LO MÁS OSCURO ANTES DEL ALBA
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LO MÁS OSCURO ANTES DEL ALBA
Voy a hablarles ahora de los gritos del Cuá
xxxxxxxxgritos de mujeres como de parto,
María Venancia de noventa años, sorda, casi cadáver
xxxxxxxxgrita a los guardias no he visto muchachos
la Amanda Aguilar de cincuenta años
xxxxxxxxcon sus hijitas Petrona y Erlinda
xxxxxxxxxxno he visto muchachos
como de parto.
—Tres meses presas en un cuartel de montaña—.
Ángela García de veinticinco y siete menores.
xxxxxLa Cándida de dieciséis años amamanta una niñita
xxxxxxxxxmuy diminuta y desnutrida.
Muchos han oído estos gritos del Cuá
xxxxxgemidos de la Patria como de parto.
Al salir de la cárcel Estabana García con cuatro menores
dio a luz. Tuvo que regalar sus hijos
xxa un finquero. Emelinda Hernández de dieciséis
xxxxxxxxlas mejillas brillantes de llanto
xxlas trenzas mojadas de llanto…
Capturadas en Tazua cuando venían de Waslala
xxxxxla milpa en flor y ya grandes los quequisques
xxxlas patrullas entraban y salían con presos.
xxxxxxxA Esteban lo montaron en el helicóptero
y al poco rato regresaron sin él…
xxxxxxxA Juan Hernández lo sacó la patrulla
una noche, y no regresó más.
xxxxxxOtra noche sacaron a Saturnino
y no lo volvimos a ver… a Chico González
xxxxxtambién se lo llevaron
xxxxxxxeso casi cada noche
xxa la hora en que cantan las cocorocas
con gentes que no conocimos también.
xxxxxxxxLa Matilde abortó sentada
cuando toda una noche nos preguntaban por los guerrilleros.
xxxxxA la Cándida la llamó un guardia
xxxxxxxvení lavame este pantalón
xxxxxpero era para otra cosa
(Somoza sonreía en un retrato como un anuncio de Alka-Seltzer).
xxxxxLlegaron otros peores en un camión militar.
xxxxxxxxA los tres días que salieron parió la Cándida.
Ésta es la historia de los gritos del Cuá
triste como el canto de las cocorocas
la historia que cuentan las campesinas del Cuá
xxxxxque cuentan llorando
como entreviendo tras la neblina de las lágrimas una cárcel
xxxxxy sobre ella un helicóptero.
xxxxxxxxxxxx«Nosotras no sabemos de ellos.»
Pero Sí han visto
xxxxxxxxxxsus sueños son subversivos
barbudos, borrosos en la niebla
xxxxrápidos
xxxxxxxpasando un arroyo
ocultos en la milpa
xxxxxxxapuntando
xxxxxx(como pumas)
xxxxxxx¡saliendo de los pajonales!
pijeando a los guardias
xxxxxxxxxxxxxxxxviniendo al ranchito
xxxxxx(sucios y gloriosos)
xxxxxxla Cándida, la Amanda, la Emelinda
en sus sueños muchas noches
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx—con sus mochilas—
xxxxxxsubiendo una montaña
xxxxxxxxcon cantos de dichoso-fui
la María Venancia de noventa años
xxxxxxxlos ven de noche en sueños
xxxxxxxxxxxxxxxen extrañas montañas
muchas noches
xxxxxxxxxxxa los muchachos.
Bajamos del avión y vamos nicaragüenses y extranjeros
revueltos hacia el gran edificio iluminado —primero
Migración y Aduana— y voy pensando al acercarnos
pasaporte en mano: el orgullo de llevar yo
el pasaporte de mi patria socialista, y la satisfacción
de llegar a la Nicaragua socialista —»Compañero»…
me dirán— un compañero revolucionario bien recibido
por los compañeros revolucionarios de Migración y Aduana
—no que no haya ningún control, debe haberlo
para que no regresen jamás capitalismo y somocismo—
y la emoción de volver otra vez al país en revolución
con más cambios cada vez, más decretos de expropiaciones
que me cuenten, transformaciones cada vez más radicales
muchas sorpresas en lo poco que uno ha estado fuera
y veo gozo en los ojos de todos —los que quedaron
los otros ya se fueron— y ahora entramos a la luz
y piden el pasaporte a nacionales y extranjeros
pero era un sueño y estoy en la Nicaragua somocista
y el pasaporte me lo quitan con la cortesía fría
con que me dirían en la Seguridad «pase usted»
y lo llevan adentro y ya no lo traen (seguramente
estarán telefoneando —seguramente a la Seguridad
a la Presidencial o quién sabe a quién—) y ahora
todos los pasajeros se fueron y no sé si voy a caer preso
pero no; regresan con mi pasaporte al cabo de una hora
la CIA sabría que esta vez yo no fui a Cuba
y estuve sólo un día en Berlín Oriental
por fin yo ya puedo pasar al registro de Aduana
sólo yo de viajero en la Aduana con mi vieja valija
y el muchacho que me registra hace como que registra
sin registrar nada y me ha dicho en voz baja «Reverendo»
y no escurca abajo en la valija donde encontraría
el disco con el último llamado de Allende al pueblo
desde La Moneda entrecortado por el ruido de las bombas
que compré en Berlín Oriental o el discurso de Fidel
sobre el derrocamiento de Allende que me regaló Sergio
y me dice el muchacho: «Las ocho y no hemos cenado
los empleados de Aduana también sentimos hambre»
y yo: «¿A qué hora comen?» «Hasta que venga el último avión»
y ahora voy a ir hacia la tenebrosa ciudad arrasada
donde todo sigue igual y no pasa nada pero he visto
los ojos de él y me ha dicho con los ojos: «Compañero».
