DOS POEMAS DE SCOTT HIGHTOWER
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EL RANCHO DE LA IRA
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx«La olla rezuma lo que hay en ella»
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxAntiguo proverbio
xxxxxxxxxxxNo es que el viejo gato amarillo
xxxy yo hubiéramos unido
xxxxxxnuestras suertes. Pero ambos
supimos soltar amarras con aquello que hierve
en el pecho de un vaquero.
xxxxxxxxxxxA mi padre le gustaba
xxxrepetir el relato de cómo —en esos tiempos
xxxxxxen que «atar» testículos de oveja
era la forma más común de castrar— él
demostró lo
xxxxxxxxxxxfácil que era asiendo
xxxallí mismo en el porche al viejo gato
xxxxxxy haciendo chasquear una cinta de goma
alrededor de su escroto. (Un episodio
muy ocurrente
xxxxxxxxxxx—y desafortunado— para el viejo gato).
xxxPregonaron el método nuevo
xxxxxxpor su limpieza y eficiencia.
Años después, con mi padre en sus
últimos días, me acordé
xxxxxxxxxxxdel viejo gato
xxxindefenso y salí a coger la cámara
xxxxxxy volví a la habitación
y le pregunté a mi padre si le importaba que yo
sacara una foto.
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NÁYADES
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(Para Jean Kiernan)
A muchos de nosotros nos dolió
cuando la arrancaron y taparon.
El negro molde que invade los muros
de los cimientos del nuevo colegio
ni adopta formas reconocibles
ni trazos de vandálica invectiva;
con todo, no cabe duda de que es
puro desdén de náyade.
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¿No existe acaso un cuento antiguo
sobre un rey que se casó con una? En un
relato de Virgilio, ¿no guió una madre
a su frustrado hijo hacia la clave
del mudar de las cosas; al problema
de letales e imprevistas consecuencias
que aflora en revuelo
de serpientes o enjambre de abejas?
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Una amiga de Austin
insiste en hablar de los monarcas
y de cómo los dioses
y las diosas son eternos,
aún cuando la gente,
ya sin palabras,
deje de adorarlos.
Ella me habla a menudo
de un antiguo manantial
que hace tiempo fue un lugar encantador.
Una vez, en Luarca, un pueblecito
del norte de España, visité
en su plaza una fuente legendaria,
La Fuente del Bruxo.
Alguien había marcado el hontanar
tallando en la piedra un trébol de la suerte,
instalando un caño. Dicen los lugareños
(cuya remota lengua es el bable)
que siempre manó agua
de aquí, que fue un enclave celta.
En mi última visita me ofendí
cuando vi que alguien había edificado
sobre la antigua ubicación.
Otro desconcertado peregrino
había garabateado VERGOÑA
con feroz y negro spray
en una de las paredes nuevas.
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Entonces no teníamos
dónde pasar el rato, adónde ir.
Había un lugar remoto…
con una fuentecilla
y un viejo caño incrustado
junto a una ladera de caliza,
verde de ranas y culantrillos.
¡Era un hermoso lugar!
A codazos nos metíamos en cueros,
merendábamos, comíamos los higos silvestres
que allí crecían;
a veces, seguíamos caminando
hasta el Arroyo del Toro.
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Higtower, Scott. Hontanares. Madrid; Ed. Devenir, 2012.
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