POEMAS DE TOMÁS HERNÁNDEZ MOLINA
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UN PERRO A TUS PIES
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara A.
El tiempo, ese enemigo atroz que nos acecha,
es vencido por ti si te desnudas,
y el mar está en tus ojos
como un adorno innecesario;
la oscuridad redonda de tu noche
es más que el sol, y el tiempo,
ese enemigo atroz, es un perro a tus pies,
la tarde es otra noche de esponsales.
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SÍSIFO
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Ana Jurado y Javier
En el puente que ha roto la riada,
dos pajarillos pugnan por un trozo de pan;
diferencio bien los gorriones pero son más pequeños,
de plumaje más claro y cuerpo más ligero,
un colibrí, un jilguero o quizá un canario.
Es más grande el mendrugo que sus dos cuerpos juntos
pero luchan por él y sólo los aleja de su empeño
el paso de los coches, las ruedas casi encima.
Luego vuelven al charco que bordean
y comienzan la lucha. Nada saben de Sísifo
ni de su cruel destino, obcecados
por el hambre, por la curiosidad o por el juego.
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Javier y Luis Carlos Hernández Gómez
xxxxxI
En la mesa del padre congregados
celebramos la fiesta, los años que la vida
nos reúne en cada aniversario, el origen.
Un viejo rodeado de sus hijos,
los hijos de sus hijos, las mujeres
hermosas o distantes que eligieron.
La fiesta de la sangre, de la herencia
que en nosotros dejó y allí acudimos
puntuales como las estaciones,
los árboles al borde del camino
que son nuestro ataúd o nuestra mesa.
Festejamos su vida y nos regala
la mirada perdida de los ojos acuosos,
la confusión de nombres que ya no reconoce.
Reíamos, bailaban las muchachas
y los hombres más jóvenes, escogidos los vinos
que esperan cada año, lo mismo que nosotros,
el ritual que el tiempo se merece.
Y así estábamos, felices y orgullosos,
rutinarios y alegres, compartidos.
Había dos muchachos, dichosos entre todos,
dos hermanos como suelen comportarse los hermanos,
con esa afinidad de los destinos
por distintas que luego sean las vidas,
con un pasado que sólo los hermanos reconocen.
Los frutos en agraz en cuya carne
esperamos vivir nuestra memoria.
Dos hermanos como suelen comportarse los hermanos,
sin saberlo siquiera.
xxxxxxxxxxxxxxxxDetrás de los cristales
una afilada luz los hiere con su muerte.
Sabe la fecha exacta del encuentro,
y cuenta con los huesos de sus dedos
los pocos días que faltan, el instante
que eligió para ellos.
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xxxxxII
En su seno son nada, no reposan,
los muertos no abandonan el cansancio,
no sufren ni se alegran, sólo viven
en nosotros la vida que no les pertenece.
Debajo de la tierra alimentan hormigas,
hacen crecer las flores, las hierbas más comunes,
y el viento cada noche los cobija
y abrigamos su frío en nuestro lecho
con una última lágrima.
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WILLIAM Osler,
xxxxxxxxxxxxxcoleccionista de libros,
en especial de Historia de la Medicina,
y por esa pasión
lo recordamos,
dejó escrito: «Aquellos
que en la vida se inician sin los libros,
sin mapa ni astrolabio navegan.
Los que tan sólo aprenden en los libros
allí mueren,
sin emprender viaje.»
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SER LEÍDO EN 1935
¿De qué sirve a los insomnes huesos
que vengan hasta aquí desconocidos
amigos y devotos y que rindan
tributo inmerecido al polvo y a la nada?
Que las palabras con cansancio escritas
mercado sean ahora y se lean
en las lenguas posibles en que los hombres hablan.
Que den dinero y fama a oscuros descendientes
que yo nunca engendré. ¿De qué les sirve
a estos insomnes huesos que me llamara Stendhal?
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Fenêtre qu’on cherche souvent
xxxxxRainer Maria Rilke
xxxxxxxx(Versión)
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Mary Alameda
¿No eres ventana, tú, la geometría del hombre,
la forma tan sencilla que sin esfuerzo encierra
nuestras vidas tan grandes?
Jamás será tan bella aquella a quien se ama
como cuando aparece encuadrada por ti.
Eres tú, oh ventana, quien la hace casi eterna.
No existe azar alguno. El ser se alza
con este poco espacio alrededor
del que se siente dueño,
en medio del amor.
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¿Me ocurrirá como a las sombras?
Durante treinta años vivó arriba,
en un cuarto cerrado, entre el ruido
de máquinas, los golpes del martillo
o de la gubia. Nada queda de él
en esos viejos libros que ahora exhiben
—primeras ediciones, borradores—,
que sin leer miramos con respeto y cansancio.
No hay nada en esas líneas del instante
de hacerlas, del temblor de la mano al escribirlas.
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Lloré al paso volador de las perdices
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Reinaldo Jiménez
El agua es maldición desde aquel día
en que mis pies de desterrado puse,
las finas zapatillas de palacio,
sobre la arena sucia y las piedras hostiles.
Qué pensará quien vea en esta choza
la gloria de Almotamid que con los pies hinchados,
los tobillos en carne tumefacta,
el regreso celebra de su esclava que vuelve
con unos pocos dirhams como pago
de un día de lavar ropa y secarla al carbón,
pues aquí, en donde nunca llueve,
el agua es maldición desde aquel día.
Qué pensará quien compartió conmigo
la gloria de Almotamid o me envidió pensando
en cambiar su destino por el mío.
¡Que se acerque a esta choza y que me vea!
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Hernández Molina, Tomás. Peñón de las caballas. Murcia; Ed. Tres fronteras, 2009.
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