HACIA EL AGUA
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Yuki, Dickran, Minsu, Bill, Billy y los demás…
La luz de una película japonesa
baña mi rostro y mi nariz,
y trae consigo
brisas más frescas
de apartamentos desordenados
que quisiera volver a recorrer,
fumar en los balcones
y hacer fotografías
en las bañeras rotas.
Quisiera que volviéramos
a desplomarnos
sobre todas nuestras camas,
mientras la noche y el sueño
se apoderan de nuestras palabras
y de nuestra risa.
Quisiera volver a tumbarme en esas camas otra vez
mirando al techo
junto a vosotros.
Pero la película aún no ha terminado.
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Cuando Madrid se acababa
estabas tú,
una inmensa extensión de ti,
cálida y luminosa,
abarcándolo todo con sus pequeños brazos,
rodeando los hombros encogidos de los oteadores
y los videntes,
en las horas más jóvenes del nuevo mundo,
pero, sobre todo, crecías acurrucado en mi pecho,
como una destrucción total y cegadora.
Y aun así esta noche
también se ha acabado Madrid
y parece que aún quedan muchas horas
hasta que amanezca.
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LA CIUDAD MÁS BELLA DEL MUNDO
Íbamos a vivir
en la ciudad más bella del mundo.
Íbamos a escapar
a la ciudad
donde las raíces alimentan el cristal,
donde los mediosoles
brotan en los arcenes y en los alcorques,
donde la luna siempre es naranja
y nunca mengua
y donde no
existen los retales perdidos.
Íbamos a vivir
en la ciudad más bella del mundo.
Íbamos a huir
de las entrañas sucias y confortables
de la matriz madre
que escupe mentes inescrutables como coágulos
xxxxxxxxxxxxdeformes, calientes, de constelaciones aún no vistas,
y de todo lo que nos arrulla
las orejas por las noches.
Íbamos a vivir
en la ciudad más bella del mundo.
Íbamos a caminar
de puntillas
entre el vacío del universo,
sobre las elipses sin resolver.
Íbamos a vivir en la ciudad más bella del mundo.
Estoy
frente a la ciudad más bella del mundo
y no veo a nadie.
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Me he perdido tal vez
en los demás,
en sus miradas y sus risas,
entre la muchedumbre.
He esparcido mi ser
sobre los cabellos de la gente.
Me he desparramado
como una cascada
de pequeñas
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy naranjas
xxxxxxxxxxxxcanicas
apedreando con fuerza el suelo
y las piernas desnudas
de la masa.
Ya no puedo recomponerme,
pero he rodado a sus pies
y les dolerán
al pisarme descalzo
y sin sospecharlo.
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Berlín ya no es un lugar seguro.
No lo es desde hace tiempo
y hemos seguido pululando por sus calles
con la cabeza llena de ríos
que desembocan en acequias lejanas.
Ya no es un lugar seguro
y nos hemos paseado
mostrando nuestros torsos negros
y una cresta de plumas en la cabeza.
No es un lugar seguro
para todos los que llevamos
purpurina en la nariz y noche
en los zapatos y dejamos rastro
con nuestros vientres en los adoquines,
para todos los que habitan
en alguna parte entre
la soledad y la primavera,
para aquellos
que nunca han llorado por un laberinto
o por un pequeño cabello arrancado de la nuca.
Berlín ya no es un lugar.
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Quiero fundirme con la lluvia
para caer sobre los rostros
de todos los que amé,
ser lo que les hace sentirse vivos
y vivir,
lo que les hace vivir
vivir en paz…
Y luego irme,
escurrirme por sus manos hasta la alcantarilla,
ver el mar
y no volver.
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También hay belleza
en la baldía estepa de un mar en calma,
no solo en las regurgitantes olas,
en las afiladas barcas
que como garras las montan
o en la mano de espuma, arrancadora de vidas;
también hay belleza en su monótono azul
fundiéndose monótonamente con el monótono cielo
aunque resulte inquietante.
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Arnaiz, Julia L. Hacia el agua. Gijón; BajAmar editores, 2022.
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