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CUATRO POEMAS DE ‘ESPERANDO AL REY DE ESPAÑA’, DE DIANE WAKOSKI

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AQUELLAS MÍTICAS PERAS DE PLATA

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Steve

Yo recuerdo un pasado
en el que tocaba sonatas de Beethoven
en una casa oscura, cerca del agua,
y me rodeaban las luces de las colinas circundantes
en lugar de los brazos del hombre al que amo.

Tú recuerdas jugar
al baloncesto,
alto, egipcio, callado,
una figura pétrea
con la que nadie hablaba.

Ninguno de los dos
vivimos nunca más allá de lo imaginado:
tú procurabas hacer lo que creías que se esperaba de ti
y yo, arrancar amor al teclado;
tú tirabas a canasta
donde no había aro
y yo me imaginaba una música inaudible.

Nos sentamos en tu cocina,
que no está llena de la vida de alguien que cocina,
sino oscura:
es la cocina de un fotógrafo.
Bebo
con los pies en la silla, como me gusta
sentarme, y pienso en las chicas
de la casa de al lado, en la cocina iluminada,
esas que te deben ver guapo, que idealizan
a los hombres altos
y que han ido a partidos de baloncesto a animar,
aunque nunca te vieran en ninguno.

Esta es la dolorosa historia de dos seres imaginarios,
que viven, como leones, en su interior,
pero a los que el mundo ve como esfinges,
callados,
encerrados en lo mineral,
rodeados por el desierto y la noche.

Las mujeres fantasean con una vida de amor que no puede existir.
Los hombres, con las competiciones deportivas y con seducir a las multitudes.
Creamos un mundo incuestionable:
el pasado,
nuestros diarios privados.

Si ahora estuviéramos en tu cocina, comiendo,
tú te beberías un vaso de
mercurio
y yo mordería
una de aquellas míticas peras de plata.

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UNA ESTACIÓN ROTA

Cuando yo tenga 55
y tú, 43,
y ambos nos sintamos ligeramente
nostálgicos,
cuando la pasión no nos haya abandonado,
sino que se haya metido bajo tierra,
como las hormigas,
y dejado montoncitos de polvo
junto a los agujeros de entrada
como recuerdos del trabajo realizado,
quizá volvamos
a encontrarnos
en un bar,
acaso
en Wyoming,
y nos sonriamos,
y quizá nos toquemos una vez,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxpor la discreción exigible,
y tú me preguntes por
mi marido,
y yo, por tu encantadora esposa,
y los dos mascullemos
que se encuentran
muy bien,
estupendamente,
a sabiendas de que se tarta de irrelevancias
importantes,
y, como las hormigas,
sigamos llevando un bocado
de tierra,
palabras sobre las montañas y la poesía y la lealtad
y el arte de construir.

Cuando,
dentro de 20 años,
vivamos
como lo hacemos ahora,
separados,
y nuestras cartas solo lleguen en una estación rota,
en intervalos entre amantes o trabajos o mentiras,
nos permitiremos, alguna vez,
decir cosas como «el amor solo ocurre una vez
y nunca funciona»,
y luego

la sensiblería nos hará sonreír.

Las hormigas se mueven en filas muy largas, como las cintas del pelo
de tus hijas, y se llevan
trozos de pastel o cadáveres
de gusanos a sus túneles.
Construyen y comen,
y rodean, en zigzag, los obstáculos que se encuentran en el camino.

Los niños las miran en el colegio.
Nosotros las pisoteamos.
Los pequeños mamíferos se las comen.
No me puedo imaginar un futuro
distinto 
del pasado.

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xxxxxxxxxxLPOEMA POLACO DE AMOR PARA DAN,
CUYO APELLIDO CUESTA MÁS PRONUNCIARLO QUE EL MÍO

La «M» de mi brazo
significa 
Moon, Luna.
Y tú eres otro de esos hombres que saben conducir,
que me hacen sentir
(en tu coche, atravesando el estado de Michigan)
que
mi vida significa
Movimiento.

No obstante, cuántas veces el mundo se me ha escurrido de los dedos
y se ha roto como el cristal.

Los amigos me sostienen.
Pero tú me levantas de la silla, de la cama.
Me mueves hacia ti.
Me mueves contigo.

Pero no dejes que demasiadas chicas te pinten relámpagos
en los ojos.
La «M» también significa matar.
Y matrimonio.

Movimientos de alejamiento,
así como de acercamiento.

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EL TRAGASABLES TATUADO

El rechazo es un diálogo infinito,
un paisaje que no acaba,
no un bosque, ni un campo, puesto que ambos tienen lindes,
y ni siquiera un océano, con sus playas
como una gargantilla de cicatrices.

Y la aceptación,
un acto sencillo,
un territorio con límites.
Me ha costado años
querer explorar un territorio
que supiera con fronteras.
Los confines son el punto de partida,
y echo a andar desde el más alejado, siempre más allá.

Una vez, yendo por un lugar que creía
una tierra inexplorada y sin fronteras,
vi a un hombre con un martillo y una sierra;
se había tatuado tigres por todo el cuerpo;
acechaban, en el vientre y los hombros, mientras trabajaba
en un banco de carpintero.
Me paré a ver cómo tallaba un pequeño gabinete.
Mi cuerpo estaba cubierto de campanas,
como una piel de bolas de plata que lo cubriera todo,
pero mis pezones sobresalían, pequeños y rosados, como coral.

Al moverme, tintineé ligeramente,
como si mi pelo fuera la cortina de abalorios de una puerta
y alguien la apartase para entrar.
Dije:
xxxxx«Envidio a los carpinteros por las cosas que hacen
xxxxxcon las manos».
«Sí», dijo él,
«pero yo soy solo un principiante. Lo que hago bien de verdad
es tragar sables».

Entonces abrí la boca y le enseñé
la serpiente verde que vivía dentro.
Dije:
xxxxx«No nos conocemos,
xxxxxpero tenemos algo en común:
xxxxxlos dos cruzamos fronteras y nos adentramos en lugares,
xxxxxy ahora veo que las gargantas de ambos contienen
xxxxxlo que la mayoría de los hombres temen,
xxxxxpor lo que creen que morirían:
xxxxxla serpiente y la espada».

La vida es, a menudo, más alegórica
de lo que debería ser;
en la vida, las historias no tienen fin,
sino que son continuaciones, hiatos;
no son historias, sino un continuo diálogo mental.
No me inventaré una historia cuando ninguna tiene lugar.

Una vez
dije «te amo», y la lengua se me quemó de raíz.
Ahora una lustrosa serpiente verde vive en su lugar
y sisea cuando pasas.
Tú has tragado sables hasta llenarte la garganta de cicatrices,
tantas que ya no te pasaba ni uno más.

Y he aquí la escena:
no es una historia,
sino un paisaje.
Yo, en el bosque, con el cuerpo temblando de campanas
y una serpiente en la garganta, que sisea como una cascada;
tú, delante de mí,
son tigres tatuados que van de un hombro al otro
y te rodean las orejas
cuando construyes con las manos un mueble magnífico,
y tu perfecta garganta,
vista desde fuera,
que oprime vocales que no saldrán,
porque ni siquiera la membrana del idioma es lo bastante fina como para pasar
por esos viejos tejidos inflamados.

.

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Wakoski, Diane. Esperando al Rey de España (Trad. Eduardo Moga). Madrid; Bartleby editores, 2022.

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