ERRÁTICA
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i.
La ciudad está afuera y tibia
tiene aristas y espera
el curso de las manos que la buscan
para agachar el lomo
como hacen los perros
a los que nunca tocó nadie.
Un barco recorre el Spree en la medianoche
para darle el oxígeno
que le ha gastado la luz
xxxxxxxxxxxxxxxxxxla poca luz
y las migas que lanzan a los peces
los que van al mercado.
Un cisne en la orilla
busca el sabor de una bolsa de plástico
y el centro es dos como las ciudades dos
los cuerpos son dos:
el tuyo y su contrario
esperando en la geografía los kilómetros
que te traigan a esta otra superficie
igual pero distinta tan solo en una cosa:
esa ciudad
es opuesta y la recorres.
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v.
Hace horas que es de noche en Hermannplatz.
No lo ves pero lo sabes
como se saben las fases de la luna
o el tacto de algunos minerales sin tocarlos.
Saber que a las dieciséis y catorce
anochece en Hermannplatz
queda igual de lejos que entender
cómo se mide la lluvia
o la ley de distribución en las moléculas.
Dicen que el éxodo es la pérdida del centro exterior.
Hermannplatz era esa pérdida
y todas las calles daban a esa plaza
el trayecto último de antes del fin del día.
Olía a fruta mojada y flores
protegidas del frío con un plástico.
Ahora aquí no importa la certeza
de la noche en Hermannplatz
porque esa plaza es otra
y este lugar el único posible
si al final todo solamente es éxodo.
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viii.
Te cierras como un transbordador
y sin mirarte
adivino un movimiento que te aleja.
Gesticulamos en vano para nadie
en mitad del decorado cotidiano.
Qué dolor dormido se ha rozado
con el vuelo de una mano equivocada.
Hay zonas invisibles
que no tienen el mismo grosor en la epidermis.
La gata frota el lomo contra el suelo
para estar viva:
si la piel no es tocada
la piel no existe.
Recuerdo a las locas de la historia
convencida de que nunca
quiso entenderlas nadie.
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ix.
Hay un hombre bebiendo café en dos mil trece.
Ha dejado un poso que nos mancha.
Ha sabido leernos
el futuro
y deslizarse en la herida como un ladrón.
En los días de lejos
vuelve como las ánimas
de una leyenda antigua.
Somos su carroña
nada le basta.
Él no sabe que existe
que nos domina en lo oscuro
y dejó todo escrito en el poso de un café.
Quiero escupirle en el centro de la taza
servirle la dosis precisa de veneno
para que nos deje vivir sin él
se desvanezca
diluido en el único tiempo
breve
que tan siquiera fue suyo.
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xi.
Sigues con la vista el paso del avión contra la tierra.
Te cuento que he soñado
siete vasos con vino en una barra.
Me miras queriendo decir:
ya se han bebido esos vasos como un cáliz
no los cuentes ni vuelvas a llenarlos
déjalos.
En el sueño era mía la botella
y nadie más que yo podía tocarla.
Era mi vino o mi sangre
o los años de exilio a la vez.
Atravesamos pasillos en un orden disociado
que nada tiene que ver con la numeración de los asientos
ni la avidez de las idas:
es la vuelta.
El mundo alrededor es ocre contra un azul intenso.
El viaje en autobús ha de durar todas las horas
debidas a la tierra.
Cómo sabré entonces que ha acabado el viaje
me pregunto
dejándome caer en tu hombro nuevo
mientras veo una barra con siete vasos vacíos
y una botella.
El motor se detiene y tú pronuncias
una frase simple para despertarme:
hemos llegado.
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Morata Hurtado, Marisa. trayectorias. Zaragoza; Nautilus ediciones, 2022.
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