risas y palabras.
El hambre de dragones que arrastramos
al volver excitados de la playa,
la música callada de la tarde
—los primeros poemas, el silencio—,
el tranquilo latido de la casa
cuando se apaga en la cocina la voz
de los mayores y siguen las cosas
donde siempre,
xxxxxxxxxxxxxxcultivando el misterio
de la felicidad que permanece
incólume dentro de ti aunque todo,
según dicen, haya sido borrado
de la faz de la tierra para siempre.

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ELOGIO DE LA PACIENCIA

Es difícil regresar cada día
con el turbio latido de las horas
vacías en las sienes, despedirse
del intruso que ha sido entre esos otros
que ignoran, Dios los guarde, la condena.
Desprenderse del morbo que recubre
la piel —como si fuera una camisa—
en esa alcantarilla de la esquina.
Cargar con ese lastre de miseria
cotidiana sin perder la sonrisa,
conservar la confianza, resistir
un poco más, regar el mismo sueño.

Es difícil seguir, hacer la compra
a toda prisa, fumar menos que ayer,
entrar en casa a tientas, beber agua,
leer tranquilamente hasta la noche
y escuchar un ratito a Caetano
tumbado en el sofá —¡beleza pura!—,
contestar una carta, sacar fuerzas
del humilde fulgor de ese recuerdo
que vuelve de repente y, por ejemplo,
sentarse a redactar este poema
que habla, con la misma fe de siempre,
aunque no lo parezca, aunque se esfumen
las palabras, del corazón enfermo
que renace. De una luz que está viva.

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VISTO Y NO VISTO

¿Cuántas veces ha pasado de largo
en el desamparo de los andenes
la promesa fuga de una mirada?
¿Qué partícula muere en el corazón
de quien recibe el susto?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx¿Qué célula
se desvanece? ¿Qué Dios impávido
se hace responsable del desastre?

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27 DE AGOSTO

Ni el viejo amor que arrastro por los barcos de pesca
desde que vine al mundo, ni la belleza herida
de la tarde y su humedad, ni el calor del verano,
ni el vino compartido que me sabe a tu boca
en la vieja taberna donde te despediste
de la vida —la risa como siempre a flor de piel—,
podrán contener nunca el temblor de mis manos
cada que presienta que baja la marea.

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POÉTICA

Contra la muerte, sí, cada poema.
Aunque respire el lodo de su aliento.
Aunque la invoque. Aunque me arriesgue al beso
que la insaciable anhela en cada roce.

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LA VISITA

Hoy ha llegado a casa muy cansado.
Se limpia con un pañuelo el sudor de la frente
mientras contempla, triste, los lomos de los libros.
Le sirvo una copa, pongo un disco, le pregunto
qué ha sido de su vida en estos últimos años,
si alcanzó el objetivo de vivir sin vergüenza,
si pudo compartir, como quería, el aceite
de las palabras con los suyos:
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxpájaros, libros,
relámpagos o voces en medio de la noche,
tardes fecundas junto a la ventana, música
y alguna cosa más, la belleza de los campos
que ha podido recorrer con emoción,
la pena de un fracaso inesperado,
la conciencia de la soledad y sus secuelas
de pánico en el temblor de las manos,
un rastro perdurable de los mejores sueños,
la plenitud del gozo que llega por sorpresa
y renueva las arterias como una transfusión.
Todo eso que junto nos hace como somos.
Todo lo que conforma la vida de cualquiera.

Me mira dubitativo al fondo de los ojos:
quién te crees que eres para que yo te cuente
que he caído en la trampa demasiadas veces,
que nada es lo que parece aunque me sienta viejo,
que allá en el ama, en el fondo del alma,
bajo las aguas turbias de los años pasados,
sigue intacta y brillante la gema de la vida,
la misma desnudez en la mirada
de aquel niño que no sabe qué decir
para salir del paso y explicar las razones
de una conversación que entablamos cada día
con cautela. Como si fuera a ser la última.