La luna sangrienta sale del horizonte.
Es decir parece que saliera del horizonte.
El campo un solo gran algodonal como si estuviera nevado.
¿Y qué sembraban?
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxSembraban su maicito
xxxy frijoles y ayotes y pipianes
pero ahora alguien tiene una plantación de algodón.
Las huertas aradas por aquellos hermosos bueyes —yendo y viniendo—
han desaparecido
y las carretas que traqueteaban cargadas de mazorcas
en tiempo de tapizca, han desaparecido.
Y ya no hay palos. Sólo el sol sobre el algodonal.
Se sembró algodón hasta en la falda de los cerros.
Salen al monte con los perros a buscar garrobos,
palomas, cusucos, pero han escaseado los animales
ya es difícil coger un conejo, las palomas son ariscas.
Cuando no hay qué comer van al monte a buscar guayabas
a solares ajenos a cortar mangos verdes.
En esos potreros habían jocotales y jocotales
que daban jocotes y sombra en los potreros
y ya no hay jocotes y ya no hay potreros
sólo algodonales algodonales y los polvazales
de los tractores y los camiones cargados de algodón.
Al mediodía parten con los perros a cazar codornices
tratar de cazarlas en la falda de los cerros.
Allá en aquel cerro en su ranchito de palma
los Martínez cenan cada tarde tortilla con sal.
Los frescos chagüites amigo ya se acabaron
las alforjas repletas de elotes tiernos son desconocidas
el grito arriando el ganado ya no se oye
ni hay el trajinar de madrugada yendo a traer los bueyes
a los potreros para sembrar maíz frijoles ayotes ay
xxxxxxamigo ya no hay potreros le digo
sólo las filas de hombres y mujeres y niños y ancianos
cada madrugada entre los polvazales
cargando el calabazo con agua y el manojo de sacos
xxxxxxxal algodonal.
Por las noches se ven en los cerros sus lucecitas pobres
como estrellas. Se apagan y sólo quedan las estrellas.
La luna se pone tras los cerros.
Es decir parece que se pone tras los cerros.
Y ya no hay estrellas.
Después la represión de septiembre. Y el llamado Viernes Negro.
Lo más oscuro de la noche antes del alba.
Dije un discurso en Bogotá ante el Congreso, Sesión Plenaria,
el 25 de octubre de 1978 (está en los Anales del Congreso).
xxxxxSeñores Senadores y Diputados…
Y no sólo congresistas sino unos miles en las galerías.
A quienes conté de unas viejas callejas de León
donde ojos llorosos asomaban por las puertas y ventanas.
Empezaron a salir, tímidamente, diciendo al reportero:
xxxxxxxx«En esa casa vivían dos.»
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«Allí vivía uno.»
xxxxxxxxxxxxx«En esa esquina sólo quedaron las mujeres y los niños.»
Dos muchachas contaron lo que pasó:
A un joven del barrio le hallaron una pistola,
y ya no registraron más.
Apartaron a las mujeres, los viejos y los niños.
A los jóvenes los acostaron en el suelo.
Ellas tenían tres hermanos en el suelo;
un guardia les ordenó mirar para otro lado.
Tras los disparos vieron los cuerpos retorciéndose en el suelo.
Sobre los cuerpos pasaron un tractor.
El tractor después los amontonó, una sola masa roja.
xxxxxxEran los muchachos del Callejón».
De 21, de 20, de 19, de 18, de 17 años.
Allí se reunían a jugar beisbol o platicar.
Los muchachos que ya nunca se reunirían en el «Callejón».
La periodista del Times vio al muchacho sacado de su casa,
un guardia apuntándolo con el rifle en la cabeza.
Había lágrimas en sus mejillas. Sabía que iba a morir.
Ordenaron retirarse a la periodista del Times.
xxxxxxxSeñores senadores, señores diputados:
llevaron 21 jóvenes con sus madres a las afueras de León.
Apartaron las mujeres, y los mataron en la carretera.
Robaron sus relojes, obligando a las madres a lavarlos.
Los perros arrancaban trozos de brazos y pies mal enterrados.
Las madres enterraron lo que quedaba en un algodonal.
O es el caso de Doña Socorro de Martínez, en León,
con unos pedazos de camisas de su esposo y de su hijo.
O Josefa Pérez que está loca: abre los ojos al vacío y delira:
«Róger, amor mío, Róger, vení… ¿Dónde está Róger?»
En el barrio indio de Subtiava siete jugaban beisbol callejero,
xxixxde 24, 22, 20, 18, 17, 16, 14,
llegó una patrulla y se corrieron,
y murieron allí mismo en la calle de sus juegos.
Un muchacho asomó a la calle la cabeza con gorro rojo,
lo sacaron, y le quebraron las piernas antes de matarlo.
Los vecinos oyeron que él pedía clemencia,
y la guardia: «Roji-negro jodido hijueputa.»
En Catarina fusilaban a dos jóvenes cada noche.
xxxxxMatados de dos en dos.
Imaginen el terror de las madres al acercarse la noche.
xxxxxA riesgo de serles aburrido:
En Managua tres camiones cargados de muchachos,
llevados a un comando y ya no se supo de ellos.
La embarazada con el vientre abierto por una bayoneta,
el niño saliendo vivo. La bayoneta en el niño.
xxxxxxxx«¡Un sandinista menos!»
Señores senadores y señores diputados:
xxxxAquella entrada de la noche en Masaya
sin saberse quiénes amanecerían muertos.
En muchas partes del país comenzaban a morir al atardecer
después del toque de queda.
xxxxxxxxLa esperada de la hora de aquel toque de queda.
Combatían contra mujeres y niños drogados con dexedrín.
Había órdenes en inglés, traducidas al español.
xxxxxxxxY en Estelí lo de las Mariposas de la Muerte.
A sus aviones los llamaban en clave «Mariposas».
Revoloteando desde que había luz hasta el anochecer.
Y por la noche entraban los tanques.
xxxxxxxxNo queriendo alargarme demasiado.
Contaban de una llamarada de luz como platinada.
Y los oían pedir por radio más fósforo blanco.
En la gran insurrección no hubo presos, sólo asesinados.
Concluyo con lo que una vendedora de ropa del mercado de Chimandega
dijo al reportero del diario La Prensa:
«Hijito, ojalá todas estas muerte no hayan sido en vano»
y la contestación de otra vendedora:
«Señora, esté segura que los mejores tiempos están por venir.»
xxxxxxAcabado mi discurso. Acabada la sesión.
Con la gran ovación en las galerías esa noche.
«¡Copelá!… ¡Copelá!… ¡Copelá!», decía el chino.
Les cortaba pedazos de carne a los campesinos,
la freía y los hacía comérsela.
(El chino tal vez no era chino sino vietnamita o coreano.)
«Cuando el hoyo estaba abierto los ponían hincaditos en el fondo,
y allí los balazos.»
xxxxxxxNoche a noche los balazos.
«Llegaban los helicópteros al campamento con campesinos.
Todos bajaban amarrados como garrobos.»
Macho Negro llamaba por radio desde el monte pidiendo bolsas.
Ya sabían que eran bolsas plásticas para los muertos.
«A los perros amaestrados daban carne cruda, jamás cocida.
Una vez vi al chino darles carne de los mismos presos.»
Noches de los balazos y el Macho Negro diciendo «mandame bolsas».
Ya están cantando los gallos.
xxxxxxxxYa ha cantado tu gallo comadre Natalia
xxxxxxxxxxya ha cantado el tuyo compadre Justo.
Levántense de sus tapescos, de sus petates.
Me parece que oigo los congos despiertos en la otra costa.
Podemos ya soplar un tizón —botar la bacinilla.
xxxxxxxxTraigan un candil para vernos las caras.
Latió un perro en un rancho
xxxxxxxxxy respondió el de otro rancho.
Será hora de encender el fogón comadre Juana.
La oscurana es más oscura pero porque viene el día.
xxxxxxxLevantate Chico, levantate Pancho.
Hay un potro que montar,
xxxxxxxxhay que canaletear un bote..
Los sueños nos tenían separados, en tijeras
tapescos y petates (cada uno con su sueño)
xxxxxxxxpero el despertar nos reúne.
La noche ya se aleja seguida de sus ceguas y cadejos.
Vamos a ver el agua muy azul: ahorita no la vemos. —Y
esta tierra con sus frutales, que tampoco vemos.
Levantate Pancho Nicaragua, cogé el machete
hay mucha yerba mala que cortar
xxxxxxxxcogé el machete y la guitarra.
Hubo una lechuza a medianoche y un tecolote a la una.
xxxxxLuna no tuvo la noche ni lucero ninguno.
Bramaban tigres en esta isla y contestaban los de la costa.
Ya se ha ido el pocoyo que dice: Jodido, Jodido.
Después el zanate clarinero cantará en la palmera,
xxxxxxxxxcantará: Compañero
xxxxxxxxxxxxxxxxCompañera.
Delante de la luz va la sombra volando como un vampiro.
xxxxxxLevantate vos, y vos, y vos.
(Ya están cantando los gallos.)
xxxxxxxxx¡Buenos días les dé Dios!
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Cardenal, Ernesto. Cántico cósmico. Madrid; Ed. Trotta, 1992.
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