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UN SUEÑO

Se me ha ocurrido proponerte un sueño:
cierra los ojos frente a la ventana.
Tras el cristal ruge un abismo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxDuerme.
Cuando el sol primero de la mañana
o el sutil arañazo de la pena
te despierten, no dudes: busca mi olor
en la almohada o un rastro de mi sien
—pongo por caso— en tu cadera.

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PRIMAVERA

Cuando todo huele a pólvora, el café
del desayuno, las plantas del jardín,
la alfombra donde pongo los pies cada mañana,
el mes de marzo, el sueño entrecortado
de las madres en el refugio oscuro,
busco entre los escombros un resquicio
de luz, el calor de una palabra que nos salve.
El esfuerzo es inútil: no quedan en el libro
sílabas con aliento, ni siquiera rescoldos.
Si acaso, con las luces que estallan irreales,
signos indescifrables en la noche cerrada.
Entrego a los que lloran una lágrima seca.
Asisto junto a ellos al enésimo entierro
de la vida. Con el humo en los ojos
y el corazón enfermo de tristeza.
han huido los pájaros del cielo de Bagdad.
Ni siquiera el silencio me consuela. Está muerto.
No existe.
xxxxxxxxxxTambién ha sucumbido al bombardeo.

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CADA DÍA

Que cuando entres en tu casa, desabrigado
y solo,
xxxxxxxmás triste que las ratas,
no te salte a la cara la alimaña
de la soledad.
xxxxxxxxxxxxQue te reciban cada día
los espejos, los libros, las paredes,
la escasa luz que a esa hora pueda entrar
por las ventanas, los cuadros del salón,
los ceniceros humeantes,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxGerry Mulligan,
la silla en que te sientas cada día
—y, por supuesto, claro, las personas,
si no están de viaje, si te esperan—,
con los brazos abiertos y la risa en los labios.

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ABAJO LAS MÁSCARAS

Eres el viejo actor que descubre de repente
la dura verdad del personaje que interpreta
y la protege, celoso, de la voracidad
obscena —sin máscara— de los espectáculos.

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LA VENTANA ABIERTA

Desde aquel último poema desangelado
de un domingo remoto, ¿qué instante de tu vida
ha merecido la celebración de un sencillo
recuerdo, la intimidad
de una alegría, el vino casi carnal
de una sola palabra?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxParece que llegaste
a renunciar al contagio para sobrevivir.
Como si no esperaras la visita.
Hasta que hoy, mira por dónde, casi de noche
—la escena carece de misterio: te sentabas
a leer, como siempre, cerca de la ventana—,
con esfuerzo semejante a las primeras veces,
anotas una emoción que ha venido despacio.
Como el calor de marzo a la terraza
o una de aquellas olas que borraba la tarde.

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QUIÉN ERES TÚ

No te he visto llegar hasta la puerta
de mi casa, dormir sobre mi lecho.
Por eso me sorprende el abandono.

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LAS OCASIONES PERDIDAS

Me he cruzado en la vida con miles de personas.
Aún siento la angustia que nublaba la mirada
de algunos, no sé si criminales al acecho
o sólo perseguidos por el aliento espeso
de la muerte.
xxxxxxxxxxxxMe hubiera gustado relatarles
el gozo de aquel tiempo, los barcos atracados,
el olor de las algas al volver de la isla.
Decirles que también el dolor es fortuito
y se acaba olvidando. Como pasa la vida.
Ofrecerles mi brújula o las últimas horas
de la tarde, un resto de la cena o una herencia
de palabras calientes para seguir viaje.
Pero nunca llegamos a compartir el miedo
ni ninguna otra cosa —un buen trago de vino,
la consabida historia de un amor imposible—
porque también yo andaba sin rumbo por las calles.

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Buxán, Alfredo. Las palabras perdidas (Poesía 1989-2008). Madrid; Bartleby editores, 2011.

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